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UNIVERSIDADE FEDERAL DO RIO DE JANEIRO
CENTRO DE FILOSOFIA E CIÊNCIAS HUMANAS
ESCOLA DE SERVIÇO SOCIAL
PROGRAMA DE PÓS-GRADUAÇÃO EM SERVIÇO SOCIAL
Ramiro Marcos Dulcich Piccolo
Servicio Social en tiempos de barbarie
Dilemas y desafíos del proyecto profesional crítico en América Latina
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Tese apresentada ao Programa de
Pós-graduação em Serviço Social da
Escola de Serviço Social da
Universidade Federal do Rio de
Janeiro, como requisito parcial para a
obtenção de título de Doutor em
Serviço Social, sob a orientação da
Professora Dr. Nobuco Kameyama
Rio de Janeiro
2008
UNIVERSIDADE FEDERAL DO RIO DE JANEIRO
CENTRO DE FILOSOFIA E CIÊNCIAS HUMANAS
ESCOLA DE SERVIÇO SOCIAL
PROGRAMA DE PÓS-GRADUAÇÃO EM SERVIÇO SOCIAL
Autor:
Ramiro Marcos Dulcich Piccolo
Titulo:
Servicio Social en tiempos de barbarie
Dilemas y desafíos del proyecto profesional crítico en América Latina
Banca Examinadora
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Tese submetida ao corpo docente da Escola de Serviço Social da Universidade
Federal do Rio de Janeiro UFRJ, como parte dos requisitos necessários à
obtenção do grau de Doutor.
Aprovado por:
____________________________________
Orientador: Dra Nobuco Kameyama
____________________________________
1
o
Examinador interno: Dr. José Paulo Netto
____________________________________
2º Examinador interno: Dr. Marildo Menegat
____________________________________
1º Examinador externo: Dra. Maria Thereza C.G. de Menezes
___________________________________
2
o
Examinador externo: Dr. Ronaldo Coutinho
INDICE
PRESENTACIÓN
................................................................................................... 1
CAPITULO 1 – El capitalismo contemporáneo, la particularidad de su
crisis y sus formas de sociabilidad
............................................................................... 13
1.1. El socio-metabolismo del capital, su tendencia a la crisis y la necesidad
del “control social: un diálogo con István Mészáros
.......................................18
1.1.1. Cuando la producción se torna destrucción .....................................27
4
1.1.2. La crisis estructural del capital y las formas adecuadas de “control social”
.........................................................................................................43
1.2. ¿Un “nuevo imperialismo”? un diálogo con David
Harvey….......................62
1.2.1. Ascensión histórica de los imperialismos propiamente burgueses (1870 1945)
.............................................................................................67
1.2.2. Las crisis capitalistas de súper-acumulación ...................................73
1.2.3. La crisis actual y su naturaleza ........................................................80
1.3. El “capitalismo senil” y sus formas de sociabilidad: un diálogo con Samir Amín
...........................................................................................................84
1.3.1. La crisis en perspectiva histórica .....................................................89
1.3.2. Sobre la crisis actual ........................................................................97
CAPITULO 2 – Sobre los fundamentos de la barbarie contemporánea ...... 104
2.1. Una introducción al debate “ontológico” .................................................. 104
2.1.1. Proceso de producción y reproducción material de la vida social.. 104
2.1.2. Dialéctica del trabajo y sociabilidad ...............................................108
2.2. El capital: una relación social barbarizante ..............................................133
2.2.1. El trabajo en el capitalismo: la crítica de Marx ...............................136
2.3. La ley” capitalista de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia en la
contemporaneidad y las contra-tendencias del sistema ……………….....169
CAPITULO 3 La particularidad latinoamericana: Historia, pensamiento y proyecto
emancipatorio .................................................................................. 190
3.1. América en la dinámica capitalista .......................................................... 190
3.1.1. América y los “secretos” de la formación del moderno sistema-mundo
capitalista. Elementos para su historización ............................................191
3.2. Pensamiento crítico en Nuestra América .................................................237
3.2.1. Para una crítica de la “modernidad euro-céntrica” .........................237
3.2.2. Marx y América Latina ....................................................................267
3.3. Nuestra América y su particular unidad problemática ..............................293
5
3.3.1. La particularidad de Nuestra América en la contemporaneidad ....301
CAPITULO 4 El Servicio Social en tiempos de barbarie: Algunas contribuciones
desde la periferia latinoamericana ...................................... 315
4.1. Fundamentos de la génesis profesional: ¿Cuál es el significado social de esta
actividad asalariada? ....................................................................... 318
4.2. Para pensar las determinaciones contemporáneas de la profesión ........346
4.2.1. La particularidad de la “cuestión social” contemporánea ...............347
4.2.2. El Servicio Social y la administración de la barbarie contemporánea
..................................................................................................................366
4.3. Dilemas y desafíos contemporáneos del Servicio Social crítico en nuestra
América.....................................................................................................390
4.3.1. El proyecto profesional crítico.........................................................390
ALGUNAS CONCLUSIONES ........................................................................... 416
BIBLIOGRAFÍA ................................................................................................. 426
6
PRESENTACIÓN
Si lográramos suspendernos de la fragmentación “fetichista” que rodea
los hechos y fenómenos sociales en nuestra época; si a partir del análisis y
aprehensión de los significados profundos de lo real se consiguieran captar las
determinaciones efectivas del proceso de producción-reproducción del ser
social contemporáneo; si lográramos superar la cada vez más intensa
“mistificación naturalizante” del acontecer social; en suma, si la intimidad del
socio-metabolismo del capital en su fase actual de crisis estructural fuera
desnudada, la escena que podrá observarse es del nero de lo “asustador”.
La fisonomía de estos tiempos, comparada con el potencial emancipatorio
disponible objetivamente, puede considerarse, sin dudas, un resultado
altamente perturbador para la humanidad.
La contemporaneidad muestra que los “ideales civilizatorios” pregonados
en fases de “ascenso histórico” de orden social del capital hoy son cada vez
más inviables, puesto que se han tornado decisivamente antagónicos con las
actuales exigencias de la “lógica” que rige su desarrollo. Aquella cosmovisión
progresista, “desarrollista” del capitalismo que se planteó alternativa ante la
gran crisis capitalista de 1929 fue progresivamente sustituida una ética
miserablemente particularista, que es el soporte principal del proceso
generalizado de decadencia cultural en curso. Esta, cada vez más
intensamente basada en una “naturalizacn” asfixiante, busca afanosamente
imponerse como “la” historia, predestinada, pre-fabricada, inevitable; la “única
historia posible.
En el actual cuadro societario, de “desencantamiento” del mundo
burgués, el recurso a la “naturalización” del acontecer histórico es reforzado y
se torna uno de los procedimientos principales para interdictar la comprensión
reflexiva de las relaciones efectivamente operantes entre el proceso de
“barbarización” de la vida social y la “crisis estructural” del capital. Desde los
poderes dominantes, se busca desesperadamente “deshacer” la unidad
orgánica constituida por las exigencias contemporáneas del proceso de
desarrollo capitalista y la producción de la barbarie.
La recomposición de esta totalidad se vuelve una de las “misionesde la
crítica social en estos tiempos, cuando los espacios oxigenantes estrechan
7
sus márgenes, las resistencias parecen diezmadas y lasutopías desarmadas”.
Ante el “desierto” que están tornándose lo real, la reposición de las grandes
preguntas, la recuperación de los significados, las preocupaciones por los
fundamentos, se tornan impostergables; se vuelven reservas estratégicas;
“retaguardias necesarias para la construcción de un proyecto societario de
auténtica libertad y emancipación humana.
En este contexto, cabe formularse la siguiente pregunta: ¿el capitalismo
contemporáneo conserva energías capaces de integrar, de agregar, a los
crecientes contingentes poblacionales que la agudización de sus tendencias
posiciona históricamente como des-necesarios, o sea, como “población
excedente” estructural? Y si la respuesta es negativa, ¿cómo impacta esa
realidad sobre el significado social que caracterizó la génesis y el desarrollo
profesional y sus modalidades de intervención? ¿En qué medida el Servicio
Social está siendo cada vez más movilizado, más demandado, para funciones
de “administración de la barbarie” contemporánea?
Esta cuestión se encuentra íntimamente relacionada con el significado
social que ha caracterizado la génesis y el desarrollo del Servicio Social como
profesión. El análisis de las actuales requisiciones profesionales del “mercado
de trabajo” revela variaciones sustantivas en lo que se refiere al papel, a la
funcionalidad, que este profesional “es llamado a cumplir”, así como en las
modalidades de realizarlo. Este proceso no se realiza lineal y unilateralmente,
sino que está sujeto a luchas y disputas de sentido que se libran tanto en
niveles macro-societarios, como en otros más localizados y particulares.
Estamos convencidos que la comprensión de las complejas relaciones
existentes entre la presente crisis estructural de la sociedad capitalista – que es
mucho más que una crisis económica csica, puesto que afecta el conjunto de
la institucionalidad capitalista, especialmente a las formas político-
democráticasque el proyecto burgués alguna vez alimentó - y las “respuestas
correctivas” elaboradas “desde el sistema” para enfrentarlas, es una “mediación
reflexiva necesaria” para aprehender los significados de las intervenciones
socio-profesionales
1
, así como para imprimirles orientaciones conscientes y
1
Entendemos que éstas, en la génesis profesional, encuentran su significado social” a partir
del tratamiento sistemático y organizado de la “cuestión socialdel capitalismo “históricamente
ascendente”. Dicho movimiento ascendente” del orden social del capital es esencial en la
8
estratégicas que puedan tornarse contribuciones efectivas al proceso de
formulación y realización de proyectos societarios disruptivos con las actuales
tendencias a la barbarización de la vida social.
Las determinaciones de la “naturaleza” actual de proceso de producción-
reproducción de la vida social capitalista, esto es, la particularidad de la
presente fase socio-histórica, es tematizada en el Capítulo I. En este sentido,
en las últimas tres décadas, particularmente, han surgido muestras claras y
suficientes del tipo deexpresiones” que deben esperarse de la agudización de
la llamada “cuestión social del capitalismo. Con la entrada del orden social
mundializado en una “nueva fase” de su progreso” (fase caracterizada por un
progresivo proceso de descomposicn societaria, y por una cada vez más
firme tendencia a la decadencia civilizatoria”; una especie de
“desmoronamiento ético” en las formas de sociabilidad).
Estos sontiempos amargos”, marcados por la constatación histórica del
“pase a retiro” (definitivo y no “voluntario”) de las grandes promesas de
“progreso social indefinido” y “bienestar general”, de estabilidad, tranquilidad y
felicidad social, otrora agitadas por el capitalismo. Tales promesas, elementos
indispensables para la construcción hegemónica en fases pasadas, se tornan
hoy meras consignas demagógicas absolutamente insuficientes para garantizar
un “pacto social” duradero, base de la paz social”, como aquella de la pos-
segunda guerra.
Con el Capitulo II procuramos dotar de una mayor densidad lógica y
ontológica el “proceso de barbarización de la vida social” en curso, tratando de
aprehender las raíces de sus procesualidades fundamentales, como condición
de posibilidad para la formulación de “respuestas profesionales llenas de
sentidopuedan contribuir para superar el actual estado de cosas. Partimos del
supuesto que la comprensión efectiva de los nexos que producen la actualidad
histórico social es un objetivo medular para la realización de proyectos
societarios disruptivos con el orden del capital.
Las actuales expresiones de violencia social a nivel “global”; las
conflagraciones militares en gran escala, que parecen afirmarse como un
formación de condiciones de existencia de este profesional, determinando el “significado social”
en el momento de su “génesis histórica.
9
fenómeno “necesario” y permanente, que hace al “buen funcionamiento del
orden social” (y ya no episódico y coyuntural); la “exclusión” de millones de
seres humanos - que ya estaban reducidos a mercancías: fuerza humana de
trabajo - de las condiciones indispensables para la reproducción de su ser”; las
asimetrías históricamente inéditas en el “control del poder total, de los
recursos naturales y de los bienes producidos socialmente en el ámbito global,
regional y local; la sofisticación alucinante de los dispositivos de “control social”
con sus cargas de “alineación” y “reificación desdobladas; en suma, el
conjunto de trazos que definen la silueta de la moderna sociedad
contemporánea”, nos muestran, por retazos, el mundo posible bajo los actuales
parámetros de organización del proceso de producción / reproducción de la
vida social, el que presenta cada vez más marcas de barbarie.
La dinámica contradictoria formada por la actuación de la “ley de la
tendencia decreciente de la tasa de ganancia” del capitalismo, particularmente
en el presente estadio de desarrollo, produce crecientemente una “población
excedente (el “desempleo estructura”, crónico) que, al consolidarse, provoca
alteraciones significativas en las manifestaciones históricas de la llamada
“cuestión social” (que es la base que justifica la actividad profesional del
Servicio Social, en funcn de brindar respuestas adecuadas).
El Capítulo III expresa la necesidad de avanzar en la concreticidad
histórica del análisis, desde una perspectiva capaz heurística con potencial
para superar las “formas hegemónicas” en que ha sido pensada América Latina
(nos referimos, especialmente, a la llamada perspectiva “euro-ntrica). Aquí,
nuestra América no es concebida como el “paisaje” donde acontece una
historia creada en otro lugar. La pregunta por la particularidad latinoamericana
se orienta a pensarla como “arena histórica” a ser disputada; como una unidad
en proceso que, a la vez, se alimenta de un proyecto de unidad. El estudio de
esta “unidad problemática” formada por América Latina, es ineludible para
enfrentar la “condición periférica” – cuestión que debe tornarse un eje, un
principio vertebrador, del proyecto profesional critico del Servicio Social
latinoamericano. Nuestra América es entendida aquí, tanto como una
mediación reflexiva, cuanto ontológica; esto es, representa tanto una categoría
con potencial explicativo, como contiene potencial transformador.
10
El capítulo IV es la tentativa de señalizar y explicitar teóricamente las
determinaciones a través de las cuales se procesan las actuales tendencias
que buscan “ajustar” la profesión de Servicio Social a la mera “administración
de lo dado”, que procuran restringir los “sentidos” de esta actividad y reducirla a
simple instrumento de la reproducción del orden social. Cada vez más el
Servicio Social es demandado para actuar ante “emergencias sociales” (una
suerte de Servicio Social de “catástrofes”), debiendo reajustar su perfil a las
actuales exigencias de la reproducción sistémica, particularmente en la
implementación de un conjunto de instrumentos encargados de garantizar un
control social” adecuado.
Sin este punto de partida, o sea, sin visualizar las determinaciones
profundas del actual movimiento de lo real, más allá del empeño y toda la
buena voluntad que pueda tenerse, tales “intervenciones profesionalescorren
serio riesgo de tornarse meros “correctivos funcionales”, necesarios para la
“reproducción sistémica” en su fase actual de desarrollo.
2
La tendencia que visualizamos dice que esta actividad profesional tiende
a ser cada vez más convertida en un “coadyuvante indispensables” para el
enfrentamiento de una crisis social “crónica”. En este sentido, una especie de
“bifurcación estructural” en la modalidad de intervención profesional del
Servicio Social se está procesando. La misma se forma, por un lado, por su
actuación en la “reproducción de la fuerza de trabajo” estable e integrada a los
espacios más dinámicos del capital (su “demanda histórica”) y, por otro, su
trabajo – muy creciente, por cierto con las poblacionesexpulsadas” del
“orden global.
Podríamos decir que ambos vectores, cada cual a su manera, expresan
el refuerzo de los rasgos socialmente regresivos del actual cuadro civilizatorio.
Mientras por un lado se trabaja en la prestación de “buenos servicios”, “de
calidad”, para mantener la fuerza de trabajo necesaria” en niveles adecuados
a las exigencias del presente momento histórico, por el otro la intervención
profesional del Servicio Social se asocia con el aumento de las políticas
represivas del sistema, especialmente con la criminalización de la “cuestión
2
También pueden reducirse a la insignificancia social, sea por aisladas o por diluirse, por
pulverizarse, en un todo caótico”, reduciendo el trabajo profesional a un medio (alienado, por
cierto) de reproducción inmediata de un individuo que se encuentra cada vez s
deshumanizado, pero “empleado”.
11
social, paralelamente a la emergencia creciente de tendencias a la
“asistencialización” de las respuestas para la misma.
Así, tanto en el ámbito público estatal”, en el público no-estatal” de las
ONGs, como en las empresas privadas; sea inserto en procesos de trabajo en
“servicios sociales mercantilizados” (Salud, Educación, Previdencia Social,
etc.), o en el área de “recursos humanos de las empresas capitalistas, a partir
de la creciente adopcn de “criterios gerenciales” (de productividad y
flexibilidad) propios del capitalismo neoliberal que pesan cada vez más en la
definición de la orientación de su intervención, los dispositivos represivos del
“control social” son reforzados. Pareciera que por su propia “estructura” la
realidad tiende a restringir los “márgenes de maniobra” sistémicos; dicho
proceso se refracta particularmente en esta categoría profesional, reorientando
el sentido de su actividad, su instrumentalidad parafraseando a Guerra (2007),
hacia el miserable horizonte de “lo posible” que este “capitalismo senil” y en
“crisis estructural es capaz de ofrecer.
Por otro lado, como un tipo particular de trabajo profesional, en trazos
generales, esta categoría profesional ha corrido la misma suerte que el
conjunto de las actividades realizadas por la clase trabajadora” (la clase que
vive de la venta su única propiedad: su capacidad de trabajo). Precarización de
las condiciones del trabajo y desempleo de larga duración han sido trazos
definidores de la realidad socio-profesional en las últimas cadas. En este
sentido, la efectiva erosión actual de labase de sustentación socio-profesional
del Servicio Social” se mantiene, la tendencia será a que las condiciones de
posibilidad para construir respuestas profesionales críticas, colectivas y
“autónomas se vean dificultadas. En este sentido, las metamorfosis
contemporáneas del capitalismo afectan los márgenes de la “autonomía
relativa” conque cuenta este profesional para la realización de su trabajo.
Íntimamente relacionado con esto se encuentra el refuerzo considerable
los últimos años de la cooptación ideológica y política, tanto por medio de los
mecanismos de “alienación ideo-cultural”, como por la avalancha de “estímulos
materiales y promesas de éxito en un mundo que parece desmoronarse sin
pausa. Los espacios socio-laborales se constituyen en el eje de esta “nueva
cooptación” a tipo de inserción en el mercado de trabajo profesional. Dicha
expansión, a su vez, funciona como soporte de la “legitimación social” del
12
profesional, en la medida que alimenta la demanda del Servicio Social,
reforzando la utilidad social de esta actividad.
En síntesis, el cuadro societario contemporáneo presenta grandes
dilemas y enormes desafíos para los segmentos críticos del Servicio Social en
América Latina, entre los que destacamos las tendencias que buscan tornarlo
un administrador competente e eficiente desde el punto de vista técnico-
operativo de la barbarie contemporánea. Con la entrada del sistema en su
“crisis estructural”, dichas tendencias cobran fuerza y ganan espacios de poder,
presionando para restringir la intervención de esta categoría profesional a la
gestión de “lo dado”. El horizonte de la acción tiende a estrecharse, y se abre el
espacio para “naturalizar la estructura” del orden social.
Hemos procurado comprender las determinaciones fundamentales que
particularizan al Servicio Social en el capitalismo contemponeo en nuestra
América, como condición indispensable para responder a los actuales dilemas
y desafíos que enfrentan sus segmentos críticos. Re-constextualizar el Servicio
Social desde la “particularidad latinoamericana” puede tornarse una consigna
agregadora de los segmentos críticos de este ámbito profesional en América
Latina. Buscamos reunir aquí los que consideramos “dilemas y desafíos”
fundamentales del proyecto profesional crítico del Servicio Social
latinoamericano en estos “tiempos de barbarie”.
Puesto que la práctica profesional se encuentra atravesada por los
intereses en última instancia antagónicos de las clases sociales; y que el
ejercicio profesional es tensionado por las demandas contradictorias de dichas,
los segmentos de trabajadores sociales que asumen los intereses de la clase
que vive de la venta de su fuerza de trabajo se enfrentan con un verdadero
dilema existencial: el de que su “espacio socio-ocupacional” (fuente de su
“salario”) se encuentra determinado por las estrategias de “regulación social
que la clase hegemónica despliega para renovar la reproducción del orden
societario y, al mismo tiempo, dichos segmentos críticos no admiten y luchan
contra esta intencionalidad original que lo posiciona como un ejecutor (en
menor medida un formulador) de los dispositivos actualmente desplegados
para garantizar el control social.
Hemos partido de la premisa de que el análisis y la búsqueda de
comprensión de las “leyes” que constituyen la sociabilidad contemporánea
13
sería el camino adecuado y fértil para proyectar intervenciones - colectivas e
individuales, de largo, medio y corto plazo y alcances - orientadas a alimentar
procesos societarios más allá del capital. Con una escena histórica cerrándose
en las estrechas fronteras de la “inmediatez” y sin garantías sobre la conquista
de los objetivos propuestos, no queda más que continuar remando a contra-
corriente, pensando y renovando formulas que nos permitan seguir librando las
batallas necesarias y las urgentes.
14
CAPITULO I
EL CAPITALISMO CONTEMPORÁNEO Y LA PARTICULARIDAD DE SU
CRISIS
Varios autores importantes han afirmado que desde la crisis de 1970
hasta nuestros días, el capitalismo vive una nueva época histórica. La misma
se caracteriza por la activación de ciertos “límites absolutos”, “estructurales”,
que provocan un tipo de funcionamiento del sistema altamente inestable, de
forma permanente; esto es, el sistema se reproduce en medio de crisis
persistentes, cada vez más aguerridas y depredadoras. Dentro de la lógica del
orden social del capital, dichos “límites” emergentes no parecen conformarse
con ninguna respuesta, y los intentos por continuar ampliando su ambiente,
como vía para fugarse hacia delante respecto a sus propias crisis, lo vuelven
crecientemente destructivo en términos civilizatorios. Nos referimos al húngaro
István Mészáros, al norteamericano David Harvey y al egipcio Samir Amin.
Todos ellos, concuerdan que lo verdaderamente trágico” de esta
historia, es la comprobación factual de que existen actualmente condiciones
capaces de producir la “destrucción total”, histórico-concreta del mundo. El
hecho de que exista la posibilidad y la capacidad efectiva de destruir la
existencia humana en su totalidad, como resultado del propio “desarrollo de las
fuerzas humano-productivas” (aunque alienadas bajo la lógica del capital), no
debe ser naturalizado, ni considerado un dato menor. En este sentido, el
cuadro societario contemporáneo presenta rasgos definidos de regresión
civilizatoria”.
Diversos aspectos componen la llamada “crisis estructural” del capital;
entre los fundamentales, destacamos: su naturaleza “crónica”, esto es, su
carácter permanente, no ya transitorio o cíclico; la agudización progresiva de su
tendencia a la in-integrabilidad de la fuerza viva de trabajo, o sea, la tendencia
a prescindir cada vez más (aunque nunca completamente) del “trabajo vivo”;
las dimensiones alcanzadas por la incontrolabilidad “global”, general, de su
proceso socio-reproductivo junto a la amenaza que esto representa, una vez
que el potencial destructivo creado tiene la capacidad de terminar con la vida
en el planeta. Estrechamente ligado a esto, se despliegan los trazos
15
destructivos del sistema en su fase actual; esto es, se despiertan los instintos
predatorios del “capitalismo maduro” y en “crisis estructural”.
Para estos autores, estamos en un momento del desarrollo capitalista
donde se han agotado sus posibilidades de resolver sus crisis con “más
capitalismo”. Esto, bajo las actuales condiciones de reproducción socio-
metabólicas, no puede redundar hoy en otra cosa que una aceleración del
proceso de producción de barbarie. La profundización de la dinámica expansiva
del capital como respuesta para sus contradicciones, si bien tuvo momentos
progresivos conviviendo con momentos de barbarie, hoy, sin lugar a dudas, son
estos últimos los que se afirman históricamente.
En esta línea, subestimar o minimizar en el análisis los trazos
destructivos que la reproducción actual del sistema guarda y moviliza, además
de una mistificación muchas veces conveniente” y sabida, representa la
claudicación y resignación ante este orden social “exhausto”, aceptándolo
como lo único posible” lo que en los hechos, no hace más que rendirse a lo
humanamente depredador. En otras palabras, si la profundidad del problema
que tratamos es menospreciada; si se naturaliza el proceso de producción
destructiva actualmente imperante y se alienta el ajuste con el mismo, se opera
funcionalmente para el despliegue y la consolidación de las tendencias de
barbarización social. Este es el dilema” que presenta esta nueva fase del
capitalismo.
Según estos autores, estamos enfrentando una fase de reproducción
sistémica cualitativamente diferente a la que caracterizó la segunda pos-guerra,
la cual se basó en una expansión “saludable”, fundamentalmente a partir de la
reconstrucción de regiones enteras del mundo, desbastadas por la guerra.
Nuestros días fruto de esta nueva fase histórica revelarían “límites
estructurales” que imposibilitan una reproducción controlada del sistema del
capital. Ya no sería posible regular las “pulsiones” de la acumulación
interminable del capital se han liberado de toda atadura y no admiten mites
–, ni administrarlas “progresivamente”, de modo tal que puedan resultar en un
“avance civilizatório”. Más bien, la actual reproducción de las relaciones
sociales, bajo esta fase del capitalismo, se realiza redoblando sus cargas de
destructividad.
16
Podría decirse, en este sentido, que si bien el sistema no se modificó en
lo esencial, la entrada en su fase de “crisis estructural” delimita un suelo
histórico diferenciado, a partir del cual posicionarse proyectivamente. Algunas
décadas atrás, fue posible extraer “concesiones-conquistas” más o menos
significativas al capital (como por ejemplo, ciertos logros relativos en las
condiciones de vida de los trabajadores, derechos sociales), las cuales
resultaron de procesos de lucha social dentro de los límites capitalistas, que
luego se mostraron claramente reversibles.
Desde esta perspectiva, el capitalismo “históricamente ascendente” – de
acuerdo con la fisonomía y la composición específica de esa fase encontró
condiciones para realizar ciertas “concesiones”, para “asimilar dichas
conquistas; las integró funcionalmente a su reproducción ampliada,
transformándolas en “ventajas productivas” que renovaron las energías
dinámicas de su proceso infinito” de auto-expansión. Dichas ventajas”
también se mostraron reversibles, y a fines de 1960, comenzaron a funcionar
como obstáculos a la “libre acumulación del capital” (Cf. Mészáros; 2002).
De acuerdo con Harvey (2005), esta nueva fase del capitalismo revela
que la auto-expansión productiva dejó de ser una salida segura y tranquila para
“fugarse” de las contradicciones inherentes al desarrollo antagonista de la
acumulacn del capital. El estrechamiento de las posibilidades de encontrar
“salidas viables” obliga al sistema global a reaccionar contra cualquier tentativa
de limitar su despliegue. Toda tentativa de contener sus impulsos expansivos
deberá ser contrarrestada
3
. Según estos autores, el orden social del capital ha
ingresado en una fase reproductiva que se confronta con sus propios límites, lo
cual lo obliga a desmontar todos aquellos dispositivos que buscan administrar y
regular su desarrollo, es decir, que obstaculizan su “libre marcha triunfal”. Este
proceso se efeca a pesar de los enormes costos humanos que conlleva.
Es descartada, así, cualquier posibilidad de auto-imposición de límites
morales por parte del capital y sus agentes, que puedan actuar como un freno
3
Parece lícito pensar en una auto-expansión que genera, creciente, una pérdida del control de
la regulación del complejo societario como un todo. Mésros se refiere a ello con la expresión
“sombra de la incontrolabilidad”, entendida como una manifestación potenciadota de la “crisis
estructural del capital” en la contemporaneidad.
17
efectivo de las tendencias barbarizantes contenidas y férreamente desplegadas
en su actual fase reproductiva en escala mundial. Las programáticas
societarias que plantean la posibilidad de administrar satisfactoriamente, de
modo estable y duradero, las permanentes y cada vez más violentas
contradicciones sistémicas, en general, no pasan de episodios bien restrictos
en el tiempo. Lo que en verdad hoy se registra es que las reivindicaciones que
apuntan a modificar aspectos o condiciones estructurales, se tornan cada vez
más in-integrables, independientemente de cuan justas” o “urgentes” puedan
ser.
En esta línea de reflexión, no quedan dudas de que una de las
expresiones más dramáticas de la activación de los límites estructurales del
sistema (junto al desempleo estructural) es la “cuestión ambiental”, la cual no
encontracondiciones y posibilidades de resolución, ni de regulación seria, en
los marcos del desarrollo del capital. De este modo, cualquier reivindicación
que quiera confrontar los imperativos depredadores cada vez más acentuados
en el sistema, será tratada como obstáculo a remover de cualquier manera, con
los métodos más “adecuados” disponibles.
En este sentido, los autores concuerdan que otro límite fundamental que
expresa la crisis estructural de este orden social es el trabajo humano. Este, sin
dejar de ser el productor de la riqueza social (el sujeto de la producción),
debido a la profundización del capitalismo y sus contradicciones inmanentes,
hoy aparece cada vez s como “no-integrable”, pudiendo tornarse un
elemento “explosivo” para el funcionamiento sistémico: la fuerza de trabajo
humana, particularmente la “superflua”, se constituye como una contradicción
crucial de la actual reproducción sistémica, con nuevas particularidades.
Como sabemos, el capital se alimenta del trabajo vivo;
contradictoriamente, no puede dejar de ejercer sus “ajustes” necesarios sobre
éste a fin de garantizar el ritmo y la escala que el proceso de acumulación
demanda. Así, especialmente desde la gran crisis capitalista de la década de
1970, asistimos a la reversión de las conquistas relativas de la “clase que vive
de la venta de su fuerza de trabajo”, que se expresará como un proceso
monumental de regresión civilizatória para el conjunto del ser social, conocido
bajo el rótulo de políticas neoliberales. Dicho proceso de reversión, que exigió
18
el triunfo (a cualquier costo) del capital ante los proyectos societarios
alternativos, representa una respuesta sistémica a su crisis estructural.
En este cuadro nos preguntamos por posibles alternativas. Lejos de la
“perplejidad paralizante”, de la “inacción”, y más allá del “ideo-logicismo
voluntarista”, no buscamos aquí descalificar las luchas históricas de las clases
subalternas, o rechazar toda la experiencia acumulada, ni realizar un juicio
sobre la eficacia política concreta de la conquista de mejoras relativas para los
trabajadores dentro de los marcos capitalistas. Mas bien, tratamos de
comprender la modalidad actual de reproducción socio-metabólica del sistema
y sus niveles de subsunción del trabajo al capital. Dicho trabajo, sin dejar de
ser absolutamente necesario en determinadas proporciones,
contradictoriamente, parece ser “absolutamente” dispensable en otras.
La silueta contemporánea del sistema no puede disimular la presencia
sombría de la “in-integrabilidad”, como un momento constitutivo a largo plazo.
Si esto se confirma, con ello deberá hacerlo la crítica radical especialmente
un examen de las perspectivas integracionistas o regulacionistas”, que
guardan una concepción optimista sobre las posibilidades de administración
social de las fases ascendentes anteriores del capitalismo. Si se comparte esta
caracterización general y se confirman las tendencias históricas de la “crisis
estructural” y de la lógica crecientemente destructiva de la respuesta “posible”
del capital a la misma; si se acuerda que en el actual capitalismo en “crisis
estructural” las reivindicaciones por mejoras sustantivas crecientes para las
clases subalternas se tornan cada vez más in-integrables, debe acordarse de
que es necesario realizar una serie de replanteamientos teóricos, políticos y
organizativos de gran envergadura.
Finalmente, es importante marcar un riesgo inminente en este análisis,
con el cual deberá tenerse especial cuidado; o sea, debe tomarse distancia de
cierto evolucionismo lineal que ha permeado persistentemente el pensamiento
de las “izquierdas”, en cuando a la caracterización del funcionamiento del
capitalismo, cuando se enfatiza el hecho de que las crisis persistentes serían,
sin muchas mediaciones históricas, “posibilitadoras” (¿necesariamente?) de
“saltos civilizatorios”, de revoluciones sociales. En verdad, no existe garantía
alguna de un “final de la historia”, mucho menos de un final feliz; lo que existen
son procesos y posibilidades. Y las actuales tendencias de desarrollo socio-
19
histórico, más que aproximarnos (necesariamente) de la emancipación,
parecen conducirnos al abismo, pero la historia sigue abierta.
1.1. El socio-metabolismo del capital, su tendencia a la crisis y la
necesidad del “control social: un diálogo con István Mészáros
¿Cuál es la actual fisonomía societaria?; ¿cómo operan sus trazos
esenciales?; ¿qué formas de sociabilidad crea y reproduce ampliadamente?
Desde una perspectiva crítica, la comprensn efectiva del funcionamiento del
orden social sólo es posible aprehendiendo los procesos y las determinaciones
esencialmente presentes en su producción y desarrollo. Es en la historia
efectiva donde están las bases, los fundamentos, del acontecer social.
Este análisis de la sociedad capitalista contemporánea se centra en una
concepción del capital que no se reduce a los objetos materiales, a las riquezas
sociales. Entendemos al capital como una relación social peculiar,
históricamente determinada, que al imponerse (desigualmente) como relación
predominante en los marcos de la totalidad social, se torna una determinación
fundamental de la vida social en su conjunto, a través de la producción de
formas de sociabilidad correspondientes. En este sentido, el modo de
producción material de la vida social capitalista que es también una
producción social de la vida material , hoy consolidado y maduro a escala
mundial, es el “suelo histórico” real y concreto donde se sitúa nuestro análisis.
Partimos de la premisa de que sólo si se logran captar los procesos
efectivos que operan y definen el movimiento de lo real, podrán proyectarse
acciones estratégicas que puedan contrarrestar las actuales tendencias de
barbarización de la sociabilidad contemporánea. Esto significa que el examen
crítico de los elementos fundamentales que caracterizan la contemporaneidad y
la forma específica en que esta se expresa, es un presupuesto ineludible de
todo y cualquier proyecto societario que se precie de alternativo.
El capital: una relación social que no admite límites ni controles y que no
puede dejar de imponer los suyos
20
De acuerdo con Mészáros, está presente en la reflexión de Marx la idea
de que existe una lógica inmanente del capital, estrechamente articulada con la
categoría de totalidad. En varios momentos de su obra dirá este autor , el
crítico comunista se refiere al capital como una objetividad expansiva que
tiende a imponérsele a los hombres, a dominarlos. Para Marx, dicha lógica
inmanente del capital – que atraviesa y determina todo el sistema de relaciones
sociales, definiendo su específico socio-metabolismo – operaría como una
especie de segunda naturaleza ante los hombres, imponiéndoles modos
específicos de sociabilidad, de relaciones sociales, constituidos a partir de las
necesidades peculiares exigidas por los intereses del capital, a lo largo de sus
diferentes fases históricas.
Así, la relación social del capital tiene la peculiaridad de constituirse
como un poder sobre los propios hombres; una relación por ellos creada y que
se les vuelve en contra, los enfrenta como algo externo y opuesto que los
domina y los oprime. No es un tipo de relación estructurada de forma tal que
los productores se realicen”, sino que es una producción alienada, para otros.
La fuerza inmanente del capital empuja a los hombres, no hacia la realización
continuada de sus propios objetivos y finalidades, sino hacia su propio
incremento continuamente expansivo, en escalas cada vez más amplias e
intensivas. La gica inmanente del capital, fundada en su sed de valorización
permanente, exige y provoca su concentración y centralización, y obliga a sus
personificaciones a hacer todo lo que esté a su alcance para no “arruinarse”. La
lógica de la acumulación del capital, como fundamento motriz del orden
capitalista, determina fundamentalmente la vida social en el periodo histórico
en que su vigencia se objetiva.
No es por otro motivo que la ontología social marxiana, en tanto crítica
radical de la sociedad del capital, introduce como eje central del análisis la
comprensión de las determinaciones efectivas de lo real humano a partir de la
crítica del modo de producción propiamente capitalista de la vida social, el cual
posee una lógica peculiar que guía su desarrollo: la lógica del capital.
Comprender cómo la misma se efectúa en nuestra época permite identificar las
tendencias societarias actuales, y al mismo tiempo, posicionarse en el sentido
de su superación. Esta es la tarea que la historia le seguirá reclamando a la
crítica.
21
No obstante, es importante tomar cuidado con fetichizaral capital, con
convertirlo en una entidad teleológica” en sí mismo, con capacidad de
comandar finalísticamente el “destino” histórico de los hombres como ocurre
en las varias ontologías religiosas o metafísicas del mundo. La idea de una
lógica inmanente, s bien, expresa el peso determinante que el principio de la
totalidad asume en la reflexión marxiana; el peso que ejerce en la
determinación de sus complejos constitutivos.
Marx verifica que en la historia – una vez consolidado el modo de
producción capitalista, una vez afirmado como relación de producción
dominante ante las otras existentes el capital, por su lógica inherente, se
constituye como una fuerza que tiende a imponerse constantemente, que no
puede retroceder sino al costo de su ruina. Dicha lógica, que es peculiar y
estructura la relación social del capital, es entendida como inconteniblemente
expansiva, concentradora y centralizadora. Este principio heurístico sugiere
aprehender el movimiento del capital como el desarrollo de una tendencia que
se cierra cada vez más sobre sí misma; un sistema con vocacn de absorberlo
todo, cuya dinámica restringe cada vez más el espacio que queda “por fuera
del mismo”, y que no consigue “saciarse” jamás. Una forma específica de
organización de la vida social que se estructura a partir de un desgarro
fundamental, de una fractura que no logra curar verdaderamente, sino que
tiende permanentemente a reproducirla de forma más amplia. Esa es la
esencia, la identidad del capital, el trazo que caracteriza a su lógica inmanente.
Mészáros se detiene en esta idea para analizar los aspectos internos de
la misma. Dirá que esta lógica sistémica, que todo captura y a lo que todo debe
ajustarse, incluso y fundamentalmente los hombres – los cuales, según la
expresión de Marx, se transforman en meraspersonificaciones” del capital, en
interlocutores subordinados y obedientes al mismo –, ha actualizado sus
expresiones histórico-sociales con la entrada del capitalismo en su fase de
“crisis estructural”. Una de las expresiones más preocupantes, tiene que ver
con los riesgos actuales impuestos por lo que él llama la incontrolabilidad total
del sistema.
Según nuestro autor, la afirmación férrea de la lógica inmanente del
capital, en las actuales condiciones de reproducción sistémica, despierta los
peligros catastróficos de la incontrolabilidad para el conjunto de la sociedad.
22
Este proceso incontrolable, de pleno despliegue de la lógica del capital como
tal, es una premisa y un resultado histórico-concreto del propio progreso de las
tendencias capitalistas, del propio desarrollo” de este tipo histórico de
sociedad. El capital “en último análisis, es una forma incontrolable de control
socio-metabólico”, dirá Mészáros (Cf. 2002: 96; traducción nuestra).
“El capital jamás se sometió a control adecuado duradero o a una
auto-restricción racional. Este sólo era compatible con ajustes
limitados y, aún así, en tanto pudiese proseguir, bajo una u otra
forma, con su dinámica de auto expansión y de acumulación.
Tales ajustes consistían en sortear los obstáculos y resistencias
encontradas, siempre que este fuese incapaz de demolerlas (...)
En gran parte gracias a su incontrolabilidad, el capital consiguió
superar todas las desventajas que se le opusieran, elevando su
modo de control metabólico al poder de dominancia absoluta
como sistema global plenamente extendido. Sin embargo, una
cosa es superar restricciones y obstáculos problemáticos, y otra
muy diferente es instituir principios positivos de desarrollo social
sustentable, orientados por criterios de objetivos plenamente
humanos, opuestos a la ciega búsqueda de la auto-expansión del
capital” (Ídem: 101; traducción nuestra).
Desde su nesis histórica, el capital se presentó como una potente
fuerza totalizadora”, a la cual todo debe ajustarse y para lo cual no contaban
las consecuencias socio-ambientales que su afirmación y su progresivo
despliegue pudieran ocasionar. Desde esta perspectiva, el capital no es una
simple cosa material, sino una relación social peculiar e históricamente
determinada. No ha existido antes un sistema más absorbente que el actual,
que haya logrado reducir todo a sus imperativos de lucratividad. Un sistema
social de esta naturaleza, necesariamente tiende a escapar de todo control
humano, y a imponer su lógica expansionista a cualquier costo.
Así, la lógica que mueve al capital porta una tendencia que lo empuja a
superar permanentemente cualquier límite; su viabilidad productiva e histórica,
como orden social particular, depende de esto y no posee “reparos morales” a
la hora de escoger y emplear medios para alcanzar sus fines y realizar su
lógica totalizadora. Esta es una peculiaridad suya y un trazo esencial de su
forma de sociabilidad correspondiente. La potencia de esta estructura
totalizadora que es el capital, lo muestra el enorme vigor que ha demostrado su
proceso continuo y crecientemente expansivo, a lo largo de la historia. En este
sentido, dirá Mészáros:
23
“Es verdad que esta característica torna a este sistema más
dinámico que todos los modos anteriores de control socio-
metabólicos juntos. Sin embargo, el precio a ser pagado por ese
inconmensurable dinamismo totalizador es, paradójicamente, la
pérdida de control sobre los procesos de toma de decisión” (Ídem:
97; traducción nuestra).
Desde esta perspectiva, en el capitalismo, no sólo los trabajadores
pierden el control sobre el proceso social y se encuentran alienados del mismo;
también lo están los propios capitalistas, quienes se tornan meras
personificacionesdel capital. Estos últimos, detrás de la ilusoria libertad de
decisn que portan sus transacciones, de su disponibilidad de capitales, en
verdad, son meros representantes del capital; son sus “funcionarios”, y deben
subordinarse a las exigencias de la “valorización infinita”, si es que quieren
conservar sus privilegiadas” posiciones como poseedores de capital, como
propietarios capitalistas, como miembros de la clase “beneficiada” por el
sistema.
De modo que a los capitalistas, la lógica objetiva del capital se les
impone tan férreamente como a los trabajadores, a pesar de que los papeles
jugados sean antagónicos, y de que los primeros no tengan carencias
materiales elementales como los últimos. La clase formada por los propietarios
capitalistas debe, ante todo, obedecer a los imperativos de la acumulación del
capital. De no hacerlo, del mismo modo en que el moderno capitalismo hace
que todo lo lido se desvanezca en su aire, verán arruinado su negocio y
con ello su posición en la estructura asimétrica y antagonista de las clases
sociales constitutivas del sistema del capital. Los titulares de dicha clase, si no
se someten eficientemente a las exigencias colocadas por el despliegue de la
lógica del capital, dejarán de ser propietarios, dueños de “medios de
producción”, debiendo enfrentarse con el capital, relacionarse con el mismo,
como miembros del polo del trabajo, o sea, de los que no tienen otra propiedad
que su fuerza o capacidad de trabajo. Así, desde una perspectiva realmente
genérica, efectivamente universal, es correcto afirmar que los propios
capitalistas también son, a su modo, con su forma,esclavos del capital.
Mientras los trabajadores no pueden abandonar la “lucha” por mantener su
condición de existencia en , los otros no pueden dejar de hacerlo si quieren
24
conservar su condición de existencia como clase poseedora, dominante,
“beneficiaria”.
De esta forma, para el autor, con este modo de control socio-metabólico
específico que es el capital, se articula y se consolida una singular estructura
jerárquica de comando que define la “suerte” de los individuos sociales de
acuerdo a los lugares que estos ocupan en la misma. Por otra parte, dirá,
debido a esta peculiar modalidad fracturada, antagonista de organizar la
producción de la vida social del capitalismo, se establece un tipo de relación
entre economía y política inimaginable en periodos históricos anteriores, donde
el Estado moderno estaa su servicio desde el inicio para complementarlo de
manera indispensable en algunos de sus aspectos esenciales (Cf. ídem: 98).
El modo específico de control socio-metabólico del capital se expresa,
ante todo, como un “modo de control” de la “producción social de la vida
material” que establece una radical separación (indispensable para el capital)
entre la producción de los bienes necesarios y su control por parte de los
productores directos. Para este autor, de modo contrario que en las antiguas
comunidades llamadas “auto suficientes”, donde la producción se encuentra
dirigida principalmente hacia el consumo inmediato para la satisfacción de las
necesidades, o sea, donde se producen valores de uso” (puede pensarse en el
sistema feudal de la Edad Media), en las unidades económicas del capital” se
produce la pérdida de este vínculo más directo entre la producción material y
su control. Por otra parte, las dimensiones de tal disociación (la producción y su
control), expresa el avance del modo peculiar de control social del capital y de
sus posibilidades de moldear los procesos de sociabilidad (ídem: 101)
4
.
En la mayor oposición posible a las formas anteriores de comunidades
reproductivas (aquellos “micro-cosmos reproductivos” altamente auto-
suficientes), las unidades económicas propias del sistema del capital, no
buscan ni son capaces de autosuficiencia. Por primera vez en la historia, los
seres humanos se enfrentan a un modo de control socio-metabólico que, para
alcanzar su plena forma madura, tiende a constituirse como un sistema total,
global, demoliendo todos los obstáculos que aparezcan en ese camino. Por
4
A partir de estas premisas históricas, de la existencia de estas condiciones, se abrirá al
ritmo del “progreso” sistémico – la posibilidad de universalización del fenómeno de la alienación
y de los procesos de reificación de las relaciones sociales del capitalismo.
25
otra parte, los hombres se enfrentan a un poder que nace de ellos mismos,
pero se les enfrenta y los oprime bajo la forma de capital (Cf. ídem: 102).
Según Mészáros, la diferencia fundamental entre las unidades
económicas del capital y los “microcosmos reproductivos auto-suficientes”
consiste en lo siguiente: mientras que en los últimos la producción es para el
consumo directo, en los primeros, la necesaria distancia que deben guardar
esos dos momentos forman un “espacio” donde va a instaurarse un intercambio
de lo producido; dicho ámbito, se constituye como una (falsa) mediación que
articula aquellos momentos (producción y consumo) ya no inmediatos.
Este espacio de la circulación de lo producido, donde los diferentes
productos del trabajo van a intercambiarse, permite que el ciclo producción /
distribución-cambio / consumo, propio del capitalismo, se complete y
reproduzca como tal. La circulación, entonces, es el ámbito donde las
mercancías se realizan como tales, por lo tanto, es esencial para que el
proceso de “valorización” del capital se complete; para que la producción de
plusvalía, la extracción de trabajo excedente, se realice”
5
. Así, afirma nuestro
autor:
“Como sistema de control metabólico, el capital se torna el más
eficiente y flexible mecanismo de extracción de trabajo excedente
(...) es a que el sistema del capital constantemente redefine y
extiende sus propios límites relativos, prosiguiendo en su camino
bajo circunstancias que cambian, precisamente para mantener el
grado más alto de extracción de trabajo excedente” (ídem: 103;
traducción nuestra).
Allí se encuentra reflejada la verdadera vocación de nuestro orden
social, su razón de ser.
Con la relación social del capital consolidada como dominante, se
pierden las condiciones de cualquier unidad más o menos inmediata entre
ambos momentos esenciales de la vida de los individuos sociales; mas bien,
dicha unidad se torna crecientemente problemática, conflictiva y contradictoria.
Como consecuencia de ello, aparecen las llamadas crisis de realización de la
producción, que se expresan como per-producción o sub-consumo, las
5
La liberación de los límites de la auto-suficiencia son muy favorables a la dinámica expansiva
del capital. De otra forma el sistema no podría ser caracterizado como movido por la expansión
incesante y para la acumulación. Dirá Mésros: “Al librarse de las restricciones subjetivas y
objetivas de la auto-suficiencia, el capital se transforma en el más dinámico y más competente
extractor de trabajo excedente en toda la historia” (ídem: 102).
26
cuales representan un verdadero “absurdo” para una racionalidad diferente a la
del capital. De modo que, las contradicciones que brotan del despliegue de su
lógica inmanente pueden generar los fenómenos antes citados (súper-
producción”; “sub-consumo”), los cuales expresan la crisis de realización del
capital, cuya peculiaridad está en el hecho de que se producen en medio de la
miseria más salvaje de amplios contingentes humanos. He aquí la
irracionalidad desnuda haciéndose presente. ¿Existe, actualmente, una
paradoja más dramática que esta?
Según el filósofo húngaro, en el socio-metabolismo comandado por el
capital los límites (objetivos y subjetivos) impuestos por la auto-suficiencia
deben ser eliminados; sobre sus ruinas es preciso edificar concepciones
enteramente reificadas, fetichistas, como las que pueden verse reflejadas en la
mistificación que porta una noción como la de trabajo “libre” (contractual) propia
de la sociedad burguesa. Esta, contrariamente a la esclavitud y a la
servidumbre, “absolveríaal capital del ejercicio explícito de la violencia, de la
necesidad de apelar a una dominación forzada, ya que la “esclavitud
asalariada es internalizada por los propios trabajadores y no precisa ser
impuesta reimpuesta “externamente” por medio de una dominación política
peligrosamente explícita (a no ser en situaciones grabes de crisis)
6
.
Es importante destacar que si bien el proceso de superación de la
autosuficiencia permitió un enorme salto en la productividad del trabajo, el
proceso se realiza al precio de la rdida de control sobre el conjunto del
sistema reproductivo. Esto ocurre, efectivamente, por más que dicha “pérdida
de control” sea imperceptible por largo tiempo, solapada por la permanente
“fuga hacia delante” del capital respecto a sus contradicciones inherentes,
especialmente durante periodos de fuerte expansión.
En este sentido, para Mészáros, la historia del capital muestra que su
imperativo de intensificar cada vez más su auto-expansión redunda
paradójicamente en “pérdida del control” del proceso de “reproducción”
puesto que en cuanto sea posible sustentar esa expansión se podrá empujar
6
Al instaurar la figura del trabajador asalariado, “libre” y propietario de sí mismo, como la forma
específica a través de la cual se efectúan y recrean las relaciones de producción, la sociedad
del capital construye la apariencia de una igualdad sustantiva entre los individuos sociales.
Aunque su verdad esté apenas en el nivel formal, de la apariencia, dicha forma resul
indispensable para la consolidación y legitimación del orden social comandado por el capital.
27
para adelante la precipitación de las crisis, las que hoy, debido a las profundas
dimensiones alcanzadas, nos colocan ante la amenaza (fatal) de la
incontrolabilidad total. Por otra parte, en la contemporaneidad, parece que esto
se ve peligrosamente potenciado por la imposibilidad sistémica de producir un
nuevo movimiento expansivo satisfactorio, a la altura de las exigencias y
necesidades reproductivas actuales (Cf. száros; 2002: 104) y la restricción
de las energías agregadoras” del sistema, traducidas en la “crisis estructural
de la política” (Cf. Ídem; 2007).
Para este autor, los agudos problemas que actualmente presenta el
proceso de reproducción del orden social del capital deben ser entendidos
como claras expresiones de sus defectos estructurales, resultantes del
afianzamiento de este tipo específico de control socio-metabólico. El
capitalismo contemporáneo, en tanto metabolismo social altamente
desarrollado, demuestra cada vez menos posibilidades de admitir controles y
regulaciones duraderas; su sistema de contradicciones dificulta crecientemente
las posibilidades de administrarlo: un orden social que ve seriamente limitadas
sus posibilidades de regular sus conflictos y contradicciones – tal como lo
demostró en fases pasadas, donde consiguió salir satisfactoriamente de sus
crisis por la vía de expansiones del ambiente capitalista. Estos defectos
estructurales del sistema determinan la emergencia de conflictos que tienen su
raíz en aquella necesaria” (aunque falsa) separación mencionada, entre la
producción social y su control, así como entre la producción y el consumo,
donde se instala, como fue apuntado, el espacio intermediario (falsamente
necesario) de la circulación)
7
.
Desde esta perspectiva, la sociedad del capital no admite ni adecua
sus fronteras a ningún mite; más bien, tiende a superar permanentemente
todos los obsculos que se le presentan; a ampliar sus márgenes de
7
Mientras que para este autor la primera oposición delimita el campo de las clases sociales,
esto es, quienes son dominadores (explotación capitalista) y quienes son dominados
(explotados por y para el capital), la segunda se refiere a la desigualdad sustantiva en la
apropiación de la producción, donde el consumo más desperdiciador y alienante se contrapone
a la negación de las necesidades s elementales de millones de seres humanos en el
planeta; finalmente, el conflicto inherente a la circulación tiene que ver con la necesidad del
capital de expandir esta esfera, mas allá de las fronteras locales y nacionales, de modo de
formar una circulación global que de respuestas a las crecientes dificultades de “realización del
lucro”, presionado por la competencia inter-capitalista (ídem; 2002: 105).
28
maniobra; tiende a resolver sus crisis mediante la fugar hacia otros espacios
todavía no capturados, no saturados por su lógica inmanente”. Sin
embargo, dialécticamente, no puede dejar de reponer sus propios límites;
no puede eliminar las contradicciones inherentes a su lógica antagonista de
desarrollo. Como una “maldición”, su reproducción implica la reposicn de
sus límites inmanentes y los conflictos que hacen a su naturaleza; su
reproducción en escalas cada vez más ampliadas, no puede dejar de
reponer sus contradicciones inherentes de forma cada vez más potenciada.
Finalmente, basta resaltar que los obstáculos que actualmente el
sistema enfrenta para una reproducción más o menos armónica los
llamados “defectos estructurales , lejos de significar un funcionamiento
anómalo e inadecuado, son expresiones de la realización plena de sus
principios rectores. Esto es, sus actuales contradicciones tienen sus raíces
en los antagonismos que están en la base del sistema, los cuales se
potencian con la profundización de su desarrollo, aumentando la intensidad
y complejidad de las crisis.
1.1.1. Cuando la producción se torna destrucción
La producción de bienes como valores de uso, necesarios para
reproducir la vida, se distingue y contrapone a la producción como producción
de valores de cambio, o sea, para el intercambio en el mercado, siendo ésta
última la forma necesaria de la acumulación de riquezas. De modo que la
producción de bienes bajo el régimen capitalista es, primeramente, producción
de valores para el cambio en el mercado y no para la satisfacción inmediata de
necesidades; justamente, esto tiene que ver con la naturaleza del capital de
separar producción, de satisfacción inmediata de necesidades. La producción
bajo las relaciones sociales del capital no busca esencialmente la satisfacción
de las necesidades humanas; no se organiza en función de las mismas,
aunque toda “mercancía” para ser vendida, deba poseer un “valor de uso”; esto
es, debe corresponder con una necesidad del “estómago o de la fantasía”.
En el marco del capitalismo, la producción de bienes y servicios se
orienta, principalmente, en función de la venta de mercancías mediatización
necesaria para la valorización del capital adelantado , y la consecuente
29
realización de la plusvalía. El proceso de producción capitalista es, ante todo,
proceso de producción de plusvalía, la cual se torna ganancia efectiva una vez
que la mercancía es vendida en el mercado. Apenas así la plusvalía logra
“realizarse”, el capital logra cumplir sus expectativas y cierra su ciclo de
valorización. Un proceso productivo de tales características, que invierte
medios y fines, puede servir a la permanente elevacn y emancipación del
género, entendiendo por esto, la superación de las barreras naturales a través
de la satisfaccn creciente de necesidades.
No obstante, para que la producción pueda ser disociada de la
satisfacción inmediata de necesidades, esto es, para que el proceso de trabajo
engendre al mismo tiempo un proceso de valorización del capital invertido, es
prerrequisito ineludible que ocurra la mercantilización de la “fuerza de trabajo”,
o sea, la aparición del trabajo abstracto, trabajo simple, que, medido en tiempo,
determina el valor de una mercancía
8
. En otras palabras, para que emerja
socialmente la fuerza o capacidad de trabajo como mercancía, sus portadores
(los trabajadores) deben ser despojados de la propiedad de los medios de
producción; esto es, deben ser “liberados” de toda propiedad más allá de su
fuerza de trabajo, quedando obligados a tener que concurrir al mercado (de
trabajo) a vender su única propiedad su capacidad nerviosa y muscular, o
sea, su propia fuerza corporal como condición para la reproducción de su
vida y la de su familia.
Si la producción se limitara y rigiera por el consumo, por la satisfacción
directa de las necesidades (como en los sistemas antiguos), no habría crisis de
valorización del capital debido a su inactividad. La relación social del capital
subordina el “valor de uso” de los productos al “valor de cambio”; no los trata
separadamente, los combina “capitalisticamente”. Se instala una dinámica
social donde la producción se determina por la producción misma y en escalas
siempre crecientes, para bajar los costos unitarios y tener suceso en la
8
En la teoría del valor-trabajo de la economía política, el valor de una mercancía está dado por
el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla, o, lo que es lo mismo, por el tiempo
de trabajo socialmente necesario que ésta lleva acumulado, objetivado.
30
competencia, para así cumplir con los requisitos de la acumulación de riqueza,
que, bajo el ordenamiento capitalista, exige y supone todas estas condiciones
9
.
Una vez asentada la disociación entre producción y satisfacción de
necesidades sociales, o sea, cuando deja de producirse para el consumo
inmediato, y donde lo que importa es la venta efectiva del producto porque
lo de esa forma la plusvalía puede ser apropiada y servir para sucesivas
ondas de acumulación de capital , se abre la posibilidad de una producción
destructiva
10
. Esto ocurre cuando la producción social de la vida material deja
de responder a las necesidades sociales, abandonando su potencial
emancipador y civilizatorio, y pasa a estar comandada por la relación social del
capital y su lógica alienada de obtención “obsesiva” de lucros.
En sus Grundrisse, Marx desenvuelve la idea de que el consumo
creciente que el capitalismo naciente y expansivo impelía provocaba un
movimiento inherentemente humanizador, desde que diversificaba el complejo
de necesidades existentes creando otras nuevas, las cuales encontraban
posibilidades de satisfacción con el progreso de las fuerzas productivas
sociales. Este desarrollo de las fuerzas productivas (que no es reductible al
progreso científico-técnico, sino que involucra las capacidades y habilidades
humanas) se revela en permanente ascenso desde los primeros días del
capitalismo, por ser una condición necesaria de la reproducción ampliada del
mismo.
Ya en el Manifiesto Comunista de 1848 el mismo autor veía que la
burguesía, como la clase que encarna los intereses vitales de la sociedad del
capital, no podía desplegarse y afianzarse sin revolucionar permanentemente
las fuerzas productivas, caracterizando como civilizatorio este momento por
llevar a la superación de la escasez.
9
Aumentando la escala, tiende a disminuir el costo unitario de la mercancía, lo que brinda
posibilidades de suceso en la competencia en el mercado; esto, secundariamente se vincula
con la satisfacción de necesidades humanas, siendo la principal motivación la venta y
consecuente obtención de lucros capitalistas a partir de la apropiación de trabajo no retribuido,
esto es, de plusvalía.
10
La destructividad del capitalismo y su lógica se expresa desde el momento que subordina
valor de uso a valor de cambio. El consumo deja de fundamentarse en el uso y pasa a
depender del cambio. Del consumo por la necesidad se pasa al consumo por el consumo
mismo; un momento irracional cada vez más fuerte, que coadyuva con la reproducción auto-
destructiva.
31
Lo importante a resaltar aquí es la diferencia sustancial de nuestra
época histórica con el capitalismo observado por Marx, puesto que se han
procesado cambios sustanciales en las bases de reproducción del sistema a
partir de las metamorfosis que el mismo fue operando a lo largo de su
despliegue histórico. De modo que las condiciones necesarias a la
reproducción sistémica fueron unas en su fase competitiva y expansiva inicial,
se trastocaron y reformularon con el pasaje para la edad imperialista del
capitalismo, y hoy, en su etapa más avanzada de madurez y agudización de
sus contradicciones, son transformadas nuevamente. La idea de metamorfosis
expresa justamente la dialéctica entre transformaciones y continuidades, o
continuidades bajo otras formas
11
.
La variación estructural emergente en la actualidad de la sociedad del
capital responde orgánicamente por la agudización de las contradicciones
inherentes a su desarrollo, las cuales hoy han alcanzado tales proporciones
que la reproducción del sistema social se realiza al costo de negar la
humanización de cada vez más amplios contingentes humanos en el mundo; lo
que varios autores han convenido llamar “exclusión, y a lo que nosotros nos
estamos refiriendo como retorno de la barbarie.
De esto puede inferirse que el desarrollo de las fuerzas productivas de la
sociedad, que porta un potencial para la diversificación y ampliación de las
necesidades humanas y satisfacción a través de un consumo creciente, al
operarse, al estar subsumidas en la lógica capital y de su reproducción
ampliada (o acumulación) no redundan en un proceso de humanización
creciente, tal como Marx había proyectado como posibilidad del naciente
capitalismo. Hoy, en la época del capitalismo en crisis estructural, el desarrollo
de estas capacidades productivas socialmente adquiridas se vuelve contra la
propia humanidad, negando su usufructo a millones de seres humanos y
llegando incluso a poner en riesgo la propia vida en el planeta a partir de la
11
Un buen ejemplo de esto puede encontrarse al analizar el desempleo actual y su carácter
crónico, siendo que en los marcos de lo que llamamos el capitalismo en su fase expansiva,
cuando todavía no había agotado sus estímulos civilizatórios, el desempleo siempre se
presenta como momentáneo y susceptible de ser absorbido por nuevas ondas de inversiones
productivas del capital. Es ese el ciclo que parece haberse cerrado definitivamente con la crisis
estructural del capital.
32
depredación interminable de recursos naturales no renovables y la agresión
“suicida” al medioambiente.
Como fue notado, al capital no le interesa la producción en sí, sino más
bien, su auto-reproducción; hoy la misma, lejos de coincidir con una producción
genuina (aquella que humaniza al crear nuevas necesidades, mayor consumo y
mejor calidad de vida) se efectiva como una auto-reproducción destructiva que
deshumaniza más de lo que puede emancipar. Una alternativa racional seria la
reducción de las horas de trabajo, pero el tiempo libre también porta una carga
potencialmente explosiva: la posibilidad de suspenderse de la alienación. En
este sentido, lo que actualmente se conoce como “producción para el
desperdicio es una consecuencia de la profundización de tal lógica alineada en
el comando de la producción social.
En la obra ya citada de Mészáros, específicamente en el capitulo XV, se
desarrolla la idea de que la tendencia a una “tasa de utilización decreciente” de
los bienes y servicios se viene afirmando cada vez con más fuerza en el
capitalismo maduro. Como respuesta a su propia crisis, el mismo desarrolla un
conjunto de contra-tendencias que ya no apuntan tanto a aumentar
extensivamente la esfera del consumo al modo del mercado y consumo de
masas, propios de la fase fordista-keynesiana de la segunda pos-guerra –, sino
que estaría predominando una respuesta de intensificación del consumo, de
aumento de su profundidad recordando que ambas dimensiones no se
excluyen mutuamente, sino que se complementan, siendo que se observa una
primacía de esta segunda estrategia sobre la primera.
Siguiendo a este autor, podría pensarse que el capitalismo, como una
primera respuesta a su crisis de la cada de 1970, elabora una tendencia que
busca restringir los mercados de masas, concentrando el consumo en
determinados segmentos sociales y profundizándolo e intensificándolo. Lo
interesante aquí es que con esto se opera una transformación radical del modo
de reproducción del capital, la cual deja de realizarse por la vía keynesiana, y
pasa a hacerlo por la neoliberal. El sistema intentaría reproducirse dando
profundidad a los mercados más dinámicos alimentados por las fuerzas de la
33
competencia, creando y manteniendo una masa de excluidos del consumo y
lateralizados de la vida socio-política
12
.
Ahora, para que esto no provoque el colapso del sistema por una
crisis de sub-consumo, el capital desarrolla una contra-tendencia dirigida
para la producción de desperdicio, que de a poco pasa a convertirse en una
pieza fundamental del sistema en su edad madura. La misma consiste en
reducir la durabilidad de los productos, boicoteando la calidad de los
mismos si es preciso, para así aumentar la demanda, la circulación y el
consumo de mercancías. Al capital no le interesa la alta durabilidad, puesto
que restringe el consumo y lo desacelera. Por esto, en el capitalismo en
crisis estructural se acaba conformando una dialéctica irracional de
producción para el desperdicio, donde el segundo es el momento
predominante de la relacn. Este es el núcleo irracional y deshumanizante
de lo que llamamos producción destructiva
13
.
Contra-tendencias del capital a sus crisis y la producción de barbarie
“El sistema del capital se articula en una red de contradicciones
que solo consigue administrar medianamente y durante un corto
intervalo, pero no consigue superar definitivamente. En la raíz de
todas estas encontramos el antagonismo irreconciliable entre
capital y trabajo, asumiendo siempre y necesariamente la forma
de subordinación estructural y jerárquica del trabajo al capital, no
importando el grado de elaboración y mistificación de las
tentativas de camuflarla” (Mészáros; 2003: 19; subrayado y
traducción nuestros).
12
La solución para la crisis inherente al capitalismo en su edad madura (la súper-producción)
por la vía de la expansión del consumo civil, parece haber sido superada. Hoy, puede
apreciarse que el capital opta por expulsar fuerza de trabajo (a pesar de los riesgos de contraer
el consumo) y lo contrarresta con la caída de la tasa de utilidad y la producción destructiva.(Ver
Mészáros; 2002; Cap. 16.2.5: Pag.692). Es importante aclarar que esta tendencia capitalista
tardía de profundizar intensivamente el consumo, antes que expandirlo extensivamente, forma
parte del elenco de respuestas elaboradas por el capital para sortear su última gran crisis
global con centro en la década de 1970 (Ver Mészáros: 2002; Mandel: 1985; Harvey: 1982).
Desde entonces, según este pensador húngaro, el capitalismo se reproduce generando y
manteniendo una masa enorme de excluidos, los cuales son fundamentales para mantener
desarticulada la “vieja clase trabajadora”, neutralizando así la amenaza sistémica, logrando a
sumergir todo a la tiranía de lo “único posible” mediante la anulación de alternativas.
13
Son varios los autores que han colocado al complejo industrial-militar como el pilar
fundamental de esta producción destructiva y como el ejemplo más dramático e irracional de la
misma. El complejo industrial militar es la solución encontrada para la per-producción. Allí
pueden combinarse la máxima expansión con la tasa mínima de utilidad, superándose en la
práctica la distinción entre consumo y destrucción.
34
En su obra Más allá del capital, Mészáros caracteriza el actual contexto
mundial como una nueva época histórica que expresa la crisis estructural del
sistema capitalista. Estaríamos ante una “nueva fase del capitalismo” donde las
clásicas crisis cíclicas del sistema dejan de ser transitorias y pasajeras (como
en fases de “ascenso histórico” del capital), y pasan a ser permanentes,
constantes en el funcionamiento del sistema. Tal alteración en la naturaleza de
la crisis sería resultante de la agudización del funcionamiento contradictorio del
sistema y expresaría la activación de sus “limites absolutos”. En otras palabras,
el socio-metabolismo del capital en la contemporaneidad enfrenta un conjunto
de “límites absolutos que amenazan con sumergirlo cada vez más
profundamente en la crisis estructural”, lo que implica la constitución de las
formas de sociabilidad actuales (Cf. 2002: Cáp. 5).
La expresión crisis estructural evidencia la pronunciada restricción que
actualmente revela el sistema capitalista a la hora de evacuar
satisfactoriamente sus crisis cíclicas. Diferentemente de fases anteriores dirá
este autor –, su irrestricta dinámica expansiva se ha tornado un serio peligro
para el conjunto de la sociedad, una vez que las posibilidades de garantizar
mejoras en las condiciones de vida de las mayorías sociales (expresada en
leyes civiles y derechos ciudadanos) ha dejado de revelarse compatible con los
requerimientos del capital en su actual fase reproductiva. Esto significa que se
ha operado un cambio cualitativo en el modo por el cual la reproducción del ser
social se efeca.
El trazo más importante de la actual fase se constituye a partir del
conjunto de límites, obstáculos e imposibilidades sistémicas para “absorber e
integrar a crecientes contingentes poblacionales algo que había ocurrido en
el largo periodo inicial y durante todo su ascenso histórico” que, a lo largo y
ancho del mundo, flotan en una especie de “tierra de nadie social” y se han
tornado auténticos “inútiles para el mundo”. El conjunto de condiciones que
hicieron posible una “regulación” sistémica eficaz, especialmente con la
constitución de los llamados Estados de Bienestar Social, hoy se estaría
revelando inadecuado para las exigencias de la acumulación ampliada del
capital mundializado. He allí la sustancia de la actual crisis estructural del
capital y las consecuencias socialmente regresivas de sus respuestas.
35
Defendemos la tesis de que la variacn estructural emergente en la
actualidad de la sociedad del capital responde orgánicamente por la
agudización de contradicciones que son inherentes al desarrollo y la
universalización de su lógica – las cuales hoy han alcanzado tales proporciones
que la reproducción del sistema social se realiza al costo de negar la
humanización de contingentes humanos cada vez más amplios en el mundo.
Esta procesualidad, a la que muchos autores llaman exclusión social” y que
representa efectivamente una barbarización de la vida social, deja de ser
coyuntural para afirmarse estructuralmente en el funcionamiento del sistema.
Así, queda evidenciado como, bajo los actuales imperativos del capital, la
modalidad asumida por el proceso de reproducción del socio-metabolismo
refuerza sus trazos destructivos predatorios, los que se expresan en las formas
cada vez s violentas y barbarizantes que caracterizan la sociabilidad
contemporánea. Dirá el autor:
“Con el fin de la ascensión histórica del capital, las condiciones de
reproducción expandida del sistema fueron radical e
irremediablemente alteradas, empujando para el primer plano sus
tendencias destructivas y su compañero natural, el desperdicio
catastrófico. Nada ilustra mejor ese hecho que el “complejo
industrial militar” y su continua expansión [...]” (Ídem; 2003: 22;
traducción nuestra).
Desde esta perspectiva, podemos decir que la crisis estructural refleja la
inviabilidad histórica de la solución de la crisis (del capital) vía “evacuación
expansionista”; recurso exitosamente utilizado en fases anteriores. En las
actuales condiciones de madurez del sistema, las exigencias de la valorización
imponen la creación permanente de nuevos mercados para un consumo más
amplio y profundo que es a la altura del ritmo “febril” que la competencia
ínter-imperialista impone, resultantes de los necesarios y correlativos aumentos
de la escala de producción y de la productividad del proceso de trabajo.
La afirmación de tal dinámica crecientemente destructiva en el
funcionamiento del sistema, como expresión de esta nueva fase de
profundización de sus contradicciones, estaría refleja el agotamiento de sus
impulsos “civilizatorios”, de sus energías emancipatorias. Dirá este fisofo:
“En la situación de hoy, el capital no tiene más condiciones de
preocuparse con el aumento del círculo de consumo, para
beneficio del ‘individuo social pleno’ de quien hablaba Marx, sino
36
apenas con su reproducción ampliada a cualquier costo, que
puede ser asegurada, por lo menos por algún tiempo, por varias
modalidades de destrucción. Pues, desde el perverso punto de
vista del proceso de realización’ del capital, consumo y
destrucción son equivalentes funcionales” (ídem: 22; traducción
nuestra).
Estaríamos transitando por una nueva época social, abierta con la crisis
estructural del capital, que es resultante del desarrollo y la profundización de la
lógica antagonista inherente a este sistema. Una época donde se tornan cada
vez más evidentes las dificultades que el orden social enfrenta para
reproducirse; donde las “salidas” que puede ofrecer a sus crisis, se tornan más
restrictas, más limitadas. Estamos ante una realidad social que, lejos de
acercar al género a su realización plena, parece conducirlo hacia el abismo”
14
.
En otras palabras, podríamos decir que la escena social que el
capitalismo en su fase de “crisis estructural” nos ofrece es, como mínimo,
asustadora; su trazo más contradictorio radica en el hecho de que la
productividad creciente del trabajo que hoy alcanza niveles inéditos en la
historia humana, superiores a cualquier otra época histórica – no se dirige
hacia el logro de niveles más elevados de humanización, de civilización, a la
diversificación y satisfacción de las necesidades del conjunto de los individuos
sociales; más bien, el gigantesco desarrollo de las fuerzas productivas operado
por el capitalismo se constituyese como un proceso creciente de destructividad.
Esta modalidad peculiar asumida por el proceso de reproducción social,
resultante de la profundización de su propia lógica y que afecta de diversas
maneras a poblaciones cada vez más extensas, sin dudas, es el núcleo
irracional más dramático y cruel de nuestra época; a través de ella, se expresa
claramente la primacía de la naturaleza destructiva asumida por el proceso de
la producción social de la vida material en la fase madura del capitalismo.
En este cuadro, según el autor, el desempleo se constituye como una
de las expresiones más traumáticas de la “crisis estructural” de la sociedad del
capital; se consolida un tipo de desempleo que es estructural – como un “saldo”
14
Este hecho se revela verdaderamente trágico si se tiene en cuenta la existencia efectiva y la
disposición del actual potencial de destrucción, el cual fue producido en el último siglo, al calor
del “desarrollo” del orden social capitalista. Dicho potencial destructivo que, como sabemos,
llevado al límite, es capaz de acabar con el conjunto de la vida humana, de extinguir la especie,
se expresa también en el progresivo “descontrol” ambiental resultante de la depredación infinita
de recursos naturales y la agresión suicida al medio ambiente.
37
inevitablemente trágico de la actual época societaria. De modo que la
particularidad del desempleo contemporáneo debe buscarse en las
determinaciones que permiten el pasaje de una fase anterior a otra; de un
periodo de acumulación tranquila y evacuación expansionista de las crisis,
hacia otro de desempleo crónico, como expresión de la crisis estructural.
En la raíz de la emergencia de este fenómeno – de este “limite absoluto”,
“estructural” está el hecho de que para enfrentar las exigencias de la
acumulacn y de la expansión lucrativa al calor de una competencia inter-
monopolista cada vez más feroz, el capital globalmente competitivo tiende a
reducir a un mínimo lucrativo el tiempo del trabajo necesario (el costo del
“trabajo” para la producción), y así, necesariamente, tiende a transformar
trabajo en fuerza de trabajo superflua (ahora estructuralmente). Esta respuesta
del capital a su crisis estructural, al final, acaba produciendo recesión, puesto
que el deterioro de los términos del salario reduce la esfera del consumo y se
precipita nuevamente la crisis de súper-producción.
En este sentido, diferentemente de la época de Marx, la regresión
civilizatoria que hoy nos interpela que supera en determinaciones a la
anterior, aunque sin romper con su esencialidad tiende a asumir un carácter
permanente y estructural. En este cuadro, la tendencia a la producción de la
barbarie expresa la crisis estructural del capital, y la sociedad se ve obligada a
convivir con ello como con una “enfermedad” crónica, “incurable”. Mistificando
sus determinaciones y omitiendo los antagonismos y nudos irracionales del
orden social, la crisis estructural es naturalizada en el plano ideológico.
Enseguida, el proceso de barbarización de la vida social es naturalizado,
interdictando las neas reflexivas que puedan venir a contestar, con grados
importantes de radicalidad, dichos procesos.
Por esto, puede afirmarse que el desarrollo de las fuerzas productivas de
la sociedad – que en términos de ampliación y diversificación de necesidades y
de construcción de las condiciones materiales para su satisfacción es portador
incontestable de un potencial civilizatorio fundamental –, al efectuarse bajo los
imperativos del capital y su reproducción ampliada, no redunda en un proceso
de humanización creciente ni de “progreso indefinido” pregonado por el ideario
burgués (aunque relativamente posible en la fase de ascenso histórico del
capitalismo). Hoy, al contrario, las enormes capacidades productivas
38
desarrolladas por la sociedad se vuelven contra la enorme mayoría de la
población del planeta, a la cual se le niega la posibilidad de usufructuarla. El
desarrollo de esta estas tendencias sismicas, considerando el potencial
bélico acumulado paradigma de un capitalismo afirmado en la producción
destructiva –, ha llegado, por primera vez en la historia, a poner en riesgo
efectivamente la propia existencia de la especie en el planeta.
Desde esta perspectiva, entendemos que es la afirmación férrea de la
lógica alienada que comanda los actuales desarrollos tecno-productivos: la
lógica del lucro, de la “acumulación interminable de capital”. Es esa lógica la
que hace que aquél potencial humanizador, aquel “motor civilizatorio” al que
Marx se refiriera en los Grundrisse de 1857-58, se convierta en un verdugo”
para cada vez más amplios segmentos de la sociedad, los cuales están
permanentemente en riesgo de ser desechados por no-necesario para el
capital; hablamos de los millones y millones de “inútiles para el mundo” que
pueden tornarse una amenaza si no son adecuadamente dispersados” y
políticamente desorganizados, verdaderos “residuos humanos” del sistema.
Producción destructiva y naturaleza
Los cálculos estiman que si es universalizado el patrón de consumo
actual de los Estados Unidos el costo sería el agotamiento, más tempranos que
tarde, de los recursos ecológicos del planeta. La “omnipotencia tecnológica”,
uno de los vástagos fundamentales del capitalismo, que no admite límites y
cuyo alcance ha logrado instalar el peligro de la destrucción total”, hoy se
enfrenta con ciertos “limites naturales” que impiden su despliegue infinito.
La producción destructiva es una característica esencial de la actual fase
capitalista, sea en función de guerras o de producción de mercancías. En
términos ideológicos, ambas dimensiones son legitimadas desde una narrativa
con eje en “lo inevitable”, desde un “pensamiento único”, donde “lo posible”
aplaza cualquier alternativa. Por el lado de la producción, a través de las
ventajas del crecimiento económico; ya por el de la destrucción, a través de la
necesidad de éxitos militares en función de la seguridad nacional y la
39
manutención de los negocios
15
. El resultado de todo esto es el refuerzo de la
potencialidad explosiva de tales contradicciones (Cf. Mészáros, 2002: 987).
La comprensión que Marx tiene del desarrollo de estas contradicciones
medulares del sistema, lo llevan a afirmar que es preciso una reestructuración
radical de la procesualidad espefica del socio-metabolismo del capital, esto
es, de la organización del control entre los propios hombres y la peculiar
modalidad de ejercitar el intercambio con la naturaleza. En el capitalismo, dirá
Mészáros, puesto el modo alienado que asume dicho intercambio y el control
social, las fuerzas de la naturaleza son puestas en movimiento de forma ciega
y fatalmente auto-destructiva. En este sentido, no es en discusión solamente
si el actual crecimiento puede ser controlado o no, sino, fundamentalmente,
qtipo de control social deberá crearse para superar la forma del control del
capital.
En este marco, debe situarse el debate sobre la ciencia y la tecnología,
sobre su funcionalidad y sus raíces sociales y políticas. No se trata de discutir
si utilizaremos o no los productos del desarrollo de las fuerzas productivas
creadas por el capitalismo para resolver problemas de una sociedad
alternativa, s bien, se trata de ver si seremos o no capaces de re-
direccionarlas radicalmente, puesto que hoy se encuentran estrechamente
determinadas y circunscriptas por las necesidades de la perpetuación del
proceso de maximización de las ganancias (Cf. ídem: 989).
Crisis del “mundo del trabajo” y el desempleo estructural
Un trazo determinante de la contemporaneidad del capitalismo maduro
es dado por la tendencia (inherente a la naturaleza del capital) a su
crecimiento y concentración dentro del sistema global, y su siempre creciente
articulación con la ciencia y la tecnología para garantizar tal finalidad. Es
justamente esa dinámica la que, contradictoriamente, tornó anacrónico el tipo
de subordinación socio-estructural del trabajo al capital propio de la fase
anterior, de “ascenso histórico” del sistema. Esto significa que las formas
15
Ver Nota: Bush pide más dinero al Congreso de EUA para mantener las posiciones en la
guerra contra Irak (en www.pagina12.com.ar, 22/10/2007).
40
tradicionales “jerquico-estructurales” relativas a la división funcional del
trabajo correspondiente a la fase “fordista-keynesiana” del capitalismo, tienden
a desintegrarse bajo los impactos de las nuevas necesidades de la
acumulacn ampliada del “capital” y la siempre creciente socialización del
“trabajo” (Cf. ídem: 990).
Veamos algunas implicancias de estas transformaciones en el “mundo
del trabajo”:
1. En el “capitalismo maduro” se produce una mayor
vulnerabilidad de la organización propiamente industrial contemporánea,
comparada con la del siglo XIX y buena parte del XX. Los propios
avances tecnológicos permiten que menos trabajadores puedan producir
grandes paralizaciones de la producción.
2. Por otra parte, la inter-dependencia entre ramos cada vez
más diversos de la industria, al modo de un sistema ajustado de partes
interdependientes, exige crecientemente “garantíaspara la continuidad
de la producción; éstas, que en algún momento funcionaron como
“ramas periféricas”, son superadas por el dominio de los monopolios y
oligopolios. Así, las complicaciones de la producción industrial se
esparcen rápidamente afectando a todo el sistema.
3. El volumen de “tiempo disponible o “superfluo” crece
constantemente, tornando cada vez más arduo mantener en la
desorganización política y la “ignorancia apática” a amplios segmentos
de la población “excluida del funcionamiento del sistema. La
precarización de las condiciones de vida de importantes segmentos de
intelectuales, que ven seriamente imposibilidades sus aspiraciones
profesionales de empleo, agudizan este cuadro y la tradicional
subordinación de la mayoría de los intelectuales a la autoridad del
capital comienza a ser cuestionada.
4. El trabajador-consumidor que ocupa un importante papel
para la manutención del curso tranquilo de la producción capitalista
permanece “extraño” ante la definición social del control” sobre la
producción y la distribución.
5. El capitalismo contemporáneo, en tanto sistema económico
mundialmente articulado, contribuye para la erosión de las estructuras
41
tradicionales de estratificación y control social (y político) históricamente
formadas en los diferentes lugares del mundo. Síntomas presentes de
una crisis de hegemonía, expresada en la crisis del Estado “ampliado”,
de “bienestar social”, son los varios estallidos sociales y procesos
revolucionarios de las últimas décadas en curso a lo largo y ancho del
globo. La crisis estructural del sistema y el proceso de descomposición
de las formas de control social tradicionales que desata no parecen estar
acompañados por un nuevo sistema de control efectivo y adecuado a
escala mundial.
El desempleo actual es, ante todo, un fenómeno particularmente
contemporáneo, en el sentido de que sus procesualidades determinantes
específicas difieren en alguna medida de aquellas correspondientes a fases
anteriores del sistema-mundo del capital. Es sabido que el desempleo ha
convivido con el capitalismo a lo largo de toda su historia, desde sus inicios
hasta nuestros días; pero lo que ha cambiado sensiblemente son las
posibilidades de reabsorcn de estos crecientes segmentos sociales
“excluidos” del llamado “mundo del trabajo” (formal) del capitalismo en otras
esferas del sistema. De modo que, lo que está en cuestión a la hora de abordar
el problema del desempleo contemporáneo es la capacidad objetiva del
sistema mundo del capital de re-absorber las amplias masas de trabajadores
que ya no son demandados, que ya no son necesarios, para el proceso de
producción de mercancías.
Se trata de interrogarse acerca de las condiciones históricas objetivas
presentadas por la contemporaneidad capitalista para concretar un proceso de
crecimiento económico lo suficientemente sólido como para re-absorber el
desempleo actual. De todas formas, las últimas décadas evidencian que
crecimiento económico no es incompatible con desempleo creciente; más bien,
podría decirse que los altos niveles de desempleo generados sirvieron como
palancas fundamentales para la recuperación de los ritmos de crecimiento
económico y de las ganancias capitalistas. Sucede que, di Mészáros, en
tanto el desempleo estuvo asociado al crecimiento económico y al desarrollo
tecnológico fue fácilmente asimilado por el conjunto de la sociedad como un
fenómeno inevitable y pasajero, que expresaba los conflictos propios de una
etapa de transición hacia una fase superior de modernización y progreso social.
42
Según este autor, mientras el desempleo estuvo asociado con los
sectores menos desarrollados de una sociedad en transición hacia un estado
más evolucionado, fue relativamente simple justificarlo como parte de los
“costos no deseados” de todo proceso de modernización social; o sea, se
tornaba relativamente simple justificar el desempleo desde discursos de
modernización-conservadora y responsabilización individual por la “propia
inutilidad” para adecuarse a un mundo en transformación permanente, en
“ascenso histórico”. No obstante, una vez que la euforia inicial del progreso y
del crecimiento infinito se estanca; cuando los millones y millones de
“desafortunados”, victimas “inevitables” de un futuro brillante de consumo para
todos, lejos de reducirse progresivamente parecen instalarse en las estructuras
del sistema, el problema aparece en su real dimensión y profundidad. En este
sentido, dirá nuestro autor:
“Fue sistemáticamente ignorado el hecho de que la tendencia de
‘modernización’ capitalista y el desplazamiento de una gran
cantidad de trabajo no calificado, a favor de una cantidad bien
menor de trabajo calificado, implicaban en ultima instancia la
reversión de la propia tendencia: o sea, el colapso de la
‘modernización’ articulado a un desempleo macizo. Este hecho de
la mayor gravedad simplemente debía ser ignorado, puesto que
su reconocimiento es radicalmente incompatible con la continua
aceptación de las perspectivas capitalistas de control social. Pues
la contradicción dinámica subyacente que conduce a una dstica
reversión de la tendencia de ningún modo es inherente a la
tecnología empleada, sino a la ciega subordinación tanto del
trabajo como de la tecnología a los devastadores y estrechos
mites del capital como arbitro supremo del desarrollo y del control
social” (ídem: 1004; traducción nuestra).
De este modo, el “nuevo” desempleo emergente, que es resultante de la
subordinación de la modernización tecnológica y productiva en curso a los
imperativos cada vez más estrechos de la lucratividad de la expansión del valor
de cambio, se constituye como un indicador de la profundización de la actual
crisis estructural del capitalismo (Cf. ídem: 1005). Por lo tanto, muy lejos de ser
un subproducto pasajero del crecimiento económico acelerado, su naturaleza
responde al estrechamiento cada vez mayor de los márgenes funcionales del
sistema. No se trata del subdesarrollo de algunos segmentos sino de la crisis
estructural del capital; no nos enfrentamos con el problema de la “inutilidadde
individuos que encuentran dificultades para adecuarse rápidamente a los
43
cambios, sino con una férrea y necesaria tenencia a la “expulsión” de
significativos segmentos sociales que se han tornado “superfluos” para el
proceso de reproducción de las relaciones sociales capitalistas tendencia
esta que, desigualmente, afecta al conjunto de la “fuerza de trabajo” disponible,
esto es, al conjunto de los que no tienen otra forma de reproducirse sino es
vendiendo su “capacidad de trabajo”.
La “naturaleza” de la crisis actual
Podríamos pensar junto con Mészáros, que las novedades históricas de
la crisis actual se expresan en cuatro vectores fundamentales, a saber: su
carácter general, universal, en el sentido de que no se restringe a una esfera
particular (financiera, comercial, etc.); su alcance efectivamente mundial, no
restricta a un grupo reducidos de países; su escala extensa de tiempo, en el
sentido de que es permanente en lugar de cíclica; y, el hecho de que su
modalidad de despliegue sea el “arrastre” aunque esto no puede llevar a
suponer que violentas convulsiones sociales y políticas deban necesariamente
ocurrir en diferentes espacios del sistema socio-metabólico, especialmente
cuando la compleja maquinaria activamente empañada en la “administración de
la crisis” y en la “evacuación” más o menos temporaria de las crecientes
contradicciones pierdan su energía y eficacia (Cf. Mészáros; 2007: 107).
De acuerdo con este autor, en rminos generales, una crisis estructural
afecta la totalidad de un complejo social en todas las relaciones con sus partes
constituyentes, como también a otros complejos a los que se encuentra
articulada. A diferencia de una crisis no-estructural, que afecta sólo a algunas
partes el sistema y no pone en riesgo la sobre-vivencia de la estructura
general. Así, la evacuacn” de las contradicciones que forman las crisis sólo
es posible cuando éstas fueran parciales, manejables al interior del sistema,
precisando de algunas reformas para seguir adelante. Las crisis estructurales,
por naturaleza, ponen en cuestión la propia existencia del complejo global,
exigiendo su superación o sustitución por algún complejo alternativo. De modo
que una crisis estructural no expresa límites inmediatos encontrados por el
sistema en su reproducción; mas bien, encarnan los límites últimos de una
estructura global (Cf. ídem: 107).
44
Es fundamental partir de reconocer las diferencias entre tipos o
modalidades de crisis. Una crisis social puede ser coyuntural y periódica, o
puede expresar problemas fundamentales. Esta diferenciación es esencial
puesto que delimita el campo de las contra-tendencias que deberán ser
formuladas para enfrentarla. Evidentemente, respuestas coyunturales para
crisis fundamentales redundarán en intervenciones limitadas, parciales y
restrictas.
No obstante, esa distinción no expresa los diferentes niveles de
gravedad de una u otra; una crisis coyuntural, también, puede
tranquilamente ser devastadora en términos de humanidad. De la misma
forma, por el otro lado, el carácter “no explosivo” de una crisis estructural
prolongada (una crisis sin fuertes “tempestades”) puede construir la ilusión
de una “estabilidad permanente” del capitalismo organizadoy la eterna”
integración de la clase trabajadora, tan predicadas por los abordajes
“reformistas”. Esta modalidad gradual, más “silenciosa”, de expresión de la
crisis puede llevar a creer en una estabilizacn relativa” infinita del
sistema, que muchas veces fortalece a tendencias defensivas, más o
menos paralizadoras. En verdad, la diferencia esencial entre estas radica en
que esta última puede encontrar resolución dentro de los parámetros del
propio sistema, mientras la otra no.
1.1.2. La crisis estructural del capital y las formas adecuadas de control
social”
Es importante aclarar que por control social entenderemos, junto a
Mészáros, no tanto un proceso unilateral de predominancia continua de un polo
de la contradicción (por ejemplo, el capital) sobre el otro (el trabajo), el cual es
“objeto pasivo” de la opresión. Más allá de los análisis lineales, pensaremos la
cuestión del control social en el capitalismo (especialmente en el
contemporáneo) en el marco del proceso constitutivo y constituyente con base
en las “luchas de clases”, cuyos resultados históricos determinados siempre
son provisorios y nunca eternos – definen la fisonomía societaria en cada
época y coyuntura. En ese sentido, el tipo y la modalidad asumida por el
“control social” es aquí comprendido como resultante histórico-concreto del
45
proceso dinámico y conflictivo de producción-reproducción de las relaciones
sociales instituidas. Así, más que preguntarnos por la necesidad o no del
control y sus funciones, nos preocupa la naturaleza de ese “control social” hoy,
y los dilemas que surgen al abocarse a su crítica.
No se trata de argumentar sobre si estamos o no ante una crisis
“terminal” del sistema capitalista, sino más bien de alertar sobre el hecho de
que las crisis, bajo los actuales parámetros societarios, son incontenibles
16
. La
pregunta fundamental es si habrá o no válvulas adecuadas y suficientes para el
alivio de las tensiones crecientes esparcidas por todo el mundo.
El proceso tendencialmente creciente de polarización social en curso a
escala planetaria, expresa la actual crisis estructural del sistema. Ante la
misma, se instala la preocupacn por la reproducción adecuada del orden
social, para lo cual es imprescindible operacionalizar una serie de instrumentos
y dispositivos destinados a mantener y perpetuar determinadas relaciones
sociales. Las ultimas tres décadas, marcadas por la respuesta (neoliberal) del
capital a su propia crisis, registran una recomposición importante del poder de
los lucros en la sociedad global, así como su predominio sobre el conjunto de
las esferas de la vida humana. La cada de 1990, particularmente, evidencia
la mundialización efectiva de la hegemonía capitalista, afianzando la fase
“madura” del sistema.
La respuesta del capital a su propia crisis de mediados de 1970, que
implicó una profunda redefinición del funcionamiento sistémico en su conjunto,
se reveló sumamente eficaz en la recomposición de algunos aspectos
fundamentales del orden social del capital, especialmente en relación con la
recuperación de las tasas de lucros del capital globalizado”. El capitalismo,
una vez desmoronado el proyecto socialista de la Unión Soviética, se afirma
como “el” orden social “natural”, victorioso, como el mejor y más apto. El
dominio de este último se mostró tan amplio y consolidado en esta década que
se llegó a hablar del fin de la historia”; de la llegada del reino “puro” de los
negocios capitalistas, sin interferencia “político-ideológicas”, sin luchas de
16
Resulta sumamente preocupante el hecho de que el discurso científico oficial se incline
siempre a huir de la explicación profunda de estas contradicciones, permitiendo que las mismas
sigan su “libre curso naturaly el sistema se aproxime a una forma de su reproducción con un
funcionamiento cada vez más violento, más salvaje y barbarizante.
46
clases. Al menos por un momento, buena parte las clases poseedoras llegaron
a imaginar una acumulación interminable, acelerada y tranquila, de su capital a
escala global.
Sin embargo, como las ilusiones no son capaces de resistir el embate de
los hechos históricos, nuevamente la crisis se precipitó, y esta vez lo hizo con
grados más agudos de radicalidad y violencia. La misma evidencia
palmariamente no sólo la crisis definitiva del modelo de acumulación y de
dominación, propio de la segunda pos-guerra, con crecimiento económico
tranquilo, modernización y progreso social, sino también de su ideología
característica y complementar. El proceso real de restricción democrática que
caracteriza la fase neoliberal del capitalismo; el aumento de las protestas y
conflictos sociales y las violaciones crecientes a los derechos humanos
expresan el reforzamiento de los rasgos y tendencias más controladoras y
represivas del funcionamiento sistémico. El neoliberalismo, muy lejos de
significar mayor apertura, mayor democratización y ampliación de los márgenes
de libertad para el conjunto de la sociedad, se materializó como un re-ajuste
severo y necesario de sus dispositivos de control social y de sus “válvulas de
escape”. Los actuales ajustes en las modalidades del “control social”, así como
las tendencias restrictivas que los soportan, expresan amargamente la
presencia de límites absolutos para el sistema y las consecuencias que deben
esperarse de la profundización de sus contradicciones.
De acuerdo con Mészáros, puede verse claramente la importancia
primordial que cobra la cuestión del control social en una formación social
contradictoria y antagonista como es la capitalista, puesto que dicha “función”
se encuentra “alienada” del cuerpo social y es transferida al capital lo que le
posibilitó reunir a los individuos y organizar sus relaciones bajo un patrón
jerárquico-estructural y funcional, de acuerdo con la mayor o menor
participación de éstos en el control de la producción y de la distribución de “la
riqueza”.
Sin embardo, dirá este autor, la tendencia objetiva inherente al desarrollo
capitalista trae consigo, en todas las esferas, resultados opuestos a los
intereses del capital. Su funcionamiento y despliegue contradictorio hace que
dicho “poder de control” tienda a ser re-transferido al cuerpo social, por s
que sea de una forma irracional, resultante de la propia irracionalidad del
47
capital. La contradicción se manifiesta crudamente a partir del proceso de
“pérdida efectiva de control” y de la forma vigente de control socio-metabólico:
el capital, el cual no puede dejar de ser control, puesto que es una forma
alienada del cuerpo social (Cf. ídem: 991).
El poder del capital, lejos de haberse agotado, se fortaleció en las
últimas tres cadas; sin embargo, parece no encontrar condiciones
“adecuadas” para continuar expandiéndose. Según este autor, la
contemporaneidad del capitalismo demuestra que sus contradicciones objetivas
encuentran cada vez mayores dificultades para poder ser contenidas, ya sea
por medio de la represión lisa y llana, sea por medio del suave disciplinamiento
de las políticas burguesas de concesiones y “consensos”. El sistema tendería a
una crisis del “control social” sin precedentes y de alcance mundial, ante la cual
no parece existir solución contundente a la vista.
La relación social del capital librada a sí misma, puesto que opera sobre
la estrecha base del interés individual (la guerra de todos contra todos), es un
“modo de control” por naturaleza incapaz de crear un modo adecuado y
racional de control social. Tan pronto se logran colocar algunos instrumentos
para contener los peligros s devastadores que su desarrollo produce (por
ejemplo, la amenaza de destrucción nuclear o la destruccn irreversible del
medio ambiente), por sus propios impulsos expansivos, el capital buscará
superarlos. En este sentido, un trazo esencial de la fase capitalista
contemporánea esdado por la creciente imposibilidad de imponerle límites.
Más que en cualquier otra época histórica, el funcionamiento del capitalismo
contemporáneo tiende a tornar inviable los intentos de racionalizarlo, de
administrar duraderamente el despliegue de sus tendencias destructivas. Bajo
los actuales parámetros societarios del “capitalismo maduro” la planificación
social del desarrollo, la regulación del socio-metabolismo, se torna cada vez
más inviable (Cf. ídem: 994). La reproducción del sistema bajo tales
parámetros produce fuertes contradicciones, dentro de las cuales se destaca
como un verdadero “límite”, las dificultades para garantizar un tipo de control
social adecuado para la expansión tranquila” del capital mundializado, puesto
que encuentra serias resistencias y presiones por parte de grupos y segmentos
sociales que luchan por la mera supervivencia. Por otro lado, los conflictos
tienden a tornarse más agudos debido a los estrechos márgenes actuales para
48
regular la contradictoria relación entre la necesidad de un “control social
adecuado” y las exigencias de las ganancias capitalistas.
El funcionamiento contradictorio del sistema en su fase de madurez se
expresa en las múltiples dimensiones de la vida social. La masiva producción
de “tiempo disponible”, o de “tiempo libre frustrado”, es actualmente
acompañada por procesos abarcativos de socialización de conocimientos en el
seno de la sociedad, especialmente posibilitados por el desarrollo de los
medios de información y comunicación de masas los cuales brindan una
amplia cobertura del conjunto de evidencias que muestran la presencia de
aquellas contradicciones –, que permiten (al menos en potencia) una
conciencia más clara de la realidad.
Por otro lado dirá este autor –, y como producto de las redefiniciones
necesarias de las formas de efectuar la reproducción de las relaciones sociales
propias del capital en su fase de crisis estructural, se registra que importantes
instituciones encargadas de viabilizar el control social se sumergen en la crisis.
Al respecto, deben destacarse las profundas metamorfosis experimentadas por
la religión en general, y la Iglesia en particular, con la aparición de una enorme
variedad de religiones sustitutas. A su vez, se observa la crisis estructural de la
educación, la cual se viene procesando hace un buen tiempo, aunque sin
asumir formas de confrontación espectaculares. Finalmente, tal vez la más
importante, es la crisis de la institución familia, en lo que dice respecto a su
actual proceso de “desintegración”.
En un contexto societario férreamente determinado por los imperativos
del desarrollo capitalista mundializado, donde se busca desesperadamente
convertir todo en mercancía, el debilitamiento y la desintegración de
instituciones vitales para enraizar los mecanismos y dispositivos de control de
la sociedad de clases son considerados “costos” necesarios a pagar para la
manutención del orden social. No hay dudas, para el autor, de que el
capitalismo estaría más legitimado socialmente si todas aquellas debilitadas y
desintegradas formas institucionales de control social, pudieran ser restauradas
(Cf. ídem: 997).
49
Redefinición del Estado moderno
El análisis de las correcciones necesarias del capital y del papel del
Estado se torna un marco ineludible para comprender la praxis contemporánea
de los profesionales del Servicio Social. se buscan las determinaciones
fundamentales que conforman la fisonomía histórica de la sociedad del capital
en nuestros días, se ve que el Estado aparece siempre como momento
constitutivo, constituido y constituyente de este ordenamiento societario. El
Estado es un momento “necesario” para el capitalismo; condición indispensable
para la viabilidad de su desarrollo; su forma política por excelencia. Antes que
una “derivación” de la estructura económica, un momento esencial que está en
la propia génesis de toda sociedad estructurada sobre fracturas de clase; un
complemento necesario, imprescindible.
Esto significa que es impensable el capitalismo sin Estado
17
, sin esta
mediación que conforma la institucionalidad y que comporta dimensiones
jurídicas, ético-políticas, ideológico-culturales, etc. En cada nueva fase del
funcionamiento sistémico del capital ciertos trazos esenciales del orden social
refuncionalizan sus papeles, reconvierten sus modalidades de intervención, y al
hacerlo, muy lejos de resolver sus contradicciones, las repone de forma
potenciada. Con ello, presiona para una necesaria refuncionalización de
actores, modalidades y dispositivos que participan del proceso de reproducción
social en una fase determinada de su desarrollo. De modo que el Estado es
una instancia fundamental; una estructura privilegiada en las metamorfosis
sistémicas.
Con respecto a la naturaleza del moderno Estado capitalista; buscando
develar las determinaciones de su fisonomía actual, dirá Mészáros:
“La formación del Estado moderno es una exigencia absoluta para
asegurar y proteger permanentemente la productividad del
sistema. El capital llegó al dominio del reino de la producción
material paralelamente al desarrollo de las prácticas totalizadoras
17
Lo que no habilita a pensar en la necesidad eterna del Estado. Son bien conocidas las
formulaciones de Marx sobre este problema, al menos en el plano de su teoría social, y de su
perspectiva con relación a la superación de la sociedad de clases y del Estado, necesidades
que se corresponden con la constitución del orden social comunista.
50
que dan forma al Estado moderno. Por lo tanto, no es accidental
que el cierre de la ascensión histórica del capital en el siglo XX
coincida con la crisis del Estado moderno en todas sus formas,
desde los Estados de formación liberal-democrática hasta los
Estados capitalistas de extremo autoritarismo, desde los
regímenes pos-coloniales hasta los Estados pos-capitalistas de
tipo soviético. Comprensiblemente, la actual crisis estructural del
capital afecta con profundidad todas las instituciones del Estado y
los métodos organizacionales correspondientes” (Mészáros; 2003:
106; traducción nuestra).
Según este autor, el Estado moderno se constituye como una estructura
correctiva “compatible” con las exigencias de la reproducción del orden del
capital, cuya función esencial es rectificar, hasta donde los límites de la
acumulacn insaciable lo permitan, las contradicciones y conflictos que
constantemente emergen con su funcionamiento, irrumpiendo en la escena
social como expresiones de los antagonismos inherentes a gica de la
acumulacn.
Con relación a la alineación de la producción y su control, que acabamos
de mencionar, el Estado es movilizado para proteger legalmente” la estructura
jerárquica asimétrica que preside el proceso de la producción material,
trabajando así para la continuidad de la subordinación de la fuerza de trabajo al
capital, cubriéndola con el velo de una relación justa” y “voluntaria” de un
“contrato” entre ciudadanos “libres” e “iguales”, de un “acuerdo” entre pares”.
Desde el punto de vista jurídico-legal, el Estado es una exigencia absoluta para
la reproducción de la relación social del capital, aunque es una falsa mediación
del ser social. Surge como una necesidad material, efectiva del orden social, y,
enseguida, se torna una precondición en función de la reproducción del
sistema, para su articulación continua, para su organización permanente y de
conjunto.
En lo que se refiere a la contradicción del capitalismo entre producción y
consumo, donde, como vimos, la relación se torna mediada por la esfera de la
circulación de las mercancías, el Estado interviene correctivamente buscando
viabilizar el proceso de acumulación del capital; lo hace a partir de una
variedad infinita de instancias y mecanismos, tanto a través de elaboraciones
ideológicas que exaltan la figura del “consumidor individual” y trabajan para la
continuidad y aceleración del ciclo productivo, como también reforzando la
creación de todo tipo de necesidades superfluas, para lo cual no hay más
51
límites que los impuestos por la propia naturaleza en tanto existencia de
recursos naturales disponibles para ser explotados productivamente desde el
punto de vista del capital.
En este contexto, la clase de los trabajadores esto es, el conjunto de
los individuos sociales que no poseen más medios de producción que su fuerza
de trabajo y, por ello, se ven obligados a venderla en el mercado no es
apenas la clase productora, además desempeña un papel de enorme
importancia como consumidores importancia esta que fue creciendo
paralelamente con la consolidación y la maduración de la sociedad industrial, y
la creciente preocupación con la realización de las mercancías, en función de
las necesidades de la acumulación del capital. Por esto, el consumo de masas
(característica fundamental de la fase fordista-keynesiana del capitalismo) ga
una enorme importancia para el desarrollo capitalista, especialmente en la
segunda mitad del siglo XX, constituyéndose en la base de sustentación de los
llamados Estados de Bienestar Social.
En aquel momento histórico que refleja una fase del desarrollo y del
funcionamiento sistémico –, el papel del Estado en construir condiciones para
la realización adecuada de las crecientes mercancías disponibles, se vuelve
vital. Su intervencn en la estructuración y administración de la necesidad
sistémica de consumo se torna imperiosa. El Estado prepara y legaliza estas
prerrogativas; sus funciones reguladoras se ajustan a la dinámica variable del
proceso de reproducción socio-económico, complementándolo políticamente de
modo tal de reforzar el predominio del capital ante las fuerzas que podrían
desafiar su poder. Realiza esto, asumiendo la apariencia de un poder neutral
que es llamado a intervenir para “arbitrar” las crecientes desigualdades en la
distribución y el consumo de los bienes socialmente producidos (Cf. ídem: 110).
Por otra parte, el Estado también asume una función fundamental para
el adecuado funcionamiento del capital, desde el papel de comprador”, de
“consumidor” en gran escala de bienes y servicios privados. Lo hace, tanto
respondiendo a algunas necesidades reales del conjunto de la sociedad, como
también para propagar y fomentar otras absolutamente artificiales e
improductivas lo irracional de la intervención del Estado en el desarrollo del
complejo industrial-militar, por ejemplo.
52
Desde esta perspectiva, cuando se analiza con detenimiento la actual
configuración histórica asumida por el Estado, más allá de las mistificaciones
propias de los apologistas, aparece muy poco nítida la imagen de una instancia
situada por encima de las clases sociales, capaz de “armonizar” los conflictos
“naturales” que emergen en “toda” y cualquier sociedad. Más bien, en esta
nueva fase del capitalismo se explicita muchos más su naturaleza clasista, su
carácter necesariamente complementar del orden social del capital, y más
inconsistentes sus energías para presentar como comunes, como generales,
los intereses particulares de una clase la dominante. Allí reside la esencia
mistificadora, ilusoria, del moderno Estado capitalista; su mito fundante.
No obstante, dirá Mészáros, no debe descuidarse el hecho de que los
procesos reproductivos materiales del capital y las estructuras políticas y de
comando de su modo particular de control se complementan “armoniosamente
siempre que no se hiera el nivel de productividad social del trabajo exigido por
el proceso de acumulación. Esto es, los mites que se le imponen para una
“administración social” están en relación con las condiciones generales de cada
fase de valorización del capital. Las posibilidades de existencia de una
intervención del Estado para enfrentar la “cuestión social” del capitalismo a
través de diversos mecanismos y dispositivos –, por ejemplo, están delimitados
por los niveles de adecuación efectiva que dicha regulación estatal pueda
revelar; por el grado de correspondencia efectiva con la expansión insaciable”
del capital. Cuando el tipo de intervención estatal deja de ser orgánicamente
complementar y se torna un obstáculo para el despliegue “ciego” de la lógica
del capital, “suenan las campanas” de la crisis y las exigencias de
reformulación, de redefinición, están en la orden del día.
Como fue dicho, el aumento incesante de la productividad del trabajo,
ligado al recalentamiento de la competencia inter-capitalista, demanda la
creación de un espacio cada vez más ampliado para la “circulación” de las
mercancías, en función de garantizar una adecuada realización de las
mismas y a completar el proceso de expropiación del trabajo ajeno” y de
obtención de ganancias. El logro de la mayor unidad posible entre producción y
circulación, en función de garantizar mercados de consumo suficientes y huir
del asedio permanente del fantasma de la crisis de superproducción, hace que
el protagonismo del Estado sea de suma importancia. Según Mészáros, pesar
53
de las diversas funciones que el Estado es llamado a cumplir en este ámbito,
tanto dentro de las fronteras nacionales como más allá de las mismas, algunas
se han tornado verdaderamente “in-administrables”. Esto es, por los niveles
actuales alcanzados por las contradicciones sistémicas, se van conformando
verdaderos “campos de batalla” donde el uso de cualquier medio se justifica en
función de imponerse como el más “apto”.
De acuerdo con este autor, uno de los trazos más notables que expresa
los límites efectivos de una regulación socio-metabólica eficaz en la
contemporaneidad, es representado por la contradicción entre “las
estructuras correctivas globales y las de comando político” del sistema,
estructuradas como Estados nacionales es sabido que, en tanto modo de
reproducción y control socio-metabólico, el capital es irreductible a los
estrechos límites nacionales. Así, la crisis estructural que afecta al Estado
contemporáneo, en sus diversas modalidades de existencia y sus diferentes
experiencias históricas, expresa la imposibilidad de ejercer una efectiva
“gestión global” duradera del sistema, como modalidades de anticiparse, frenar
o revertir las tendencias críticas.
De este modo, existe una relación muy próxima entre estas dos
dimensiones esenciales del funcionamiento reproductivo del socio-metabolismo
del capital: la “sombra de la incontrolabilidad totaly la “crisis estructural” que
afecta al moderno Estado-nación capitalista. El defasaje, el desajuste, la no-
complementariedad del movimiento reproductivo material efectivamente
mundializado con las estructuras de comando político nacionales, generan
conflictos y contradicciones crecientes a escala mundial.
El capitalismo contemporáneo parece enfrentarse con el siguiente
dilema: por un lado, precisa mantener un nivel razonablemente elevado de
consumo para las clases trabajadoras en los países centrales, mientras se
aplican programáticas per-explotadoras y autoritarias en las periferias,
ejecutadas por gobiernos completamente sumisos a los países ricos – las
clases dominantes locales, siempre deseosas de constituirse como asociados
menores –, o ejercidos directamente desde el “centro”. No obstante, estos
patrones diferenciales de consumo eran posibles en la fase de ascenso
histórico” del capitalismo, la cual, una vez agotada, desarrolla una tendencia
que hace que los hasta entonces “flagelos exclusivos” vividos por los países en
54
condición de subdesarrollo no sólo al nivel material, sino también al político-
democrático, al cultural en general se hagan sentir y lleguen para quedarse,
también, en los ricos países “centrales” (Cf. Ídem: 112).
Es especialmente en la esfera de la “circulación”, del acceso a
mercados, donde el Estado debe actuar en el ámbito global, en función de los
intereses de sus unidades productivas. Lo hace de manera diferente que en el
plano interno, o sea, una es su política “hacia adentro” y otra “hacia fuera”, con
los otros. En el plano interno, debe articular y administrar sus unidades locales
fragmentadas y contradictorias entre sí, considerándolas como un “único capital
combinado”. Debe orientar la expansión “hacia fuera” de éste, y regular la
acumulacn en la propia tierra, de modo de evitar un nivel de monopolización
que llegue a afectar desfavorablemente la “paz interior”. Su funcionamiento se
define a partir de la consideración de las exigencias internas y de la evaluación
de las condiciones generales, siempre desde la perspectiva de la valorización
del propio capital.
Sin embargo, esto no implica que el Estado, necesariamente, sea capaz
de controlar al capital nacional si éste cambia sus exigencias, puesto que su
“necesario proceso de centralización le impone hacer avanzar a sus
monopolios, también, en el plano interno, desmontando pactos de clase que
otrora se mostraran funcionales a su desarrollo. Diferentemente, en el nivel
global, esto es, afuera de sus fronteras nacionales, el Estado Nación no
encuentra motivos para restringir su actividad en función de la extensión de sus
monopolios locales, dando respuestas así a la sed insaciable de expansn de
la acumulación del capital. Los conflictos inter-Estados; los enfrentamientos
monopolistas al nivel global no demoran en aparecer, determinando serias
consecuencias para la sociabilidad humana, la que se procesa de modo
particular y más salvaje en las periferias del sistema. Dirá Mészáros:
“En el dominio de la competencia internacional, cuanto más fuerte
y menos sujeta a restricciones fuera la empresa económica que
recibe el apoyo político (y, si fuera preciso, también militar), mayor
la probabilidad de vencer a sus adversarios reales o potenciales.
Por esto, las relaciones entre el Estado y las empresas
económicamente relevantes en este campo es básicamente
caracterizado por el hecho de que el Estado asume
descaradamente el papel de facilitador de la expansión más
monopolista posible del capital en el exterior [...]. En el sistema del
capital, el Estado debe afirmar, con todos los recursos a su
55
disposición, los intereses monopolistas de su capital nacional si
es preciso, con la imposición de la diplomacia de los cañones’
delante de todos los Estados rivales envueltos en la competencia
por los mercados necesarios a la expansión y a la acumulación
del capital” (Ídem: 113; traducción nuestra).
Distintamente, en el plano interno, estas posibilidades se restringen
notablemente, puesto que para garantizar un desarrollo a mediano plazo el
Estado debe conseguir mantener una relativa estabilidad socio-política”, una
gobernabilidad que limita sus posibilidades de “ajuste interno”, aunque no lo
imposibilita.
Históricamente, se verifica que el sistema de control socio-metabólico
del capital, al estar estructurado sobre intereses antagónicos, los cuales tienen
raíz en la alienación entre producción y su control por parte de los productores
y de donde derivan otras como producción-consumo, producción-circulación,
etc. –, no puede lograr estabilidad y acumulación “tranquila” s que en
periodos transitorios, en lapsos bien determinados de tiempo. Por otra parte, su
despliegue histórico implica, también, el despliegue de sus contradicciones,
tanto en los niveles locales como globales. Es un tipo de control socio-
metabólico inherentemente “inflamable”, puesto que su modo de organizar las
relaciones sociales se afirma en intereses irreconciliables de clase.
En este sentido, el papel del Estado como “correctivo fundamental” de
los defectos del sistema es imprescindible y debe re-estructurarse
incesantemente, adecuándose a las necesidades de la reproducción sistémica.
A pesar de sus “reconversiones”, el sistema del capital nunca logra más que
éxitos parciales, muchas veces, apenas limitados y coyunturales, al mismo
tiempo que el Estado nunca deja de ser un momento indispensable para la
reproducción del capital. De este modo, mientras el sistema continúe su
marcha “triunfal” antagonista, sus explosionesretornarán una y otra vez, y el
“correctivo fundamental”, una y otra vez será llamado en su auxilio.
En este sentido, desde la perspectiva de Mészáros, no es correcto
caracterizar al Estado moderno como una estructura determinada directamente
por las formas socio-económicas; tampoco seria adecuado considerarlo un
instrumento que surge después de que éstas se afirmaron como dominantes,
como una “derivación” de las mismas. Se trata, más bien, de pensar en una
correspondencia y “homología” lo con respecto a las estructuras sicas
56
del capital, históricamente datadas, y no de funciones del Estado que derivan
directamente de las exigencias estructurales de la base material. Tales
funciones pueden contraponerse en el curso histórico, puesto que sus
estructuras internas van ampliándose al ritmo de la expansión necesaria y de la
transformación adaptativa del sistema (Cf. ídem: 117). Así, a pesar de la base
común de su constitución interdependiente, la relación estructural de los
órganos metabólicos del capital está minada de contradicciones. Si así no
fuera, estaríamos dentro de una “jaula de hierro”, afirma el autor.
“Las fallas estructurales de control que vimos antes exigían el
establecimiento de estructuras específicas de control capaces de
complementar en el nivel apropiado los constituyentes
reproductivos materiales, de acuerdo con la necesidad
totalizadora y la cambiante dinámica expansionista del sistema del
capital. Así se creó el Estado moderno como estructura de
comando político de gran alcance del capital, tornándose parte de
la base material del sistema tanto cuanto las propias unidades
reproductivas socio-económicas” (Ídem: 119; traducción nuestra).
De este modo, no debe pensarse al Estado como “derivación” de las
estructuras reproductivas materiales (léase las empresas capitalistas), sino
como un complejo que se constituye de forma simulnea y complementaria,
que se retro-alimenta mutuamente con estas estructuras sicas del modo de
control socio-metabólico del capital en el transcurso histórico. La dinámica que
caracteriza el desarrollo de estas estructuras (unidades productivas/aparatos
de comando político) debe ser entendida en rminos de co-determinantes y no
de causa-efecto no de un modo determinista. Esto lleva a quién esté
interesado en visualizar las metamorfosis del sistema de control del capital
(desde sus estructuras básicas de control reproductivo), a analizar en términos
de reciprocidad diactica la relación dinámica entre las estructuras de
comando político y las estructuras socio-económicas.
De modo que, dirá száros, el Estado es una “estructura” no una
“súper-estructura derivada de...” que no puede ser reductible a las
determinaciones que emanan directamente de las funciones económicas del
capital, puesto que ella es una estructura de amplio comando político (Cf. ídem:
119).
La exigencia básica y estructural del capital, cuya lógica es expansiva,
es lograr realizar la constante extracción de “trabajo excedente” de una forma o
57
de otra, atendiendo a los cambios de las circunstancias históricas. Las propias
estructuras reproductivas materiales (las unidades productivas capitalistas) no
tienen la fuerza cohesiva capaz de mantener en una unidad más o menos
armónica, los antagonismos estructurales del sistema; no pueden garantizar
esta finalidad elemental del capital puesto que operan con una dinámica
centrífuga y excluyente. Por esto, el Estado, investido de “autonomía”, se
constituye como una estructura tan necesaria, sin la cual no podría ser
pensado el desarrollo de aquellas. Así, a pesar de todos los intentos y artilugios
“ideológicos” neoliberales para eliminar al Estado por ser, supuestamente, un
obstáculo para la reproducción del capital , el modo de producción capitalista
no puede prescindir de su formación estatal adecuada; el modo de control
socio-metabólico del capital es impensable sin esta estructura fundamental
productora de cohesión social (Cf. ídem: 120). Sin esto, a raíz de su
estructuración interna esencialmente desagregadora, se habría descompuesto
hace mucho tiempo.
Vale la pena aclarar que no debe confundirse la estructura de control
político abarcativa (el Estado moderno) con el propio modo de control del
capital, el cual exige que todas sus estructuras de control (políticas y
económicas) sean siempre adecuadas a su reproducción expansiva. El capital
es, según Mészáros, su propia estructura de comando, en la cual la dimensión
política es una parte integrante, de ningún modo subordinada. Dirá este autor:
“El Estado moderno en la calidad de sistema de
comando político abarcador del capital es, al mismo tiempo, el
prerrequisito necesario de la transformación de las unidades
inicialmente fragmentadas del capital en un sistema viable, y el
cuadro general para la completa articulación y manutención de
éste último como sistema global. En este sentido fundamental, el
Estado en razón de su papel constitutivo y permanentemente
sustentador debe ser entendido como parte integrante de la
propia base material del capital. Este contribuye de modo
significativo no sólo para la formación y la consolidación de todas
las grandes estructuras reproductivas de la sociedad, sino también
para su funcionamiento interrumpido” (Ídem: 124; traducción
nuestra).
Finalmente, es importante destacar en la actualidad, la formación de una
contradicción aguda entre el actual mandato de “irrestringibilidad” inherente a
los impulsos insaciablemente expansivos del capital y una formación de Estado
adecuada a tal imperativo. La estructuración nacional” del Estado, que se
58
articula y complementa con los intereses económicos a él pertenecientes, le
imposibilitan garantizar dicha irrestringibilidad global para el capital
mundializado. Así, no existe una formación de Estado lo suficientemente
totalizadora que garantice dicha irrestringibilidad global. Estos, permanecen
nacionalmente limitados en sus funciones e intereses, sin conseguir lograr el
“sueñomás anhelado por el modo de control socio-metabólico del capital: una
formación “total” de Estado; un “Estado capitalista mundial” capaz de corregir
los defectos estructurales del orden social al nivel global, permitiendo la
administración y la regulación de la acumulación interminable del capital en
dicha escala.
Para este prerrequisito, el Estado moderno se ha mostrado
rotundamente insuficiente, no pudiendo impedir el surgimiento de un
descompás entre los desarrollos de las estructuras básicas del sistema
(unidades reproductivas materiales que transbordan “lo nacional”,
internacionalizándose, y formaciones de Estado circunscriptas a las fronteras
nacionales); descompás que no demora en expresarse críticamente de
diversas maneras (Cf. ídem: 130-1).
En síntesis, podríamos decir que el problema de la formación del Estado
– como aparato de comando político abarcativo por excelencia – en la presente
fase del sistema de control metabólico del capital, cobra su real dimensión
cuando se comprenden los fundamentos de la naturaleza “incontrolablemente”
expansiva de este orden social, que no acepta límites duraderos y tiende a
superarlos permanentemente. Su estructura interna lo coloca ante el dilema de
sustentar el ritmo de su expansión o entrar en crisis, a “implodir”, a caer por su
propio peso. Esta procesualidad no implica necesariamente una superación de
las profundas contradicciones civilizatorias que nos aquejan; puede significar,
también, la efectiva inmersión en la barbarie, como el tipo de sociabilidad
contemporánea.
La crisis estructural de “la potica” y la “administración de la crisis
“Cuando un sistema no consigue enfrentar las manifestaciones de
disenso y, al mismo tiempo, es incapaz de lidiar con sus causas,
en esos periodos no sólo aparecen teorías y soluciones ilusorias,
sino también los realistas’ rechazos represivos de toda crítica”
(ídem: 997; traducción nuestra).
59
El problema del “control social” hoy se ha tornado un verdadero dilema.
La sociedad tolerante y pacífica pregonada por el capital es incompatible con
su lógica de control necesario y unilateral (ídem: 998). La sociedad “liberal” y
“tolerante”, contenido fundamental de la promesa civilizatoria de la burguesía
históricamente ascendente, tolerará hasta el punto que fuera capaz o sea,
hasta el punto en que la amenaza comience a tornarse efectiva y a
transformarse en un verdadero desao social para la perpetuación del status
quo.
Desde la perspectiva de Mészáros (2007), las crisis de coyuntura o
periódicas se resuelven dentro de la “estructura política dada”, mientras que las
crisis fundamentales afecta la estructura misma en su totalidad. Esto expresa,
por otro lado, las crisis más o menos frecuentes en la política, por oposición a
la crisis de la propia modalidad de la política, con requisitos cualitativamente
diferentes para su solución (Cf. ídem: 105). Según el autor:
“Nunca está de más resaltar que la crisis de la política en nuestros
días no es inteligible sin hacer referencia a la amplia estructura
social de la cual la política forma parte integrante. Esto significa
que, para esclarecer la naturaleza de la persistente y profunda
crisis de la política en todo el mundo hoy, debemos concentrar
nuestra atención en la crisis del propio sistema del capital. Pues,
la crisis del capital que hoy nos acosa por lo menos desde el
inicio de la década de 1970 es una crisis estructural totalmente
abarcativa” (2007: 106; traducción nuestra).
En este sentido, dada la crisis estructural del capital en nuestros días,
sería totalmente ilógico que la misma no se manifieste en el dominio de la
política, puesto que ésta, al lado del “edificio jurídico burgués”, tiene una
importancia vital para la reproducción del socio-metabolismo del capital. Esta
importancia crucial, según el autor, deviene de que el Estado moderno es la
estructura totalizadora de comando político del capital, necesaria para
materializar algún tipo de “cohesión”, una unidad funcional aunque
problemática y muchas veces quebrada –, ante la multiplicidad de elementos
centrífugos del sistema del capital (sus unidades productivas y distributivas)
(Cf. ídem: 108).
Dicha “cohesión”, puesto que basada en correlaciones de fuerzas socio-
históricas, tiene una naturaleza mutable; o sea, es siempre transitoria, relativa.
60
En los momentos en que esta cohesión se rompe por un cambio en las
correlaciones de fuerzas, debe ser recompuesta de alguna forma, ajustándose
a la nueva relación de fuerza. Para este autor, esa dinámica problemática se
realiza tanto a partir de las fuerzas dominantes de cada país, como en el
ámbito internacional lo que exige ajustes periódicos en las relaciones de
poder que alteran los Estados particulares del orden global del capital.
En este marco, se instala la pregunta al respecto de si esa dinámica de
ruptura y de recomposición de la cohesión social en la presente fase de crisis
estructural del capital, todavía encuentra condiciones suficientes para
garantizar una efectiva unidad funcional. ¿Pueden seguir realizándose esos
“ajustes necesariosde las relaciones de poder entre los diferentes Estados, a
cualquier costo? En otras palabras, la “guerra necesaria”, guerra justificada,
hasta aqutilizada para imponer determinadas relaciones de poder, ¿puede
seguir cumpliendo esa función en la actualidad, especialmente cuando es
sabido que las consecuencias de una Tercera Guerra Mundial, además del
adversario, destruiría toda la humanidad (o a una buena parte de ella)?
Aún refiriéndose a la crisis en la política o sea, crisis particulares que
se resuelven dentro de los parámetros administrables del sistema político
establecido, dirá el autor:
“Lo que generalmente se presenta en la normalidad del capital
como una gran crisis política se debe, en un sentido más
profundo, a la necesidad de producir una nueva cohesión de la
sociedad en general, de acuerdo con la relación de fuerzas
materialmente alterada – o en alteración [...]. Las instituciones
políticas establecidas tienen la importante función de administrar,
en el sentido de rutinizar, la forma más conveniente y duradera de
reconstruir la cohesión social necesaria, en sintonía con los
desarrollos materiales en curso y con la correspondiente
alteración de las relaciones de fuerza, activando al mismo tiempo,
el arsenal ideológico existente al servicio de tal fin. En las
sociedades capitalistas democráticas, este proceso en el dominio
político es administrado bajo la forma más o menos contestada de
elecciones parlamentarias periódicas” (ídem: 109-110; traducción
nuestra)
No obstante, para el autor, la situación es bien diferente cuando
tendencias y desarrollos profundamente autoritarios comienzan a predominar,
no en las regiones subordinadas, sino en el centro mismo del sistema. Esto
expresaría la inviabilidad de “evacuar” las contracciones centrales hacia
61
“afuera”: forma parte de la normalidad del sistema que los países dominantes
intenten exportar bajo la forma de intervenciones violentas, inclusive guerras
– sus contradicciones internas para otras partes menos poderosas del sistema
(ídem: 110; traducción nuestra). Sin embargo, hoy esta “víano está exenta de
problemas; Estados Unidos, como potencia principal del “nuevo imperialismo”,
debe garantizar y mantener el control sobre el sistema global.
Dados los enormes costos (humanos y materiales) a pagar, ese proyecto
de dominación global acarrea inevitablemente inmensos peligros y resistencias,
no sólo internacionalmente, sino también “internamente”. En este sentido,
imaginar que una “normalización forzada” pueda constituirse en un proyecto de
control duradero es muy limitado. ¿Qué población se resigna “eternamente” a
ser sojuzgada por una nación extranjera? Mucho menos, una cantidad
importante de estas poblaciones simultáneamente. Por otro lado, ¿qué súper-
potencia militar sería capaz de realizar esta tarea de modo sustentable?
Tercero y último: ¿que planeta podría soportar una agresión semejante?
Como fue apuntado, también bajo los impactos del declino de la tasa de
ganancia, el margen de maniobra de la acción política tradicional se ha visto
sensiblemente reducido a la función de ejecutar los dictámenes emanados por
las necesidades más urgentes e inmediatas de la expansión interminable del
capital, por más que tales operaciones sean tergiversadas y presentadas como
de “interés nacional”, y gocen del “consenso” de las clases sociales.
Hasta que punto, hoy las decisiones políticas están subordinadas a las
exigencias del capital monopolista, queda evidenciado en la creciente
“formalidadque permea ciertos cargos, ministerios completos, fundamentales
para la vida nacional, donde buena parte de sus titulares se ven imposibilitados
de realizar políticas que no se sintonicen con los supremos intereses del capital
trans-nacionalizado. Cualquier intento de autonomía en este sentido,
inmediatamente recibe las presiones de los poderes terrenales reales, que se
alojan bajo la apariencia neutral y técnica de las actividades ejecutivas de los
gobiernos nacionales contemporáneos.
Más demostrativo aún de la captura de espacios socio-estatales
fundamentales por parte del capital, es la ya común designación de
representantes directos de grandes empresas para ejercer altas funciones de
gobierno. En la contemporaneidad, dirá este autor, dado el papel vital que el
62
Estado desempeña en la manutención del sistema de producción capitalista
mucho más en nuestra época, de enorme concentración global del capital – y el
gigantesco poder de los intereses en juego, las formas tradicionales de “control
indirecto” (en el nivel económico) ceden lugar a las formas de “control directo”
de los puestos de comando político por portavoces del capital monopolista. Por
esto, en su fundamentacn, la estrategia de construccn del socialismo a
través de la conquista y del “control de los puestos de comando de una
administración asociada” del sistema, se torna cada vez más problemática (Cf.
ídem: 1001).
Para Mészáros, a partir de la crisis estructural del capital y la respuesta
sistémica ensayada para enfrentarla, el espacio y el contenido de la potica se
ven seriamente afectados. Se procesa una restricción sustantiva del significado
y del peso histórico de esta dimensión fundamental para la vida social. A pesar
de poseer un vínculo orgánico con la “aplicación de medidas estratégicas
capaces de afectar profundamente el desarrollo social como un todo”, la misma
cada vez más es forzada a reducirse a mero instrumento de manipulación
social, completamente desprovisto de cualquier finalidad más fecunda. Con la
crisis estructural del capital, la política es confinada a la ejecución de
actividades correctivas y de corto plazo en respuesta a las crisis que, cada vez
más sorpresivas y frecuentes, sobrevienen en las diferentes esferas de la
producción-reproducción de las relaciones sociales del capital.
En este sentido, queda claro que para este autor la crisis que
enfrentamos no se reduce simplemente a una crisis política; más bien se trata
de una crisis estructural general de las instituciones capitalistas de control
social en su totalidad. Por otra parte, las instituciones del capitalismo son
inherentemente violentas, puesto que se encuentran edificadas sobre el
principio que habilita a la realización de “la guerra si fallan los métodos
normales de expansión”. El recurso periódico a la destrucción del capital
excedente incluso a través de los medios más violentos es una necesidad
inherente al funcionamiento normal de este sistema; funciona como un
momento regresivo que permite la recuperación del sistema de sus crisis y
depresiones.
Es el propio mecanismo del mercado el que inevitablemente trae consigo
graves problemas sociales asociados al progreso de la acumulación y de la
63
concentración del capital que no encuentran posibilidades de ser
adecuadamente solucionados, siendo posible apenas demorar las crisis.
Puesto que no es posible dilatar indefinidamente la irrupción de las graves
contradicciones que alberga, así como de sus refracciones sociales, el sistema
precisa abrir espacios y crear mecanismos para transferirlas hacia el plano
militar
18
. Puesto que crecimiento y expansión son necesidades inherentes a la
acumulacn ampliada de capital, una vez que los mites locales son
alcanzados no hay más salida que re-ajustar violentamente las relaciones de
fuerzas. En este marco, la función de las instituciones orgánicas al capital (hoy
efectivamente globales) se relaciona directamente con el “combate” a los
obstáculos para la necesaria expansión de sus unidades socio-económicas.
El fortalecimiento del llamado complejo industrial-militar” pilar
subsidiario de la expansión del ambiente capitalista, sea (indirectamente) por la
vía de la conquista de territorios “externos”, sea (directamente) por dinamizar la
esfera de la producción-reproducción del capital es un resultado tan lógico
como peligrosamente complementario al desarrollo capitalista.
Fue la tendencia a la creciente intervención del Estado sobre el conjunto
de las dimensiones de la vida social, propias de la fase anterior del capitalismo,
claramente en función de las necesidades de expansión del capital, lo que
contradictoriamente condujo al actual estado de cosas. De acuerdo con
Mészáros, la intervención del Estado en la regulación de la economía
(capitalista), proclamado como una gloriosa solucn en el contexto de pos-
guerra y tan defenestrado por el neoliberalismo, históricamente se ha limitado a
dilatar la explosión de las contradicciones inherentes a este socio-metabolismo.
El cuadro de la crisis del modelo de desarrollo de la segunda pos-guerra, luego
18
Mészáros afirma que la utilización de las grandes guerras como vía para la superación de las
crisis capitalista fue un recurso que, sin dejar de potenciar las contradicciones sistémicas
inherentes en el largo plazo, se reveló sumamente eficaz para el “re-equilibrio” del capital. Para
este autor, las grandes guerras operaron de la siguiente manera en función de dicha finalidad:
instalando un clima social de “auto-renuncia”, de necesaria austeridad, lo que permite un
reajuste del modo de legitimación del orden vigente, o sea, una mayor “internalización” del
mismo; además, repentinamente se impone a las masas un padrón de vida radicalmente mas
bajo, el cual es voluntariamente aceptado dadas las circunstancias de un estado de
emergencia lo que, por otra parte, implica que, con la misma rapidez, se extiendan los
márgenes de ganancias anteriormente deprimidas. En dichas circunstancias, también, fue
posible introducir criterios de racionalización y coordinación en el sistema como un todo;
finalmente, las grandes guerras produjeron un inmenso impulso tecnológico a la economía en
forma generalizada (Cf. ídem: 1002).
64
de algún tiempo, mostró que los “remedios” brindados no hicieron más que
agravar los síntomas. Si las actuales tendencias sistémicas se afirman
históricamente, las contradicciones estructurales lejos de resolverse
continuarán madurando hasta empodrecer.
1.2. ¿Un “nuevo imperialismo”? Un diálogo con David Harvey
¿Adónde nos conducen las actuales tendencias? Harvey, también, parte
de la premisa de que la actual modalidad asumida por el “imperialismo
capitalista” es resultado del pleno desarrollo del socio-metabolismo del capital,
el cual, presionado por su tendencia expansiva inherente, precisa recrear sus
formas. Así, las “políticas imperialistas” de los diferentes Estados, deben
comprenderse en el marco de las necesidades actuales de la valorización del
capital.
Históricamente, dirá este autor, el sistema buscó oxigenar sus crisis a
través de la producción de ampliaciones de su ambiente, de acceso a nuevos
mercados”, a “recursos naturales”, materias primas, etc. Ocupaciones,
dominaciones, fueron medios importantes en la constitución y reproducción
ampliada del capital. Desde su génesis, el sistema del capital precisó de
“políticas imperialistas”, de controles socio-espaciales desiguales y combinados
(tanto al interior del un país, como al nivel del sistema-mundo), que requieren
algún grado de “administración”, de regulación, por parte de instancias
competentes y con poder suficiente. La acumulación interminable de capital
requiere consigo una acumulación interminable de poder que garantice su
reproducción.
¿Una nueva fase imperialista se consolida en los inicios del siglo XXI?
Este es uno de los interrogantes que Harvey (2005) presenta en sus
recientes estudios sobre el nuevo imperialismo”. Junto a Lenin, parte de la
premisa de que el imperialismo expresa la maduración y agudización de las
contradicciones inherentes a la lógica de la sociedad del capital,
constituyéndose así como una fase “superior” de ésta. Esto es, el imperialismo
es un movimiento que expresa la tendencia expansiva del capital. Las
65
contradicciones y las crisis que el sistema produce/ enfrenta en su proceso de
reproducción ampliada, históricamente han sido “evacuadas o distendidas por
medio de extensiones territoriales.
En la base de estas expansiones determinadas por el avance de la
concentración y centralización del capital, al calor de la competencia inter-
monopolista pueden encontrase diversas unidades del gran capital
“presionando” sobre los poderes políticos de cada Estado, para que asuman
“políticas imperialistas”. Las mismas, se vuelven necesarias, insustituibles, para
la conquista” permanente de “nuevos espacios”, de mayores posesiones
socio-territoriales
19
necesidad de canalización productiva de activos
financieros para dar materialidad a la expansión del capital, alejando los
fantasmas de la crisis de súper-acumulación que periódicamente azota al
sistema, y la amenaza de la “desvalorización” maciza.
Con el progreso de la acumulación, concentración y centralización del
capital, inevitablemente, se instalan una diversidad de disputas y conflictos
entre diferentes Estados nacionales por el control de territorios más allá de sus
fronteras. La lucha inter-imperialista, desde las primeras décadas del siglo XX,
se inscribirá en la propia estructura del sistema. De modo que, producto de las
exigencias de valorización del capital, en contextos de fuerte calentamiento de
la competencia entre los grande grupos monopolistas, han estallado (y
continúan) innumerables conflagraciones bélicas, responsables por la más
monumental regresión civilizatoria que la humanidad haya producido en su
historia
20
.
De esta manera, la fisonomía que presenta el actual estadio del
capitalismo de los monopolios, que está fundamentalmente determinado por los
impulsos del capital para no quedarinmovilizado” y desvalorizarse, no pueden
19
Así, las conquistas de territorios, el control de los recursos naturales y humanos, de regiones
y países enteros; la exclusividad en el control de ramas y sectores de negocios, entre muchos
elementos, son la fuente permanente donde beben los capitales en busca de oxigenar sus
crisis.
20
Los ejemplos más ilustrativos de esto son las dos grandes guerras mundiales que la
humanidad atrave en la primera mitad del siglo pasado. De esos cataclismos inter-
imperialistas resultaron nuevas configuraciones geográficas; esto es, el reparto de países entre
las potencias victoriosas. Así, y con una dinámica signada por la secuencia crisis-expansión-
crisis, se crean y renuevan experiencias de dominación colonial y neo-colonial, bajo la
influencia exclusiva de una potencia imperialista.
66
resolverse dentro de los marcos de este modo de producción, sino a través de
una modalidad que asuma crecientemente formas y prácticas de dominación
de tipo imperialistas; esto es, en la modalidad socio-reproductiva
correspondiente con la actual fase sistémica, tienden a prevalecer los impulsos
destructivos y depredadores. Por esto, estos son tiempos de barbarie.
Al analizar el capitalismo monopolista
21
lo que resalta es el papel central
que pasan a jugar los grandes conglomerados económico-financieros, los
monopolios, en la definición del modo de reproducción del orden social en su
conjunto. Estos, buscarán por todos los medios instrumentalizar al aparato
estatal en función de posibilitar las condiciones necesarias para una adecuada
acumulacn, particularmente, en contextos de recalentamiento de la
competencia inter-monopolista.
Para Harvey, prácticas imperialistas existieron antes del capitalismo, por
lo que puede pensarse en un imperialismo capitalista, que resulta de la fusión
contradictoria de la política del “Estado moderno” y la del “Imperio”. Se trata, de
un proyecto político societario de actores cuyo poder está basado en el dominio
de territorios y el control de sus recursos (naturales y humanos), y los procesos
moleculares de la acumulación del capital. Estamos hablando de un proceso
político-económico donde prevalece el dominio y el uso del capital (Cf. ídem:
31)
22
.
La lógica de la acumulación es difusa, molecular, y actúa en todas partes
sin estar sometidas a una discusión pública, como sí lo están las decisiones
importantes que debe tomar un Estado. Estas lógicas, según el autor, se
articulan y complementan para garantizar una adecuada reproducción del
21
Son varios y variados los autores que tematizan dicho pasaje o cambio de fase del
capitalismo, coincidiendo en que el mismo se procesa a partir del último tercio del siglo XIX y va
incrementándose y reformulándose hasta nuestros días. El imperialismo, como fase mas
avanzada del capitalismo llamado competitivo, expresa la entrada en la escena de los
monopolios; por esto es también llamado capitalismo de los monopolios. Entre los teóricos
clásicos fundamentales podemos destacar a Lenin, Hilferdin, Bujarin, Hobsson, Rosa
Luxemburgo, Baran y Sweezy, entre otros.
22
Estas dimensiones económicas y políticas, como unidad problemática, expresan diferentes
intereses que involucran a actores con diferentes papeles; el empresario capitalista, por
ejemplo, no tiene más interés que la obtención de la máxima ganancia posible, apelando para
ello a las armas más convenientes. El hombre de Estado”, por su parte, cuya función esencial
en el capitalismo es velar por los “intereses colectivos” (de varias empresas) de su país en el
mercado mundial frente a otros competidores, se mueve en la red de contradicciones tejida por
el conjunto de los capitales particulares.
67
orden social, cumpliendo un papel fundamental en el establecimiento del
escenario de la acumulación del capital. El Estado, lejos de perder su carácter
intervensionista en el proceso socio-ecomico, su peso como agente
económico sustancial, lo refuerza y resignifica, gradualmente.
Lo interesante, es que estas dos lógicas contradictorias generalmente no
han sido suficientemente exploradas por las teorías críticas clásicas” del
imperialismo, las que en general han supuesto un acuerdo rápido entre ellas.
Es claro, para esta perspectiva, que los procesos políticos-económicos son
acompañados por estrategias del Estado y del Imperio, y que los últimos
acan a partir de motivaciones capitalistas. No obstante, la relación entre
dichas lógicas debe pensarse bien más problemática y no unilateral. Así,
entendemos que el imperialismo capitalista se constituye a partir de la
intersección permanente entre estas lógicas contradictorias, evidenciando la
dialéctica de la realidad, sin unilateralidades (economicistas o politicistas) que
puedan justificarse.
Desde la lógica capitalista, las prácticas imperialistas se relacionan con
la explotación de condiciones geográficas desiguales para realizar la
acumulacn de capital. En función del uso de las asimetrías producidas por las
relaciones desiguales de intercambio, las desigualdades provenientes del
efectivo (no ideal) funcionamiento del mercado, adquieren una expresión
espacial y geográfica específica. Esto es, la riqueza y el bienestar aumentan en
ciertos territorios a costa de otros. Relaciones asimétricas de intercambio,
generan y refuerzan maneras desiguales de concentrar riquezas y poder en
ciertos lugares procesos estos que pueden darse, también, dentro de un
mismo territorio nacional (Cf. ídem: 35). Por esto, una de las funciones
principales del Estado en el imperialismo es mantener un “patrón de asimetrías”
de los intercambios adecuado a las necesidades del capital que debe
representar.
En síntesis, el imperialismo es un momento, una mediación, de las
relaciones de poder entre los diferentes Estados nacionales, en los marcos de
un “sistema-mundoglobal de acumulación de capital. En una fase avanzada
como es la actual, la práctica entre las diferentes unidades estatales no puede
dejar de expresarse cada vez más sino en términos imperialistas. Las prácticas
imperialistas son indispensables para el proceso de acumulación del capital,
68
puesto que a través de las mismas se pueden mantener y explotar las
“ventajas” (recursos naturales, financieros, geo-políticos, etc.). Por esto, para el
autor, la acumulación interminable de capital requiere consigo para mantener
y proteger el aumento de sus propiedades – una acumulacn igualmente
interminable de poder.
De esta constatación, surge un problema que no es nuevo y que fuera
objeto de análisis de los teóricos del imperialismo a principios del siglo XX,
referido a las posibilidades efectivas de controlar y administrar la combinación
de esta dialéctica, formada por la expansión necesaria y desenfrenada del
capital y las posibilidades de organizarla y regularla globalmente, de modo de
sortear los límites y obstáculos que emergen como resultado de su
contradictoria realización histórica. En otras palabras: ¿en qué estructura global
(G8; ONU; OMC; OTAN) podrá concentrarse un poder suficiente y duradero,
capaz de regular la continuidad ilimitada de la acumulación del capital? ¿O será
que la “ansia ilimitada” de acumulación nos conducirá a la barbarie?
La historia de los grandes imperios y sus caídas muestra el peligro de
esta extensión (necesaria) ilimitada. La “sombra de la incontrolabilidad” de que
hablaba Mészáros.
1.2.1. Ascensión histórica de los imperialismos propiamente burgueses
(1870 – 1945)
En la periodización que realiza de la historia del “imperialismo
capitalista”, Harvey distingue tres grandes momentos cualitativamente
diferenciados: un primer momento del imperialismo capitalista (puesto que
políticas imperiales existieron con anterioridad al capitalismo) que se desarrolla
entre las décadas que van de 1875 a 1945, y se caracteriza por ser un contexto
donde existen imperialismos rivales fundados en Estados nacionales. Mientras
la creciente necesidad de encontrar nuevos mercados para los capitales
excedentes continuaba presionando de varias maneras al poder político de
cada Estado imperialista (en el sentido de una expansión del control
geográfico) la contradicción entre pcticas imperialistas y nacionalismo
burgués no podía resolverse.
69
La expresión de este momento crítico del sistema resultó en 50 años de
guerras inter-imperialistas. El mundo fue dividido entre las naciones que
prevalecieron de las conflagraciones, los que impusieron formas coloniales de
relación con el resto, con influencia exclusiva de éstos. Ejemplos claros de esta
re-partición geográfica del globo entre las grandes potencias capitalistas
pueden encontrarse en el Acuerdo de Versalles al fin de la primera guerra
mundial, en África en 1885, con el reparto de Medio Oriente entre Francia e
Inglaterra, etc. En todos los casos, este proceso se tradujo como expoliación
salvaje de recursos naturales y humanos en las regiones periféricas,
sustentados desde un discurso ideológico de una supuesta inferioridad racial
de estas poblaciones, que justificaría el genocidio en nombre de la
“civilización”.
Sin embargo, en las primeras décadas del siglo XX, la creciente
consolidación del modo de producción capitalista a escala mundial a inicios del
siglo XX, el nivel alcanzado en algunos países por el proceso de concentración
y centralización del capital proceso que se traduce como un conjunto de
intensos impulsos del capital concentrado para expandirse, para quebrar todas
las barreras –, evidenció lo ilusorio de pensar en la posibilidad de un reparto
armónico y estable del territorio periférico entre imperios con influencia
exclusiva que conviven casi paralelamente. La crisis de 1929, es el síntoma
más agudo de esta contradicción las posibilidades reales de resolver las
crisis de superproducción dentro de imperios “cerrados”, esto es, los impulsos
hacia la expansión del capital, y acabará desembocando en la II guerra
mundial (1939 – 1945).
De acuerdo con este autor, el periodo comprendido entre los años 1870
y 1945 se caracteriza por la existencia de imperialismos rivales fundados en los
estados nacionales, los cuales funcionan mediante la construcción de la
“unidad nacional”, apelando muchas veces al racismo para tal fin. La amenaza
“externa”, “extranjera”, fue recurrentemente utilizada, tornándose un trazo
cultural de significativa importancia socio-política durante el siglo XX.
Un segundo período (1945 1970) se forma desde la segunda pos-
guerra mundial hasta entrada la década de 1970. Allí, la configuración
geopolítica del capitalismo imperialista sufrirá transformaciones sustantivas.
Los Estados Unidos salen victoriosos del segundo conflicto bélico mundial y se
70
afirman como potencia dominante, líder en tecnología y en producción, con su
moneda (el dólar) reinando supremo y con capacidad industrial-militar bien
superior a la de cualquier otro país
23
. En ese contexto, este país reunió las
condiciones para ejercer una política imperialista moderada que buscaba
solapar la opresión. Su predominio era presentado como consecuencia natural
del progreso histórico, para lo cual el “gran hermano” del norte buscó ocultar
sus ambiciones imperiales con la formulación de un universalismo abstracto,
propio de la raíz liberal. Este período del capitalismo de los monopolios se
caracteriza por constituir una forma de imperialismo “leve” o de “baja
intensidad”
24
.
Las conquistas territoriales de la Unión Soviética y su poder en ascenso
se le enfrentaron, originando la llamada guerra fría”, la cual (casi sin
dispararos) marcó la trayectoria histórica mundial durante la segunda mitad del
siglo pasado. El macartismo”, como la ideología estadounidense oficial del
período, censura, reprime y proscribe todo lo considerado peligrosopara los
“intereses nacionales” de EUA. El “peligro comunistadesafía las bases de la
“seguridad nacional”, por lo cual se justifican sospechas, infiltraciones,
persecuciones, torturas, golpes y terrorismos de Estado. En nombre de la
“seguridad interna”, veremos edificarse verdaderos genocidios en regiones
como Arica Latina, por ejemplo. El poderío militar fue movilizado una y otra
vez para garantizar la creación o manutención de gobiernos “amigos en varios
países (son los casos de Irán; Guatemala; Brasil y todo Sudamérica bajo el
23
Diferentemente de la URSS que cargó con el principal costo de la II-Guerra Mundial. La
demora de los Aliados por lanzar un segundo frente de ataque en Europa, y aderrotar más
rápidamente al poderío nazista (probablemente calculada por EUA e Inglaterra) desgastó
mucho el poderío del ex bloque soviético, a pesar de que ganó imperantes territorios con la
victoria final sobre Hitler.
24
En este sentido, si es observada la conducta histórica de los EUA puede percibirse que el
consentimiento y la cooperación tienen la misma presencia que el uso de la coerción y
eliminación del enemigo o de la disidencia. Sin lograr capacidad internacional de movilización
de consentimientos y cooperaciones, esto es, sin lograr ejercer un liderazgo que genere ciertos
beneficios colectivos, haría mucho tiempo que EUA habría dejado de ser hegemónico. La
“cabeza del Imperio” debe actuar de forma tal que, por lo menos, sea creada la ilusión de que
las ganancias serán en beneficio de todos; no puede descuidarse esta cuestión a la hora de
hablar de liderazgo por medio del consentimiento, o sea, del ejercicio de la hegemonía.
Distintamente de lo que algunos creen, esto no anula el momento coercitivo del sistema, más
bien, el mismo no precisa ser movilizado para enfrentamientos sociales fuertes; son momentos
de relativa paz social que el sistema también demost posibles dentro de sus marcos
contradictorios.
71
Plan Cóndor; Congo; Indonesia; Chile; República Dominicana, etc.), pero
fueron derrotados contundentemente en China y Cuba, e insurrecciones
comunistas populares fueron surgiendo a medida que el poder soviético se
consolidaba como potencia mundial.
En este contexto “bipolar”, donde dos formas de sociabilidad diferentes
se confrontan con potencia para vencer, la “política externa” de la principal
potencia capitalista, fue llamada a proporcionar protección económica y militar
a las clases propietarias de todo el mundo, independientemente de la
localización geográfica de actuación del capital. A cambio, dichas clases y
elites político-militares se “alineaban” detrás de EUA en el enfrentamiento
bipolar. Para estos, se trataba imperiosamente de detener el avance del
comunismo en el mundo, sea a través de intervención militar directa (como es
el caso de Irán, en 1953), o mediante otras formas más sutiles. Especialmente
para las naciones europeas, muy próximas de la URSS y desbastadas por la
guerra, fueron brindados fuertes préstamos económicos para reconstruir sus
economías capitalistas.
Fue preciso, además, desmontar los imperios de la fase anterior para
permitir el despliegue del proceso de desarrollo capitalista. Los procesos de
descolonización y la creación de repúblicas independientes fueron seguidos
muy de cerca por el imperialismo, de modo tal de evitar concentraciones geo-
políticas sustantivas, dividiendo en dimensiones controlables los “nuevos”
países-mercados. Para esto, un conjunto de estímulos fue ofrecido a los
“grupos dominantes locales”, siempre bajo la modalidad de acuerdos
bilaterales. Era necesario controlar y hacer funcionar el mundo no-comunista
adecuadamente, para lo cual fue indispensable crear una compleja
“institucionalidad global”. Con los “Acuerdos de Breton Woods”, en 1947, con la
finalidad de lograr estabilidad en el sistema económico-financiero capitalista
mundial son creados el FMI, el BM, el BID y la OCDE.
A partir de entonces, EUA “se hace cargode liderar los intereses del
conjunto contradictorio de las clases propietarias y las elites dominantes en
todos los rincones del mundo capitalista. Este país se torna la principal
proyección del poder burgués consolidado del mundo. Con la promesa del
desarrollo económico “eterno” – como medio infalible para producir un consumo
creciente y masivo en todos los países intentará oponerse a las conquistas
72
socialistas en el plano de la llamada “seguridad o protección social”, de la
mejora en la calidad de vida del conjunto de la población. Junto al discurso de
libertad y “progreso civilizatorio”, de paz y prosperidad infinitas que sería
posibilitado por un crecimiento capitalista y un consumo de masas considerable
–, se despliega una política cultural peculiar a esta fase, que se particulariza en
el cine, en la música, en la literatura y en el conjunto de las expresiones socio-
culturales, tornándose armas fundamentales para la lucha ideológica, de
construcción hegemónica del imperialismo global (Cf. ídem: 53).
Es este el cuadro en que EUA se convierte en la principal máquina de
acumulacn de capital, con la particularidad de albergar este desarrollo dentro
de su propio territorio, tornándose un Estado desarrollista por excelencia. Hasta
entonces, descontando algunos minerales estratégicos y el petróleo, o algunas
corporaciones importantes como ITT y la United Fruit, el imperialismo
económico de este país era bastante restricto. Desde la posguerra, sus
inversiones directas serían introducidas por toda Europa y Japón, y en
contrapartida, el mercado estadounidense se abriría para recibir la producción
de éstos. La expansión del contexto “keynesiano”, con fuertes intervenciones
del Estado en políticas anti-crisis, encontraba sus fundamentos en la intensa
dinámica vivenciada por las luchas de clases. Allí, el “trabajo organizado” se
tornó un actor decisivo de la escena política mundial, dando lugar al
surgimiento de las varias experiencias “social-demócratas” (o de Bienestar
Social), especialmente en el “viejo mundo”.
Por otra parte, en el interior del proceso de dirección del imperialismo de
pos-guerra, se establece un grupo de pses dominantes cohesionados
globalmente, y una articulación de todas las grandes potencias capitalistas bajo
el liderazgo de los EUA a fin de evitar guerras “intestinas y compartir los
beneficios de un capitalismo integrado en las regiones nucleares. Se verifica
una real intensificación del capitalismo. El proceso de concentración y
centralización del capital que esto supuso presionaba para una expansión
geográfica, la cual fue garantizada mediante la descolonización de los países
del llamado “Tercer Mundo y los planes de “cooperación” del modelo
“Desarrollista”, presentado como meta generalizada para el resto del mundo
la “Alianza para el Progreso” del demócrata J. Kenedy.
73
En el plano interno de los EUA, el creciente poder del trabajo organizado
redundó en mejoras del nivel de consumo para las clases inferiores y el
problema de la sobre-acumulación fue contenido hasta finales de la década de
60. Pero, cuando en la década de 1960 Japón y Alemania comienzan a
contraponerse a EUA, se reaviva la competencia internacional”. La capacidad
interna de EUA para absorber el capital “excedente” comenzó a declinar dando
lugar al surgiendo de una crisis de sobre-acumulación. La “crisis de
valorización” del capital por falta de posibilidades de inversiones productivas
repercutió fuertemente como recalentamiento de la competencia económica
mundial, especialmente desde 1968 a 1974. Como consecuencia necesaria de
esto, fue “endureciéndose” la tolerancia política-democrática de los EUA con
los gobiernos que no colaboraran, no vacilando en recurrir a los medios más
bárbaros que estuvieran a su alcance para no declinar
25
.
Un creciente proceso de “aprisionamientopor parte del centro generó
diversas respuestas desde las regiones periféricas y semi-periféricas. Los
procesos de “Liberación Nacional”, las perspectivas anti-dependencia en estas
áreas se acompañan con las luchas sociales de las clases trabajadoras en el
mundo desarrollado. Se procesa un movimiento de mutua alimentación entre la
anti-dependencia y el anti-colonialismo formando la perspectiva “anti-
imperialista”. Este proceso de contestación se multiplica continentalmente
cobrando dimensiones importantes y una radicalidad peligrosa”. Los agentes
del capital, que comandan la reproducción del imperialismo, fueron forzados a
formular una respuesta” capaz de defender las estructuras del orden social.
Para enfrentar los proyectos societarios que apuntaban a una transformación
radical del status quo, el imperialismo capitalista no vaciló en utilizar medios
barbarizantes, como lo muestran claramente las secuelas en la sociabilidad
contemporánea dejadas por los “terrorismos de Estado” que padeció nuestro
continente.
25
Los golpes militares que sacudieron a varios países latinoamericanos en este periodo, bajo la
organización estratégica del Pentágono Norteamericano; el genocida “Plan Cóndor” que
eliminó efectivamente la disidencia en Sudamérica; el terrorismo de Estado sistemático y
articulado continentalmente, los cuales tendrán lugar en este periodo, particularmente en
América latina, no han sido abordados teóricamente de modo satisfactorio por el llamado
“pensamiento social critico latinoamericano”.
74
A su vez, como consecuencia de la Guerra fría” y de las intervenciones
“externas”, se fue consolidando un espacio y un poder creciente en manos del
“complejo industrial-militar”, que aumentaba significativamente su importancia
económico-política bajo el clima social de “amenaza” de guerra permanente. La
exportación de armas, que en poco tiempo remilitarizó el mundo, fortaleció el
crecimiento económico de las industrias de defensa y de guerra. Los gastos
militares crecientes del Estado necesarios para contener el avance del
poderío de la URSS y a los que se les sumó la guerra de Vietnam y la fuerte
política estimuladora del consumo interno, resultaron en una crisis fiscal
monumental, ya en inicios de los años 1970. A la misma, se respondió con una
“alucinanteemisión de moneda que repercutió como presión inflacionaria en
todo el mundo cuya consecuencia fue la expansión mundial de capital
“ficticio circulante.
Por otra parte, el creciente poder del trabajo en todos los Estados
nucleares del sistema elevaba considerablemente los “gastos sociales”, así
como los costos del salario, implicando una compresión de las ganancias
capitalistas. De esta forma, la desaceleración se precipitó, y entramos en una
“nuevacrisis. La recuperación industrial de Alemania occidental y del Japón
refuerza la presión sobre EUA. Dólares “excedentes”, que no encontraban
condiciones de inversión rentables, inundan el mercado financiero mundial y
hacen que toda la arquitectura montada desde Bretón Woods se torne
sumamente inestable. No quedó más alternativa que quebrar el patrón de
referencia monetaria dólar-oro.
1.2.2. Las crisis capitalistas de súper-acumulación
Partiendo del examen crítico de la obra más sustancial de Rosa
Luxemburgo, “La acumulación del capital”, donde la autora plantea que el
problema de la crisis en el capitalismo es íntimamente relacionado con la
emergencia de una falta general de demanda efectiva, y que la misma se
expresa como un sub-consumo con relación a los bienes producidos, creando
una tendencia recurrente a la crisis
26
, Harvey dique la teoría de la “sobre-
26
Éstas, son comprendidas como productos del propio despliegue del sistema del capital. En
este sentido, el comercio con formaciones sociales más “atrasadas”, “pre” o “no-capitalistas”,
75
acumulacn identifica a la falta de posibilidades lucrativas” como el problema
fundamental desencadenante de las crisis capitalistas.
Así, la falta de una demanda solvente puede ser parte fundamental de
una crisis, aunque no necesariamente unívoca. De acuerdo con su hipótesis, el
defasaje entre oferta y demanda, una vez creado, puede ser “salvado” por
medio de la reinversión, la cual genera su “propia demanda” tanto de bienes
de capital, como de otros insumos. En este sentido, las expansiones
geográficas del capitalismo, que están en la base de buena parte de la
actividad imperialista, se han demostrado sumamente útiles para contrarrestar
las crisis sismicas, justamente por el hecho de “crear demanda”.
Desde su perspectiva, las tendencias “expansivas” inherentes al socio-
metabolismo del capital, son vistas como una exigencia de su propia
reproducción. Los reordenamientos geo-políticos, socio-espaciales y socio-
temporales, responden a los impulsos insaciables del capital por mantener el
ritmo de la acumulación, puesto que necesita siempre reproducirse
ampliadamente (Cf. ídem: 117).
Su análisis del proceso de acumulación del capital se afirma sobre la
hipótesis de que los métodos y las formas predatorias, salvajes y fraudulentas
(propias de un momento “originario” o inicial del capital) nunca fueron
definitivamente abandonadas por el mismo, ni podrían serlo. El capitalismo,
muy lejos de realizar el mito del desarrollo por la “libre competencia”, se
estructura a partir de la interacción violenta entre imperios que, para reproducir
su condición, deben apelar constantemente a procesos de barbarización. A
este proceso permanente (no sólo originario) el autor va a llamar de
“acumulación vía expoliación” (Cf. ídem: Cáp. IV)
27
.
ha proporcionado una “salida” para estabilizar el sistema en estas “tempestades”. El llamado
“comercio desigual entre centros y periferias debió mantenerse para responder a una
exigencia permanente del sistema, “más allá de la voluntad” de estas últimas en aceptar tal
condición.
27
Para este autor, todas las características de la “acumulación primitiva” que Marx menciona
en el célebre capítulo XXIV de El Capital permanecen fuertemente presentes en la experiencia
histórica del capitalismo hasta nuestros días. Incluso, algunos mecanismos de la acumulación
originaria allí enfatizados fueron perfeccionados, y hoy cumplen un papel más importante que
antes. El sistema de créditos y el capital financiero, por ejemplo, se han tornado trampolines
fundamentales para el saqueo de países enteros más débiles; el dominio del capital financiero
desde la crisis de 1970, el proceso de financierización experimentado, es espectacular por su
estilo parasitario, destructivo y des-humanizador. No obstante, siempre de acuerdo con la
hipótesis de Harvey, los sucesivos ataques especulativos realizados por grandes empresas y/o
76
Esta consiste, según este autor, en “liberar” a un precio muy bajo un
conjunto de “activos de modo que el capital sobre-acumulado pueda
apropiarse de los mismos y darles un uso lucrativo”. La “privatización”, por
ejemplo, tan recomendada por el neoliberalismo, sirve de palanca para abrir
espacios todavía no apropiados por el capital, para que éste pueda fugarse de
la amenaza de desvalorización. Lo mismo puede alcanzarse provocando una
“desvalorización intencionada” de activos ya existentes, que son vendidos muy
por debajo de su valor y “reciclados” lucrativamente por el capital “sobre-
acumulado”.
No obstante, para que haya desvalorización se precisa una crisis, la cual
puede ser planeada y administrada en función de estabilizar el sistema –
cuestión en que muy bien se especializaron varias de las “instituciones
globales” en las últimas décadas, bajo el liderazgo del FMI. De modo que,
como resultado del propio progreso de la acumulación capitalista, de los “ciclos
de reproducción”, se produce un “excedente de capital, o un capital “sobre-
acumulado” que reclama ser invertido, convertirse en “activos”, para así
continuar existiendo como tal. En la actualidad, es dicha exigencia del capital
sobre-acumulado la que impulsa la tendencia a producir desvalorización de
activos existentes para “oxigenarse”
28
.
Para este autor, una de las principales funciones que actualmente se le
vienen atribuyendo a los Estados neoliberales, en general estrechamente
asociados a las instituciones “globales”, es participar activamente en los planes
de desestabilización de los sistemas financieros, esto es, en la organización de
los procesos de desvalorización de capitales que garanticen la acumulación
vía expoliación”, y eviten el desencadenamiento de un colapso general del
sistema. Esta es la verdadera funcn desempeñada por los “organismos
internacionales”; este es el fundamento de los llamados programas de “ajuste
grandes figuras de las finanzas, deben entenderse como la modalidad de vanguardia utilizada
en épocas recientes para realizar la acumulación vía expoliación (Cf. ídem: 121 a 123).
28
La analogía con la formación del “ejercito industrial de reservatratado por Marx es cristalina,
dirá Harvey. De la misma forma que en aquella, valiosos activos son retirados de la circulación
y desvalorizados; quedan dormidos hasta que el capital excedente haga un uso productivo de
los mismos y le dé nueva vida a la acumulación. La crisis, para resolverse, precisa crear “otro”,
un “afuera”, permanentemente (Cf. ídem: 126).
77
estructural”, patrocinados por el Fondo Monetario Internacional y el llamado
“Consenso de Washington”. Dirá el autor:
“La acumulación por expoliación se tornó mucho más acentuada a
partir de 1973, en parte como compensación de los problemas
crónicos de sobre-acumulación que surgieron en el ámbito de la
reproducción expandida. El principal vehículo de esa
transformación fue la financierización y la orquestación, en larga
medida bajo la dirección de Estados Unidos, de un sistema
financiero internacional capaz de desencadenar de vez en cuando
aumentos más o menos violentos de desvalorización y de
acumulación por expoliación en ciertos sectores, o incluso en
territorios enteros [...]. Para que todo esto ocurriese, era
necesario, además de la financierización y del comercio más libre,
un abordaje radicalmente distinto de la manera como el poder del
Estado, desde siempre un gran agente de la acumulación por
expoliación, debía desarrollarse. El surgimiento de la teoría
neoliberal y la política de privatización a esta asociada,
simbolizaron buena parte de esta transición” (Harvey; 2005: 129;
traducción nuestra).
Por esto, se afirma que la privatización es el “brazo armado” de la
acumulacn por expoliación. Junto con la liberalización de los mercados, fue
un pilar fundamental sobre el que se articuló el movimiento neoliberal. Para
ello, fue necesario transformar las políticas del Estado, en función de viabilizar
el proceso. Activos de propiedad estatal o destinados a una utilización pública
fueron lanzados al mercado para satisfacer al capital sobre-acumulado; así,
nuevos campos y actividades lucrativas fueron abiertos para sanar, al menos
por algún tiempo, este problema. Este proceso, una vez lanzado, desató una
enorme presn por la captura de esos activos, llevando la privatización a una
variedad de arenas hasta entonces no subsumidas a la lógica de la valorización
del capital. Según Harvey, puede afirmarse que la privatización es
esencialmente la transferencia de activos públicos productivos del Estado para
empresas privadas, entre los cuales pueden encontrase los recursos naturales,
las tierras, selvas, agua, aire, etc. (Cf. ídem: 131).
Por otra parte, esta re-configuración sistémica acarrea serias
implicancias políticas. En esta línea de reflexión, las formas de organización de
las izquierdas, propias del periodo 1945-1973, se revelan desfasadas para la
actual fase del capitalismo, una vez que la “reproducción ampliada” del primer
periodo cedió lugar a la acumulación vía expoliación, donde la organización
imperialista de la acumulación pasa a desempeñar un papel central,
78
tornándose, tal vez, la contradicción primaria. De esto han resultado “nuevas
formas de resistencia política, con mayor o menor eficacia.
Las batallas contra la expoliación son trabadas en una variedad de
escalas: locales, regionales, globales. El dominio del aparato estatal aparece
cada vez con menos relevancia; los “blancos” de estas “nuevas” resistencias
son difusos, derivados de las formas fragmentarias que asume la acumulación
por expoliación privatización de servicios públicos aquí; destrucción del
hábitat allí; etc., etc., etc. En este sentido, aunque esta modalidad específica de
reproducción de la acumulación no esté centrada sobre las periferias, es
indudable que algunas de sus manifestaciones más deshumanas ocurren en
esas regiones.
Por otra parte, descuidar la conexión orgánica existente entre
“acumulación expandida” y “acumulación por expoliación” empobrece el
análisis y la estrategia política de las izquierdas. Debe promoverse, según este
autor, la conectividad entre las luchas que están siendo trabadas al interior de
los procesos de la primera, con las que se desarrollan contra el despliegue de
la segunda. El cordón umbilical que une ambas modalidades reproductivas del
capital se encuentra en los “arreglos” financieros impulsados por instituciones
como el FMI y la OMC, apoyados por los poderes de los Estados (Cf. ídem:
146).
Tomando la hipótesis directriz lanzada por Harvey, partimos de la
premisa de que un sistema tan contradictorio e inestable como el capitalismo,
sobrevive por su capacidad de “creación de espacios”, vía políticas
imperialistas. A partir de la crisis capitalista de la década de 1970 se insta
como crónico el problema de la súper-acumulación en el sistema, afectando
sensiblemente el funcionamiento reproductivo del capital. Las raíces de dicha
crisis están en la creciente dificultad existente para reinvertir productivamente
el capital excedente, resultante de la acumulacn, y el problema que debe
resolverse es en dónde y en qué puede ser absorbido dicho excedente. Como
sabemos, varias son las contra-tendencias que pueden desplegar la clase de
los capitalistas para sortear la amenaza recurrente de la desvalorización,
siendo la expansión de sus límites, un recurso constante a lo largo de su
historia.
79
En su trabajo “Los limites del capital” (1982), Harvey desarrolla la idea
de los “reordenamientos espacio-temporales”
29
como modalidad de respuesta
del sistema del capital a sus contradicciones inherentes y crisis recurrentes,
contradicciones estas que expresan particularmente un estadio determinado
del desarrollo de la acumulación del capital. La acumulación, debido al
funcionamiento de la “ley de la caída tendencial de la tasa de lucros”, tiende a
producir crisis de súper-acumulación. Las mismas, que se expresan como
excedente tanto de capitales disponibles (sea en la forma de dinero, de
mercancías o de capacidad productiva), como de fuerza de trabajo –, significan
que las posibilidades de combinar lucrativamente estos dos elementos son
frágiles o inexistentes. En estas coyunturas críticas, la expansión geográfica y
la reorganización espacial proporcionan opciones (Cf. ídem: 78).
Si en un territorio determinado (Estado nación o región) existen
excedentes de capital o de fuerza de trabajo que no pueden ser absorbidos
“internamente” de ninguna forma, hay que enviarlos a otra parte. Nuevos
terrenos para la realización lucrativa son necesarios para eludir la
desvalorización, y esto se puede presentar de varias formas: a) como nuevos
mercados, si se trata de capitales excedentes en forma de mercancías, los
cuales serán cambiados por dinero o por otras mercancías; b) si el país que
absorbe el capital excedente no tiene mercancías para pagar puede recurrir a
los préstamos de dinero, o sea, pueden otorgarse créditos a un país para que
compre las mercancías excedentes
30
. Ambas medidas, en el corto plazo,
ahuyentan el fantasma de la súper-acumulación.
29
Se trata de una salida encontrada para enfrentar las crisis capitalistas, por el adelantamiento,
la aceleración del tiempo (previsión) y por la expansión geográfica. La “producción de espacio”,
la organización de divisiones temporales nuevas de trabajo, la creación de complejos de
recursos nuevos y más baratos, de nuevas regiones como espacios dinámicos de acumulación
de capital y la penetración en formaciones sociales pre-existentes por relaciones y armazones
capitalistas, son todas importantes maneras que pueden absorber el “capital excedente” y el
“trabajo excedente”, según nuestro autor. Las expansiones del capital, sus reorganizaciones,
muchas veces amenazan valores económicos pre-existentes en el lugar, todavía no
realizados. Así, una gran contradicción a repetición y explosiva se genera: muchos capitales ya
fijados resisten a su desvalorización, mientras que muchos capitales precisan nuevos espacios
de inversión.
30
Según el autor, esto ocurrió con los excedentes comerciales japoneses, los cuales en los
años de 1990 fueron absorbidos por los Estados Unidos a través de préstamos japoneses para
mantener el consumo yanqui. Por otra parte, una de las cticas de la industria armamentista
norteamericana es hacer que su gobierno preste dinero a algún país para comprar armas a
EUA (el caso de Polonia).
80
En este sentido, el endeudamiento territorial se tornó un problema
global, una vez que potencias medianas se vieron en serias dificultades para
cumplir sus “compromisos financieros”. Para el autor, el problema de “la deuda”
tiene que ser visto como el aprisionamiento de los países más pobres al circuito
de la circulación del capital; a éstos, se le impone el papel de absorbedores del
capital global excedente. El país que recibe préstamos se desvaloriza; el que
los otorga, la elude “aplicando” el capital excedente. Los recursos de los países
más pobres son saqueados por el mecanismo del “pago de la deuda”. Por otra
parte, agudas contradicciones surgen cuando los nuevos” espacios dinámicos
creados, comienzan a precisar canalizar “hacia fuera” sus excedentes, por
medio de nuevas expansiones geográficas. En los términos del geógrafo
marxista: el desarrollo interno vigoroso desemboca en la necesidad de buscar
un “reordenamiento socio-espacial” (Cf. ídem: 102).
En este cuadro, según Harvey, la importancia que adquiere el problema
del Estado es medular. Considerado como estructura territorializada donde
operan los procesos de acumulación de capital, por su gica, el capitalismo
necesita de esta instancia para reproducirse adecuadamente. Por esto la
“institucionalidad burguesa” forma parte indiscutible de su despliegue histórico,
hasta nuestros días. El Estado, ha sido fundamental para la “acumulación
primitiva”; luego, en las experiencias social-demócratas, lo ha sido para
contener la explotación excesiva del trabajo (aunque sin abolir el capital); con
los proyectos “desarrollistas”, a través de una intervención estratégica, los
mismos influyeron decisivamente en la acumulación y más n al tratarse de
colonialismo, de hegemonía, de políticas imperialistas, etc. De modo que desde
siempre el Estado está en escena, desempeñando un papel fundamental en la
dinámica de la reproducción ampliada del capital (Cf. ídem: 80).
A pesar de esta importancia fundamental, los Estados no son los únicos
actores relevantes. También lo es la unión de varios Estados, los bloques
regionales, regiones metropolitanas, etc., los cuales forman un conjunto
variado, organizado y jerarquizado, de ambientes en los cuales ocurren
concretamente los procesos de acumulación del capital. Los “intercambios(de
servicios, de bienes, de fuerza de trabajo, etc.) implican cambios de
localización; el flujo formado por estas interacciones humanas, diseña una
“geografía peculiar” que abarca diferentes espacios y tiempos, y que es
81
resultado del desarrollo desigual del capitalismo en la óptica del autor
analizado.
Empujados por la competencia, los capitalistas individuales buscan
obtener ventajas competitivas que les permitan prevalecer en el sistema,
siendo atraídos por los lugares donde los “costos de producción” sean
menores. El capital se ve obligado a atender a dichas ventajas, puesto que es
una modalidad esencial que le permite aumentar su “tasa de ganancia”.
Según este autor, actualmente las ventajas de localización del capital
son tan importantes como las tecnológicas, y muy a menudo, el capital
“excedente” está apuntando a ellas. Hoy, para buena parte de los países
pobres, tornarse un polo atrayente para el capital se constituye en el proyecto
societario. En la lógica minimalista del mal menor, de lo único posible” (como
si en verdad no quedara otro remedio) muchos países se preocuparon en
ofrecer los mejores privilegios monopólicos para el capital excedente global, el
cual ya no encuentra posibilidades adecuadas para su reinversión productiva
dentro de su territorio. Allí se encuentra la raíz de las políticas imperialistas.
Desde esta perspectiva, los procesos de acumulación son vistos en
“perpetua” expansión, y como esencialmente tendientes al desequilibrio, a la
crisis. Los capitalistas (ya monopolistas) buscarán mantener bajo su control
monopólico los recursoss estratégicos que tengan a su alcance, tanto
cuanto le permitan. El control monopólico de localizaciones estratégicas o de
complejos de recursos fundamentales, es un arma muy importante. En otros
términos, podría decirse que la búsqueda competitiva por lucros, siempre
expansiva, dinamiza tendencias socio-espaciales que, a su vez, chocan con las
fronteras que imponen los monopolios consolidados y operantes. Los
resultados históricos de estas interacciones, esto es, las luchas inter-
imperialistas, van definiendo la fisonomía del sistema a cada momento.
En síntesis, de acuerdo con Harvey, podría decirse que el cuadro
general que tenemos a la vista se configura como un espacio socio-temporal
entrelazado por flujos financieros del capital excedente y conglomerados de
poder político y económico en puntos claves del sistema (N.Y., Londres, Tokio),
que buscan desembolsar y absorber los excedentes de maneras productivas;
concebir proyectos de largo plazo en una variedad de espacios; o usar su
poder especulativo para salir de la amenaza de la súper-acumulación mediante
82
la promoción de crisis de desvalorización en territorios vulnerables (Cf. ídem:
113).
Sin embargo, el capitalismo sobrevive no sólo por los “reordenamientos
socio-espaciales” que produce, capaces de re-absorber el “capital excedente”
de manera “productiva”, sino, también, por medio de la organización de
procesos de desvalorización de capitales existentes que, a partir de su
adquisición a bajos costos, son reintegrados a la dinámica de la valorización
infinita, tornándose un remedio correctivo para la crisis.
1.2.3. La crisis actual y su naturaleza
Una “diabólica” alianza entre los poderes del Estado y los aspectos
predatorios del capital financiero forma las garras de un capitalismo de rapiña
que tiene tanto de prácticas “caníbales” y desvalorizaciones forzadas, como de
intentos por alcanzar el desarrollo global armonioso (Cf. ídem: 114).
Entrados los años de 1970, la irrupción de esta nueva crisis sistémica,
con dimensiones más complejas y profundas, era palpable. Las respuestas
elaboradas por el sistema para la misma se constituirán como el periodo de
“hegemonía neo-liberal” del capitalismo, bajo la tutela de EUA hasta nuestros
días. Dicha respuesta que más que representar una solución duradera,
conlleva la profundización de las contradicciones operantes, en grados cada
vez más agudos sustentará que debe abandonarse la “base material” de los
valores monetarios; que debe “desmaterializarse” el sistema monetario
internacional. Así se abre paso al proceso de “financierización” global del
capitalismo, con una potenciación fantástica del fetichismo del dinero” en la
vida social, en casi todo el mundo, especialmente en las regiones más
desarrolladas y de mercados más “profundos”.
En ese cuadrante, debe situarse la emergencia del problema
“energético” del petróleo de la elevación acelerada y maciza de su precio,
que da origen a la llamada “crisis del petróleo” de inicios de 1970 que, si bien
puso en seria alerta al sistema en su conjunto, perjudicó más a Alemania y a
Jan que al propio EUA, el cual tenía reservas propias en aquel momento. De
modo que, los Bancos norteamericanos fueron quienes se beneficiaron y
absorbieron los “petro-dólares”, convirtiendo a Nueva York en el “centro”
83
financiero mundial. Inmediatamente, uno tras otro, los mercados financieros de
mucsimos países fueron “desregulándose”, adecuándose para recibir y enviar
los flujos de capital (ficticio) que, acalorada y crecientemente, buscaban
“colocación”. La particularidad latinoamericana, en este aspecto, muestra
claramente el papel fundamental de este movimiento sistémico, de búsqueda
desesperada de valorizacn.
El pido despliegue, a lo largo y ancho del sistema, de las formas de la
financierización capitalista resultantes de la inclinación de los negocios de la
burguesía hacia estas actividades –, incide fuertemente en la vida social y en
las formas de sociabilidad humana. Se constituye un nuevo contexto societario,
que expresa el hecho de que la clase y las fuerzas del capital siguen con
iniciativa en medio de la crisis, y no están dispuestas a ceder nada. Por otro
lado, muestra que un trazo esencial de esta nueva fase o período capitalista, es
el tremendo reforzamiento de la alienación social.
Entre tanto, aunque esta “salida financiera” de la crisis no represente
una solución para la misma, se revelará muy eficaz, también, para atacar las
posiciones y organizaciones del trabajo. Las luchas “defensivas” de los
trabajadores para preservar las conquistas del Welfare State especialmente
en los países del centro son derrotadas, y la desarticulación político-
organizativa de la clase trabajadora se precipita. Con cada triunfo sobre el
trabajo, el capital financiero pasa más al centro de la escena, llegando a ejercer
un efectivo dominio sobre el conjunto de la clase trabajadora a escala mundial
(especialmente en algunos Estados muy endeudados), que se traduce en
disciplinamiento de las fuerzas rebeldes, domesticación” de las “clases
peligrosas”
31
. Estamos aquí, en el terreno de la “administración de la crisis”, o
en otras palabras, de “gestión de la barbarie”.
Por otra parte, es fundamental destacar que el reino de la “especulación
financiera” y del capitalismo de “acumulación flexible”, pilares fundamentales de
lo que hemos conocido como neoliberalismo, fue materialmente posible gracias
al conjunto de transformaciones tecnológicas advenidas con la tercera gran
31
La “deuda externa” en determinados países especialmente los asociados al FMI fue
usada para reorganizar las relaciones de producción internas de cada país, favoreciendo la
mayor penetración de los capitales externos: EUA, Japón, Europa (Harvey; 2005: 59).
84
revolución científico-técnica, de la micro-electnica
32
también llamada
“tercera revolución industrial”–, y políticamente posible por la derrota global del
proyecto de emancipación de la clase trabajadora. Fueron estas bases
tecnológicas revolucionadas y los resultados políticos de las luchas de clases,
las que permitieron que la producción y la acumulación del capital se tornen
más flexibles y con mayor movilidad geográfica (fundamentalmente a partir de
la reducción de los precios del transporte y los subsidios estatales para las re-
localizaciones productivas), haciendo que el sistema experimente una
recuperación (parcial).
De este modo se inaugura el proceso de financierización del capitalismo,
en que actualmente vivimos. La complejidad y relevancia socio-política y
económica de este proceso de “mundialización financiera” en curso, exige que
profundicemos más su análisis crítico, puesto que es un momento esencial del
funcionamiento reproductivo del sistema del capital, en su fase actual de crisis
estructural. Infelizmente, las “consecuencias” sociales catastróficas resultantes
de la respuesta del capital a su crisis, todavía esperan ser comprendidas por
las mayorías sociales en el mundo que las padecen.
Desde la actual coyuntura, y concluyendo esta breve historización,
podríamos decir que, la economía mundial se presenta organizada sobre tres
grandes pilares regionales: el NAFTA (EUA, México y Canadá, queriendo
ampliarse para el ALCA, involucrando todo el continente americano); la Unión
Europea (UE); y la región de Asia (los llamados “tigres y, fundamentalmente,
China). Estos bloques, según Harvey, funcionan más solidariamente que en
competencia entre sí, dando la apariencia de que las potencias capitalistas han
aprendido las lecciones dejadas por las pasadas guerras inter-imperialistas. No
obstante, como sabemos, esta complementariedad no puede anular
absolutamente la competencia, y es EUA quien sigue apareciendo como el
portador de las mejores posiciones.
32
Las proto-formas de la misma pueden encontrarse en las investigaciones militares
desarrolladas por las potencias en el marco de la segunda guerra inter-imperialista y,
posteriormente, en el transcurso de la llamada “guerra fría”.
85
El “oro negro”
La mayoría de los lculos coinciden en que las tasas de explotacn de
las reservas petrolíferas del mundo vienen superando crecientemente a las del
“descubrimiento”, especialmente desde la década de ‘80. Poco a poco, el
petróleo se está tornando escaso, y muchos de los campos que ya han vivido
su auge se agotarán, tanto en los EUA, como en Canadá, Rusia, China, entre
otras regiones. En este escenario, según los estudios y descubrimientos hasta
hoy disponibles, Oriente medio aparece como la región principal de provisión
de crudo al largo plazo. Todo indica que esta región se tornará cada vez más
importante para el funcionamiento del sistema en su conjunto así como otros
reservorios considerables como Venezuela o México en América Latina –,
puesto que tanto Europa, como Japón, China y toda esa zona, dependen
vitalmente del petróleo que emana del Golfo del Mar Caspio. Quién logre
ejercer un liderazgo efectivo allí, podrá regular la “canilla global” del petróleo
durante los próximos años.
A finales de la década de 1960, el comando exclusivo de la zona estaba
en manos de EUA; en 1973, el boicot petrolero y la posterior elevación de los
precios del petróleo por la OPEP, junto a la caída del jeque de Irán (que aquel
país había patrocinado en 1953) en 1979, tornaron insustentable la solución
estadounidense de dominio “indirecto”, por medio de representantes locales. El
presidente Carter anuncia la doctrina por la cual EUA no permitirá la
interrupción del flujo de petróleo desde el Golfo, bajo ninguna circunstancia.
Por otra parte, y no menos importante que lo anterior, está la
repercusión global que ha tenido la “implosión” de la Unión Soviética para la re-
configuración del sistema en su conjunto. Con la “caída del muro”, el orden
social del capital remueve una profunda amenaza, y al mismo tiempo, logra a
tiempo ampliar las fronteras territoriales necesarias para la renovación de la
acumulacn del capital monopolista, lo que permite amortiguar y reencauzar
las expresiones críticas de superproducción del sistema, que amenaza
permanentemente con paralizar el proceso de valorización del capital.
Finalmente, parece coyunturalmente acertada la idea de Harvey de que
estamos ante un “nuevo imperialismo”, que es expresión de un movimiento de
endurecimiento y de mayor explicitación del papel que los “instrumentos
86
estatales anti-crisis”, de “control” social, precisan ejercer para garantizar la
auto-reproducción del sistema como un todo. EUA, como cabeza de imperio”,
como posición estatal dominante en el mundo, tiene un plus de responsabilidad
en esto, por lo cual es quien más presionado se encuentra a producir
respuestas al “impaciente” e “intolerante” capital monopolista “global”.
Como ya fue mencionado, desde la segunda pos-guerra se habría
constituido un imperialismo “leve” o de “baja intensidad”, que buscaba
reproducirse a través de procesos s o menos consensuales porque los
ciudadanos norteamericanos se negaban a aceptar políticas contrapuestas a
los valores republicanos y burgueses, propios de la época ascendente del
capitalismo. Las acciones imperialistas efectivazas que las hubo y muchas
fueron sigilosamente amortiguadas por la proliferación de los discursos de
libertad, democracia, no-intervención, etc.; las pcticas imperialistas de EUA
no aparecían abiertamente tal como lo hacen hoy. La explícita belicosidad
actual se debe, en parte, a que en la atmósfera pos-11 de septiembre la acción
militar abierta y unilateral se tornó más aceptable al interior de la principal
potencia imperialista, aunque no sin resistencias internas y globales.
1.3. El capitalismo senil” y sus formas de sociabilidad: un diálogo con
Samir Amín
Por su parte, en su trabajo El capitalismo senil, Samir Amin (2005),
sostiene que el análisis del imperialismo no puede restringe a sus dimensiones
políticas, puesto que no es un fenómeno “específicamente” político, exterior a
la vida económica, cultural. Según el crítico egipcio, se trata de un producto de
las lógicas que rigen el proceso de la acumulación del capital. También para
este autor, el capitalismo es un modo de producción que desde su génesis
porta una tendencia a imponerse, una vocación para tornarse un verdadero
sistema mundial; un instinto de conquista innato”. Desde sus orígenes y como
una condición de posibilidad, este “orden” social ha buscado expandir sus
fronteras, creando y reproduciendo ampliadamente determinadas asimetrías
entre regiones y/o países, estructurando las relaciones entre centros y
periferias” (Cf. ídem: 8).
87
Mientras la crítica clásica del imperialismo dentro del marxismo, lo define
como una fase característica del capitalismo maduro (pensamos en Lenin),
para este autor, el sistema del capital es imperialista “por naturaleza”. Al igual
que Harvey, entiende que el imperialismo representa una fase permanente del
capitalismo
33
. Lo que históricamente ha ocurrido son, según Amín,
metamorfosis en el carácter específico asumido por el imperialismo según las
“especificidades demandadas” por la particular fase de la acumulación que el
capital atraviese – lo que delimita el campo de posibilidades para formular
estrategias de desarrollo. En la perspectiva desde autor, es correcto pensar
que en los últimos cinco siglos han existido distintas modalidades de
imperialismo, las que corresponden a determinadas fases del desarrollo del
modo de producción capitalista, fases que presentan particularidades.
Cabe entonces la siguiente pregunta: ¿cuál es la particularidad del
actual imperialismo? ¿Qué determinaciones operan en el llamado nuevo
imperialismo”?
Según Amín, dicha especificidad se expresa en el carácter “senil” que
presenta la actual fase del capitalismo. Mientras en las fases anteriores de
expansión sistémica, el carácter de conquista propio del imperialismo
redundaba en una creciente “integración” de regiones y poblaciones situadas
más allá del horizonte del capital
34
, mientras en su periodo de ascenso histórico
el capitalismo “incorporó” territorios (aunque como colonias) al ritmo acalorado
de intensas luchas inter-imperialistas por dominarlos – lo que supone diferentes
“centros” imperialistas compitiendo y enfrentándose entre sí para lograr las
mejores posiciones dentro de la expansión mundial y amplió su ambiente, el
“nuevo imperialismo” revierte estas tendencias. ¿En qué sentido?
33
En el punto anterior vimos como Harvey propone pensar el llamado “proceso de acumulación
originaria del capital”, tematizado por Marx en el capítulo XXIV de El Capital, como un proceso
permanente, no apenas circunscrito al momento “inicial” de creación de las condiciones que
posibilitan la afirmación histórica del capital como relación social predominante. Desde esta
perspectiva, la “acumulación originariasería, al igual que el imperialismo, un proceso que se
renueva permanentemente y que hoy se expresa bajo la forma de una “acumulación por
expoliación” (Cf. Harvey; 2005).
34
De acuerdo con el autor, las fases anteriores del imperialismo se caracterizaron por la
exportación de capitales hacia territorios conquistados”, lo que implicó la formación de las
periferias.
88
Las características históricas que definen al “nuevo imperialismo” dicen
respecto a dos órdenes de problemas: por un lado, son cada vez más
evidentes las dificultades que el sistema encuentra para integrar”. En su fase
actual de “expansión”, el nuevo imperialismo “excluye” en vez de integrar. Por
otra parte, dirá este autor, estamos en presencia de un “imperialismo colectivo”,
que reúne al conjunto de los centros”. En sus palabras: es el imperialismo de
la “tríada” formada por Estados Unidos - Europa - Japón (Cf. Ídem: 7).
En fases anteriores, conquistando territorios mediante la exportación de
capitales, el imperialismo ejercitaba su vocación constructiva, su capacidad de
absorber era bien mayor que la de expulsar. En las periferias, el proceso se
revestía con la “ilusión del desarrollo”, de la modernización, de la
industrialización, a través de lo cual eran incorporados funcionalmente
contingentes poblacionales significativos al ambiente capitalista los proyectos
de industrialización de las “burguesías nacionales” periféricas. De esa forma,
se expresaba la dimensión “constructiva” y “civilizatoria” del capitalismo, su
carácter “progresista”. En América Latina, por ejemplo, el capital británico
modernizaba, construía puertos, ferrocarriles. Para Amín:
“[...] el imperialismo de las anteriores fases históricas de la
expansión capitalista mundial se basaba en el papel ‘activo’ de los
centros, que exportaban’ capitales hacia las periferias para
impulsar un desarrollo asimétrico, que podemos definir
dependiente o desigual. Sin embargo, el imperialismo colectivo de
la tríada y, en particular, el de centro de centros’ (los Estados
Unidos), ya no funciona de esta manera. Los Estados Unidos
absorben una fracción considerable del excedente, generado por
la comunidad internacional, y la tríada deja de ser una exportadora
importante de capitales hacia las periferias. El excedente
sustraído por la tríada bajo diferentes formas, ya no constituye la
contrapartida de nuevas inversiones productivas. El mismo
carácter parasitario de este modo de funcionamiento del sistema
imperialista es un signo de senilidad” (ídem: 9).
Todo indica, dirá este autor, que el capítulo de esta expansión
constructiva del capital se ha cerrado. Los flujos de ganancias transferidos de
los centros a las periferias son cada vez menos significativos, ocurriendo cada
vez más lo inverso. Aquella expansión generalizada, que mundializó
efectivamente al capitalismo, hoy estaría redefiniéndose y concentrándose en
los centros – cuestión que refuerza la asimetría con las periferias.
89
Tal redefinición involucra al conjunto de las relaciones contradictorias
entre las dimensiones constructivas y destructivas inherentes al socio-
metabolismo del capital y su desarrollo. La acentuación radical de las últimas
caracteriza la fase actual. Dirá el autor:
“[...] hemos llegado a un punto en que, para abrir un nuevo sector
de la expansión del capital (la modernización de la producción
agrícola), se debe destruir, en término de personas, sociedades
completas [...]. La dimensión creadora de la operación representa
solo una gota en el mar de la destrucción que genera. Se puede
concluir que el capitalismo entró ya en su fase senil descendente,
pues la lógica que rige este sistema ya no es capaz de asegurar la
más elemental supervivencia de la mitad de la humanidad. El
capitalismo se convierte en barbarie, invita directamente al
genocidio. Por esta razón, es más necesario que nunca sustituirlo
por otras lógicas de desarrollo, con una racionalidad superior”
(ídem: 13)
De acuerdo con su argumentacn, las dimensiones destructivas del
sistema se encuentran articuladas alrededor de un eje esencial constituido a
partir de los procesos de “expansión de los mercados” y de “mercantilización de
todas las cosas” – una verdadera hipertrofia de la alineación mercantil. El
despliegue del orden del capital implica la mercantilización creciente del ser
humano, de sus capacidades inventivas y artísticas, de la salud, la educación,
las riquezas naturales, de la cultura, la política. Para Amín, una
mercantilización de todo está produciendo actualmente la triple destrucción del
individuo social, de la naturaleza y de pueblos enteros (Cf. 2005: 261).
En la contemporaneidad, desde el punto de vista de la gestión del
sistema mundial, pueden apreciarse las enormes dificultades para administrar
los procesos crecientemente destructivos que la reproducción sistémica
produce, reclamando verdaderos esfuerzos colectivos para contener el
potencial destructivo disponible, el cual, como dijimos, cuenta con la fuerza
necesaria como para poner en riesgo la propia sobre-vivencia de la especie
siendo que, obviamente, las poblaciones periféricas” son especialmente
afectadas por la actual destructividad sistémica. Por esto, la fase senil del
capitalismo” crea la exigencia política de una gestión colectiva que regule la
destructividad creciente con que el sistema se reproduce donde cada vez
más estructuralmente se apela a las guerras, que se tornan un trazo
90
permanente de lo real –, aunque, inmediatamente, se evidencien las enormes
limitaciones que encuentra para lograrlo duraderamente.
En este sentido, la actual fase del capitalismo (“senil” o de crisis
estructural”) no puede vivirse sino como un clima de renovada violencia. Una
violencia particular, según nuestro autor, que se ejercita menos entre los
propios centros (como ocurriera en las crisis inter-imperialistas pasadas, que
desembocaron en las dos grandes guerras mundiales), y más entre éstos y el
resto del mundo (Cf. ídem: 17). Mientras en las fases anteriores de la
acumulacn la polarización social global se basaba en la relación centros
industriales/periferias no industrializadas, hoy se establece a partir del control
de los recursos monopolizados de las condiciones fundamentales de
producción-reproducción de la vida social. El “centro” está constituido por los
poseedores de dichos monopolios, quienes asimétricamente se relacionan con
las periferias ya industrializadas, aunque siempre subordinadas a aquellos
35
.
En esta línea, la senilidad se manifiesta, también, en la sustitución
creciente del modelo anterior de “destrucción creadora” por uno de “destrucción
no creadora”, que expresa el pasaje de un “capitalismo en expansión” hacia
uno en “contracción”. Estaría llegando el momento, en que las tendencias
destructivas, asociadas al actual modo de reproducción sistémica, prevalecen
ante las que aseguran su legitimidad, a través de sus dimensiones
“constructivas”. Nos encontramos en ese punto, donde la continuación de la
acumulacn en los marcos de las relaciones sociales capitalistas y bajo las
nuevas bases tecnológicas, se torna un verdadero genocidio.
Actualmente, más de la mitad de la población, se ha vuelto itil,
estructuralmente excedente. Así,
“La polarización a escala mundial, inherente a la expansión
mundial del capitalismo, constituye la dimensión más dramática de
las destrucciones asociadas a la historia de los últimos cinco
siglos: cien millones de indios de América y otros tantos africanos
exterminados para ‘poner en marcha’ el sistema. Pero la
acumulación salvaje no fue solamente ‘primitiva’; sus formas se
renovaron constantemente [...]. Hoy hemos alcanzado un estadio
tan avanzado de la polarización que hemos llegado al punto de
35
El autor se refiere especialmente al control de la tecnología y del poder financiero; al control
de los recursos naturales; de los medios de comunicación de masas y de las armas de
destrucción masivas.
91
que la mayor parte de la población del globo se ha vuelto
‘superflua’ para las necesidades del capital [...] una planificación
cínica de la destrucción de los ‘inútiles’ (para el capital) mediante
el hambre, las endemias, el SIDA y las guerras tribales’” (ídem:
263).
Por otra parte, contradictoriamente, esto refleja la existencia de
condiciones objetivas para resolver las necesidades fundamentales del
conjunto de la humanidad. Pero, como sabemos, la lógica societaria imperante,
muy lejos de orientarse hacia la aplicación de los avances científico-técnicos en
función de permitir la reducción sensible del “reino de las necesidades”
humanas, inhibe dichas potencialidades de emancipación, llegando en la
actualidad a sumergir el proceso de la vida social en la creciente barbarización
(Cf. Ídem: 20).
1.3.1. La crisis en perspectiva histórica
Desde la perspectiva de Samir Amín, el siglo XX cerró con una
atmósfera parecida a la vivida a finales del XIX, la llamada Bella Épocaque
efectivamente lo fue para el capital. Al final de siglo XX, al igual que un siglo
atrás, los burgueses ahora los de la tríada”, constituida por las potencias
europeas, los Estados Unidos y Japón entonan un himno a la gloria de su
triunfo definitivo; las clases trabajadoras de los países centrales dejan de ser
“clases peligrosas” y se insta a los pueblos del mundo a aceptar la “misión
civilizadora” de los occidentales (Cf. 2005: 17).
La economía política de aquella “época bella” naciente habiendo sido
dominada por los grandes clásicos Smith y Ricardo, y luego recibido la “crítica
corrosiva de Marx” –, proclamaba a viva voz el triunfo de la primera gran
“globalización liberal” de finales del siglo XIX. En ese contexto, surgió una
generación de pensadores que se ocuparán de fundamentar que el capitalismo
es un orden social “insuperable”, y que el mercado” es la forma “natural” que
debe asumir la regulación de la sociedad. La ideología liberal triunfante,
afirmando el equilibrio producido por el mercado, es capaz de garantizar el
optimum social que permite estabilidad y democracia efectiva, construye un
“capitalismo imaginario” donde son solapadas las reales contradicciones del
sistema (Cf. ídem: 19).
92
A partir de 1896, luego de cadas de expansiones, crisis y de intensas
luchas sociales, las bases técnicas del modo de producción son
revolucionadas. Se procesa la llamada “segunda revolución industrial” (de la
electricidad y la combustión) que va a tornarse el eje vertebral de una
renovación vigorosa del proceso de crecimiento económico de las potencias
más desarrolladas del sistema. En ese contexto, se constituyen los primeros
grandes oligopolios industriales y financieros. Esta salida de la crisis, de la
mano de la segunda revolución industrial, da pié a los ideólogos del capital”
ante el estremecimiento de los movimientos y organizaciones de los
trabajadores, que son fuertemente tensionados a abandonar la radicalidad de
sus reivindicaciones, a sustituirla por ambiciones más modestas” y “realistas”,
y a colaborar con la gestión del sistema.
Este triunfo, que aparecía como final y que abriría una “bella época” sin
fin para la sociedad, no llegó a sostenerse por más de dos décadas. La
dominación férrea de la lógica del capital en el conjunto de la vida social, esto
es, el liberalismo y sus leyes infalibles de mercado, lejos de resolver los
problemas y contradicciones del sistema, los intensificaba y agudizaba. Bajo el
deslizamiento ideo-político de los partidos y sindicatos de trabajadores, podían
oírse tenuemente las voces de un movimiento social disgregado, confundido,
vacilante, inflamable y explosivo, permeable a proyectos societarios
alternativos.
Este triunfo del capital, y su resultante en la amplificación de la
intensidad de sus procesos de concentración y centralización, por su parte,
acabará recalentando la competencia inter-capitalista, imprimiendo una
intensificación de sus contradicciones que llevará a una creciente “militarización
de las relaciones entre los Estados”, impulsada por los capitales que los
sustentan. Según el autor, en el propio seno de la “Bella Época” se incubaban
enormes conflictos nacionales e internacionales que van a desaguar en las dos
grandes guerras mundiales del siglo pasado las cuales pueden ser
interpretadas como una única gran guerra mundial, con dos momentos
fundamentales.
De acuerdo con esta periodización, el periodo comprendido entre 1914 -
1945 se caracteriza por la lucha de “sucesión” de la hegemonía británica entre
Estados Unidos y Alemania (la llamada guerra de los 30 años”) y el intento de
93
construcción del socialismo en la URSS. En los países capitalistas centrales,
tanto en los victoriosos como en los derrotados de la primera guerra, los
esfuerzos son para restaurar la “utopía liberal”. Se sigue manteniendo el orden
colonial por medio de la violencia y se liberaliza la economía.
Resultados positivos aparecen durante un breve periodo, con
crecimientos aceptables de la economía gracias al ensayo de nuevas formas
de organización de la producción y gestión de la fuerza de trabajo (como el
fordismo”), que sólo van a generalizarse a finales de la segunda guerra
mundial y una primera globalización” del sistema financiero, que, no
obstante, se derrumbará dramáticamente a finales de la década de 1920. Así,
la década de 1930, hija de la crisis de 1929 y el preludio de la segunda guerra
mundial, no es un “bello” recuerdo para el occidente capitalista.
Por su parte, la URSS, que había transitado toda la década de 1920 a la
expectativa de la revolución en occidente, asumía su aislamiento y se
embarcaba en una serie de planes de desarrollo que le permitirán
efectivamente revertir su “atraso”. Se planificó y se centralizó el proceso de
acumulacn con resultados elevados de crecimiento económico, comandado
desde un Estado progresivamente despótico. En pocos años el sistema
socialista soviético, acelerando la “acumulación extensiva”, logró industrializar
buena parte del enorme país y consolidó su poderío militar, lo que le permitió
vencer al nazismo que había tomado cuenta de buena parte de Europa. Para la
década de 1960, el desarrollo científico-técnico de la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas bastaba para poner fin al monopolio atómico
estadounidense.
Con el fin de la segunda guerra mundial, según nuestro autor, se
inaugura una nueva etapa del capitalismo (1945-1975) cuya particularidad sería
la complementariedad de los tres grandes proyectos societarios de la época: a)
el proyecto representado por el Estado Benefactor o Providencia en occidente;
b) los proyectos de construcción nacional burguesa tardía en buena parte de
las periferias del sistema (desarrollismo); c) el proyecto soviético, de
“capitalismo sin capitalistas”, relativamente autónomo de aquel sistema. Los
tres serían a su manera, proyectos sociales de “desarrollo”
36
. Las derrotas del
36
El problema del desarrollo, teorizado desde inicios del siglo pasado, se torna un tema
dominante a la hora de dar respuestas a las contradicciones explosivas del sistema del capital.
94
fascismo y del viejo colonialismo posibilitaban el ascenso reivindicativo de las
clases populares y de los pueblos oprimidos, lo que se cristalizaría como un
complejo sistema de mediaciones y formas de regulación de la reproducción de
las relaciones sociales capitalistas. El capitalismo re-ajustó su funcionamiento
para enfrentar las nuevas exigencias de su reproducción y con esto lo
hicieron las condiciones socio-históricas.
En este sentido, dirá este autor, tanto el pensamiento social en general,
como en particular las teorías económicas dominantes desde la segunda
posguerra que buscan legitimar los desarrollos nacionales auto-centrados del
Estado Benefactor en occidente, y el socialismo real del Este, pasando por las
modernizaciones de la periferia –, como también el proceso de efectiva
“mundialización negociadaque lo acompañó, en gran medida, se inspiraron en
las obras de Marx y de Keynes. Este último, ya había dirigido su crítica al
liberalismo con motivo de la crisis mundial de 1929, siendo desoído por las
fuerzas políticas mayoritarias favorables al capital. Las nuevas relaciones de
fuerza surgidas de la posguerra, más favorables al trabajo, posibilitarán las
políticas del Estado Benefactor y tornarán insignificante el liberalismo. Por otro
lado, Marx dominará en todo el campo del socialismo.
La crisis que emerge a partir de 1968 y llega a 1975, expresó claramente
la erosión y el posterior hundimiento de las estructuras en que se había basado
la prosperidad anterior. Desde entonces, y hasta nuestros días, se procesa una
reestructuración capitalista que desmonta los pilares de la fase “dorada” de
posguerra y procede a la instauración de un nuevo orden” mundial que, en
realidad, se asemeja más a una suerte de “caos global”, donde momentos
profundamente barbarizantes se objetivan, renuevan y generalizan sobre el
conjunto de la vida social, definiendo los trazos de la damnificada sociabilidad
contemporánea.
Las políticas que constituyen la programática neoliberal – que es la
forma asumida por la respuesta del capital a su última crisis –, según Amín, no
Se torna una especie de “patrón de regulación” del movimiento del ser social capitalista, que
se hegemónico a partir de la segunda posguerra. El mismo, se impuso tanto en el polo
capitalista del mundo, como en el proclamado “mundo socialista”. Esta centralidad escénica del
desarrollo, también, puede ser leída históricamente como reflejos de la derrota del socialismo
revolucionario que marcara a fuego el inicio del siglo XX, y se expandiera hacia bastas regiones
del mundo; de la desvirtuación de su proyecto histórico.
95
representan una estrategia positiva de expansióndel capital. s bien, sólo
se proponen administrar la crisis, “dosificarla”. Y no podría ser de otro modo,
puesto que la espontaneidad característica de la dominación “libre” e inmediata
del capital, ante la ausencia de instrumentos de defensa y de regulación de la
explotación del trabajo, impuestos por las luchas de las clases subalternas,
nunca puede conducir a una gestión pacífica del mundo. Se reinstala el “mito”
de que el mercado, o sea, los intereses inmediatos del capital, por mismos y
liberados a su propia lógica, serían capaces de regular, de administrar, de
equilibrar la vida social. De esta forma, “la preocupación por el desarrollo se
deja de lado” y se forma un amplio consenso, especialmente en la década de
1990, sobre la idea de que el capitalismo (entendido como “libre mercado”)
representaría un horizonte insuperable, y, en consecuencia, el futuro se
inscribiría en el cuadro de los principios que rigen su reproducción. Afirma
Amín:
“El periodo de progreso y las visiones sociales de desarrollo de la
posguerra permitieron transformaciones económicas, políticas y
sociales gigantescas en todas las regiones del mundo. Estas
transformaciones fueron el producto de las regulaciones sociales
impuestas al capital por las clases obreras y los pueblos, y no,
como pretende afirmar la ideología liberal, el resultado de la lógica
de la expansión de los mercados. Pero estas transformaciones
fueron de tal amplitud que definieron un nuevo marco para los
desafíos que deben afrontar los pueblos en los albores del siglo
XXI” (2005: 26).
En este sentido, toda la crítica marxiana de la economía política se
vertebra sobre un eje fundamental: el carácter que asume la reproducción del
sistema económico del capital nunca tiende, por mismo, a la realización de
cualquier equilibrio. Más bien, para Marx, es inherente a la lógica de este
sistema, un desplazamiento que va de desequilibrio en desequilibrio, de
manera imprevisible. La competencia entre capitales, que define al
capitalismo, suprime cualquier posibilidad de equilibrio general duradero. Para
este autor, el capitalismo es sinónimo de inestabilidad permanente. La misma
no deriva directamente de supuestas “leyes de la historia”; antes, debe ser
entendida al calor de las luchas sociales entre las clases, así como de los
conflictos entre Estados y entre capitales; en otras palabras, no puede ser
pensada por fuera de la política.
96
Desde esta perspectiva, el pensamiento social burgués es economicista,
porque enuncia sus fundamentaciones a partir de la naturalización de las
legalidades de la economía, como si ésta fuera una esfera autónoma, como si
pudiera existir una ciencia (económica) “pura”. La alienación social que el
pensamiento social burgués produce se basa en el reemplazo del análisis del
funcionamiento real del orden social, por el mitodel mercado auto-regulador
de la sociedad, que por su propia lógica tendería a un equilibrio general.
Procediendo así, pretendiéndose una teoría “pura”, el pensamiento liberal
construye su mundo imaginario (Cf. ídem: 43).
Por su parte, Keynes reinó” en la mayoría de los centros capitalistas
durante buena parte de la segunda mitad del siglo pasado. Aunque sus
preocupaciones no apuntaban a las determinaciones últimas de las
contradicciones del sistema, y por tanto, no se proponían superarlas, se
constituyó como portavoz de una crítica severa a la versión liberal (s pura)
del capitalismo. Comprendía bien lo absurdo del discurso liberal dominante;
demostró que los mercados librados así mismos no son auto-reguladores, lo
cual es totalmente correcto. Este economista inglés, observo sensatamente
que el mercado, puesto que fundado en decisiones de operadores y no en
leyes objetivas, no conduce (necesariamente) a ningún equilibrio, sino que,
contrariamente, tiende permanentemente a la inestabilidad, por lo cual debe ser
regulado por el Estado.
De acuerdo con Amín, el capitalismo es siempre liberal cuando puede
serlo; esto es, mientras las relaciones de fuerzas sociales no lo obliguen a
adaptarse a exigencias diferentes de las que se expresan en la búsqueda del
provecho inmediato máximo e individual. Pero, nunca es duradero, porque
nunca produce lo que dice realizar; por el contrario, encierra a la sociedad en
sucesivas crisis de acumulación. Escribe el autor egipcio:
“Esta forma de socialización ‘a través del mercado’, si bien
permitió una prodigiosa aceleración del desarrollo de las fuerzas
productivas, también agravó sus caracteres destructivos. Es un
modelo de socialización que tiende a reducir a los seres humanos
a la condición de ‘gente’, sin otra identidad que la de
‘consumidores’ en el plano económico, y la de ‘espectadores’
igualmente pasivos (y no ya ciudadanos) en el plano político”
(ídem: 71).
97
Por esto, desde la perspectiva de este autor, el concepto de desarrollo
es, por naturaleza, una noción crítica para el capitalismo, que no puede ser
reducida a la idea burguesa de crecimiento económico al interior del sistema
del capital. El contenido de la idea de desarrollo depende esencialmente de la
relación entre las fuerzas sociales que lo determinan; del contenido del
proyecto societario de las fuerzas que lo hacen posible. La experiencia histórica
dicta que si esas relaciones de fuerzas son desfavorables al desarrollo; si el
capital está en condiciones de imponerse unilateralmente como proyecto
societario, las posibilidades de derrocarlo son sumamente complicadas, lo que
exigirá esfuerzos heroicos de creación (Cf. ídem: 29).
Para este autor, el desarrollo (como proyecto societario) busca atenuar
la polarización intrínseca al capitalismo (la abundancia y escasez modernas),
tanto a nivel interno” de los países (las clases), como entre éstos. Así, el
desarrollo se tornará uno de los grandes temas de estudio de la teoría social,
haciéndose presente durante buena parte del siglo XX. El capitalismo,
polarizador por naturaleza, y hoy mundializado, mantiene una relación crítica
con el desarrollo, el que aparece como un concepto crítico del primero. El
problema del desarrollo, así entendido, se inscribe en el horizonte de
construcción de otra sociedad, alternativa a la del “puro” mercado; una
sociedad “pos-capital (Cf. ídem: 63).
Es en este sentido, apenas, que desarrollo y democracia pueden
tornarse convergentes. Esencialmente, la lógica de mercado es divergente con
procesos de democratización de la vida social. Libertad sin igualdad, es
sinónimo de salvajismo, dirá Amín “es la barbarie” (ídem: 64). La democracia,
“puede y debe transformarse en el fundamento de una socialización
completamente diferente. Una socialización capaz de restituirle al ser humano
total su plena responsabilidad en la gestión del conjunto de los aspectos de la
vida social, económica y política”. Y agrega: Así como el socialismo no puede
concebirse sin democracia, la democratización, a su vez, implica que su
conflicto con la lógica capitalista inscriba el progreso en una perspectiva
socialista [...] no existe socialismo sin democracia; no hay posibilidad de
progreso democrático fuera de la perspectiva socialista” (Ídem: 71).
El actual re-despliegue del imperialismo, que es la respuesta formulada
para enfrentar su crisis, renueva los términos del conflicto, de la polarización
98
entre centros y periferias. Así, para profundizar la comprensión de la enorme
complejidad de esta crisis según el autor egipcio – se debe entenderla desde
el foco del análisis de las relaciones de fuerzas sociales constituidas, reales y
operantes en la historia, en dos niveles fundamentales: 1) el que expresa los
conflictos entre las fuerzas del trabajo y las del capital en cada país; y 2) el que
expresa los conflictos entre sistemas nacionales diferentes que participan del
sistema mundial.
De modo que la crisis estructural del capital y su respuesta, alteraron
sustancialmente la polarización clásica entre centros y periferias, que desde la
primera revolución industrial se centraba en la oposición entre pses
industrializados y no industrializados – estos últimos, como portadores de
recursos naturales y productores de materias primas. La misma, se alteró
sustancialmente formando una diversidad de situaciones y posiciones
particulares. Los procesos de modernización e industrialización efectuados por
vastas regiones de la periferia ya sea alimentado por proyectos de
descolonización y desarrollo nacional, como de construccn del socialismo
provocaron la emergencia de países con grados medios de desarrollo (semi-
periferias, países en vía de desarrollo, entre otras denominaciones). Es preciso
distinguir este hecho, puesto que hoy, dentro de la misma periferia se
encuentren expresiones de primera línea y otras marginales respecto al
sistema (Cf. ídem: 26).
Estas relaciones (centros-periferias), más que un producto directo que
deriva naturalmente de la lógica del mercado, en verdad, establece el marco
donde dicha gica opera; donde ésta se crea y recrea. Con otras palabras, son
las relaciones sociales y su dinámica las que gobiernan la evolución de las
estructuras de los mercados, y éstos, desde ningún punto de vista son
demiurgo de la Historia. El capitalismo lo se aparta de su lógica intrínseca,
de su rumbo endógeno, si las fuerzas opositoras, negadoras, contestadoras, se
revelan lo suficientemente fuertes como para imponerle ciertos ajustes, ciertos
límites. Sólo con resistencias efectivamente operantes, que amenacen y
dificulten su reproducción, puede obligarse al capital a asimilar y reparar en
determinadas reivindicaciones sociales, las cuales nunca podrían surgir como
resultantes “naturales del despliegue de la lógica del capital unilateralmente
realizada, plenamente plasmada.
99
Finalmente, es importante destacar la afirmación del pensador egipcio,
referida a la “contemporaneidad capitalista” como una fase del capitalismo
maduro, vertebrada sobre una actualización y una redefinición de las formas de
la polarización social hoy mundializadas (centro/periferia), a partir de la
situación monopolista de cinco aspectos que se han vuelto esenciales para la
vida social por parte de algunos países. Estos cinco monopolios son: el dominio
de la tecnología; el control de los flujos financieros (los grandes bancos,
compañías de seguro, fondos de pensión); el acceso a los recursos naturales
estratégicos; el dominio de los medios masivos de comunicación; y el control
de armas de destrucción masiva.
1.3.2. Sobre la crisis actual
37
De acuerdo con el análisis de Amín, a partir de 1968-1971, el derrumbe
de los tres modelos de acumulación regulada propios de la posguerra,
desencade una crisis sistémica que presenta como característica distintiva
su carácter “estructural”. Dicha crisis, en muchos aspectos se asemeja a la de
finales del siglo XIX: las tasas de inversión y crecimiento caen a la mitad, el
desempleo se masifica y el pauperismo se acentúa. Desde 1970 hasta hoy, el
PBI global cayó de 5% anual a 2,9 %, y el aumento de las exportaciones de los
países de la OCDE, de 9 % en 1960, se eleva a 22% en 1996. La caída del
crecimiento repercute en las finanzas públicas a partir de la baja en la
recaudación fiscal, lo que lleva a “recortes” del gasto público”. El ficit se
colma con la creación de “deuda pública”, y el juego de seduccióncon los
inversores (internos y externos). En trazos generales, el resultado global del
proceso se presenta como una hipertrofia financiera global.
Al igual que en épocas anteriores, la crisis actual se desarrolla en los
marcos de una nueva revolución industrial (la “tercera”, también llamada
revolución científico-técnica) que transforma profundamente las formas de
organizacn de la producción y la gestión de la fuerza de trabajo, y produce
37
Se trata de aprehender las tendencias estructurales del sistema, que lo marcarán en el largo
plazo, sin confundirlas con los cambios coyunturales. La preocupación es por captar lo que
sede larga duración en los marcos de esta nueva crisis de acumulación que graba esta fase
de transición.
una desarticulación de las formas organizativas históricamente constituidas por
los trabajadores, haciéndoles perder la eficacia política en la lucha. Para este
autor, más particularmente, la actual crisis (estructural) expresa el agotamiento
“expansivo” del capitalismo histórico. El mismo habría agotado sus
posibilidades reales de producir una nueva fase de ascenso histórico del
capitalismo, de retomar el vigor necesario para garantizar la reproducción de la
acumulacn en la escala hoy imperante.
De modo tal que el sistema, hoy se revelaría incapaz de realizar una
nueva fase de expansión mundial, capaz de desatar un progreso” amplio y
compartido por todos, inclusive desigualmente. La caracterización de la crisis
actual como estructural se refiere, justamente, a los límites alcanzados para
continuar expandiendo el capitalismo, en otras palabras, de resolver los
problemas del capitalismo con más capitalismo. Por otra parte, vale recordar
que dichos límites son alcanzados como resultado del progreso, de la
consolidación y profundización de la propia lógica contradictoria que esen la
base del sistema.
El trazo que caracteriza a esta fase del capitalismo, dirá este autor, es
representado por la “senilidad del capitalismo”. Ésta, muy lejos de significar
armonía, equilibrio natural producido por el mercado (tal como pregonan los
apologistas), se efectiviza como un verdadero proceso de renovación y
fortalecimiento de los momentos de violencia en el sistema, a los que éste se
ve obligado a recurrir cada vez más sistemáticamente para permanecer, para
resistir en el tiempo, en fin, para reproducirse. Los discursos tranquilizadores
(liberales o reformistas moderados) que minimizan este salto de cualidad en la
reproducción sistémica, tienden a descuidar la comprensión de la profundidad y
del alcance de las actuales transformaciones en curso en el mundo
contemporáneo.
El capitalismo de nuestros días, el nuevo imperialismo”, sin romper
con los rasgos esenciales de la sociedad del capital, expresa de modo
particular las contradicciones producidas por el despliegue de su lógica. Las
expresiones de la crisis estructural, sus refracciones, tienden a
profundizarse, a potenciarse, a tornarse permanentes en la vida social. Más
que discursos tranquilizadores, se precisa radicalizar la crítica. No como
apego melancólicamente dogmático a tesis de otros tiempos”, sino como
renovación, como re-actualización de la teoría a la realidad y su
movimiento.
Consideramos, entonces, que la crisis estructural presenta elementos y
trazos nuevos, cuya evolución seguramente marcarán el futuro. Su
particularidad
38
se constituye por la profundización de las contradicciones que
emanan del propio desarrollo de las fuerzas productivas en curso en el
capitalismo
39
, el que es productor y producto de las sucesivas revoluciones
tecnológicas engendradas por el sistema, que al realizarse históricamente,
produce fuertísimos impactos sobre el conjunto de la vida social. Uno de los
principales impactos se relaciona con el conjunto de metamorfosis que
atravesó a las formas de organización de la producción y a las relaciones
sociales en general desde que tuvo inicio, hace más de tres décadas. Los
fenómenos que encarnan estas transformaciones sistémicas se parecen cada
vez menos con “avances civilizatorios”, y cada vez más con un retorno de la
barbarie”.
La actual revolución científico-técnica, como toda revolución con ese
carácter, reordena los modos de organización de la producción y del trabajo, el
cual parece estar tornándose un “bien escaso”; se estaría asistiendo al fin del
trabajo”. Consecuentemente y como frutos de las revoluciones productivas, se
altera la composición de las clases sociales y de sus formas de organización.
Afirma el autor: “la nueva revolución tecnológica en sus dos vertientes
principales, la informática y la genética parece permitir, al mismo tiempo, un
ahorro del trabajo directo y de las instalaciones (por lo menos en lo referente al
volumen total de las inversiones). Pero exige otra división del trabajo total
empleado, más favorable al trabajo calificado” (ídem: 3).
38
Situamos una expresión medular de la crisis actual, que define su particularidad, en la crisis
del “mundo del trabajo” y su manifestación contemporánea s dramática: el desempleo
estructural, entendiéndolo como un fenómeno inmerso y determinado por el proceso más
general de desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, las que, operando bajo los
actuales imperativos de organización societaria de la producción de riqueza social, se traducen
en “tiempo libre frustrado” para masas sustanciales de la población del planeta, con sus
consecuentes expresiones de barbarización de la vida social.
39
Fuerzas productivas estas que, hoy, se tornan cada vez más destructivas, como bien puede
comprobarse si se observa la producción de arsenales de armas nucleares con capacidad para
destruir la totalidad de la especie humana; los riesgos incalculables que provoca los “avances
de la bio-genética; la cuestión ambiental y su depredación suicida, entre otros síntomas
descontrolados de nuestra época.
Presionadas por tales transformaciones, las formas socio-organizativas
consolidadas son descompuestas, y nuevos sistemas organizativos son
reconstruidos a partir de la ruptura con los modelos anteriores. En estos
momentos de la transición dirá el autor –, se refleja la inclinación de las
relaciones sociales de fuerza a favor del capital. Es esto lo que produce la
revolución tecnológica en curso, la cual alberga un enorme potencial
emancipatorio para liberar a los individuos, pero, por la peculiar lógica que la
preside, acaba tornándolos más prisioneros de la opresión, de la explotación,
que sustenta a este orden social. La revolución tecnológica significa que se
puede producir mayor riqueza con menos trabajo. Desde nuestro punto de
vista, el llamado “fin del trabajo” expresa, fundamentalmente, que las
condiciones para la superación del capitalismo están presentes y maduras.
Pero, el capital, esencialmente, no puede existir sino en relación con el trabajo
vivo, o mejor, con la explotación de éste.
Por esto, dirá Amín, la contradicción se expresa en el hecho de que:
“En el mundo del capitalismo real, el trabajo no puede ser utilizado
por solo, sino por el capital que lo domina, pues le suministra
ganancias, en la medida en que la ‘inversión’ resulta rentable.
Pero este proceder, al excluir del trabajo una cantidad creciente
de trabajadores potenciales (y privándolos, en consecuencia, de
cualquier ganancia), condena al sistema productivo a contraerse
en términos absolutos y, de todos modos, a desarrollarse a un
ritmo de crecimiento muy inferior al que permitiría la revolución
tecnológica” (Ídem: 4).
En este sentido, al encontrarnos con la polémica sobre el fin del
trabajo”, o del “tiempo libre”, es común la presencia de una perspectiva
“ilusoria” del desarrollo tecnológico, que lo fetichiza, lo mistifica. Dicha
perspectiva sostiene que la afirmación de las actuales tendencias a reducción
del trabajo vivo, al final, mecánicamente y por sí misma, podría transformar la
realidad en un sentido superador (en el sentido de una aufhebung). El
capitalismo continúa existiendo efectivamente; el desarrollo cienfico-técnico
actual se desarrolla a su favor; no puede pensarse separadamente. El
resultado en términos de sociabilidad es lo que algunos autores han
denominado tiempo libre frustrado”. Este, que responde a la actual tendencia
que convierte en superfluos a grandes contingentes del mundo, es el terreno
donde germina la barbarie capitalista contemporánea.
El discurso de los apologistas proclama que la fuerte reducción del
trabajo total es posible gracias a la utilización de las nuevas tecnologías; mas
específicamente, gracias a la elevada productividad lograda. Pero, en el
funcionamiento real del sistema esta economía del factor trabajo se traduce
en una brutal reducción de la masa de trabadores utilizados por el capital (la
“exclusión”). La tesis de los partidarios del capitalismo afirma que los excluidos
de hoy podrán trabajar mañana, gracias a la expansión de los mercados. En
esta lógica, hoy como ayer, en el fordismo, los puestos de trabajo suprimidos
por el aumento de la productividad del trabajo serán compensados por nuevos
puestos, en otras ramas, generados por la expansión general (Cf. idem: 6).
De acuerdo con Amín, esta tesis sólo puede ser creíble y básicamente
viable, si prevé la intervención del Estado como gran regulador. Como dijimos,
el mercado es “fuente de exclusión”; solo reconoce y se interesa por la
demanda solvente. El mercado, dirá este autor, pone en funcionamiento un
sistema regresivo que excluye cada vez más, que concentra la producción
sobre una cada vez más restricta” demanda solvente. De esta manera,
siempre se tiende a la crisis de superproducción. Este autor afirma que a partir
de 1945 el Estado intervino para contrarrestar los efectos del espiral regresivo,
haciendo uso del “contrato social”, que permitió una nueva relación entre la
fuerza de trabajo y el capital. Dicho contrato permitió, además, la expansión de
los mercados: el Estado ya no era sólo el instrumento unilateral del capital, sino
también el instrumento de compromiso social. Es por esta razón que en el
capitalismo, el Estado democrático sólo puede ser un Estado regulador social
del mercado (Cf. ídem: 6).
La fase actual (de la crisis estructural) del capitalismo deja márgenes
muy estrechos para reivindicaciones “progresivas” de carácter reformista,
siendo que hoy, las mismas, para “integrar” efectivamente y no administrar la
“exclusión”, deben ser auténticamente radicales, deben ir a la raíz del
problema. No existe suficiente margen de maniobra en el actual funcionamiento
del sistema, lo que pronto lleva a enfrentamientos con la estructura de la
propiedad privada, que es desde donde se realiza el control y la utilizacn de
las nuevas tecnologías en beneficio exclusivo del capital oligopolio. De modo
tal que, el enorme potencial que la revolución científico-técnica en curso
alberga, sólo podrá ser canalizado humanamente si es reorientado y
encuadrado en los marcos de otro tipo de organización de la sociedad, de otro
tipo de producción material de la sociabilidad. Dentro de los actuales
parámetros societarios, cuyos horizontes son definidos por el capital, la enorme
productividad alcanzada por el trabajo, o sea, las posibilidades sustantivas de
reducción del reino de las necesidades humanas del conjunto, de
emancipación, se tornan su opuesto, y conducen a una barbarización de la vida
social.
Se trata de una dialéctica operante en el capitalismo, que no es “nueva”,
donde potencialmente existen las condiciones para reducir sustancialmente el
“tiempo” y el lugar que ocupan la producción de las condiciones materiales para
la satisfacción de las necesidades del ser social (el llamado reino de la
necesidades”). No obstante, esta reducción, al operar a través de una lógica
alienada y alienante, aleja, inhibe estas posibilidades emancipatorias, haciendo
que se tornen su contrario: deshumanizacn y degradación social.
Por esto, puede afirmarse que el proceso de disgregación política de las
fuerzas del trabajo, contradictoriamente, se vuelve un resultado y un
presupuesto del proceso de reproducción ampliada del capital. Es a través del
mismo que el capital obtiene oxígeno” para efectuar los ajustes de cuentas
necesarios para su valorización permanente. Sin embargo, para este intelectual
egipcio, la metamorfosis de la clase trabajadora genera nuevas
determinaciones en ese sujeto colectivo; la irrupción de los movimientos de
mujeres y de grupos que militan contra la destrucción ambiental que amenaza
al planeta en su totalidad, son expresiones significativas que se muestran como
avances efectivos del movimiento social. No obstante, la fragmentación, la
heterogeneidad y la despolitización son las expresiones más complicadas de
resolver, resultantes de las metamorfosis contemporáneas que viene
experimentando el trabajo.
En este sentido, en tanto la gestión económica de la crisis continúe
apuntando a la “desregulación” y al “libre” mercado; a liberalizar los precios y
salarios; a reducir el “gasto” blico (particularmente los servicios sociales) y a
privatizar, aquellos problemas, muy lejos de resolverse, se agudizarán. La
expresión “desregulación”, en realidad, encubre una regulación unilateral de los
mercados, ejercida por el capital dominante. Es justamente a dicha gestión de
la crisis, en los diferentes ámbitos y niveles que atraviesan el ser social, a la
que llamamos aquí de administración de la barbarie. Según el autor:
“La gestión de la crisis, fundada en una alteración brutal de las
relaciones de fuerza a favor del capital, coloca nuevamente las
recetas del liberalismo en posición de imponerse [...]. La crisis se
hace manifiesta en el hecho de que las ganancias obtenidas de la
explotación no encuentran salidas suficientes en inversiones
rentables competentes para desarrollar las capacidades de
producción. La gestión de la crisis consiste pues en encontrar
‘otras salidas a ese excedente de capitales flotantes, a fin de
evitar que se desvaloricen masiva y velozmente. La solución de la
crisis implicaría, en cambio, modificar las reglas sociales que
gobiernan el reparto del ingreso, el consumo, las decisiones de
inversión; es decir, otro proyecto social – coherentediferente del
que se ha fundado sobre la base de la regla exclusiva de la
rentabilidad” (ídem: 31).
En este sentido, la mundialización capitalista exige que la
administración de la crisis opere en ese nivel. Al mismo tiempo, la gestión
adecuada del gigantesco excedente de capitales flotantes implica la sumisión
de la maquinaria económica al criterio exclusivo de la ganancia. En función de
esto, se implantan los llamados procesos de desregulación” de los mercados
nacionales; las tasas de interés elevadas; las privatizaciones; en fin, todo el
elenco de recomendaciones” neoliberales que, en conjunto, constituyen una
política que responde a las necesidades de la valorización del capital
ofreciéndole “posibilidades” para los “capitales excedentes”.
En ese contexto, bajo amenazas de super-acumulación, las inversiones
y aplicaciones financieras se tornan verdaderos canales de “fugas hacia
adelante”, “salidas” temporales, para la crisis del capital. Por la vía de este
“capital ficticio”, fue posible alejar, al menos por algún tiempo, el fantasma de la
desvalorización masiva de capitales excedentes (súper-acumulados)
40
.
Lo cierto es que la administración neoliberal de la crisis, al mismo
tiempo, fue catastrófica para las clases trabajadoras en general, y rindió
buenos frutos al capital. Por el mismo proceso creó miseria, degradación y
barbarización de la vida social, y generó una acumulación abundante de
40
El autor afirma que es posible tener una idea de las enormes dimensiones de este capital
ficticio si se toma en cuenta que la cifra del comercio mundial es del orden de 3 billones de
dólares anuales, y la de los movimientos internacionales de capitales flotantes, del orden de los
80 billones, o sea, casi 30 veces más importante (Cf. ídem: 32).
riquezas para algunos los que se beneficiaron y vivieron efectivamente una
“globalización feliz. Sin embargo, esta última no fue la realidad de la enorme
mayoría de la población del planeta, que efectivamente vio entumecer su
calidad y las expectativas de vida. Podemos concluir, entonces, que la actual
“gestión de la crisis” no representa una salida duradera para la reproducción
del socio-metabolismo del capital.
CAPITULO II
SOBRE LOS FUNDAMENTOS DE LA BARBARIE CONTEMPORÁNEA
2.1. Una introducción al debate ontológico. El proceso de producción y
reproducción material de la vida social
Partimos de la idea directriz de que la producción-reproducción
material de la vida, que se realiza socialmente, implica la producción y
reproducción ampliada de relaciones sociales, en un determinado tiempo
histórico.
Siendo el trabajo la actividad vital específica del hombre, éste
mediatiza la satisfacción de sus necesidades por la transformación
previa de la realidad material, modificando su forma natural,
produciendo valores de uso. El hombre es un agente activo, capaz
de dar respuestas a sus carecimientos a través de la actividad
laboral. Como agente activo amplía incesantemente el círculo de
objetos que pueden servir a la actividad vital humana, sea para su
consumo directo, sea como medio de trabajo. Vive en un universo
humanizado, producto de la actividad humana de generaciones
precedentes: de objetivaciones de sus experiencias, facultades y
necesidades” (Iamamoto; 2001: 40; traducción nuestra).
Con base en la concepción marxiana de historia, puede afirmarse que
para que exista vida social es preciso que sean producidas las condiciones
materiales sicas e indispensables para la vida de los seres efectivamente
existentes. Esto significa que para que podamos hablar de historia (que
siempre es historia social), ciertas necesidades elementales para la vida
humana deben ser satisfechas. Este hecho “natural”, la producción-
reproducción del ser social el momento fundacional –, generalmente es
desconectado de los análisis sociales, como si fuese algo dado, pre-
determinado e inmodificable. Así, el análisis del ser social es des-economizado.
El análisis histórico del modo particular en que el proceso de producción-
reproducción de la vida material se realiza es un momento fundamental para
comprender efectivamente las determinaciones que configuran una época
histórica. Puede afirmarse, entonces, que la existencia efectiva del ser social
supone, como condición necesaria e ineliminable suya, que sean producidos
los medios que permitan satisfacer las necesidades elementales para la vida
humana desde las más sicas como comer, beber, vestirse, tener
habitación, hasta las más elaboradas. De modo que, dicho proceso de
producción, por medio del cual se satisfacen las necesidades vitales y se
produce la vida social propiamente, es el presupuesto ineliminable de toda
historia
41
. Por esto, otorgamos aquí una centralidad ontológica al proceso de
producción material de la vida social, puesto que, según Marx y Engels, ese es
“el primer hecho histórico”.
Desde la dialéctica marxiana, esta producción para la satisfacción de
necesidades, engendra relaciones de cooperación entre los individuos en el
acto de producir, a fin de facilitar y hacer más efectivo el proceso de
apropiación de la naturaleza, de transformación y adecuación de la misma a las
necesidades humanas. En este sentido, la producción material de la vida social
es, al mismo tiempo, un modo de producción social de la vida material. Esto es,
el proceso de producción y reproducción de la vida social, a partir de las
interrelaciones entre los individuos que “trabajan”, crea lazos”, relaciones
sociales.
El desarrollo del “proceso de producción” para satisfacer las
necesidades – que es socialmente realizado va creando nuevas necesidades,
esto es, desencadena un proceso ascendente de ampliación y complejización
de las mismas, a través del cual, también, son creadas nuevas formas de
relaciones sociales, de cooperar, para poder satisfacerlas. Entre tanto, el
aumento de la población crea nuevas necesidades, que demandan nuevas
producciones que las satisfagan, y permite una dinámica socialmente creciente
siempre en función de satisfacer necesidades. Así, el reinicio permanente de
ese momento primario se da en una escala ampliada y crecientemente
compleja, como un conjunto de actividades cada vez más humanamente
realizadas, esto es, cada vez más socialmente elaboradas.
41
Es apenas en este sentido “ontológico” que, desde la perspectiva marxiana, debe entenderse
la “prioridad del momento de la producción material (luego denominada producción
económica) en la vida social, sin olvidar ni descuidar que a través del mismo, también y
concomitantemente, se producen formas históricamente determinadas de relaciones sociales
que lo hacen efectivo; relaciones sociales que se crean en el proceso de organización de esta
producción material en función de hacerla más efectiva -más productiva podríamos decir- pero
que, enseguida, van mucho mas allá de estas, aunque sin abandonar jamás ese “suelo”
material.
Desde esta perspectiva, la producción material de la vida social, es, por
el mismo proceso, producción social ampliada de la vida material y,
considerada de forma in-interrumpida, constituye el denominado proceso de la
reproducción social. La producción-reproducción de la vida social – proceso por
el cual se satisfacen necesidades y se crean otras nuevas es producción y
reproducción de relaciones sociales. A esta dialéctica se refiere Marx cuando
esboza la idea de que los hombres hacen su historia, y ésta es, justamente, la
historia de su auto-producción-reproducción; producción esta que se realiza
socialmente y se expresa a través de formas históricamente determinadas
42
.
En este sentido, en la perspectiva de Marx, el proceso de producción-
reproducción del ser social es esencialmente histórico; es un proceso dinámico
y contradictorio que va asumiendo diversas formas histórico-concretas en cada
época. Aunque sea una condición ineliminable y eterna para la existencia del
ser social, las formas sociales que asume, las relaciones sociales específicas
que este “proceso productivo” engendra, y a partir de las cuales se organiza y
desarrolla, constituyen un complejo contradictorio y conflictivo que se encuentra
sujeto a constantes reformulaciones históricas.
A través de dicho proceso de “reproducción ampliada” de la sociedad,
que es fruto de la actividad laborativa de los propios hombres bajo
determinadas condiciones históricas, la sociedad va ampliando también sus
capacidades para apropiarse de la naturaleza, de transformarla cada vez s
adecuadamente a sus fines. El conocimiento sobre la causalidad natural y sus
legalidades, necesario para poder transformar lo real natural, se torna más
sistemático, al mismo tiempo que se “acumulan las experiencias” producidas en
la relación socio-metabólica humanidad-naturaleza. Este proceso se constituye
en el palco del desarrollando las fuerzas y capacidades productivas de la
sociedad.
42
La noción de producción material de la vida no debe ser comprendida reducida a la
producción de los bienes materiales necesarios para la vida social. Con esta categoría nos
estamos refiriendo a la producción de la existencia real, efectiva, objetiva del ser social, que
involucra tanto la producción del conjunto de bienes materiales socialmente necesarios para la
satisfacción de las necesidades, como también, y por el mismo proceso, la producción de la
existencia efectiva, real, del conjunto de relaciones sociales (económicas, de género,
ideológicas, políticas, etc.) engendradas y posibilitadas por tal proceso. Entendemos por
producción material, junto a Marx, la producción de la existencia efectiva de lo real.
El modo contemporáneo de organizar la producción-reproducción social
de la vida material, de realizar el socio-metabolismo con la naturaleza, porta la
cualidad de engendrar crudas contradicciones que, en el transcurso del
desarrollo histórico, llegan a afirmarse como verdaderos antagonismos. Dichos
antagonismos florecen en el seno del actual orden social como productos
resultantes de las contradicciones inmanentes a su “lógica inherente” y peculiar
de regir el proceso general de produccn-reproduccn de la vida social: la
lógica del capital.
Así, la contradicción mas visiblemente irracional y más catastróficamente
des-humanizadora que emerge en nuestra contemporaneidad con una potencia
destructiva que se multiplica a raíz de su propio “progreso” es la que se forma
con el desarrollo alcanzado por las “capacidades sociales productivas” que,
ciertamente, bien podría satisfacer ampliamente las necesidades (por lo menos
las elementales) de todos los individuos sociales del planeta y el tipo
específico de relaciones sociales bajo la “lógica” del capital, productoras de
alineación –, mediante las cuales aquél se hace efectivo. La modalidad de
organizar la producción material de la vida social, bajo el capitalismo, no tiene
por finalidad resolver las necesidades de la vida de las mayorías sociales, más
bien, en la contemporaneidad, es nítida la tendencia que las sumerge
“globalmente” en el pauperismo y en niveles “alucinantes” de alineación, hoy
imperantes. Esta tal vez sea la verdad de la tragedia de nuestro tiempo
histórico.
Es esta la contradicción más desesperadora de nuestra actualidad
social; las fuerzas “fetichizantes” de la “naturalización” cuidan celosamente que
su cleo irracional no sea desvendado y, así, evidenciada su auténtica
monstruosidad. Sin embargo, se torna cada vez más complejo oscurecer esta
conflictiva relación alienada y alienante entre el desarrollo creciente de las
fuerzas productivas y el tipo de relaciones sociales que, en los marcos de la
sociedad capitalista madura, en “crisis estructural”, se torna la base objetiva del
proceso de producción de barbarie” contemporánea. La superación de esta
relación contradictoria, antagónicamente estructurada puesto que
subordinada a la gica disociadora inmanente del capital y responsable por
la “alineación social”, es prerrequisito para frenar el actual avance de la
barbarie de este tiempo, retirando los velos mistificadores con los que es
presentada, para tornar visible su racionalidad catastrófica que no admite
límites.
2.1.2. Dialéctica del trabajo y sociabilidad
Según el estudio de Infranca y Vedda (2004),
“Si bien el proyecto de una ontología se delinea en György Lukács
durante la década de 1960, el interés por una concepción marxista
fundamental es decir: sustentada en una lectura más profunda
de los fenómenos sociales, más directamente orientada a la
búsqueda de categorías y principios fundamentales había
aparecido en Lukács ya en los inicios de la década de 1930
cuando, en Moscú, tuvo acceso y oportunidad de leer los
Manuscritos económico-filosóficos de Marx, escritos en 1844, que
solo fueron publicados por primera vez en 1932” (2004: 15).
Como la gran mayoría de los marxistas de su generación, Lukács no se
había encontrado hasta allí con la “obra de juventud” de Marx, con “ese
tratamiento precioso de la Fenomenología hegeliana intrínsecamente
combinado con la critica de la economía política”. Es a partir de entonces que
comienza a procesarse un viraje ontológicoen la reflexión lukacsiana, que lo
acompañay ocupahasta el fin de sus días, a mediados de 1971. Aquellas
“preocupaciones ontológicas” despertadas en las primeras décadas del siglo
XX se hacen más fuertes, una vez que son dados por concluidos sus estudios
sobre Estética y se ocupa en formular los trazos generales del sistema
categorial de su edificio filosófico más osado y ambicioso: una Ética. Mientras
se disponía a escribirla, Lukács siente la necesidad de definir más
precisamente el sujetoque debiera asumir un comportamiento ético; así, de
este modo, nace la determinación de trabajar sobre una ontología del ser
social, como paso previo a dicha Ética (Cf. ídem: 10).
Del mismo modo que Marx en su momento se vio obligado a ajustar las
cuentas con la tradicn teórica que marcara su primera fisonomía intelectual
el idealismo objetivo” de la filosofía hegeliana –, valiéndose para esto de la
aproximación con el materialismo de Feuerbach, Lukács en los años 1960 se
propone ajustar cuentas con el marxismo que le es contemporáneo, el cual, a
esa altura, se encontraba “nadando” en una profunda crisis (tal vez la más
profunda que haya registrado), primando en su interior una lógica de
pensamiento férreamente reduccionista y rígidamente mecanicista que da el
tono y demarca a buena parte de las experiencias socialistas en ese cuadrante
del siglo XX.
En este contexto, Lukács parece estar convencido de que la tarea
prioritaria de la crítica socio-histórica es activar el renacimiento del marxismo”,
reconstruir su potencial revolucionario. Para tanto, con la Ética en el horizonte,
se aboca a la formulación de una “ontología del ser social”, concibiéndola como
un momento introductorio, que pueda exponer la “peculiaridad” de lo humano,
de lo social, más allá de las teorizaciones mistificadoras hegemónicas tanto
en sus vertientes más naturalistas y evolucionistas, como de las religiosas y
metafísicas en general.
La perspectiva teórico-filosófica de Lukács se inscribe dentro de los
marcos teórico-ideogicos abiertos por la inflexión que la obra de Marx y
Engels representó para el pensamiento social, y en varios momentos enriquece
de determinaciones aquella obra, la profundiza (así como Gramsci y otros lo
hacen en otros sentidos).
En el capítulo de la “ontología” dedicado al “trabajo”, a partir de la
preocupación ontológica y apoyándose en la teoría social marxiana, Lukács
desarrolla la tesis que lo concibe como categoría fundante del ser social; como
“fenómeno social originario
43
. Allí, puede apreciarse la polémica teórica
establecida con otras corrientes filosóficas, especialmente con los sistemas
idealistas, tracendentalistas, aunque también con corrientes del llamado
materialismo vulgar un materialismo “estrecho”, desde el punto de vista de la
dialéctica –, que tienden a naturalizar el proceso de la producción-reproducción
del ser social. Lukács construye este marco teórico de referencia a partir de la
formulación marxiana inicial, aunque enriqueciéndola de determinaciones
particularmente en el análisis del momento fundante del ser social, su génesis
histórica.
Según estos autores, probablemente habría que atribuirle a Engels la
mayor insistencia en el tratamiento reflexivo del problema ontológico en
43
Pero, ¿en qué sentido? ¿En el de afirmar que el trabajo es la categoría primera y s
importante del ser social? ¿Quiere decir, acaso, que categorías como praxis, por ejemplo, son
secundarias o menos relevantes que aquella? Simplemente, no.
general, y de esta cuestión en particular, puesto que en varios momentos se
dedica y realiza contribuciones sustanciales (aunque no siempre sus resultados
hayan quedado libre de problemas teóricos). Lukács re-trabaja el aporte
engelsiano en la ontología, mostrando la presencia de ciertas tendencias
evolucionistas que permean su análisis y que limitan la potencia heurística de
su intento. En este sentido, podría decirse que la concepción lukacsiana sobre
el trabajo, expresada en este capítulo de la ontología, es formulada a partir de
una perspectiva binocular: de un lado, el filósofo húngaro se atiene a dichos
trabajos de Engels, buscando problematizar sus límites y de ello alimentarse
44
;
por otro lado, recuperará los momentos (por cierto no muy asiduos) en que
Marx se ocupa del tema, buscando la profundización de los mismos
45
.
Otro aspecto relevante de la ontología de Lukács es que la relación con
Hegel asume un valor primordial; y lo hace a partir de otorgarle centralidad a la
categoría mediadora del trabajo. Dirá Infranca:
“Cuando el trabajo se convierte no sólo en principio-fundamento
de la sociabilidad y de la historicidad, punto de observación del ser
social en su totalidad, la ontología dialéctica hegeliana
proporciona las principales categorías de una articulación teórica
de ese tipo. En ese contexto, Marx no es dejado de lado; sin
embargo, se acentúan esos elementos característicamente
hegelianos del pensamiento marxiano [...]. Lukacs hace subir a la
superficie la herencia hegeliana de la reflexión de Marx” (2005: 30)
En el capítulo V del El Capital, tratando del “proceso de trabajo y el
“proceso de valorización”, Marx sitúa al “trabajo” como una condición
ineliminable y eterna de la vida social. En dicho pasaje de su obra magna,
define el “proceso de trabajo” como un metabolismo necesario y elemental para
la existencia del ser social, que se constituye en la relación hombre y
naturaleza. En dicho capítulo, inicialmente Marx se refiere al “trabajo” en tanto
productor de “valores de uso” para la satisfacción inmediata de las
necesidades; lo llama “trabajo útil” o “concreto”. En un segundo momento,
44
Nos referimos especialmente a los trabajo Dialéctica de la Naturaleza, Anti-Dhüring y al
ensayo sobre El papel de la mano en la transformación del mono en hombre, de Frederik
Engels.
45
De Marx, especialmente en los Grundrisse de 1857-58, El Capital, publicado en 1865 y los
llamados Manuscritos económico-filosóficos, de 1844. También trata este tema en el
manuscrito sobre La Ideología alemana, escrito junto a Engels en 1845-46 y en la Critica al
programa de Gotha.
piensa esta categoría más desarrollada históricamente, más compleja, o sea, al
trabajo, además, como productor de “valores de cambio”; lo llama “trabajo
abstracto” o “simple”. Esta distinción conforma una “dialéctica del trabajo”
propiamente marxiana, donde las dimensiones anteriormente mencionadas
forman una unidad contradictoria históricamente determinada.
Es preciso, no obstante, detenerse un momento para pensar los sentidos
y alcances de la afirmación lukacsiana, para evitar interpretaciones distantes de
las pretensiones originales. La afirmación del trabajo como condición eterna,
ineliminable para la vida social, tiene un significado rigurosamente lógico sobre
lo ontológico en el ser social y, por esto, abstracto y genérico. No se trata del
proceso de trabajo en su forma capitalista, típicamente asalariado, alienado,
alienante, donde se impone el “trabajo abstracto”, sino del proceso metabólico
necesario realizado por la humanidad en todos los tiempos históricos, que
permite su producción-reproducción. Tal afirmación se refiere al papel
fundamental de esta categoría ontológica en el proceso de producción de las
condiciones necesarias para la satisfacción ampliada de las necesidades
humanas.
La dimensión gica sobre lo ontológico será básicamente recuperada
por Lukács en su ontología. Dirá el filósofo:
“[...] con la consideración que aquí realizamos del trabajo como
elemento aislado, se consuma una abstracción; la socialización, la
primera división del trabajo, el lenguaje, etc., surgen sin dudas del
trabajo, pero no en una sucesión temporal puramente
determinable, sino simultáneamente, de acuerdo con la esencia.
Es, pues, una abstracción sui generis la que aquí realizamos; en
el plano metodológico, es de carácter similar a aquellas
abstracciones que hemos trabajado detalladamente en el análisis
de la estructura especulativa de El capital de Marx. Su primera
resolución tiene lugar ya en el segundo capítulo, en la
investigación del proceso de reproducción del ser social” (Lukács
apud Infranca y Vedda; 2004: 59).
Por esto, es pertinente advertir sobre los riesgos de incurrir en
extrapolaciones de los niveles del alisis (concretos y abstractos) de las
categorías (el trabajo, en este caso); más bien, se trataría de entender
dialécticamente los diversos momentos de una unidad problemática. De modo
que, las categorías más simples, que corresponden al nivel más abstracto del
análisis, expresan la generalidad de un femeno determinado; su contenido
esencial, si se quiere; mientras que las más concretas, históricas y
multiformemente complejas, expresan la terrenalidad, la forma específica de
realización de un fenómeno tal.
De modo que, aquella formulación marxiana, tanto de El capital como de
la Ideología alemana, será un pilar fundamental de la teorización de Lukács
sobre el papel del proceso de trabajo como proceso esencial que posibilita la
emergencia de un tipo determinado y específico del Ser: el ser social; procesos
éstos cuya nesis se localiza en el peculiar metabolismo conformado a partir
de la relación singular entre “sujeto-objeto”, exclusiva del mundo social,
constitutiva y constituyente del mismo. Una peculiar combinación de causalidad
-teleología posibilitadora del “salto ontológico” que diferencia lo meramente
natural y lo social.
Así, como capítulo introductorio de la Ética, buscando delimitar la
génesis del sujeto capaz de portarla, esta fundamentación lukacsiana del ser
se propone contribuir con una cosmovisión que permita la aprehensión - lo más
objetiva posible de las efectivas determinaciones que están en la base de la
producción histórica del ser social. Dirá Infranca:
“La utilización categorial de la problemática del trabajo en Hegel y
Marx, por parte de Lukács, unida a una inteligente reformulación
de algunos conceptos de la Metafísica de Aristóteles, imprime al
concepto de trabajo un sello de gran valor especulativo. Desde las
primeras reflexiones sobre el tema del trabajo y sobre su
importancia, emerge su valor fundante respecto del ser social”
(2005: 30).
Decíamos, entonces, que en la década de 1960, fundamentalmente
motivado por los dramáticos resultados de las primeras experiencias
societarias inspiradas en la teoría social marxista especialmente en su
expresión más acabada: la experiencia de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (URSS), también conocida como “socialismo real” –, Lukács está
convencido de la necesidad de “volver a las fuentes” de la teorización social
crítica. No tiene dudas que el inicio de la recomposición trico-política del
proyecto emancipatorio pasa por corregir y superar los límites encontrados en
las recientes experiencias históricas. Para esto, e intensamente durante los
últimos años de su vida, se aboca a la tarea de reponer, de recolocar, de
redescubrir los pilares elementales que conforman el cuerpo del llamado
materialismo histórico, entendido como la ntesis más rica, de mayor fidelidad
al objeto, más fecunda, para comprender y transformar la realidad a partir del
comando conciente de sus legalidades.
Con esta finalidad, el filósofo deberecolocalas grandes cuestiones
de la historia, tratando de revivir el marxismo”, de “resucitarlo”, de refundarlo y
devolverle su potencia crítico-revolucionaria, emancipadora. Su obra Hacia una
ontología del ser social puede ser considerada la última gran contribución de
Lukács en este sentido. Desde nuestra perspectiva, el mérito de su reflexión
ontológica consiste justamente en esa pretensión de captar el proceso efectivo
de producción-reproducción del ser social, a partir de una elaboración capaz de
“superar” los tratamientos tracendentalistas y naturalistas. Evidentemente una
pretensn de este tipo no estuvo exenta de críticas y de problemas, incluso
hasta de sus más cercanos discípulos: la llamada Escuela de Budapest.
Por otra parte, Lukács es consciente de los peligros que acarrea plantear
el problema de la “génesis”, del principio”, en filosofía; de los riesgos siempre
presentes de caer en una concepción metafísica, trascendente, substancialista,
del mundo. Tiene claro que, a diferencia de los intentos de explicación de la
“génesisque se fugan de lo real, el punto de partida correcto debe consistir en
el reconocimiento de la imposibilidad gnoseológica de aprehender todos los
momentos por los cuales se objetivó el pasaje del ser natural al ser social. Este
reconocimiento de los límites, diel filósofo húngaro, resulta preferible antes
que la actitud general que en la historia de la filosofía se ha tenido ante este
problema, que se ha pretendido resolver desde diversas arbitrariedades
reductivas. Más que construir una explicación dogmática o mistificadora para
argumentar dicho “pasaje”, hablará de un “salto” ontológico. Dirá Infranca:
“Toda reconstrucción es una interpretación, dado que resulta
aproximativa, teniendo en cuenta que el pensamiento no puede
desandar el irreversible curso de la historia. En definitiva es la
historia que nos dice qué podemos observar y qué no; y ninguna
reconstrucción puede ser exhaustiva. Entonces el salto puede ser
entendido como el momento necesario del pasaje desde una
forma de ser a otra cualitativamente distinta, pero el carácter
histórico de ese mismo salto impide reconstruir su dialéctica
interna sino después que ha tenido lugar, recién cuando ha dado
vida a una forma de ser. Es decir, cuando estamos frente a las
consecuencias de su haber sido” (ídem: 33).
Un “salto ontológico” a partir de su propia actividad productiva
Como dijimos, son nítidas las influencias ejercidas por Marx y Engels en
la ontología lukacasiana. Por el lado de este último, podría decirse que sus
preocupaciones por la génesis del ser social, por las determinaciones
fundamentales de este tipo peculiar de ser, por el pasaje de lo natural a lo
social, lo llevan a colocar al trabajo en el centro del “proceso de humanización”,
como promotor de la sociabilidad y del lenguaje.
Dirá que a diferencia de los animales, donde la reproducción se
desarrolla sin provocar alteraciones en el medio donde viven, adaptándose
cada vez mejor al mismo pero sin modificarlo, lo social lo humano, el “mundo
de los hombres – se reproduce ampliadamente. Por esto, la reproducción
social no se reduce a la mera reproducción de las condiciones naturales dadas,
sino que su fundación representa justamente el establecimiento de una
distancia relativa con respecto a lo “puramente natural”, aunque sin
abandonarlo jamás. No se trata de una separación, de una disociación entre lo
social y lo natural; más bien, se trata de una relación peculiar entre ambas
dimensiones constitutivas de una forma particular del ser
46
.
Partiendo de la premisa marxiana según la cual un estado más primitivo
puede ser reconstruido en el pensamiento a partir de uno superior, a través del
análisis de sus tendencias de desarrollo, Lukács se pregunta por el proceso de
constitución, de creación del ser social, del complejo de la sociabilidad,
entendiendo esto como un tipo específico de ser, como una forma peculiar de
la existencia. Su punto de partida es la búsqueda de las determinaciones que
posibilitan la transformación el llamado “salto” ontológico de un estadio del
ser: el “ser orgánico”, a otro cualitativamente diferente: el “ser social”.
El capítulo sobre el trabajo trata los procesos genéticos de dicho “salto”
ontológico, de esa transformación cualitativa y estructural del ser donde el
estado inicial contiene dentro de determinadas condiciones y posibilidades
46
Es justamente esta distancia relativa, este alejamiento de su base natural ineliminable, lo que
marca y posibilita el proceso de humanización del ser orgánico. Este es el “salto” cualitativo que
se produce a través del proceso de trabajo y que funda el ser social, expresa una distinción
fundamental y estructural que permite hablar de un nuevo tipo de ser que ya no se produce y
reproduce bajo las legalidades propias y específicas del ser orgánico, aunque nunca pueda
abandonarlas definitivamente.
del posterior y más elevado; no obstante, el último no se desarrolla como una
continuidad simple y rectilínea del primero. La ruptura con la continuidad
normal de la evolución es lo que constituye la esencia del “salto”, y no el
surgimiento temporalmente súbito o paulatino de la nueva forma del ser (ídem:
60). Lukács es contrario a cualquier tendencia a un evolucionismo, a cualquier
naturalismo o trascendentalismo.
Pero, ¿porqué atribuirle al “trabajo” un papel tan esencial en ese “salto”
ontológico que funda el ser social? El filósofo húngaro entiende que las otras
categorías de esta forma específica del ser ya tienen un carácter social, esto
es, suponen la aparición del trabajo como categoría operante en lo real. Sólo el
trabajo tiene un claro carácter intermediario, pensaLukács, y se constituye
como una relación peculiar entre hombre y naturaleza. Desde esta perspectiva,
el trabajo humano” nace en el marco de la lucha por la existencia, en el
proceso de satisfacción de necesidades; todos sus estadios históricos son
producto y reflejan la “auto-actividad del hombre. Es una actividad
propiamente humana que define al ser humano; es productora del mismo. Por
medio del “trabajo” un ser orgánico producirá un “salto” cualitativo que permite
la emergencia del complejo original que conforma lo propiamente humano.
Lukács con base en Marx, pensará al proceso de producción de “valores
de usoaquellos productos del trabajo que el hombre utiliza apropiadamente
para la reproducción de su propia existencia – y al “trabajo útil”, como el
responsable por mediar el intercambio entre el hombre y la naturaleza,
permitiendo así la “auto-reproducción ampliadade la vida de los hombres. Por
esto, el trabajo será considerado el fenómeno social originario; el “primer hecho
histórico”; un posibilitador del ser social.
En este sentido, para Lukács, es en el “proceso de trabajo” donde surge
la posibilidad de realizar en el ámbito del ser natural una posición teleológica
47
,
47
Es importante remarcar aquí la distinción de contenidos que Lukács realiza a la hora de
hablar de teleología. El mismo adverti que tanto Aristóteles como Hegel reconocen teleología
en el trabajo, pero a partir de atribuirle teleología a la realidad misma, en sí. Para los filósofos
de la trascendencia, la materia en estado natural comporta una teleología; esto es, se reconoce
una finalidad en la realidad en sí, mientras que en la perspectiva lukacsiana, la teleología es
una categoría reservada pura y exclusivamente al ámbito del ser social, y sólo posible de
desarrollo en los marcos socio-humanos. Concebir teleología en la naturaleza y en la historia
implica afirmar que éstas tienen una finalidad, están volcadas para un objetivo, un destino; e,
inmediatamente, su existencia, su movimiento y su desarrollo deben tener un autor conciente.
Por esto, la atribución de teleología más allá de los límites de la actuación socio-humana es
una piedra angular de las ontologías religiosas (Cf. Ídem: 63).
permitiendo así la creación de una nueva objetividad. En ese cuadro, el
“trabajo” es colocado como “modelo” de toda praxis social, como praxis
originaria, por medio del cuál siempre son transformadas en realidad – material,
en última instancia determinadas “posiciones teleológicas”. Para el filosofo
húngaro, en tanto forma originaria en el ámbito del ser social, esta categoría
puede servir para comprender las formas más complejas y evolucionadas que
fueron desarrollándose con la generalización creciente de este hecho elemental
(Cf. Lukács; 2004)
48
.
El hombre es un ser que trabaja; que domina la naturaleza través de la
aplicación adecuada de “posiciones teleológicas” para transformarla de
acuerdo con sus necesidades; que crea y transforma la materia para satisfacer
sus necesidades y forma un proceso ampliado de reproducción de su género.
Diferentemente, el ser en estado de naturaleza, es pura “causalidad”; puro en
, que se desarrolla continuamente con independencia de la conciencia” que
el hombre tenga de sus legalidades. El ámbito de la causalidad es el espacio
del ser inorgánico y del ser ornico, siendo sólo potencialmente la base de
formación del ser social. El trabajo” es la mediación que permite el “salto” del
ser orgánico puro estado de naturaleza al ser social, puesto que permite la
materialización de posiciones teleológicas, las cuales no se encuentran en el
ámbito del ser natural tanto inorgánico como orgánico. Lateleología”, por su
parte, es peculiar del ser social y posibilita el “salto ontológico” a lo social-
humano.
Al final del “proceso de trabajo”, dice Marx, aparece un resultado que ya
estaba presente idealmente desde el inicio en la mente del ejecutor. El
trabajador no efectúa lo un cambio de forma en la materia natural, sino que
imprime en ésta su propio fin, el cual se constituye como la ley determinante de
su modo de actuar y al cual subordina su voluntad. El fin, así, es un elemento
activo sobre el estado natural que opera objetivamente (Cf. Marx; 1980: Cap.
48
Creemos importante rescatar el alerta que el propio Lukács señala en cuanto a los límites
desde los cuales considerar al trabajo como praxis originaria o modelo de la praxis social. Dirá
el filósofo: ”Así es que el trabajo se convierte en modelo de la praxis social en la medida en que
en ésta aún cuando a través de mediaciones muy diversificadas se realizan siempre
posiciones teleológicas, en última instancia, de orden material. Naturalmente que según
veremos luego – este carácter modélico del trabajo para la acción humana dentro de la
sociedad, no debe ser exagerado en forma esquemática(Lukács; 2002: 62)
V). El hombre domina la naturaleza a través del “proceso de producción”; la
evolución del mismo indica el grado de desarrollo alcanzado en el dominio
sobre el mundo natural y su legalidad. Además de transformar la naturaleza, el
proceso de producción transforma al propio hombre que también es
naturaleza. El trabajo, en la perspectiva lukacsiana, es también “modelo de la
praxis social”, la que expresa un estadio mas evolucionado de aquella praxis
originaria, fundadora.
En esta línea de análisis, la relación entre teleología y causalidad
49
, su
coexistencia activa y dinámica se constituye en la primera característica
específica del ser social. La primera sólo puede funcionar si es “puesta” por un
sujeto; en cambio, la segunda puede operar como “puestao no. Esto quiere
decir que puede funcionar como causalidad en sí, independientemente de la
voluntad humana. Es en el “proceso de trabajo” donde se transforma la
causalidad en sí en causalidad “puesta”.
Diferentemente de las filosofías especulativas y en el camino ya
señalizado por Marx, Lukács le atribuirá a la teleología una naturaleza puesta”
porque todo proceso teleológico implica una finalidad, y para tanto, es
necesario una conciencia que establezca un fin. El acto de establecer
finalidades (“poner” teleológico) adquiere un carácter humano-productivo, por el
cual la conciencia da inicio y guía un proceso real (siempre relativamente).
De acuerdo con Infranca,
“El fin puesto en el trabajo es para Marx, así como para Lukács, el
momento en que el ideal se convierte en un elemento fundamental
de la realidad social-material, en cuanto determina la serie causal
de las determinaciones del ser. Es el momento en que Marx
retoma el momento ideal y lo repone en el interior de su
perspectiva materialista. El rol de la teleología aparece enfatizado
por el hecho de que ésta, a través del trabajo y su función de
principio en relación con lo social, se convierte en el elemento
fundante de la sociabilidad; por lo tanto, la génesis de la sociedad
reside también en el pensamiento del hombre” (2005: 39).
49
La causalidad es el ámbito de lo natural; de lo que no es social; la materia tal como es en
misma, regida por las leyes de la materia en su naturaleza. El hombre es ser natural que se
hace historia; es ser natural pero regido por una legalidad que no es puramente causal; lo
social significa la construcción de una legalidad propia, diferente de la del orden puramente
causal. Esta legalidad propia del ser social es auto-producida y va mas allá de la mera
adaptación instintiva al medio, aunque impensable sin su base en el ser orgánico, naturaleza
ineliminable de esa forma de ser.
Marx afirma que ese es el único lugar donde se puede demostrar la
presencia de teleología, como un momento efectivo de la realidad material.
Cualquier trabajo sería imposible sino fuese precedido por un determinado
“poner teleológico” que determina el proceso en todas sus fases; esto es,
cualquier actividad propiamente social es impensable sin una finalidad, sin una
intencionalidad. Así, el trabajo es entendido, básicamente, como el proceso de
objetivación de una finalidad sobre una materialidad natural; como una finalidad
puesta, objetivada, materializada. Su característica fundamental reside en su
capacidad de objetivar, de tornar real finalidades; de materializar posiciones
teleológicas.
Buscando una síntesis dialéctica de teleología y causalidad, Marx se
aboca a la tarea de superar tanto a las perspectivas metafísicas que
proclaman la superioridad de la teleología sobre la causalidad como a las
posiciones del materialismo pre-marxiano, que rechazan la posibilidad de una
teleología operante. Hasta Marx, “teleología y “causalidad” se presentan como
polos irreconciliables. En la obra marxiana la categoría de teleología, el
momento ideal, se torna humanamente operante y restricta al “trabajo”
diferentemente de Aristóteles y de Hegel, que reconocen teleología en el
trabajo, aunque no como una condición exclusiva de éste , en el sentido de
distinguirla de cualquier metafísica u ontología religiosa
50
.
Por su parte, Lukács, refiriéndose al hecho de que Marx limita la
teleología al trabajo, a la praxis humana excluyéndola de todas la otras
formas del ser –, dirá que de ningún modo su significado se restringe. Por el
contrario,
“Su importancia se torna mayor cuanto se toma conciencia de que
el grado más alto del ser que conocemos (el ser social) se
constituye como tal, se eleva del nivel en que está basada su
existencia para tornarse una nueva especie autónoma, gracias al
efecto real que ejerce lo teleológico. Gracias a dicho efecto se
eleva de la vida orgánica y se convierte en un nuevo modo de ser
independiente. Sólo puede hablarse racionalmente de la
existencia del ser social, dirá Lukács, si concebimos que su
génesis, su diferenciación respecto de su base, el proceso de
tornarse algo autónomo, se basa en el trabajo, es decir, en la
50
Según Infranca, “Hegel habría captado correctamente los nexos causales fundamentales del
ser social y su carácter teleológico, lo que los habría insertado en un sistema jerárquico de
categoas, privilegiando así el aspecto lógico y no lo concreto del trabajo” (2005: 36).
continua realización de posiciones teleológicas: aq reside el
secreto, el fundamento del ‘hacerse humano’” (ídem: 67-8).
Emerge a partir de allí una forma peculiar de concebir estos dos
momentos de lo real, los cuales serán comprendidos en términos de una
existencia concreta, real, permaneciendo contrapuestos, aunque dentro de un
proceso unitario cuya movilidad es fundada justamente en la interacción de
estos opuestos. Para que dicha interacción se torne real, la misma actúa de tal
modo que la “causalidad”, sin ser alcanzada en su esencia, también se torna
una “causalidad puesta”, no abandona su legalidad, sino que ésta se
metamorfosea a partir de la efectividad de las “posiciones teleológicas”. O sea,
se torna una causalidad “socialmente tratada”, “trabajada”, humanamente
“puesta”.
Al respecto Lukács recupera el ejemplo de Aristeles sobre la
construcción de una casa, donde ya se encuentra presente la idea
revolucionaria de pensar una idealidad alterando una materialidad, y donde un
“fin pensado” transforma la realidad material, introduciendo en la realidad algo
material que representa, frente a la naturaleza, algo cualitativa y radicalmente
nuevo. Dirá este fisofo:
“La casa es algo tan materialmente existente como la piedra, la
madera, etc. Sin embargo, en la posición teleológica surge una
objetividad totalmente diversa de los elementos. A partir del mero
ser en de la piedra o de la madera no es posible deducir’ una
casa por medio de una continuación inmanente de las
propiedades de aquellas., de las legalidades y fuerzas que en
ellas actúan. Es necesario para ello, el poder del pensamiento y la
voluntad humanos, que ordenan material y facticamente esas
propiedades en un contexto, por principio, totalmente nuevo. En
esa medida, Aristóteles fue el primero en reconocer
ontológicamente el modo de ser de esa objetividad que no puede
ser imaginada a partir de la ‘lógica’ de la naturaleza” (ídem: 69).
En este sentido, una finalidad, si pensada correctamente, puede
transformar la realidad material; o sea, puede proyectarse una idealidad con
pretensn de modificar la naturaleza que, en relación con las cadenas
causales presentes que deberían tornarse “puestas” –, da como producto
algo cualitativamente distinto, radicalmente nuevo. Surge así una objetividad,
diferente y más rica que los elementos primitivos. Según esta perspectiva, es la
síntesis peculiar formada por teleología y causalidad el fundamento histórico de
la génesis del ser social.
En el mero ser en sí de las cosas, en sus legalidades naturales, no
existe un desarrollo inmanente capaz de transformar sus propiedades
materiales en un producto útil; o sea, no existe “teleología” en la naturaleza en
. Para esto es necesario que el poder del pensamiento, seguido de la
voluntad humana, domine las propiedades (naturales) de la causalidad y las
organice de acuerdo con la finalidad, posibilitando la producción de una forma
totalmente nueva. El dominio de las legalidades naturales de la causalidad
no implica que la efectividad de dichas legalidades se anule. Más bien, significa
que puede hacerlas funcionar bajo el dominio de una determinada posición
teleológica el proceso que transforma la causalidad natural en causalidad
“puesta. Se trata de pensar el vínculo inseparable entre estas dos dimensiones
esenciales del ser social constitutivas del socio-metabolismo entre hombre-
naturaleza.
Para avanzar en el análisis de la teleología, Lukács recurre al trabajo de
Hartmann de 1951, donde este autor, a partir de la distincn introducida por
Aristóteles al respecto del proceso de trabajo entre el momento de “pensar” y el
de producir”, establece una diferenciación al interior del primer momento
aristotélico. Hartmann distinguirá dos actos en el momento de “pensar”: la
posición del fin y la elaboración de los medios; esto es, de un lado la
formulación de la finalidad y, de otro, la búsqueda de los medios. Tal distinción
tiene valor, según Lukács, porque permite entender el proceso de trabajo y,
en particular, su significado en la “ontología...” puesto que allí se muestra la
vinculación indisoluble entre aquellas dos categorías en sí contrapuestas, y que
consideradas abstractamente, se excluyen entre sí: causalidad y teleología.
En este sentido, la búsqueda de los medios para realizar la finalidad
implica el conocimiento adecuado de las legalidades vigentes en el nivel de la
causalidad. Además, tanto la finalidad como la elaboración de los medios no
pueden efectivarse si la realidad en estado natural no es susceptible de ser
modificada, esto es, si el ser natural permanece siendo un sistema de
complejos cuya legalidad continúa operando con total indiferencia ante las
aspiraciones e ideas del hombre. De modo que, dirá Lukács, la búsqueda de
los medios para la realización del fin propuesto tiene una doble función: por un
lado, evidenciar aquello que en sí mismo gobierna los objetos en cuestión, y,
por otro, descubrir en ellos aquellas posibles conexiones causales, aquellas
nuevas posibles funciones que, una vez organizado concientemente su
movimiento, es capaz de tornar objetivo el fin teleológicamente puesto (Cf.
ídem: 70).
La posición del fin, o finalidad, se define a partir de las necesidades
sociales, y esllamada a satisfacerlas, y únicamente se torna realidad si en la
búsqueda de los medios se consigue transformar la causalidad natural en
“causalidad puesta”. Para Lukács, este es el punto en que el “trabajo” se
vincula al pensamiento científico, y su desarrollo es justamente aquello que
hemos llamamos búsqueda de los medios
51
. Este proceso de selección de los
medios más adecuados para la efectivación de la posición teleológica,
desarrollado en la preparacn del proceso de trabajo, se realiza con una
tendencia a la autonomización que provocará la emergencia del pensamiento
orientado para la ciencia, que más tarde se conformará en las ciencias de la
naturaleza o ciencias naturales (Cf. ídem: 73).
Dirá Lukács:
“A partir de la tendencia intrínseca a la investigación del medio en
la preparación y realización del proceso de trabajo, surge, pues, el
pensamiento científicamente orientado, y emergen luego las
diferentes ciencias naturales” (ídem: 77).
En síntesis, la naturaleza es un constante tornarse otro de formas
concretas in-interrumpidas, y el trabajo la forma finalísticamente producida que
funda, por primera vez, la especificidad del ser social. La novedad con respecto
a las anteriores formas del ser (inorgánicas y orgánicas) consiste en la
capacidad de realización adecuada, ideada y proyectada de posiciones
teleológicas. Así, la realización se torna una categoría medular de la nueva
forma del ser, al mismo tiempo que la conciencia deja de ser un “epifenómeno”.
Dirá el filósofo húngaro:
51
Los fines deberían regular la búsqueda de los medios, pero en la historia, podemos ver
claramente como esta subordinación no se produce sin conflictos. Si son considerados los
procesos de trabajo en su evolución histórica, puede verse que esta relación tiende a invertirse.
La squeda de los medios adecuados (investigación de la naturaleza, la ciencia y su
progreso) tiende a convertirse en el principal elemento de garantía de obtención de los
resultados del proceso.
“Sólo en el trabajo, en la posición del fin y de sus medios,
consigue la conciencia, a través de un acto conducido por ella
misma, mediante la posición teleológica, ir más al de la mera
adaptación al ambiente en la que se incluyen también aquellas
actividades de los animales que transforman la naturaleza
objetivamente, de manera involuntaria –, y consumar en la propia
naturaleza cambios que para ella resultan imposibles e incluso
impensables. En la medida, pues, en que la realización se
convierte en un principio de naturaleza transformador, innovador,
la conciencia (que ha aportado el impulso y la orientación para
ello) puede ser, en el plano ontológico, algo s que un
epifenómeno. Mediante esta constatación, el materialismo
dialéctico se diferencia del mecanicista. Pues este sólo reconoce
como realidad objetiva a la naturaleza en su legalidad” (ídem: 80-
81).
Con el desarrollo del trabajo la relación entre las propiedades naturales y
las posibilidades humanas de su utilización, se tornan más amplias. El hecho
de que las categorías naturales puedan ser crecientemente modificadas,
humanizadas, marca el proceso de distanciamiento de las mismas de su
carácter puramente natural. Se les introduce y se las combina con otra
legalidad, trasformando aquel movimiento rígido, mecánico y auto-referenciado,
propio de la naturaleza. Así, el movimiento de la “causalidad puesta”, propio del
ámbito del ser social, resulta del dominio, del control adecuado de la legalidad
natural, de la subordinación de las categorías naturales a determinantes
posiciones teleológicas. Naturaleza y trabajo, medio y fin, conforman el proceso
de humanización.
Lukács destaca la inseparable interdependencia de estos actos, en sí,
heterogéneos pero que en su nueva vinculación ontológica constituyen el
“complejo del trabajo”, como apuntamos, el antecedente de la praxis social. Por
un lado, está el acto que busca el “reflejo lo más preciso posible de la realidad
en cuestión y, por otro, la posición que con esto se vincula para alcanzar las
cadenas causales que hacen posible realizar la posición teleológica. Estas dos
formas de consideración de la realidad, dirá Lukács, heterogéneas entre sí,
conforman el fundamento y la peculiaridad ontológica del ser social (ídem: 82).
Por otra parte, es importante remarcar que la adopción, por parte de este
autor, de la categoría de “reflejo” muestra nítidamente la relacn con
Aristóteles. La “teoría del reflejo”, criticada en 1923 en su obra Historia y
conciencia de clases y recuperada en la Estética, ocupa un lugar central en la
Ontología. Es entendida como una actividad gnoseológica productora y
producto de los “procesos de trabajo”, que es fundamental por permitir el
distanciamiento de lo puramente natural. Es medio y condición fundamental del
despliegue de las capacidades del ser social.
El “reflejo” es siempre reflejo ideal en el sujeto conciente, pensante, de la
realidad. lo a partir de esta relación aparece la posibilidad de una
reproducción ideal
52
s o menos correcta y mediante actos de conciencia
de lo real. Esto quiere decir que el sujeto, en relación con la naturaleza, puede
apropiarse espiritualmente de los objetos, conocerlos y representarlos
idealmente, tiene la especial capacidad de reproducirlos en su conciencia. Esa
relación entre sujeto y objeto tornada consciente es, desde la perspectiva
lukacsiana, un producto necesario del proceso de trabajo y la base para la
existencia del modo de ser específicamente humano.
Es importante destacar que este “reflejo” de la realidad, esta
reproducción ideal de la materialidad, se distingue de la realidad misma; se
configura como una “realidad” propia de la conciencia que, por sí misma, no
puede crear una nueva realidad objetiva; más bien, lo que puede crear es una
nueva forma de objetividad, pero no de realidad. De este modo, no puede
atribuirse a la reproducción ideal el mismo estatuto que a la realidad en sí. Esto
significa que el “reflejo” no puede ser considerado como idéntico a lo real. El
ser y su reflejo en la conciencia conforman dos momentos diferentes,
heterogéneos, siendo esta una característica fundamental del ser social
puesto que estos momentos son estrictamente idénticos en los niveles
anteriores del ser (ídem: 84)
53
.
Así, di Lukács, el “reflejo” tiene una naturaleza contradictoria: por un
lado, se opone al ser, es “reflejo” del mismo y no el propio ser; por otro lado, al
mismo tiempo, es el medio a través del cual surgen nuevas objetividades en el
52
Para Lukács, esta reproducción ideal es siempre y bajo todas las circunstancias,
reproducción en la mente de la materialidad objetiva, y nunca creación de la realidad. Lo real
existe independientemente del reflejo que tengamos correcto o erróneo del mismo. Lo que
no implica que la ontología lukacsiana inhiba el carácter de categoría objetiva operante del
reflejo ahora sí, correcto –, al interior de la formulación de la posición teleológica, en el
proceso de trabajo.
53
Es por medio de la formación de esta conciencia, de la posibilidad de dicho “reflejo” ideal de
lo real, que el hombre opera el salto” y sale del reino animal. Pero, es también esta no-
identidad del “reflejo” y “lo real”, la que abre espacio para una representación errónea del
propio real. Así, las representaciones nunca pueden constituirse como “copias idénticas” de lo
real.
ser social, por medio del cual se realiza la reproducción del ser social en el
mismo nivel o en uno más alto. De este modo, la conciencia que refleja la
realidad adquiere un carácter de posibilidad de potencia diría Aristóteles –,
que no es suficiente para la creación de una nueva realidad, aunque totalmente
necesaria. Estrictamente el “reflejo” no es directamente un ser, pero es una
condición decisiva para el desarrollo del ser social (ídem: 85). Dirá Lukács:
“La transición desde el reflejo como una forma particular del no
ser, hasta el ser activo y productivo de la posición de conexiones
causales, ofrece una forma desarrollada de la dynamis aristotélica
que podemos definir como el carácter alternativo de toda posición
en el proceso de trabajo. Este carácter emerge por primera vez en
la posición del fin del trabajo [...]. Cuando los resultados del reflejo
no existente se cristalizan en una praxis estructurada en términos
de alternativas, a partir de aquello que sólo existe de manera
natural, puede surgir algo existente en el marco del ser social [...]
es decir, surge una nueva forma de objetividad de ese ser
existente total y radicalmente nueva” (ídem: 88).
La capacidad humana de colocar finalidades en la causalidad natural; de
elegir y buscar los medios más adecuados; de escoger entre alternativas, es
una capacidad propia de la conciencia. Las alternativas”, en los términos del
filósofo, sólo pueden desarrollarse partiendo de la existencia de un sistema de
reflexión sobre la realidad. Así, sólo cuando los actos de conciencia se
solidifican en una praxis estructurada en función de “alternativas” es que puede
producirse en la materia natural algo que la supere en tanto ser en sí por
ejemplo, la utilización de una piedra como instrumento cortante o su
transformación en tal. Esto es, algo natural en sus propiedades cobra una
objetividad radicalmente nueva al ser incorporado a un orden causal diferente.
De modo que, en el “proceso de producción”en el trabajo –, no sólo la
finalidad ideada es “puesta”, sino que las cadenas de causalidades que la
realizan en el proceso de objetivación también se transforman en cadenas de
causalidades puestas”; esto es, se vuelven una causalidad que, además de
conservar su legalidad natural inmanente, se hayan subordinadas a una
legalidad social, en los marcos de la realización de las finalidades. Están aquí
los fundamentos del proceso de humanización de la naturaleza.
Puede decirse, que la posición teleológica es, contradictoriamente, un no
ser en potencia. Existe en tanto posibilidad, y sólo puede hacerse realidad a
través de la decisión, basada en alternativas”, de ejecutarla y de la ejecución
misma. Así, no debe diluirse el espacio existente entre posibilidad y realidad
(ídem: 93). Por otra parte, las alternativas concretas en el “proceso de trabajo”
significan una elección entre lo correcto y lo erróneo, develando el carácter
marcadamente cognitivo del proceso de humanización. Las “alternativas” no
pueden ser sino concretas, esto es, la elección concreta acerca de las mejores
condiciones de realización con que cuenta la posición de un fin. Son decisiones
sobre y bajo condiciones concretas. De modo que, ese proceso cognitivo es
insuprimible en el ámbito del ser social; es condición de posibilidad de la
sociabilidad. Puede decirse que el proceso de producción material de la vida
social engendra el conocimiento científico para su auxilio.
La “alternativa” es la categoría por medio de la cual el reflejo de la
realidad ese sistema de reflexión se torna un veculo del acto de “poner
finalidades”. En este sentido, vimos como la ideación, el proyecto ideal, sólo
existe como posibilidad es un no-ser que sólo puede convertirse en real a
través de las decisiones, fundadas en diferentes “alternativas”, de ejecutarlos.
A su vez, la decisión de realizar el modelo ideal implica elección de
“alternativas” dentro del proceso de búsqueda de los medios más adecuados
para realizar la “posición teleológica”. El dominio de las “alternativas que se
complejiza con el desarrollo del ser social se torna esencial porque permite el
pasaje de la posibilidad a la realidad. En síntesis, las “alternativas”, que ponen
en movimiento los procesos de ejecución material a través del trabajo, pueden
efectuar la transformación de la mera potencialidad la dinamys aristotélica
en un ser efectivamente existente.
Pero, además, las “alternativas” – que dicen respecto a la decisn sobre
las mejores condiciones para realizar una finalidad concreta están
determinadas por las necesidades singulares que el producto debe satisfacer.
Es el proceso social real, en donde emergen tanto las finalidades como la
“búsqueda de los medios”, quién determina el espacio de las preguntas y
respuestas posibles, de las “alternativas” factibles de ser objetivadas.
De acuerdo con Lukács, en la existencia de la “alternativase revela el
espacio de las elecciones, de las decisiones (que, a su vez, son funciones de la
conciencia específicamente humana); por esto, en la existencia de las
respuestas elaboradas por el ser social, basadas en “alternativas”, se
encuentra el germen de la “libertad”. Esto quiere decir, que la “libertad” emerge
por primera vez como un hecho posible y real, en estado germinal, en el
momento de la “selección de alternativas”, al interior del proceso fundante del
trabajo, o sea, de la producción social.
En síntesis, desde esta perspectiva, el ser social se define como un ser
que “se pregunta” y que da respuestas, las cuales permiten la superación
ampliada de su mera reproducción epifenoménica. Tales respuestas son
siempre respuestas a necesidades (“del estómago o de la fantasía”) que se
desarrollan teniendo como suelo ineliminable las condiciones socio-históricas
existentes. La realización práctica de estas “respuestas”, como vimos, se funda
en decisiones, en elecciones entre diferentes alternativas”, o en caminos
posibles para satisfacer las necesidades. Estas elecciones entre diversas
“alternativas” que constituyen respuestas sociales al contexto , a su vez,
reciben el influjo de ciertos “valores”, se alimentan de determinados procesos
valorativos que soportan la edificación de las respuestas humanas.
De modo que, las experiencias productivas del hombre son el marco
donde estos procesos valorativos” se generan, los cuales vuelven a incidir en
las futuras experiencias de producción. De esta forma, el “valor ingresa en el
“proceso de trabajo y opera en el momento de las elecciones entre
“alternativas” que se presentan. Según Lukács, losvalores” influyen en la
finalidad (Cf. Infranca; 2005: 70).
El valor que surge de la producción, inicialmente, se soportará en el
carácter inmediatamente útil de las alternativas” para la producción del objeto
que va a satisfacer la necesidad. En los estadios menos desarrollados del ser
social, diLukács, cuando la relación hombre–naturaleza es aún socialmente
poco mediada, dicho valor se funda esencialmente en la utilidad inmediata de
una decisión para obtener los productos necesarios para la satisfacción de las
necesidades, para producir un “valor de uso”. No obstante, la cuestión cambia
sustancialmente cuando, a partir del desarrollo creciente del complejo del ser
social, el proceso de trabajo, de producción de bienes y servicios, se torna más
mediado y complejo (Lukács llega a hablar de una “segunda naturaleza” para
hacer referencia a esto), y el “valor” deja de corresponder a la utilidad
inmediata en función de la satisfacción inmediata de las necesidades. En el
capitalismo, por ejemplo, el “valor” corresponderá y estará en función de la
producción de “valores de cambio”, estableciéndose una mediación social
artificial entre la producción” y la “satisfacción” de necesidades, que articula la
totalidad social imponiendo su legalidad en la reproducción societaria.
Según la interpretación de Lessa (2002) sobre este aspecto de la
ontología lukacsiana,
“Los valores y los procesos valorativos son parte integrante y
fundamental del proceso de elección de los medios y evaluación
de los fines y de los productos objetivados [...] de modo análogo a
la teleología y al reflejo, los valores y los procesos valorativos sólo
pueden venir a ser al interior de la compleja relación entre
teleología y causalidad que funda al ser social [...]. En ese
contexto, los valores y procesos valorativos que devienen por el
desarrollo de la sociabilidad da origen a complejos y mediaciones
sociales que, aunque fundados por el trabajo, ya no se identifican
apenas con este. La Ética, la estética, la moral, las costumbres, el
derecho, etc., surgen y se desarrollan teniendo por fundamento al
trabajo, pero tienen por momento predominante en su desarrollo el
complejo proceso de la reproducción social como un todo” (2002:
151; traducción nuestra).
Hemos tratado hasta aquí, al trabajo, al proceso de producción material
de la vida social, en su forma originaria, en tanto momento fundante y
mediación del intercambio orgánico entre hombre y naturaleza. Las
transformaciones que el trabajo” y su evolución provocan en los propios
sujetos, tiene como premisa esta forma originaria. Vimos, también, mo en los
procesos de satisfacción de las necesidades y en la búsqueda de los caminos
para hacerlos, se interpone el trabajo como mediación. En este primer
momento de impulso a la satisfacción ampliada de las necesidades, se revela
la naturaleza cognitiva que emerge en el ámbito del ser social, desde el
momento que tiende a prevalecer un tipo de comportamiento que se aleja del
puro instinto biológico en sí, y emerge un comportamiento consciente que
tiende a superar la mera espontaneidad adaptativa. Así, el “salto” consiste en la
emergencia del “espacio de la producción” como mediación entre las
necesidades y los procesos elaborados para la satisfacción de las mismas.
El trabajo y laposibilidad” de emancipacn humana
Como vimos, el ser social tiene la peculiaridad de dar respuestas a sus
necesidades; respuestas que van más al que su reproducción en ,
residiendo alel punto central de su transformación interna, la cual consiste en
llegar al dominio conciente sobre sí mismo. A pesar de todas las creaciones del
hombre que lo separan de las barreras naturales, la conciencia no puede
prescindir del proceso vital del cuerpo; estas dos esferas del ser están
indisolublemente ligadas en el ser social. Es impensable el ser de la conciencia
sin el ser simultáneo del cuerpo; puede existir cuerpo sin conciencia, pero no a
la inversa. Un alma, como sustancia autónoma al modo del idealismo, no es un
ser, no puede existir. La “reproducción”, desde esta perspectiva, es el vínculo
del sistema más complejo con la existencia en sí.
Es a través del trabajo y su desarrollo que se produce la humanización
del ser. Aparece allí, por primera vez, algo que no existe en la naturaleza en :
la libertad, que surge del carácter “alternativo” que comportan las posiciones
teleológicas. Desde el momento que la conciencia decide qué finalidad irá a
establecer y de qué manera irá a transformar las series causales corrientes en
“puestas”, surge un complejo dinámico que no encuentra paralelo en la
naturaleza; esto es, para Lukács, lo que permite la génesis efectiva de la
libertad. Ésta, se constituye como aquél acto de conciencia que da origen a un
nuevo ser; su raíz está en la decisión concreta entre diversas posibilidades
concretas. Hasta que las intenciones de transformar no se realizan o tienden a
hacerlo, los deseos, los proyectos, no asumen el estatuto de auténtica libertad
separar la concretud de la elección hace que se torne una especulación
vacía; la libertad “formal” o “burguesa”, por ejemplo.
En esta línea, mientras más conocimientos de las series causales y sus
comportamientos se tenga, más libertad el individuo pod ejercer como
demiurgo de su desarrollo. Toda “posición de un fin”, toda realización de una
finalidad que da origen a algo nuevo en el ser social, es un acto naciente de
“libertad”, una vez que los medios y los modos de satisfacer una necesidad no
son ya efectos de “cadenas causales naturales”, espontáneas, y resultados
de acciones decididas y ejecutadas concientemente. No obstante, este acto de
libertad, siempre determinado por las necesidades, es mediado por las
relaciones sociales presentes en cada momento histórico. En esta perspectiva,
la libertad no es abstracta sino concreta, y representa un determinado campo
de acción que expresa decisiones al interior de un complejo social concreto, en
el cual operan tanto fuerzas naturales como sociales.
En general, los abordajes filosóficos parten de una antítesis entre
necesidad y libertad, donde la segunda, es la superación de la primera, su
eliminación. Para Lukács, la necesidad del orden de lo natural, de la
causalidad no modifica su legalidad por más que sea conocida o
reflexivamente elaborada. Más bien, dicha legalidad natural es incorporada en
una teleología y trasformada así en legalidad natural “puesta”, residiendo allí
implícita la libertad. El problema que aquí se presenta es que se puede conocer
y dominar muy bien la causalidad, y no resultar de esto, directamente, mayores
niveles o grados de libertad. De modo que, debe ser introducida una nueva
mediación: la “posibilidad” de la libertad, puesto que el conocimiento de la
realidad, el “reflejo” ideal de lo real, no necesariamente es puro y transparente,
sino que se encuentra distorsionado por el complejo de ideas particular
existente.
Objetivación, Exteriorización y Alienación
Estas categorías son importantes para entender las determinaciones
fundamentales que particularizan el escenario social contemporáneo. El
concepto de objetivación es usado por Lukács para referirse al proceso de
producción por medio del cual una teleoloa determinada se relaciona con el
mundo natural y su legalidad propia, y lo torna “causalidad puesta”, dando
origen a lo nuevo en el ámbito del ser social. Recordemos, también, que este
proceso de objetivación del sujeto y de subjetivación del objeto, a partir de la
peculiar relación entre teleología y causalidad que se establece en el proceso
de trabajo, implica la captura reflexiva de las legalidades causales” por parte
del sujeto formulador de posiciones teleológicas”. Esta exigencia del proceso
de trabajo, esta condición para convertir la causalidad en “puesta” y lograr
realizar la finalidad (que, como vimos, en última instancia busca satisfacer una
necesidad), se explicita históricamente como una tendencia de desarrollo de “lo
humano” hacia niveles más avanzados.
La exigencia del trabajo para transformar objetos meramente naturales
en productos útiles, capaces de satisfacer necesidades, produce también la
transformación del sujeto agente de ese proceso. Al conseguir dominar cada
vez más ampliamente las “barreras naturales” que se le imponen, el hombre se
supera a sí mismo. Por esto, el proceso de trabajo, de producción de lo nuevo,
es colocado como “fundante”, como motor del proceso de producción-
reproducción ampliada de la vida social. Este proceso esboza una tendencia
peculiar y fundamental hacia la genericidad humana, la universalidad genérica
que es el ser social
54
.
Por otro lado, con exteriorización Lukács se referirse “a la acción de
retorno de todo ente objetivado sobre su creador” (Lessa; 2002: 137). A
diferencia de la alienación o extrañamiento (entfremdung, en alemán), que son
obstáculos socialmente puestos a la plena explicitación de la genericidad
humana, la exteriorización (entausserung), corresponde a los momentos en los
cuales la acción de retorno de la objetivación (de lo objetivado) sobre el sujeto
productor, permite momentos crecientemente genéricos en los procesos de
individuación. Ambos, (exteriorización y extrañamiento), son efecto del retorno
de las objetivaciones sobre la individuación, pero con la distinción fundamental
de que el efecto del retorno sobre el sujeto de la alienación obstaculiza el
proceso de humanización, el pleno desarrollo de lo humano, mientras que la
exteriorización constituye un momento efectivo de auto-construcción del género
humano (Cf. ídem: 137).
Según Lessa, para Lukács las objetivaciones del ser social siempre
implican exteriorizaciones y lo bajo determinadas condiciones socio-
históricas se tornan alienaciones. Esta es la distinción esencial que el filósofo
húngaro establece con la concepción hegeliana de exteriorización entendida
como esencialmente negativa, puesto que significa una “pérdida del espíritu”.
En la ontología lukacsiana, la exteriorización tendrá un carácter positivo e
indisociable de los procesos de objetivación, puesto que éstos implican la
creación, por parte del sujeto que trabaja, de algo objetivamente diferente de él.
El sujeto que produce crea un otro que, en el propio proceso de producción, se
distancia y adquiere una objetividad relativamente independiente de su creador,
lo que posibilita el acto de retorno del producto sobre su productor.
En este sentido, dirá Lessa:
54
Esta cuestión es tratada por Marx en el capítulo V de El Capital, cuando explica cómo el
“proceso de trabajo”, en el capitalismo, es “instrumentalizado por el proceso de “valorización
de capital, posibilitando el fenómeno de la alineación. También pueden encontrarse
aproximaciones en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 y en las Tesis sobre
Feuerbach de 1845.
“Al constituir el objeto en cuanto ontológicamente distinto del
sujeto, la objetivación y el producto de ésta resultante exhiben una
autonomía relativa frente al sujeto agente y esa autonomía
relativa es el fundamento ontológico último de las diversificadas
acciones de retorno de lo objetivado sobre los individuos” (2002:
141; traducción nuestra).
La naturaleza de este retorno y sus efectos sobre el individuo social nos
interesan aquí, puesto que determinan la cualidad (la positividad o negatividad)
que resulta del proceso de producción-reproducción del ser social, bajo
determinadas condiciones socio-históricas. Por esto, para Lukács, toda
objetivación nacida del “proceso de trabajo” implica exteriorización
55
(para
Hegel esto es siempre alienación”), y lo bajo condiciones particulares se
realiza historicamente como alienación.
Hemos esbozado sumariamente, la dialéctica propia que caracteriza al
“proceso de producción material de la vida social”, al “proceso ontológico de
trabajo”, como proceso continuo y creciente de objetivaciones. Éstas, de
acuerdo con la naturaleza de las relaciones sociales que intervienen en su
procesualidad, producen al ser social aunque no necesariamente lo hacen en
un sentido del desarrollo pleno de sus potencias. Más que eso, y dependiendo
del contenido de los procesos valorativos” adoptados que son sus
fundamentos, las objetivaciones pueden exteriorizarse produciendo alienación
en los sujetos productores; esto es, pueden tornarse obstáculos al pleno
desarrollo de sus capacidades, pueden redundar en alienación del productor.
Así, “entre el desdoblamiento de las potencialidades materiales socio-genéricas
y su efectivización en el interior de formaciones sociales dadas, se interpone
una desigualdad que compone el suelo genético de los fenómenos sociales
que Lukács denominó extrañamientos” (ídem: 151; traducción nuestra).
En este sentido, podría decirse que el capítulo sobre Alineación, siendo
uno de los menos explorados de la Ontología del ser social, es tributario de uno
de los que podrían considerarse los problemas centrales de la teoría social
marxiana y de la ontología lukacsiana, a saber: las relaciones existentes entre
55
Es importante señalar la observación de Lessa sobre la distinción que marca Lukács entre
objetivación y exteriorización, siendo que es una distinción que no es efectuada por Marx.
Según este autor: ”En Lukács, objetivación y exteriorización se distinguen en cuanto momentos
de una procesualidad en unitaria: el trabajo. La objetivación corresponde al momento de
transformación teleológicamente orientada de lo real, y la exteriorización al momento de retorno
de la objetivación y de lo objetivado sobre el individuo agente” (ídem: 141; traducción nuestra).
el complejo de problemas formado por el trabajo, en términos ontológicos
fundamentales, y el fenómeno social de la alienación. Según la investigación de
Lessa sobre esta obra del “Lukács maduro”, puede observarse que entre el
complejo de la alineación y el trabajo se interpone una densa malla de
mediaciones sociales que desempeñan un papel decisivo en su
consubstanciación en cada momento histórico” (idem: 154; traducción nuestra).
Para Lukács, las alienaciones se desarrollan mas allá de los límites de la
relación hombre-naturaleza, situándose principalmente en las relaciones entre
los propios sujetos entre sí. En este sentido, es un fenómeno propiamente
social cuya procesualidad se efectiviza en el ámbito más complejo de la
“totalidad social”, justamente en el proceso de reproducción de dicha totalidad.
Pero, no debe perderse de vista que este complejo, que tiene mucho que ver
con la formación y el desarrollo de los procesos valorativos, no puede dejar de
estar presente en el momento de la “producción”, del trabajo”, que realizan los
sujetos. Para el filósofo, las alienaciones son determinaciones objetivas del
mundo de los hombres, que se desarrollan más allá del ámbito del trabajo”,
esto es, de la relacn sociedad-naturaleza.
Por otra parte, siempre según Lessa, a pesar de que los valores lo
puedan existir como momento de una posición teleológica, como elemento de
determinación del poner teleológico”, no es menos verdad que ellos poseen
una existencia real en el ser social, se hacen presentes y actúan
concretamente, por más que los seres humanos no tengan conciencia de ello.
En la ontología lukacsiana, la acción efectiva de los valores en la reproducción
social apenas es posible cuando ellos son incorporados a las “posiciones
teleológicas” que se inscriben en los procesos de “objetivación”. De modo tal
que, sin inserción efectiva en la praxis social, los valores” carecen de toda
existencia social efectiva.
Es bueno recordar que el ámbito de la reproducción social, como
categoría totalizadora que expresa las interrelaciones y contradicciones
dinámicas de los complejos que forman el ser social, es un complejo y una
síntesis de actos teleológicos”, los cuales, de hecho, se conectan a la
aceptación o rechazo de un valor (ídem: 154-55). De acuerdo con este autor,
en la perspectiva de Lukács, los valores componen un complejo social
específico que, como todo complejo, posee un inevitable carácter de totalidad,
siendo movido u obstaculizado por actos sociales teleológicamente puestos. La
síntesis históricamente determinada de dichos actos teleológicos singulares, el
proceso de la reproducción social, determina la realización de valores.
Queda evidenciado, entonces, que desde la ontología lukacsiana, sin los
procesos de objetivación inherentes al trabajo no habría posibilidad para el
surgimiento de valores, aunque éstos están lejos de ser exclusivamente
determinados por el proceso de trabajo. Los valores, más bien, se crean y
recrean en el contradictorio movimiento de la reproducción social, “siendo la
alteración del contenido histórico concreto de cada situación lo que funda la
génesis de los valores y de los procesos valorativos para cada momento”
(ídem: 161).
De modo que, los “procesos valorativos que las continuas posiciones
teleológicas comportan, que se sintetizan constituyendo el complejo más
general de la reproducción social, en cada momento, tienen una estrecha
relación con los fenómenos sociales de la alineación. Esto ocurre, por el hecho
de que, de los procesos de elecciones alternativas al interior de las posiciones
teleológicas para la creación de lo nuevo, pueden resultar tendencias de
desarrollo pleno del género u obstáculos al mismo. El complejo de los valores,
con su dinámica propia, interviene activamente en la “reproducción cuando
inserto en una praxis social, orientando la misma hacia procesos sociales de
“alienación” o hacia una plena “exteriorización”. Así, los “valores” se tornan
determinaciones del modo específico de reproducción social, tanto de las
“alienaciones”, como de las emancipaciones genéricas.
Con la llegada de la sociedad burguesa, la contradicción interna de la
esfera de los valores entre lo particular y lo universal, alcanza una profundidad
inédita en la historia de la sociabilidad, donde los intereses del hombre burgués
son tomados como los valores universales, transformándose en pesados
obstáculos para un desarrollo “no alienado” de las formas de sociabilidad.
Evidentemente, esto ocurre porque la reproducción, en el capitalismo, se
realiza a partir de antagonismos que fracturan la relación individuo-sociedad.
2.2. El capital: una relación social barbarizante
¿Cuál es el significado del trabajo en la sociedad del capital? ¿Cuál es
su forma peculiar? Comprender las transformaciones societarias en general y
las contemporáneas, implica un análisis minucioso de las metamorfosis de las
formas del trabajo; éste es un presupuesto fundamental de cualquier análisis
sustancial de lo real. Un tipo particular de trabajo es propio del capitalismo y
predomina bajo diversas formas hasta nuestros días: el trabajo asalariado.
Entender sus actuales metamorfosis, pensar la posibilidad de su gradual
extinción, requiere situarlo en el marco del conjunto de contradicciones
inherentes a la lógica societal del capital, que derivan de su peculiar forma de
organizar la producción material de vida social.
Partimos de la premisa de que la complejidad contradictoria que mueve
la dinámica de la metamorfosis contemporánea del llamado mundo del
trabajo”, es el resultado de la profundización de las contradicciones inherentes
al sistema capitalista, a partir de su entrada en una fase de “crisis estructural”.
La emergencia del llamado desempleo estructural se torna la expresión más
dramática que ilustra la dinámica crecientemente depredadora que el sistema
asume en la contemporaneidad, en escala global. En ese cuadro, se debe
situar el papel de los actuales “ajustessobre el trabajo para la reproducción
adecuada del sistema, particularmente en ésta, su fase madura.
Mucho se ha dicho y escrito en las últimas cadas sobre la “crisis del
mundo del trabajo”, de la “sociedad del trabajo”, del “fin del trabajo”, entre otras
denominaciones utilizadas para referirse a este problema. Estas expresiones
hacen referencia y buscan explicar la emergencia contemporánea de un
fenómeno que no es nuevo, pero que hoy se presenta con trazos renovados: el
fenómeno social del desempleo. El mismo, aparece como una “pesadilla”
anunciadora de una “nueva” época social donde el trabajo (“formalmente”
asalariado) se torna un “bien escaso”, un privilegio de algunos. Cada vez más
la irrupción de este verdadero “drama social” muestra que no estamos ante un
fenómeno pasajero; o sea, no es el mismo desempleo que hemos conocido,
que ha existido en fases pasadas del capitalismo. El fenómeno que hoy nos
interpela es de otra naturaleza, aunque tenga la misma raíz.
En el marco histórico constituido por la llamada “crisis estructural del
sistema del capitalcomo vimos en el capítulo anterior (Mészáros: 2002) y
la respuesta por éste formulada para no sucumbir en la misma, el desempleo
crece paralelamente a los saltos tecnológicos y no dejará de hacerlo. Parece
tratarse, definitivamente, de un fenómeno que no es temporario, sino que llega
para quedarse. No se trata de una situación coyuntural que afecta
temporariamente a algunos segmentos de la población. Más bien, expresa el
ingreso a una nueva época societaria, caracterizada por la pérdida de las
capacidades “agregadoras” del sistema, el cual no logra reproducirse sin
producir una super-poblacn excedente”, “excluida”, que se afirma como
estructural. Esta “población sobrante”, no encuentra ya condiciones para ser
integrada de forma satisfactoria al proceso de reproducción del socio-
metabolismo imperante; ha dejado de ser “necesaria” – incluso como “fuerza de
trabajo –, puesto que el sistema ha aumentado en forma “alucinante” la
productividad del trabajo social.
Puede afirmarse, entonces, que esta población puede ser considerada,
cada vez más, como “superfluadesde el punto de vista de la reproducción
social bajo los parámetros del capital, son individuos sociales que “sobran”, que
“están de más”
56
. En este marco, se instala la polémica actual sobre la crisis
del trabajo”, y de las diferentes propuestas para enfrentarla surge un conjunto
de respuestas, “salidas”, para ese flagelo contemporáneo. El desempleo
estructural se instala en los alisis sociales como un trazo fundamental,
determinante de la configuración actual de la ”cuestión social a escala mundial
aunque siempre presente con particulares modos de expresarse en el
sistema.
En este sentido, desde nuestra perspectiva, abordar la cuestión del
trabajo y sus metamorfosis contemporáneas implica aprehender los procesos
que lo producen, superando las visiones naturalizantes que “fetichizan” el
desarrollo científico-técnico, y lo tornan el único responsable” por el problema
de la exclusión”. Desde un discurso modernizador, se nos invita a aceptar el
56
Es importante remarcar que cuando hablamos de desempleo estamos pensando en la
imposibilidad de reproducir la vida por medio de la relación social asalariada, la forma “propia”,
legal, “natural que el capitalismo ofrece para tal efecto. Entonces, cuando hablamos de
población excedente nos referimos a una población que encuentra obturada la posibilidad de
reproducir su ser orgánico a través de la forma “clásicadel orden social del capital: el trabajo
asalariado. Evidentemente, la permanencia y cronificación de este fenómeno evidencia que la
crisis a la que hacemos referencia (la crisis estructural) es inédita históricamente, y expresa la
potenciación, en tanto elevación a un nivel superior, de las contradicciones inherentes del
sistema, una y otra vez oscurecidas por la ideología dominante, la cual no es otra cosa que las
ideas de la “clase” dominante.
proceso “natural” de “obsolencia humana” que actualmente afecta a dos
terceras partes de la población a escala mundial. Las presentes reflexiones
buscan contribuir para superar estas lecturas.
En este contexto, se impone la pregunta: ¿qué está pasando con el
trabajo? ¿Estamos, efectivamente, ante su ocaso? Para responderla,
partiremos de su historización.
2.2.1. El trabajo en el capitalismo: la crítica de Marx
Época de burguesía triunfante; de “soberanía de la razón”, donde la
miseria obrera, ya muy visible, se asocia con la carencia de virtudes de cada
uno. En esos tiempos de monarquía burguesa (Luis Felipe en Francia), la
otrora “superioridad racial” es ahora “superioridad espiritual”. En las rebeliones
espodicas aparece más la ira que la razón; se destruye con mayor frecuencia
a las máquinas antes que a sus propietarios. Mientras que en Inglaterra se ve
el nacimiento de un movimiento sindical razonable, en el resto de Europa se
continúa luchando más contra el pasado.
El atraso alemán; la efervescencia política remanente de la revolución
jacobina en Francia; el desarrollo industrial-comercial de Inglaterra, son
algunos de los trazos fundamentales que caracterizan el contexto inmediato
que alimenta la reflexión de Marx de este periodo. Su esfuerzo se dirigirá a
comprender la sociedad tal como ella es, buscando superar las “filosofías
clásicas”, tanto las especulativas hegemónicas, con Hegel a la cabeza –,
como las igualmente parciales y limitadas empiristas o materialistas “pasivas”,
del tipo Feuerbach
57
.
Alemania es, en ese tiempo, un pueblo económicamente y políticamente
subdesarrollado. La burguesía renana se inquieta cada vez más con el
crecimiento del IV Estado, fenómeno ya percibido en todos los países más
adelantados de Europa occidental. Actuando como redactor en la Gazeta
Renana, Marx tendrá contacto con un poder bien más real que el de los libros;
57
Recordemos que Marx comparte algunos años de formación con Feuerbach, en el ala
izquierda de los Jóvenes hegelianos. Inmediatamente después, romperán esta alianza teórica
con la ruptura con el grupo de los hermanos Bauer y con las Tesis sobre Feurbach de Marx, de
1845-6.
se vera enfrentado por las fuerzas que le dan vida a este poder y detrás de él
se ocultan. Censurado y desempleado, ahogado en el idealismo hegeliano,
emprenderá una revisión de sus ideas a la luz de Feurbach, de quién luego
tomará distancia.
En el contexto de esta revisión critica de Marx que se tornara una
ruptura filosófica del mayor alcance – el hombre real ahora aparece como
siendo el producto singular de la sociedad; la ciencia del hombre es la ciencia
de la sociedad. Así, afirmará que para conocer el hombre de nuestro tiempo es
necesario conocer la sociedad del presente. Y es, justamente, el conocimiento
de esta sociedad lo que Marx va a buscar a París, en 1843. En este momento,
Paris es el centro de reunión de los activistas proletarios que, aún con oscura
conciencia, tratan de destruir la sociedad existente. La ciencia nuclear de esta
sociedad es la economía política, que estudia la producción y la distribucn de
la riqueza. Marx descubre esta ciencia en Paris, y de ese impacto surgen “los
manuscritos”.
El hombre aparece en esta ciencia en sólo una de sus facetas: como
“creador de riqueza” y movido, exclusivamente, por un cálculo racional
inteligente y astuto –, sin profundidad ni horizonte, incapaz de trascender el
estrecho interés individual. Un cálculo realizado por lainteligencia” pero no por
la “razón” distinción del idealismo alemán. El correlato necesario de este
hombre económico es el hombre mercancía.
La rebelión de Marx contra la “economía política clásica”, en verdad va
contra la filosofía oculta detrás de ella. La criticará en nombre de otra filosofía
que rechaza esa concepción pasiva de hombre. No está preocupado con una
nueva economía, sino con un pensamiento que va mucho s allá de esta
ciencia positiva de la modernidad. Se trata, para Marx, de elaborar una síntesis
inédita históricamente en la teoría social, la cual alberga la exigencia de una
praxis que la realice, que la torne materialidad social, liberando así a la
humanidad de las cárceles que la reducen, oprimen y barbarizan. En este
sentido, teoría y praxis en Marx no pueden ser pensadas separadamente.
Reducir la teoría social marxiana a una mera comprensión cabal del mundo – a
una epistemología –, significa omitir el hecho de que, justamente, la potencia
de su reflexión reside en que dicha comprensión es, ante todo, una condición
necesaria para una transformación radical de los contenidos de la praxis social,
orientándolas en un sentido verdaderamente humano. En este sentido, se trata
de lograr que el proceso social de produccn de la vida material coincida con
el pleno desarrollo humano genérico y de los individuos sociales agentes.
Escritos a sus 26 años de edad, los “manuscritos de economía y
filosofía” expresan esta concepción más generalista y totalizadora de Marx.
Aunque olvidados y menospreciados por más de 80 años especialmente
por la interpretación economicista de la teoría social de Marx, para la cual
los males del capitalismo son males económicos que generan las
condiciones que harán saltar el sistema; interpretaciones estas que
convierten al hombre ya no en predicado del espíritu, auque sí en predicado
de la economía –, las reflexiones que contienen se constituyen como una
idea original de la relación hombre–naturaleza; esto es, una original
concepción de la Historia.
Habiendo descubierto la “critica de la economía política” a través de los
“Esbozos...” de Engels de 1843, la cual “tomaba como dado lo que debía
explicar”, tratará del “trabajo alienadoen el final del primer manuscrito en el
marco de la crítica a la naturalización de las categorías, operada por la
economía política, especialmente por Smith –, afirmando:
“Partimos de un hecho económico actual. El obrero es más pobre
cuanto más riqueza produce; cuanto más crece su producción en
potencia y en volumen. El trabajador se convierte en una
mercancía tanto s barata cuanto más mercancías produce. La
desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la
valorización del mundo de las cosas” (Marx; 1969: 105).
Por esto, afirmará que, en la época de la encomia política léase de la
sociedad capitalista –, la realización del trabajo se presenta como des-
realización del trabajador. Este, mientras más objetos produce, más poderoso
se torna el mundo extraño que crea frente a sí, y más pobre se vuelve él mismo
y su mundo interior; esto significa que mientras más produce es menos dueño
de sí mismo, menos “señorde sí. Esto ocurre, para Marx, porque el objeto
producido, el producto del trabajo, no pertenece al trabajador, y su producción
se convierte en un poder extraño que se le enfrenta como “un otro hostil” que lo
domina.
Inmediatamente, Marx aclara que la alienación no se presenta sólo en
relación con los resultados de su producción, con los productos del trabajo; se
expresa también con relación a la actividad productiva misma, esto es, en el
acto de la producción, puesto que el producto no es más que el resumen de su
actividad. La alienación” de su actividad productiva, de su esfuerzo nervioso y
muscular, consiste en que ésta no le pertenece, le es impuesta desde el
exterior y dirigida contra él, su actividad vital, su propia vida personal, como
algo que no le pertenece en el trabajo (ídem: 110).
Una tercera determinación de la alienación del trabajo se expresará en la
relación del hombre con su ser genérico, que consiste en la capacidad de
elaborar su existencia con conciencia, lo cual le posibilita ir más allá de la mera
reproducción de sus necesidades inmediatas, le permite pensar en la vida del
género, de la especie a la cual pertenece y, por ende, hacer de ella un objeto.
Recordemos que por esta peculiaridad aparece, en el ámbito del ser social, la
posibilidad de la libertad. En el trabajo alienado, dirá Marx, se invierte esa
relación y el hombre hace de su actividad vital un simple medio para su
existencia particular, tornando la producción de la vida genérica un medio de la
vida individual. El hombre, al alienarse de su ser genérico, se aliena de
mismo. Escribe Marx:
“El trabajo alienado (1) convierte a la naturaleza en algo ajeno al
hombre, (2) lo hace ajeno de sí mismo, de su propia función
activa, de su actividad vital, también hace del género algo ajeno al
hombre; hace que para él la vida genérica se convierta en medio
de la vida individual (...) el trabajo, la actividad vital, la vida
productiva misma, aparece ante el hombre lo como un medio
para la satisfacción de una necesidad, de la necesidad de
mantener la existencia física. La vida productiva es, sin embargo,
la vida genérica. Es la vida que crea vida. En la forma de la
actividad vital reside el carácter dado de una especie, su carácter
genérico, y la actividad libre, conciente, es el carácter genérico del
hombre. La vida misma aparece sólo como medio de vida(ídem:
111).
El trabajo – como actividad vital del género, productora del mismo,
creadora del peculiar metabolismo con la naturaleza que permite ampliar los
límites que ésta impone, controlar su legalidad –, convertido en trabajo alienado
en la sociedad burguesa, se torna animalización del trabajador, se torna
deshumanización y des-realización de su agente.
Por último, y como consecuencia inmediata de las formas de alienación
anteriores, Marx trata de la alienación del hombre respecto del hombre. Si el
hombre se enfrenta consigo mismo, se enfrenta también al otro, con el
producto del trabajo y el propio trabajo del otro. En la relación social del trabajo
alienado, cada hombre considera a los demás según la relación en la que él se
encuentra consigo mismo en tanto trabajador (ídem: 113).
La teorización anterior sobre los diferentes aspectos de la alienación en
la sociedad capitalista, si son formulados en términos histórico-concretos y
observados desde los propios presupuestos de la economía política, nos remite
a la pregunta siguiente: “si el producto del trabajo me es ajeno, se me enfrenta
como un poder extraño, entonces ¿a quién pertenece?” (ídem: 114). La
respuesta no es sorprendente: no podría pertenecer s que a otro hombre
que no es el trabajador, quién asume el mismo lugar y papel que el objeto
alienado. Así, si el trabajador se relaciona con su actividad como con una
actividad no libre, impuesta y forzada, se es relacionando con ella como con
una actividad al servicio de otro, bajo las órdenes y necesidades de otro. Esto
quiere decir que las “alienaciones” existen apenas en las relaciones prácticas
concretas, no son meros estados del espíritu. La alienación se realiza a través
de la relación práctica, real con los otros hombres. Dirá Marx:
“[...] mediante el trabajo alienado no sólo produce el hombre su
relación con el objeto y con el acto de la propia producción como
con poderes que les son extraños y hostiles, sino también la
relación en la que los otros hombres se encuentran con su
producto y la relación en la que él está con estos otros hombres.
De la misma manera que hace de su propia producción su des-
realización, su castigo; de su propio producto su pérdida, un
producto que no le pertenece, y así también crea el dominio de
quién no produce sobre la producción y el producto. Al alienarse
de su propia actividad posesiona al extraño de la actividad que no
le es propia” (ídem: 115).
De este modo, Marx concluye planteando que la propiedad privada, uno
de los conceptos fundamentales de la economía política, surge como el
producto y no la causa, aunque esta relación después se transforma en una
interacción recíproca –, el resultado de la alienación del trabajo, no siendo una
categoría “natural”, eterna. Marx delimita el complejo proceso concreto de
aparición de esa categoría medular del capitalismo, que es consecuencia
necesaria del trabajo alienado, de la relación externa del trabajador con la
naturaleza y consigo mismo. Así, se devela el secreto de la propiedad privada:
el de ser producto del trabajo alienado, y, a la vez y por el mismo proceso, el
“medio” por el cual el trabajo se aliena. La propiedad privada, desde la inflexión
crítica marxiana, es la realización de esta alienación.
Del mismo modo, el salario que recibe el trabajador que se constituye
con relación a la magnitud del costo de su reproducción en tanto fuerza de
trabajo es tan sólo una consecuencia necesaria de la alienación del trabajo.
Para el trabajador, dirá Marx, el trabajo no aparece como un fin en , sino
como el medio de obtener el salario, esto es, al servicio del salario. De modo
que propiedad privada y salario son categorías que sólo existen porque existe
la alienación del trabajo; desapareciendo ésta, no hay necesidad de existencia
de aquellas.
Por ser su trabajo forzado y no voluntario, el trabajador, en vez de
afirmarse en éste, se niega, se aliena. El trabajo así, deja de ser una actividad
productiva para la satisfacción ampliada de las necesidades, pasa a convertirse
en el mediopara satisfacerlas. El trabajo, que para Marx es actividad vital
porque el hombre tiene la capacidad de producir y reproducir su propia vida, de
hacer de su existencia un objeto –, con la forma histórica asumida bajo el
capitalismo, se convierte en un simple medio” para la reproducción de la mera
existencia física de sus agentes. Así, la esencia misma del trabajo, en tanto
posibilitador de su desarrollo como especie, tiende a ser negada,
constituyéndose como un complejo que obstaculiza el pleno despliegue de las
capacidades humano-genéricas, en los marcos de una producción y
reproducción social alienada.
Desde esta perspectiva, la producción material de la vida social, bajo el
capitalismo, se efectiva con base en la explotación. La “propiedad privada”,
como dijimos, no es el punto de partida sino el producto de la “alineacn del
trabajo”; es la consecuencia necesaria del trabajo alienado, de la relación
externa del trabajador con la naturaleza y consigo mismo. La servidumbre
humana, piensa Marx, es contenida en la relación del trabajador con su
producción. De modo tal que, queda claramente evidenciado que el problema
no es el “trabajo” en , puesto que en sí es una dimensión civilizatória que
implica humanización, y que es ineliminable como mediación en la relación
metabólica entre el hombre y la naturaleza. El problema fundamental es la
forma histórica que asume y bajo la cual se organiza y realiza; o sea, el
problema está en la forma específica del entramado de relaciones sociales en
el cual se inscribe y desarrolla, y a la que llamamos sociedad del capital.
Luego de esta sumaria introducción, con base en los manuscritos de
economía y filosofía de 1843-44 de Marx, profundicemos el análisis de este tipo
histórico de sociedad: la sociedad del capital.
La relación social del capital y su finalidad: la ganancia
Desde la perspectiva de la “crítica de la economía políticafundada por
Marx, el orden social de capital es imposible sin el trabajo humano, así como
cualquier sociedad lo es. La peculiaridad de la relación social del capital
consiste en que el proceso de producción se organiza en función de la
explotación del trabajo vivo, de la apropiación de trabajo ajeno, en la alienación
del producto del trabajo. Así, la relación con el trabajo vivo es constitutiva del
capital, es su sustancia, no puede existir ni reproducirse sin ésta. El capital
depende vitalmente de la relación con el trabajo vivo, más precisamente, de la
explotación del mismo.
La utilización, la puesta en funcionamiento de esta mercancía – la fuerza
o capacidad humana de trabajo , que posee la cualidad especialísima de
rendir más valor de lo que cuesta, permite al capitalista apropiarse de un plus-
trabajo que, al “realizarse” en la circulación, se transforma en un “valor
excedente(con relacn a su costo), en una “plus-valía. La diferencia entre el
costo y el rendimiento de la capacidad humana de trabajo, una vez que es
puesta en funciones, permite la creación, según la critica marxiana de la
economía política, de un nuevo valor y una plusvalía.
Como resultado del proceso de producción capitalista de mercancías,
que implica siempre consumo de fuerza de trabajo por parte del capital, nos
encontramos con un valor mayor al que fue invertido al inicio del proceso
productivo. Esta diferencia de valor es la sustancia de la apropiación del trabajo
por parte de los propietarios de las condiciones del proceso de producción
capitalista. Esta diferencia, este plus-trabajo – o trabajo no remunerado
apropiado por el capitalista, es la base material de la plusvalía, la cual se
realiza con la venta de la mercancía en el mercado. En este sentido, dirá Marx:
“[...] el valor de la fuerza de trabajo y su valorización en el proceso
de trabajo son, por tanto, factores completamente distintos [...] el
factor decisivo es el valor de uso específico de esta mercancía,
que le permite ser fuente de valor, y de más valor que el que ella
misma tiene. He aquí el servicio específico que de ella espera el
capitalista. [...] El poseedor del dinero paga el valor de un día de
fuerza de trabajo: le pertenece, por tanto, el uso de esta fuerza de
trabajo durante un día, el trabajo de una jornada. El hecho de que
la diaria conservación de la fuerza de trabajo no suponga más
costo que el de media jornada de trabajo, a pesar de poder
funcionar, trabajar, durante un día entero; es decir, el hecho de
que el valor creado por su uso durante un día sea el doble del
valor diario que encierra, es una suerte bastante grande para el
comprador, pero no supone, ni mucho menos, ningún atropello
que se cometa contra el vendedor [...]” (Marx; 1980: 155).
De modo que, la entrada en escena de la plusvalía – en los marcos de la
producción y del intercambio de mercancías en el mercado bajo el capitalismo
–, expresión de valor del “plus-trabajo expropiado” al productor directo por el
propietario de los medios de produccn o de dinero que significa la
capacidad de obtener aquellos –, representa el predominio histórico de la
relación social del capital en la producción-reproducción de la vida social.
Relación social esta que supone la existencia del trabajador “libre”, la reducción
del trabajador a fuerza de trabajo.
El plus-trabajo es, ante todo, trabajo no remunerado al trabajador por el
patrón, objetivado en mercancías que para realizarse como valor y convertirse
en plusvalía, deben ser vendidas en el mercado para su consumo. Así, la
mercancía (M) se metamorfosea y se convierte en dinero (D), aunque sin
alterar su valor, el que experimenta un cambio de forma “necesario”. El “trabajo
no retribuido” al trabajador bajo la forma de salario y objetivado en mercancías,
es llamado de trabajo excedente” desde la teoría del valor-trabajo de Marx,
puesto que excede el valor del costo de la mercana fuerza de trabajo”.
En este cuadro, comprender la lógica predominante de la producción-
reproducción de la vida social – donde la producción para la satisfacción de las
necesidades sociales se realiza a través de una relación basada en la
apropiación no retribuida de una parte del trabajo empleado, lo que significa
una relacn de explotación de los trabajadores permite entender la forma
histórico-social concreta bajo la cual el “valor” es producido y apropiado bajo el
capitalismo por una clase: la clase capitalista. A raíz de la reproducción
continua de dichas relaciones de producción se configura, pues, una formación
societaria cuya dinámica está basada en relaciones sociales de explotación
del hombre por el hombre”, a través del ejercicio del trabajo. Dicha relación
expresa la naturaleza” peculiar del capital.
En este sentido, bajo el modo capitalista de producción, dicha
producción se orienta, antes que todo, a la producción de “trabajo excedente”;
de plus-trabajo que, en términos de valor, toma la forma de plusvalía. Este
proceso de trabajo que es, además y fundamentalmente, proceso de
valorización se efectiviza por medio de la producción de mercancías, las
cuales se tornan el “vehículo” del valor, e instrumentos indispensables para la
realización del proceso como un todo. La dinámica del desarrollo capitalista
respecto a las formas que el capital va creando y adoptando en su conflictivo
proceso interminable de valorización –, estará signada por esta finalidad última:
la producción y apropiación de plus-valía, como fruto de la apropiación
creciente de trabajo objetivado no retribuido al trabajador. Aquí se define el
contenido del capital, su finalidad y su razón de ser.
“Productividad” del trabajo bajo el comando del capital
Como la extracción de plus-trabajo es el objetivo principal de la relación
social del capital, éste establece una lucha sin fin con el trabajo en función de
reducir permanentemente su costo y aumentar el “trabajo excedente”. El capital
hace esto apelando a los mecanismos generadores de plusvalía “absoluta”
prolongando “extensivamente” cuanto sea posible la duración de la jornada de
trabajo –, así como a los que posibilitan la plusvalía “relativa” – creando formas
diversas de intensificar la productividad del trabajo, reduciendo el valor de la
fuerza de trabajo con relación al producto total de valor que es capaz de
producir. Estas dos formas de extraer trabajo excedente, expuestas por Marx
en El capital, pueden combinarse (hoy más que nunca, debido a la
“flexibilización” de la producción) a los fines de maximizar la apropiación de
plusvalía, en las proporciones correspondientes con los niveles y registros del
proceso de acumulación del capital. En las condiciones de competencia inter-
capitalista hoy existentes, este imperativo elemental del capital, su “fuente de la
vida – la producción y acumulación de plusvaa –, se ve crecientemente
presionado a superar sus propios límites, a crecer infinitamente, para no
fenecer en la arena mundializada del capitalismo monopolista, en su fase de
crisis estructural.
Los constantes intentos de los capitalistas por disminuir la dimensión
correspondiente al “trabajo necesario”, o sea, el tiempo que el trabajador ocupa
de la jornada para reproducir su propio costo como un “medio” de la producción
– costo que se expresa en el salario –, se fundamentan en el interés de ampliar
la parcela correspondiente al “trabajo excedente, o sea, el tiempo de la jornada
de trabajo que el productor no recibe remuneración alguna por su actividad
laborativa.
El desarrollo histórico registra el hecho de que, en la medida en que el
capitalismo se va consolidando como modo de producción de mercancías, va
revisando y reformulando sus formas y sus métodos de producción, de acuerdo
con las exigencias impuestas por el proceso de valorización. Inicialmente, el
capital produce sobre una base técnica que no es la más adecuada a sus
intereses. Se trata de una base técnica heredada de otros modos de
producción que coloca límites al desarrollo pleno de las formas sociales
“propiamente” capitalistas, que se irán consolidando a lo largo del “progreso”
del capitalismo histórico. Así, la base técnica del “artesanado”, punto de partida
de la producción capitalista, se “subsume” apenas “formalmente” al capital, y no
“realmente” (Cf. Marx: Capítulo VI Inédito).
La base técnica del “artesanado”, se caracteriza por el dominio completo
del trabajador sobre el proceso de trabajo: domina el ritmo de la producción; la
organizacn de la misma; es indispensable en un proceso de producción que
depende completamente de su destreza; que se organiza teniéndolo como
centro; adecua el proceso de trabajo a su voluntad y parecer. Pero, esta
situación está muy lejos de ser la más conveniente para las finalidades del
capital, puesto que coloca demasiados obstáculos al proceso de acumulación
capitalista. Por esto, Marx denomina “subsunción formal” del trabajo al capital a
esta relación productiva del artesanado, y la entiende como la forma propia de
la transición del régimen de producción feudal al capitalismo
58
.
58
Allí, el trabajador se encuentra subordinado al capital por el régimen de propiedad privada de
los medios de producción; no puede reproducirse sin éste último. El trabajador no posee otra
propiedad que su fuerza de trabajo, estando obligado a venderla al capital para subsistir.
Igualmente, todavía la base técnica de la producción permite que resulte indispensable para
efectivar la producción; su destreza, la cualidad de su fuerza de trabajo, son elementos vitales
Por otra parte, la modalidad posible para la apropiación de trabajo ajeno
sobre esta base cnica el artesanado es bajo la plusvalía “absoluta” o
“extensiva”, o sea, ampliando la proporción del trabajo excedente” vía
prolongación de la duración temporal de la jornada de trabajo. No existe allí,
todavía, otra forma de incrementar la explotación del trabajo, en tanto no sean
transformadas las relaciones bajo las cuales se organiza el proceso de
producción de mercancías – cuestión que se afirma mucho más con el
desarrollo de la “gran industria” capitalista, cuando el capital logra subsumir
realmente al trabajo y crear unas formas que le corresponden plenamente.
De esto puede deducirse la incomodidad con la que el capital se
reproduce actuando sobre formas de organizar la producción que no le son
propias, y donde el trabajo tiene tanto poder en el proceso; así como también,
las respuestas que ofrecerá para superar estos malestares que pretenden
ponerle frenos. En la medida que se va acumulando, que se van consolidando
sus emprendimientos, y su lógica se va asentando mundialmente como
dominante, el capital no demora en enfrentar dicho poder del trabajo” sobre el
proceso productivo. Intentando reducir sus influencias, circunscribir sus
posiciones, el capital busca por todos los medios debilitar el poder del trabajo
para imponer sus propias formas. En su intento de superar los mites
impuestos por aquella base técnica heredada, va desarrollando estrategias en
el sentido de ampliar y complejizar las formas de la explotación del trabajo, y, a
través de esto, aumentar su “ganancia”.
El ímpetu “tremendo” del capital por adecuar todas las condiciones del
proceso productivo a su lógica centrípeta, lo lleva a buscar métodos más
eficientes, modalidades más productivas de organizar el proceso de trabajo.
Pronto descubre que la actuación simultanea de un gran número de
trabajadores en el mismo local para producir una misma especie de mercancía,
es un arma importante, que además de optimizar y economizar recursos
productivos, consigue una potencia productiva mayor de la fuerza de trabajo
humana.
de la producción en este estadio de desarrollo. La situación irá variando a medida que el capital
cría formas de producción cada vez s autónomas del trabajador, justamente en función de
reducir su poder de definición y su importancia.
Esta cooperación
59
, no significó una transformación de la base técnica;
más bien, implicó un montaje más colectivo de las formas de producir
mercancías, vigente en los inicios del capitalismo histórico”. Con la
cooperación cada trabajador sigue produciendo de la misma forma (elaborando
la totalidad del producto), pero, ahora, comparte la infraestructura y los insumos
con otros trabajadores semejantes.
Este pasaje, será llamado por Marx como cooperación simple:
“A jornada coletiva tem essa maior produtividade ou por ter
elevado a potencia mecânica do trabalho, ou por ter ampliado o
espaço em que atua o trabalho, ou por ter reduzido esse espaço
em relação à escala da produção, ou por mobilizar muito trabalho
no momento crítico, ou por despertar a emulação entre os
indivíduos e animá-los, ou por imprimir às tarefas semelhantes de
muitos o cunho da continuidade e da multiformidade, ou por
realizar diversas operações ao mesmo tempo, ou por poupar os
meios de produção em virtude de seu uso em comum, ou por
emprestar ao trabalhador individual o caráter de trabalho social
médio. Em todos os casos, a produtividade específica da jornada
de trabalho coletiva é a força produtiva social do trabalho ou a
força produtiva do trabalho social. Ela tem sua origem na própria
cooperação. Ao cooperar com outros de acordo com um plano
desfaz-se o trabalhador dos limites da sua individualidade e
desenvolve a capacidade de sua espécie” (Marx, 1994:378).
Concomitante con el despliegue y la afirmación mundial de las
relaciones capitalistas, se extenderá la “cooperación” y permanecerá, bajo muy
diversas modalidades, hasta nuestros as. Podríamos decir que, desde los
inicios de la modernidad, esta “forma” se irá capitalizando y formaparte de
todas las modalidades de organización de la producción social, hasta nuestros
días, donde actúa en los más diversos modelos productivos de “subsunción
real” del trabajo al capital.
De modo tal que, se abri una fase del capitalismo caracterizada por la
irrupción de la manufactura
60
, donde los trabajadores del mismo o de distintos
oficios son concentrados en un mismo local para producir cooperadamente, o
sea, “combinadamente” un mismo producto, participando de las diferentes
59
Es importante aclarar que la cooperación es un presupuesto de cualquier forma de
producción de mercancías, persistiendo bajo diversas formas en los desarrollos posteriores de
la organización productiva del capital. La cooperación, como principio en el proceso productivo,
es perfectamente compatible y necesaria para las formas de producción de mercancías.
60
Remitimos al Capítulo XII de El Capital: “División del trabajo y manufactura”, de Marx.
fases de su elaboración. El capitalista logra un control mucho mayor de la
producción – en sus aceptos técnicos, especialmente , le imprime más unidad
y dirección al proceso capitalista de trabajo. La manufactura representa una
forma novedosa de producir plusvalía “relativa”, puesto que desarrolla las
fuerzas productivas del trabajo, permitiendo producir más en menos tiempo
consiguiendo por esa vía abaratar el precio unitario de las mercancías, facilitar
su “realización” y ampliar el proceso de acumulación de capital.
Sin embargo, la aplicación históricamente creciente del modelo de la
manufactura, que revoluciona tanto el proceso de trabajo en la división social
y técnica –, como la forma de realizar el valor, representa una clara “regresión
para los trabajadores, quienes se ven cada día más despojados del control que
tenían sobre el “proceso” de producción.
La división del trabajo; la especialización de las tareas; la sofisticación
de las herramientas adaptándolas a tareas parciales y específicas; el mayor
aprovechamiento de los “ritmos” de producción (homogeneización y
repetitividad sistemática de ciertas operaciones); la sujeción del trabajador a la
tarea y a la herramienta (para que no pierda tiempo trasladándose de lugar),
entre otros, son todos elementos que posibilitan una optimización en la
utilización productiva de la fuerza de trabajo. Por otro lado, este aumento de la
productividad del trabajo social implica un rebajamiento del costo relativo de la
fuerza de trabajo. Si el trabajo, al final de la jornada, arroja un producto de valor
mayor que antes, su costo relativo (con relación al producto total) cae.
La división creciente del trabajo y la especialización de las tareas hacen
que el proceso de producción se distinga en varias fases, en las cuales los
trabajadores son distribuidos para realizar determinadas funciones,
conformando un “trabajador colectivo” que es combinación de varios trabajos
parciales simultáneos. Esta división del trabajo genera, también, mayor
especialización. Con esto se gana en productividad y economía de recursos, y
las operaciones sobre el objeto se tornan más eficaces por el
perfeccionamiento de las herramientas y la destreza sica del productor. En
estas condiciones se produce un salto muy significativo de la productividad del
trabajo, como producto de su creciente socialización.
Sin embargo, no serán las formas manufactureras de inicios del
capitalismo las más adecuadas para el capital; no serán lo suficientemente
complementarias ni lo suficientemente “orgánicas”, como para satisfacerlo. La
manufactura es señalada por Marx como fase de “subsunción formal” del
trabajo al capital, puesto que las bases del proceso productivo todavía se
afirman en una dependencia fuerte del trabajador. Éste, aunque parcializado y
cada vez más embrutecido, en esta fase de las relaciones de producción,
todavía conserva un poder de control sustancial sobre los instrumentos de la
producción, restringiendo los márgenes de la alienación del proceso de trabajo.
De este modo, al alcanzar cierto grado de su desarrollo, los mismos
límites impuestos por la base cnica de la manufactura se tornan
incompatibles con las necesidades de la valorización del capital. El avance
registrado en la utilización de máquinas en la producción, posibilitada por la
parcelación de las tareas que lleva a la automación, pone fin a la “actividad
artesanal, propiamente manual, como principio que rige la producción. Esto
permite, por otra parte, corroer las bases materiales de las resistencias que
ponen límites al “imperio real del capital.
Ya entrada la fase de la gran industria capitalista, el capital consigue
finalmente, subordinar realmente al trabajo a sus necesidades en el proceso de
producción, lo que le permite amplificar la producción de plusvalía. La
“revolución industrial” de la maquinaria representa la capacidad de sustitución
de la fuerza viva de trabajo frente al comando de la herramienta; ahora su tarea
se restringe a controlar su buen funcionamiento. El productor se torna, cada
vez más, un supervisor.
De modo que, el régimen de producción montado sobre la base cnica
de la maquinaria es el más propicio para la producción capitalista. La finalidad
del empleo de “maquinarias” en la lógica del capital, como todo desarrollo de
las fuerzas productivas del trabajo bajo sus parámetros, consiste en producir y
extraer plusvalía. Es esto, efectivamente, lo que en la fase de “la gran industria
capitalista puede ser ampliado tanto extensiva” como “intensivamente”. Al
tratar el empleo propiamente capitalista de la máquina, Marx capta la finalidad
mezquina que subyace a su aplicación social; logra ver el lado oscuro de este
“progreso”:
“Esse emprego, como qualquer outro desenvolvimento das forças
produtivas do trabalho, tem por fim baratear as mercadorias,
encurtar a parte do dia do trabalho da qual precisa o trabalhador
para si mesmo, para ampliar a outra parte que ele
gratuitamente ao capitalista. A maquinaria é meio para produzir
mais-valia” (Marx, 1994: 424).
En su análisis sobre la aplicación capitalista de la maquinaria, Marx
devela que su incorporación al proceso productivo implica alimentar una
contradicción monumental para el sistema, una contradicción que irá creciendo
y que siempre lo acompañará. La misma consiste en que la “tasa de plusvalía”
puede ser efectivamente aumenta haciendo disminuir la cantidad de
trabajadores “empleados” léase, explotados –, pudiendo afectar el volumen
de los lucros.
La base técnica constituida a partir de la aplicación de máquinas en el
proceso productivo, tiende a autonomizarlo del trabajador, tornándolo más
objetivo con relación a éste. Esto le permite al capital consolidarse y ampliar
enormemente las fronteras de su régimen, logrando una “subsunción real del
trabajo al capital” que marca el predominio indiscutible del gimen
específicamente capitalista en la producción-reproducción de la vida material
de la sociedad.
Si, como fue mencionado, en la manufactura la fuerza viva de trabajo (el
hombre-mercancía) era el centro del proceso de trabajo, en la fase capitalista
de la “gran industria”, de la incorporacn creciente de maquinarias en la
producción, este centro es ocupado, justamente, por los instrumentos de
trabajo. En este sentido, según Teixeira:
“Realmente, com o advento da grande industria, o capital pode
se impor como sujeito autônomo diante do trabalho, pois essa
forma de produção de mercadorias opera uma completa des-
subjetivação do progresso do trabalho, pois nela são os meios de
produção que empregam ao trabalhador e não ao contrario, como
ocorria na cooperação simples e na manufatura. É essa inversão
que vai permitir ao capital controlar salários, porque agora a
produção de máquinas, equipamento e instalações, isto é do
capital constante, pode substituir ao trabalhador por meio de um
incremento crescente de mecanização do processo do trabalho.
Noutros termos, o crescimento do emprego do capital constante é
maior que o de capital variável, da força de trabalho” (Teixeira,
2000: 72).
De este modo, la manufactura contribuye con la producción de plusvalía
no sólo porque baja el costo de la fuerza de trabajo desde el momento que
reduce el valor de las mercancías que forman el costo de la fuerza de trabajo
61
–, al aumentar la productividad social del trabajo en determinadas ramas de la
producción, sino, también, porque en sus primeras aplicaciones cuando
todavía es una “innovacnparticular de algún capitalista potencia al trabajo,
elevándolo encima de la productividad social media. Este trabajo potenciado
permite que el capitalista pague el costo diario de la fuerza de trabajo con una
parcela menor de valor de su producto diario. Esta es una situacn transitoria
que goza el capitalista que posee el monopolio de la innovación productiva, que
durará el tiempo que tarde dicha innovación en generalizarse en la producción
social capitalista, elevando así la productividad social media del sistema.
Durante el tiempo que dure esta situación transitoria, el capitalista se apropiará
de lo que Marx denominó “súper-lucros”.
La idea de súper-lucros significa que, partiendo de la ley según la cual el
valor se determina por el tiempo de trabajo socialmente necesario para la
producción de un determinado producto, aquellos capitalistas que posean
métodos nuevos, productivamente superiores a la media social del trabajo,
estarán en condiciones de abaratar sus mercancías y venderlas, durante algún
tiempo, a un precio menor que el de sus competidores. Sus mercancías ahora
contienen menos tiempo de trabajo incorporado gracias a la productividad
potenciada del trabajo, lo que le permite al capitalista obtener condiciones
excepcionales para la realización de estas mercancías durante el tiempo que
dure lasituación de monopolio de la innovación”.
El capitalista podrá gozar de esta situación excepcional durante el
tiempo que demore la generalización de la innovación productiva en el
ambiente capitalista; esto no tarda demasiado en ocurrir - debido a los impulsos
cada vez más violentos de la creciente competencia inter-capitales dure -,
provocando la elevación del grado medio de productividad del trabajo social,
haciendo que los súper-lucros regresen al lugar de “lucros medios
62
.
61
El valor de cambio de la fuerza de trabajo se determina por el valor de los medios de vida
necesarios para el sustento del trabajador medio. La masa de estos medios puede
considerarse una magnitud constante, pudiendo variar por diversos motivos, el “valor” de dicha
masa de medios de vida. Remito al Capítulo XX de El Capital.
62
Es importante aclarar que en la Idea marxista de súper-lucros, el producto total de valor de la
jornada normal de trabajo no aumenta (como ocurre con el aumento de la intensidad de
trabajo), sólo se distribuye en una cantidad mayor de productos. El remanente que se obtiene
con la “realizaciónde las mercancías producidas en esta situación extraordinaria hace que el
En este sentido, la idea de súper-lucros no puede ser pensada por fuera
del marco de competencia capitalista, puesto que ésta es quién empuja a los
capitalistas individuales a una incansable búsqueda de estrategias capaces de
aumentar la lucratividad media. Así, el desequilibrio, la desigualdad, se tornan
elementos centrales posibilitadores de estas ventajas competitivas que
redundan en ”súper-lucros”. Desigualdades y desequilibrios que pueden ser de
orden geográfico, productivos, de amplitud y profundidad de mercados, de
poder tecnológico. Resulta interesante el aporte de Ernest Mandel al respecto:
”No caso puro” de aumentos contínuos na composição orgânica
do capital e no desenvolvimento incessante de novas técnicas e
tecnologias, que Marx anteviu mas que se apresento em sua
forma plenamente desenvolvida apenas no capitalismo tardio da
atualidade, as diferencias no nível de lucro despontam a partir da
concorrência entre capitais e da condenação inexorável de todas
a firmas, ramos industriais e áreas que se deixam ultrapassar
nessa corrida e que, por isso, são forçadas a ceder uma parte de
sua “própria” mais-valia aos que a lideram. O que é esse
processo, senão a produção permanente de firmas, ramos
industriais e regiões subdesenvolvidas?[...]A ppria acumulação
de capital produz desenvolvimento e subdesenvolvimento como
momentos mutuamente determinantes do movimento desigual e
combinado do capital. A falta de homogeneidade na economia
capitalista é um desfecho necessário do desdobramento das leis
do movimento do próprio capitalismo.”(Mandel,1985: 58)
En el análisis del economista, se destacan tres modalidades
fundamentales de obtención de súper-lucros presentes en el desarrollo
histórico del capitalismo. Una primera modalidad, correspondiente a la época
del “capitalismo competitivo”, donde el énfasis está en la yuxtaposición regional
de desarrollo y subdesarrollo, y el ejemplo más acabado es la relación
históricamente capitalista que ha tenido la industria y la agricultura. Una
segunda variante correspondiente a la etapa del “imperialismo clásico”, donde
la desigualdad internacional se procesa entre Estados imperialistas y
subdesarrollo en las “colonias” y “semi-colonias”. Y una tercera forma, ya
propia del “capitalismo tardío”, que se realiza como una yuxtaposición global
industrial de desarrollos en sectores dinámicos, y subdesarrollo en otros. Este
valor que la fuerza de trabajo representa para el capital sea menor. En este sentido, aunque el
aumento de la productividad del trabajo no se en los sectores de producción
correspondientes a los medios de vida del trabajador, o sea, no abarate directamente el valor
de la fuerza de trabajo, ésta disminuye indirectamente con relación al “retorno” obtenido por el
producto total.
proceso se da básicamente en los países imperialistas, pero también, de modo
secundario, en las semi-colonias. Estas formas que son fuente de súper-
lucros coexisten en el tiempo, conformando un complejo dinámico de
producción e intercambio.
En este marco, Mandel trabaja sobre una idea de “transferencia de valor”
en la base de los súper-lucros. La misma pretende explicar que, en la carrera
por la obtención de súper-lucros, se procesa una transferencia de plusvalía de
unas empresas hacia otras, más desarrolladas productivamente. Esto ocurre
porque, desde la teoría marxista del valor, en la esfera de la circulacn no hay
creación de valor, apenas distribución del valor creado antes en la producción.
Tenemos, que al mismo tiempo que una empresa está beneficiándose con
“súper-lucros”, otra, menos desarrollada, se está apropiando de una ganancia
que está por debajo de la “media”. Este proceso que tiene bases en una
competencia desenfrenada que lo impulsa, repercute en el proceso de
concentración y centralización cada vez más potente de los capitales
concurrentes beneficiados. Finalmente, este proceso implica una tendencia al
aumento de la “composición orgánica del capital”, afectando negativamente la
evolución de su “tasa de ganancia.
Esta lógica de la innovación en función de los “súper-lucros”, determina
la dinámica de progreso de los métodos y modalidades de producción de
mercancías bajo el capitalismo, imponiendo su ritmo ante cualquier obstáculo
que se presente. La profundización de esta lógica desata una dinámica que se
potencia cada vez más con la profundización de la competencia inter-capitales,
llevando a sucesivas revoluciones y metamorfosis en las formas de organizar la
producción material; en la estructuración del proceso productivo; en la gestión
de la fuerza de trabajo siempre buscando maximizar la explotación de sus
recursos invertidos.
Las diversas formas históricas creadas a los fines de la producción
capitalista de mercancías, responden a ese constante movimiento del capital
por revolucionar las fuerzas productivas y aumentar su lucratividad. Las
reorganizaciones que sufre el modo de producir mercancías, son frutos de la
necesidad de adecuación de la base cnica material a la valorización del valor
y no las innovaciones cnicas científicas las que determinan la dinámica del
capital. El tipo específico de relaciones de producción capitalistas es el que
exige el permanente progreso de las fuerzas productivas del trabajo. El
aumento de la productividad no tiene una gica inmanente, propia, que lo
llevaría a dar “saltos” – como pretende atribuírsele –; su desarrollo se explica a
partir de las exigencias de la disputa competitiva inter-capitalista. Así, la
dinámica del progreso de la productividad del trabajo debe entenderse dentro
de la subordinación de dicho proceso a la lógica de la acumulación del capital.
De modo tal que, con la afirmación de las relaciones sociales
propiamente capitalistas, los métodos de organización del trabajo, las
innovaciones tecnológicas que van minando el proceso productivo, pasan a
ocupar un papel central en la lucha por la ampliación de la extracción de
plusvalía. Este conjunto de innovaciones, que aumentaron enormemente la
capacidad productiva del trabajo social, se expresa como fuerzas productivas
del capital; son apropiadas por el mismo, fortaleciéndolo y consolidándolo al
mismo tiempo que representa empobrecimiento y deshumanización segura
para el productor directo, para el trabajador realmente subsumido.
Acumulación y fuerzas productivas del trabajo
En el tratamiento teórico que Marx da a la acumulación del capital,
especialmente en el capitulo XXIII de su obra prima, dirá que la misma no
consiste en otra cosa que el permanente reinicio del ciclo productivo, la
necesaria reproduccn de la producción material de la sociedad, la cual,
también, es reposición de las contradicciones inherentes al modo de
producción en una escala cada vez más ampliada. Dicha reproducción implica
el reinicio incesante del ciclo de producción de mercancías, ciclo que no lo
reproduce el capital en tanto acumulación de cosas, sino que reproduce
también la relación social que lo constituye: la relación capital-trabajo
asalariado. Esto es, no sólo se reproduce el capitalista en tanto poseedor de
las condiciones de producción como comprador de mercancías para producir
otras mercancías, sino, también, el trabajador se reproduce bajo la forma de
vendedor de su fuerza de trabajo – como asalariado. Según Rosdolsky:
“El proceso capitalista de producción, considerado en su
interdependencia o como proceso de reproducción, pues, no sólo
produce mercancías, no sólo produce plus-valor, sino que produce
y reproduce la relación capitalista misma: por un lado el
capitalista, por el otro el asalariado [...]” (Marx apud Rosdolski;
1989: 296).
La acumulación implica, entonces, el reinicio del proceso productivo en
escalas cada vez más amplias, lo que, bajo el capitalismo, significa la
reproducción del proceso de producción y apropiación de plusvalía. Una parte
de la misma debeser reutilizada, reinvertida como capital para la compra de
nuevos medios de producción y fuerza de trabajo – condiciones indispensables
en todo proceso de trabajo bajo parámetros capitalistas. La reinversión
productiva de una parte de la plusvalía como capital para la renovación del
ciclo productivo anterior, es lo que Marx denomina “acumulación de capital
(Marx; 1980: 525). Ésta, una vez superada la inversión inicial que Marx llamó
“acumulación originaria de capital”
63
se realiza siempre sobre la base de la
plusvalía apropiada por el capitalista en los ciclos de valorización anteriores.
De acuerdo con la intensidad del ritmo de la acumulación de capital, en
los grados y niveles en que se da, se determina el volumen de inversión
necesario para el reinicio del ciclo productivo. Este volumen de inversión se
constituye de acuerdo al grado de intensidad de la competencia inter-capitales,
y marca el volumen de trabajo excedente o plusvalía necesaria para garantizar
la acumulación. Esta dinámica de producción y acumulación de capital, explica
las diversas estrategias a que el capital ha apelado para tornar más productivo
el trabajo, con la finalidad de obtener la masa de plusvalía necesaria para
satisfacer las exigencias de la acumulación, y así poder garantizar las
inversiones que el re-inicio del ciclo impone bajo las específicas condiciones
de la competencia.
La dinámica propia de la reproducción del capital bajo el influjo de la
competencia , más aún, de su acumulación en escala ampliada, exige la
expansión constante de las inversiones de plusvaa como capital base de la
acumulacn –, para lo cual es indispensable obtener niveles suficientes de la
misma. Esta dinámica está marcada por la competencia entre varios capitales
de un mismo ramo que aspiran a la realización de sus mercancías;
competencia que se desarrolla teniendo como telón de fondo el precio de las
mismas en el mercado. Para Marx:
63
Remito a Marx, Capitulo XXIV de El capital.
“[...] la lucha de la competencia se libra por el abaratamiento de
las mercancías. La baratura de las mercancías depende, en
igualdad de circunstancias, del rendimiento del trabajo y éste de la
escala de la producción. Según esto, los capitales más grandes
desalojan a los mas pequeños [...]” (Marx; 1980: 571).
La necesidad de aumentar al máximo la fuerza productiva del trabajo,
demanda fuertes inversiones en métodos y máquinas herramientas, aptas para
ello. Por otra parte, el aumento de la fuerza productiva del trabajo producir
más en menos tiempo demanda, también, un mayor volumen de materias
primas y auxiliares necesarios para la producción, y con esto, el valor de la
masa de inversiones de capital que será requerido para dar inicio al proceso
productivo. El incremento de la productividad del trabajo se torna un
instrumento esencial para garantizar las condiciones de reproducción ampliada
del capital en una determinada fase histórica de su desarrollo. En este sentido,
“É apenas deste ponto de vista, isto é, dentro do conceito de
dependência do progresso das forças produtivas em relação à
acumulação de capital, enquanto reprodução ampliada das
relações capitalistas, que podemos circunscrever rigorosamente o
alcance do conceito de progresso técnico’ no pensamento
marxista. Isto porque Marx, ao estabelecer a dependência
necessária entre o progresso das forças produtivas e a
reprodução das relações de produção, efetua as conexões
indispensáveis entre produtividade do trabalho e lei do valor, na
sua forma capitalista. Produtividade do trabalho, em suma,
máximo de produtos com mínimo de trabalho; daí, o maior
barateamento possível das mercadorias. Independentemente da
vontade de tais ou quais capitalistas, isto se converte em uma lei
do modo capitalista de produção. Esta lei somente se realiza
implicando outra, ou seja, a de que não são as necessidades
existentes que determinam a escala de produção, senão que, pelo
contrario, é a escala de produção – sempre crescente – que
determina a massa do produto. O objetivo é que cada produto
contenha o máximo possível de trabalho não pago, e isso se
alcança graças à produção pela própria produção” (Marx, apud
Belluzzo; 1980: 91).
El aumento del grado social medio de productividad del trabajo se
traduce en el hecho de que el trabajador, en el mismo tiempo y con un mismo
grado de intensidad de trabajo, convierte en productos una cantidad mayor de
medios de producción. Dicho proceso es constantemente impulsado por el
recalentamiento de la competencia entre los capitalistas de un mismo ramo
productivo. De acuerdo con el ritmo de la productividad del trabajo y la
acumulacn del capital, crecen los capitales en cantidad y calidad, y con esto,
su repulsión mutua en la competencia. La intensificación de la competencia
inter-capitales conduce a una “carrera” por incorporar las últimas innovaciones
tecnológicas y de organización del proceso productivo, las que permiten dar
saltos de productividad a las empresas capitalistas. Dirá el mismo autor:
“A acumulação não é, portanto, uma questão de escolha
individual. Trata-se de uma necessidade engendrada pela própria
competição: uma luta em que os capitalistas procuram excluir-se
uns aos outros do mercado. O progresso técnico é a arma
utilizada por esses senhores para se esmagarem mutuamente.
Mediante a introdução de inovações procuram rebaixar suas
custos e aumentar suas margens de lucro, sendo combatidos
pelos demais” (Belluzzo;1980: 92).
El proceso denominado por Marx concentración del capital, es un
producto directo de la acumulación ampliada del capital que, de acuerdo con
los niveles de expansión del modo de producción capitalista, implica la
necesidad de colocar mayores inversiones de capital en la producción, que
permitan estar a la altura de la competencia inter-capitalista y sobrevivir a ella.
Para llevar a cabo las necesarias innovaciones se requiere un volumen
aceptable y creciente de acumulación que lo garantice, lo que, a su vez,
requiere un nivel aceptable de plusvalía apropiada disponible. Así, la
productividad creciente del trabajo y la creciente apropiación y conversión de
plusvalía en capital para el nuevo ciclo productivo – se torna palanca del propio
aumento de la acumulación y concentración de capital, además de una
condición de existencia para los propios capitales. Siguiendo al autor:
“Todos os métodos de potenciação da força social produtiva do
trabalho que brotam desta base são, ao mesmo tempo, métodos
de prodão redobrada de mais-valia ou de produto excedente, o
que, por sua vez, é o elemento constitutivo da acumulação. São,
por tanto, métodos de produção de capital com capital, ou
métodos destinados a acelerar seu processo de acumulação”
(Marx apud Belluzzo; 1980: 99).
De este modo, la “acumulación” ampliada permite la “concentración”, o
sea, el aumento y fortalecimiento de los capitales ya existentes. La
“centralización” de los capitales, según Marx, se forma a partir del proceso de
fusn de los capitales existentes. Producto de la voraz competencia que no
tiene marcha atrás”, los capitales más grandes absorben a los más pequeños;
se produce una “expropiación” entre los propios “expropiadores”; los
capitalistas se expropian entre sí. Una vez alcanzado ese nivel de desarrollo
del modo de producción capitalista, cuando la competencia se torna un
elemento decisivo en la trayectoria de los capitales llevando a la
concentración y centralización creciente de los mismos las necesidades de
reproducción de los capitales y las condiciones para efectuarla se complejizan
cada vez más. La intensificación de la competencia se traduce en una lucha
incesante por abaratar las mercancías vía incremento de la productividad del
trabajo –, formándose un complejo proceso que tiende a incorporar
crecientemente trabajo muerto y a expulsar del proceso productivo “trabajo
vivo”. Así,
“A reversão constante de mais-valia o capital adota a forma de um
aumento de volume do capital investido no processo de produção.
Por sua vez, este aumento funciona como base para ampliar a
escala de produção e os métodos a esta inerentes de
reforçamento da força produtiva do trabalho e de produção
acelerada de mais-valia [...]. Estes dois fatores econômicos
determinam, pela relação complexa de estímulo que se imprimem
reciprocamente, a alteração que se opera na composição técnica
do capital e que faz com que o capital variável vá-se reduzindo
continuamente à medida que aumenta o capital constante” (Marx,
apud Belluzzo; 1980: 99).
Ahora, en aquel proceso de recomposición del capital, que da como
resultado niveles crecientes de productividad del trabajo, se verifica la
tendencia al aumento constante del “capital constante(C.c.), con relación al
“capital variable(C.v.) el trabajo vivo necesario para poner en movimiento el
proceso de trabajo
64
. En este sentido, la critica” marxiana de la economía
política llama a este proceso aumento de la composición orgánica del capital”
(COC), la que se expresa siempre a través de una tendencia a la caída de la
demanda de “fuerza de trabajo”. Esta tendencia, para Marx, expresa el
crecimiento del volumen de capital invertido enmedios de producción” y
materias primas con relación al invertido en fuerza de trabajo, que decrece. La
parte del capital invertida en materias primas y auxiliares y medios de
64
Según Marx, capital constante son aquellos elementos que participan del proceso productivo
en la forma de medios de producción y materias primas y auxiliares, siendo que dichos
elementos no tienen la propiedad de crear valor, pero su valor es trasmitido al producto nuevo
a través del proceso de trabajo. Por otro lado, el elemento fuerza de trabajo tiene la cualidad de
trasmitir el valor que costó al producto nuevo, pero, además de ello, crea más valor. Es por esta
característica especial de la mercancía fuerza de trabajo (crear valor) que Marx da el nombre
de capital variable, porque aquel factor en el proceso productivo tiene la cualidad especialísima
de modificar su valor original.
producción el (C.c) –, en las condiciones de la producción y acumulación
capitalista aquí consideradas, tiende a aumentar más aceleradamente que la
parte invertida en “fuerza de trabajo” – en capital variable (C.v).
También, los despliegues de estas tendencias de concentración del
capital producen variaciones en su “composición técnica (C.T.C), que es quien
registra la proporción en que la “capacidad de trabajo” logra convertir los
“medios de produccn y las “materias primas” en otros productos. La
composición cnica mide las proporciones en que se distribuye la inversión
total del capital en “capital constante” (C.c) y “capital variable” (C.v). Dirá Marx:
“[...] además de reforzar y acelerar los efectos de la acumulación,
la concentración amplía y acelera al mismo tiempo las
transformaciones operadas en la composición cnica del capital,
permitiendo aumentar el capital constante a costa del variable y
reduciendo, como es lógico, la demanda relativa de trabajo [...]”
(Marx; 1980: 573).
Si se piensa el proceso de acumulación capitalista bajo la misma base
técnica”, con el mismo grado de productividad del trabajo – y misma (C.T.C.) –,
se verifica que el capital invertido en la compra de fuerza de trabajo (C.v.) para
poner en movimiento el proceso de producción-valorización del capital crece en
la misma proporción que el capital invertido en medios de producción y
materias primas el (C.c). O sea, bajo una misma “base técnica” el proceso de
acumulacn ampliada del capital se corresponde con otro proceso proporcional
de expansión de la población trabajadora necesaria.
Pero, como ya fue mencionado, las transformaciones en la “base
técnica” del capitalismo se transforman permanentemente en función de
aumentar la productividad del trabajo y ganar mejores condiciones de
realización para sus mercancías; y, como consecuencia de este logro del
capital en tornar más productiva la fuerza de trabajo , ahora, una cantidad
menor de trabajo vivo logra movilizar una cantidad creciente de medios de
producción y materias primas. El volumen de estos últimos crecen más
rápidamente que el de la fuerza de trabajo” necesaria para ponerlos en
funcionamiento en el proceso de producción. Así, es demandada una mayor
inversión en “capital constante” (C.c) y una correlativa disminución del “capital
variable” (C.v) necesario; esto es, una disminución de la demanda de “trabajo
vivopara el proceso de producción material de la vida social. Según la crítica
marxiana, la “lógica inmanente” del capital se expresa en que:
“[...] el proceso de acumulación de capital no sólo determina un
incremento cuantitativo y simultáneo de los diversos elementos
reales que forman el capital, sino que el desarrollo de las fuerzas
productivas del trabajo social, al que obedece ese incremento, se
traduce también en una serie de cambios cualitativos, que hacen
variar a saltos la composición técnica del capital, cuyo factor
objetivo aumenta progresivamente en relación con el factor
subjetivo [...]. Por tanto, en la medida en que el incremento del
capital hace que el trabajo sea más productivo, disminuye la
demanda de trabajo en relación con su propia magnitud [...]”
(Marx; 1980: 567).
Nos vemos, entonces, ante una dinámica contradictoria que está en la
base de la relación de producción capitalista, que modela las relaciones
sociales y define tipos de sociabilidad adecuadas a la lógica de su desarrollo.
Dinámica esta signada por la aplicación de los diversos métodos para
incrementar constantemente la productividad del trabajo en función de ampliar
la magnitud de la plusvalía obtenida al final del proceso – necesaria para
mantener los niveles de inversión exigidos por los parámetros de la
competencia inter-capitales –, y que se realiza reduciendo proporcionalmente la
“fuerza viva de trabajo, necesaria en el proceso productivo. De modo tal que,
en la medida que la lógica de la acumulación permite saltos productivos
incesantes, produce también una reducción proporcional de la población
trabajadora necesaria al capital. Surge una “súper-población” relativa a las
necesidades de la produccn de mercancías en el capitalismo, una “población
excedente según las necesidades de la acumulación, concentración y
centralización, exclusivamente del capital.
El desarrollo de la acumulación de los capitales al interior del sistema,
que conduce a variaciones constantes de la composición cnica del capital
(C.T.C) en función de aumentar la productividad del trabajo al extremo, y así
abaratar y asegurar la realización de las mercancías, implica más productos
con menos trabajo, lo que representa – o, mejor, podría hacerlo – un “progreso”
fantástico para la humanidad. Sin embargo, en el capitalismo, el aumento de la
productividad se traduce en una disminución creciente de la fuerza de trabajo
humana” necesaria desde el punto de vista del capital, generando una
“población excedente”. Históricamente, la misma, experimentaba esta situación
contradictoria de una forma transitoria, por algún periodo de tiempo, siendo
que, en general, volvía a ser absorbida en otros ramos productivos o por
temporadas.
Hoy, como expresión más dramática del grado de destructividad que
asume la reproducción sistémica que sufre el recalentamiento de sus
contradicciones estructurales, la población “dispensable” del proceso
productivo se tornó estructural, esto es, crónicamente permanente. Dirá Marx:
“[...] la acumulación capitalista produce constantemente, en
relación a su intensidad y a su extensión, una población obrera
excesiva para las necesidades medias de explotación del capital,
es decir, una población remanente o sobrante [...] al producir la
acumulación de capital, la población obrera produce también, en
proporciones cada vez mayores, los medios para su propio exceso
relativo [...]” (Marx; 1980: 574).
Así, es propio de la naturaleza de la lógica inmanente de la producción y
acumulacn del capital, tender a la reducción continúa y acentuada del “trabajo
vivo” en el proceso de producción, aunque sin poder eliminarlo totalmente. El
capital “adoraría” no tener que pagar salarios ni lidiar con los “conflictos
operarios”, pero no puede hacerlo puesto que depende vitalmente de la
existencia de aquél como tal; quiere autonomizarse completamente pero lo
necesita profundamente. En este sentido, un conocido estudioso de Marx, dirá:
“El modo de producción basado en el capital sólo es posible
porque el capital puede apropiarse constantemente de plus-
trabajo. Pero el plus-trabajo sólo existe en relación con el trabajo
necesario, o sea, sólo en la medida en que éste existe. Para poner
plus-trabajo, pues, el capital debe poner continuamente trabajo
necesario, pero asimismo debe eliminar aquel trabajo en cuanto
necesario, para ponerlo como plus-trabajo. Por ello es su
tendencia crear la mayor cantidad de trabajo posible, así como es
igualmente su tendencia reducir el trabajo necesario al mínimo
[...]” (Rosdolski; 1989: 283).
Como dijimos, entonces, el desarrollo del proceso de acumulación de
capital, por su propia legalidad interna, va creando una superpoblación
relativa” que Marx llamó, también, como “ejército industrial de reserva” desde
el punto de vista de las necesidades del capital, es el resultado lógico del
“progreso” del modo de producción capitalista y su ley del valor, de la
acumulacn, concentración y centralización del capital. Ahora, es importante
destacar que esta posición de excedente” de la fuerza de trabajo no significa
que no participe, que esté efectivamente “excluida” de la dinámica societaria. Al
contrario, “contribuyea partir de esta situación de población excedente con el
proceso de reproducción de las relaciones sociales capitalistas en los niveles
de desarrollo históricamente alcanzados. El “ejecito industrial de reserva” es,
en la formulación de Marx, un elemento completamente inserto en la dinámica
del sistema, que presiona para el aumento de la productividad del trabajo y
hacia la baja de los salarios de los trabajadores “activos” y la aceptación de
condiciones menos favorables de trabajo.
En la raíz de esta contradiccn estructural de la lógica del Capital se
encuentra la finalidad última y primera del capital: aumentar la producción y
apropiación de plusvalía. Para esto, resulta de gran ayuda el aumento de la
competencia al interior de la propia clase trabajadora en el mercado de
trabajo –, puesto que de esta forma se logra subsumir más ampliamente al
trabajo a sus necesidades. La presión que ejercen los trabajadores inactivos o
“excedentes” contra los “activos”, le permite extraer más plusvalía y mejores
condiciones para la producción. Para Marx:
“[...] el exceso de trabajo de los obreros en activo engrosa las filas
de su reserva, al paso que la presión reforzada que ésta ejerce
sobre aquellos, por el peso de la concurrencia, obliga a los
obreros que trabajan a trabajar todavía más y a someterse a las
imposiciones del capital. La existencia de un sector de la clase
obrera condenado a la ociosidad forzosa por el exceso de trabajo
impuesto a la otra parte, se convierte en fuente de riqueza del
capitalista individual y acelera al mismo tiempo la formación del
ejercito industrial de reserva, en una escala proporcionada a los
progresos de la acumulación social [...]” (Marx; 1980: 580).
De modo que, muy lejos de estar excluidos de la escena social, estos
trabajadores excedentes” lo están de un modo muy particular. Ello se
caracteriza por los efectos que esta contradicción del capital produce desde el
momento que coloca como excedente para la producción a camadas cada vez
más amplias de la poblacn. A su vez, en el capitalismo, la fuerza de trabajo
apenas puede reproducirse respondiendo a una necesidad del capital – la
necesidad de “emplear” fuerza viva de trabajo. Así, en la formación de las
relaciones capitalistas, el trabajador primero es expropiado de toda propiedad –
es liberado” – excepto la de su propia “capacidad” de trabajo; es transformado
en trabajador asalariado, o sea, reducido a vendedor de su fuerza viva de
trabajo. Una vez que el sistema logró un determinado grado de desarrollo, el
trabajo humano reducido a mercancía es sustituido crecientemente del proceso
de trabajo, como consecuencia del “progreso” de la lógica societal dominante,
inhibiendo sus posibilidades básicas de reproducción.
Llegado a este punto de la contradicción del capital, se le torna muy
difícil legitimarse como “civilizatorio”, puesto que no puede parar de elevar el
ritmo que amenaza a la gran mayoa de los individuos que están bajo su
hegemonía, con “estar de más” que es muy similar a no ser”. Desde esta
perspectiva teórica, esta idea de población “excedente” para las necesidades
del capital – como un producto de la propia dinámica de la acumulación
capitalista – se constituye en la sustancia que da cuerpo al fenómeno social del
“desempleo”, en la contemporaneidad capitalista. Si el “desempleo” no
corresponde exclusivamente al contexto actual siendo un efecto de la
tendencia intrínseca al desarrollo del modo de producción de desarrollar las
“fuerzas productivas sociales” –, en el presente expresa de forma “explosivael
recalentamiento de las contradicciones inherentes a la relación del capital. Esto
quiere decir que, en las actuales condiciones reproductivas de competencia
inter-capitales, la profundización de las contradicciones y los conflictos que
surgen del proceso de “acumulación ampliada de capital” hacen que el
“desempleo”, hasta entonces ocurrido, asuma ahora una profundidad y
complejidad distinta y original; una forma que, de presentarse como
“transitoria”, aparecerá como “crónica”, con una presencia permanente.
En relación con la formulacn csica de Marx, el fenómeno
contemporáneo de la “súper-población relativacomo un ”ejército industrial de
reserva” a disposición para ser explotado cuando el capital lo demande se
complejiza y profundiza. El “ejército de reserva” no deja de cumplir sus
funciones como tal, especialmente en la presión sobre los salarios y sobre las
“condiciones objetivas de trabajo” de los trabajadores “activos”, pero tiende a
no ser “re-incorporado” en algún otro momento, a quedar “parado”. Esta
“autonomización” creciente del capital respecto del trabajo, en términos de
ganancias capitalistas, opera positivamente, pero, paralelamente recalienta
ciertas contradicciones del sistema que lo tornan inestable y cada vez más
“explosivo”.
De modo que, la relación social del capital es orgánicamente la
“contradicción en proceso”, la cual se expresa, también, como una “tendencia a
la caída de la tasa de ganancia del capital
65
. El funcionamiento de esta
tendencia refleja, también, el contradictorio modo de desarrollo del sistema del
capital, el cual se organiza antagónicamente, generando desigualdades
crecientes. El proceso de acumulación, cuya lógica interna tiende a producir
desempleo, expresa sus límites contradictorios en la generación de una
“tendencia decreciente de la tasa de ganancia del capital, en la medida que
avanza el proceso “natural” de acumulación, concentración y centralización del
capital
66
.
Al reducir el volumen de “capital variable” (C.v), de fuerza humana de
trabajo, se reducen las fronteras de la esfera de apropiación de plusvalía el
trabajo puesto en funciones en proporción con el volumen total de capital
invertido al inicio del proceso. O sea, la reduccn relativa de la “fuerza de
trabajonecesaria tiende a hacer caer la apropiación “absoluta” de plusvalía,
con relación al volumen total de capital invertido. Al reducirse la “masa” de
“fuerza de trabajo”, también, se reducen con ello, las posibilidades de
extracción de plus-trabajo, o sea, el volumen de plusvalía, por más que pueda
aumentar su “tasa”. Esta última, deberá aumentar más rápidamente de lo que
decrece la “masa”, para que el volumen de la plusvalía no se reduzca también.
En el libro III de El Capital, organizado por Engels tras la muerte de Marx, se
puede leer:
“Este aumento del volumen de valor del capital constante
aunque sólo exprese remotamente el aumento que se opera en
cuanto a la masa real de los valores de uso que materialmente
forman este capital va acompañado por el abaratamiento
progresivo de los productos. Cada producto individual de por
contiene ahora una suma menor de trabajo que en otras etapas
anteriores de la producción, en que el capital invertido en trabajo
representaba una proporción incomparablemente mayor con
respecto al capital invertido en medios de producción. Por tanto,
como la masa total de trabajo vivo añadido a los medios de
65
Desarrollada por Marx y editada en el libro III de El Capital, que consiste en explicar cómo el
propio progreso en escala ampliada de la acumulación de capital provoca una tendencia a la
caída en la tasa de lucro del capital, medida en relación con el capital total puesto en
movimiento.
66
Es fundamental para la comprensión de esta tendencia intrínseca al desarrollo de la
producción capitalista (una vez que el trabajo está realmente sometido al capital), tener clareza
para distinguir entre las nociones de tasa y masa o volumen. De hecho, el aumento de uno
puede ser acompañado por la caída del otro, o sea, la caída tendencia de la tasa de lucro
puede ser acompañada de un aumento en el volumen de los lucros. Así, ambas nociones son
distintas.
producción disminuye en proporción al valor de éstos, disminuye
también el trabajo no retribuido y la parte de valor en que toma
cuerpo, en proporción al capital total empleado. O bien, es una
parte alícuota cada vez menor del capital total invertido la que se
convierte en trabajo vivo y que, por consiguiente, este capital total
absorbe cada vez menos trabajo sobrante en proporción a su
magnitud, aunque pueda crecer al mismo tiempo la proporción
entre la parte no retribuida del trabajo empleado y la parte pagada.
El descenso relativo del capital variable y el relativo aumento del
capital constante, aunque ambas partes crezcan en términos
absolutos, lo es, como queda dicho, una manera distinta de
designar la mayor productividad del trabajo” (Marx; 1980:234/238).
La “tasa de ganancia”, que consiste en la relación entre el volumen de la
plusvalía y el “capital totalinvertido, tiende a reducirse a medida que aumenta
la composición “técnica” y “orgánica” del capital. A medida que el “capital
variable” (C.v) disminuye con relación al “capital total” (C.T), tiende a disminuir
la “tasa de ganancia” – aunque pueda aumentar su volumen. Para Marx:
“Como la masa de trabajo vivo empleada disminuye
constantemente en proporción a la masa de trabajo materializado,
de medios de producción consumidos productivamente que pone
en movimiento, es lógico que la parte de este trabajo vivo que no
se retribuye y se materializa en la plusvalía guarde una proporción
constantemente decreciente con el volumen de valor del capital
total invertido. Y esta proporción entre la masa de plusvalía y el
valor del capital total empleado constituye la cuota de ganancia,
la cual, tiene, por tanto, que disminuir constantemente [...]” (Marx;
1980: 235).
La afirmación de dicha tendencia en la reproducción del sistema, hace
que a medida que progresa la acumulación capitalista, se tornen necesarias
mayores inversiones en “capital constante” (C.c) para mantener “activa” la
misma cantidad de “capital variable (C.v) que antes; y dicha necesidad es
proporcional al grado de productividad alcanzado por el trabajo. Puede verse,
entonces, mo, bajo las condiciones de producción del capital, el desarrollo de
la productividad del trabajo redunda en la creación de una “súper-población
relativa”, “excedente”, “superflua” para las necesidades del Capital. Si la
disminución del “capital variable(C:v) va de ½ a 1/6, gracias a que el trabajo
triplicó su fuerza productiva, sería necesario triplicar igualmente la inversión en
“capital constante” (C.c), de forma tal de poder mantener ocupada la misma
cantidad de fuerza de trabajo que antes. Dirá Marx:
“[...] a medida que disminuye relativamente el capital variable, es
decir, a medida que se desarrolla la fuerza productiva social del
trabajo, se necesita una masa cada vez mayor de capital total
para poner en movimiento la misma cantidad de fuerza de trabajo
y absorber la misma masa de trabajo sobrante. Por consiguiente,
en la misma proporción en que se desarrolla la producción
capitalista se desarrolla la posibilidad de una población obrera
relativamente sobrante, no porque disminuya la capacidad
productiva del trabajo social, sino porque aumenta [...]” (Marx;
1980: 243).
Una vez más, el crítico más implacable que ha tenido la economía
política, desvenda el carácter contradictorio inherente a la relación social del
capital. En la medida que es aumentada la productividad media del trabajo
social – como exigencia de la acumulación, presionada por la competencia –, la
“tasa” de ganancia tiende a caer; la magnitud del “capital variable” (C.v)
espacio de la extracción de plusvalía – se comprime con relación a la magnitud
del “capital constante” (C.c), y, más todavía, con relación al “capital total” (C.T).
Este proceso sucede, aunque al interior de la dinámica, la tasade plusvalía
experimente un aumento. Dicho aumento, amortigua la realización de la “ley”
de la “caída de la tasa de ganancia” y la convierte en una “tendencia”
67
.
Si consideramos el ejercicio analítico de Marx en El capital, y partimos
de un (C.c) = 60, y un (C.v) = 40, obteniendo unatasa” de plusvalía de 100 %,
obtendremos una plusvalía = 40. Pero si ahora, bajo otra “base técnica” y
habiendo logrado una mayor productividad del trabajo, contamos con un (C.c) =
80 y un (C.v) = 20 y, manteniendo la misma “tasa” de plusvalía, obtenemos una
plusvalía = 20. En este ejemplo, disminuye tanto la “tasa de ganancia” con
relación al capital total invertido –, como la masa” de ésta con relación al
ciclo productivo anterior. Una vez aquí, el capital intentará contrarrestar la
tendencia a la caída de la ganancia, vía aumento de la “tasa” de plusvalía.
La propia exigencia de apropiar más plusvalía lleva al capital a tener que
enfrentar otra de aquella derivada, formada por un rendimiento negativo de la
67
Según Belluzo: “[...] a tendência ao declínio da taxa de lucro, à medida que avança o
processo de acumulação, não exclui, mas, ao contrario, supõe, não um aumento (obvio) da
massa dos lucros, como também da taxa de mais-valia [...]. Mas, de outra parte, ambos os
fenômenos implicam numa aceleração do processo de acumulação e, em conseqüência, numa
elevão continuada da composição orgânica do capital, o que tende, dinamicamente, àqueles
dois efeitos. A acumulação capitalista evolui, assim, impulsionada pela tensão de dois
movimentos paralelos que atuam em sentido oposto sobre a taxa de lucro. Assim, a tendência
ao declínio da taxa de lucro não é senão a forma apropriada do modo de produção capitalista
exprimir o progresso da força produtiva social do trabalho e, por isso mesmo, é a manifestação,
por excelência, da natureza contraditória do processo de acumulação de capital” (Belluzzo;
1980:102).
“tasa” de ganancia. Esto se constituye como un ciclo “perverso” del cual el
capital no puede escapar. Intenta incansablemente adecuarse a sus
contradicciones, superarlas, aunque apenas consigue amenizar sus efectos. En
el intento del capital de huir de sus contradicciones, de fugarse hacia delante
de ellas, como diría Holloway, el capital elabora contra-tendencias, a través de
las cuales enfrenta sus propios límites y los recoloca, los repone
potenciadamente. Para este economista escocés:
“Las contradicciones de la producción de plus-valía relativa le
imponen al capital la necesidad constante de reorganizar o
reestructurar las relaciones sociales sobre las cuales se basa su
existencia un proceso de reorganización que pone en operación
a las tendencias que actúan en contra de la caída de la tasa de
ganancia. En alguna medida éste es un proceso continuo, pero la
anarquía inherente al capital asegura que no pueda ser un
proceso planeado y racional, sino desarrollado esencialmente a
través de un proceso de fiera competencia, donde los capitalistas
se enfrentan como ‘hermanos hostiles’ como respuesta a la crisis
de rentabilidad” (Holloway;1994: 101).
La agudización de las contradicciones inherentes al sistema, desemboca
en “crisis” periódicas y paralizaciones del proceso de produccn y de
acumulacn del capital. Para este autor:
“La crisis de acumulación resulta de la incapacidad de la tasa de
plusvalía de aumentar lo suficientemente rápido como para contra
actuar sobre el efecto ejercido por el aumento en la composición
orgánica del capital [...]” (ídem: 102).
Esta oscilación en la tasa de ganancia repercute en el desarrollo ulterior
del ritmo de “valorización” y de “acumulación” del capital. La dinámica impuesta
por la competencia a los capitales los obliga a ser más productivos si quieren
sobrevivir al pleito –; les exige producir más y más, lo que acaba generando
desajustes en las diferentes esferas del proceso de acumulación como un todo.
La “producción por la producción” misma, donde prima elevar la escala para
bajar costos y no las necesidades efectivamente existentes, acaba generando
“crisis cíclicas de súper-produccn que paralizan catastróficamente al
sistema, haciendo sentir la potencia incontrolable de las expansiones y
contracciones de la producción de mercancías y de plusvalía
68
.
68
Al respecto, diBelluzo: “Marx formulou a teoria da queda tendencial da taxa de lucro em
estreita correlação com os movimentos cíclicos do capitalismo [...]. Isto porque o próprio
processo de acumulação, ao ampliar a massa de novos capitais, cujos elementos materiais são
mais eficientes e mais baratos, determina, simultaneamente, a depreciação periódica do capital
Retomando a Mandel (1985), en el capítulo que dedica a las llamadas
“ondas largas” del capitalismo, dirá que en los periodos de “oscilación
ascendentede la acumulación, tanto la “masacomo la “tasa” de la ganancia
aumentan, haciendo crecer el “ritmo” y el “volumen” de la acumulación. Sucede
lo contrario, dirá Mandel, en los periodos de “depresión”, en las “ondas largas
recesivas” del capital. Si bien en las fases de “expansión” se registra una
aceleración de la acumulación, esto llega a un punto en que se torna difícil
“valorizar” la masa total del capital acumulado. La caída de la “tasa” de lucro
es, según este autor, el indicador más claro de la llegada a este punto. La idea
de “súper-acumulación” dice al respecto del hecho de que una parte del capital
acumulado sólo puede ser invertido a una “tasa” de ganancia inadecuada.
Por otro lado, en las fases de “depresión”, el capital es desvalorizado y
parcialmente destruido en términos de valor. Se invierte menos capital que el
monto efectivamente exigido para expandirse bajo la misma “tasa” de la fase
anterior. La plusvalía producida, si se la compara con la de la fase anterior, es
menor. Pero, esta misma sub-inversión y desvalorización del capital permiten
volver a elevar la “tasa” media de ganancia de todos los capitales acumulados,
lo que lleva, nuevamente, según Mandel, a intensificar la producción y la
acumulacn. Desde este análisis, la totalidad del ciclo capitalista aparece
como un encadenamiento de “acumulación acelerada”, “súper-acumulación”,
“acumulación desacelerada” y “sub-inversión”. El aumento, la caída y la
revitalización de la “tasa” de ganancia corresponden tanto a los movimientos
sucesivos de la acumulación como la comandan
69
.
Como fue esbozado más arriba, la trayectoria del modo de producción
capitalista se caracteriza por la creación permanente de contra-tendencias
existente. A mesma lei que compele ao capital a uma valorização progressiva acaba impondo a
necessidade de sua desvalorização periódica, fenômeno que se exterioriza através de súbitas
paralisações e crises do processo de produção” (Belluzzo; 1980: 106).
69
Mandel realiza una periodización con base en lo que entiende como ondas largas en la
historia del capitalismo, las que aparecen como una sucesión de períodos de aproximadamente
50 años, que estarían expresando la dinámica cíclica del capitalismo. Las ondas largas reflejan
profundas transformaciones en el modo de producción, capaces de determinar periodos de
ascenso, generalización, desaceleración y estancamiento de las innovaciones, las inversiones
y la acumulación. Cada una, a su vez, puede dividirse en una fase inicial de auge y
acumulación acelerada, y una segunda fase, donde la transformación productiva general ya
ocurrió, y los lucros comienzan a declinar, la acumulación desacelera su ritmo y aumenta el
capital ocioso.
destinadas a atenuar los efectos de las contradicciones que el propio sistema
genera y reproduce ampliadamente. Por esto, es muy importante el estudio de
las “leyes de funcionamiento del capital, pero evitando el riesgo de caer en
lecturas deterministas de la realización de estas leyes” y las crisis que de
estas podrían derivar
70
. En la perspectiva de la “dialéctica marxiana”, las “leyes”
siempre se plasman bajo la forma de tendencias de desarrollo.
En este sentido, puede verificarse la existencia de una variedad muy
grande de posibles combinaciones para recomponer los niveles de la “tasade
ganancia; de modo que, esta tendencia a decrecer no se constituye como una
realidad inevitable a ser alterada. La articulación específica de todos los
elementos que integran el proceso de producción y de realización del valor, es
en un movimiento capaz de dar respuesta a dicha “tendencia decreciente” que
se estructura como una contra-tendencia a esta caída. La obtención de
“materias primas más baratas; la extensión mundial de los mercados de
consumo; los procesos alucinantes de monopolización de ramas completas
de la produccn; la dinámica febril” de las innovaciones científico-
tecnológicas; las escalas cada vez más elevadas de produccn y,
fundamentalmente, el “ajuste” sobre el valor de la fuerza de trabajo, son todos
espacios donde el capital busca incansablemente recomponer el nivel de sus
“lucros”. Es en este contexto y más específicamente en el del “capitalismo
tardío” analizado por Mandel que emerge el fenómeno social del desempleo
estructural”, como una expresión resultante de las oscilaciones de la tasa de
ganancia y de los “esfuerzos” de capitalistas por recomponerla en niveles
adecuados.
70
En este sentido, es importante aclarar que se trata de tendencias de desarrollo y no de leyes
fijas e inevitables que se realizan históricamente de modo inexorable. Son “leyesque rigen el
funcionamiento del socio-metabolismo del capital, pero que se realizan como tendencias. De
acuerdo con Marx, “generalmente, en toda la producción capitalista, es sólo de manera
aproximada e intrincada a través de oscilaciones continuas de las cuales nunca es posible
determinar la media que la ley general se impone como tendencia dominante [...]” (Marx
apud Fischer, 1970: 75). Y este autor acrecienta: “También las leyes naturales son expresión
de una probabilidad máxima. Las leyes del movimiento social tienen un carácter de tendencia.
Un acontecimiento no tenía forzosamente que ocurrir de la manera que ocurrió [...]” (Fischer;
1970:75).
2.3. La “ley” capitalista de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia
en la contemporaneidad y las contra-tendencias del sistema
Podemos partir de reconocer, junto con Katz, que:
“La tasa de ganancia es un indicador central para diagnosticar si
una nueva fase del capitalismo ha comenzado. Los índices de
recuperación en el corto plazo son numerosos, pero un juicio
sobre la tendencia en el largo plazo requiere incorporar otros
elementos de análisis, ligados a la mundialización y a la lucha de
clases. El marco teórico de la ley de Marx y su interpretación
contemporánea en una sentido débil, fluctuante y en periodos
históricos es una pieza central de esta caracterización” (Katz;
2000: 19).
Podría pensarse que el principal aporte de esta “Ley”, desarrollada por
Marx en el libro III de El Capital, organizado y editado por F. Engels en 1894,
algunos años después de la muerte del célebre “crítico de la economía
política”, radica en su contribución para el esclarecimiento de algunos aspectos
fundamentales del funcionamiento contradictorio del sistema capitalista, que
para nosotros son determinantes en la fase contemporánea de la sociedad del
capital.
Existen distintas caracterizaciones de la “Ley”, de acuerdo con el
enfoque analítico desde donde se mida el juego de articulaciones entre las
diferentes variables que interactúan conformando el proceso de producción
material, propio del orden socio-metabólico del capital. Junto a la exposición
clásica de Marx sobre el tema basados en el análisis del aumento de la
composición orgánica del capital”
71
–, podemos encontrar a lo largo y ancho de
la tradición marxista”, interpretaciones que afirman la supremacía de ciertos
elementos como los catalizadores de la crisis, como los responsables
fundamentales por la precipitación de la misma dentro los parámetros del
capital.
71
En el Libro I de El Capital, especialmente en el capitulo XXIII, referido al proceso de
acumulación del capital, Marx desarrolla el análisis del proceso inmanente por el cual se
efectúa la tendencia al crecimiento del capital constante en detrimento del capital variable, a
partir, claramente, del aumento de la productividad del trabajo y sus beneficios para el proceso
de acumulación como un todo. A este resultado histórico, que es peculiar del capitalismo, de su
modo predominante de organizar la producción material de la vida social, Marx llama de
proceso de aumento de la composición orgánica del capital, y está en la base del desarrollo de
la tendencia decreciente de la tasa de ganancia a que nos estamos refiriendo, como es
responsable por la precipitación de las crisis de súper-producción que cíclicamente han
azotado al capitalismo.
El significado de dicha “ley” ha sido y continúa siendo objeto de intensas
y áridas polémicas en el seno de esta corriente, reuniendo y desafiando a los
más lucidos estudiosos del funcionamiento lógico e histórico del orden social
que rige nuestra época. Encontramos allí, tanto planteos relacionados con las
crisis de sobre-acumulación cuyo desencadenante se asocia con las
crecientes dificultades que el capital encuentra al buscar aumentar
ilimitadamente la “tasa de plusvalía –, como perspectivas que colocan el
énfasis en las variaciones del salario y en la importancia del “capital variable”
para el consumo de las mercancías perspectivas volcadas hacia la
distribución. La naturaleza de las crisis, específicamente de la contemporánea,
continúa representando un enorme desafío para la investigación y la
teorización de la crítica.
Desde nuestra perspectiva, es importante resaltar que no entendemos
esta “Leyoperando hacia una indefectible declinación gradual de la “tasa de
ganancia”; más bien como un análisis de dos movimientos opuestos: tal
tendencia opera tanto hacia la caída como hacia la atenuación de la
disminución de los beneficios. Marx plantea que la “ley se refiere a un
movimiento intrínsecamente descendiente de la tasa de ganancia que es, ante
todo, tendencial, puesto que se realiza de forma “contra-restada”, atenuada,
“contra-tendenciada”. Para Marx, todas las leyes históricas” se desarrollan, se
realizan tendencialmente, lo que, por otra parte, no significa indeterminismo
absoluto, o puro relativismo.
La llamada “Ley” de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia
explica un movimiento que es resultado interno del proceso de acumulación.
No se trata de un acontecimiento contingente ni de un episodio coyuntural.
Responde, más bien, a un patrón de desarrollo que se basa en el impulso
creciente al aumento de la productividad, a la innovación tecnológica, a la
competencia entre empresas monopólicas globales, entre otros elementos
fundamentales del actual funcionamiento sistémico. Estamos tratando de una
tendencia que es inherente al progreso capitalista, puesto que el aumento de la
composición orgánica del capital y la caída de la tasa de ganancia se presentan
como procesos contradictorios que se retro-alimentan mutuamente, y entran en
conflicto. Las variables que pueden operarse al interior del proceso de
producción y de valorización del capital son múltiples, y pueden afectar el
conjunto de los elementos que participan, sea en magnitud, sea en porcentual
– o sea, en términos de tasa y de masa.
De acuerdo con Katz, el objetivo central de la “Ley” parece radicar no
tanto en una demostración sobre la inestabilidad del capitalismo, de su carácter
irregular y desequilibrado y desequilibrante; más bien, este análisis busca
mostrar cómo esa naturaleza desequilibrada desemboca periódicamente en
una crisis estructural, y sus consecuencias de desvalorización del capital. Para
este autor, el principio que está en la base del análisis de Marx sobre esta “ley”,
parte de la premisa de que la ganancia, el lucro, surge exclusivamente del valor
creado por los trabajadores asalariados en el acto de la producción, los cuales
a través de máquinas y de materias primas, son capaces de “transferir” el valor
de éstas, y además, crear un “nuevo valor” (una plusvalía) en la fabricación del
producto. Para Marx, el origen de la ganancia radica en la extracción de
plusvalía y no en la acción autónoma de los instrumentos de producción, dirá
este autor (ídem: 11 y 12).
El análisis de Marx muestra claramente el desarrollo contradictorio que
caracteriza el proceso de acumulación capitalista. Ilustra cómo el propio
despliegue del capital lleva al descenso de la tasa de ganancia; mo este
proceso se engendra con medidas inicialmente destinadas a producir el efecto
contrario. Las “personificaciones del capital”, los capitalistas, al producir
innovaciones buscando aumentar sus beneficios inmediatos, acaban
provocando la reducción general del volumen de trabajo vivo ocupado en la
producción, haciendo que, en última instancia y contra la voluntar de los
inversores del capital, se vea problematizada la rentabilidad global del capital.
Los impulsos para escapar a la tendencia decreciente de la tasa de ganancia
llevan al capital a funcionar en niveles contradictorios más profundos y
desestabilizadores, de compleja y difícil resolución. Sobre el análisis marxiano,
afirmará este autor:
“Finalmente expuso las contradicciones que genera el incremento
de la producción junto a la simultánea reducción de la tasa de
ganancia. Al multiplicarse el número de mercancías enviadas al
mercado con decrecientes posibilidades de generar beneficios
también se retrae la inversión y aumentan las dificultades para
valorizar el capital. En un momento este desequilibrio
desencadena la súper-producción de mercancías y la sobre-
acumulación de capitales que no encuentran colocación lucrativa.
Estalla la crisis y durante este colapso se evidencia que la propia
acumulación es la causa de la depresión y que el límite del capital
es el capital mismo. Partiendo de esta evaluación, Marx definió
que la contracción tendencial del beneficio constituye la ley más
importante de la economía política” (Katz, 2000: 3).
De acuerdo con el análisis marxiano, la compulsiva competencia obliga a
los capitalistas a contrariar sus propios intereses en el largo plazo. La
búsqueda de mayores beneficios individuales genera un incremento de la
composición del capital y desemboca en la caía de la tasa de ganancia. Sin
embargo, la “ley tendencial no significa ninguna secuencia inexorable de
descalabros que conducen a un colapso del capitalismo, aunque marca una
contradicción que permanentemente opera socavando este orden societario.
En este sentido, la “lógica ciega del capitalismo”, alienada de una inteligencia
colectiva que controle racionalmente la producción, es responsable por los
padecimientos que soportan los trabajadores. La anarquía” del mercado, tan
elogiada por los neoliberales de hoy, nunca pod conducir a una efectiva
emancipación, ni abre horizontes de desarrollo para la humanidad. De forma
contraria, lo que se observa es un aumento dramático de los efectos que las
crisis sistémicas dejan sobre la amplia mayoría de la población mundial.
Dicha “ley es concebida como un trazo esencial del capitalismo
desarrollado, bien ilustrada por Marx a través del ejemplo británico de su
época, otorgándole un papel especial al “comercio exterior” como fuerza
contrarrestante. Es importante remarcar que, si bien la creciente
internacionalización de la economía intensificada en la ultimas décadas
amplía los alcances del declino tendencial de la tasa de ganancia, la crisis de
desvalorización que la misma conlleva se constituye como un proceso que se
gesta principalmente en los países avanzados, para enseguida extenderse al
conjunto de la periferia.
Los altos volúmenes de inversión de capital requeridos y los exigentes
avances en la productividad del trabajo, ambos expresiones del aumento de la
composición orgánica del capital, se localizan principalmente en los países
centrales de la economía capitalista. “Solo en estas regiones aparece el exceso
de capitalización que caracteriza a la sobre-acumulación” (ídem: 16), pero los
efectos de este desequilibrio son sentidos más significativamente en las
periferias. Las grandes depresiones internacionales tienen efectos devastado-
res sobre la periferia. La crisis se transfiere hacia las regiones
“subdesarrolladas”, a través de una serie de mecanismos comerciales (precios
de las materias primas, por ejemplo), financieros (deudas y tasas de intereses;
fuga de capitales) e industriales (restricción de las inversiones externas).
Pero el drama de la periferia capitalista está muy lejos de terminar aquí.
Si bien éstas reciben con mayor crudeza los impactos de la crisis de
desvalorización, en las épocas de recuperación de la tasa de lucros, también
costean gran parte de la misma. Según Katz, realizan esta compensación de la
tasa de ganancia por la triple vía de producir materias primas que abaratan el
“capital constante”; de utilizar salarios bajos que disminuyen el “capital variable”
y de instalar condiciones para la explotación de la fuerza de trabajo que elevan
la “tasa de plusvalía” (tanto en forma absoluta, como relativa). Dirá este autor:
“[Una] diferencia cualitativa existe entre el funcionamiento de las
economías avanzadas y las dependientes. En el primer caso, las
fuerzas motrices de la expansión y de la crisis son internas (en su
totalidad o en escala considerable), mientras que en el segundo
son externas. Por eso, es tan determinante en el ciclo de un país
periférico el precio y la demanda de sus exportaciones, el nivel de
ingreso o salida de los capitales foráneos, el grado de
endeudamiento externo y la capacidad de repago de los intereses.
En los países atrasados, la evolución de la tasa de ganancia
depende más del papel complementario que cumple la economía
periférica para un país central – como proveedor o como mercado
para ciertos bienes que de su propio proceso de acumulación
[...]. En la periferia se combinan los impactos externos de la
declinación tendencial de la tasa de ganancia con las
consecuencias internas de un conjunto de contradicciones
derivadas de la fragilidad del mercado interno” (Katz; 2000: 17).
Si se piensa en la contemporaneidad, el estudio de la trayectoria de la
tasa de lucro ha estado presente a la hora de caracterizar la fase
contemporánea del capitalismo. El análisis de su evolución de largo plazo ha
contribuido históricamente a comprender las determinaciones de las fases de
prosperidad que sucedieron a las grandes crisis del capitalismo, y ha ilustrado
las características nucleares, los pilares organizacionales de las relaciones
sociales de producción. En ese sentido, el diagnóstico de su estado actual se
torna un problema de primer orden en el ámbito de la “critica de la economía
política”. La posición más correcta al respecto nos parece estar representada
por autores como Shaikh, quien ubica el inicio de esta recomposición a
comienzos de la década de 1980, aunque aclara que se trata de un
restablecimiento parcial que sólo adquiere notoriedad porque la crisis que lo
precedfue de enorme envergadura. Chesnais, por su parte, que postula la
perdurabilidad de una larga fase de agoníadel capitalismo, admite que más
de dos décadas de aumentos constantes de la tasa de explotación del trabajo
han permitido una restauración parcial de la rentabilidad capitalista (ídem).
Si se observa la contemporaneidad neoliberal del capitalismo desde el
foco marxiano de la “ley” al declino tendencial de la tasa de ganancia, puede
apreciarse nítidamente el comportamiento de dos variables que componen este
indicador: la tasa de plusvalía se incrementó y el capital variable se abarató.
Sin embargo, es bien más complicado precisar cual ha sido la evolución del
“capital constante” y el movimiento real de su desvalorización. Según Katz,
implica establecer en qué medida ha primado una “acción depuratoria” de
capitales desvalorizados o el traspaso al ámbito privado de los potencialmente
lucrativos que significan una efectiva revalorización , y en qué medida lo ha
hecho una “revalorización artificial” de capitales en quiebra por medio del
“rescate” financiero de sus Bancos o de determinados Estados nacionales
(ídem: 18). Según este autor:
“La rentabilidad ha sido ficticiamente recompuesta a través del
socorro estatal en todos los picos de crisis de la década de 1990.
Frente a situaciones verdaderamente delicadas, los gestores de la
política económica (sean liberales, neoliberales o anti-liberales) no
han dudado en apagar el fuego con fondos públicos [...]. Este
intervensionismo ha originado un serio cuestionamiento al FMI en
la elite de la clase dominante y un intenso debate estratégico
sobre la forma de encarar las próximas crisis. Los salvatajes
transfieren a los Estados el costo del rescate de los capitalistas en
quiebra, manteniendo elevado el stock de la deuda pública en
todos los países” (Katz; 2000: 19).
Las iniciativas del capital para revertir las tendencias negativas que su
propio desarrollo genera, conducen a la explicitación cada vez más cristalina de
su lógica destructiva. Al ser la explotación del trabajo el “fundamento de su
existencia, será al que procurará fundamentalmente (aunque no solamente)
una “salida” que le permita recuperar su lucratividad. La monumental
recomposición actual del “ejército industrial de reserva” es expresión del intento
del capital por recomponer sus ganancias.
No obstante, es pertinente remarcar que este proceso social como un
todo no se realiza linealmente, sin contradicciones. El mismo implica conflictos
y luchas. En el proceso de definición de las condiciones de la producción
entre estos, especialmente, la determinación del valor de la fuerza de trabajo
como mercancía intervienen fuertemente los conflictos entre los intereses del
capital y del trabajo. Esto es, la situación de los trabajadores se define no sólo
por las necesidades del capital, sino en el marco de una lucha de clases con
intereses divergentes, que disputan en funcn de imponer los suyos.
“O mecanismo inerente ao modo de produção capitalista, que
normalmente conserva dentro de limites o aumento no valor e no
preço dos salários, é a expansão ou reconstrução do exército
industrial de reserva ocasionada pela própria acumulação de
capital, isto é, pelo aparecimento inevitável, em períodos de alta
salarial, de tentativas no sentido de substituir em grande escala a
força de trabalho viva por maquinaria” (Mandel, 1985: 106).
De modo que, el actual proceso de precarización general de las
condiciones de existencia de la clase que vive de la venta de su fuerza de
trabajo y de la realización del mismo, expresa el intento del capital por salir de
su última gran crisis de mediados de 1970. La profundización de su conflicto
estructural inherente a su lógica que toca sus “limites absolutos”, le
demanda una respuesta contundente. Las dimensiones altamente destructivas
que caracterizan la actual respuesta del capital a su propia crisis evidencian la
gravedad del problema; la intensificación de las crisis tiende a profundizar la
agudización del sistema y sus contradicciones; el capital no puede responder a
su crisis estructural sino con más capitalismo.
“Fin del trabajo” y “barbarie moderna”
Como vimos, el orden social del capital se estructura de manera
antagónica. Por tanto, es una premisa ineludible de su funcionamiento continuo
garantizar permanentemente las condiciones de subordinación del trabajo al
capital; y cualquier tentativa de modificar esta relación estructural es un límite.
Así, cuanto más se profundiza su desarrollo, más deben ser reforzados los
mecanismos que viabilizan su funcionamiento y, por lo tanto, más estrechos se
tornan los márgenes de “ajustes aceptables”. A este proceso corresponde el
principio tan difundido en las últimas décadas de que “no hay alternativa”, el
“pensamiento único”. El fin de su ascenso histórico” activó sus “límites
absolutos”, lo que se traduce como una creciente dificultad para evacuar
satisfactoriamente sus contradicciones y hace aflorar su poder destructivo (Cf.
Mészáros: 2002)
72
.
Por otra parte, es curioso observar que muchas de las actuales
“contradicciones explosivas” fueron constituyentes positivos para su expansión
y su avance histórico. Tanto los Estados nacionales, como la cuestión de la
“igualdad”, la “libertad”, el dominio creciente de la naturaleza, el desarrollo de
las fuerzas productivas sociales, la generalización de la fuerza de trabajo
lucrativamente sustentable, otrora pilares fundamentales de su expansión, hoy
no encuentran condiciones para continuar cumpliendo ese papel. Bajo las
actuales condiciones de desarrollo sistémico, estos complejos se han tornado
verdaderos impedimentos que obstaculizan, cada vez más, una reproducción
saludable del orden social. En este contexto, la amenaza de la
incontrolabilidad total” se presenta como una sombra que cubre todos los
aspectos objetivos y subjetivos de la vida social.
Según Mészáros, la más problemática de estas contradicciones
generales del sistema del capital se conforma a partir de la imposibilidad de
imponer regulaciones a sus “unidades económicas” y de la necesidad de
introducir importantes restricciones. En este cuadro, el poder del Estado debe
ser movilizado constantemente y reajustado de acuerdo con las necesidades
del contradictorio funcionamiento sistémico. Sin embargo, no puede perderse
de vista que el éxito de cualquier medida correctiva para la crisis estructural
es en relación con las capacidades de las clases subalternas de re-articularse
internacionalmente y de dar respuestas teóricas y políticas a los actuales
desafíos abiertos por la crisis (ídem: 217 y ss.).
El “desempleo estructural”, crónico, es una de las contradicciones más
explosivas del capital en la contemporaneidad. El modo como ha sido
enfrentado este problema ha sido, por un lado, reforzando implacablemente la
72
La activación de estos “límites absolutosestá íntimamente relacionada con la ley del valor
del capitalismo. Es una resultante de la misma y corresponde plenamente a su maduración, al
agotamiento de su fase de ascenso histórico. Podría decirse que, dialécticamente, dicha fase
progresista se agota porque el socio-metabolismo del capital alcanza sus límites absolutos,
insuperables bajo sus parámetros. Desde esta perspectiva, según Mészáros, cuatro complejos
de contradicciones pueden ser distinguidos; los cuales se retroalimentan mutuamente,
formando el cuadro societario actual. Estos son: la transnacionalización del capital y los
Estados nacionales; la “cuestión ambiental”; el problema de la “igualdad sustantiva” (de su
imposibilidad); el “desempleo crónico” (ídem: 227).
subordinación del trabajo al capital y, por otro, negando la profundidad de esta
contradicción. La respuesta del capital a su propia crisis implicó la intervención
en todos los niveles que hacen a la continuidad de su proceso de acumulación
ampliada, y los remedios utilizados no hacen más que agravar el problema.
Son respuestas que buscan un mayor disciplinamiento y eficiencia del trabajo,
redundando en una creciente precarizacn de la fuerza de trabajo en todos
los países capitalistas del mundo, y en la emergencia del desempleo
estructural. La “globalización”, para este autor, tiende a agravar la situación,
especialmente en el centro capitalista, puesto que se acelera la tendencia a
nivelar las tasas diferenciales de explotación” de la fuerza de trabajo en las
distintas regiones del mundo.
Reprimir a la fuerza de trabajo en nombre del aumento de la
productividad, de la eficiencia en el mercado y la competitividad internacional,
si bien provocó una recuperación parcial y temporaria del nivel de las
ganancias capitalistas, no representa una salida satisfactoria para la crisis
estructural. Dichas medidas, puesto que deprecian el poder de compra
general” en el sistema, no logran resolver el problema de la “recesión global” a
través del cual se podría producir una recuperación “saludable”. De modo tal
que, para superar las dificultades de la acumulación y de la expansión lucrativa,
el capital globalmente competitivo tiende a reducir a un mínimo los costos del
“tiempo necesario de trabajo, y así, necesariamente, convierte a porciones
significativas de trabajadores en “fuerza de trabajo superflua”. Al hacer esto,
atenta contra las condiciones vitales de su propia reproducción ampliada (ídem:
225 y ss.).
En este cuadro, ¿cuál es el significado actual del desempleo? Existe una
vertiente, muy difundida por cierto, que podría ser llamada de “apologética”,
donde éste “emergería” y se extendería en la actualidad, debido al “desarrollo
natural”, a la evolución de las sociedades modernas. Para ésta, los parámetros
socio-históricos son naturalmente determinados por una voluntad ajena a los
hombres, superior, por lo que se imponen como límites a los que la sociabilidad
debe ajustarse. Así, las relaciones sociales específicamente capitalistas se
tornan inevitables, eternas, y sus contradicciones cada vez más destructivas
se perpetúan abonando el proceso de barbarización de la vida social en
curso.
Sin embargo, el significado real del desempleo actual debe ser buscado
en la maximización de las ganancias capitalistas en la contemporaneidad del
socio-metabolismo mundializado del capital, el cual efectúa su reproducción
con grados crecientes de destructividad humana. Por esto, el desempleo es
expresión de la propia lógica que rige este ordenamiento societario, una
consecuencia del desarrollo de sus contradicciones, el cual es presentado
como el “único posible”.
Puesto que el capitalismo contemporáneo es incompatible con una
planificación abarcativa, en un contexto de aumento de los conflictos sociales
resultantes de la intensificación de la explotación, requiere que los problemas
sean “naturalizados”, “despolitizados”, para justificar y legitimar el ajuste de las
mayorías sociales a las exigencias del proceso de reproducción siempre
ampliado del capital. El uso cada más recurrente de “amenazas” de crisis, de
factores “externosque pueden desestabilizar un funcionamiento crónicamente
endeble, preparan el terreno para mantener el orden social
73
.
Uno de los principales mecanismos para naturalizar el desempleo ha
sido la argumentación del desarrollo tecnológico; a partir del mismo, la idea de
un “desempleo natural” cobra fuerza. Las determinaciones estructurales bajo
las cuales opera el desarrollo de las fuerzas productivas en el capitalismo la
dinámica real son ignoradas. Ante la imposibilidad de enfrentar
“progresivamente” esta contradicción este “límite estructural” –, las
personificaciones del capital que están al comando no encuentran otra
alternativa que mistificar las causas y desorganizar cualquier intento de
transformación radical del orden. Así, hoy puede apreciarse claramente cómo
las respuestas sistémicas (los neoliberalismos de allá y de acá) al desempleo,
paradójicamente, han consistido en tornar aún más precaria la fuerza de
trabajo y tornar “criminales” a los que se oponen a la irracionalidad imperante.
Una vez que dicha “naturalización” esta operación ideológica contra-
insurgente, alienante y despolitizadora es superada y se avanza en la crítica
73
El discurso apologista plantea que el desempleo actual se reabsorbido por nuevas
industrias en expansión, especialmente del sector de servicios. La exaltación de la
“capacitación” y de los “micro-emprendimientos productivos” complementan y refuerzan aquella
mistificación, una vez que se afirma la tendencia de desaceleración de la economía global. Es
esta misma recesión, a su vez, la que presiona para bajar permanentemente – hacia el mínimo
vital – el costo de la fuerza de trabajo, imponiendo su “flexibilización.
teórico-política, las dimensiones gigantescas de dicha irracionalidad quedan
evidenciadas. La idea de “población en exceso”, “gente que sobra”, cuando,
paralelamente, grandes cantidades de recursos de todo tipo son
desperdiciadas para realizar buenos negocios”, es una muestra de ello. Más
que “exceso de población”, dirá Mészáros, lo que tenemos es “trabajo
superfluo”. Esto es así, puesto que las masas sociales expulsadas del proceso
de trabajo, no necesarias para la producción – un proceso que se desarrolla en
todos los campos de la actividad –, están lejos de ser redundantes en tanto
“consumidores” – lo que asegura la auto-valorización del capital (ídem: 322).
El sistema del capital, reconociendo el alcance de sus límites
estructurales”, no tiene más alternativa que administrar, de la mejor manera
posible, su crisis crónica, y precisa convencer de que “no hay otra alternativa”.
En esta lógica, por ejemplo, propone enfrentar el desempleo creciente
“flexibilizando la fuerza de trabajo”, puesto que si no se ofrecen estímulos”
para las inversiones, la economía nunca crecerá, y con esto el desempleo no
tendrá condiciones de ser enfrentado. Así, puede verse nítidamente cómo la
crisis estructural del capital, el agotamiento de sus energías civilizatorias, le
impide “prometer” una situación estable y progresiva. En este sentido, la
desarticulacn de las organizaciones de los trabajadores son procesos
necesarios que evidencian la reducción de los márgenes de maniobra del
sistema del capital, al entrar en crisis estructural en la década de 1970
74
.
El retroceso de las “fuerzas del trabajo”, que tiene serias consecuencias
políticas para la manutención del “desempleo estructural”, se relaciona con los
márgenes de “inestabilidad tolerable del sistema, los cuales presionan para
que las políticas económicas de los países que están bajo su órbita, sean
ajustadas a sus prerrogativas.
Por otra parte, mientras la dinámica de expansión y de acumulación
lucrativa se mantuvo, la amenaza del desempleo fue latente. Durante los varios
74
En este sentido, de acuerdo con száros, las estrategias de la clase trabajadora para
obtener “logros defensivos” fueron históricamente situadas, tornándose inviables a largo plazo.
La fase de expansión global del capitalismo, de “acumulación tranquila”, que permitió creer en
la posibilidad de instaurar el socialismo a través de reformas graduales al interior de las propias
estructuras capitalistas parece cerrarse con la “crisis estructural”. Según el autor, parece que
dejó de haber espacio” para “logros sustantivos para el trabajo, razón por la cual muchas de
las “concesiones-conquistas” de la fase anterior debieron ser derrumbadas y el Estado Social
fue muerto (ídem: 330).
siglos de ascenso histórico del capitalismo el “ejército industrial de reserva” no
representó una amenaza fatal para el sistema, más bien era un elemento
“saludable”. Mientras las contradicciones sistémicas y los antagonismos podían
ser administrados por la vía de transferencias expansionistas, los niveles del
desempleo podían ser considerados temporarios. Esta situación cambia
radicalmente cuando esta “acumulación tranquila sufre una disrupción
importante, que, con el paso del tiempo, se tornó una “crisis estructural
potencialmente devastadora. En este sentido, cuando las contradicciones
internas ya no pueden ser “evacuadas” con grandes guerras (puesto que es
la amenaza de la destrucción total en juego) u otros recursos de ese tipo
75
,
entonces, el desempleo estructural se torna un límite absoluto, insuperable;
una amenaza explosiva para el sistema en su conjunto y no sólo para algunos
países “pobres”.
Dos problemas fundamentales detonan el mito de la globalización: por
un lado, las masas gigantescas de ganancias generadas por medio de la
explotación obscena de trabajo barato en el “tercer mundoson un elemento
esencial de la “salud” general de las transnacionales dominantes que viven en
el corazón del sistema. El proceso no podría efectuarse si los obsculos
“proteccionistas” proteccionismo que sí ejercen los centros capitalistas de
estos “pobres países”, no fuesen removidos. Por otro lado, la libre circulación
de bienes y mercancías por el “mercado global”, no abarca la mercancía
“fuerza de trabajo”, la cual, inexplicablemente, es cada vez más obstaculizada
para circular libremente por el sistema y de gozar de las ventajas de la “aldea
global”.
En síntesis, podría decirse que la dinámica interna antagonista del
sistema del capital, en su afán de reducir a un mínimo mundial el “tiempo de
75
Según Mészáros, en el pasado las guerras representaron una “válvula de escape para el
capitalismo, puesto que permitían una drástica realineación de las fuerzas y creaban
condiciones para que la expansión del sistema se renueve aunque por periodos limitados.
Esa “estrategia” hoy encuentra límites importantes (la propia supervivencia humana, por
ejemplo). Según el autor, la experiencia histórica demuestra que las guerras fueron trabadas no
por falta de alimentos o para reducir la “súper-población. Antes que ello, han servido y sirven
para dinamizar ciertas econoas férreamente basadas en la “industria bélica”. La intervención
del Estado en la economía (programática keynesiana) y las posibilidades de construcción de un
Estado de Bienestar social están directamente asociadas al papel del complejo industrial-
militar. De modo tal que, las guerras son endémicas para un orden social antagónicamente
estructurado desde la raíz (ídem: 334).
trabajo necesario(en función de optimizar los lucros), actualmente se afirma
como una tendencia devastadora para la humanidad, que transforma, por todo
el planeta, un tercio de la población trabajadora en fuerza de trabajo
superflua”. Contradictoriamente, la realización de esta tendencia intrínseca de
la concentración y de la centralización del capital hace que la multiplicación de
estapoblación excedente” represente una carga potencialmente explosiva
para el sistema tanto por la creación de un suelo fértil para la organización
política de estas masas de “excluidos”, como por la amenaza de una caída
significativa del poder de compra” en los países desarrollados, producto del
colapso del pleno empleo (ídem: 342).
El desempleo cnico, diMészáros, actúa como un verdadero “cáncer”
que desestabiliza la sociedad al crear situaciones indeseables como: el
aumento de la tasa de criminalidad, especialmente de jóvenes; la multiplicación
de “acciones directas cada vez más “extra-parlamentares”; el aumento de
diversas formas de violencia social, de grande agitaciones sociales, todas
cuestiones asociadas a la imposibilidad de vivir indefinidamente con la
sensación de estar a merced de las circunstancias.
La barbarie contemporánea
Con respecto a la barbarie, si indagamos su utilización en la historia de
las ideas, debemos recordar que esta noción ha estado presente en el
pensamiento social desde hace varios siglos y en los marcos de diferentes
procesos “civilizatorios”, con un significado que se refiere a determinados
conflictos que surgen en los procesos sociales a lo largo del curso histórico
registrado. En términos generales, podría decirse que fue utilizado para
denominar a los extranjeros”, a los “inferiores”, en fin, a los otros”. En la
modernidad capitalista, particularmente, la idea aparece insistentemente en los
procesos de “colonización” de las periferias, de incorporación de estas regiones
al sistema mundo del capitalismo naciente, para referirse a las poblaciones
“originarias” de América.
En el campo de la izquierda (marxista y no marxista) particularmente, la
noción aparece enfáticamente en la obra clásica de Marx y Engels de 1848, El
Manifiesto Comunista, para referirse a determinados momentos críticos que
azotan cíclicamente al sistema capitalista. También aparecerá a inicios del siglo
XX, para referirse al gran dilema” del mundo contemporáneo contenido en la
consigna lanzada por Rosa Luxemburgo (socialismo o barbarie), en el contexto
de los acontecimientos que determinaron la primera guerra imperialista mundial
y sus catastróficas consecuencias humanas (Cf. Menegat; 2005: 32).
En este sentido, podría decirse que dentro del campo del marxismo
que incluye la obra marxiana específicamente, la barbarie es utilizada con
significados diferentes. Pueden encontrarse momentos donde la noción hace
referencia a una coyuntura peculiar de crisis”, que se expresa como
“destrucción de fuerzas productivas”, ante la imposibilidad de superar las
contradicciones colocadas por el tipo de las relaciones sociales; esto es, sirve
para designar un momento históricamente determinado determinadas crisis
donde emerge” o retorna la barbarie. Por otra parte, también, ha sido utilizada
en la caracterización general de todas las civilizaciones hasta hoy, en las
cuales y como un producto necesario de su estructura antagónica, la barbarie
es un momento permanente, “estructural”, diríamos, de un complejo de
relaciones sociales fracturado por clases sociales. De modo que, sería cito
pensar que en Marx, la barbarie aparece tanto como un resultado de la gica
estructurante del capitalismo que, aunque presente en toda la “pre-historia”
humana, retorna en ciertos momentos de agudización de las contradicciones
sociales, o sea, un fenómeno social que emerge” y se generaliza en
determinados contextos de “crisis” –, como un proceso permanente, en tanto la
sociedad continúe inhibiendo el desarrollo de sus potencialidades
emancipatórias.
De acuerdo con el análisis de Menegat (2005), puede construirse un hilo
entre las formulaciones de los redactores del Manifiesto Comunista y las de
Rosa Luxemburgo. A pesar de situarse en contextos bien diferenciados los
primeros, ante la inminencia del estallido de la crisis y de movimientos
revolucionarios del proletariado de la Europa de 1848 (que serán derrotados), y
la alemana, ante la primera gran crisis imperialista del capitalismo –, el
escenario vivido por la revolucionaria espartaquista había sido ya esbozado
tendencialmente por Marx, especialmente en El Capital, cuando trata el
movimiento de la acumulación, concentración y centralización del capital, como
lógica inmanente de este sistema de producción. En ambas formulaciones la
barbarie refiere al mismo proceso.
De modo que, la barbarie que amenaza al mundo capitalista en la
Europa de 1848 tiene el mismo fundamento que aquella que “retorna” en la
primera guerra inter-imperialista: de ser el resultado de las contradicciones
inherentes al desarrollo del régimen social del capital. No obstante, es
interesante rescatar según este autor, que Rosa enfatiza la posibilidad de que
esta barbarie propia del capitalismo, pueda afirmarse de un modo estructural”,
permanente, “si la guerra continúa hasta las últimas consecuencias”
(Luxemburgo, apud Menegat; 2005: 27; traducción nuestra). En este sentido,
estos usos de la barbarie, más que oponerse de modo rotundo, guardan
relaciones de continuidad y de diferenciación. Es, justamente, en ese espacio
que trataremos de situar la “barbarie moderna” contemporánea, la cual es
correspondiente con la fase de “crisis estructural” del sistema del capital.
Tal vez, el significado más adecuado a nuestros fines sea el que se
encuentra en El Manifiesto Comunista de 1848. Allí, la idea que domina el
concepto es la de “crisis”, que se sitúa en una concepción bien más amplia y
abarcativa sobre la dinámica peculiar e histórica propia de la sociedad del
capital. Si se sigue esa obra, puede verse que las “crisis” del sistema, a partir
de su estructuración antagónica, producen “necesariamente” regresiones a la
barbarie, que se expresan fundamentalmente en la “destrucción de fuerzas
productivas”; son las “crisis de superproducción” del capitalismo. Las mismas,
imponen una dinámica “destructiva” para estabilizarse y reiniciar su ciclo. De
modo tal que el sistema, de tiempo en tiempo, necesita sumergir a un
porcentaje determinado de la población en la barbarie. Ésta, se torna un
elemento que, aunque regresivo en términos civilizatorios, es funcionalmente
necesario para la reproduccn contradictoria de este orden social.
Allí reside justamente la peculiaridad de la barbarie capitalista, en el
hecho de que se efectúa como una destrucción social necesaria para la
reproducción del mismo sistema y no para la formación de “otro” que ocupe
su lugar y lo sustituya. De modo que, si dicha “regresión” a la barbarie” es un
trazo propio del capitalismo, necesario y funcional a su reproducción, estamos
ante el hecho histórico irracionalmente inédito de que, por primera vez, la
“destrucción de fuerzas productivas” forma parte del propio modo de
producción. Dirá este autor:
“Se trata de exceso de civilización, entendida ésta como el
desarrollo de las fuerzas productivas, que son constantemente
revolucionadas, como parte del proceso de valorización y
acumulación del capital. Para que tal proceso no sea interrumpido,
es necesario que, de tiempo en tiempo, se destruyan parte de
esas fuerzas productivas, llevando a la sociedad a momentáneas
regresiones. Esa fase bárbara del capitalismo no es más que un
elemento necesario para su continuidad y, diferentemente de los
periodos anteriores, es la primera vez que la destruccn de
fuerzas productivas forma parte del mismo modo de producción
lo que demuestra la irracionalidad de esta estructura social. La
valorización del capital, como forma abstracta de sociabilidad, se
torna cada vez más, por la necesidad de su realización, una forma
irracional de asociación, inmediatamente, del punto de vista del
conjunto de la humanidad, y no apenas del capital, bárbara”
(Menegat: 2005: 32; traducción nuestra).
Siguiendo esta línea de reflexión, según Menegat, actualmente se
estaría procesando una metamorfosis del concepto de “barbarie” del sistema
del capital. La misma puede rastrearse a través de los estudios sobre la
“naturaleza” actual de las crisis, o sea, cuando en el contexto del capitalismo
nacientemente y “expansivo”, las “crisis” (inevitables del sistema) tenían un
carácter cíclico y temporario; eran “crisis” que se superaban en algún momento
formando ciclos – aunque dentro de los propios parámetros capitalistas. Hoy, la
reproducción contemporánea del sistema exige tanto como supone los
momentos de “crisis”, pero con un carácter más continuo y sistemático
permanente diríamos –, “estructural. Y esta metamorfosis de la “barbarie
moderna” representa una tendencia resultante de la crisis del sistema como
totalidad, no de algunas “partes” “atrasadas” del mismo. Por esto, aunque las
expresiones contemporáneas de la “barbarie moderna” se presenten
ampliamente pulverizadas, aparentemente sin conexión con los procesos
societarios generales, deben reconocerse sus inocultables raíces en la lógica
que rige el “todo” social capitalista.
En este sentido, si a mediados del siglo XIX la “epidemia” de la “crisis de
superproducción” significa un “retorno momentáneo” a la “barbarie”, debido a la
destrucción de fuerza productiva (ídem: 26 y ss.), la “crisisde nuestros días
(que es “estructural”) representa no sólo un retorno momentáneo, sino una
amenaza permanentemente presente, que tiende a anclarse en la cotidianeidad
de nuestras vidas. Dirá Menegat:
“En ese sentido, hubo cambios en la manifestación de la
‘regresión a la barbarie’ que pueden ser observados en el
desarrollo histórico más reciente del capital, permitiéndonos hablar
de una tendencia permanente a la barbarie – no s momentánea
–, con trazos conceptuales más nítidos que los de periodos
precedentes. Esos trazos pueden ser entendidos a partir del
contexto en el cual se da hoy la valorización del capital, que ha
divido a todos los países del mundo en nichos de incluidos y
legiones de excluidos, trayendo las formas de una regresión que
va de las manifestaciones de la cultura de nuestra época hasta el
debate de la política, en donde el irracionalismo vuelve a irrumpir
con una desenvoltura no imaginada en las primeras décadas pos-
II Guerra Mundial” (ídem: 27; traducción nuestra).
Otra distancia histórica que re-significaría este concepto en la actualidad,
sen este autor, se constituiría a partir del hecho de que, hoy, es insuficiente
explicar la “barbarie” contemporánea apenas a partir de aquella noción de
destrucción de fuerzas productivas durante las “crisis” sistémicas de “súper-
producción”. Las expresiones actuales de la “barbarie” no se restringen ni se
reducen a las crisis “clásicas” del capitalismo, sino que, se dan en dosis
menores y se esparcen por la cotidianeidad bajo múltiples formas “destructivas”
y de “violencia”. Seguramente, la más dramática de estas expresiones en el
actual nivel de “civilización” junto a la creciente e incontrolable destrucción
ambiental en curso –, se constituya por la “expulsión” de enormes contingentes
humanos del proceso de producción material de la vida, de trabajo, que bajo el
capitalismo, es la única forma que la gran mayoría de la población mundial
(despojada de medios propios de producción y, por ende, obligada a vender su
fuerza de trabajo para poder reproducirse básicamente) se realiza bajo la forma
de la compra-venta de fuerza de trabajo. En este sentido, la llamada “población
excedente para las necesidades del capital, expresa la sustancia
contemporánea de la barbarie, correspondiente al capitalismo en su fase de
“crisis estructural.
En esta línea, si el desempleo actual es un producto del desarrollo de la
lógica de la acumulación del capital, y si la misma llegó a un nivel de
profundización de sus contradicciones inherentes que le obliga “dispensar”, a
tornar “superfluos”, a sectores cada vez más amplios de la población los que
quedan sin espacios ni medios para reproducirse socialmente –, podemos
pensar que “desempleo estructural” y “barbarie” son, en la actual fase del
capitalismo, dos momentos intrínsecamente relacionados, donde la
“descomposición sistémica” que uno expresa en el ámbito de la producción
stricto sensu –, la evidencia el otro en el ámbito de las formas de sociabilidad y
de la cultura. Tanto el “desempleo estructuralcomo la “barbarieperpetua se
refieren a la “crisis” del capital; ambos son productos de la misma.
Decir que el sistema, en su actual estado reproductivo, genera
inevitablemente desempleo como una condición para su funcionamiento
adecuado”, es reconocer que produce barbarie. De modo que, en el capitalismo
en “crisis estructural”,
“[...] el ser humano no se reconoce en sí mismo más allá de la
esfera cada vez más restricta de su reproducción. Ocurre la
cristalización de una forma de existencia social que, a pesar de
sus contradicciones, incorpora esa des-substancialización como
un momento constitutivo, reduciendo así las capacidades de
superación. La inmovilización de los aspectos creativos de la vida
social, producida a partir de la propia lógica de valorización del
capital, que, vale repetir, se realiza como una fase crecientemente
bárbara, impele a todos a una aceptación pasiva de ese proceso,
creando con esto, un rculo vicioso del cual no salimos, sino que
apenas entramos en niveles más profundos de destrucción” (ídem:
34; traducción nuestra).
Entonces, ¿a dónde nos conducen las actuales tendencias del desarrollo
capitalista? ¿Hasta dónde deberá crecer la escala de producción y hasta dónde
diversificarse el consumo? ¿Hasta dónde podrá llegar el proceso de
acumulacn y centralización de capital? ¿Qué dimensiones llegaran a tomar
los monopolios? ¿Hasta dónde será llevada la alineación social que interdicta
las posibilidades de ver la ciega irracionalidad que conduce nuestras vidas?
Estos, así como muchas otros, son los grandes dilemas de estos tiempos.
El contexto actual presenta una escena donde la dinámica
expansivamente contradictoria del capital viene convirtiendo a la búsqueda de
ganancias en un proceso altamente destructivo para la humanidad. El
desempleo, como una expresión clara de la crisis estructural, se torna un trazo
de destructividad impreso al interior de la sociabilidad contemporánea. La
población excedente para las necesidades del capital, que no posee otros
medios para reproducirse que no sea su capacidad de venta como mercancía
“fuerza de trabajo”, es una expresión concreta de la “destructividad” que el
sistema necesita ejercer para reproducirse. No hay detrás de este fenómeno
social ningún misterio, ni finalismo. El “desempleo estructural” actual,
posiblemente en crecimiento, es producto de la lógica desarrollada del capital,
que ha alcanzado sus limites absolutos
76
.
Nos queda claro que la relación social del capital es estructuralmente
contradictoria. No logra sobrevivir sino lucha constantemente contra los límites
que se le presentan, pero no logra reproducirse sin recolocar potenciadamente
sus contradicciones. El capital es un sistema que no consigue superar sus
contradicciones; las resuelve parcialmente hasta que nuevamente lo azotan,
con fuerzas redobladas. La actual reestructuración del capital, que es la
respuesta a su última crisis aguda, se expresa como una tremenda ofensiva del
capital sobre el poder del trabajo, buscando una vez mas en la “súper-
explotación”, el “antídoto” para calmar su “agonía”. Dicha ofensiva del capital,
en este contexto, tuvo como blanco principal las posiciones (político-
organizativas) del trabajo, en tanto clase social antagónica donde realizar el
no poco conflictivo – “ajuste”.
Pero, la historia no es la historia unilateral del capital o de su clase”; la
historia del capital expresa la historia de la relación de lucha entre las clases
fundamentales de la sociedad capitalista. Cada una de sus fases y re-
estructuraciones, según esta perspectiva, representa un resultado siempre
histórico y, en ese sentido, provisorio – de las correlaciones de fuerzas políticas
históricas entre dichas “clases”. En este sentido, de las luchas entre capital” y
“trabajo” que tuvieron su apogeo en la década de 1960, no resultó la
instauración de un proyecto hegemónico del “trabajo” contra el “capital”, mas
bien, fue este último quien, sobre la base de derrotar el proyecto histórico del
primero, ofreció una respuesta victoriosa a su crisis. Esa respuesta se presenta
en la superficie como una reorganización general del ciclo reproductivo,
manteniendo inalterados los fundamentos esenciales del sistema del capital.
76
Dos de estos límites absolutos, que se expresan como tendencias destructivas, son
particularmente graves y merecen ser resaltados una vez más: por un lado, la destrucción y
precarización de la clase que vive de la venta de su capacidad de trabajo – reducidos a fuerza
humana de trabajo y, por otro, la degradación acelerada y creciente del medio ambiente,
producto de un socio-metabolismo irracional con la naturaleza – el cual se efectúa por medio de
aplicaciones científico-técnicas volcadas a producir mercancías para el proceso de
“valorización” del capital.
En este contexto de lucha de clases”, y por su naturaleza dependiente
del trabajo, el capital busca incansablemente nuevas y más eficaces formas de
explotar al trabajo, de extraer “trabajo excedente”. Su naturaleza dependiente
del trabajo se expresa en la contradicción abierta que, por un lado, hace todo lo
posible para debilitarlo y minimizarlo, pero, por otro, no puede existir sin él. En
este sentido, nos dice Holloway:
“En el capitalismo la clase dirigente se ve impulsada
constantemente, en su tarea de obtener plusvalía relativa, a
extraer del proceso de producción a la clase cuya explotación es
la precondición esencial de su propia existencia; con ello debilita
constantemente sus propias bases. Esto mismo se manifiesta
como una tendencia de la composición orgánica del capital a
aumentar, y consecuentemente como una tendencia de la tasa de
ganancia a disminuir [...]” (Holloway; 1994: 99).
De modo que, el capital como relación social, no se reproduce sin
trabajo vivo, y tampoco, puede hacerlo adecuadamente sin reducirlo y rebajarlo
a lo más mínimo. Por esto, dicha relación social es eminentemente conflictiva,
implica una lucha entre clases, incesante.
Detrás de la actual omnipotencia del capital, de su poder casi absoluto
para subordinar al trabajo, puede percibirse su fragilidad. Las sucesivas re-
estructuraciones a que debe someterse para persistir desarrollando su lógica
centrípeta, son manifestaciones de sus profundas limitaciones y de su
dependencia del trabajo. Aquello que hoy aparece como una fortaleza sin
límites es, en verdad, una expresión cada vez más violenta y destructiva de su
“dependencia vital”, de su debilidad. Por s que consiga subsumir al trabajo a
las formas más bárbaras y brutales irracionales en este estado del “progreso”
–, no puede prescindir de él, no puede eliminarlo. Por s que lo niegue, no
existe sin él. Dirá Holloway:
“El único poder social es el trabajo, pero el trabajo está dividido
contra mismo. La división del trabajo es un conflicto constante,
un conflicto entre el trabajo y sí mismo, o más bien entre el trabajo
y su forma enajenada, como capital lo que llamamos lucha de
clases [...]. El capital depende del trabajo para su existencia. Esta
dependencia es al mismo tiempo la contradicción del capital y la
lucha de clases. La dinámica del capitalismo es la dinámica de la
dependencia del capital respecto del trabajo, una dependencia
que se expresa en la fuga constante del capital hacia delante en el
intento incesante de liberarse de la dependencia, en la búsqueda
eterna del dominio perfecto, de la subordinación total del trabajo”
(Holloway; 1994: 33).
Desde esta perspectiva, esta dependencia vital del “capital” para con el
“trabajo” constituye también el poder de este último; es su potencial
transformador en la historia; pues, no puede haber capital sin trabajo, pero si
puede existir trabajo sin capital.
19
4
CAPITULO III
LA PARTICULARIDAD LATINOAMERICANA
(Historia, pensamiento y proyectos emancipatorios)
3.1. América en la dinámica capitalista
¿Por qué el estudio de América Latina como particularidad histórico-
social?
Nos preguntamos por las determinaciones propias de la constitucn de
los peculiares sistemas de mediaciones operantes en América Latina”. Se
busca comprender las implicancias socio-históricas de la “condición periférica”
de Nuestra América, lo cual supone el conocimiento de su papel en la
formación del “moderno sistema-mundo” capitalista, así como en su fase
actual. Podríamos decir que es a partir de la necesidad de explicar “q
somos”, nuestro ser precisamente así. El análisis de la particularidad nos
permite, ante todo, conocer el conjunto de determinaciones y posibilidades
efectivas, histórico-concretas, donde se sitúan y desenvuelven nuestras
experiencias de vida. Entonces, ¿qué somos? Y ¿qué puede y qué debiera
hacerse para dejar de ser lo que somos?
Entendemos que el nivel de análisis de la particularidad latinoamericana
como síntesis dialéctica de universalidad y singularidad debe ser lo
suficientemente inacabado y aproximativo para no caer en “falsas
explicaciones” del fenómeno “latinoamericano”. Nos referimos a dos perspecti-
vas diferenciadamente unilaterales de entender América Latina, que derivan de
las limitaciones de una generalización excesiva, bastante estática, que
homologa todas las realidades singulares de Nuestra América. Dicha
perspectiva, trabaja con la idea de América Latina como un todo homogéneo”
sea por su condición periférica, sea por la unidad” dada por el proceso de
conquista y colonización, especialmente en el ámbito cultural -, donde los
conflictos y asimetrías del continente y sus contradicciones internas tienden a
ser solapadas. Dicha perspectiva, muy presente en nuestro acontecer histórico,
simplifica la complejidad que esta “unidad” comporta, mistificando peligrosa-
mente quitando bases materiales –, el análisis de la particularidad latinoame-
ricana y su carácter eminentemente problemático.
La otra cara de esta moneda, en oposición a esta perspectiva, es la
exaltación lineal de las especificidades, la apología de los particularismos, la
primacía determinista, la tiranía” de lo singular. Este abordaje, también muy
frecuente en la teoría social predominante, igualmente limitado que el anterior
pero de forma opuesta, impide establecer las mediaciones efectivas de lo real,
las determinaciones, y así captar sus recíprocas relaciones. En este sentido, si,
a través del pensamiento, quiere efectivamente re-componerse la particularidad
“latinoamericana” como fenómeno vivo, ambas perspectivas precisan ser
“superadas” – en el sentido hegeliano de avanzar-conservando
77
.
3.1.1. América y los secretos de la formación del moderno sistema-
mundo capitalista. Elementos para su historización
Cuando la producción de riqueza es destrucción de humanidad
“Las penas y las vaquitas se van por la misma senda,
las penas son de nosotros;
las vaquitas, son ajenas
(Atahualpa Yupanqui)
Existían por lo menos dos grandes motivaciones para emprender una
aventura tan improbable y arriesgada como fue el viaje que acabó con el
“descubrimiento” de América. Antes de zarpar rumbo mar adentro, Cristóbal
Colón había tomado contacto con los escritos de Marco Polo que hablaban de
“Cipango”: una región formada por más de trece mil islas en el mar de la India,
77
Es importante remarcar que dicha comprensión histórico-dialéctica de la particularidad
latinoamericana, y del contenido peculiar de su unidad”, no es más (ni menos) que una
representación ideal de lo real. Esto es, no es la génesis, la creación del propio real, como en
Hegel, por ejemplo, sino su elaboración teórica, pensada; es la re-construcción ideal de lo real
a través del pensamiento. En este sentido, queda claro que, desde nuestra perspectiva, la
producción de conocimiento sobre la realidad; la comprensn del movimiento efectivo de la
misma, es una condición necesaria para transformar la objetividad, aunque no es suficiente. Es
necesaria, puesto que sin el dominio reflexivo de las legalidades que conforman lo real no
pueden establecerse finalidades transformadoras efectivas, o sea, posiciones teleológicas
“adecuadas” a lo real; pero, no es suficiente, porque dicha proyección precisa “realizarse”. Tal
pasaje no se efectúa en forma automática, ni mecánicamente, más bien, debe ser entendido
como un proceso conflictivo donde la idea inicial, al objetivarse, se altera sustancialmente; al
tornarse más concreta, se enriquece.
riquísimas en oro y perlas preciosas, y cuyas minas nunca se agotan. Algunos
expertos en el tema, aseguran que los relatos de Marco Polo se refieren al
Jan, y destacan la riqueza en especies de esta zona que contaba con
enormes cantidades de pimienta blanca y negra, tan codiciados como la sal
para la conservación de las carnes en invierno. Cuando el almirante y sus
marineros llegaron a las playas de las Bahamas por primera vez, creyeron
estar pisando las primeras islas de aquel enorme archipiélago descrito por
Marco Polo. Pocos años después, el propio Colón moría creyendo haber
llegado a las puertas de “Cipango”.
Por otra parte, varios de los relatos de aventuras de navegantes
portugueses afirmaban la existencia de vastos territorios navegando al Oeste.
Pruebas más concretas de esto, menos fantásticas, constituían los trozos de
madera curiosamente talladas y algún que otro cadáver extraño traído por el
mar. Estas evidencias palpables y el mito de “Cipango” convencieron a los
reyes de España para financiar la expedicn, puesto que, de tener éxito, les
permitiría acceder a las especies y productos que llegaban desde el Oriente sin
la intermediación de los onerosos revendedores. Sumado a esto, el afán por la
posesión de metales preciosos, que servían de medio de pago en el comercio
mundial en ascenso, fue una motivación fundamental para lanzarse a la
travesía.
Para la Corona, 1492 eran tiempos de ascenso, de reconquista. La unión
de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla intentaba acabar con el
desgarramiento de sus dominios, que venían siendo seriamente amenazados
por los árabes desde hacía un buen tiempo. Paralelamente al “descubrimiento”
de América – “aquella equivocación de grandiosas consecuencias”, en palabras
de Galeano –, se recuperaba Granada, último reducto de los bárbaros” en
suelo español. Habría sido esta larga “guerra santa” de reconquista (que duró
varios siglos), la que había casi vaciado las bóvedas del tesoro real. España
necesitaba plata.
Esto quiere decir que la Iglesia y la religión cristiana desempeñaron un
papel crucial en este proceso. La conquista no podría haber sido tan “eficiente
sino hubiera contado con la tradición militar de las cruzadas de la Castilla
medieval. Las espadas, con cruces grabadas en sus empuñaduras, eran
bendecidas por las autoridades eclesiales, al mismo tiempo que la reina Isabel
se tornaba madrina de la “Santa Inquisición”. De modo que la Iglesia católica
no vaciló en otorgar el carácter “sagrado” de la conquista de América, ni en
nombrar a Isabel “dueña y señora” del Nuevo Mundo, que ensanchaba el reino
de Dios sobre la tierra.
El “descubrimiento” y conquista de América por españoles y portugueses
combinó la propagación de la fe cristiana con el despojo y el saqueo de las
poblaciones nativas. Europa extendía sus brazos queriendo abarcar el mundo
todo. La aparición de un Nuevo Mundo, repleto de riquezas, tesoros, con una
belleza natural deslumbrante, aires y aguas límpidas y gentes tan mansas
como los jaros, empujaba fervientemente al mar innúmeros capitanes,
hidalgos y caballeros, soldados pauperizados y buscadores de tesoros.
Efectivamente, había oro y plata en grandes cantidades en América; Hernán
Cortéz, lo declaraba con entusiasmo a España en 1519, cuando tomaba
posesión del tesoro azteca de Moctezuma. Quince años después, llegaba a
Sevilla el gigantesco rescate del tesoro que Francisco Pizarro arrancara al Inca
Atahualpa, antes de estrangularlo y cortarle la cabeza.
Centro América, por su parte, había hecho años antes su contribución”
a la modernidad. Las primeras expediciones del almirante genovés, habían sido
pagadas con los tesoros allí capturados. La población de esta región,
prontamente dejó de rendir tributos a los nuevos amos, puesto que
prácticamente se extinguió; sepultada en las minas, trabajando en los
lavaderos de oro, o en los campos por extenuación. Para anticiparse al destino
impuesto por los nuevos” opresores blancos, muchos indígenas llegaban a
matar a sus propios hijos para luego suicidarse en masa.
Al descubrimiento” del nuevo mundo le siguió un acelerado proceso de
conquista, el cual se desarrolló en sucesivas etapas. La corona portuguesa
recibía a África de manos del Papa, mientras que todos los territorios
descubiertos y por descubrir en América eran concedidos a Isabel, la católica.
Sin embargo, un tratado firmado en 1494, le permitía a Portugal ocupar tierras
en el nuevo continente. Martín Alonso de Souza, en 1530 funda las primeras
poblaciones portuguesas en Brasil, al tiempo que los españoles ya habían
avanzado bastante en la conquista de estos territorios. En la segunda década
del siglo XVI, las naves de Hernán Cortéz partían rumbo a México, mientras
que en 1523 Pedro de Alvarado se lanzaba a la conquista de centro América.
Completando el cuadro de la conquista, en 1533, Francisco Pizarro entraba
triunfante al corazón del Imperio del Sol, apoderándose del Cuzco. En 1540,
Pedro de Valdivia atravesaba el desierto de Atacama y fundaba Santiago de
Chile (Galeano; 1973: 24).
Las poblaciones nativas de América contaban con una enorme
diversidad; existían tanto astrónomos como tribus caníbales; desde pueblos
con altas culturas, hasta salvajes que vivían en la “edad de la piedra”. Mientras
la civilización que llegaba del otro lado del océano vivía la explosión creadora
del renacimiento, ninguna de las culturas existentes en América en ese
momento conocía el hierro, ni el arado, el vidrio o la pólvora. América aparecía
así, como una creación más de la naciente época moderna. De acuerdo con
Galeano, este desnivel en el desarrollo de ambos mundos explica la relativa
facilidad con que sucumbieron las civilizaciones nativas más elaboradas.
Para tener una idea de la disparidad de fuerzas, basta recordar que
Tenochtitlan, la capital de los aztecas, que contaba con una población cinco
veces mayor que la de Madrid en el momento de la conquista y duplicaba la de
Sevilla, cayó ante las fuerzas de Cortéz que llegaba con no más de 600
hombres, 16 caballos, 32 ballestas, 10 cañones de bronce y algunos pocos
arcabuces, mosquetes y pistolas. Por su parte, Pizarro entró en Cajamarca con
poco más de 180 soldados y 37 caballos, encontrando un ejército de
aproximadamente 100 mil indios. Sin lugar a dudas, los indígenas fueron
derrotados también por la sorpresa. Moctezuma, rey de los aztecas, creyó que
el Dios Quetzalcoatl era quién llegaba por el este; era blanco y de larga barba.
Similar apariencia tenía Viracocha, el Dios bisexual de los Incas. También, el
Este era la cuna de los antepasados heroicos de los mayas. Este breve párrafo
de Galeano es esclarecedor:
“Los dioses vengativos que ahora regresaban para saldar cuentas
con sus pueblos traían armaduras y cotas de malla, lustrosos
caparazones que devolvían los dardos y las piedras; sus armas
despedían rayos mortíferos y oscurecían la atmósfera con humos
irrespirables. Los conquistadores practicaban también, con
sabiduría y refinamiento, la técnica de la traición y la intriga.
Supieron aliarse con los tlaxcaltecas contra Moctezuma y explotar
con provecho la división del imperio incaico entre Huascar y
Atahualpa, los hermanos enemigos. Supieron ganar cómplices
entre las castas dominantes intermedias, sacerdotes, funcionarios,
militares, una vez abatidas, por el crimen, las jefaturas indígenas
más altas” (Ídem: 26).
Pero además, los conquistadores se sirvieron de otras armas: los
caballos y las bacterias, por ejemplo. Unos pocos caballos cubiertos de
atributos de guerra, lograban dispersar eficazmente a masas enormes de
indios, sembrando el terror y la muerte. La viruela, el tétano y otras
enfermedades pulmonares, intestinales y venéreas, también le dieron muerte a
muchos nativos que, indefensos, morían facialmente. Sus organismos no
oponían resistencias a las nuevas enfermedades. Según estimaciones, la
población nativa que pereció ante el primer contacto con los europeos es la
mitad de la que existía al momento de la llegada de los conquistadores (Ídem:
28).
El ansia por el oro y la plata, desde el inicio, se reveló el motor principal
de la conquista. Antes de que Pizarro le cortara la cabeza a Atahualpa, le
arrancó un rescate inmenso estos metales preciosos. Luego, marcsobre la
ciudad sagrada de los Incas, donde sus soldados se deslumbraron por las
bellezas allí albergadas. Sin embargo, esto no impid que saquearan
salvajemente los templos, las residencias reales, especialmente el Koricancha:
el “Templo del Sol”. Forcejeando entre ellos, cada uno buscando llevarse una
buena parte de aquel monumental tesoro, los soldados pisoteaban las joyas y
las imágenes; golpeaban los utensilios de oro y plata fina contra el suelo para
darles una forma mas apropiada para el traslado; arrojaban al fuego preciosas
piezas para convertirlas en barras facialmente manipulables. Las placas que
cubrían el templo del Sol, los asombrosos árboles, pájaros y figuras de tamaño
natural, forjados en oro y plata, y otros objetos del jardín fueron reducidos a
barras de oro y plata, para mejor ser trasladadas a Europa.
España y Europa...
A mediados del siglo XVI, fueron descubiertas las fértiles minas de plata
de Potosí, en lo que hoy es Bolivia. Paralelamente, progresos en la
manipulación química del mercurio, que posibilitaban una mejor explotación de
los metales, acabaron provocando una especie de boom de la plata que,
enseguida, se extendió al oro. El flujo de la plata alcanzó dimensiones
gigantescas, y llegó a representar, a mediados del siglo XVII, prácticamente el
100% de las exportaciones minerales de la Arica hispánica. Según cifras
oficiales, la plata transportada a España en poco más de un siglo y medio era
tres veces mayor que el conjunto de las reservas europeas.
Pero esta enorme contribución al progreso ajeno, no era capitalizada por
España: España tenia la vaca, pero otros tomaban la leche”, en palabras de
Galeano. El tesoro que provenía de América, inmediatamente después de ser
depositado en los cofres de la Casa de Contratación de Sevilla, migraba a
manos de los acreedores del reino, en su gran mayoría, extranjeros. La Corona
estaba hipotecada, y cedía por adelantado todos los cargamentos de plata a
los banqueros alemanes, genoveses, flamencos y españoles. Por otra parte, en
1543, casi el 60% de los impuestos recaudados en el reino eran destinados al
pago de las deudas reales, siendo apenas una ínfima porción de la plata
americana efectivamente incorporada a la economía española.
Al mismo tiempo que la Corona habría varios frentes simultáneos de
guerras religiosas; que la aristocracia española crecía y se dedicaba al
despilfarro; que se multiplicaban los curas y los guerreros, los nobles y los
mendigos; que el precio de los artículos aumentaba aceleradamente junto a las
tasas de interés del dinero; la industria de este país no podía acabar de nacer.
Existen documentos que nos permiten saber que, a finales del siglo XVII,
España sólo controlaba una pequeña proporción del comercio con sus
posesiones coloniales de ultramar (apenas el 5%), quedando la enorme
mayoría del mismo en manos de holandeses y flamencos; franceses y
genoveses; ingleses y alemanes: “América era un negocio europeo” (Ídem: 37).
Carlos V, penúltimo monarca de la dinastía de los Hamburgo, gobernaba
rodeado por un séquito de flamencos rapaces a los que extendía
salvoconductos para sacar oro y plata de España en mulas, a los que
recompensaba con obispados, arzobispados, títulos y hasta las primeras
licencias para el tráfico de esclavos. Empeñado en la persecución del demonio
en todas partes, quemaba el tesoro proveniente de América en guerras
religiosas difusas e interminables. Pero fue su hijo, Felipe II, el verdadero
abanderado del exterminio de la herejía. Fue este quien puso en marcha la
maquinaria infernal de la Inquisición en escala mundial, una vez que el
protestantismo calvinista se había instalado en Holanda, Inglaterra y Francia, y
los turcos eran la amenaza del regreso de Alá. Los maravillosos objetos de oro
y plata, arrancados del arte americano desde México hasta Perú, eran
arrojados en los hornos para sustentar “gastos” de la maquinaria que, también,
hacia arder en la hoguera purificadora a los herejes.
“[...] los capitalistas españoles se convertían en rentistas, a través
de la compra de los títulos de deuda de la Corona, y no invertían
sus capitales en el desarrollo industrial. El excedente económico
derivaba hacia cauces improductivos: los viejos ricos, señores de
horca y cuchillo, dueños de la tierra y de los títulos de nobleza,
levantaban palacios y acumulaban joyas; los nuevos ricos,
especuladores y mercaderes, compraban tierras y títulos de
nobleza. Ni unos ni otros pagaban prácticamente impuestos, ni
podían ser encarcelados por deudas. Quien se dedicara a una
actividad industrial perdía automáticamente su carta de Hidalguía”
(Ídem: 39).
De modo que, aquel reino de vastos latifundios estériles, con una
economía enferma, más que un país que se proyectaba sobre las tendencias
históricas progresivas, parecía marchar “a contramano de la historia”. El
mercado de consumo que su aristocracia parasitaria brindaba, se constituía
como un coto de caza” sumamente interesante para las verdaderas naciones
ricas y pujantes de Europa; éstas sí lograban capitalizar las riquezas
arrancadas por los españoles y portugueses en América.
Las derrotas militares sufridas por España en Europa, la obligaron a
hacer importantes tratados comerciales con Francia, Holanda, Inglaterra.
Aumentó sustancialmente el tráfico marítimo entre el puerto de Cádiz y los de
estos países. Se calcula que, cada año, cerca de mil naves descargaban en
España las manufacturas producidas por otros, quienes se llevaban a cambio
plata y oro de América y lana española, la cual, una vez que pasaba por los
telares extranjeros, retornaba, ya tejida por los polos industriales más
desarrollados, al mercado español, cuyos comerciantes monopolistas no
hacían mas que remarcar sus precios y enviarlas al Nuevo mundo para ser
finalmente consumidas. Queda claro que, en el ámbito histórico europeo de la
época, España ocupaba un lugar lateral.
Su crisis y decadencia continuarían progresivamente con el paso de las
décadas. Para tener una idea, cuando en 1558 Muere Carlos V, España
contaba con 16.000 telares en Sevilla; cuarenta años después, cuando muere
su sucesor Felipe II, apenas restaban 400. Los siete millones de ovejas de la
ganadería andaluza se reducían a dos millones. Por otro lado, el duque de
Medinaceli contaba con 700 criados y 300 eran los sirvientes del gran duque de
Osuna. Concomitante con esto, en el ámbito cultural, se prohibía leer libros
extranjeros y estudiar en el exterior, puesto que la amenaza moderna tocaba
las puertas.
El siglo XVI representó la época del pícaro, del hambre, de las
enfermedades. Con el hambre aparecieron en masa los mendigos, tanto
españoles como extranjeros. Ya 1700 nos muestra un régimen en plena
decadencia; con una aristocracia que, a pesar de todo, no quería parar de
crecer y una población reducida dramáticamente a causa de las epidemias. La
quiebra era completa; es el fin de los Hamburgo. Los Borbones presentaron
una apariencia más moderna, pero sin lograr que el clero detenga su ritmo de
crecimiento y que la población improductiva frene su potente desarrollo. Los
latifundios y los mayorazgos seguían vigentes, al igual que el oscurantismo.
Villa Imperial de Potosí: éxtasis y agonía
“Soy el rico Potosí, del mundo soy el tesoro,
soy el rey de los montes y envidia soy de los reyes
78
Al otro lado del atlántico, en Poto, la plata sirvió para levantar templos,
palacios, monasterios; motivó la tragedia y la fiesta; derramó sangre y vino;
encendió la codicia y desató el despilfarro y la aventura. La espada y la cruz
marchaban juntas en la conquista y el despojo colonial. Para arrancar la plata
de América se dieron cita en Potosí los capitanes, los caballeros, los apóstoles,
los soldados y los frailes. Convertidas en piñas y lingotes, las vísceras del cerro
rico alimentaron sustancialmente el desarrollo de Europa.
Potosí contaba con 120.000 habitantes en 1573, cuando era
verdaderamente la vena yugular del virreinato y el manantial de la plata de
América. Apenas 30 años después de que surgiera, la Villa Imperial tenía la
misma población que Londres, Madrid, Roma o París. Un nuevo censo en 1650
declaraba que la ciudad contaba con 160.00 habitantes, y quedaba ubicaba
dentro de las ciudades más grandes y ricas del mundo.
78
Inscripción del escudo de la Villa Imperial de Potosí, hecho a pedido del emperador Carlos V,
como señal de gratitud por las riquezas que entregaba (Galeano; 1973: 32).
Sin embargo, la historia de Potosí no había comenzado con la llegada de
los españoles. Antes de la conquista, el inca Huayna Cápac tenía conocimiento
del cerro hermoso (Sumaj Orcko) pudiendo contemplarlo cuando, enfermo, fue
llevado a unas termas curativas. El tamaño del cerro, sus tonalidades rojizas,
su imponencia y majestuosidad dejaron estupefacto al inca, quién enseguida
sospechó que aquel gigante de forma cónica casi perfecta seguramente
albergaría cuantiosas piedras preciosas y ricos metales, que servirían para su
antigua pretensión de sumar nuevos adornos al Koricancha (Templo del Sol) en
Cuzco
79
.
Las creencias relatan que, una vez que los mineros indígenas se
aprestaron a comenzar los trabajos de extracción de plata del cerro, una voz
fuerte como un trueno que parecía venir de las profundidades de la montaña
les habría impedido proseguir, diciendo que era Dios quien había reservado
estas riquezas para otras gentes, que “vienen de más allá”. Los indios huyeron
y el Inca abandonó el cerro. Cuando llegaron “los de más allá” a las tierras del
inca Huayna Capac, éste ya había muerto. Apenas los conquistadores
comprobaron la abundancia y la facilidad de plata pura que el cerro ofrecía, se
desató la avalancha española y la riqueza fluyó.
Ya en 1556, poco más de diez años después del descubrimiento de la
plata del cerro rico, la recién nacida Villa Imperial festejó la coronación de
Felipe II durante veinticuatro días. Los buscadores de tesoros afluían a sus pies
febrilmente, haciendo brotar rápida y desorganizadamente, una ciudad a los
pies del cerro. Potosí pasó a ser el nervio principal del reino, según el virrey
Hurtado de Mendoza. A comienzos de 1600, la ciudad contaba ya con más de
30 Iglesias muy bien ornamentadas; mas de 30 salones de juego, varias
escuelas de baile; salones y teatros, etc. En 1579, ya existían en Potosí, para
enojo de varias autoridades eclesiales, varios prostíbulos donde concurrían
asiduamente los mineros ricos. En 1608, las fiestas del santísimo sacramento
se festejaron con seis días de comedias y seis noches de máscaras; ocho días
de toros y tres de saraos; dos de torneos y otras fiestas (Ídem: 34).
79
El oro y la plata que los incas extraían de las minas no salían de los límites del reino; no eran
utilizados con fines de comercialización, sino para adorar a los dioses.
En enorme medida, el saqueo de los territorios conquistados y
explotados fue posibilitador de la emergencia de una nueva época histórica en
la evolución de la economía de las sociedades; en las formas de estructuración
de las relaciones de producción de la vida material de la sociedad. La
incorporación de América y sus grandiosos tesoros al sistema-mundo
emergente, impulsó la fuerte expansn del mercantilismo, y con éste el
intercambio desigual, en una escala mucho más mundializada. De acuerdo con
los estudios económicos de Mandel (1980), es notable como la gigantesca
masa de capitales que aparecen con América repercute en Europa,
estimulando el “espíritu” moderno de industria y financiando la multiplicación de
las manufacturas que estarían en la base de la revolución industrial.
Como contra-cara de esto, al mismo tiempo que esa gigantesca
acumulacn de capitales en Europa, especialmente en los principales polos,
permitía el desarrollo industrial moderno de estas áreas, impedía que en las
regiones víctimas del saqueo, dicho “progreso” pudiera tener lugar.
“Las colonias americanas habían sido descubiertas, conquistadas
y colonizadas dentro del proceso de la expansión del capital
comercial. Europa tendía sus brazos para alcanzar el mundo
entero. Ni España ni Portugal recibieron los beneficios del
arrollador avance del mercantilismo capitalista, aunque fueron sus
colonias las que, en medida sustancial, proporcionaron el oro y la
plata que nutrieron esa expansión [...]. A la rapiña de los tesoros
acumulados sucedió la explotación sistemática, en los socavones
y en los yacimientos, del trabajo forzado de los indígenas y de los
negros esclavos arrancados del África por los traficantes”
(Galeano; 1973: 44).
El veloz crecimiento del comercio mundial exigía ser correspondido con
el aumento de los medios de pago, disponibles para soportarlos. Enormes
cantidades de oro y plata fueron necesarias para lograr el tremendo dinamismo
adquirido por el tráfico de mercaderías. La economía colonial, más
abastecedora que consumidora, se estructuraba de acuerdo con las
necesidades del mercado europeo y su servicio. Las colonias latinoamericanas
exportaban hasta cuatro veces más de lo que importaban (incluidos aquí los
esclavos, alimentos y artículos de lujo); sus estructuras económicas nacieron
subordinadas al mercado externo, centradas en torno del sector exportador, el
que acabó concentrando las rentas y el poder. Podría decirse que América fue
una presencia determinante para el parto exitoso del capitalismo. Desde el
inicio, desde la etapa de los metales, hasta el posterior suministro de alimentos,
cada región produjo lo que en Europa se esperaba de ella. Los mercados del
mundo colonial surgieron como meros apéndices del mercado interno del
capitalismo que irrumpía (Ídem: 44).
La explotación de la fuerza de trabajo nativa en América: o el sistema
productivo colonial se alimenta del genocidio del indio
En 1581, hasta el propio Felipe II denunciaba, hipócritamente, claro, el
genocidio indígena que se estaba llevando a cabo en el “nuevo mundo”. “Su”
feudalismo venía siendo corroído, paradójicamente, por causa del ingreso en el
escenario mundial de las riquezas descubiertas y traídas desde América. Tanto
la Corona española como la portuguesa, parecían morir al ritmo de la
expansión del naciente “mercantilismo capitalista”. Este proceso originario del
capitalismo exigía en América la formación de una enorme y extensa fuerza
social de producción, de un potente trabajo colectivo: una suerte de
“proletariado externo” que viene a complementar y a dar impulso a la economía
europea. El vigor que el naciente sistema-mundo capitalista exigía, implicó una
explotación de la fuerza humana de trabajo que acabó representando el
monumental genocidio de las poblaciones nativas. De acuerdo con Galeano:
La esclavitud greco-romana resucitaba en los hechos, en un
mundo distinto; al infortunio de los indígenas de los imperios
aniquilados en la América hispánica hay que sumar el terrible
destino de los negros arrebatados de las aldeas africanas para
trabajar en Brasil y en las Antillas. La economía colonial
latinoamericana dispuso de la mayor concentración de riqueza de
que jamás haya dispuesto civilización alguna en la historia
mundial. Aquella violenta marea de codicia, horror y bravura no se
abatió sobre estas comarcas sino al precio del genocidio nativo”
(ídem: 58; subrayado del autor).
Para tener una idea de las profundas dimensiones de este hecho
histórico, basta recordar que el México pre-colombino contaba con una
población de 37 millones al momento de la llegada de los conquistadores
más o menos la misma cantidad que las poblaciones andinas –, y Centro
América con 12 millones aproximadamente. Esto significa que, a la llegada de
los conquistadores América contaba, por lo menos, con casi 100 millones de
habitantes. Apenas un siglo después de ocurrido el llamado “encuentro de
culturas”, la población total del nuevo mundo se veía alevosamente reducida a
3,5 millones de habitantes. O sea, el genocidio representó la desaparicn de
más del 95% de la población.
La contundencia de estas cifras, ofrecidas por el rico estudio del
brasilero Darcy Ribeiro, contradice abiertamente las varias declaraciones de la
Iglesia en la época, la cual evaluaba como “mejor” y más “libre” la vida de los
indios en América
80
. A pesar de estas “santas impresiones, crecían
diariamente los que, ante los tribunales, reivindicaban la condición de mestizo,
para salvarse de ser enviados a los pozos, o que los vendieran y revendieran
una y otra vez en el mercado (Ídem: 59 y ss.).
A pesar de que ya en 1619 se informaba que el promedio de vida de los
trabajadores indígenas de las minas (que tenían contacto con mercurio), era de
4 años, todavía en 1631, Felipe IV ordenaba continuar con la explotación.
Mientras que las minas de mercurio eran exclusivamente explotadas por la
Corona, las de plata lo eran por empresarios privados. Se calcula que el Cerro
Rico de Potosí, en 300 años, consum 8 millones de vidas. Los indios,
arrancados de sus tierras comunales, eran “arriados” hacia el cerro, junto con
sus mujeres e hijos. Eran perseguidos como animales para que rindan como
fuerza de trabajo en las minas. De cada 10 indígenas que iban para el cerro,
solo volvían 3. Sabían muy bien que en el cerro los esperaban “mil muertes”.
Tratados como animales salvajes, eran diariamente arrojados a las bocas del
cerro, quien los consumía productivamente, por lo menos, por 4 os. Luego,
deberían ser renovados, reemplazados por otros para que el proceso de
extracción de metales preciosos con el cual se estaba revolucionando el
sistema mundial –, no se detuviera
81
.
Si se estudia lo que significó el régimen de la mita, se podrá tener una
noción aproximada de la barbarie presente en la nesis del sistema mundo
80
Es importante recordar que, estos procesos efectivos de exterminio aborigen, eran
contradecidos por las “Leyes de Indias”, las que, jurídicamente, sancionaban la igualdad de
derechos de indios y españoles. Estas leyes de Indias, como se verá enseguida, no eran s
que “letras muertas” en América.
81
Según el estudio del argentino Sergio Bagú, es seguro que en las minas han sido arrojados
millares de indios escultores, arquitectos, ingenieros, astrónomos, confundidos entre una
multitud de esclavos. La habilidad técnica no era de interés para la realización de un trabajo
bruto como el de la extracción mineral.
capitalista. La “mita” era, literalmente, una trituradora de indios. El empleo del
mercurio para la extracción de la plata envenenaba; hacía caer el cabello y los
dientes, y provocaba temblores incontrolables. Los humos y gases emanados
por las miles de fogatas que cada noche iluminan desde las laderas del cerro
rico, donde, aprovechando el viento, se forjaba la plata, habían hecho que no
restara prácticamente vegetación o sembrados en 20 kilómetros a la redonda
del cerro.
Pero, a pesar de estos hechos palpables, las justificaciones ideológicas
del proceso no faltaban, ni se hacían esperar. La vida que tenían los paganos
nativos del nuevo mundo era merecida por ofender a Dios.
“Se transformaba a los indios en bestias de carga, porque
resisan un peso mayor que el que soportaba el débil lomo de la
llama, y de paso se comprobaba que, en efecto, los indios eran
bestias de carga. El virrey de México consideraba que no había
mejor remedio que el trabajo en las minas para curar la ‘maldad
natural’ de los indígenas. Juan Ginés de Sepúlveda, el humanista,
sostenía que los indios merecían el trato que recibían porque sus
pecados e idolatrías constituían una ofensa a Dios. El conde de
Bufón afirmaba que no se registraba en los indios, animales
frígidos y débiles, ‘ninguna actividad del alma’” (Ídem: 62).
De igual modo que se distribuían las tierras conquistadas en el nuevo
mundo, los colonizadores se distribuían a los indios. Desde 1536, los nativos
eran entregados en “encomienda”, junto con su descendencia, por el término
de dos vidas: la del encomendero y la de su heredero inmediato. Poco menos
de un silgo después, en 1629, el régimen fue extendido a tres vidas, y en 1704
a cuatro. Esto ocurría, a pesar de que el Santo Padre Paulo III reconociera, en
1537, a los indios como “verdaderos hombres”. Sin embargo, la historia de esta
monumental opresión no está exenta de resistencias y contestaciones por parte
de los explotados.
En el Perú de 1781, y liderados por el inca Tupac Amaru, los indígenas –
“combustible” del sistema productivo colonial – sitiaron el Cuzco. Cacique
mestizo, descendiente directo de los emperadores incas, encabezó el
movimiento revolucionario indígena de mayor envergadura. Luego de entrar
triunfante en la plaza de Tungasuca, condenaba a la horca al corregidor real
Antonio Juan de Arriaga, al mismo tiempo que disponía la abolición de la “mita”
de Potosí, la cual había diezmado las poblaciones andinas en los socavones de
la plata del Cerro Rico. Pocos días después, y con la rebelión hecha un viento
que propaga el fuego, José Gabriel Condorcarqui, “Tupac Amaru”, decretaba la
liberación de los esclavos hecho que se repetiría algunos os después con
la revolución de los jacobinos negros” en la isla de Haití, antes de aquellos
sucesos –, abolía los tributos e impuestos y anulaba el “reparto” de mano de
obra india bajo cualquiera de sus formas. Eran millones y millones los
indígenas que se sumaban al cacique guerrillero para “morir bajo sus órdenes”.
Ernesto Che Guevara habría afirmado: “es mejor morir de pie que vivir
arrodillado...”
Luego de ser traicionado por uno de sus jefes, y habiendo hecho “que la
tierra tiemble” por algunos momentos, el líder de la rebelión andina es
entregado a las autoridades reales, encadenado, en el Cuzco. Una vez que les
fueran aplicados junto al hijo y a su mujer, Micaela Batidas los
monumentales suplicios por todos ya conocidos y registrados por toda la
historiografía “seria”, fue decapitado y enviada su cabeza al pueblo donde la
insurrección habría comenzado. Suerte similar habrían corrido sus
extremidades, mientras que el torso habría sido quemado en el Cuzco (Ídem:
67).
En el México de los curas rurales Hidalgo y Morelos, el movimiento
revolucionario tenía características bien menos mesiánicas que las del altiplano
andino. Con cuna en la Iglesia de Dolores, el hasta entonces apacible Padre
Miguel Hidalgo, llamaba a los indios a luchar por su liberación. lo algunas
semanas después, más de 80 mil hombres lo seguían, amparados por la virgen
india de Guadalupe. Con su ejército armado de machetes, ondas, picos, arcos
y flechas, el movimiento revolucionario se proponía poner fin a los tributos, y
“re-partir” las tierras de Guadalajara; enseguida decretaron la libertad de los
esclavos y avanzaron sobre la Ciudad de México.
Una vez que fuera militarmente derrotado, el Padre Hidalgo fue fusilado
por las fuerzas enemigas. Aunque la revolución encontró pronto otro líder que
la “encabece” en el sacerdote José Morelos, y logró extenderse hasta abarcar
un basto territorio, el movimiento es finalmente derrotado y fusilado su referente
máximo. Algunos años después, la “Revolución mexicana resultaría un
beneficioso negocio para los españoles, tanto para los nacidos en el viejo como
en el nuevo mundo (Ídem).
En Bolivia, hasta la revolución de 1952, los indios fueron considerados
bestias de carga de los blancos europeos. Confinados al éxodo permanente,
empujados hacia las zonas más pobres y áridas, a medida que la civilización
capitalista se extendía, “los indios padecían la maldición de la riqueza de la
tierra que habitaban”. Al donde se encontraran minas y/o tierras fértiles, la
vida de las comunidades aborígenes era vorazmente engullida por el afán de la
producción de riquezas. Por su parte, en el Uruguay y la Patagonia argentina,
los indios fueron sistemática y planificadamente exterminados. Se los acorraló
de bosques y desiertos para que entorpecieran el avance de las pujantes
haciendas ganaderas, y de lo que luego sería llamado “el granero del mundo”.
De acuerdo con Galeano, las matanzas indígenas que comenzaron con
Colón, nunca cesaron. En Brasil, hasta unas décadas atrás, se desató una
nueva y más moderna cacería de indios, en la floresta más enorme que existe:
la Amazona. A finales de la década de 1960, y haciendo uso de los servicios
prestados por la dictadura miliar que dio el golpe en 1964, comenzaron a llegar
a Brasil hombres y empresas de los Estados Unidos, entusiasmados con las
condiciones de posibilidad de realizar una “nueva” conquista; idea que no tardó
en despertar la codicia de grupos propiamente “brasileros” que, no menos
eufóricos, se asociaron sin vacilar (Ídem: 75).
Desde hace 500 años, y hasta nuestros días, la enorme mayoría de los
indios que han conseguido sobrevivir al exterminio sistemático, son víctimas del
orden económico-social imperante a escala mundial. Participan del mismo
desde el triste papel de ser los más explotados de los explotados.
“Villa Rica de Ouro Preto: la Potosí de Oro”
A diferencia de la América española, Brasil no parecía contener metales
preciosos. Desde su “descubrimiento”, y por más de dos siglos, el chao
brasilero se había resistido a entregar sus tesoros a los portugueses. Durante
los primeros periodos de la colonización, la actividad económica principal fue la
explotación de la madera del Palo Brasil. Inmediatamente, comenzaron a
aparecer las extensas áreas dedicadas a la explotación del azúcar, en el
nordeste del ps.
Por otra parte, las poblaciones nativas de estas regiones no
conformaban lo que podría llamarse una “gran cultura”, como la andina; la de
México y la de centro-América. Más bien, eran pueblos dispersos, que no
conocían los metales. Fueron los portugueses quienes, por su propia cuenta,
debieron descubrirlos. La búsqueda del oro implicaba incursiones en territorios
extremamente bastos, en su gran mayoría en posesión indígena. La empresa
colonial debía abrir el paso y, para ello, precisaba conquistar los territorios y a
sus habitantes.
En este “negocio”, en una de esas incursiones exploratorias, andando en
la dirección del río San Francisco, los bandeirantes de São Paulo advierten la
existencia de oro en pequeñas cantidades en bancos de ríos y riachuelos.
Escarbando un poco en las arenas de éstos, podían encontrase pepitas de oro
de tamaños interesantes, hecho que señalizaba la existencia del metal precioso
debajo de la superficie. Esto inmediatamente motivó que tanto las búsquedas
como los métodos de extracción se multiplicaran y se perfeccionaran. De esta
manera, hace su entrada en la escena moderna la región de Minas Gerais, en
Brasil: la mayor cantidad de oro hasta entonces descubierta en el mundo, que
fuera extraída en el menor espacio de tiempo. Fue, sin dudas, por esto que
Ouro Preto, entonces, se tornó la comarca más importante de aquel país (Cf.
Ídem: 78).
Se calcula que, a lo largo del siglo XVIII, la producción de metal en Brasil
supera el volumen total del oro que España habría extraído de sus colonias,
durante los dos siglos anteriores. La potencia e intensidad desatada con los
descubrimientos mineros, puede verse si se toma en cuanta el hecho de que,
este país, en 1700, contaba con, aproximadamente, 300 mil habitantes, y que,
apenas un siglo más tarde, su población se había multiplicado más de diez
veces. Además, se estima que llegaron a estas tierras (ahora sí, riquísimas), a
lo largo del siglo XVIII, aproximadamente, 300 mil portugueses. Por otra parte,
la cifra de negros esclavizados traídos del África como fuerza de trabajo
hasta el fin de la esclavitud, asciende a 10 millones. Este es el Brasil que se
configura a partir del llamado “ciclo del oro” (Cf. Ídem: 79).
Mientras el anterior “ciclo del azúcar” se organizaba teniendo a San
Salvador de Bahía como eje, el ciclo del oro” lo desplazó hacia el Sur,
tornando a Río de Janeiro, a mediados del siglo XVIII, el centro potico-
económico de la región. Como resultado de la avalancha desatada de mineros
buscadores de tesoros, Ouro Preto se convierte en ciudad en 1711. Apenas 25
años después, se decía que el poder de los comerciantes de esta ciudad era
incomparablemente mayor que los más flamantes y prósperos mercaderes de
Lisboa. Por el poder de sus riquezas, escribe el autor uruguayo, la Villa Rica de
Ouro Preto es la piedra preciosa del Brasil: la Potosí del oro.
Al igual que en el altiplano boliviano, la riqueza de Ouro Preto era, en
buena medida, arrojada al derroche. Igual que en Potosí, los lujos, las fiestas
de varios días y semanas, los adornos suntuarios, eran canales habituales de
las riquezas febrilmente arrancadas de la tierra. El cultivo de la misma se tornó
algo poco interesante para los nuevos habitantes, en su enorme mayoría,
interesada en la minería. Se llegó a la escasez de algunos alimentos
elementales por este motivo, en medio del “precioso auge extractivo”. Al igual
que las comunidades andinas, los esclavos del Brasil quemaban sus días en
los lavaderos de oro, donde comían, dormían, y la “organización de la
producción atrofiaba sus huesos. Las enfermedades corrientemente y
contraídas fácilmente a causa de las paupérrimas condiciones de vida y/o
trabajo, comenzaron a ser vistas como una “bendición del cieloque acortaba
las penurias.
Pero, la explosión provocada por el oro del Brasil, no sólo incrementó la
importación de esclavos; además, absorbió buena parte de la mano de obra ya
existente, ocupada en la explotación de la caña de azúcar y del tabaco en otras
regiones del país. El hambre de los esclavos en Ouro Preto no podía evitar
provocar la escasez de mano de obra en la agricultura. Trabajando en las
minas, los negros – incluso los de Guinea, que resultaron ser los más vigorosos
– no duraban más de 7 años de trabajo continuo en las minas.
En 1703, a través de un tratado firmado con Inglaterra, Portugal
concedía a esta potencia beneficios comerciales, en tanto, por su parte y como
retribucn, habría su mercado para los vinos portugueses. Por su parte, éstos
se comprometían a hacer lo mismo con su mercado y los de sus colonias para
las manufacturas británicas, las cuales no se pagaban, justamente, con vinos,
sino con el oro del Brasil. De modo que, y al igual que sucedía con Espa y la
plata de Potosí, el oro extrdo en América y llevado a Europa, no permanecía
mucho tiempo en suelo portugués; más bien, este era un puerto de paso. Pero,
además, este intercambio desigual con Inglaterra, que abortaba las
posibilidades de industrialización, incluso incipiente, tanto en Portugal como en
Brasil, permitió la concentración y profundización de las inversiones en el
sector manufacturero inglés (Cf. Ídem: 85). Este proceso, aca posibilitando el
traslado del centro financiero de Ámsterdam a Londres. Sin esta acumulación
de reservas metálicas, monetarias, Inglaterra no hubiera podido enfrentar, mas
tarde, a Napoleón.
Por su lado, sólo templos oscuros y finas obras de arte quedaron como
testimonio del esplendor de Ouro Preto. Condenados a la pobreza en función
del progreso ajeno, los pueblos de estas zonas debieron arrancar sus
alimentos de las empobrecidas tierras ya vaciadas de metales preciosos. En
nuestros días, los territorios de Minas Gerais, así como los del nordeste, son el
reino del latifundio, altamente productivo y parasitario.
Cuando el Azúcar no endulza...
Si bien la squeda de metales preciosos fue el motor primero de la
conquista de América, el azúcar representó, por casi tres siglos, el producto
agrícola colonial de exportación por excelencia. Habría sido el propio almirante
Colón, en su segundo viaje, quien trajera las primeras rces de la caña y las
plantara con suceso en las antillas. El azúcar era un producto altamente
codiciado por los europeos; lo se cultivaba en algunas pequeñas zonas del
mediterráneo y de África, o podía comprarse a precios elevados a los
comerciantes de Oriente. Los cañaverales del nordeste brasilero, luego los de
las islas caribeñas, la costa peruana y Veracruz, ofrecían condiciones propicias
para la explotación a gran escala del llamado “oro blanco” (Cf. Ídem: 89).
Aparecen así las “grandes plantaciones”, fruto de la plantación
“extensiva” de caña de azúcar, como una empresa movida por la búsqueda de
ganancias en función de la demanda creciente del mercado europeo. Para tal
finalidad, fue necesaria la disponibilidad de brazos plantadores, los cuales eran
encontrados en África en buenas cantidades. Innumerables legiones de
esclavos fueron traídas a suelo americano como mano de obra gratuita para
producir el largo ciclo del Azúcar en América Latina, que, al igual que la fase
del oro y la plata, generaron momentos de éxtasis en algunas zonas donde se
dio su auge y, posteriormente, profundas agonías cuando llegó el cansancio de
la naturaleza por el monocultivo
82
. Dirá el escritor uruguayo: “Cuanto más
codiciado por el mercado mundial, mayor es la desgracia que un producto trae
consigo al pueblo latinoamericano que, con su sacrificio, lo crea”(Ídem: 92).
Por otra parte, el ciclo del azúcar representó un estímulo fundamental
para el desarrollo industrial de naciones como Holanda, Inglaterra, Francia y
Estados Unidos. En dichas plantaciones”, según Galeano, se combinaban tres
edades históricas distintas en una misma unidad económico-social: el
mercantilismo, el feudalismo y la esclavitud; y lo hacían teniendo su eje de
articulación en el mercado internacional, “quien estaba en el centro de la
constelación de poder que el sistema de plantaciones integró desde temprano”
(ídem: 90). Es de la plantación colonial, subordinada a las necesidades
extranjeras (y en muchos casos, financiada desde afuera), de donde proviene
el latifundio que llega hasta nuestros días.
“A fines del siglo XVI, había en Brasil no menos de 120 ingenios,
que sumaban un capital cercano a los dos millones de libras, pero
sus dueños, que poseían las mejores tierras, no cultivaban
alimentos. Los importaban, como importaban una basta gama de
artículos de lujo que llegaban, desde ultramar, junto con los
esclavos y las bolsas de sal. La abundancia y la prosperidad eran,
como de costumbre, simétricas a la miseria de la mayoría de la
población, que vivía en estado crónico de sub-nutrición” (Ídem:
94).
Mientras que las colonias españolas brindaron metales preciosos, el
azúcar fue relegado a segundo plano, cultivándose sólo en algunas zonas
propicias. No es el caso de Brasil. Este país, que desde los inicios había
negado al conquistador los tesoros minerales que albergaba en su seno, hasta
mediados de 1600 fue el principal productor mundial de azúcar. Esta empresa
necesitaba movilizar permanentemente enormes cantidades de brazos para la
producción del recurso, y las poblaciones nativas tempranamente se
82
“Al integrarse al mercado mundial, cada área conoció un ciclo dinámico; luego, por la
competencia de otros productos sustitutivos, por el agotamiento de la tierra o por la aparición
de otras zonas con mejores condiciones, sobrevino la decadencia [...]. El nordeste era la zona
más rica de Brasil y hoy es la más pobre” (Ídem: 91). Pero, esto no ocurrió apenas con el
azúcar; también fue el caso, nos recuerda este autor, del cacao en Venezuela, por ejemplo; del
algodón en Maranhão; de las plantaciones de caucho del Amazonas; de los desbastados
bosques del quebracho colorado en el norte argentino y en Paraguay; del café y de las
plantaciones de frutas del Brasil, Colombia, Ecuador y los pobres países centroamericanos.
demostraron insuficientes para cumplir con este mandato de la explotación. Los
indígenas que habitan la actual región que ocupa Brasil (que no eran grandes
culturas como la inca o la maya, sino que se mostraban relativamente
pequeñas y dispersas si comparadas con aquellas) habían sido “quemados”
productivamente en los trabajos forzados del inicio de la conquista. Fueron
gentes del África, cazados en sus tierras y traídos como esclavos al nuevo
mundo”, quienes brindaron la energía humana necesaria a esta empresa
colonial en franca expansión.
Puede decirse que la sociedad colonial brasilera se constituyó como
fruto del ciclo del azúcar, que florecen Bahía y Pernambuco, hasta que el
descubrimiento del oro de Minas Gerais trasladara el eje económico para
aquella región. Dicho desplazamiento no ocurrió sin antes haber mutilado, a
través del monocultivo de la caña, los suelos donde fueron establecidos los
grandes ingenios y plantaciones. Las amplias regiones húmedas del litoral
nordestino, de tierras rtiles, ricas en humus y sales minerales; los frondosos
bosques que se extendían de Bahía hasta Ceará, formando un área muy
propicia para el cultivo de alimentos de muy diverso tipo, se transformaron,
gracias a la plantación extensiva de caña, en una tierra estéril, de hambre. El
nordestede Brasil es, en la actualidad, una de las regiones más pobres del
continente, aunque “de sus tierras”, dirá Galeano, “brotó el negocio más
lucrativo de la economía agrícola colonial en América Latina” (ídem).
Por su parte, y a medida que el ciclo del azúcar se expandía por el
continente, las Antillas fueron sucesivamente incorporadas al mercado mundial
como productoras. La división internacional del trabajo que nutrió el desarrollo
del capitalismo, esclavizó a estas islas (muchas, hasta nuestros días) en la
producción del oro blanco”. A principios de 1700, en la isla de Jamaica, los
esclavos de la caña eran diez veces más numerosos que los colonos blancos;
“también su suelo se cansó en poco tiempo (...) En la segunda mitad de ese
siglo, el mejor azúcar del mundo brotaba del suelo esponjoso de las llanuras de
la costa de Haití (ídem: 99), la entonces colonia francesa llamada Saint
Domingue.
La explotación de esta isla requería una enorme cantidad de brazos para
ser movilizada. Según puede comprobarse, en 1786 llegaron a la colonia 27 mil
esclavos, y al año siguiente, 40 mil; en 1791, estalla una revolución. La rebelión
de los esclavos incendia las extensas plantaciones, provoca enfrentamientos
en bastos territorios y empuja al mar a los soldados franceses. Se desarrolló
una larga y sangrienta guerra que acabó en la derrota de los “jacobinos negros
en los primeros años del 1800, al tiempo que Inglaterra se tornaba la potencia
marítima sin contestacn. Luego de la crisis de Haití, el precio del azúcar en el
mercado mundial subió enormemente, lo que insufló el auge azucarero de
Cuba, ultrapasando al café. La isla de Cuba rápidamente se convirtió en el
principal proveedor de azúcar del mundo, razón por la cual, ya para 1806,
había duplicado los ingenios y la productividad.
Por el año de 1762, cuando fugazmente los ingleses se apoderaron de
La Habana, Cuba contaba con una economía rural básicamente estructurada
sobre la producción de tabaco en pequeñas plantaciones y la ganadería. La
Habana, donde podía verse un considerable desarrollo de las artesanías,
poseía una fundición importante que le daba la capacidad para fabricar
cañones, y contaba con el primer astillero de América Latina, capaz de
construir en gran escala buques mercantes y navíos de guerra. En sólo once
meses bajo el control inglés, fue introducida en Cuba una cantidad de esclavos
que, normalmente”, hubiera llevado 15 años. Desde esa época, la economía
cubana era reestructurada en función de los intereses extranjeros ligados al
ciclo del azúcar que dominó casi dos siglos, y motivara la reflexión de José
Martí: ”El pueblo que confía su subsistencia a un sólo producto, se suicida” (Cf.
Ídem: 105).
Desde entonces y hasta 1959, cuando los insurgentes de la Sierra
Maestra tomaron el poder en Cuba, el azúcar marcó los caminos de su historia;
poniendo y sacando dictadores, dando o negando trabajo a los obreros, decidía
la prosperidad y la profundidad de las crisis. Hasta la revolución, Cuba vendía
casi todo su azúcar en Estados Unidos, de donde importaba automóviles,
máquinas y productos químicos, papel y ropa, arroz y frijoles, ajos y cebollas,
grasas, carne y algodón. El país del azúcar importaba casi la mitad de las
frutas y las verduras que consumía, siendo que una tercera parte de la
población activa tenía trabajo permanente. Su desarrollo industrial había
resultado muy pobre y lento, concentrando en La Habana más de la mitad de
su producción. En palabras de Galeano:
“El azúcar del trópico latinoamericano aportó un gran impulso a la
acumulación de capitales para el desarrollo industrial de
Inglaterra, Francia, Holanda y, también, de los Estados Unidos, al
mismo tiempo que mutiló la economía del nordeste de Brasil y de
las islas del caribe y selló la ruina histórica de África. El comercio
triangular entre Europa, África y América, tuvo por viga maestra el
tráfico de esclavos con destino a las plantaciones del azúcar”
(Ídem: 119).
Por su parte, en África occidental, las distintas tribus se combatían entre
para aumentar sus prisioneros de guerra, esto es, su reserva de esclavos
para el tráfico mundial. Aunque eran colonias bajo el dominio portugués, éstos
eran meros intermediarios en el tiempo del auge de la trata de negros;
intermediaban entre los capitanes negreros de otras potencias y los “reyes”
africanos. Fue Inglaterra, hasta que se le tornó un obsculo, quién más se
benefició con la compra-venta de carne humana (ídem: 120).
La esclavitud moderna
“La resurrección de la esclavitud greco-romana
en el nuevo mundo no realizó el milagro de multiplicar panes y peces,
pero sí fábricas, bancos y ferrocarriles,
justamente no en los países
donde eran ‘sacados’ los esclavos”.
Galeano, Las Venas Abiertas de América Latina.
Desde los inicios del siglo XVI hasta finales del XIX, varios millones de
africanos atravesaron el océano Atlántico. No se sabe efectivamente cuantos
fueron los infelices, puesto que morían en grandes cantidades en la “travesía”;
sin embargo, una cosa es clara: fueron muchos más que los inmigrantes
europeos que llegaron a estas tierras para “hacerse la América”. Desde el norte
hasta el sur, los esclavos levantaron los edificios y las casas de sus amos, así
como extrajeron las riquezas para que éstos la reenviasen a Europa;
sembraron y cosecharon la caña de azúcar, ca y tabaco, el cacao;
recolectaron el caucho, el algodón, y todo producto que pueda tener una buena
inserción en el comercio mundial. Se pregunta nuestro autor: ¿A cuántas
Hiroshimas equivalieron sus exterminios sucesivos? (Ídem: 121).
Los caciques africanos recibían las mercancías de la industria británica
en expansión, a cambio de las cuales entregaban los cargamentos de esclavos
a los capitanes negreros. Se abastecían, además, de armamentos y
aguardiente para emprender las próximas cacerías en las aldeas. Aquellos que
lograban sobrevivir al hambre, las enfermedades y el hacinamiento de la
travesía, eran exhibidos en harapos en las plazas públicas, luego de haber
desfilado encadenados y semidesnudos por las callejuelas de los poblados
coloniales. A los que llegaban demasiado exhaustos, sin una buena imagen, se
los lustraba con sebo para mejor lucirlos ante los ojos de los compradores,
quienes hacían sus ofertas y pagaban en dinero en efectivo o pagarés a tres
años. Los esclavos que llegaban muy enfermos, eran dejados morir en las
orillas de los muelles. Según lculos de Caio Prado Jr., hasta principios del
siglo XIX, habían llegado a Brasil entre 5 y 6 millones de africanos; para
entonces, Cuba ya era un mercado de esclavos tan grande como lo había sido,
antes, todo el hemisferio occidental (apud Galeano; 1973: 121-2).
Los barcos salían de regreso a Liverpool llevando diversos productos
tropicales, entre los cuales se destacaban las materias primas utilizadas por las
manufacturas y las industrias pujantes de Europa. Para tener una idea de la
importancia de este comercio con las colonias, basta decir que, para
comienzos de 1700, las tres cuartas partes del algodón que era hilado en las
textiles inglesas provenía de las Antillas (aunque, más tarde, serían las trece
colonias las principales abastecedoras: Georgia y Louisiana); ya en 1750, más
de 120 refinerías de azúcar producían en ese mismo país. Allí, 10 grandes
empresas controlaban dos tercios del tráfico, al paso que Liverpool inauguraba
un nuevo sistema de muelles, para soportar el aumento de la cantidad de
barcos, los que eran construidos más largos y con mayor calado. La “trata de
negros”, ese negocio monumental, operaba como el principio básico, como el
resorte principal de la máquina que pone en movimiento cada rueda del
engranaje (Ídem: 123). De acuerdo con este autor:
“Con fondos del comercio negrero se construyó el gran ferrocarril
inglés del oeste y nacieron industrias como las fábricas de
pizarras de Gales. El capital acumulado en el comercio triangular
manufacturas, esclavos, azúcar hizo posible la invención de la
quina a vapor: James Watt fue subvencionado por mercaderes
que habían hecho a su fortuna” (ídem: 124; subrayado del
autor).
A pesar de su papel fundamental en la dinámica originaria del sistema,
no impidió que a principios del siglo XIX Gran Bretaña se tornara la principal
impulsora de la campaña anti-esclavista. La industria inglesa se veía ante la
necesidad de ampliar los mercados y su poder de compra, en función de
colocar sus cada vez más numerosas mercancías. Para ello, fomentó, a escala
internacional, la generalización del régimen de salarios. Esto provocó que, las
regiones donde se mantuvo la mano de obra esclava en la producción del
azúcar, mejoraran sus ventajas comparativas, ofreciendo el producto a costos
más bajos. Por otro lado, el precio de los propios esclavos sub
sustancialmente, aumentando enormemente las ganancias de los capitanes
que se dedicaban a la “trata de negros en los lugares donde permanecía la
esclavitud (Brasil y Cuba fundamentalmente).
Para Inglaterra, las islas del caribe habían resultado mucho s
importantes que las del norte de América. Mientras que a las primeras se les
prohibía fabricar cualquier cosa que no fuera necesidad de la metrópoli, las
segundas tuvieron un trato muy diferente, lo que permitió su industrialización
relativa y su temprana independencia política. También aquí, en la “Nueva
Inglaterra”, la trata de negros dio origen a gran parte del capital que sirvpara
la revolución industrial en Estados Unidos de América. Por los años 1750, eran
muy comunes los viajes del Norte hasta el África. Los barcos llevaban ron para
cambiarlo por esclavos que, de regreso, serían vendidos en el Caribe o
cambiados por la materia prima que, finalmente, volvería a las Trece colonias
para ser destilada y convertida en ron, culminando del ciclo. Según nuestro
autor: con capitales obtenidos de este trafico de esclavos, los hermanos
Brown, de Providence, instalaron el horno de fundición que proveyó de
cañones al general George Washington para la guerra de la independencia
(ídem: 125). Y, más globalmente:
“Las plantaciones azucareras del Caribe, condenadas como
estaban al monocultivo de la caña, no sólo pueden considerarse el
centro dinámico del desarrollo de las ‘trece colonias’ por el aliento
que la trata de negros brindó a la industria naval y a las destilerías
de Nueva Inglaterra. También constituyeron el gran mercado para
el desarrollo de las exportaciones de víveres, maderas e
implementos diversos con destino a los ingenios, con lo cual
dieron viabilidad económica a la economía granjera y
precozmente manufacturera del Atlántico Norte” (Ídem: 125).
Volviendo a la esclavitud en América, puede decirse que la primera
sublevación de esclavos se produce ya en la segunda década del siglo XVI,
nada s y nada menos que por parte de los esclavos de Diego Colón, hijo del
almirante. La misma terminó con el ahorcamiento de los rebeldes, cuyos
cuerpos quedaron colgados a lo largo de los varios caminos del ingenio.
Rebeliones se sucedieron en las islas azucareras del caribe. Más de dos siglos
pasarían hasta que, nuevamente, Haití aparecea en el centro de la escena.
Los esclavos escapaban a las zonas altas, donde la cimarronada buscaba el
retorno a las rces. En lo alto de las montañas reconstruían la vida africana;
cultivaban para su alimentación, recreaban sus rituales religiosos; adoraban
sus dioses; recuperaban sus costumbres. Según Galeano, hasta no hace
muchos años, el pueblo de Haití creía que el arco iris señalaba el rumbo de la
vuelta soñada a Guinea (Cf. Ídem: 126).
Otro tanto podría decirse de las comunidades fundadas por los djukas,
en la Guayana Holandesa. Formadas por descendientes de esclavos huidos
hacia los bosques, estas aldeas han sobrevivido desde hace tres siglos,
conservando santuarios, danzas y ceremonias similares a las celebradas en
Ghana. La primera gran rebelión de los esclavos de la Guayana se produjo un
siglo después de la fuga de los djukas. Del mismo modo que en el ingenio de
Diego Colón, los holandeses recuperaron las plantaciones y los deres fueron
quemados públicamente.
Brasil brinda otro ejemplo ilustrativo. Un tiempo antes del éxodo de los
djukas, los esclavos cimarrones de este país habían fundado elreino negro de
los Palmares”, en el nordeste. Después de haber resistido victoriosamente a lo
largo del todo el siglo XVII a las innumeras incursiones militares (holandesas y
portuguesas) mandadas para eliminarlo de raíz, de haber desafiado a los
ejércitos de estas potencias con sus tácticas guerrilleras, en 1693 cae el otrora
refugio invencible. El reino libre de los Palmares se organizaba como un
Estado, al igual que los varios que existían en África durante ese siglo. Con sus
jefes siendo elegidos entre los más hábiles y sagaces, y en pleno ascenso del
monocultivo de la caña en extensas plantaciones, en los Palmares reinaba el
poli-cultivo. Sirviéndose de la experiencia ancestral y la que habían adquirido
en América, en este reino de negros libres se desarrollaba una vasta diversidad
de cultivos de alimentos. No es por casualidad que la destrucción de los
cultivos apareciera como táctica principal de las tropas coloniales empeñadas
en recuperar estos hombres para el trabajo. Sobre el reino libre de Palmares,
dice Galeano:
“La abundancia de alimentos en Palmares contrastaba con las
penurias que, en plena prosperidad, padecían las zonas
azucareras del litoral. Los esclavos que habían conquistado la
libertad la defendían con habilidad y coraje porque compartían sus
frutos: la propiedad de la tierra era comunitaria y no circulaba el
dinero en el estado negro [...] para la batalla final, la corona
portuguesa movilizó el mayor ejército conocido hasta la muy
posterior independencia de Brasil. No menos de diez mil personas
defendieron la última fortaleza de Palmares; los sobrevivientes
fueron degollados, arrojados a los precipicios o vendidos a los
mercaderes de Río de Janeiro y Buenos Aires. Dos años después,
el jefe Zumbí, a quienes los esclavos consideraban inmortal, no
pudo escapar a una traición. Lo acorralaron en la selva y le
cortaron la cabeza. Pero las rebeliones continuaron” (ídem: 128).
En 1888 es abolida la esclavitud en Brasil, aunque el latifundio continuó
intacto. El auge del caucho en la Amazona atrajo, hasta finales del siglo XIX, a
más de medio millón de “nordestinos que por, sus promesas, allí emigraron.
Desde entonces, este éxodo continuó, insuflado por las sequías del sertão y la
expansión de los latifundios azucareros. Luego del auge del caucho, el
itinerario de la supervivencia cambió de rumbo hacia el centro y el sur de Brasil.
Pero, así como los brazos nordestinoslevantaron las empresas del caucho y
del ca, su disponibilidad también representó un gran caudal de mano de obra
barata para los gobiernos, los que se sirvieron de ella para las grandes obras
públicas. De esta forma fue posible, por ejemplo, levantar la ciudad de Brasilia,
“de la noche para el día”, en el medio del desierto. Una vez acabada la ciudad
más moderna del mundo, la mano de obra fue arrojada a la periferia de la
misma, formando un cinturón de pequeñas ciudades satélites, donde millares
de nordestinos” están siempre dispuestos al trabajo, aceptando las sobras y
desperdicios de la flamante capital.
Algo similar ocurrió algunas décadas atrás, en este mismo país, con
motivo de las obras de infraestructura y las explotaciones en la selva
amazónica. Cada campesino (“nordestino” y sin tierra) que se sumaba a
construir la faraónica carretera trans-amazónica”, que atravesaría la selva
abriendo una vena hasta Bolivia, recibiría 10 hectáreas de tierra para su
subsistencia. Allí sí, en medio de la selva y lejos de todo, “se produciría la
reforma agraria”. En el nordeste, donde 15 mil individuos poderosos detentan la
mitad de la superficie total de esa basta región y mientras existen cerca de una
decena de millones de campesinos sin tierra, no. De modo que, una vez más,
los infelices flagelados del nordeste, ante renovadas promesas de progreso, a
golpes de machete, “abren campo” para que se extienda el latifundio, no sólo
para propietarios nacionales sino, también, extranjeros (Cf. ídem: 133).
Aproximadamente un siglo antes, allá por 1878, grandes contingentes
del nordeste se marchaban, río adentro, hacia el corazón de la Amazona,
llamados por el descubrimiento de las propiedades del caucho. Para entonces,
la población total de Ceará era de 800 mil habitantes, de los cuales 120 mil
emigraron hacia la selva, logrando finalmente llegar a destino menos de la
mitad. El hambre y las enfermedades desconocidas eran los principales
verdugos de estas victimas. Los que, venciendo la fiebre, tenían la “suerte” de
llegar, eran recibidos por un duro trabajo, no muy diferente al del esclavo,
pagadoen especie”. Se sabe que ese intercambio desigual entre el trabajador
y su empleador (proveedor) siempre implicó deudas y más deudas para el
primero, a causa de la capacidad monopolista de fijar precios del segundo. Así,
aunque trabajara esta el límite de sus energías sicas, el consumo de los
artículos necesarios para realizar su reproducción (aguardiente incluida)
costaba más; su deuda con el patrón siempre crecía y, con ella, su
dependencia y subyugación.
Desde 1840, cuando se descubre el procedimiento que torna al caucho
un material flexible y resistente a los cambios de temperatura, tomafuerza la
explotación y producción de este líquido viscoso que abunda en la selva
amazónica. Pocos años después de ese descubrimiento de las propiedades del
caucho, se revestían de goma las ruedas de los vehículos. Con el surgimiento
de la industria automotriz en Estados Unidos y en Europa, la demanda mundial
por goma creció vertiginosamente. Si en Brasil, en 1890, el árbol de la goma
proporcionaba una décima parte de sus ingresos, lo 20 años después era
responsable por el 40%; las ventas alcanzaban a las del café que, para 1910,
estaban viviendo un momento de auge comercial. A su vez, la región que
producía el grueso del caucho brasilero era la zona del Acre, que este país
había arrebatado militarmente a Bolivia.
“En 1849 Manaus tenía cinco mil habitantes; en poco más de
medio siglo creció a setenta mil. Los magnates del caucho
edificaron sus mansiones de arquitectura extravagante y
decoración suntuosa, con maderas preciosas de Oriente,
mayólicas de Portugal, columnas de mármol de Carrara y muebles
de ebanistería francesa. Los nuevos ricos de la selva se hacían
traer los más caros alimentos desde Río de Janeiro; los mejores
modistos de Europa cortaban sus trajes y vestidos; enviaban a sus
hijos a estudiar a los colegios ingleses” (Ídem: 136).
Pero, pasada la primera década del siglo XX, el colapso de este negocio
brasilero se precipitó. Su precio internacional se redujo a una cuarta parte,
como producto de la introducción de enormes cantidades del material al
mercado mundial, proveniente de otras regiones, muy especialmente de
Malasia, lo que hizo volar por los aires el celoso monopolio que Brasil había
gozado hasta el momento. Para 1919, de ser el principal proveedor de caucho
del mundo, Brasil pasa a abastecer la octava parte del consumo mundial de
este producto, y medio siglo después, compra del extranjero más de la mitad
del caucho que necesita (Cf. Ídem: 137). La prosperidad amazónica parec
esfumarse en esos años, hasta que la ocupación de Malasia por los japoneses,
durante la segunda guerra mundial, dejó desesperadas a las potencias
“aliadas” por abastecerse de goma, generando un nuevo ciclo de auge del
caucho en la selva. Una vez más, el ciclo de prosperidad arrastraría tras de sí a
millares de personas provenientes de las zonas más pobres del Brasil. Se
calcula que, esta vez, fueron 50 mil los derrotados por las pestes y el hambre,
los ganados por la muerte (Cf. Ídem:138).
Por otra parte: “Para 1970, de América Latina provenía más de la quinta
parte del algodón que consumía la industria textil mundial. Brasil, ocupaba
entonces el quisto lugar en el mundo como productor de algodón” (Ídem). Así,
para fines del siglo XVIII, el algodón se había convertido en la materia prima
por excelencia de las industrias europeas. La industria textil de Inglaterra, como
ejemplo s clásico, en treinta años multiplicó por cinco el volumen de sus
compras de esta fibra natural. La “revolución industrial” impulsaba fuertemente
la industrializacn de la fabricación de tejidos, a través de la mecanización
creciente del proceso de producción de mercancías. Este cuadro propicque
el algodón, planta nativa de América, se viera potentemente deseado por los
mercados europeos.
La siesta del Puerto de São Luis de Maranhão, se vio bruscamente
alterado por la irrupción eufórica del negocio del algodón; los esclavos negros
afluían sin cesar a las plantaciones del norte brasilero, al tiempo que cerca de
200 barcos zarpaban cada año rumbo a Europa, llevando millones de libras en
materias primas textiles. De acuerdo con la investigación de Galeano, el
agotamiento de las extracciones de oro y diamantes en el Sur, que marca la
crisis de la economía minera a fines del siglo XIX, proporcionó mano de obra
esclava en abundancia para la explotación algodonera. Brasil revivía, ahora
desde el Norte. El puerto floreció”, y no apenas económicamente; llegó a ser
llamada la “Atenas” de Brasil por su poesía refinada y su belleza estética. Pero
con la prosperidad y los progresos llegó, también, el hambre a Maranhão; nadie
ya se interesaba o se ocupaba en el cultivo de los alimentos.
Pasado el tiempo del auge, y confirmando una vez más la ley de hierro
que azotara a Potosí, Ouro Preto, Salvador de Bahía, entre otras tantas
tragedias socio-económicas sufridas por “nuestra América”, el colapso se
precipitó abruptamente. La producción en gran escala en el Sur de los Estados
Unidos, sobre tierras s fértiles y con mejores máquinas, bajó los costos un
300%, dejando a Brasil fuera de cualquier competencia. Al igual que sucedió
con el caucho, fueron las condiciones políticas externas provocadas por la
guerra de secesión en la Nueva Inglaterra”, las que le permitieron
experimentar un nuevo, aunque muy corto, ciclo de auge. Según Galeano,
durante el periodo 1934 y 1939, la producción algodonera brasilera se
incrementó a un ritmo impresionante, llevando el volumen de toneladas de 126
mil a 320 mil. Ante esto, Estados Unidos arrojó sus reservas al mercado,
derrumbando el precio del producto, y la ruina nuevamente se apoderó del
algodón de Brasil.
El café tuvo peso sustancial en el mercado internacional. Desde 1950,
América Latina se constituye como el gran abastecedor de la sustancia
estimulante, responsable por la producción de las 4/5 partes de lo que se
consume en el mundo. Brasil era, hasta hace unas décadas, el mayor
productor de ca del mundo. Cuando el ciclo del café se arraigó en ese país, a
inicios de 1800, los tiempos de prosperidad del algodón del norte y del azúcar
del nordeste, se habían agotado. El eje económico se trasladaba hacia el Sur,
hacia las extensas plantaciones de café, llevando con ella la mano de obra
esclava que quedaba ociosa en aquellas regiones ayer prósperas y hoy
decadentes. Además de trabajo esclavo, el ca utilizó mano de obra
inmigrante de Europa, que tributaba la mitad de sus cosechas al señor/
propietario de la tierra que trabajaba. La escasez de “brazos baratos” léase,
esclavos negros –, además de obstaculizar la extensión cafetalera hacia el
interior del sur y sudeste brasilero, hacía elevar enormemente el precio de los
mismos.
Ya en la virada del siglo XIX para el XX, los cálculos de contables de los
latifundistas cafetaleros, especialmente de las regiones de Río de Janeiro y
São Paulo, los convencieron de que resultaba más económico instaurar
salarios de subsistencia que comprar y mantener fuerza de trabajo esclava.
Brasil demoró hasta 1888 la abolición de la esclavitud; desde entonces, en sus
intactas estructuras latifundiarias y hasta nuestros días, se combinan formas de
trabajo serviles, de tipo feudal, con trabajo asalariado. Al igual que en otras
regiones tomadas abruptamente por el auge de algún ciclo, la devastación
natural resultante del monocultivo extensivo pronto se hizo presente. El
latifundio cafetalero se desplazaba como un mar de café; pronto cubrió un
área enorme que ocupaba una buena parte del sur del país. Luego de la
primera guerra mundial, este latifundio se vio beneficiado para crecer. La
voracidad de los señores de la tierra por aprovechar la coyuntura determinó la
prohibición del cultivo de alimentos por cuenta propia a los trabajadores de sus
plantaciones. Si deseaban hacerlo, desde entonces debieron pagar ese
“derecho” con trabajo sin remuneración.
Sin embargo, el principal beneficiado con este ciclo de prosperidad del
ca, no es el latifundista de Brasil; el país productor se beneficia mucho menos
que el consumidor. En palabras de nuestro autor:
“Así como la United Fruit ejerce el monopolio de la venta de
bananas desde América Central, Colombia y Ecuador, y a la vez
monopoliza la importación y distribución de bananas en Estados
Unidos, son empresas norteamericanas las que manejan el
negocio del café, y Brasil sólo participa como proveedor y como
víctima. Es el estado brasileño el que carga con los stocks,
cuando la sobre producción obliga a acumular reservas” (Ídem:
153).
Según datos del mismo autor, en el cuadrante de los años 1970, en
Estados Unidos el café proporcionaba trabajo a ¾ millón de personas, quienes
ganaban salarios infinitamente mayores que los pobres productores brasileros,
colombianos, guatemaltecos, salvadoreños o haitianos. El café arrojaba más
recursos a los cofres estatales europeos que los que dejaba en manos del país
productor: “en este reino del absurdo organizado, las catástrofes naturales se
convierten en bendiciones del cielo para los países productores. Las
agresiones a la naturaleza levantan los precios y permiten movilizar las
reservas acumuladas” (Ídem: 155).
El sistema estalla de contradicciones por todos lados; la producción por
la producción misma, mecanismo esencial para acelerar la acumulación, deriva
en superproducción y derrumbe de los precios. En muchas oportunidades,
sucede que por producto de la irracionalidad que mueve la producción y el
intercambio de los bienes y servicios, es “conveniente” (en rminos de
ganancias capitalistas) formar stocks para defender precios. Así, esta
formación de reserva de producto acaba malográndolo, mientras que en otras
regiones del mundo es desesperadamente demandado.
Por su parte, Centro América, que se había ahorrado mayores daños
sobre la productividad de sus tierras hasta 1850, no pudo evitar ser presa del
ciclo de auge internacional del café. Para 1880, de sus recién nacidas
plantaciones provenía 1/6 de la producción mundial. Este producto se tornó el
engranaje que incorporó definitivamente esta región de América al mercado
internacional. Primero los ingleses; luego los alemanes y los norteamericanos,
los compradores se sucedieron, y del procesó floreció una “burguesía nativa
del café” que, buscando afianzar su primacía económica, irrumpe en la escena
política del país, tras las banderas liberales y de la independencia (en 1870, se
produce la revolución liberal de Justo Rufino Barrios). Al igual que la
experiencia histórica de la gran mayoría de “Nuestra América”, la producción de
esta zona se basó en lo que afuera se esperaba de ella; se orientó hacia
“fuera” y de esto dependió vitalmente. La especialización agrícola gene un
tremendo afán por la apropiación de tierras y la necesidad de “brazos”. Así
nace el latifundio centroamericano que llega hasta la actualidad, y lo hace bajo
las banderas de la libertad de trabajo (Cf. Ídem: 161-2).
Una vez mas, las comunidades indígenas fueron expropiadas de las
“tierras comunes”. En el mismo momento y con el mismo acto, se las privaba
de los medios elementales para producir y satisfacer sus necesidades más
básicas. La acumulación originaria se estaba desarrollando en Centro América,
a través de las plantaciones extensivas del café, y en función de la sed del
mercado mundial. Todo un conjunto de dispositivos coactivos fueron
desplegándose para sustentar el ciclo de auge. Los campesinos eran forzados
a vender sus tierras; los indios, luego de expulsados y despojados de la “madre
tierra”, morían de cansancio en las “grandes plantaciones”; fueron
reinstaurados los mandamientos coloniales, el reclutamiento forzoso de la
mano de obra y las leyes contra la vagancia.
Ciertos trazos liberales, especialmente el salario, buscaban modernizar
las relaciones del trabajo, pero el trabajador asalariado, más temprano que
tarde, terminaba como propiedad de los empresarios del café. A pesar del
tremendo auge experimentado en los inicios, nada cambió para las
condiciones de vida de la masa trabajadora. Esto obstaculizó, así como en
muchas otras regiones y países de la periferia, la formacn de un mercado
interno. El monocultivo extensivo del café desalentó la diversificación de la
producción (fundamentalmente agrícola) en Centro América.
“[...] el latifundio y el minifundio constituyen, juntos, la unidad de
un sistema que se apoya sobre la cruel explotación de la mano de
obra nativa. En general, y muy especialmente en Guatemala, esta
estructura de apropiación de la fuerza de trabajo aparece
identificada con todo un sistema de desprecio racial: los indios
padecen el colonialismo interno de los blancos y los mestizos,
ideológicamente bendito por la cultura dominante, del mismo
modo que los países centroamericanos sufren el colonialismo
extranjero” (Ídem: 163).
Los procesos de la “Independencia nacional”
Habían sido verdaderamente populares los ejércitos que, en los campos
de América, pelearon contra las fuerzas españolas en el amanecer del siglo
XIX. Sus filas estaban compuestas por masas de desposeídos que,
infelizmente, la historia no retribuyó. “La independencia”, según Galeano:
“No los recompensó: traicionó las esperanzas de los que habían
derramado su sangre. Cuando la paz llegó, con ella se reabrió una
época de cotidiana desdichas. Los dueños de la tierra y los
grandes mercaderes aumentaron sus fortunas, mientras se
extendía la pobreza a las masas populares oprimidas [...] los
cuatro virreinatos del imperio español saltaron en pedazos y
múltiples países nacieron como esquirlas de la unidad nacional
pulverizada. La idea de ‘nación’ que el patriciado latinoamericano
engendró, se parecía demasiado a la imagen de un puerto activo,
habitado por la clientela mercantil y financiera del imperio
británico, con latifundios y socavones a la retaguardia [...]. Se
pusieron de moda las más altisonantes consignas republicanas de
la burguesía europea: nuestros países se ponían al servicio de los
industriales ingleses y de los pensadores franceses. Pero, ¿qué
‘burguesía nacional’ era la nuestra, formada por los terratenientes,
los grandes traficantes, comerciantes y especuladores, los
políticos de levita y los doctores sin arraigo?” (Galeano; 1973:
177).
Los procesos independentistas en América Latina trajeron prontamente
sus constituciones, sus principios liberales, pero no de la mano de una
burguesía creadora, como la europea o la norteamericana. Las burguesías en
“Nuestra América habían nacido como meros instrumentos del capitalismo
internacional, en el lugar de colonias abastecedoras de materias primas y
alimentos a las potencias que, industrializándose, desarrollaban su ascenso”
histórico. Los grupos “burgueses”, comerciantes, usureros, que quedaron con
el control del poder político en la independencia, no tenían demasiado interés
en impulsar las manufacturas locales. Para sus socios, los dueños de la tierra,
la cuestión de la tierra” no existía sino en función de sus propios beneficios
inmediatos (el caso de Brasil es paradigmático). Sobre el despojo se consolidó
el latifundio (Cf. ídem: 178).
Sin embargo, este resultado histórico que confirma la tragedia
económica, social y nacional en América Latina, no era un destino” reservado
por la “historia universal para estos pueblos “atrasadoso “sin historia”, en las
palabras del célebre maestro de Marx. Toda una historia de traiciones, de
agudas luchas sociales y guerras civiles, estuvieron en la base de los procesos
de independencia, que terminaron en el desgarramiento de “Nuestra América”;
en una pulverización mezquina, inmediatista y sin horizonte, de lo nacional.
Desgarrada por sus nuevas fronteras, América Latina, se consagra al
monocultivo y se condena a la dependencia.
Son ejemplos históricos cristalinos, los resultados políticos, sociales y
económicos del proceso de independencia de Sudamérica, encarnado por
Simón Bolívar: el libertador. En México, el proyecto independentista de Hidalgo
y Morelos también fue derrotado. Bien al Sur, el caudillo José Artigas, al frente
de un ejército popular, impulsó la revolución agraria en los territorios que hoy
son ocupados por Uruguay y las provincias argentinas de Santa Fe, Corrientes,
Entre Ríos, Misiones y Córdoba, durante gloriosas campañas, desde 1811 a
1820. Artigas proponía sentar las bases, económicas, políticas y sociales, de
una “patria grande”, a lo largo y ancho del antiguo triunvirato del Río de La
Plata, constituyéndose, quizás, en el más cido e importante jefe federal que
peleó contra el centralismo del puerto de Buenos Aires. Luchó contra fuerzas
españolas y portuguesas; fue derrotado por la alianza entre Río de Janeiro y
Buenos Aires, instrumentalizados por el imperio británico. La oligarquía,
coherente con su historia, apenas percibió el peligro que algunas de las
reivindicaciones del caudillo libertario traerían para sus propiedades, cambde
lado, le quitó su respaldo y lo enfrentó hasta derrotarlo. A moría la radicalidad
de aquél proyecto independentista.
Lanza en mano, seguían a Artigas, en su mayoría los paisanos pobres,
los gauchos trashumantes, indios que veían en esa lucha la recuperación de la
dignidad, esclavos que ganaban su libertad incorporándose al ejército de la
independencia. La ocupación del territorio de la Banda Oriental por las fuerzas
españolas y portuguesas en 1811, con la complicidad de Buenos Aires, obligó
a emigrar al norte la población de Uruguay. Allí en el norte, José Artigas recibía
a los contingentes de desplazados, organizaba su gobierno y dictaba las
primeras leyes para las varias comarcas que controlaba desde su campamento
de Paysandú. Desde allí fue lanzada la primera reforma agraria del continente,
que se aplicaría en la Banda oriental durante un o. La oligarquía no tardó en
llamar a las fuerzas portuguesas y abrirles las puertas de Montevideo para que
“la salvara”. Según el autor uruguayo, el código agrario de 1815: tierra libre,
hombres libres, a pesar de las influencias reformistas de Carlos III, fue la más
avanzada y gloriosa constitución de cuantas llegarían a conocer los uruguayos
(Cf. ídem: 180). Contenía disposiciones especiales para evitar la acumulación
de tierra; siendo que para la década del ’70 del siglo pasado, en el campo
uruguayo, quinientas familias poseían más de la mitad del total de territorio, y
controlaban las ¾ partes del capital invertido en la industria y en la banca
(Ídem: 182).
Pocos os después, en 1823, el Imperio británico festejaría sus triunfos
alrededor del mundo. Los economistas y calculadores desplazarían progresiva-
mente a los caballeros feudales, convirtiéndose en las figuras protagónicas de
esta nueva época socio-económica que se habría. La derrota de Napoleón
había puesto de fiesta a Londres, y la Pax Británica se esparcía sobre el
mundo. América Latina, a pesar de las independencias nacionales, continuaba
atada al poder de los “señores de la tierra” y de los comerciantes enriquecidos
en los puertos comerciales, que pagaban con el subdesarrollo del país sus
beneficios. Las ex-colonias españolas y Brasil representaban interesantes
mercados, tanto para la industria textil inglesa como para los préstamos de
libras a intereses.
A medida que la revolución industrial, con la máquina a vapor y los
telares mecánicos a la cabeza, avanzaba en Inglaterra; que los bancos y las
fábricas se multiplicaban; que los motores a combustión interna modernizaban
la navegación marítima hacia los cuatro puntos cardinales, la expansión
industrial inglesa se desataba mundialmente. En este cuadrante:
“La economía británica pagaba con tejidos de algodón los cueros
del Río de La Plata, el guano y el nitrato de Perú, el cobre de
Chile, el azúcar de Cuba, el café de Brasil. Las exportaciones
industriales, los fletes, los seguros, los intereses de los préstamos
y las utilidades de las inversiones, alimentaan, todo a lo largo del
siglo XIX, la pujante prosperidad de Inglaterra” (Ídem: 270).
Pero, el comercio con América ya era controlado por Inglaterra antes del
inicio del ciclo de la independencia. España hacía mucho tiempo había dejado
de mantener el monopolio comercial con sus colonias, e Inglaterra había
logrado introducir, por medio y por debajo del contrabando de esclavos, una
buena cantidad de sus productos. De este modo, la revolución de 1810 no
representó otra cosa que el reconocimiento político de ese estado de cosas.
Los ingleses venían intentando controlar el área a través de clásicas
expediciones militares, habiendo triunfado en el caribe, ocupando el territorio
de Trinidad, se dieron cuanta que no sería nada fácil continuar esas campañas
de conquista una vez que fueron derrotados en Buenos Aires, en 1806 y 1807.
Esas derrotas evidenciaron la ineficacia de dicha vía; vendría el turno de la
diplomacia neo-colonial, de los mercaderes y de los banqueros. Este aire liberal
en las colonias independizadas, el reino del libre cambio, permitía a Inglaterra
abarcar 9/10 del comercio de la América española; el negocio era monumental,
y había que cuidarlo de las amenazas (Cf. Ídem: 270-1).
Desde entonces, Inglaterra debió formular una política rigurosa, que
atendiera a tres órdenes de problemas que se interrelacionaban. Por un lado,
se debía favorecer, por todos los medios, al comercio inglés en el continente,
segundo, había que impedir que América Latina cayera en manos francesas o
estadounidenses; finalmente, había que controlar que los nacientes países
independientes no transitaran hacia un jacobinismo, que no se radicalizaran.
“Cuando se constituyó la Junta revolucionaria en Buenos Aires, el
25 de mayo de 1810, una salva de cañonazos de los buques
británicos de guerra la saludó desde el río [...]. Buenos Aires
demoró apenas tres días en eliminar ciertas prohibiciones que
dificultaban el comercio con extranjeros; doce días después,
redujo del 50% al 7,5% los impuestos que gravaban las ventas al
exterior de cueros y sebo. Habían pasado seis semanas desde el
25 de mayo cuando se dejó sin efecto la prohibición de exportar el
oro y la plata en monedas, de modo que pudiera fluir a Londres
sin inconvenientes. En septiembre de 1811, un triunvirato
reemplazó a la Junta como autoridad gobernante: fueron
nuevamente reducidos, y en algunos casos abolidos, los
impuestos a la exportación y a la importación” (Ídem: 271).
El libre cambio era el escenario más propicio para el enriquecimiento de
los negocios portuarios; florecían los puertos que vivían de la exportación, del
intercambio (desigual) de productos. Concomitantemente a que se enriquecían
dichos grupos, se arruinaban las incipientes manufacturas locales, abortando
cualquier posibilidad de formación de un “mercado interno”. Las industrias
domésticas, de muy bajo nivel técnico, que habían surgido en los intersticios
del mundo colonial, habían sufrido un pequeño auge en la época de
relajamiento de las cadenas con la metrópoli, en las vísperas de la
independencia. Fue justamente esta industria germinal la que se frustró con la
libre competencia; ésta, inundando con mercaderías provenientes de la
industria europea, ahogó las manufacturas textiles y la producción colonial de
alfarería y objetos de metal de los artesanos. Según Galeano: “Los vaivenes
posteriores en las políticas aduaneras de los gobiernos de la independencia
generarían sucesivas muertes y despertares de las manufacturas criollas, sin la
posibilidad de un desarrollo sostenido en el tiempo” (1973:272).
Antes que la independencia trasladara a Buenos Aires el centro de
gravedad de la vida económica y política de la Argentina, en detrimento de las
provincias del “interior”, aquella zona era la menos poblada y atrasada del país.
A principios de siglo XIX, según este estudio, vivían en Buenos Aires, Santa Fe
y Entre Ríos, apenas una décima parte de la población total. Lentamente, y con
métodos rudimentarios, se había desarrollado una industria local en el Centro y
en el Norte. En Santiago del Estero y Tucumán (actuales pozos de pobreza),
existían talleres textiles, fábricas de carretas de buena madera, se producían
cigarros y cigarrillos, cueros y suelas. Catamarca producía lienzos de todo tipo,
paños finos; Córdoba fabricaba ponchos, frazadas, zapatos y artículos de cuero
para diversas actividades del trabajo, en buenas cantidades; se había logrado
un desarrollo industrial interesante en la región. En Corrientes estaban las
curtiembres y talabarterías más importantes; de Mendoza provenían millones
de litros de vino de excelente calidad y, de San Juan, más de 350 mil litros
anuales de aguardiente (Cf. Ídem: 275).
Los agentes del comercio inglés, pronto copiaron los modelos de los
ponchos y de los arculos de cuero y los fabricaron en grandes cantidades en
su desarrollada industria textil, utilizando las materias primas llevadas de los
países a los que luego volverían elaboradas. El precio de estos productos era
entre 3 y 4 veces menor que los producidos por la joven industria heredada de
la colonia. De este modo, el libre cambio abortó, siempre, cualquier posibilidad
de desarrollo en la periferia del sistema. La miseria no tardó en llegar a las
provincias del “interior” argentino, las que se levantaron contra la tiranía del
Puerto de Buenos Aires. Los mercaderes habían tomado el poder arrebatado a
España y, a costa de la miseria del resto del territorio, el comercio les permitía
adquirir los más finos artículos producidos en las diferentes latitudes del
mundo. A cambio, Argentina exportaba cueros, sebo, huesos, carne salada,
entre otras especies. El libre cambio hacía crecer y desarrollaba a los
ganaderos de la provincia de Buenos Aires. Luego de un breve tiempo, los
productos ingleses habían inundado la joven nación (Cf. Ídem: 276).
Lo mismo ocurría en Brasil con los productos ingleses, especialmente
después de firmado el Tratado de Comercio y Navegación de 1810, donde los
productos ingleses importados eran gravados con una tarifa menos que los
portugueses. De acuerdo con los relatos del entonces embajador de Estados
Unidos en Río de Janeiro, James Watson Webb:
“En todas las haciendas del Brasil, los amos y sus esclavos se
visten con manufacturas del trabajo libre, y nueve décimos de
ellas son inglesas. Inglaterra suministra todo el capital necesario
para todas las mejoras internas de Brasil y fabrica todos los
utensilios de uso corriente, desde la azada para arriba, y casi
todos los artículos de lujo o de uso práctico, desde el alfiler hasta
el vestido más caro [...] Gran Bretaña suministra a Brasil sus
barcos a vapor y de vela, le hace el empedrado y le arregla las
calles, ilumina con gas las ciudades, le construye las vías férreas,
le explota las minas, es su banquero, le levanta las líneas
telegráficas, le transporta el correo, le construye los muebles,
motores, vagones [...]” (apud Galeano; 1973: 277).
De modo que, la lucha del “libre cambio” contra el “proteccionismo
expresaba el juego de intereses y las fuerzas en pugna presentes en el ciclo de
guerras civiles argentinas, a lo largo del siglo XIX. A partir de la “revolucn de
mayo” y de la independencia”, Buenos Aires, que para entonces no contaba
más que con cuatrocientas casas, se apodera de la nación. Por ser el “único
puerto”, la totalidad de las mercaderías que entraban y salían debían pasar por
él. La primacía porteña se impuso al resto de las provincias a partir del
monopolio de la renta aduanera, de los bancos y de la emisión de moneda;
prosperaba vertiginosamente a costa de la producción de las provincias.
Además, más de la mitad del excedente apropiado por este “centro”, eran
utilizados para gastos militares en la guerra contra esas mismas provincias, las
que acaban financiando su propio exterminio. Bajo esta dinámica contradictoria
se forma el Estado-nacional de Argentina. Con centro en el Puerto de Buenos
Aires, los comerciantes nativos (asociados a los compradores extranjeros de
materias primas y alimentos) desarrollaron un país a su imagen y semejanza.
Con la independencia reducida a tamaña mezquindad, la manutención del
cuadro histórico no podía haber costado menos ríos de sangre que los que
efectivamente cos.
Pero, resultaría sumamente didáctico resaltar la importancia que el cuero
rioplatense adquiría en el mercado internacional, en una época donde la
química no había conseguido crear el plástico, y los materiales sintéticos no
existían. Por otra parte, la rtil llanura del litoral argentino era un escenario
más que propicio para la producción ganadera en gran escala. Cuando en
1816, se descubre un nuevo método que permite conservar indefinidamente los
cueros por medio de un tratamiento de arsénico, las estancias y los saladeros
de carne se multiplicaron en la región. Las carnes de las pampas argentinas
comenzaron a viajar por el atlántico, hacia el norte. Los impactos en el plano
interno de este ciclo que se abría no se hicieron esperar sobre la población; los
precios de la carne subieron, producto de la grabación impositiva al “consumo
interno”. Para aprovechar al máximo el escenario ventajoso para la exportación
de carne, y con una demanda externa en ascenso, debía reducirse al mínimo el
consumo interno. Esto generaba conflictos sociales.
Los gauchos”, por ejemplo, que acostumbraban a cazar libremente los
novillos de cualquier campo, ndole a cambio, al dueño del campo, lo el
cuero del animal, debieron ser insertados en los engranajes de la producción.
Debieron ser perseguidos y combatidos para lograr someterlos a la nueva
dependencia de tipo servil. Según nos informa este investigador, en 1815 por
decreto se establecía que todo hombre de campo que no tuviera propiedades
sería reputado, legalmente y con papeles, “sirviente”. A la vez, por el mismo
decreto, los “vagos” serían incorporados forzosamente a los batallones de
frontera de las guerras. Así se completaba la tragedia de los criollos pobres que
habían dado su sangre en los ejércitos patriotas de la independencia. Pero esta
desgracia hisrica no significa que el gaucho no haya resistido con enorme
valentía a esas férreas tendencias. Desposeído de todo, salvo del coraje y la
gloria, ese gaucho combatió contra los ejércitos bien armados de Buenos Aires.
Tomando una vez más a Galeano:
“La aparición de la estancia capitalista, en la pampa húmeda del
litoral, ponía a todo el país al servicio de las exportaciones de
cuero y carne y marchaba de la mano con la dictadura del puerto
librecambista de Buenos Aires. El uruguayo José Artigas había
sido, hasta la derrota y el exilio, el más lúcido de los caudillos que
encabezaron el combate de las masas criollas contra los
mercaderes y los terratenientes atados al mercado mundial, pero
muchos años después todavía Felipe Varela fue capaz de desatar
una gran rebelión en el norte argentino porque, como decía su
proclama: ser provinciano es ser mendigo sin patria, sin libertad,
sin derechos. Su sublevación encontró eco resonante en todo el
interior mediterráneo. Fue el último montonero; murió, tuberculoso
y en la miseria, en 1870. El defensor de la ‘Unión Americana’,
proyecto de resurrección de la Patria Grande despedazada, es
todavía un bandolero, como lo era Artigas hasta no hace mucho,
para la historia argentina que se enseña en las escuelas”
(Galeano; 1973: 286-7).
Luego de algunas décadas de guerras civiles, con la unidad nacional
desgarrada, Juan Manuel de Rosas, en 1835 y al frente del gobierno nacional,
intenta reconstruir dicha unidad a través de algunas medidas de tinte
proteccionista referente a la ley de aduanas. Se buscaba proteger y desarrollar
las insipientes industrias regionales; se promovía la conformación de un
mercado interno s extenso e intenso. Los efectos de las medidas
prontamente se hicieron notar hasta 1852, cuando la derrota de Rosas en
Caseros frente a los ejércitos de Urquiza, lo derribó del poder absoluto que
montara en Buenos Aires.
Ya desde 1845, cuando los buques de guerra ingleses y franceses
destruyeron a tiros de cañón las cadenas atravesadas en los ríos internos más
importantes de Argentina (como medidas que buscaban protegerse de la
penetración económica de esos países), las condiciones para la consolidación
de un proyecto más auto-centrado comenzaron a verse seriamente
cuestionadas. A la invasión extranjera siguió el bloqueo, el cual puso de
manifiesto la inmadurez alcanzada por la industria nativa para sustentar la
totalidad de la demanda interna. El proteccionismo se venía resquebrajando.
Rosas expresaba claramente los intereses de los estancieros ganaderos de la
provincia de Buenos Aires, y no existía ni se había creado una burguesía
industrial en las principales ciudades, capaz de impulsar el desarrollo de un
capitalismo nacional prolífico. Cualquier política industrial sustantiva, para tener
éxito y vigor, debería enfrentarse e imponerse ante el latifundio exportador, el
que nunca dejó de ocupar el centro de la vida económica. Rosas nunca dejó de
representar a los intereses de la aristocracia estanciera de la provincia de
Buenos Aires (Cf. Ídem: 288).
Apenas unos os después de que Rosas fuera derrocado y enviado al
exilio, en la gran Bretaña, donde pasaría pobre sus últimos días, el prócer
argentino Domingo Faustino Sarmiento, junto a otros escritores liberales, veían
en los campesinos pobres de las pampas los vestigios del atraso, la
permanencia de la barbarie frente a la civilización encarnada por la ciudad. En
1861 le escribía al presidente Bartolomé Mitre: No trate de economizar sangre
de gauchos, es lo único que tienen de humano. Éste es un abono que es
preciso hacer útil al país [...]. No somos ni industriales ni navegantes, y la
Europa nos proveerá por largos siglos de sus artefactos en cambio de nuestras
materias primas” (apud Galeano; 1973: 291).
En 1862, Mitre desata una campaña de exterminio contra las provincias
y sus últimos caudillos alzados; para tal, nombra a Sarmiento director de la
guerra, quien dirige las tropas hacia la matanza de esos “animales bípedos de
tan perversa condición (refiriéndose a los gauchos), a lo largo y ancho del
norte argentino. El “general de los llanos”, el riojano “Chacho Peñaloza”, que
comandaba uno de los últimos reductos rebeldes contra el puerto de Buenos
Aires, era el blanco principal de tal campaña militar. Se cuenta que le cortaron
la cabeza y la clavaron, en exhibicn, en la plaza de Olta. Hoy, los campesinos
riojanos, del alto y de la llanura, huyen de sus aldeas por el hambre; viajan
hasta Buenos Aires a ofrecer sus brazos baratos, y acaban engrosando las
villas miserias de la nueva metrópoli.
La formación del moderno Estado capitalista en “América Latina”
“Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con
tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la
novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el
orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas
en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de
los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo
mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar.
Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza,
sino con las armas de almohada, como los varones de Juan
Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras.
Trincheras de ideas valen mas que trincheras de piedra” (José
Martí: Nuestra América, 1891).
La formación del estado-nación moderno supone un territorio
determinado y un poder central que pretende organizar y ejercer el control
sobre las poblaciones que allí habitan. Este espacio territorial precisa ir
estabilizándose bajo su nueva forma; precisa poder constituirse como un poder
estable y centralizado, luego de haber triunfado frente a otros rivales que
disputaban ese espacio.
Los Estados-nación modernos, inicialmente, se gestan en Europa a
partir de la emergencia de algunos pocos núcleos políticos que conquistaron su
espacio de dominación y se impusieron sobre los diversos y heterogéneos
pueblos e identidades que los habitaban. En algunos casos España, por
ejemplo la experiencia registra la expulsión de los territorios de poblaciones
consideradas “no-deseadas”, las cuales son excluidas de la formación de la
nueva identidad socio-espacial; fueron “limpiadas” de la historia. Por otro lado,
el proceso de centralización estatal que los antecedió fue paralelo a la
“dominación colonial”, que comen con América, permitiendo que esos
primeros Estados centrales europeos se constituyan, al mismo tiempo, como
“imperios coloniales”. Puede afirmarse que, en la formación de los modernos
Estados-nación capitalistas se combinan la “colonización interna”, en su
territorio, con la “colonización imperial”, o externa”, de pueblos que tenían otras
identidades y habitaban otra región geográfica. De modo que, el control
territorial de estos Estados-nación, agentes de la “colonialidad” del sistema, se
extiende bien más allá de su propio territorio nacional. Pero, la centralización
del poder político, no obstante, no es suficiente para realizar un proceso de
relativa homogeneización de una población dispersa y muy heterogénea; no
basta para producir una identidad común y una lealtad a la misma.
Tomando la experiencia europea, Francia debe considerarse el caso
más exitoso de nacionalización efectiva, mientras que España sería el menos.
¿Por qué? Porque, de acuerdo con Quijano (2000), España, que en sus inicios
era más rica y poderosa que sus pares, expulsó a musulmanes y a judíos en si
intento de formación como Estado-nación, dejando de ser productiva y
próspera, pasando a convertirse en una correa de transmisión de los recursos
de América a los centros emergentes del capital financiero mercantil (Holanda,
Inglaterra, Francia). A diferencia de estas potencias emergentes, España
quedó sumergida en una estructura señorial de poder y bajo la autoridad de
una monarquía y una Iglesia represivas y corruptas, que, más que dedicarse a
la disputa por el mercado mundial y el control del capital comercial y financiero,
se abocó a la expansión de su poder señorial por Europa.
Así, podría decirse que el colonialismo interno y los patrones señoriales
de poder político y social demostraron ser fatales para la efectiva
“nacionalización” de España. Ese tipo de poder no sólo fue incapaz de sostener
las ventajas de su vasto y rico imperio colonial sino que imposibilitó cualquier
democratización del control del poder, tanto en su territorio como en sus
colonias (ídem: 228).
Francia, contrariamente, democratizando radicalmente las relaciones
sociales y políticas, evolucionó hacia una efectiva “nacionalización” de los
pueblos que habitaban su territorio, al inicio tan heterogéneos como los de
España. Todos los casos de exitosa nacionalización registran la similar
experiencia de un importante proceso democratizador de la sociedad, como
condición básica de su organización política en un Estado-nación moderno
(Ídem: 229).
Deteniéndonos en la experiencia de América, pueden encontrase
diferencias y similitudes entre sus áreas británicas e hispánicas. Las primeras,
desde el comienzo vivieron la ocupación violenta de su territorio. Antes de la
Independencia norte-americana (la Revolución Americana), el territorio
ocupado era muy pequeño y los indios no habitaban allí, o sea, no había
colonización. Cuando es creado el nuevo Estado nación llamado “Estados
Unidos de América del Norte”, los indios no figuraban dentro de esa nueva
identidad; eran considerados extranjeros y más tarde, sus tierras eran
conquistadas y ellos casi exterminados. Sólo después de esto, los
sobrevivientes fueron encerrados en la sociedad norteamericana como raza”
dominada.
De esta forma, dicho proceso de nacionalización, de democratización
socio-política, excluía a ciertos grupos, los cuales no estaban autorizados a
participar de la vida política. Luego de su viaje por esas tierras, Toqueville
afirmaría que allí estaba justamente el límite principal del enorme proceso de
nacionalización de la joven república de Estados Unidos. Ésta, al mismo tiempo
que ofrecía rápidamente ciudadanía, participación política, derechos civiles a
los inmigrantes blancos que llegaban para poblarla. Discriminaba y excluía de
dichos derechos a los “indios” y a los “negros”.
Por su parte, algunos países del Cono Sur (Chile, Argentina y Uruguay)
presentan, a primera vista, características más o menos similares – en cuanto a
sus formaciones como modernos Estados-nación a las de Estados Unidos.
Los “indios”, una población poco dispuesta a convertirse en trabajadores
“capitalísticamente” explotados, no fueron incorporados en la “sociedad
colonial”. En estos países, además, los negros fueron una población
minoritaria durante todo el periodo colonial, en comparación con otras regiones
dominadas por españoles o portugueses. Al igual que las clases dominantes de
Estados Unidos, aquí se consideró necesario conquistar los territorios que
ocupaban los indios”, y el exterminio de éstos fue la forma encontrada para
homogeneizar la población nacional para facilitar el proceso de formación del
Estado-nación moderno. En Argentina y en Uruguay, este proceso de
expropiacn y exterminio fue concluido a finales del siglo XIX, y estos países
atrajeron a millones de inmigrantes europeos, consolidando la apariencia de
“blanquitud” de sus sociedades.
No obstante, la diferencia fundamental de estos países del Sur con
Estados Unidos consiste en la distribución de la tierra que fue realizada. La
extrema concentración de la tenencia de la tierra especialmente de aquellas
conquistadas a los indios” hizo imposible cualquier democratización de las
relaciones sociales entre los propios blancos”. Más que una sociedad
democrática, basada en un Estado democrático, en Argentina se constituyó
una sociedad y un Estado-nación oligárquicos, que sólo fue desmantelado
parcialmente luego desde la II Guerra Mundial (Ídem: 231). El antiguo
Virreinato del Río de La Platasólo emergió a fines del siglo XVIII como un
área próspera del mercado mundial, y en el siglo siguiente propició una masiva
inmigración de diferentes espacios de Europa, hasta tal punto que, por ejemplo,
Buenos Aires, para finales del siglo XIX, estaba formada por un 80% de
inmigrantes de origen europeo.
Estos inmigrantes, al llegar, no encontraban en estas pampas una
estructura social y política bien consolidada. Al mismo tiempo que aquí no los
esperaba una identidad para acogerlos, rechazaban cualquier cercanía con la
población indígena. Así, tardaron mucho tiempo en formar una identidad
nacional propia, culturalmente diferente de la europea. Hasta entrada la
segunda década del siglo XX, la enorme mayoría se consideraba un europeo
exiliado en estas salvajes pampas” (Ídem: 232). En Chile y Uruguay, la
concentración de la tierra fue igualmente fuerte, pero la diferencia se marca en
que los inmigrantes europeos encontraban una sociedad, un Estado, una
identidad ya suficientemente densas y constituidas, a las cuales incorporarse y
con las cuales identificarse.
De acuerdo con la hipótesis de Quijano (2000), la formación del Estado-
nación en el Cono Sur latinoamericano se llevó a cabo no a partir de un
proceso de “descolonización”, de democratización de las relaciones sociales,
sino a base de la eliminación, de la exclusión de una parte de la poblacn. Por
esto, la democracia alcanzada por el Estado-nación en estas áreas no podía
ser, de ninguna forma, estable. Para este autor, la “colonialidad del poder”
que tiene en sus raíces la idea de “raza–, que resulta de la “perspectiva euro-
ntrica”, provocó que la burguesía sorial latinoamericana haya sido
enemiga de la democratización social y política, como condición de la
formación de la nacionalidad y del Estado. De este modo, la trayectoria hacia la
“nacionalización”, en nuestra América, se ha revelado imposible de ser
completada (Ídem: 233). Lo que equivale a reconocer el cacter conservador
que constituye a los procesos de conducción “por lo alto” de los momentos de
transformación social y de constitución del propio Estado (con exclusn de las
clases subalternas de compromisos estables), configurando determinadas
particularidades al dominio de clases en estas formaciones económico-
sociales.
En el caso de Brasil, los “negros” eran esclavos y la mayoría de los
“indios” eran pueblos que habitaban la Amazona, considerados “extranjeros
por el nuevo Estado-nación. En países como México o Bolivia, donde la
población estaba constituida por una enorme mayoría de indios, negros y
mestizos, los procesos de “descolonización” del poder y las relaciones sociales
recorrieron un buen trecho, hasta ser contenidas y posteriormente derrotadas,
quedando bajo el control de la minoría “blanca” de la nueva estructura de
poder: el Estado-nación. Así, los procesos de “nacionalización” de estos países
fueron limitados y muy parciales.
Seguramente, las dos primeras derrotas fundamentales de estos
procesos más democráticos, característicos de la formacn más “clásica” del
moderno Estado capitalista, se constituyan con la rebelión de Tupac Amaru,
con los (“indios”) Incas del Perú, en 1780, y la Revolución de los “Jacobinos
negros de 1802 en Hai. Desde entonces, en todas las demás colonias
ibéricas, los grupos dominantes tuvieron éxito en evitar la descolonización” de
la sociedad, sin dejar de luchar por la independencia nacional y el control de
ese Estado “independiente”. El problema, en verdad, esen el hecho de que
estos Estados no pueden ser considerados ni nacionales”, puesto que
representan los intereses de la minoría “blanca” y no de los otros grupos a
veces claramente mayoritario –, ni mucho menos “democráticos”, puesto que
se fundan en la dominación colonial de “indios”, “negros” y “mestizos”. De este
modo, se forma una aparente paradoja de “Estados independientes” y
“sociedades coloniales” (Ídem: 234).
Esta minoría blanca” en el control de los Estados independientes, no
tenía ni sentía ningún interés común con los “indios”, “negros” y “mestizos”. Sus
privilegios, justamente, siempre se basaron en su dominación/explotación, lo
que impedía la formación efectiva de un interés nacional entre conquistadores y
conquistados, entre “blancos” y “no-blancos”. Esto hacía que, mientras que en
Europa y Estados Unidos la relación del capital se expandía como eje
articulador de la economía y de la sociedad, el Señorío blanco”
latinoamericano estaba imposibilitado de hacerlo por la inviabilidad de la
formación de un mercado de trabajo “asalariado” que les permitiera “acumular”
las enormes cuantías de capital comercial que controlaba. La “libertad” del
trabajo destruía la servidumbre, un trazo esencial de su señorío.
De modo que, más que seguir el camino de los Estados que se estaban
modernizando, estos capitales se canalizaban en consumo suntuoso de
mercancías producidas en Europa por parte del “señorío latinoamericano”.
Éste, ya era dependiente de la burguesía europea; se identificaba más con sus
intereses. La “colonialidad del poder” los llevaba a percibir que sus intereses
sociales eran iguales a los de los otros blancos” dominantes en Europa y en
Estados Unidos; pero, a la vez, esa realidad no les permitía desarrollar sus
intereses sociales al modo de sus pares europeos (ya capitalistas industriales),
y les impedía convertir su “capital comercial” (producido a través de la
servidumbre, la esclavitud, la reciprocidad, etc.) en “capital industrial. Liberar a
los siervos y esclavos, convertirlos en asalariados y crear el mercado interno
nacional, implicaba el fin de la dominación colonial. Y, sin la realización de sus
“tareas históricas”, la elite dominante latinoamericana no tenía otra posibilidad
más que convertirse en socia menor, dependiente, de las burguesías europeas.
La subordinación parecía obedecer s a una comunidad de “intereses
raciales” (Ídem: 236).
Esto significa, de acuerdo con Quijano (2000), que la “colonialidad del
poder”, basada en la idea de “raza” como instrumento de dominación, ha sido
siempre un factor limitante de los procesos de construcción del Estado-nación
en América Latina. El grado de esa limitación, hasta la actualidad, depende de
la proporción que representan las razas colonizadas al interior del territorio
nacional, de la densidad de sus instituciones socio-culturales. Por esto, en esta
clave de interpretación, la “colonialidad del poder”, establecida sobre la idea de
“raza”, se constituye, como un problema fundamental de la llamada “cuestión
nacional”.
De acuerdo con esta hipótesis, en América Latina las clases sociales
tienen “color”; la explotación requiere dominación y la raza” es un instrumento
muy eficaz para tales fines. Los procesos de Independencia nacional, sin
descolonización de la sociedad, no representan más que una rearticulación de
la colonialidad sobre nuevas bases institucionales. Desde entonces, a ya más
de 200 os, se viene luchando por avanzar en este proceso de
“nacionalización efectiva y “democratización” de nuestros Estados y
sociedades, como único medio de lograr una “homogeneización” nacional entre
los grupos de existencia social europeas, nativos, africanos y no-europeos. Lo
que se ha podido avanzar en rminos de derechos civiles y políticos, en la
necesaria distribución del poder en las últimas cuatro décadas, viene siendo
arrasado por el proceso de reconcentración del control del poder en el
capitalismo mundial.
3.2. Pensamiento crítico en Nuestra América
3.2.1. Para una critica de la “modernidad euro-céntrica”
Tal vez, las investigaciones históricas del inglés Fernand Braudel,
especialmente sus estudios de 1949 sobre El Mediterráneo y el mundo
Mediterráneo en la Época de Felipe II, sean uno de los intentos s
importantes por rescatar las particularidades” históricas presentes en la
escena mundial en la génesis del orden social capitalista. En ese marco,
preocupado en rescatar los procesos particulares, este autor acuña el concepto
de sistema-mundo, desde una clara reivindicación del punto de vista de la
totalidad. Confrontándose con las perspectivas lineales, evolucionistas de la
historia, Braudel busca explicar la formación del moderno sistema-mundo
capitalista a partir de las peculiares relaciones entre sus múltiples
procesualidades particulares (Cf. Gruner: 2005).
Su obra fundamental: Le Temps du Monde, de 1979, contiene los
presupuestos teóricos de lo que denomina economías mundo, y la distinción
conceptual entre éstas y la economía mundial. Mientras la primera expresión es
utilizada para referirse a la totalidad del mundo, geográficamente considerado –
léase el mercado mundial capitalista –, la segunda estará reservada para
señalar cualquier región particular del planeta, orgánicamente unida por
determinados vínculos de intercambio, económicamente autónoma y capaz de
auto-abastecerse (ídem).
De acuerdo con sus estudios, el mundo pre-capitalista revela la
existencia de diferentes economías-mundo conviviendo paralelamente”, sin o
con escasas relaciones entre sí. En este sentido, podría decirse que existían
economías-mundo pero no una economía mundial, en tanto “sistema mundial”.
El mundo pre-moderno no presenta un sistema-mundo con vocación de
mundialización, de universalización. Esto ocurrirá con (y “gracias” a) América,
con su “descubrimiento”, conquista y colonización. De modo que ésta tiene un
protagonismo central en la formacn del ámbito histórico donde germina el
sistema capitalista. Por esto, a partir de América, “gracias” a su “contribución”
al desarrollo de la modernidad capitalista y de sus consecuencias en todos los
ámbitos de la vida, la historia se unifica, se torna la historia (Cf. Quijano; 2000).
Esta distinción es importante porque permite captar la diferencia cualitativa
existente entre el sistema-mundo capitalista y sus predecesoras economías-
mundo o sistemas-mundo. Es decir, la peculiaridad del capitalismo
83
.
En tanto gimen de producción-reproducción material de la vida social,
y por su lógica inherente, la misma reside en el hecho de que éste se
constituye como el primer orden social que ha tenido éxito real en
mundializarse efectivamente. O sea, es la primera economía-mundo con
capacidad para absorber, en su ascenso histórico, al conjunto de los “sistemas-
mundo que se presentaban como sus contemporáneos, y combinarlos
desigualmente en una estructura de poder y de producción. La economía-
mundo capitalista en germen, originariamente situada al norte de Italia: el
“mundo mediterráneo” (objeto del análisis de la primera obra citada de
Braudel), se transformará en la primera economía mundial. El sistema-mundo
que logró transformarse plenamente en sistema mundial.
83
A partir de la transición al modo de producción capitalista, y a medida que se asienta como
dominante, casi todos los rincones del planeta comenzarán a formar parte de un complejo de
relaciones que iría a integrarlos como totalidad. De este modo, ”gracias a América”, el conjunto
de las diferenciadas economías-mundo pre-existentes, se articularían de un modo particular,
pasando a ser unidades productoras-reproductoras de una nueva y pujante unidad compleja.
Hasta entonces, dirá Quijano, la historia no podía ser pensada como una totalidad compleja,
abierta, auto-determinada, constituida a partir de una combinación peculiar entre sus partes
constitutivas.
Inspirado por estos estudios históricos y preocupado por cierta lógica
“positivista” ylineal” infiltrada en el llamado “pensamiento crítico”, se encuentra
el trabajo de Immanuel Wallerstain. Este pensador rescata la teoría del
sistema-mundo” de Braudel como clave heurística” capaz de explicar el
surgimiento del capitalismo histórico”, más al de las perspectivas
reduccionistas y/o evolucionistas muy presentes en el pensamiento social de
nuestro continente – incluso en el llamado “progresismo” y en la “izquierda”. En
síntesis, podría decirse que el centro de las preocupaciones de Wallerstain
(aunque no es una exclusividad suya) está en una teoría capaz de explicar la
génesis histórica del capitalismo más allá de las perspectivas euro-céntricas
dominantes en la teoría social.
Para el autor, tal perspectiva de análisis es visiblemente parcial y
mistificadora, puesto que esconde las determinaciones efectivas de lo social
concreto, una vez que su concepción de totalidad resulta de la “prolongación”
histórica del desarrollo particular de alguna de sus partes al conjunto. Esto es,
se critica la presencia de una lógica y un movimiento de generalización lineal,
de imposición forzada, de una particularidad como universal lo que tiende a
eliminar las contradicciones efectivamente operantes en la procesualidad
histórica, proyectando una imagen distorsionada, formal y superficial de lo real.
De acuerdo con el análisis de Wallerstain, este evolucionismo lineal que
porta la perspectiva “euro-céntrica” se revela claramente en la concepcn (por
cierto, falsa) que considera el desarrollo del centro del sistema como el estadio
civilizatorio más avanzado, al que los países o regiones atrasadas” deben
llegar si quieren subirse en el “tren de la historia”. Este problema va más allá de
lo heurístico; el llamado euro-centrismo tiene implicaciones políticas.
La crítica al “pensamiento euro-céntrico” se basa en el hecho de que la
perspectiva evolucionista perpetúa una visión unilateral del proceso histórico,
unidimensional y lineal, que opera interdictando las posibilidades crítico-
reflexivas de la totalidad, obturando las posibilidades de captar la efectividad
del desarrollo desigual y combinado subyacente, propio del sistema-mundo del
capital.
A través de esta operación teórico-ideológica, la historia del centro ha
sido “extendida” al resto – particularmente a las periferias –, que debe vivenciar
su historia al modo de una réplica, problemáticamente demorada, de la historia
del centro (en el mejor de los casos; en el peor, serán considerados regiones
“bárbaras”).
De modo que, la crítica al carácter euro-céntrico de la teoría social
hegemónica tiene fundamentos ontológicos profundos para Nuestra América,
mucho más allá que una estrecha reivindicación “provinciana” o “particularista”,
tan en boga en estos tiempos. En este sentido, lejos de cualquier rechazo a “lo
europeo” en general, como muchas veces se piensa, se busca romper con
aquélla peculiar concepcn de historia que, como fue dicho, no es un mero
análisis equivocado sin consecuencias prácticas. Como acabamos de señalar,
su función ideo-política se estructura en función de legitimar lo dado sea
justificando los “excesos inevitables” (los “costos necesarios del progreso”), sea
para construir hegemonía en torno de una determinada cosmovisión del
mundo.
El relato histórico euro-céntrico parte del supuesto de que la base de la
hegemonía europea en la génesis de la modernidad capitalista se debe a
ciertos atributos exclusivos” de esta región, indiscutiblemente “buenos” y
“civilizatorios” para la humanidad, “superiores” a los de cualquier otro pueblo o
cultura existente. Europa es, para el relato euro-céntrico, efectivamente el
centro del mundo. La conviccn en esta “superioridad”, de ser lo más
avanzado, irá consolidando un tipo “abstracto” de universalismo que se tornará
un pilar ideológico fundamental para la manutencn del sistema como un todo.
Las invenciones de la moderna Europa, son válidas, necesarias y deben ser
deseadas por cualquier comunidad o cultura que se pretenda civilizada. Así, la
“civilización occidental” se torna la civilización, y el desarrollo se concibe como
el proceso por medio del cual todas las culturas deben “alcanzar” la
modernidad europea occidental, léase capitalista.
En este sentido, Quijano (2000) entiende que el euro-centrismo produce
una “colonialidad del saber y del poder”, puesto que es un complemento
necesario de la dominación ecomico-material del sistema mundo capitalista.
El capitalismo lo requiere para legitimarse ideológicamente, para justificar su
posicn de polo dominante ante todo lo exótico, lo primitivo, lo bárbaro. Para
este autor, es en el proceso de consolidación del centro capitalista como poder
dominante, para legitimar la opresión necesaria del “otro”, que se diseña la
perspectiva euro-céntrica. La misma, se torna rápidamente un elemento
ideológico importante de la modernidad capitalista, porque presenta una lectura
de la historia a la medida de las exigencias del poder hegemónico el cual
necesitaba complementar su expansión, como modo de producción dominante,
con una legitimación ideológico-cultural
84
.
Así, en nombre del progreso” y de la civilización occidental, y bajo la
“oportuna” bendición de laSanta Iglesia Católica”, los más terribles genocidios
y etnocidios que la historia de América registraron, “debieron” ser realizados.
De esta forma, así como la civilización (la modernidad capitalista) “debía”
inculcarse a los “bárbaros”, el progreso (capitalista moderno) debe imponérsele
al mundo “atrasado” (Cf. Gruner; 2005: 7-8 y ss.).
En síntesis, la perspectiva euro-céntrica considera que el centro es como
el punto lmine de la historia; su conclusión necesaria. Se imagina la
expresión más “alta”, más acabada de un proceso civilizatorio que se había
iniciado con los griegos y con ellos se completaba. El lugar de la totalidad
dinámica, rica en contradicciones, era ocupado por una parcialidad (el centro)
que se proyectaba como la civilización universal de aquella historia “necesaria”.
Dicha proyección seudo-universalista impuesta como real “verdadero”, rellena
los cimientos (falsos) del edificio capitalista moderno.
Contrariamente a esto, la perspectiva que orienta nuestra reflexión
pretende edificarse desde un punto de vista efectivamente totalizador; una
perspectiva mundo-céntrica, podría decirse. Esto es, no se trata de despreciar,
el papel particular jugado por Europa en la formación del sistema mundo
capitalista. Más bien, la cuestión es situarlo históricamente, desde un punto de
vista que recupere el movimiento efectivo de la totalidad dinámica el sistema-
mundo del capital –, para desde allí explicar las relaciones efectivas
establecidas con sus particularidades, y el papel de cada una de éstas en su
formación histórica.
En este sentido, dirá Gruner:
84
Como consecuencia de dicha legitimación del sistema-mundo capitalista se impone, por la
vía de una filosofía euro-céntrica de la historia, una noción unilateral del progreso”, desde la
cual se ha buscado justificar la “barbarie” contenida en el proceso de colonización de las
periferias barbarie necesaria” (los “costos inevitables de todo avance civilizatorio”),
indispensables para el establecimiento de las condiciones propias del régimen capitalista de
producción.
“La estructura de la génesis del capitalismo es sincrónica: articula
tiempos históricos diferentes en una simultaneidad que hemos
denominado ‘desigual y combinada’; por otro lado, la génesis de la
estructura del nuevo sistema-mundo capitalista es dialéctica: no
es que hay ‘formaciones preexistentes que, por x razones, se
ponen en relación, sino que es la relación la que explica el propio
origen de esas formaciones, por ejemplo, como centros’ y
‘periferias’” (ídem: 9).
El punto de vista de la totalidad, en su dinámica contradictoria, permite
comprender los papeles asignados / asumidos / construidos por las diferentes
particularidades. Nos interesa pensar América Latina a partir del análisis de
estatotalidad”, la cual contiene una infinidad mayor de determinaciones que la
“historia de los vencedores”. De modo que, para un pensamiento desde la
periferia latinoamericana, la superación del euro-centrismo comienza por el
examen crítico de su propia alineación, con la “auto-reflexión crítica” sobre su
identidad, lo que implica comprender el papel de estas regiones en el
desarrollohistórico total. La lucha ideológica para la superación de nuestra
propia “colonialidad del saber y del poder de que habla Quijano, impuesta
como regla en el pensamiento latinoamericano en los últimos 500 os, es una
precondicn indispensable para pensar (con “cabeza propia”) en una
emancipación efectiva.
Por esto, darle la palabra a nuestra América significa recomponer el
pensamiento de la totalidad contradictoria constituida por el sistema mundo
capitalista, como punto de partida de nuestra propia auto-comprensión. Trabar
esa lucha, sin concesiones, se torna estratégico para las fuerzas críticas (tanto
del centro, como de las periferias), puesto que es más necesario que nunca
dejar de ser lo que somos, para ser cada vez más lo que queremos ser.
Del capitalismo “idílico” al capitalismo histórico”
Desde este punto de vista, entendemos que la llegada de los
conquistadores a las costas de nuestro continente, hace ya más de cinco
siglos, da inicio a un impresionante proceso social esencialmente caracterizado
por ser el primero en presentar un carácter verdaderamente “universalizante”
aunque no en realizarlo plenamente. El “descubrimiento” del América (el otro)
permitió, además del no sin bastante cinismo llamado “encuentro de culturas”,
la génesis de lo que se convertiría en el proceso civilizatorio más agregador de
la historia. Por primera vez se presentan las condiciones objetivamente
necesarias para la realización universal del ser social.
En otros términos, con el llamado “descubrimiento de América”, su
conquista y colonización, comienza a diseñarse un orden social que, desde sus
primordios, muestra enormes impulsos de expansión. Auto-alimentándose de
sus energías productivas, progresivamente va cobrando una fuerza y un vigor
suficientes para constituirse en sistema-mundial. El impulso adquirido por las
nuevas relaciones (destacándose las económicas); la emergencia y el
desarrollo de nuevas ideas y modernos valores; la multiplicación geométrica del
área comercial, de “los negocios” el llamado Comercio Atlántico o Triangular
–, son todos momentos que, indudablemente, están presentes como
determinaciones fundamentales en la génesis del socio-metabolismo del
capital.
Será como resultante del peculiar relacionamiento establecido con
América y África, que algunas regiones, luego países, de lo que más tarde se
conocido como Europa (Occidental), se constituirán en los centros dinámicos
del nuevo sistema-mundo. En este sentido, puede afirmarse que América
desempeña un papel fundante para la nueva épocasocietaria que se abre
para la humanidad. Un nuevo universo de ideas, de valores, de relaciones y de
prácticas implicará la mutación general del conjunto de las referencias
societarias. Nace la modernidad y, junto con ella, emerge el modo de
producción capitalista.
Según el análisis de Casullo (1993), lo que podría llamarse “condición
moderna”, inicia su itinerario con el llamado Renacimiento, en los siglos XV y
XVI, y es formulado como una ideología que exalta la libertad y la
individualidad creadora. Valientes incursiones hacia territorios del saber hasta
entonces prohibidos por el poder teocrático son realizadas, generando
radicales transformaciones que serán preanunciaciones de la nueva y
revolucionaria cultura burguesa. La emergencia del individuo; de un sujeto
camino a su autonomía de conciencia frente al tutelaje de Dios; del “libre
albedrío”; del poder de decidir y transformar a voluntad; de la experimentación
científica frente a los dogmas eclesiales; del conocimiento humanístico de la
naturaleza, regido por ansias de aplicacn, de utilidad y hallazgo de verdades
terrenales, etc., todos esos trazos constitutivos de la naciente modernidad,
implicarán un trastrocamiento radical del ambiente socio-cultural de las
regiones involucradas (Casullo: 1993)
85
.
Sin embargo, el siglo XVII comenzará a mostrar, en el propio centro de
la modernidad, la emergencia de problemáticas que van a anticipar las crisis
propias de la nueva época, las cuales, como vimos, son resultantes del propio
desarrollo de las contradicciones inherentes al sistema-mundo capitalista y
moderno. Será ese, un siglo de intensas revoluciones en Inglaterra, las cuales
terminarán siendo más tarde el trasfondo motivador del llamado “Siglo de las
Luces”
86
.
Por otra parte, paralelamente, se va constituyendo la perspectiva euro-
ntrica de la modernidad, la cual, de acuerdo E. Dussel (2000), se basa en la
“confusión (generalmente intencionada) de universalidad abstracta con
mundialidad concreta realizada por los dictámenes del capital, productora y
responsable por el pleno capitalismo que vivimos
87
. En este sentido, cuando
hablamos de la existencia efectiva de una modernidad capitalista, se buscan
evidenciar justamente las contradicciones refractadas por la legalidad peculiar
85
De acuerdo con Casullo, la modernidad nos trae un itinerario sustentado en los principios de
autonomía moral del hombre, que cuestiona toda autoridad externa cercenadora de sus
potencialidades. A partir de ese nuevo estado de conciencia sobre la historia nacen las visiones
del progreso espiritual de la humanidad y se da la recuperación del hombre para una historia
que, desde ahora, se define en la tierra gracias al descubrimiento y confianza en la calidad
emancipatória de la razón. Son promovidas las ideas sobre el progreso, sobre la posibilidad de
emancipación, sobre el sujeto que genera significados; lo histórico deja de ser un paréntesis
irracional, leído desde una “oscura racionalidad divina”.
86
Para este mismo autor, la Revolución Inglesa había traído la experiencia de democratización
del orden social a través de la secularización de la política. Por su parte, el racionalismo
filosófico francés, con su sueño “enciclopedista” reformador y su esclarecimiento, por medio de
la articulación de las ciencias, las artes, la técnica y el trabajo, nos convence de que es el
presente – y ya no el pasado clásico la edad de oro del esritu.
87
En sus estudios críticos sobre la génesis histórica de la modernidad y sus relaciones con
América Latina, el filósofo Enrique Dussel (2000) afirma que la teoría social hegemónica sobre
la constitución histórica de la modernidad casi siempre acepta como cuadrante el esquema
(mistificador) de interpretación basado en la secuencia lineal: Renacimiento italiano - Reforma e
Ilustración alemana Revolución burguesa Inglesa y Francesa; esto es: Italia en el siglo XV;
Alemania en el XVI-XVIII); Inglaterra en el XVII; Francia en el siglo XVIII. Tales interpretaciones
históricas, porque se basan en indicaciones puramente “europeas” para explicar la génesis de
nuestra época societaria, forman parte de la visión “euro-céntrica de la historia. La misma,
puesto que afirmada sobre fenómenos exclusivamente internos de Europa, considera que su
desarrollo posterior no precisa más que el análisis del “centro” para ser explicado. Del resto,
esto es, la enorme mayoría socio-geográfica del mundo, que forma las periferias del sistema,
no debe esperarse más que una repetición tardía de la trayectoria de los más “desarrollados.
del capital la cual, por esencia, implica límites insuperables para la
materialización de varios de los postulados modernos fundamentales. Más que
un “tipo ideal” de modernidad, pensamos en una modernidad hisrica”,
concreta y en proceso, que contiene y puede superar al orden social capitalista,
en los marcos de una historia que está abierta e inconclusa
88
.
Desde la perspectiva de Dussel (2000), se trata de realizar
históricamente, efectivamente, la modernidad; de radicalizar sus fundamentos y
efectivar sus principios; de rescatar el núcleo racional que se encuentra en la
profundidad de lo moderno y convertirlo en historia real; de reorientar su actual
desarrollo hacia una emancipación auténtica, hacia la verdadera universalidad
del ser social.
En este sentido, se entiende que el universalismo moderno ilustrado, en
verdad, presenta intenciones de confrontar y desplazar el imperio de los
particularismos y de los privilegios, propios del orden pre-capitalista; por esto,
va a enfrentarse tanto a las posiciones de la aristocracia, como de la Iglesia.
Por ejemplo, las nociones de ciudadanía, igualdad civil, derechos civiles
universales, promulgados por la Revolución Francesa, así como la propia idea
de Estado-nación, son identidades que trascienden los particularismos del
parentesco, del status feudal. Sin desconocer sus límites claramente
evidenciados en episodios como la revolución de Haití de inicios de siglo XIX –,
podría decirse que la clásica revolución de la burguesía francesa (ciertamente
heredando muchos elementos de la inglesa) es portadora de un universalismo
emancipatório que la trasciende, esto es, que no cabe en los estrechos límites
del capitalismo histórico bajo los cuales se realiza – cuestión que, a la vez, abre
la posibilidad de la crisis, o sea, de su re-apropiación, profundización y
88
Por otra parte, esto no debe inducir a pensar en términos de un “optimismo” histórico sin
bases materiales, como si la historia, en misma y necesariamente, se desarrollaría,
evolucionaría hacia grados más elevados de emancipación humana. Actualmente, y desde sus
inicios, el sistema del capital y su socio-metabolismo peculiar han demostrado una enorme
capacidad de destrucción, esto es, han desarrollado potentes tendencias destructivas e
irracionales (baste con observar las dimensiones catastróficas del potencial destructivo de la
industria bélica en nuestros días, que presenta efectivamente la amenaza de la destrucción
total; o la “suicida” e inevitable desde los cuadrantes del capital depredación del medio
ambiente, especialmente en las ultimas cuatro décadas). Por esto, decimos que no hay
determinismos inexorables en la historia social; no existen movimientos progresivos
“necesarios”; no hay linealidad civilizatória históricamente ascendente, ni progreso
emancipador garantizado.
radicalización por fuerzas más democráticas y revolucionarias que la propia
burguesía.
Por su parte, en la Inglaterra del siglo XVIII, distintamente de la Francia
de la Ilustración, se está gestando el capitalismo industrial sobre la base de su
ideología característica: la del “desarrollo” no precisamente el de la
humanidad, sino, de la propiedad privada”. La preeminencia de valores como
productividad y ganancias; el desarrollo técnico visto como clave para el
progreso; los influjos desatados por la revolución industrial, entre otros
procesos, implicarán la subordinación de todos los valores humanos a la lógica
capitalista, encontrando tal vez su formulación teórica más importante y
sistemática en la obra de Locke.
Así, con la consolidación del comercio atlántico y su desigual
combinacn peculiar, se presentan las condiciones para dar unidad a la
historia mundial, como una historia. Esto es, dicho proceso es entendido como
un momento fundamental, fundacional de la época moderna, que se
desarrollará y definirá momentos históricos diversos. Una segunda etapa o
momento en la modernidad podría reconocerse. El mismo está
fundamentalmente caracterizado por la Revolución industrial del siglo XVIII y la
Ilustración, que profundizan y amplían el horizonte abierto a finales del siglo
XV. A partir de entonces, paulatinamente Inglaterra capitaliza los remanentes
del llamado comercio triangular (Europa América África) y se coloca,
progresivamente, como potencia hegemónica desplazando a España y
Portugal, subordinándolas a la condición de semi-periferias. A, al calor del
desarrollo de la industria y de la acumulacn capitalista, Inglaterra asumirá el
“comando” de la historia, reinando desde la segunda mitad del siglo XIX, hasta
los preludios de la segunda guerra mundial.
No obstante, el proceso se realiza de modo contradictorio. Según
Quijano (2000), las determinaciones que acompañan la consolidación del
capitalismo como orden social totalizante, expansionista, implicará, por el
mismo movimiento histórico, que dichos procesos sociales se efectúen en los
marcos de relaciones sociales de explotación y dominación, abriéndose un
campo de conflicto por los medios, los fines y los límites de esos procesos.
Para los dominadores, son el capital y el mercado quienes determinan
esos límites y legitiman los medios empleados. Para los explotados y
oprimidos, es verdad que la modernidad generó un horizonte de liberación de
las relaciones y estructuras de dominación, aunque también lo es que generó
las condiciones para profundizar esas mismas estructuras de explotación. Así,
desde esta perspectiva, la modernidad se configura y está atravesada por los
conflictos producidos por intereses sociales divergentes y antagónicos de las
clases, por lo que concordamos que todo concepto de modernidad es
necesariamente crítico, ambiguo y contradictorio.
En este marco, puede afirmarse que la modernidad en América Latina,
más que un estado que nos llega tardíamente en el siglo XIX, irrumpe y tiende
a imponerse en estas pampas desde el inicio mismo del sistema-mundo del
capital, con el proceso de “acumulación originaria”. Desde esta perspectiva, la
historia mundial es entendida como un acontecimiento que nos absorbe y
supera, y cuyo “centro” – tanto hoy, como en su origen precisa reproducir esa
“condición de periferia” del otro, en lo posible otorndoles el papel de
participante sordo, ciego y mudo de la escena. Por esto, así como sin
“descubrimiento” y conquista de América no puede explicarse la formación de
la modernidad capitalista, de igual modo, la particularidad de la modernidad
latinoamericana no puede comprenderse sino desde ésa específica fisonomía
histórica resultantes del papel impuesto / asumido en el sistema mundo del
capital –, en tanto modernidad periférica.
Si por un lado la modernidad tiene un núcleo racional fuerte, que eleva a
la humanidad de su “minoría de edad”, por otro, es portadora también de un
proceso irracional que se oculta a sus propios ojos. La civilizacn moderna
históricamente hegemónica, dirá Dussel (ídem), que se considera abiertamente
superior, sentirá la obligación moral” de civilizar a los primitivos, a los
bárbaros. Si hay resistencias al avance civilizatório, en ultima instancia, es
legítimo apelar a la violencia, la cual queda plenamente justificada con la
guerra justa colonial, por ejemplo
89
.
89
El civilizador, como héroe, inviste a sus victimas con el carácter de un sacrificio redentor, que
no significa otra cosa que la culpabilización del “bárbaro” que se resiste al proceso civilizador.
Así, la “Modernidad” aparece no sólo como inocente, sino, además, como plenamente
emancipadora. Desde este carácter civilizatório absoluto de la Modernidad, se interpretan
como inevitables los “sacrificios” (costos) de la modernización de los pueblos “atrasados”,
inmaduros, para usar el lenguaje de la naturaleza; de las otras razas “esclavizables”, del otro
sexo por ser “débil”.
Llegado a este punto, si se pretende la superación de la modernidad
histórica (capitalista), será necesario asumir y dar voz al otro, al lado oculto
pero indispensable de la relación; la cara negada, victimada, que, antes de que
sea demasiado tarde, debe saberse víctima inocente (ídem). Cuando es
negada críticamente la inocencia de esta modernidad capitalista se descubre
su otra cara, oculta pero esencial, el mundo periférico colonial, el indio
sacrificado, el negro esclavizado, la mujer oprimida, la cultura popular alienada,
o sea, las víctimas del lado irracional de la modernidad histórica, y su
realización parcial se torna su verdadero “drama existencial”.
En síntesis, la modernidad capitalista porta un carácter contradictorio
intrínseco, y va a tejerse como un proceso que combina trazos efectivamente
emancipatórios con otros verdaderamente barbarizantes”. Gradualmente, va a
consolidarse “globalmente”, dando lugar a indiscutibles progresos, aunque sin
lograr superar un tipo de universalización que podríamos caracterizar como
truncada. En otras palabras, no obstante sus “avances civilizatorios”, el proceso
se realiza produciendo momentos significativos de barbarización de la vida
social, resultado del propio desarrollo de las relaciones sociales propiamente
capitalistas. La civilización moderna libera” al individuo, pero no a todos ellos;
va a producir bienes más ampliamente que ningún otro modo de producción de
la historia; sin embargo, enormes contingentes humanos continuarán muriendo
a causa de la miseria más paupérrima y la súper-explotación de la fuerza de
trabajo.
Por otra parte, cabe alertar aquí sobre lo problemático de operar una
“identificación absoluta” entre capitalismo y modernidad, puesto que dicha
operación tiende a solapar la especificad del capitalismo. En este sentido,
sen Wood (1998), el capitalismo emerge apenas como uno de los resultados
históricos posibles del acontecer socio-humano. Lo que se pierde al identificar
capitalismo y modernidad, es la problematización de que el primero se
configura como una oportunidad y no como una necesidad histórica. Una visión
del desarrollo histórico, como sucesión de etapas, omite y minimiza, según la
autora, la distinción profunda entre sociedades capitalistas y no-capitalistas. La
dialéctica de lo desigual y combinado se diluye y el capitalismo real se torna
“invisible”.
La complejización del concepto de modernidad, permite dar tratamientos
de análisis diferenciados (modernidad/capitalismo) y específicos, pudiendo
negar algunos de sus elementos, aunque no necesariamente rechazarlo como
un todo (ídem). Muchos de los principios del proyecto de la Ilustración, para la
autora, serían más pertinentes a una sociedad no-capitalista; muchas de sus
posturas tienen raíces en formas sociales de propiedad no capitalistas y formas
sociales de organización que no se encuentran determinadas por la esencia
capitalista de máxima ganancia.
Desarrollo desigual y combinado: base fundante de la relación del capital
En sus estudios sobre el moderno sistema-mundo capitalista
Wallernstain sostiene que éste emerge como resultado histórico concreto de la
crisis Feudal en Europa, al mismo tiempo que marca una discontinuidad
esencial con dicho orden social. Procesualidades engendradas al calor de tan
novedosas y concretas peculiaridades históricas fueron las que posibilitaron
que Europa occidental se alzase como polo hegemónico mundial entre los años
1450 y 1670
90
. Para el autor, luego de la expansión (tanto poblacional, como de
las redes comerciales internas) experimentada por el sistema feudal en los
años 1150 a 1300, en el periodo 1300 a 1450 se produce un profundo
retroceso de su ciclo económico que provoca una crisis severa en ese sistema.
La salida” encontrada para dicha crisis se constitui en el “sistema-mundo
capitalista”, a partir del desarrollo de determinadas condiciones pre-existentes.
Así, el moderno sistema mundo representa un “salto cualitativo” respecto a los
sistemas mundo que le precedieron, los cuales son sus antecedentes históricos
inmediatos.
Uno de los trazos que funda su peculiaridad, y que está en la génesis de
la modernidad capitalista, se forma con la metamorfosis de la división del
trabajo en la propia Europa. Este proceso, íntimamente concatenado con la
crisis del sistema feudal, supuso la expansión de los límites geográficos del
sistema y el desarrollo de nuevas y diferentes formas de control de la “fuerza
90
Según el autor, es importante resaltar, que el sistema feudal no podría ser considerado “más
desarrollado” que el llamado “mundo islámico” de la época, el cual poseía una dinámica mucho
más rica que el “pesado” feudalismo.
de trabajo”, así como la no menos importante creación de maquinarias
estatales relativamente fuertes en los estados de Europa occidental
91
.
Entre fines del Siglo XVI y principios del XVII, consolidándose como la
primera formación económico-social de la historia que logra vincular las
regiones más distantes del mundo, el capitalismo crea las condiciones para la
estructuración de una extensa división internacional del trabajo, de la cual
derivarán relaciones desiguales entre las diferente regiones, como también, de
las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo internas a cada región,
donde cada una de las “formas de controldel trabajo se constituye como la
más adecuada posible al tipo específico de producción de que se trate. En la
misma medida, los sistemas políticos se ven condicionados por el lugar que
cada región ocupa en el naciente sistema mundial.
En su análisis, Wallerstain distingue cuatro grandes regiones
constitutivas del moderno sistema mundo, con especificidades según su
posicn en la totalidad; estas son: a) centro: formado por las regiones que más
se beneficiaron de la nueva economía mundo
92
; b) periferia: éstas se sitúan en
el otro extremo del sistema, sin gobiernos centrales fuertes o bien dominadas
por otros Estados
93
; c) semi-periferia: situadas en un lugar intermedio entre los
dos extremos anteriormente anotados, estas regiones representaron o bien
centros en decadencia, o bien periferias emergentes
94
; d) áreas externas: se
91
Para Gruner, el nuevo sistema mundo se diferencia cualitativamente de los anteriores por el
hecho de no estar subordinado o dirigido por un único centro político; mas bien, el centro del
nuevo sistema mundo alberga varios Estados europeos occidentales - como polos de poder
político (2005: 11).
92
Según este autor, en el periodo de formación del moderno sistema mundo, fue Europa nord-
occidental (Holanda, Inglaterra y Francia, luego, ya en el siglo XX, Estados Unidos) la que se
desarrolló como el centro del nuevo sistema mundo (España y Portugal cumplen más un rol
indirecto que decisivo, ubicándose como semi-periferias). Por otra parte, los Estados de esta
región desarrollaron fuertes gobiernos descentralizados, extensivas burocracias y grandes
ejércitos mercenarios, lo que permitió a sus incipientes burguesías locales obtener el control
sobre el comercio internacional creciente, extrayendo así excedentes de productos y de
capitales para su propio beneficio.
93
Su papel en la división mundial del trabajo era básicamente el de exportadores de materias
primas, y allí la producción se realizaba bajo formas altamente coercitivas por ejemplo: la
esclavitud. El centro se apodera de gran parte de su excedente a través del intercambio
desigual. Las dos grandes áreas periféricas del naciente sistema mundo moderno está
constituido por América Latina y el Caribe y Europa Oriental, más especialmente Polonia.
94
Ejemplos aquí, como ya marcamos, son España, Portugal, Italia, el sur de Alemania y el sur
de Francia. Los dos primeros expresan intentos fracasados de predominio sobre el mercado
trata de zonas que participan muy marginalmente del comercio mundial y
conservan sistemas económicos más o menos autónomos
95
.
Es importante recuperar esta perspectiva, puesto que permite observar
las peculiarmente asimétricas relaciones en las que el “centro” se constituye
como tal a partir de la “periferización” del resto del mundo. Un tipo determinado
de relaciones entre las regiones, donde el centro sólo puede tornarse tal en la
justa medida que convierte en periféricas a las otras. El examen de esta
relación asimétrica esencialmente constitutiva de la dinámica desigual y
combinada del sistema, ilumina la complejidad de ese proceso que muchas
veces es presentado como unilateral, centrado en el desarrollo endógeno de
determinados Estados nacionales.
Este tratamiento permite pensar la particularidad de América Latina
desde la genética conformación del moderno sistema mundo. La particularidad
seminal de estas regiones se formaliza a partir de su temprana incorporación
subordinada al sistema capitalista, hecho que puede explicar la introducción de
formas de producción no capitalistas o precapitalista, características en su
estructura social inicial. En este sentido, el capitalismo histórico” desarrolló
relaciones específicas capitalistas en los Estados “centrales” – aunque en
modo relativo y con descompases implantando, al mismo tiempo y como
condición de su propia existencia, modalidades de explotación de la fuerza de
trabajo no capitalistas o pre-capitalistas en la periferia. Así, desde el inicio, el
capitalismo histórico fue desigual y combinado.
En este sentido, dirá Gruner:
“La paradoja es que, ‘dialécticamente’, esa ‘periferización’ se llevó
a cabo a costa de las lógicas no-capitalistas de las sociedades
‘pre-modernas’, que fueron incorporadas a la lógica de la
internacional, lo cual les impidió efectuar eficazmente el proceso de acumulación originaria,
terminado en el paradójico papel de semi-periferias explotadoras de periferias, e indirectamente
explotadas por el centro.
95
En cuanto a África y Asia, de la primera puede decirse que ocupa un papel variable según la
región que se trate. Hasta fines de 1700, en que el continente africano en su conjunto
comienza a ser plenamente incorporado como periferia colonial, puede decirse que el norte
islamizado cumple un rol importante como semi-periferia en el comercio del mediterráneo; por
el lado de las costas occidentales, estas “ofrecen algunas materias primas pero
fundamentalmente fuerza de trabajo esclava para la explotación en la periferia americana. Por
otra parte, en la hipótesis de Wallerstain, el “lejano oriente” asiático es considerado como área
externa, mientras que el cercano oriente islámico lo es como semi-periferia del centro
decadente (Gruner; 2005: 13).
producción de mercancías ya siempre como periferias
subordinadas, como predestinados ‘perdedores’. Para una gran
parte del mundo, pues, la incorporación al capitalismo, lejos de
representar un progreso, significó una monumental regresión tanto
en el campo ‘económico’ como socio-cultural” (Gruner: 2005: 16).
No obstante, limitarnos a establecer una dinámica basada en la
contraposición de amplios bloques homogéneos del tipo “centro” vs. “periferia”,
no es suficiente. Es imprescindible incorporar en el análisis la perspectiva de
clase
96
. En este sentido, según Gruner, en la perspectiva del sistema-mundo la
lucha de clases no queda relegada a un “momento secundario” del análisis, en
detrimento de las relaciones centro-periferia. Más bien, la dinámica de la lucha
de clases se complejiza y complementa a partir de las determinaciones
impuestas por las relaciones coadyuvantes entre centros y periferias
97
.
En este marco, no puede olvidarse la importancia que cobró el debate
sobre el carácter “feudal” o “capitalista” del colonialismo en América en buena
parte del pensamiento crítico latinoamericano, especialmente durante la
segunda mitad del siglo pasado. De acuerdo con Gruner, es posible pensar que
un sistema capitalista en su conjunto, integrara a su funcionamiento “partes” no
propiamente capitalistas, esto es, espacios societarios con relaciones de
producción no-capitalistas. Este sería el contenido de la noción marxiana de
“formación económico-social”, la cual busca reflejar dicha articulación” de
formas diferentes de efectivar la producción material de la vida social, aunque
96
En este sentido, es sabido que existe una polémica en torno de lo irreconciliable o lo
complementar de la perspectiva de clase y la teoría del sistema mundo; nuestra hipótesis es
que ambas perspectivas pueden ser complementadas en función del enriquecimiento del
análisis.
97
El capitalismo histórico, en su desarrollo, ha mostrado que “las clases dominadas del país
dominado están en lucha simultánea contra la fracción de su propia clase dominante que s
se beneficia con la relación colonial, y con las clases dominantes del “centro”; al mismo tiempo,
fracciones de las clases dominantes “periféricas puede desarrollar conflictossecundarioscon
las clases dominantes “centrales”, conflictos que en el siglo XIX son el trasfondo de la mayoría
de los procesos independentistas, que en muchos casos se llevaron a cabo en beneficio de
otras clases dominantes “centrales” (las inglesas en lugar de las españolas, por ejemplo). Por
otra parte, ciertas fracciones de las clases dominadas del “centro” pueden desarrollar intereses
objetivos a favor de la explotación a nivel internacional ya que el flujo de capitales periferia /
centro, así como los términos del intercambio favorable al centro, pueden contribuir a mejorar el
nivel de vida de muchos trabajadores “centrales”, con lo cual, dando mayor complejidad, en el
sistema-mundo en su conjunto existen conflictos “intra-clase” tanto dentro de las clases
dominantes, como también de las dominadas” (Cf. ídem:18).
bajo la hegemonía de una de ellas
98
. No obstante, las periferias en sí no
pueden ser consideradas propiamente capitalistas.
Esto significa que el capitalismo histórico, entendido como un orden
social esencialmente antagonista, supone la existencia de las colonias. Éstas
no expresan la falta de capitalismo o la ausencia del mismo; más bien es la
forma específica que asume su presencia porque no existe “exterioridad al
sistema-mundo del capital. Por otra parte, que las relaciones de producción en
la periferia no sean capitalistas no implica que el socio-metabolismo dominante
en el conjunto no lo sea (ídem: 10).
Lo que efectivamente estuvo en la base de la formación del moderno
sistema mundo, como dijimos, fue un desarrollo desigual y combinado de
relaciones de producción. La esclavitud, así como cualquier otra forma “extra-
económica” de control de la fuerza de trabajo para la extracción de excedente,
fue necesaria para brindar una mano de obra masiva a la producción extensiva
de mercancías para el mercado mundial en ascenso. El régimen colonial en
América Latina, dirá Gruner, que pertenece ya a la historia del capital,
posibilita el capitalismo plenamente desarrollado. El control de la fuerza de
trabajo mediante relaciones de producción no-capitalistas plenamente
desarrolladas fue una necesidad de esa fase acumulativa del capital
99
.
Por otra parte, es importante no perder de vista que el proceso no se
reduce a lo económico. La dimensión ideológico-cultural y religiosa jugaron un
papel sumamente importante, que contribu a hacer más “desigual y
combinado” el desarrollo de la totalización del sistema. Para Gruner, el efecto
objetivo del proceso terminó siendo la producción de una modernidad erigida
sobre la barbarie retrógrada de la esclavitud” (ídem: Clase V: 20).
98
El sistema del capital, a escala mundial, supone la existencia del “sistema colonial” como una
parte (especializada y dependiente) del sistema mayor, el cual articula diferentes relaciones de
producción funcionando en forma subordinada al modo de producción dominante. La
trasformación en dominante del modo capitalista de producción se reali por medio la
combinación desigual de la producción a través del sistema económico mundial, las relaciones
metrópolis / colonias, y del Estado (Cf. ídem: 13).
99
Dirá este autor: La división del trabajo hace a la expansión del sistema colonial. Esta, no sólo
es compatible sino que resultó imprescindible para el desarrollo desigual y combinado del
capital. Solo en el siglo XX estas relaciones pre-capitalistas (o no-capitalistas) se tornaron un
obstáculo para el propio desarrollo del capitalismo (Cf. ídem: 14).
En este sentido, al contrario de las perspectivas endogenistas, el
régimen del capital aquí es entendido no tanto como reemplazo completo de
las relaciones de producción “extra-económicas” (“coercitivas”, “forzadas”) por
el trabajo asalariado, sino, más bien, como la combinación óptima (para el
capital) entre ambas modalidades de control de la fuerza de trabajo
100
. El
trabajo esclavo de los africanos producía el azúcar que, una vez realizada en el
mercado mundial, se transformaba en ganancias europeas
101
. Por esto,
podemos hablar de una “esclavitud moderna”, la cual, a diferencia de la antigua
(griega o romana), es en funcn de la economía-mundo capitalista en
ascenso, por lo que su naturaleza cambia sustantivamente. La transformación
introducida por los europeos en la esclavitud “clásica”, podría decirse que
consiste en el tránsito de una gica estrictamente cultural a una estrictamente
económica y moderna.
Como dijimos, el socio-metabolismo del capital es un modo de
reproducción de la vida en su totalidad, no sólo de sus aspectos estrictamente
económicos. El mal llamado encuentro de culturas” (que, en verdad, significó
un etnocidio monumental al que se sumó el genocidio provocado por el
exterminio físico de las guerras de conquista y el trabajo forzado/esclavo) forma
parte constitutiva del mismo. En este sentido, es sabido que la desorientación
cultural fue un arma importante para el sometimiento de la población a la
explotación del trabajo, por lo cual las determinaciones culturales se
encuentran muy presentes en la trayectoria particular de las relaciones sociales
100
La perspectiva aquí adoptada, no niega la existencia de una relativa pero efectiva
autonomía de las “situaciones locales; lo importante, no obstante, es verificar el papel jugado
por dichas localidades en la configuración desigual y combinada del sistema-mundo. En este
sentido, la crítica que podríamos dirigir al “estructuralismo” dice al respecto de derivarde lo
macro la trayectoria de lo micro – una especie de “exogenismo”, en tanto unilateralidad opuesta
al endogenismo.
101
Se sabe que antes de la esclavización masiva de africanos uno de los mayores
genocidios que registra la “historia moderna” –, los colonizadores intentaron otras
estrategias (especialmente esclavitud o semi-esclavitud de indígenas y utilización de
mano de obra europea), las cuales no impidieron que para 1560 el sistema de trabajo
esclavo se impusiera como fuente casi exclusiva de trabajo manual. Este se impuso por
la imposibilidad en términos productivos de satisfacer la demanda de mano de obra con
brazos europeos y por la crisis de la población “local”, diezmadas por las guerras y por
las pestes. En Brasil, por ejemplo, lo desde 1580 se masifica la esclavitud africana;
hasta entonces, eran los indígenas los explotados y lo fueron mayoritariamente hasta
entrado el siglo XVII. Para 1630, dirá nuestro autor, la mayoría africana en las
plantaciones de Brasil era abrumadora.
“locales” que resaltan, por ejemplo, en el caso de Haití. De modo que, debe
entenderse a la colonización, y, por su intermedio, a la conformación del
sistema mundo del capital, como un “socio-metabolismo integral”,
parafraseando a Mészáros.
En síntesis, desde esta perspectiva, esclavismo, capitalismo colonial y
modernidad, constituyen una solidaridad lógica que está en la base del sistema
mundo capitalista desde sus orígenes. Modernidad aquí entendida como el
carácter peculiar de una forma histórica de totalización de la vida humana;
capitalismo, como una forma o modo de reproducción de la vida económica del
ser humano esto es, una forma de llevar a cabo el conjunto de actividades
dedicadas a la producción, circulación y consumo de los bienes producidos.
Entre modernidad y capitalismo existen las relaciones propias de una
totalización completa e independiente y una parte de ella, dependiente suya,
pero que le impone su manera particular de totalización. El capital, la lógica
intrínseca del proceso de acumulación, log imponerle a la naciente
modernidad su manera peculiar de totalización y, allí, el sistema esclavista afro-
americano no sólo estuvo incluido, sino que fue un resorte fundamental (ídem:
20).
De modo que, “descubrimiento”, conquista y colonizacn; usurpación y
control del territorio; genocidios, etnocidios, exterminio de culturas, de lo
“bárbaro”, son procesos fundamentales para la incorporación de vastos grupos
poblacionales en las corrientes civilizatórias del capitalismo moderno. Riquezas
naturales extraídas; proceso de acumulación primitiva de capital para Europa;
abastecimiento mundial de materias primas; grandes narrativas sobre la
humanidad; modernizaciones; políticas para alcanzar el progreso y garantizar
el orden; entre otros muchos, son todos elementos que dicen al respecto de
mo se articuló la modernidad en nuestro continente. En general, es la historia
de un trágico paralelo entre discurso y realidad
102
.
102
La modernidad reunió en un mismo espacio y tiempo latinoamericano irrupciones
industrialistas y mundos indígenas; seducción, engaño y saqueos de los poderes extranjeros;
culturas populares y racionalidades dominantes; colonialidad del saber; apariencias de
desarrollo sobre contextos poco humanizados”. Pensar la modernidad desde sus sombras,
desde sus “eslabones s débiles”, desde sus configuraciones negadas, es comprender la
existencia desde el inicio de una modernidad oprimida, dominada, servil y explotada.
En síntesis, puede decirse entonces, que se inicia con América un
universo de nuevas relaciones materiales y subjetivas en escala, por primera
vez mundial. A partir de allí, un nuevo espacio/tiempo se constituye material y
subjetivamente. La expansión, consolidacn y profundización del mercantilis-
mo, la sucesiva concentración de capital, el auge del nuevo mercado (todo
asociado al “espíritu” del cambio histórico), exigirán, necesariamente, la
desacralización de las jerarquías y de las autoridades; demandarán el
desmantelamiento de las estructuras e instituciones correspondientes. Se en
este contexto convulsivo que la emergencia del individuo adquiere sentido. Se
torna necesario un espacio propio para pensar, dudar y decidir, el cual irá
corroyendo las prescripciones sociales fijadas por la fuerza de la tradición.
La polémica sobre el carácter” de la formación económico-social
latinoamericana
Como dijimos, desde mediados del siglo pasado una ardua polémica ha
recorrido toda América Latina e involucrado a pensadores de diversas latitudes
y perspectivas. La misma reza sobre el problema de la “naturaleza” del modo
de producción imperante en nuestro continente, a partir de su conquista y
colonización. Esto es, se buscaba comprender el carácter de las relaciones
sociales en América, a partir de entender el papel que desempeña, como área
fundamental sobre las que se montó el “sistema colonial” momento éste que
marla transición histórica al orden social capitalista.
La periferia latinoamericana, como particularidad, ha sido y sigue siendo
objeto de intensas polémicas. Las mismas giran, esencialmente, en torno de la
caracterización de sus relaciones sociales. Pueden encontrarse perspectivas
variadas de entender el colonialismo latinoamericano, destacándose aquella
que lo ve como un tipo de feudalismo, que surge como producto de la herencia
colonizadora trasladada a estas tierras a partir de la conquista. Esta, tal vez
sea la perspectiva de interpretación histórica que más se ha afirmado en el
pensamiento social en general
103
.
103
Puede encontrarse allí, un autor como Sarmiento qun, bien entrado el siglo xix, así
caracteriza al sistema colonial, especialmente español –, que pondrá el énfasis en los aspectos
De modo que, hasta mediados del siglo pasado América Latina fue
mayoritariamente caracterizada como una región feudal, atrasada, donde las
condiciones históricas necesarias al capitalismo no estaban suficientemente
desarrolladas. A partir de mediados del siglo XX, una serie de elaboraciones
teóricas realizadas sobre nuestra América nos proponen pensarla desde una
perspectiva no lineal, no evolucionista, esto es, no euro-céntrica
104
.
Sólo a mediados del siglo XX, el debate sobre el carácter feudal o
capitalista de América Latina se instala con fuerza, congregando a pensadores
no solamente latinoamericanos, sino de todas las latitudes. Desde la cada de
1940, Caio Prado Jr., cuestiona fuertemente y desde la raíz, el supuesto
carácter feudal de la periferia latinoamericana. Desde una perspectiva crítica de
las concepciones hegemónicas dentro del campo del pensamiento marxista,
busca comprender la lógica en la que se inscribe la reestructuración de la vida
económica y las relaciones sociales locales de la región, entendiéndolas como
un proceso necesario” de subordinación del continente al papel de proveedor
de materias primas y excedentes económicos para el mercado mundial en
expansión, de una Europa que ya atravesaba el auge del capitalismo comercial
(Cf. Gruner; clase IV: 4).
Sin dudas, dicho autor es precursor en la problemática de la
particularidad del sistema colonial latinoamericano. La cuestión pasa por
comprenderlo como un momento fundamental del sistema capitalista naciente,
aunque las relaciones sociales de producción locales no reflejen las
características más propias” del mismo. Su análisis esboza claramente la idea
de un ordenamiento socio-económico e ideo-político no-capitalista, funcional,
necesario y subordinado al desarrollo del sistema mundo del capital. Este
debate, intenso en el campo de las izquierdas, tendría consecuencias políticas
inmediatas, según la orientación en que se resolviera, puesto que esta
“jurídicos” y “poticos” particulares de la formación social latinoamericana, relegando a un
segundo plano los de naturaleza socio-económica.
104
Anclados en la teoría social crítica, dicha perspectiva procura recuperar analíticamente las
condiciones de cada realidad particular, y trazar estrategias (más o menos radicales) de
transformación social. Es a esta perspectiva que llamamos de pensamiento histórico-crítico
latinoamericano.
caracterización fundaba la ctica y la estrategia de muchos partidos y
movimientos revolucionarios.
El debate se potencia especialmente en lacada de 1960. Allí, no
puede dejar de mencionarse el papel que la Teoa de la Dependenciade la
CEPAL, bajo la dirección de Raúl Prebich, tendrá para la comprensión de la
particularidad latinoamericana. La idea central pasa por la constatacn de que
el “atraso” de la periferia no es un problema endógeno de estas zonas, ajeno y
contrapuesto al orden del capital, en otras palabras, que no se trata de “falta
capitalismo” en estas zonas; más bien, éste existe en la modalidad más
conveniente para su desarrollo desigual y combinado total. De esta manera,
son precisamente esas zonas “feudales” y “aisladas”, para la CEPAL, las que
permiten ver si es superado el evolucionismo mistificador formalizado en la
filosoa euro-céntrica de la historia la verdadera esencia de las cosas en
Nuestra América.
En esta línea, para Gruner, el desarrollo desigual y combinado del
sistema mundo capitalista explica no sólo que la existencia de zonas
“atrasadas” no es una cuestión anómala” del capitalismo, sino que son
condición de posibilidad del desarrollo del gran capitalismo central (Cf. ídem:
6). El desarrollo desigual y combinado del capitalismo y el colonialismo, genera
tiempos históricos y espacios geográficos igualmente desiguales, donde la
desigualdad es un efecto de la combinación, pero bajo la dominación del modo
de producción hegemónico. (Cf. ídem: 7).
Una esclavitud moderna: trazo característico de la particularidad
latinoamericana desde su génesis
Como vimos anteriormente, entre 1450 y 1640, a partir de la centralidad
del comercio atlántico que impulsa el comercio y la industria para la
formación del capital “europeo” –, un nuevo sistema-mundo emerge. A caballo
de una nueva división internacional del trabajo, cualitativamente diversa a las
anteriores, se van constituyendo (desigual y combinadamente) “centros”,
“periferias” y “semi-periferias” en el sistema, cada una con formas espeficas
de ejercer el control de la fuerza de trabajo y con una posición e incidencia
específica en el funcionamiento del sistema. La forma peculiar que dicho
control asume en la periferia latinoamericana (que se compone por la “vieja
periferia española, a las que enseguida se le sumarán las nuevas” colonias
portuguesas) es la del “trabajo forzado”, mayoritariamente esclavo. Éste, desde
el inicio, se estructuró como una producción hacia fuera”, hacia el mercado
mundial, y a partir de una función orgánica que fortalecía al “centro” a la cual
se adaptaron siempre bien “nuestras burguesías locales”, hasta hoy.
De acuerdo con la investigación histórica, existen innumerables indicios
para afirmar que, ya en el propio “descubrimiento” de América, existían claras
motivaciones empresariales por parte de los conquistadores. La estrategia que
prevaleció fue la de estructurar completamente la vida económica y el conjunto
de las relaciones sociales “locales en función de la explotación mercantil”
hacia el mercado mundial. En la misma medida que la colonización avanzaba,
y con ella la subordinación orgánica del continente a la “producción de materias
primas para un mercado mundial en expansión, Europa vivía un auge
comercial inédito en cualquier otra época histórica
105
.
El papel del comercio esclavista
106
en la provisión del capital necesario
para financiar el proceso es históricamente innegable. La industria naviera
inglesa y holandesa, junto a la “industria esclavista” – donde los esclavos
africanos eran comprados con manufacturas inglesas y trasladados a las
plantaciones americanas para producir azúcar, algodón, café, etc., y cuyo
procesamiento creaba nuevas industrias en Inglaterra permitieron una
expansión enorme del capitalismo. Progresivamente estas colonias, en función
del mantenimiento de “amos y esclavos”, se tornarían un mercado adicional
razonable para aquellas manufacturas
107
. En este sentido, puede afirmarse que
105
En este sentido, como decíamos, la dialéctica del desarrollo desigual y combinado del
sistema mundo capitalista explica no lo la existencia de zonas “atrasadas”, sino que éstas
existen como condición de posibilidad del desarrollo capitalista central. Por otra parte, el
capitalismo, en tanto sistema socio-metabólico expansivo y modo de producción hegemónico,
productor y producido por dicho “desarrollo desigual y combinado”, tiende a reponer tales
“desigualdades” como efectos de su peculiar combinación (Cf. Gruner; 2006: Clase IV).
106
A diferencia de la antigüedad, la esclavitud moderna fue de carácter “comercial”, y llegó a
transformarse en un modelo para los intercambios internacionales, desde el siglo XVI hasta el
XIX.
107
La producción mediante explotación del trabajo esclavo generó un nuevo mundo también
para el consumo. Se calcula, por lo menos, entre 15 y 20 millones los cautivos esclavizados
trasladados de las costas de África para América entre 1500 y 1870 (Cf. Gruner; 2005, Clase V:
4 y ss.).
el imperio británico se constituyó sobre la base de un poderío naval y comercial
construido sobre “cimientos africanos” (Cf. ídem: Clase V: 4).
En el plano ideo-cultural, la organización racional de la producción
como vimos, desde el inicio en función del mercado mundial fue
complementada con la formulación de una ideología que buscaba justificar la
modalidad que asumía el proceso. Se buscó afanadamente legitimar la
colonización. Para tal efecto, en nombre de la civilización, fueron utilizados
todos los recursos capaces de justificar la barbarie
108
.
En este contexto emerge el racismo propiamente moderno, el cual va a
tornarse un pilar fundamental de justificación de la esclavitud. Ningún otro
sistema histórico produjo una identificación tan nítida entre esclavitud y raza. El
colonialismo moderno, para Gruner, tuvo que crear una ideología como falsa
conciencia para justificar la esclavitud (antes vista como “natural”), puesto la
incongruencia explícita entre la proclamada modernidad de la colonización y la
barbarie contenida en la institución esclavista tan generalizada en América
(ídem: 12)
109
.
Desde esta perspectiva, la llamada economía atlántica” en tanto
fundamento de la formación del nuevo sistema mundo capitalista se afirmó
sobre la base de un sistema esclavista (el más grande de la historia),
caracterizado por su gran escala y destructividad, así como por la utilización de
“métodos burgueses” de gerenciar los negocios. Los registros indican que las
magnitudes del trabajo excedente obtenido por medio de la explotación del
108
Aquí, el capital es entendido como una relación social - y no como una “cosa” - que excede
al propio capitalismo (a las relaciones de producción propiamente capitalistas) e que incluye el
ámbito de lo político, lo cultural, lo institucional, en fin, una relación social que atraviesa el
conjunto de vida social. Por otra parte, el Estado es entendido no tanto como mera super-
estructura”, sino como intrínsecamente constitutivo, como orgánico, al socio-metabolismo del
capital. En tanto organizador jurídico-político por excelencia; como regulador de las relaciones
de clase y administrador del excedente y de la plusvalía, así como responsable por el ejercicio
de la represión cuando aparecen conflictos vinculados a la distribución (Cf. ídem: 11). En este
sentido, el Estado jamás fue “ajeno al capital; los Estados modernos son una exigencia que ya
está presente en los procesos de “acumulación originaria” descritos por Marx.
109
Desde esta perspectiva – que entiende el proceso genético del capital como una articulación
(desigual y combinada) entre esclavitud en la periferia y modernización capitalista en el centro
–, fueron las necesidades objetivas de la lógica de la acumulación del capital las que
plantearon la solución esclavista como “inevitable” y requirió de una elaboración justificadora
que racionalizara la enorme paradoja, a saber: como pueblos que supuestamente detestaban
la idea de esclavitud fueron los que más sistemáticamente la aplicaron a otros. Así, dirá el
autor, se construye el mito “racial”, ese “constructo mental” que, en el plano imaginario, irá a
resolver las contradicciones irresolubles en el plano de la realidad (Cf. ídem: 15 y 16).
trabajo esclavo en América, no tiene precedentes hisricos: un esclavo
necesitaba trabajar sólo un día para reproducir su fuerza de trabajo; el resto de
la semana, todo su trabajo era “ganancia” del amo (Cf. ídem; clase V: 8)
110
.
En síntesis, a diferencia de la perspectiva “euro-céntrica”, entendemos
que los orígenes del sistema-mundo del capital no están separados de la
barbarie esclavista. Esta, no es un “resabio arcaico” del pasado o una
anomalía, sino una necesidad de la mundialización del capital durante todo un
largo periodo (Cf. ídem; Clase V: 7).
Las plantaciones esclavistas españolas, con la inicial esclavización de
indígenas, contribuyeron modestamente al “comercio atlántico” durante los
siglos XVI y XVII. Sus pares, las portuguesas de Brasil, los hicieron sólo desde
las ultimas cadas del siglo XVI. Sin embargo, el verdadero despegue del
sistema esclavista, se registra a principios del siglo XVII, cuando el monopolio
ibérico de tal “empresa” es puesto en jaque por el creciente poderío de
Holanda, Inglaterra y Francia. Esa coyuntura, atravesada además por las
guerras entre católicos y protestantes, dará lugar para que estas nacientes
potencias mundiales se queden con buena parte de la “iniciativa privada” en
América no siempre al amparo de sus respectivos Estados nacionales. En
este sentido, desde 1650, la dinámica de la plantación para el sistema mundial
se multiplica progresivamente, apoyada tanto sobre el trabajo esclavo
crecientemente africano, como en los últimos avances del comercio
(especialmente holandés) y de las manufacturas especialmente inglesas
(ídem)
111
.
110
Además, dirá Gruner, el comercio de esclavos utilizaba un complejo y moderno” conjunto
de dispositivos económicos (créditos, permutas, etc.). Las mercancías producidas por los
esclavos confirió un enorme poder económico disputado entre los comerciantes, los banqueros,
los terratenientes, los propietarios de esclavos, los Estados, etc. La organización del trabajo
esclavo a gran escala para la producción y el intercambio mundial requirió la construcción de
un andamiaje que, progresivamente, redundó en “modernización” capitalista (Cf. ídem; Clase V:
8).
111
El sistema como un todo se consolidó sobre la determinación de la lógica inherente al socio-
metabolismo del capital y su expansión frenética. Dicha lógica obligó a los empresarios a
ajustar su comportamiento a las reglas (instrumentales) de la racionalidad burguesa. Así,
reflexiones del tipo: si me rehúso, por reparos morales, a utilizar esclavos, otros lo harán y mi
negocio se arruinará”, al calor de una competencia insaciable, producen como un trazo
característico, la tendencia a obligar a cada uno a imitar al otro para no quedar afuera del
sistema.
Como fue mencionado, la sociedad colonial – con la esclavitud africana y
el sistema de plantación no fue una mera extensn del naciente capitalismo
europeo, sino un factor decisivo para su propio surgimiento. El sistema de
plantaciones es la principal institución económica de las colonias. Con su
producción volcada mayoritariamente para la exportación y férreamente
dependiente de importaciones “centrales”, las plantaciones funcionaron como
verdaderas correas de transmisión entre la sociedad local” y la acumulación
del capital a escala mundial
112
. El socio-metabolismo del capital, tiene en esta
época su materia nutricia en el acar, el café, el tabaco, de las plantaciones
esclavistas americanas (Cf. 2005; Clase VI: 3).
En este contexto, a partir del conjunto complejo y heterogéneo de
elementos sociales peculiares al proceso de constitución latinoamericano, entre
fines del siglo XVII y principios del XVIII, se fue configurando una especie (más
o menos definida) de “clase plantadora” colonial, la cual, por supuesto, no
podía ser s que “blanca”. Ya en el ocaso del régimen colonial clásico, éstos
grupos nativos dominantes no vivían más en las colonias de la periferia. Para
las “oligarquías agrarias” latinoamericanas, se trataba de hacer dinero lo más
rápido posible e ir a gastarlo en “la buena vida” que proporcionan los bienes de
lujo en los “centros”
113
. Lo paradójico aquí radica en el hecho de que el dinero
que esta aristocracia utiliza para atender sus lujos, no fue adquirido a partir de
una organización y una lógica propiamente burguesa.
Ahora, ¿por q la explotación colonial basada en la economía de
plantación se basó en fuerza de trabajo esclava y no en trabajadores libres”?
Para Gruner, esto se debió a motivaciones estrictamente económicas de los
plantadores y los comerciantes que descubrieron que la producción basada en
la explotación racial era la más adecuadas que cualquier otro modelo a sus
objetivos. El plantador de azúcar, o de café, estaba comandado por una
112
Estas sociedades que se fueron constituyendo a partir de la utilización de mano de obra
esclava para una producción estructurada en dirección del comercio en el mercado mundial, las
llamadas “sociedades de plantación”, el conjunto de la vida social se ordenaba hacia “afuera”.
113
En las colonias, los valores “aristocráticoseran reproducidos con dinero burgués. Allí, en
función de su incipiente existencia y el menor número de sus componentes, las clases
poseedoras presentaban una mayor fluidez; obviamente, había más movilidad social que en los
centros. Por otra parte, la experiencia histórica revela que la fluidez era mayor entre ingleses,
franceses y holandeses, que en España y Portugal.
empresa de mucho mayor envergadura que le demandaba permanentemente;
el trabajo esclavo proporcionaba la mejor solución (Cf. ídem; Clase VI: 9).
A finales del siglo XVII (1680-1690), se producirá un reordenamiento
productivo en estas “plantaciones”, especialmente en las inglesas y las
francesas del Caribe. El proceso de producción se complejiza, unifica y totaliza;
se forman grandes unidades y el plantador, muchas veces, alcanza a vender él
mismo el producto. A partir de entonces, además de productores, los
plantadores comenzarán a desempeñar funciones comerciales
114
. Es
interesante observar que, a menudo, una parte de las ganancias eran
reinvertidas en la expansión de la “empresa”, bajo diversas formas
tecnología, por ejemplo. En esta trayectoria, más tarde va a inscribirse el
proceso de la “primera industrialización” en el continente. Así, según este autor,
el sistema de la “plantación” en América pertenece tanto a la manufactura,
como a la agricultura comercial (Cf. ídem: 15)
115
.
Las grandes “plantaciones” en América se establecieron con el propósito
conciente de servir al mercado europeo. Como dijimos, la enorme mayoría de
su producción se exportaba y fuertes importaciones manufactureras se recibían
de Europa, así como se “importaban” esclavos de África son estos los pilares
del llamado comercio triangular, o atlántico, que fundamentó la consolidación
del sistema mundo capitalista como hegemónico. El intercambio de Europa
occidental con las plantaciones esclavistas fue, durante toda una época,
decisivo para el proceso de acumulación a escala mundial; el más equilibrado y
eficiente para una expansión acumulativa recíproca (Cf. ídem: 19).
114
La “nueva” plantación esclavista va a significar un impulso enorme para la acumulación de
capital. A fines del siglo XVII, en medio de un contexto crítico del comercio mundial en general
que llevada algunas décadas, la dinámica de la economía colonial sirvió como una gran
palanca para que la naciente economía capitalista se expanda y consolide. La producción que
aquí se efectúo en un contexto semejante, como dijimos, articuló los horrores “civilizados” de la
per-explotación del trabajo remunerado y los horrores “bárbaros” de la esclavitud y la
servidumbre.
115
Para Gruner, se trata de una unidad de producción integrada y sumamente compleja, que ya
puede ser calificada de “moderna”. Por ejemplo, en el caso de la caña, una vez que era traída
al ingenio, era abordada desde una verdadera división industrial del trabajo. Simplificacn y
repetición de tareas; coordinación entre diferentes categorías de trabajadores, entre otras
semejanzas, hacen que pueda comparársela con una rudimentaria fabrica moderna. No
obstante, advierte el autor, es verdad que Marx no considera que las plantaciones sean
propiamente capitalistas puesto que no se basan en el asalariamiento -, pero esto no puede
llevar a suponer que éstas sean ajenas al modo de producción capitalista (Cf. ídem: 19).
El régimen de trabajo forzado implicaba que el promedio de vida de los
jóvenes recién llegados a las plantaciones de azúcar sea de siete os (según
“registros oficiales”, de los “amos”). Para el plantador, la súper-explotación era
una conducta racional y necesaria. Al, las inversiones de capital, muchas
veces obtenidas a través de modernos créditos con altas tasas de interés,
obligaba a los plantadores a preocuparse con la productividad del trabajo para
no quebrar; por esto, las rebeliones no podían ser admitida bajo ningún
aspecto.
“Colonialidad del poder” y relaciones sociales en América Latina
Según el análisis de Quijano (2000), dos procesos históricos
convergieron y se asociaron para la constitución de América como una región
periférica del naciente sistema mundo capitalista. Por un lado, la utilización, por
parte de los conquistadores, de la idea de raza
116
, que remitía a una supuesta
diferenciación de estructuras biológicas que permitía ubicar a unos (los
descubiertos conquistados) en una situación natural de inferioridad respecto de
los otros. Por medio de la idea moderna de “raza” fueron clasificadas las
poblaciones de América, extendiéndose luego al mundo entero, en función de
las relaciones de dominación que el nuevo patrón de poder mundial exigía. Por
otra parte, la emergencia del moderno sistema mundo tendía a articular a todas
las formas históricas de control del trabajo, recursos y productos en torno del
capital y del mercado mundial (Quijano; 2000: 202).
Para el autor, la formación de relaciones sociales fundadas en la idea de
raza, produjo en América identidades sociales nuevas (indios, negros y
mestizos), y al mismo tiempo redefinió otras. Así, términos como “español” o
“portugués”, luego europeo, que hasta entonces referían a una procedencia
geográfica, cobraron una connotación racial con respecto a las nuevas
identidades. En la medida en que las relaciones sociales configuradas a partir
de la colonización eran de dominación, dichas identidades fueron insertadas en
116
Según este autor, esta idea, este “constructo mental” no ontológico, en su sentido moderno,
no tiene historia conocida antes de América y fue, primeramente, aplicada para referirse a la
diferencia de rasgos existentes entre los conquistadores y los conquistados; esto es, fue
inicialmente aplicada a los indios. Mas tarde, sería utilizado el “color” como el rasgo más visible
para la clasificación racial.
una estructura de jerarquías y lugares sociales que el nuevo patrón de poder
colonial imponía. De este modo, la idea de “raza” se convirtió en el criterio
fundamental para la distribución de la población en los diferentes rangos y
lugares en la estructura de poder de la nueva sociedad.
De modo que, las formas históricas de control del trabajo (esclavitud,
servidumbre, pequeña producción mercantil, reciprocidad y asalariamiento,
etc.) que se hicieron presentes en América, se diferenciaban cualitativamente
de sus formas anteriores por el hecho de que todas ellas, ahora, se
encontraban incluidas en el nuevo sistema-mundo capitalista. Estos es, todas
estas formas, desde diferentes lugares, estaban articuladas a la nueva
estructura socio-productiva: el capitalismo. En la perspectiva de Quijano (2000),
la formación de América está caracterizada, desde el inicio, por la asociación
estructural de aquellas dos determinaciones: la clasificación racial de las
poblaciones, se ensamblaba con el control del trabajo y sus frutos,
conformándose como una división racial del trabajo.
En las áreas de conquista española tempranamente se decidió el cese
de la esclavitud de los indios, ante el peligro inminente de su total exterminio,
siendo su enorme mayoría confinados a la servidumbre. En cambio, “los
negros”, fueron sistemáticamente reducidos a la esclavitud hasta bien entrado
el siglo XIX. Los españoles y portugueses, por su parte, como “raza
dominante”, podían recibir salario, ser comerciantes, artesanos o agricultores
independientes, pero apenas los nobles participaban de los altos puestos de la
administración colonial, civil y militar (Ídem: 204-5)
117
.
En cuanto a la entrada de América al escenario mundial, puede decirse
que, a partir de la conquista, el control del oro, la plata y los productos, fruto del
trabajo gratuito de indios, negros y mestizos, las regiones de Europa
ventajosamente ubicadas sobre el Atlántico lograron una posición decisiva
para disputar el control del tráfico comercial mundial. La “monetarización”
progresiva del mercado mundial que los metales preciosos arrancados de
América permitía, así como el control de vastos recursos, posibilitó que esta
117
Si bien puede constatarse que desde el siglo XVIII, en la América hispánica, los mestizos
(hijos de españoles e indias), que eran un segmento social extendido en la sociedad colonial,
comenzaron a participar de los mismos oficios y actividades que ejercían los europeos que no
eran nobles, la división racial del trabajo al interior del capitalismo colonial moderno se mantuvo
a lo lardo de todo el periodo colonial (Cf. ídem).
región de la Europa occidental fuera controlando progresivamente la red de
intercambio comercial pre-existente, la cual se extendía por todo el oriente
hasta China. A la vez, esto les permitirá el control y la concentración del capital
comercial, el control del trabajo como vimos, por la vía “acumulación
originaria y los medios de producción en una escala cada vez más mundial.
Estas posiciones progresivamente fueron consolidándose con la expansión de
la dominación colonial europea sobre las más diversas poblaciones del mundo
(Cf. ídem: 206).
De este modo, y gracias al control del tráfico comercial mundial y por
éste impulsados, los grupos dominantes con sede en las zonas del Atlántico
fomentaron un nuevo proceso de urbanización en esos lugares; intensificaron
el comercio entre ellos, permitiendo la formación de un mercado regional
crecientemente integrado y monetarizado. La emergencia de esta nueva
región, constituía, a la vez, la creación de una nueva “identidad geo-cultural”:
Europa, la cual venía a desplazar la hegemonía del Mediterráneo y las costas
ibéricas hacia las costas del Atlántico Nor-occidental.
Sin embargo, dirá Quijano (2000), este euro-centramiento del
capitalismo mundial, en mismo, no explica porqué fue allí donde se
concentró, hasta pasada la mitad del siglo XIX, la relación de producción propia
del capital: el trabajo asalariado. Entonces, ¿por qué el resto de las regiones y
poblaciones incorporadas al nuevo mercado mundial, colonizadas o en curso
de colonización bajo dominio europeo, permanecían bajo relaciones no-
asalariadas” de trabajo aunque, desde luego, ese trabajo y sus productos se
articulan en una cadena de transferencia de valor y beneficios controlada por
Europa occidental? ¿Por qué en las regiones no-europeas el trabajo asalariado
se concentraba entre los blancos? Y ¿por qué, tal concentración de la relación
de producción asalariada y, sobre esa base, de la producción industrial
capitalista se restringe a Europa, si nada existe en el capitalismo que implique
la “necesidad histórica” y si, posiblemente, hubiese sido más beneficioso para
los colonizadores?
Para este autor, la respuesta debe buscarse en otra parte de la historia.
Esto tiene que ver con el hecho de que, desde el comienzo de América, los
colonizadores asociaron el trabajo no-pago o no-asalariado con las razas
dominadas; éstas, tanto indios, negros y aún mestizos, al ser inferiores, no
merecían de retribución monetaria alguna. Estos seres inferiores, considerados
fuerza de trabajo desechable, fueron forzados a trabajar hasta la muerte, lo
cual se constituyó en el fundamento del vasto genocidio de los indios en las
primeras décadas de la colonización. Dirá el autor:
“La clasificación racial de la población y la temprana asociación de
las nuevas identidades raciales de los colonizados con las formas
de control no pagado, no asalariado, del trabajo, desarrolló dentro
de los europeos o blancos la específica percepción de que el
trabajo pagado era privilegio de los blancos. La inferioridad racial
de los colonizados implicaba que no eran dignos del pago de
salario. Estaban naturalmente obligados a trabajar en beneficio de
sus amos” (ídem: 207).
Esta cuestión parece no haber quedado definitivamente sepultada en un
“pasado bárbaro”, como una “enfermedad infantil” del capitalismo. Más bien,
parece reponerse hoy vigorosamente, cuando se observa la “naturalidad con
que se paga por el mismo trabajo salarios menores para las “razas inferioresy
más altos a los “blancos”, especialmente en los países centrales aunque no
exclusivamente. De modo que, según Quijano (2000), puede pensarse en la
presencia de una “colonialidad” del control del trabajo que determi una
distribución socio-geográfica del capitalismo; una suerte de división
internacional (racial/colonial) del trabajo”, que concentra en Europa el trabajo
propiamente asalariado. Esto no puede perder de vista, para el autor, que el
capital, en tanto relación social de control del trabajo asalariado, era el eje en
torno del cual se articulaban todas las demás formas de control del trabajo, que
lo hace dominante sobre todas las otras formas y da el cacter de capitalista al
conjunto de la estructura de control del trabajo.
3.2.2. Marx en América Latina
En el Capitulo XXIV de su obra magna: El Capital, Marx se detiene a
analizar el proceso a través del cual se gestan las condiciones indispensables
para la existencia del modo de producción capitalista. Con el foco de la critica
apuntando hacia algunos presupuestos fundamentales de la llamada
“economía-política clásica”, cuyos exponentes más destacados en el centro del
capitalismo eran Adam Smith y Ricardo, que toma como dado lo que debería
explicar”, se propone analizar el “traumático” proceso de constitución del capital
como relacn social predominante de la sociedad; como determinación
esencial del orden social.
Es el propio método de análisis quien lo conduce a buscar en la
sociedad feudal europea las “proto-formas de las relaciones capitalistas. Marx
es convencido de que los elementos genéticos necesarios para la formación
de la nueva sociedad deben estar presentes ya en los marcos de la disolución
del antiguo régimen, y son desdoblamientos de aquellos aunque un
ordenamiento cualitativamente distinto. Así, el modo capitalista de producción,
su estructura económica, sus premisas y elementos necesarios, emerge de las
ruinas de la estructura económica feudal.
En este capitulo, inicialmente el autor recuerda que ni el dinero ni la
mercancía en sí son “capital”, como tampoco lo son los medios de producción
ni los artículos de consumo de por sí. Será preciso que estos se conviertan en
tal, que sean convertidos en tal. Para tanto será necesario que existan un
conjunto de condiciones y circunstancias concretas, que podrían resumirse en:
la peculiar relación entre clases diferentes de poseedores de mercancías; por
una parte, los propietarios de dinero, medios de producción y artículos de
consumo, deseosos de valorizar la suma del valor de su propiedad mediante la
compra de fuerza ajena de trabajo; por otra parte, el otro polo de la relación, los
vendedores de dicha fuerza de trabajo, los “trabajadores libres”. Libres, dirá
Marx, en un doble sentido: que no son directamente medios de producción,
como los esclavos, los siervos, etc.; y, libres de medios de producción
“propios, por ejemplo, como el trabajador que vive de su propia tierra. (Cf.
Marx 1980: 655 y ss.)
De modo que, el modo de producción capitalista supone la separación
entre los productores, los trabajadores, y la propiedad sobre las condiciones de
realización de su trabajo. Una vez consolidada, la lógica de esta producción
mantiene ese divorcio, reproduciéndolo en escalas cada vez mayores. Así. Dirá
Marx, “el proceso que engendra el capitalismo solo puede ser uno: el proceso
de disociación entre el obrero y la propiedad sobre las condiciones de su
trabajo”, el cual, por una parte, convierte en capital los medios sociales de vida
y de producción, mientras que, de la otra parte, convierte a los productores
directos en “trabajadores asalariados”. De modo que la llamada acumulación
originaria no es mas que el proceso histórico de disociación entre el productor y
los medios de producción, y se llama originaria porque forma la prehistoria del
capital y del régimen capitalista de producción (Cf. ídem).
Para poder disponer de su persona, esto es, para convertirse en fuerza
de trabajo, el productor directo debía liberarse de la sujeción a otra persona,
sea como esclavo, siervo de la gleba, etc. También, era necesario liberarlo de
las trabas productivas impuestas por la base cnica artesanal heredada del
antiguo gimen, con todas sus reglamentaciones limitantes del trabajo. En
este aspecto, nos dirá Marx, el movimiento histórico que convierte a los
productores libres en trabajadores asalariados representa una liberación –de la
servidumbre y la coacción gremial- para los mismos, siendo este aspecto el
que solamente recuperan nuestros historiadores burgueses para mostrar, de
modo “idílico”, apologético y unilateral, el carácter emancipatorio del moderno
sistema mundo de capital.
Pero, si es observada la otra cara de los hechos, vemos que estos
trabajadores emancipados de la Europa que se está convirtiendo en el centro
dominante del primer sistema-mundo verdaderamente mundial, apenas logran
convertirse en vendedores de sí mismos, una vez que son despojados de todos
los medios de producción y de todas las garanas de vida que las viejas
instituciones feudales les aseguraban. De modo que aquel monumental
proceso de expropiación, que está en la base de la génesis del modo de
producción capitalista y que se constituye como una “acumulación originaria”
necesaria para el establecimiento del sistema del capital, muy lejos de ser
idílico fue inscripto con sangre y fuego en la historia de la moderna sociedad
capitalista.
Así, refirndose particularmente al proceso de emergencia del
capitalismo, con centro en Europa, escribe Marx:
“El proceso de donde salieron el obrero asalariado y el capitalista,
tuvo como punto de partida la esclavización del obrero. En las
etapas sucesivas, esta esclavización no hizo mas que cambiar de
forma: la explotación feudal se convirtió en explotación capitalista.
Para explicar la marcha de este proceso, no hace falta remontarse
muy atrás. Aunque los primeros indicios de producción capitalista
se presentan ya, esporádicamente, en algunas ciudades del
Mediterráneo durante los siglos XIV y XV, la era capitalista solo
data, en realidad, del siglo XVI. Allí donde surge el capitalismo
hace ya mucho tiempo que se ha abolido la servidumbre y que el
punto de esplendor de la Edad Media, la existencia de ciudades
soberanas, ha declinado y palidecido” (Ídem: 656; subrayado del
autor).
Evidentemente, la naciente clase capitalista debió, también, enfrentar y
subordinar a las antiguas clases dominantes; por ejemplo, los capitalistas
industriales para poder llegar a tales debieron desalojar tanto a los maestros de
los gremios como a los señores feudales, en cuyas manos se concentraban las
fuentes de la riqueza. El ascenso de la burguesía, lejos de ser un desarrollo
“natural” de la historia, es el fruto de una lucha victoriosa contra el gimen
feudal y sus privilegios y, también, contra los gremios y las trabas que estos
imponían al desarrollo de la producción y a la “libre” explotación del hombre por
el hombre.
En la formacn de este conjunto de condiciones peculiares que hacen a
la relación social del capital, debe ser destacado y enfatizado el papel
cumplido, en todos los países y regiones aunque con variadísimos
situaciones y en diferentes momentos históricos, por la expropiación de la
“tierra” de sus productores directos. La expulsión de sus tierras a los
productores directos, provocó la necesaria “esclavización” de los mismos al
mercado de trabajo, viéndose reducidos a “fuerza de trabajo”, estando
obligados a venderse al capital como condición para reproducirse él junto a su
familia. A través de este proceso forzado y salvaje, el régimen de producción
capitalista garantizó su principal presupuesto: la existencia de la mercancía
más especial de todas, aquella que posee la cualidad única de rendir s valor
del que cuesta: la “fuerza de trabajo.
Este proceso de tránsito del modo de producción feudal al capitalista, en
Europa, no se realizó de un día para otro; mas bien, se fue constituyendo y
ampliando lentamente, en la justa medida en que las nuevas relaciones de
producción iban consiguiendo sobre ponerse a las antiguas, derrumbando sus
instituciones y creando las suyas propias. Varios siglos debieron pasar para
que el sistema del capital se consolide y comience a caminar con sus propios
pies, expandndose gradualmente hasta instalar su peculiar relación social en
todos los rincones del mundo.
En este sentido, es importante recordar que el estudio que Marx realiza
en el capítulo que estamos tratando, se refiere específicamente a la
experiencia vivenciada por Inglaterra, la cual es caracterizada por nuestro autor
como “clásica” en términos del desarrollo concreto de “acumulación originaria”
de condiciones indispensables al funcionamiento de las relaciones capitalistas.
Allí, el proceso que sentó las bases para el nuevo régimen de producción se
constituyó a partir de diversos mecanismos e instrumentos a veces legales,
muchas otras de pura coerción - desplegados para producir la ruptura de la
vieja estructura económica, su régimen de propiedad de la tierra y el tipo de
relaciones que organizaban la producción; también, la ruptura debía producirse
en las ciudades, donde el la producción “artesanal” impedía liberar las energías
“productivistas” de que el capital se alimenta.
De esta forma, fueron necesarias innumeras persecuciones y
represiones para lograr constituir el llamado “mercado de trabajo” capitalista.
En otras palabras, este proceso de expropiación de los medios de producción a
los propietarios directos, fundamento de la llamada “acumulación originaria”, se
efectivó como una monumental “regresión a la barbarie” para la inmensa
mayoría de los productores, la decadencia y recicle de las antiguas clases
tanto algunos pequeños propietarios de tierras que se convierten en
arrendatarios, como de varios maestros artesanos que se tornan capitalistas,
como de segmentos feudales que se adaptan al nuevo orden de cosas,
incluyendo la Iglesia- y el triunfo y sus beneficios para la naciente clase
capitalista. En la letra de Marx:
“La depredación de los bienes de la Iglesia, la enajenación
fraudulenta de las tierras de dominio público, el saqueo de los
terrenos comunales, la metamorfosis, llevada a cabo por la
usurpación y el terrorismo más inhumanos, de la propiedad feudal
y del patrimonio del clan en la moderna propiedad privada: he ahí
otros tantos métodos idílicos de la acumulación originaria. Con
estos métodos se abrió paso a la agricultura capitalista, se
incorpo el capital a la tierra y se crearon los contingentes de
proletarios libres y privados de medios de vida que necesitaba la
industria en las ciudades” (Ídem: 672; subrayado del autor).
Como puede apreciarse, la violencia fue el trazo dominante en todo el
periodo de transición, cuando el capital todavía no está lo suficientemente
lido como para andar por sí mismo. Es esta debilidad la que le impide
consolidarse sin apelar a los métodos más rbaros a su alcance. El capital
debía ir creando sus condiciones de existencia, lo que implicaba destruir las del
antiguo régimen, pero su estructura era muy insuficiente para hacerlo sin apelar
a grados extremos de violencia contra las poblaciones que no querían perder
sus costumbres, sus medios de producción, sus territorios, etc. El capital se vio
obligado a forzar este proceso y lo hizo “persiguiendo a sangre y fuego a los
expropiados, a partir del siglo XV”. Dirá Marx al respecto:
“Los contingentes expulsados de sus tierras al disolverse las
huestes feudales y ser expropiados a empellones y por la fuerza
de lo que poseían, formaban un proletariado libre y privado de
medios de existencia, que no podía ser absorbido por las
manufacturas con la misma rapidez con que se los arrojaba al
arroyo. Por otra parte, estos seres que de repente se veían
lanzados fuera de su órbita acostumbrada de vida, no podían
adaptarse con la misma celeridad a la disciplina de su nuevo
estado. Y así, una masa de ellos fueron convirtiéndose en
mendigos, asaltantes y vagabundos; algunos por inclinación, pero
los más, obligados por las circunstancias. De aquí que, a fines del
siglo XV y durante todo el XVI, se dictasen en toda Europa
occidental una serie de leyes persiguiendo a sangre y fuego el
vagabundaje. De este modo, los padres de la clase obrera
moderna empezaron viéndose castigados por algo de que ellos
mismos eran victimas, por verse reducidos a vagabundos y
mendigos” (Ídem: 672-3).
De este modo, luego de ser violentamente expropiados y expulsados de
sus tierras y muchos de ellos convertidos en vagabundos, los antiguos
campesinos son encajados a “sangre y fuego” en la disciplina que exigía el
sistema del trabajo asalariado europeo. Durante la génesis histórica de la
producción capitalista, dirá Marx, la burguesía que va ascendiendo, pero que
aún no ha triunfado del todo, necesita y emplea el poder del Estado para
regular salarios, para alargar la jornada de trabajo y mantener al obrero
subordinado, constituyéndose como un factor esencial de la “acumulación
originaria. Pero, evidentemente, este modelo originario, basado en una
enorme violencia, que es el trazo mas destacado de su nesis, es revela
completamente insuficiente para las aspiraciones del capital.
En la trayectoria de la producción capitalista, una vez superada esta fase
originaria, puede verse como se va conformando una clase trabajadora que a
fuerza de costumbre, de educación, de tradición, se somete a las exigencias de
este régimen de producción como a las s lógica leyes naturales, dirá Marx
(Ídem: 676). Con la consolidación del sistema, la propia organización de la
producción vence todas las resistencias; “la existencia de una superpoblación
relativa mantiene la ley de la oferta y la demanda de trabajo a tono con las
necesidades de explotación del capital, y la presión sorda de las condiciones
económicas sella el poder de mando del capitalista sobre el obrero. La
violencia extra económica, todavía se emplea de vez en cuando, pero sólo en
casos excepcionales” (ídem)
118
.
Siguiendo el ejemplo “clásico” de Inglaterra, puede apreciarse que si
bien la formación de la clase capitalista en el campo, representada en la figura
del “arrendatario” de tierras -que explota su propio capital empleando trabajo
asalariado y con una parte del producto excedente paga al propietario de la
tierra- fue un proceso que llevó varios siglos, y cuyo ritmo de acumulación
estaba dictado fundamentalmente por las demandas provenientes del “mercado
interior” de bienes y arculos básicos de consumo, el cual se difundía al ritmo
de la expropiación de los productores directos de sus medios de producción, y
a lo que inmediatamente se agregará los grandes descubrimientos” del siglo
XV, lo mismo no ocurrió con el capitalista industrial. Si bien es cierto que
algunos pequeños maestros artesanos y otros tantos pequeños artesanos
independientes se convirtieron en pequeños capitalistas que, luego,
incrementando la explotación del trabajo asalariado acrecentaron sus capitales
y se tornaron señores capitalistas, la evolucn de esta clase no es tan lineal.
Para Marx, la Edad Media había legado dos tipo de capitales, dos
formas de capital: el capital usurario y el capital comercial. Según este autor, el
régimen feudal en el campo y el régimen gremial en la ciudad impedían al
dinero capitalizado en la usura y en el comercio convertirse en capital industrial.
Dichas barreras desaparecen con la caída de las fuerzas feudales y la
expropiacn de los productores directos. Las nuevas manufacturas eran
construidas ya en los puertos marítimos de exportación, o en lugares del
campo bien alejados del control de las antiguas ciudades y de su gimen
gremial. El capital industrial comienza así a constituirse, a abrirse paso a
“sangre y fuego”, a imponerse como relación social de producción dominante.
Pero, por otra parte, no caben dudas que esta transicn no puede ser
explicada ni comprendida efectivamente circunscribiendo apenas el análisis al
área estrictamente europea. Este es, sin dudas, el problema principal que
enfrentan los análisis llamados “euro-céntricos, los cuales portan un
118
Es importante destacar el hecho de que desde el siglo XVI hasta 1825, año de la abolición
de las leyes anti-coalicionistas, las coaliciones obreras son consideradas como un grabe
crimen. Será solo en 1871 que el parlamento vota legalizando las tradeuniones. (Cf. Ídem: 678)
“endogenismo” que restringe sensiblemente el complejo de determinaciones
operantes en la base de los procesos hisricos, tornándolos reduccionistas;
este problema del “euro-centrismo”, tan caro a la tradición de “izquierda
generalmente ha devenido en “progresismo lineal”, esto es, en evolucionismo
mecanicista. Volveremos a esto en el próximo punto.
En efecto, el proceso nada “idílico” de “acumulación originaria” a que nos
estamos refiriendo, cuyas diversas etapas, siempre según Marx, tienen su
centro, cronológicamente, en España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra –
siendo en esta ultima donde a fines del siglo XVII se sintetiza el sistema
colonial”, el “sistema de la deuda pública”, el “moderno sistema tributario” y el
“sistema proteccionista”, estuvo, desde el primer momento, basado en la mas
avasalladora de las fuerzas”. En este sentido, dirá Marx: “El descubrimiento de
los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio,
esclavización y entierro en las minas de la población aborigen, el comienzo de
la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente
africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los
albores de la era de producción capitalista”. (Ídem: 688) De modo que, la
“barbarie” se constituyó, desde el inicio, como un trazo característico de la
génesis de este modo de producción.
El llamado “sistema colonial” hacía prosperar aceleradamente el
comercio y la navegación hacia todos los rincones del mundo. Como resultado
del mismo, encontramos un proceso crecientemente arrollador de acumulación
de capital en el centro del naciente sistema-mundo. La dominación a “sangre y
fuego” de las colonias y los volúmenes enormes de riquezas de allí extraídas
eran los elementos fundamentales que posibilitaban dicha expansión de las
relaciones del capital. “El botín conquistado fuera de Europa mediante el
saqueo descarado, la esclavización y la matanza, refluía a la metrópoli para
convertirse aquí en capital” (Ídem: 691) A su vez, las colonias brindaban
mercados para las manufacturas en expansión del centro, posibilitando una
acelerada acumulación que, además, se favorecía enormemente por el
régimen del monopolio propio del “sistema colonial”.
El papel fundamental jugado por el “sistema colonial” se relacionaba, en
el periodo manufacturero, con el hecho de que la primacía en el comercio
cada vez mas mundializado- permitía la supremacía industrial en los espacios
centrales de la acumulación. Mas tarde, con el afianzamiento de las relaciones
propiamente capitalistas, esta relación se invierte, y la supremacía industrial es
la que permite el dominio comercial.
Por otra parte, el “sistema de la deuda blica”, que tiene como agente
principal a los nacientes estados de Europa, se constituye como una palanca
decisiva del proceso de “acumulación originaria” en estos países. El Estado de
naciente sistema mundo capitalista, desde el inicio, lleva el sello de la
alienación. Con el surgimiento de este sistema de la deuda pública, que el
Estado debe garantizar por medio de sus ingresos y que, a su vez, engendra a
los modernos bancos como sus instrumentos ejecutivos esenciales, se crea el
“sistema tributario” moderno, que tiene su eje de acción en los impuestos sobre
los artículos de primera necesidad, los que se encarecen notoriamente. Marx
destaca también el sistema proteccionista” -al que caracteriza como “un medio
artificial para fabricar fabricantes”- y las “guerras comerciales” como vástagos
del verdadero periodo manufacturero que se desarrollaron en proporciones
gigantescas en los años de infancia de la “gran industria” (Cf. ídem: 694).
A modo de ntesis, puede decirse que la acumulación originaria del
capital” significa la expropiación del productor directo, esto es, la destrucción de
la propiedad privada basada en el trabajo. En oposición a la propiedad social,
la propiedad privada existe allí donde los instrumentos e trabajo y las
condiciones externas del mismo son propiedad de “particulares”, pero su
carácter cambia sustancialmente según estos particulares sean personas que
trabajan o que no lo hacen. La propiedad privada del trabajador sobre sus
medios de producción, nos dice Marx, es una condición necesaria para el
desarrollo de la producción social y de la libre individualidad del propio
trabajador.
Un régimen basado en estas características supone la distribución de la
tierra y de los demás medios de producción, esto es, excluye la concentración
de los mismos. También, excluye la cooperación, la división del trabajo dentro
de los procesos de producción, el dominio social sobre la naturaleza, el libre
desarrollo de las fuerzas sociales productivas, etc. Sólo es compatible con los
estrechos límites de una producción primitiva, elemental de la sociedad, por lo
cual no tiene sentido reivindicarlo hoy ni querer generalizarlo.
Podría decirse que este régimen encuentra sus figuras clásicas en el
campesino que trabaja su propia tierra y el artesano que maneja su instrumento
como un virtuoso. La destrucción de estas figuras sociales, como condición
necesaria para la transición al capitalismo, significó la reunión de una enorme
variedad de pequeñas propiedades en pocas propiedades gigantes, siendo
esta, como vimos, la sustancia del proceso de “acumulación originaria”. De su
destrucción, florece la transformación de los medios de producción individuales
desperdigados en medios concentrados de producción. Así, la transición de
unas relaciones de producción a otras cualitativamente distintas se constituye –
por lo menos en el ejemplo “csico” de Europa Occidental- como un proceso
por medio del cual la propiedad privada fruto del propio trabajo y basada en la
compenetración del trabajador individual e independiente con sus condiciones
de trabajo, es devorada por la propiedad privada capitalista, basada en la
explotación de trabajo ajeno, aunque este sea formalmente libre (Cf. Ídem:
699).
Una vez que este proceso resulta en la consolidación de las condiciones
necesarias para el “natural” funcionamiento del régimen capitalista de
producción, esto es, una vez que los trabajadores se convierten en asalariados
y sus condiciones de trabajo en capital, la marcha del proceso de acumulación
hace que la expropiación tome una forma nueva. Como vimos en el capitulo
anterior, la gica de la acumulación del capital lleva a que la expropiación,
ahora, se realice entre los mismos capitalistas, a través de un proceso en
donde pocos capitalistas absorben a muchos, provocando un nivel mayor de
“centralización” del capital. Al respecto de esta dinámica inherente a la relación
social del capital, proyecta Marx:
“Paralelamente con esta centralización del capital o expropiación
de muchos capitalistas por unos pocos, se desarrolla en una
escala cada vez mayor la forma cooperativa del proceso de
trabajo, la aplicación técnica conciente de la ciencia, la explotación
sistemática y organizada de la tierra, la transformación de los
medios de trabajo en medios de trabajo utilizables sólo
colectivamente, la economía de todos los medios de producción al
ser empleados como medios de producción de un trabajo
combinado, social, la absorción de todos los países por la red del
mercado mundial y, como consecuencias de esto, el carácter
internacional del régimen capitalista. Conforme disminuye
progresivamente el número de magnates capitalistas que usurpan
y monopolizan este proceso de transformación, crece la masa de
la miseria, de la opresión, del esclavizamiento, de la
degeneración, de la explotación; pero crece también la rebeldía de
la clase obrera, cada vez más numerosa y más disciplinada, más
unida y más organizada por el mecanismo del mismo proceso
capitalista de producción. El monopolio del capital se convierte en
grillete del régimen de producción que ha crecido con él y bajo él.
La centralización de los medios de producción capitales y la
socialización del trabajo llegan a un punto que se hacen
incompatibles con su envoltura capitalista (...) Ha sonado la hora
final de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son
expropiados” (ídem: 699).
Sin dudas, por otra parte, esta proyección de Marx precisa ser
problematizada en nuestros días, una vez que el gimen de producción
capitalista se encuentra en su fase de madurez y la “astucia de su razón” se
demostró muy efectiva a la hora de sobrellevar las contradicciones generadas
por el despliegue de su gica. Sin embargo, más allá de cualquier
determinismo histórico, de cualquier finalismo lógico de la historia, creemos que
las condiciones subyacentes al análisis marxiano de la acumulación del capital,
o sea, la contradicción ineliminable entre el desarrollo de las fuerzas
productivas sociales y su “envoltura” capitalista- continúan siendo la médula
explosivamente contradictoria de este orden social, aunque eshoy muy claro
que, para su superación histórica, se precisará la intervención de un sujeto
colectivo que la lleve a cabo, el cual, como quedó bien demostrado en la
experiencia política de los últimos dos siglos, está cada vez mas lejos de ser
una consecuencia lógica “necesaria” del desarrollo capitalista.
Así, concluye Marx, la propiedad privada capitalista es la primera
negación de la propiedad privada individual, basada en el propio trabajo. Pero,
la producción capitalista engendra las condiciones para su segunda negación:
“la negación de la negación”. Esta, en la proyección marxiana, no restaura la
propiedad individual ya destruida, sino una propiedad individual que recoge los
progresos de la era capitalista: es una propiedad individual basada en la
cooperación y en la posesión colectiva de la tierra y de los medios de
producción producidos por el propio trabajo (Ídem: 700).
Con relacn a este proceso de transformación de las estructuras
materiales socialmente producidas que da sentido a toda la formulación
marxiana, varias han sido y continúan siendo hoy – las polémicas y las
controversias. Una de ellas, protagonizada por el propio Marx, decía al
respecto de la concepción de proceso histórico que el lebre comunista
sostenía; la existencia o no en su teoría de una “legalidad” que rige el
movimiento histórico -del tipo de la “filosofía de la historia” hegeliana-, la cual
iría desarrollándose ampliadamente hasta abarcar todas la áreas del mundo y
se reflejaría como la expansión del modo capitalista de producción. Desde una
tal perspectiva, lineal y desarrollista, que no pensamos sea la de Marx aunque
sí la de muchos grupos de marxistas”, las llamadas sociedades atrasadas
deberían pasar por las sucesivas etapas que pasaron las naciones
desarrolladas, repitiendo tardíamente aquél modelo europeo “clásico” de
desarrollo.
Es justamente sobre esta cuestión que, luego de la publicación del libro I
de El Capital, se genera una polémica entre los llamados “populistas rusos” y el
propio Marx en torno del capítulo XXIV sobre la “acumulación originaria”.
Sucintamente, los rusos interpelan a Marx sobre algunas afirmaciones allí
vertidas
119
–también pueden encontrarse otras en textos de combate como El
Manifiesto de 1848- al respecto de si la trayectoria histórica propia de la Europa
Occidental objeto del análisis de Marx en el capítulo citado- debía
reproducirse inexorablemente en el resto de las regiones del mundo,
específicamente en Rusia. Lo que podría traducirse de la siguiente manera:
siendo Rusia un ps “atrasado”, donde las relaciones capitalistas son muy
embrionarias y el proceso de acumulación originaria está muy lejos de ser
completado, ¿se puede realizar la revolucn socialista sin pasar “primero” por
el capitalismo?¿Son éstas condiciones capitalistas afirmadasnecesarias” para
el pasaje al socialismo? Estos interrogantes serán decisivos y dividirán aguas
en la escena política Latinoamérica a lo largo de todo el siglo XX, siendo
justamente por esto tan importante retomarlos críticamente hoy a la hora de
pensar nuestra América desde ella misma.
Sin entrar mucho en esta ardua polémica
120
, bástenos con mencionar
algunos de sus nudos nucleares. El problema de los populistas rusos era si,
119
Es importante rescatar que en la edición francesa de El Capital, de 1875, se incluyen ya
ciertas correcciones a este respecto, donde el fragmento que decía “[...] todos los países de
Europa Occidental recorren el mismo movimientoes corregido por la afirmación de que Sólo
en Inglaterra, y es por eso que tomamos este país como ejemplo, dicha expropiación reviste su
forma clásica” (Ver Dussel; 1990: 256).
120
Un rico desarrollo de la misma puede encontrase en Enrique Dussel: El último Marx (1868-
1882).
para abrazar el socialismo, debían, primero, destruir las comunidades rurales”
que eran propias del régimen agrario precapitalista imperante en Rusia, o si,
“sin conocer todos los tormentos del sistema capitalista” podrecoger todos
sus frutos por el camino de desarrollar sus propias peculiaridades históricas”;
esto es, si dichas comunidades rurales podían servir como puntos de partida de
una transición al socialismo. A esto, Marx responde que: “El capítulo de mi libro
que versa sobre la acumulación originaria se propone señalar simplemente el
camino del que, en la Europa Occidental, nac el régimen económico
capitalista del seno del régimen feudal.” (Marx apud Dussel; 1990: 254) Y,
continúa Marx: “mi critico – Chernishevski – quiere convertir mi esbozo histórico
sobre los orígenes del capitalismo en la Europa Occidental en una teoría
filosófico-histórica sobre la trayectoria general a que se hallan sometidos
fatalmente todos los pueblos, cualquiera que sean las circunstancias históricas
en que ellos concurran.”(ídem: 255)
Mas tarde, en febrero de 1881, cuando hacia ya varios os que Marx
estaba dedicado a estos temas, llegará de Ginebra la carta de Vera Zasúlich
expresando: “...no ignora usted que su Capital goza de gran popularidad en
Rusia (...) En los últimos tiempos hemos solido r que la comuna rural es una
forma arcaica que la historia, el socialismo científico, en una palabra, todo
cuanto hay de indiscutible, condenan a perecer. Las gentes que predica esto se
llaman discípulos por excelencia de usted: “marxistas” (...) nos interesa su
opinión al respecto y el gran servicio que nos prestaría exponiendo sus ideas
acerca del posible destino de nuestra comunidad rural y de la teoría de la
necesidad hisrica para todos los países del mundo pasar por todas las fases
de la producción capitalista” (ídem: 257).
Se sabe que Marx escribió cinco textos, cuatro de los cuales fueron
borradores de respuesta a la carta de Vera Zasúlich. Marx responde que sus
investigaciones en El Capital no daban argumentos ni a favor ni en contra de la
cuestión de la comunidad rural rusa, puesto el grado de abstracción en que el
análisis se sitúa en dicha obra. Para llegar a determinados problemas
concretos era necesario un detallado desarrollo de las categorías que permitan
construir las mediaciones teóricas necesarias. Desde una perspectiva política,
es claro en la carta el apoyo a los “populistas rusos” –que eran convictos de las
posibilidades de las comunidades rurales como “punto de apoyo” de una
transición al socialismo- con los cuales Marx mantenía contacto hacia varios
años, especialmente a través de Danielson. En varias expresiones Marx se
manifiesta a favor del pasaje de la propiedad comunal a la propiedad socialista,
sin desconsiderar los límites concretos de las mismas, “todas las miserias que
la oprimen”, pero rechazando cualquier supuesta unilateralidad del proceso
histórico; cualquier fatalidad histórica.
Esta polémica con los revolucionarios rusos, desarrollada en sus últimas
décadas de vida y alimentada por las sucesivas derrotas del movimiento
operario en los pses capitalistas desarrollados, muy especialmente luego del
resultado político de la “Comuna de París” de 1871, permitió clarificar un
problema fundamental: los sistemas económicos históricos no siguen una
secesión lineal en todas partes del mundo. Europa Occidental no es la
anticipación del proceso por el cual han de pasar obligatoriamente los países
“atrasados” núcleo duro de las ideas del desarrollismo”. En el mismo
momento, se abría la posibilidad de pensar en varias vías del desarrollo
histórico, de acuerdo a las particularidades de cada región y,
fundamentalmente, a la posición ocupada en el sistema-mundo.
Finalmente, este problema nos interesa porque estuvo muy presente en
América Latina durante el siglo pasado. La pregunta sobre la existencia o no de
las condiciones “objetivas” para la revolución socialista, de las etapas que era
necesario transitar, de la necesidad de desarrollar el capitalismo como
precondición del socialismo, todos temas que ganaron un protagonismo
enorme, el cual, muchas veces, fue resuelto a favor de una perspectiva
“evolucionista”, lineal, como una evidencia la “invasión positivista” sufrida por
buena parte de marxismo latinoamericano. De modo que, a la hora de pensar
nuestra América y su transformación radical no podemos subestimarlos ni
dejarlos olvidados como parte de una pasado sordo, ciego y mudo.
El pensamiento histórico-crítico en nuestra América
Se trata de recuperar, redescubrir, reconstruir - desde una perspectiva
crítica, con base en el materialismo histórico - las intersecciones, los nexos y
mediaciones existentes dentro del amplio y heterogéneo campo llamado
pensamiento crítico latinoamericano. Este, se ges al calor de los procesos
productivos y las luchas desarrolladas en nuestras sociedades a lo largo de la
historia moderna. Fue fecundado por las experiencias históricas revolucionarias
de Europa, aunque con la preocupación de no quitar la vista de las concretas
condiciones de la realidad, de modo de no caer en una visión lineal y supra-
histórica de “lo latinoamericano”
121
.
Dicho pensamiento crítico o libertario en América latina, remonta sus
raíces históricamente más cercanas a figuras como Bovar y Martí
122
, entre
otros, y solo más tarde se encontrará y complementará con el marxismo, tanto
a través de representantes nacidos en sus países de la tralla de un Mariátegui
o un Guevara, como del marxismo de todas las latitudes, particularmente por
aquélla vertiente paradójicamente adjetivada como “marxismo crítico” (Cf.
Casas; 2006: 93) En este sentido, desde Gramsci hasta Mao; de Lénin a
Trotski, pasando por los avatares de la III Internacional comunista en su poco
más medio siglo de existencia, muchos han sido las intersecciones y los nexos
propiciados por el particular sistema de mediaciones que envolvieron a la
experiencia teórico-potica de liberación en latino-América en los ultimo dos
siglos (desde los procesos de independencia que acabaron en la formación de
los Estados nacionales); por esto, resulta sumamente complejo reconstruir las
diversas influencias de que se nutre y despliega el llamado pensamiento crítico
en América Latina.
Se parte del supuesto de que, particularmente, existe un “marxismo
latinoamericano (sobre todo a partir de Mariátegui y otros) que puede
121
Entendemos aquí a América Latina como una unidad contradictoria, una particularidad, cuya
dinámica es resultado de un complejo de determinaciones que, dialécticamente, la contienen y la
superan. Por otra parte, esta unidad de diversos que es “nuestra América”, en su desarrollo
histórico concreto, lanza determinaciones sobre el proceso total y sobre las realidades singulares.
Así, lejos de una mera nomenclatura, y s lejos aún de una especie de apología de cualquier
regionalismo, “nuestra América” se torna un momento concreto (esto es, no una mera idea) del
proceso histórico; una realidad particular, viva y operante. Su proceso histórico se efectiva de
acuerdo con las condiciones y circunstancias que hacen de América latina una particularidad
histórico-social. Es en este preciso sentido que hablamos de la necesidad de recuperar y reconstruir
el pensamiento crítico y genuino latinoamericano; no por un localismo estrecho, sino por fidelidad
al objeto de análisis: la actualidad del capitalismo en América Latina, y los desafíos que presenta para
la profesión de Servicio Social.
122
Algunos autores sostienen que los antecedentes históricos del pensamiento latinoamericano
de la emancipación pueden remontarse al Siglo XVI, con las declaraciones del Padre
Bartolomé de las Casas, en México, que denunciará enfáticamente el exterminio de la
población nativa en los marcos de la colonización de América, antes los convenientemente
ensordecidos oídos de la Corona y la Iglesia españolas.
vincularse a una tradición crítica de pensamiento - amplia y heterogénea pero
con una unidad que se desarrolló en América Latina y expresó a través de
diversas formas históricas. Al pensamiento surgido de las teorías subyacentes
y operantes en sus luchas emancipatorias llamamos pensamiento crítico o
teoría crítica latinoamericana, que recién en el siglo XX recibirá la contribución
del marxismo. Este, de manera decisiva, se tornará una herramienta
fundamental en la búsqueda de transformar la realidad particular de estas
tierras, a partir de comprender sus específicas experiencias socio-históricas -
como diría G. Lukács, contribuyendo decisivamente para la comprensión del
ser precisamente así” de las mismas.
Numerosas experiencias de luchas sociales latino-americanas recibirán
influencia del marxismo (el genuinamente crítico, y no el dogmático)
123
, el que
confluirá con las vertientes del pensamiento de la emancipación en América.
Seguramente, el ejemplo emblemático de esto es el ciclo de luchas por la
“Segunda Independencia”, que se desencadena en los marcos de la segunda
posguerra mundial, y en nuestra América se particulariza en la Revolución
cubana de 1959. En este sentido, la forma correcta de plantear el problema de
las relaciones, nexos e intersecciones, entre el “pensamiento crítico
latinoamericano (fruto del acumulo político-cultural construido en las
experiencias de luchas sociales, de las luchas de clase en América) y el
materialismo histórico consistiría en entenderlos como momentos
complementares, que se retroalimentan y de ninguna manera son excluyentes
ni antagónicos
124
.
Es este, entonces, un pensamiento crítico que nutriéndose de la teoría
social marxiana y la tradición marxista (destacándose aquellos que se
preocuparon con los problemas de las revoluciones en la periferia del sistema),
precisa avanzar más que eso; precisa reactualizar, revisar, muchas cuestiones
123
Dirá Casas, a como el llamado pensamiento crítico latinoamericano, libertario o de
emancipación, no se limita al campo del marxismo, no puede considerarse a todo y cualquier
marxismo formando parte del pensamiento crítico.
124
Desde nuestra perspectiva, cualquier formulación que pretenda colocar en términos
(necesariamente) antagónicos esta relación teórico-filosófica y de cultura política en América
Latina, estará condenada al reduccionismo en el pensamiento, no logrando captar la
concretización histórica del principio dialéctico, la justa relación, entre el problema de una
unidad (latinoamericana) y la efectiva diversidad que en ella se hace presente.
de la experiencia histórica y redefinir estrategias y modalidades de creación en
lo real; es apenas en este sentido esencial que se precisa ir más allá de los
clásicos, y no por una ansiedad de “lo nuevo”.
En este sentido, si observamos la experiencia histórica latinoamericana
propiamente dicha, vemos que se ha reunido bajo el nombre de Primera
Independencia a los procesos políticos y las luchas sociales acaecidas en el
continente desde finales del siglo XVIII e inicios del siguiente, que expresaban
el agotamiento del “sistema colonial” característico del amanecer moderno de
América. En el transcurso de estas luchas por la independencia se encuentran
presentes una diversidad de corrientes teórico-ideológicas que, en mayor o
menor medida, o bien repetían y extrapolaban modelos los extranjeros en boga
(es dable recordar que muchos procesos de independencia nacional fueron
patrocinados por las propias potencias extranjeras en ascenso histórico;
especialmente Inglaterra en América), o bien se combinaban con ideas
surgidas de los procesos singulares, de acuerdo con el examen de las
condiciones socio-históricas concretas y con proyectos de genuina
independencia.
No fueron pocas las experiencias donde la dinámica de las
circunstancias específicas provocó la emergencia de ideas que, si bien nunca
estuvieron precisamente formuladas, no eran una mera repetición
“conveniente” de los modelos socio-políticos y económicos engendrados en
Europa o Norte América
125
. En este sentido, pueden reconocerse, en la
experiencia histórica latinoamericana, pensamientos – muy desiguales, por
cierto – que buscaban hacerlo desde un “nosotros mismos”, o desde una
independencia mucho más efectiva, auténtica, genuina y radical, que la
resultante históricamente en la gran mayoría de las naciones americanas; una
universalidad más verdadera.
Si tomamos el ejemplo de Haití la antigua isla de Santo Domingo que
fuera una importante colonia del imperio francés , puede decirse que la
“revolución de los jacobinos negros”, donde se decide abolir la esclavitud y la
125
En este sentido, es importante reforzar la idea de que los resultados históricos no son
inexorables; no están predeterminados. La Historia, no obstante las probabilidades, las
tendencias dominantes en lo real, está abierta a la dinámica de las fuerzas sociales presentes,
que portan intereses, formulan proyectos societarios y se mueven políticamente en función de
los mismos.
servidumbre en la alborada del siglo XIX, acabará masacrada (por la
emancipatoria “revolución francesa”) por poner en cuestión el carácter
oligárquico y elitista que los proyectos de Independencia latinoamericanos
querían mantener y que finalmente lograron. Otros ejemplos son las luchas de
Hidalgo y Morelos enxico o las de Jo Artigas en las “Provincias unidas del
sur”, y pueden encontrarse fuerzas libertarias en todos o casi todos los
procesos independentistas. Por otro lado, estos episodios de lucha social no
anula que, en algunos países de nuestra América, los procesos de
independencia hayan asumido una “conducción por lo alto” más transparente, o
que desde el inicio hayan sido diseñados a la medida de las elites.
Durante el periodo de la Primera Independencia, merecen destacarse El
Plan del argentino Mariano Moreno, la figura embletica de Simón Bolívar y la
férrea actitud independentista de Morelos, entre otros. De acuerdo con el
estudio de Casas (2006), Bovar fue reclamado por figuras revolucionarias de
enorme relevancia en la historia de nuestra América, como Francisco Bilbao,
José Martí, Fidel Castro y Ernesto Guevara, entre otros, y actualmente, ha
recobrado potencia con el desarrollo de la “revolución bolivariana” en
Venezuela. Además de gran militar, estadista y pensador, el libertador se
revela un buen escritor; su potencia consiste en que logró conjugar la claridad
conceptual y doctrinaria con una clara visión estratégica, basada en principios
progresistas de organizacn política y democrática, pero anclado en un fuerte
realismo político que le permitió adaptarse a los vaivenes del proceso de la
independencia. Tuvo una visión americana, aunque meridional, afirma Casas
(ídem: 99)
126
.
126
Cabe mencionar aquí, el artículo que Marx escribiera sobre Bolívar, 1858, titulado “Bolívar y
ponte” (remitimos, para esta polémica, al trabajo de José Arico: Marx y América Latina, de
1982). Según Casas, allí el libertador es retratado a partir de residuos de cierta concepción
hegeliana de los “pueblos sin historia” y un anti-bonapartismo prejuicioso que hicieron ver al
latinoamericano como una especie de monarca autoritario; un Napoleón en la periferia. Dicho
artículo, que es sin dudas lateral en la obra marxiana, abonó al desencuentro de las tendencias
revolucionarias al interior de llamado pensamiento crítico, generando divisiones y falsos
antagonismo, siempre bien aprovechados por las clases dominantes de aquí de mas allá. Por
otra parte, tampoco concordamos con las perspectivas no-marxistas o pos-marxistas que ven
en dicho artículo una “clara y cristalina” muestra del euro-centrismo del pensamiento de Marx.
Si se tiene una lectura del conjunto de la obra marxiana, que tome en cuenta los análisis de
tipo político y otros textos donde aborda la cuestión nacional y colonia o, mas específicamente,
la polémica por la caracterización de las comunas rurales en Rusia, puede verse que este
supuesto euro-centrismo de Marx no es más que un artilugio ideológico más para amputar de la
realidad latinoamericana la perspectiva revolucionaria inaugurada por el célebre alemán.
Según el análisis de Retamar (2004), una vez consolidado el proceso de
Independencia, podrían identificarse dos grandes vertientes del pensamiento
político-cultural en América presentes en el nacimiento de los Estado-nación en
el continente, que lo acompañaron en su desarrollo histórico a lo largo de todo
el siglo XIX y buena parte del XX. Podría decirse que estas dos vertientes
buscaban modelar la constitución inicial de nuestros países y se oponían, se
enfrentaban, en intensas luchas ideológico-políticas de las que una salía
victoriosa. En este cuadro, la vertiente triunfadora, que se volvdominante, se
proponía disar una patria según las necesidades del criollo, esto es, de los
europeos nacidos en América. Así, según este autor, la cosmovisión que
prevalece y se instala como “oficial” en la historia estaría caracterizada
esencialmente por el diso de la patria del criollo (Cf. Retamar: 2004: Clase
II).
Referencias fundamentales de esta vertiente de pensamiento, que es
expresión del proceso particular latinoamericano, serían el “gran prócer”
argentino Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi y Esteban
Echeverría; el venezolano Andrés Bello; el chileno Victorino Lastarria; el
cubano José Antonio Saco; el mexicano Justo Sierra, entre otros; todos ellos
grandes pensadores, hombres de letras, “grandes fundadores de pueblos”,
preocupados por diseñar coherentemente “patrias a la medida del criollo”
(ídem). Para A. Casas, estos pensadores:
“Asumen la derrota del ideal latinoamericanista y jacobino de
varios de los líderes independentistas, y en no pocos casos la
‘celebran’. Se proponían diseñar patrias propias, que se
imaginaron como homólogas o como versiones transatlánticas de
los países europeos del capitalismo central, o también,
progresivamente, otros se identificaron con el modelo político y
cultural de Estados Unidos (como Sarmiento y Alberdi). De ahí el
anhelo, en varios de estos pensadores, de estimular la inmigración
blanca, europea, y el haber facilitado la condición neo-colonial que
usufructuaron las nuevas metrópolis, como fundamentalmente
Inglaterra. Aquí la patria dejaba de ser América, como para
Bolívar, y pasaba a ser cada nación particular, con un anhelo
claramente europeizante-occidentalizante, con base en aquellos
modelos mas o menos importados acriticamente (Casas; 2006:
101).
Otro trazo determinante que caracteriza a esta vertiente de pensamiento
(que, es bueno aclarar, no es homogénea; esto es, deben distinguirse
concepciones racistas como las de Sarmiento o, por momentos Alberdi, con
Bello, por ejemplo, que tiene una visión más amplia de lo americano) esta dado
por el hecho de que es en su campo donde se instalará la “célebre” polaridad
civilización o barbarie, presentándose, naturalmente, como expresión de la
primera ante lo “atrasado”, lo “salvaje”, lo “bárbaro”.
La segunda vertiente de pensamiento que destaca Retamar (2004), que
estuvo muy presente en el proceso de la Primera Independencia pero resultó
derrotada, podría resumirse en: o inventamos o erramos”; está representada,
principalmente, por figuras como el venezolano Simón Rodríguez (maestro de
Bolívar), el chileno Francisco Bilbao
127
, entre otros, que rechazaron
enfáticamente “la gran hipocresía de cubrir todos los crímenes y atentados con
la palabra civilización”, refiriéndose al expreso pedido de gentes “civilizadas”
como Sarmiento, por ejemplo, de exterminio de indios y gauchos de estas
tierras. Lejos de cualquier “provincianismo autóctono”, o cualquier
“particularismo anacrónico”; de cualquier anti-occidentalismo estrecho” o “anti-
modernidad”, estos pensadores van a constituirse en “puente ideológico-
cultural y político” entre el jacobinismo y el latino americanismo de algunos
líderes de la Primera Independencia, especialmente de Bolívar - s tarde de
José Martí, Rodó, Vasconcelos, hasta Césaire.
No cabe en este trabajo un desarrollo más profundo de los fundamentos
de esta perspectiva crítica fundante de lo que aquí estamos llamando
“pensamiento histórico-crítico latinoamericano”; baste apenas con este párrafo
de Bilbao para graficar la radicalidad de que el mismo era portador:
“Colonización, inmigración, gritan los políticos. ¿Porqué no
colonizáis vuestra tierra con sus propios hijos, con vuestros
propios hermanos, con sus actuales habitantes, con los que
deben ser sus propietarios y poseedores? (...) La conquista otra
vez se presenta. Las viejas naciones piráticas se han distribuido
el Continente y debemos unirnos para salvar la civilización
americana de la invasión bárbara de Europa.”(Bilbao apud.
Casas; ídem: 102)
127
Remito al lector al texto de Bilbao: “Iniciativa de la América”, de 1865, donde podrá
apreciarse muy claramente la contraposición de este pensador con concepciones como las de
Sarmiento, por ejemplo; o con el propio modelo de los Estados Unidos del Norte de América.
En pocas páginas Bilbao desarrolla su crítica al “modelo civilizatorio” que se ha consolidado
con la Primera Independencia.
La consolidación de los proyectos de patrias “a la medida de criollo”,
como resultado de la Primera Independencia en América, consolida aquella
matriz ideológica cultural que, para las últimas décadas del siglo XIX, ya se
verá fundida con las concepciones liberales y positivistas que la hegemonía
inglesa traería consigo a nuestro continente. Para finales de siglo, el
positivismo ya ha penetrado hondamente en el pensamiento
hispanoamericano, aunque conviviendo con un insipiente y tímido socialismo
de cariz utópico. Por su parte, el liberalismo procurará homogeneizar las
“sociedades civiles” latinoamericanas, tornándose - por medio del reformismo
liberal - una fuerza importante en el proceso de transición hacia las relaciones
sociales específicamente capitalistas.
De acuerdo con Casas, fueron fundamentalmente dos los obstáculos
que impidieron que este reformismo liberal abriera lugar a una revolución
democrático-burguesa y a un desarrollo nacional autónomo en América latina;
por un lado, la pérdida de dirección del bloque liberal, por parte de las
pequeñas burguesías y las capas medias, que termina en manos de un “neo-
latifundismo agresivo”. El segundo, fue la expansión del imperialismo - ahora
norteamericano - a partir de los años 1880. Estos vectores conforman el
cuadrante histórico que marcará la reflexión y la acción política de pensadores,
movimientos y organizaciones de nuestra América a finales del siglo XIX e
inicios del XX (Cf. ídem: 103).
Sin dudas, uno de los más altos puntos del pensamiento histórico-crítico
del latinoamericano es el cubano José Martí. Según Casas, un hombre de
letras que supo combinar la aguda reflexión con la praxis política; sus
concepciones se fundamentaban en un contenido fuertemente anti-imperialista,
latinoamericanista y democrático popular (Cf. Ídem: 104). En su célebre ensayo
de 1891: “Nuestra América”, puede encontrase evidencias preciosas de la
calidad de su pensamiento, la lucidez con la que denuncia el peligro de
mantenerse en el extranjerismo en que estaban sumergidas las elites
gobernantes e importantes segmentos de las recientemente creadas naciones
latino-americanas.
Anti-racista por excelencia y contrario a la polaridad sarmientina” entre
“civilización y barbarie”, Martí se ocupa sabiamente de los problemas derivados
de la implantación de modelos políticos y sociales foráneos, extrapolados a
nuestra particular realidad sub-continental. Para él, se trataba de una batalla
por recuperar las propias raíces de nuestros pueblos, de erguir a Nuestra
América sobre bases políticas auténticamente democráticas que hagan causa
común con los oprimidos, incorporando efectivamente al indio, al negro, al
campesino; la creación genuina debía tomar el lugar que ocupaba la copia, de
la imitación; la unidad de los pueblos de nuestra América se torna
indispensable para enfrentar el mayor peligro que la amenaza de muy cerca: el
imperialismo norteamericano en ascenso. Martí observó, con impar lucidez, la
vigorosidad de las tendencias expansionistas del imperialismo norteamericano
y las consecuencias para nuestra América, y desde allí exaltó la necesidad de
una Segunda Independencia de la América española.
Otra referencia insoslayable de esta vertiente crítica latinoamericana es
José Carlos Mariátegui (1894-1930), unánimemente considerado uno de los
primeros y más relevantes representantes del marxismo en América Latina. Al
igual que Martí, Mariátegui es un gran escritor crítico de la realidad que lo
circunda; centrará sus preocupaciones en comprender las condiciones
particulares en que deben pensarse y desarrollarse los proyectos societarios y
las estrategias políticas de transformación de las estructuras de la opresión y la
explotación en América Latina, muy especialmente en su país: Perú.
Desde las primeras décadas del siglo XX, y junto a otros pensadores de
la revolución en nuestra América como el chileno Emilio Recabarren; los
cubanos Martínez Villena y Julio Mella; Emilio Frigoni en Uruguay y el
“anarquismo peculiar” de González Prada en Perú –, hasta su temprana muerte
en 1930, cuando apenas contaba con 36 años, Mariátegui intentará pensar las
circunstancias socio-históricas propias de nuestras naciones para, a partir de
allí, revolucionarlas en un sentido emancipador; el contenido de dicho proyecto
societario de Mariátegui, claramente, está inspirado en el socialismo. Al mismo
tiempo, en URSS se esn gestando las bases de lo que sería conocido como
“marxismo oficial”, una vez que el proceso de stalinización de la III Internacional
experimentara un despliegue implacable que posibilitó una presencia y un
protagonismo fuerte en los procesos políticos latinoamericanos a lo largo de
buena parte del siglo pasado
128
.
128
Su estancia “obligada” en Europa, le permitió profundizar y acrecentar su formación teórico-
ideológica. El contacto directo con la realidad política de Italia -país donde residió durante esos
Este revolucionario peruano muere en el amanecer de dicho proceso,
aunque divisando claramente las tendencias que lo empujaban. Del conjunto
de reflexiones contenidas en su obra, pueden inferirse posiciones teórico-
políticas bien diversas a las asumidas por los Partidos Comunistas
Latinoamericanos desde 1930, cuando comenzaron a moverse dentro la orbita
controlada por la III Internacional Comunista ya stalinizada. Como es sabido, la
complicación de las revoluciones en la Europa occidental desarrollada - que
para Lénin era determinante fundamental de las posibilidades históricas de
avance del proceso revolucionario en la naciente República de los Soviets, y la
muerte prematura del principal líder bolchevique en 1924, junto con las
complicaciones político-organizativas derivadas de tal hecho trágico, tuvieron
una importancia decisiva para la consolidacn de aquellos sectores
conservadores en la direccn política del proceso.
De modo que, al momento de la muerte de Mariátegui, las primeras
señales claras del agotamiento de aquellas energías civilizatorias que
irrumpieron en todos los ámbitos de la vida social, muy especialmente en el
mundo de las ideas, desde inicios de siglo, comenzaban a evidenciarse. La
revolución en “occidente” no prosperó, más bien retrocedió en aquellos tiempos
de ascendencia histórica de los fascismos en Europa; la revolución soviética
también se estancó, no obstante sus increíbles niveles de “crecimiento”
económico, que convirtieron a la URSS en una súper-potencia mundial,
especialmente en el plano militar, justamente, a partir del afianzamiento de
Stalin en las riendas del PCUS.
En este sentido, y aunque parezca una redundancia, decimos que el
marxismo de Mariátegui es “creador”. Se forja en aquellos años dorados de la
crítica marxista y bebe de ellos. Fue ese “mirador crítico del marxismo” lo que
años de exilio y que vivía intensas jornadas de luchas sociales -, donde la emergencia, como
protagonista central en el escenario político nacional, del proletariado industrial del “rico y
desarrollado” norte italiano confirmaba las tendencias históricas desarrolladas por la crítica
teórica marxiana al desarrollo de la acumulación capitalista. Mariátegui vivencia y se nutre de
ese excepcionalmente rico proceso de formulación teórico-política que, amamantado por la
revolución de los bolcheviques de 1917 en Rusia, reunía a figuras con pensamientos de una
envergadura como la de un Lénin, un Gramsci, una Rosa de Luxemburgo, un Lukács, entre
muchísimos otros fundamentales. El marxismo de Mariátegui se forja, justamente, en ese
ambiente histórico, donde la creación de la III Internacional responde a un movimiento
auténticamente revolucionario; donde las energías emancipatorias de la primera revolución
socialista triunfante de la historia estaban más vivas y fértiles que nunca.
le permitió formular en tan precisos y preciosos términos, con una efectividad
histórica en el análisis que pocas volvió a repetirse en el pensamiento critico
latinoamericano, El problema del Indio en América - especialmente en el
Perú de los incas.
Para él, por otra parte, la “burguesía” latinoamericana había llegado muy
tarde a la escena histórica, lo que las condenaba a la dependencia y la
sumisión con respecto del poder económico-político y militar del imperialismo.
En el contexto del modo de producción capitalista, dirá, los países de nuestro
continente están inevitablemente destinados a ser dominados por el
imperialismo y los monopolios internacionales. La única alternativa para
escapar de tan perversas relaciones es tomar el camino del socialismo (Cf.
Casas; 2006: 109).
Su libro más importante, losSiete ensayos de interpretación de la
realidad peruana, es considerado el primer análisis marxista de un país
latinoamericano. Allí Mariátegui desarrolla una hipótesis sobre nuestra América,
referente al hecho de que, en Perú, nunca existió una burguesía progresista en
el ámbito nacional, con una naturaleza liberal y democrática.
129
Por esto, para
el amauta, la revolución en América Latina solo puede tener un carácter
socialista, y debe incluir y combinar objetivos agrarios y anti-imperialistas,
puesto que no hay espacio ni posibilidades de desarrollo de un capitalismo
independiente. De modo que, para este autor, en las periferias del capitalismo,
es el socialismo quién debe cumplir la “misión” histórica que, según el modelo
clásico de la Europa occidental, le cabría a la típica burguesía revolucionaria.
Por esto, Mariátegui no alimenta las concepciones de la revolución “por etapas
que primó en la gran mayoría de los Partidos Comunistas latinoamericanos,
especialmente desde la década de 1930.
En el ensayo titulado El problema del Indio”, de los Siete Ensayos para
la interpretación de la realidad peruana de 1952, dirá que todas las tesis
sobre el problema indígena que ignoran o lo eluden como problema económico
y social, son otros tantos ejercicios teoréticos estériles condenados a un
absoluto descrédito(Mariátegui; 1952: 35). Para el amauta, las causas de la
129
Esto podría extenderse a muchos otros países del continente, menos a aquellas
experiencias más clásicas, donde logró conformarse una “burguesía nacional” más consistente,
como podría ser el caso de Argentina.
tragedia indígena deben ser buscadas en la economía del país y no en los
mecanismos administrativos, jurídicos o eclesiales, ni en las “razas”, ni en
condiciones culturales o morales. El problema del Indio en el Pe (y podría
extenderse a otras regiones de América) no es un problema moral, más bien
sus raíces profundas se encuentran en el régimen de propiedad de la tierra.
En el prologo que realiza al libro “Tempestad en los Andes” de Valcárcel,
ese “vehemente y beligerante evangelio indigenista” (ídem: 39), Mariategui
desarrolla su punto de vista ante este peculiar problema en América Latina.
Dirá que la reivindicación indígena carece de concreción histórica mientras se
mantiene en un plano filosófico o cultural. Para adquirir realidad, corporeidad,
necesita convertirse en reivindicación económico-política. El socialismo nos ha
enseñado a plantear el problema indígena en otros términos. Hemos dejado de
considerarlo abstractamente como un problema étnico o moral para
reconocerlo concretamente como problema social, económico y político. Y
entonces, lo hemos sentido por primera vez, esclarecido y demarcado”. (ídem)
Confrontando abiertamente con la concepción liberal burguesa, que trata
al problema del indio como un problema “racial”, con reflejos culturales y
morales, según la cual éste no podría ser resuelto mediante un hecho político o
una reforma estructural (puesto que ello no garantizaría que los vicios y las
malas costumbres indígenas se transformen inmediatamente, o sea, colocando
la cuestión como un problema moral o cultural), Mariategui contestará que la
miseria moral y material de la “razaindígena aparece como consecuencia del
propio régimen económico y social que sobre ella pesa desde la conquista. Al
“feudalismocolonial siguió el gamonalismoen Perú; esto es, el régimen de
los grandes latifundistas o grandes propietarios de tierras, a los que se suman
un conjunto de funcionarios, intermediarios y “parásitos” y donde, no pocas
veces, hasta el indio analfabeto se pone a su servicio. Para nuestro autor, el
factor central del fenómeno esen la hegemonía de la gran propiedad semi-
feudal en lo político y en el mecanismo del Estado. Por consiguiente, afirmará
el amauta, si quiere acabarse con esta “cuestión” que muchos han querido
comprender apenas en la superficie, es sobre ese factor que debe
concentrarse la actuación (Cf. ídem: 41).
La independencia, la formación de la república, podría haber acabado
con el “gamonalismopor medio de la aplicación de los principios liberales del
capitalismo, pero esto tampoco ocurr en Perú. Allí, como en tantos otros
procesos de independencia de América Latina, esos mismos principios
progresistas fueron saboteados por los grupos que debían” aplicarlos. No fue
por otra cosa que el liberalismo durante más de un siglo fue importante para
liberar al indio de la servidumbre en que se hallaba preso; servidumbre esta
que era completamente complementar con la estructura latifundista propia de
nuestro continente. Por esto, dirá el marxista latinoamericano, el pensamiento
revolucionario no puede ser ya liberal en América Latina, sino socialista. El
desarrollo del capitalismo internacional en América había llegado a un punto en
que no era posible ser nacionalista o revolucionario sin ser socialista; esto,
porque no existe ni ha existido jamás en el Perú una “burguesía” progresista,
con sentido nacional, que se profese liberal y democrática, que inspire su
política en los postulados de su doctrina (Cf. ídem).
El régimen de propiedad de la tierra inviabilizaba, de hecho, cualquier
legislacn de protección al indígena. El trabajo gratuito, y aún el forzado, muy
bien prohibidos por “ley escrita”, se encontraban, sin embargo, todavía muy
vivos dentro del latifundio. Algunos años antes que Mariátegui, González Prada
había afirmado claramente que la “cuestión del indio” era, antes que
pedagógica, económica y social, relacionada directamente con el problema de
la propiedad de la tierra. De esto modo, quedaría claro para el amauta que la
experiencia de todos los países que han salido de regímenes de “tipo feudal”
muestra que el derecho liberal, civil, individual de las personas, solo puede
funcionar efectivamente a partir, justamente, de la disolución de los “feudos”.
Mariátegui tiene muy claro que tratar al problema indígena como una
cuestión étnica, naturalizándolo, significa alimentar la dominación y la
explotación imperialista. Defiende la idea de que “el concepto de las razas
inferiores sirv al occidente blanco para su obra de expansión y conquista”.
Dirá que: “esperar la emancipación indígena de un activo cruzamiento de raza
aborigen con inmigrantes blancos, es una ingenuidad anti-sociológica,
concebible solo en la mente rudimentaria de un importador de carneros
merinos” (ídem: 44).
3.3. Nuestra América y su particular unidad problemática
“El movimiento del singular al universal y viceversa es siempre
mediatizado por el particular; éste es un miembro intermediario
real, tanto en la realidad objetiva cuanto en el pensamiento, que la
refleja de un modo aproximativamente adecuado” (Lukács; 1978:
112; traducción nuestra).
Algunas preguntas resultan fundamentales para una argumentación no
mistificadora sobre América Latina:
¿Existe un pensamiento crítico latinoamericano? Si la respuesta es
afirmativa: ¿a partir de cuales coordenadas teórico-ideológicas se conforma
dicha vertiente de pensamiento que reclama expresar “genuinamente” la
historia social de nuestra América? Y, fundamentalmente: ¿porqué es
necesario recuperarlo, re-crearlo, para la comprensn del presente?
Finalmente: ¿cómo se posiciona el amplio y heterogéneo campo llamado
marxismo con relación a esto?
Desde nuestra perspectiva, entendemos al llamado pensamiento crítico
latinoamericano como el proceso histórico de formulación trico-ideológica
que, basada en determinados principios metodológicos, se presenta como
propuesta explicativa para comprender las determinaciones particulares de los
procesos que conforman la existencia del ser social latinoamericano. América
Latina aquí, es considerada como realidad particular, portadora de un ser
precisamente así que es históricamente determinado. Veamos cuáles son los
fundamentos de esta afirmación.
Partamos por declarar que, para resistir a la crítica, este pensamiento
debe fundamentar debidamente la unidad de análisis que propone, con
rigurosidad analítica y coherencia lógica. Desde nuestra perspectiva,
entendemos que la unidad de América Latina se crea y recrea a partir de las
mediaciones particulares que presentes en los diferentes momentos históricos,
que están de acuerdo con las características específicas y las resultantes de
las luchas sociales protagonizadas por las distintas fuerzas políticas actuantes
en un escenario socio-histórico determinado. En este sentido, una
recomposición critico-dialéctica de la particularidad latinoamericana, este
pensar sobre y desde “nuestra América”, esencialmente se constituye como
una respuesta a la llamada perspectiva euro-céntrica, tan presente en la
manera hegemónica como ha sido pensada.
Desde este panorama general, vamos a detenernos ahora en aquellos
“principios metodológicos” mencionados, fundamentales para comprender
nuestra América, en su contradictoria y compleja existencia concreta. Así,
comencemos preguntándonos qué tipo de unidad representa nuestra América
representa. En primer lugar cabría decir que es una totalidad viva y en proceso,
constituida esencialmente por la unidad de diversos. Por tanto, no puede ser
tratada como “identidad”, como unidad abstracta, dada y acabada; de hacerse,
se corre el riesgo de una generalización superficial y forzada de ciertos trazos
particulares de la realidad; de una homogeneización unilateral que produce una
“ilusión de universalidad” (o una universalidad ilusoria)
130
.
En este sentido, desde nuestra perspectiva, la dialéctica parece ofrecer
las claves más adecuadas para este tipo de análisis. Según Lukács:
“No es casual, evidentemente, que la crítica de Marx a Hegel se
concentre sobre el problema de lo universal. No solo porque se
trata de una categoría del pensamiento científico (y el marxismo,
que funda un nuevo tipo de ciencia cualitativamente superior,
debe necesariamente determinar con exactitud los conceptos
centrales de la ciencia y eliminar cualquier posibilidad de ser
confundido con la seudo ciencia del idealismo y de la metafísica),
como también porque la definición errónea de la categoría de la
universalidad tiene una función importantísima en la apología del
capitalismo” (Ídem: 84).
Como dijimos, cuando pensamos a nuestra América lo hacemos desde
la idea deunidad en proceso”; una unidad problemática que, a través de nexos
y determinaciones, de una dinámica contradictoria que vincula sus momentos
constitutivos, es creada y recreada permanentemente como totalidad, como
unidad de diversos. Al respecto, dirá el filósofo:
“El método dialéctico de Marx – en el cual la historia, la sociedad y
la economía son representadas como un proceso unitario
indisociable (manteniéndose firmemente la prioridad de la base
económica) - es una intensa polémica contra esta unilateralización
abstracta de sectores parciales artificiosamente divididos, contra
la exclusión de las reales mediaciones económicas y sociales,
contra la disolución artificiosa y sofística de las contradicciones”
(Lukács; 1978: 94).
130
Para el problema de la falsa universalidad” remito al lector a la crítica que el joven Marx
realiza, ya en 1843, de la obra de Hegel: Filosofía del Derecho, publicada bajo el titulo de
Critica a la Filosofía del Derecho de Hegel”. También, ver la Introducción a dicha obra.
Un elemento importante a la hora de plantear los términos de la unidad
latinoamericana es la consideración de la experiencia histórico-política
acumulada en el continente, fruto de intensas y permanentes luchas sociales,
lo que, además, ha ido forjando diversas culturas políticas. Así, primariamente,
puede decirse que se trata de una unidad que no niega la efectiva existencia de
diferenciaciones en su interior, de modo que no puede ser tratada como una
unidad homogénea, o sea, como una “identidad”. Esto es importante de ser
explicitado, porque en la experiencia histórica de América Latina
frecuentemente ha germinado una especie de mitología sobre lo
latinoamericano”; una generalización muy ligera y superficial; una ecualización
de las particularidades y las singularidades; en fin, una inhibición del particular
– también con finalidades apologéticas.
De acuerdo con esto, el “latino-americanismo abstracto”, en tanto
mitología o ideología (en el sentido marxiano de falsa conciencia), consistente
fundamentalmente en sustentar la existencia de una identidad latinoamericana
en sin fundamentar el proceso genético que la determina como tal. Por esto,
se torna una operación que tiende a mistificar, a ideologizar las circunstancias
históricas efectivas y que puede llegar a provocar resultados opuestos a los
proclamados, sobrando ejemplos de cómo este problema se ha hecho presente
a lo largo de la historia latinoamericana. Sería más justo hablar de la existencia
de “identidades” (en plural) en América Latina, las cuales, a su vez, en un plano
de análisis más elevado de abstracción, formarían – a través de múltiples
nexos y mediaciones una unidad (aunque nunca estática, armónica, ni
homogénea).
Entendemos importante problematizar esta distinción, especialmente en
la actual coyuntura socio-histórica y política de nuestro continente, puesto que
el proceso ideológico que tiende a homogeneizar Arica Latina saltando de lo
singular (individual) a lo general (común) – esto es, desconociendo lo particular
–, es la típica operación ideológica del “universalismo abstracto” de tipo
burgués, a que las clases dominantes han recurrido una y otra vez para
recomponerse de sus crisis cíclicas, tanto en América Latina como en el centro
del sistema. Así, la unidad de la que hablamos es una unidad histórica y en
proceso; no está dada a priori, ni acabada. Es un tipo de unidad problemática
que revela tanto trazos esenciales en común (que la unifican), al mismo tiempo
que alberga singularidades irrepetibles, peculiaridades, que la diferencian;
todas son fruto de un sistema de mediaciones históricamente determinado que
las realiza.
Este carácter problemático de la unidad latinoamericana se vuelve es un
desafío fundamental para los proyectos emancipatórios en nuestra América,
especialmente para aquellos cuyas estrategias suponen su unidad política.
131
En este sentido, dirá Lukács:
“La aproximación dialéctica en el conocimiento de la singularidad
no puede ocurrir separadamente de sus múltiples relaciones con
la particularidad y con la universalidad. Estas ya están, en sí, en el
dato inmediatamente sensible de cada singular, y la realidad y la
esencia de este solo puede exactamente comprendido cuando
estas mediaciones (las relativas particularidades y
universalidades) ocultas en la inmediaticidad son puestas a la luz
[...]. Por esto, es claro que esta aproximación al singular en cuanto
tal presupone el conocimiento más desarrollado posible de las
relativas universalidades y particularidades; o sea, que el singular,
por lo tanto, precisamente como singular, es conocido tanto más
seguramente y de un modo más conforme a la verdad cuanto más
rica y profundamente fueren iluminadas sus mediaciones con el
universal y el particular” (ídem: 106-7; traducción nuestra).
Como fue dicho, hablar de nuestra América como una unidad, implica
reconocer la existencia de una amplia variedad de circunstancias y
problemáticas típicas de cada ps o región. Existen experiencias históricas
singulares que son totalmente extrañas en otras áreas del continente; un
latino-americanismo concreto, que se proponga superador de las visiones
sobre-ideologizadas del ser latinoamericano, no puede ser algo que ya es
dado a priori; más bien, se encuentra inmerso en un proceso de
construcción históricamente situado y tensionado por los impactos de sus
contradicciones.
Desde ese ángulo podría decirse que forjar una “identidad”
latinoamericana, como un lugar común socio-cultural que venga a potenciar las
luchas por la emancipación humana en nuestra América, se torna fundamental
a la hora de resistir a las actuales tendencias conservadoras dominantes, y
mucho más para revertirlas y encaminarlas hacia otro horizonte. La
131
Entendemos que esta cuestión es de suma importancia para nosotros, puesto que aquí se
encuentran actualmente varias tendencias teórico-políticas del llamado Proyecto ético-político
profesional del Servicio Social en nuestra América (cuestión que vemos más de cerca en el
próximo capítulo).
construcción de dicha identidad nunca podría realizarse sobre la base de la
anulación de las varias identidades (particulares y singulares) que la componen
y determinan, por lo que, como dijimos, se constituye como unidad
problemática
132
.
El problema del latino-americanismo místico, abstracto, es que al no
captar las auténticas determinaciones de nuestra América, no logra nunca
constituirse como un auténtico y efectivo proceso de emancipación, con la
radicalidad y efectividad necesarias para tal fin. Antes, el mismo,
históricamente se ha revelado “funcional” a las readaptaciones que el sistema
permanentemente precisa efectuar para garantizar su reproduccn dentro de
parámetros aceptables. Esto, porque el anti-imperialismo si no está vinculado a
un proyecto que trascienda el capitalismo, puede tornarse un enorme problema
para la izquierda libertaria. La historia de las luchas de emancipación de
nuestra América muestra que el anti-imperialismo fue fácilmente reversible.
133
En este sentido, el problema de la unidad política” latinoamericana es
de una densidad y complejidad enorme. Del mismo modo que las diversas
identidades socio-culturales existentes en América Latina forman una unidad
problemática (donde se desarrolla un proceso socio-histórico que tiene solo
“posibilidades” de acabar en un nivel superior de universalidad, como por
ejemplo un una “identidad latinoamericana”, aunque no “necesariamente” esto
debe suceder), los diversos países de “nuestra Américapueden ser pensados
a partir de la formación de una unidad política”. La misma, no está dada
inmediatamente, más bien es una unidad potencial, en potencia, que necesita
132
En ese sentido, el análisis del proceso de la “revolución bolivariana” en curso en Venezuela
puede ayudar en esta reflexión. Es transparente como su ximo dirigente, preocupado por
forjar dicha unidad, se encarga de alimentar la idea de una identidad latinoamericana (pensada
como una unidad socio-cultural). Chávez resalta la necesidad de crearla como condición de la
liberación de “nuestra América”, de su unidad política. Hace esto, justamente, trayendo al
presente las experiencias históricas de luchas de estos pueblos, con sus líderes, mártires,
héroes, epopeyas; etc. El apelo recurrente a Bolívar, a José Martí, a Mariátegui, al Che
Guevara y a Fidel Castro, son proyectadas, desde la memoria histórica de las luchas por la
emancipación trabadas en América Latina, e instaladas en el campo general de batalla de las
ideas, donde éstas se juegan y conjugan con la cultura política de los diferentes países de
“nuestra América”.
133
Un ejemplo meridiano de esto puede encontrarse en la pomica abierta, en el seno de los
movimientos insurreccionales de izquierda de todo el continente, con la creacn del APRA en Perú,
cuyo máximo referente: Haya de la Torre, acabaa siendo candidato a la presidencia de ese ps
apoyado por el imperialismo norteamericano.
ser reconstruida, recompuesta, tanto cultural como políticamente. Para tanto,
es imprescindible el proceso de reactualización teórica de la particularidad
latinoamericana que aquí proponemos.
Veamos un poco más de cerca los elementos de esta unidad potencial.
Si partimos de la premisa de que hoy, en América Latina, todos los procesos de
emancipación política y social se enfrentan con los mismos antagonistas: las
clases dominantes nativas y el imperialismo
134
, podemos afirmar que este es
un trazo que unifica, que teje la unidad de nuestra América. El mismo se
inscribe a partir de la constatación ontológica de que todos los procesos que
buscaron y buscan realizar la emancipación política y social (humana) siempre
debieron enfrentar este mismo y principal obsculo. No obstante, a pesar de
sufrir una subordinación univoca, la unidad política latinoamericana es muy
lejos de ser simple o inmediata
135
.
En los años 1970, por ejemplo, no ocurrió lo mismo en Guatemala que
en Chile. Esto es, las mediaciones que hacen que esos procesos se refracten
de forma peculiar en cada ps son distintas, pero, en todos esos procesos
(aunque las formas nacionales varíen; aunque el sistema de mediaciones
políticas y económicas sea distinto) los antagonistas son representados
siempre por los mismos grupos y segmentos sociales: las clases dominantes
locales y su estrecha asociación con las del imperialismo. Es esto lo que da
una base común y permite entender la existencia de una unidad
latinoamericana aunque con diferencias; se trata de una unidad en proceso;
una “unidad para sí.
En este sentido, lo que ha caracterizado a los Estados latinoamericanos,
en sus diferencias y diversidades (donde el Estado chileno es diferente al
uruguayo; el argentino al honduro, y donde estos, a la vez, han variado a lo
134
Como venimos sugiriendo a lo largo de este trabajo, esta es una categoría completamente
actual. Esta claro que el imperialismo no puede pensarse tal como Lénin lo teorizó en la
segunda década del siglo XX; no obstante, los elementos centrales de dicho análisis siguen
presentes hasta hoy. Cuando hablamos de que hay un “nuevo imperialismo” en la
contemporaneidad, lo concebimos como re-actualización de aquél, del clásico. Por otra parte,
aquí, en América Latina, el frente imperialista esencial (no es única ni exclusiva, pero es
esencial) es aquella representada por el imperialismo norteamericano.
135
Por ejemplo, la constitución de nuestros Estados nacionales no siguieron el mismo patrón; esto
es, la articulación de clases que se condensa en cada formación nacional es diferente; la forma en
como el Estado interviene y es palco de la lucha de clases también lo es.
largo del siglo XX), es la existencia histórico-efectiva de los antagonistas a su
emancipación - por más que la expresión concreta de las luchas de clases se
desarrolle de forma particular, de acuerdo con la experiencia socio-histórica y la
cultura política de cada país. Por esto, pede concluirse en que la unidad política
potencial de nuestra América está determinada por el hecho efectivo de que se
encuentra frente a los mismos grupos de intereses antagonistas.
Llegado a este punto, enfrentar el “mito latinoamericanista” la creencia
de que hay una “identidad latinoamericana” y, al mismo tiempo, reafirmar la
existencia de su potencial unidad política, son cuestiones compatibles y
complementares, que se refieren a niveles o planos diferenciados del análisis.
No obstante, esta unidad latinoamericana en potencia precisa ser re-
actualizada por la investigación teórica, por la elaboración cultural, por la
construcción política, etc. Dicho proceso es necesario porque en la medida en
que la historia de nuestros Estados nacionales es diferente; en la medida en
que las formaciones económico-sociales latinoamericanas tienen
características particulares que no pueden ser ecualizadas, es preciso
descubrir en cada momento histórico y en cada una de ellas, cómo los sujetos
políticos colectivos están articulándose. Desde una condición periférica, esto
requiere atender tanto a aquellos grupos que protagonizan la dominación
burguesa en cada país, como captar las vinculaciones externas que en cada
momento histórico establecen con el imperialismo.
Decíamos que la unidad política potencial de nuestra América residía en
el hecho de que todos sus países y regiones vivenciaban la opresión por
cierto cada vez más refinadamente bárbara y salvaje - del imperialismo. Dicho
régimen, aquí entendido como fase avanzada o madura del capitalismo, si bien
oprime a todos los países que conforman nuestra América, lo hace
diferentemente; o sea, oprime a todos, pero bajo la misma forma. Según el
análisis que A. Cuevas, podríamos decir que las diferencias fundamentales que
determinan desarrollos desiguales del capitalismo en diferentes regiones y
países de nuestra América, tienen que ver con:
Si la formación de nuestros Estados nacionales respondió o no a
una demanda de movimientos populares;
¿Cómo fue tratado en este marco el problema de la esclavitud?
Esto porque el resultado del primer caso, afecta la constitución del
poder político; mientras que el trato de la esclavitud, afectará en la forma como
las nacientes naciones periricas del capitalismo van a integrarse al mercado
internacional y, por tanto, como se la relación entre el imperialismo y las
nuevas economías. Nuestra América actual es enteramente diferente de
aquella de 40 años atrás, aunque todos los problemas y los obstáculos a la
emancipación política y social que allá estaban puestos no fueron superados
aún. La historia no pa en América, ni estamos peor que hace 30 años,
simplemente la lucha por la emancipación política y social de los pueblos
latinoamericanos continua en la orden del día.
En este sentido, puede afirmarse que el triunfo de las fuerzas de la
“restauración capitalista”, a finales de la década de 1960, se realiza en el
escenario latinoamericano como un proceso relativamente homogéneo de
degradación del ambiente social, particularmente a través de la aplicación del
conjunto de “contra-reformas neoliberales. En los últimos 30 años, sin dudas,
la geografía del hambre y del pauperismo se esparció rápidamente a lo largo y
ancho de nuestra América. Dicha homogeneización “regresiva”, no obstante,
contradictoriamente produjo cierta interlocución entre las diferentes culturas
políticas”, aunque no una homogeneización ni unificación de las mismas.
136
Solo se producen interacciones, diálogos entre estas culturas. Por esto, el
desafío del pensamiento histórico-crítico en nuestra América consiste en
recrear, en reproducir, en recomponer los nexos de la unidad latinoamericana.
En síntesis, decimos que, sin dudas, puede considerarse que América Latina
constituye una totalidad, en la cual pueden encontrarse singularidades y
particularidades. Lo que le da un carácter de totalidad al conjunto latinoamericano,
siempre incluyendo al Caribe, es la predominancia del modo de producción capitalista
en su territorio y la relación que ha mantenido y mantiene hasta hoy con el
imperialismo; lo que llamamos de unidad es esa totalidad. Las singularidades, son
aquellas cuestiones específicas de cada país, propias y peculiares de cada uno,
136
En Argentina, por ejemplo, la hiperinflación facilita y permite aplicar planes de ajuste recesivos
a finales de la década de 1980; tales procesos desarticulan, desagregan el “tejido social”, y estos
procesos son los que forman y re-forman la “cultura potica” de cada país.
irreductibles a los otros. Por su parte, las particularidades se constituyen por aquellos
procesos macroscópicos que se concretizan diferentemente en cada país o regn
137
.
Es por la existencia ontológica de este movimiento dialéctico en nuestra
América”, que el análisis de lo particular latinoamericano, lo singular y lo universal, se
vuelve un recorrido ineludible para todo y cualquier pensamiento que se precie de
crítico. Puesto que los sistemas de mediaciones estatales, políticas y económicas en las
diversas regiones de “nuestra América” son distintos, demarcan particularidades; la
dialéctica de lo universal y lo particular permite efectuar los pasajes reflexivos
necesarios para una comprensión efectiva de lo real, esto es, que permiten aprehender lo
concreto como síntesis de sus múltiples determinaciones ontológicas. La relevancia de
este problema esen el hecho de que un análisis adecuado de lo real es condición de
posibilidad de una transformación consciente, esto es, humanizadora.
El “análisis concreto de las situaciones concretas”, para fraseando a
Lénin, en “nuestra América” encuentra en la dialéctica de lo singular, particular
y universal un arma eficaz la comprensión de su papel en la dinámica
capitalista y, a partir de esto, de las condiciones históricas presentes y las
posibilidades futuras. El objeto esencial del pensamiento critico latinoamericano
esta pautado por el problema de la comprensión, lo más adecuada posible - en
el sentido de fidelidad teórica a lo real -, de las condiciones objetivas existentes
en el actual escenario histórico y las posibilidades de realización de su proyecto
emancipatorio.
3.3.1. La particularidad de Nuestra América en la contemporaneidad
Desde una periodización general del acontecer latinoamericano del
último siglo, buscando apenas marcar los peodos socio-históricos más
relevantes a partir de los cuales podría interpretarse la historia contemporánea
de América Latina atentos especialmente a las mutaciones experimentadas
137
En los años 60 del siglo pasado, hubo una enorme polémica sobre los modos de
producción, y fue colocado un problema fundamental, a saber: ¿Cómo pensar la esclavitud en
Brasil, por ejemplo, o en América, siendo que es instaurada para producir mercancías? Las
relaciones capitalistas en ese Brasil de esclavitud, imperial, tienen un modo particular de
realización. De este modo, deben entenderse tanto las leyes generales que rigen el
capitalismo, como también la forma como ellas se refractan en las particularidades históricas;
como adquieren especificidad histórica. Esta cuestión es muy importante para enfrentar la
complicadísima relación entre universalidad, particularidad y singularidad.
por el imperialismo y sus formas de ejercer la dominación política, a como a
los procesos de resistencia que ha encontrado –, el siguiente recorrido somero
colabora en la comprensión (aunque no totalmente) del marco de cualquier
realidad histórica nacional” del continente. Se pretenden presentar aquí
algunas continuidades fundamentales que recorren toda América Latina;
continuidades éstas que, como vimos, permiten pensarla como una unidad”,
sin negar su diversidad.
Partiendo del análisis de la trayectoria del imperialismo en el mundo y,
especialmente, su particular realización” en nuestro continente, podrían
marcarse cuatro grandes períodos desde 1880 a nuestros días. Momentos
éstos que reflejan las profundas transformaciones que el “sistema-mundo” -del
que ya habláramos en el primer trabajo- experimentó en su proceso de
expansión, consolidacn, maduración y, si se nos permite el término,
“putrefacción”; son, además, momentos o fases que, lejos de responder a la
exclusiva voluntad del capital de expandirse, en general se configuran como
respuestas que éste debe elaborar para enfrentar su cada vez más traumática
reproducción. Así, el análisis de las transformaciones de las formas asumidas
por el imperialismo en América Latina contiene también las ricas experiencias
de resistencia política gestadas en nuestro continente que, sin ser victoriosas la
gran mayoría de las veces, determinan básicamente los destinos de la
dinámica de aquél.
A este período histórico corresponden los procesos de constitucn del
imperialismo – como fase superior del capitalismo en la formula de Lénin –, sus
ascensos y sus crisis; de creación de la empresa monopólica y, con ella, de la
dinámica monopolista del capitalismo; las nuevas y más complejas relaciones
con el Estado, a partir de la “ampliación” de sus funciones y reformulación de
sus modalidades o “patrón de intervenciónen lo social, etc. A este período,
como dijimos, también corresponden resistencias, revueltas, revoluciones de
indios, de campesinos, de obreros y estudiantes, cuyas acciones casi siempre
terminan chocando con las fuerzas represivas militares tanto nacionales
como extranjeras- y, a menudo, son destruidas o dominadas por las clases
gobernantes y las potencias hegemónicas. Estas luchas se re-editan, se
recrean históricamente y en forma heterogénea, hasta ser reabsorbidas” por
alguna otra forma que el imperialismo encuentra: ya sea comprando a sus
líderes, a las burguesías locales, a las clases medias o, también, dichos
movimientos contestatarios suelen acabar en mejoras parciales para algunos
segmentos corporativos de la población segmentos de trabajadores o clases
medias – que detentaban peligrosamente un potencial desestabilizador.
Pueden registrarse en esta historia momentos donde el neo-colonialismo
y sus formas de dominación se resquebrajan peligrosamente; estos se
producen en las “grandes crisis”, donde las alianzas populares” reivindican
soluciones globales, aspiran al control del poder en el país y encaminan la
lucha de liberación o soberanía nacional hacia el socialismo. Este proceso, sin
dudas, supone una conciencia histórica de la opresión imperial, una
organizacn y una política con raíces en las masas.
Retornemos un poco entonces a la cuestión de las variaciones sufridas
por la intervención del imperialismo (norte-americano) en América Latina, en el
período que nos ocupa. Proponíamos pensar en cuatro momentos, más o
menos diferenciados, para analizar dichas variaciones: a) un primero que iría
de 1880 a 1933; b) otro que iría de 1934 a 1959; c) un tercero que iría de 1960
hasta aproximadamente 1973; y d) finalmente un cuarto que iría de esa fecha
hasta nuestros días. Tal vez podría pensarse que fundamentalmente desde
2001 se habría iniciado otro período.
Una caracterización bien general del primer período nos muestra,
primeramente, a un Estados Unidos llevando a cabo una política de expansión
marítima y ocupación militar en América Latina. La “revolución mexicana” de
1910 a 1917 será la primera gran rebelión popular en nuestro continente, que
se potenciará con las repercusiones de la Revolución bolchevique de 1917;
ante esto, la respuesta de imperialismo (ya norteamericano) será a través de
una política que combine negociación cuando las fuerzas rebeldes” locales
muestran disposición”
138
con represión, cuando se consideraba la situación
como de “gran peligro”.
138
Las negociaciones con los líderes de los procesos de lucha social son una constante en la
historia del continente; a través de las mismas, dichos deres lograban beneficios particulares,
tanto para mismos, como para sus sectores. Estos deres mantenían su poder ante las
masas otorgando algunas concesiones -permitidas por la negociación con el imperialismo-, al
mismo tiempo que se reservaban el uso de la fuerza represiva del Estado (las Fuerzas
Armadas) para los casos en que la vía cooptadora no tuviese efectividad.
Esta es una modalidad de intervencn imperialista en América Latina
que se origina en este periodo, donde “a la política del garrote del primer
Roosevelt, el presidente Howard Taft le agregó la ‘diplomacia del dólar’”
(Casanova; 1978). Este estilo cobró mayor relieve luego de la primera Guerra
Mundial y fue un indicio de un “reformismo social” y una “política de masas” que
se desarrollaron más plenamente luego de las crisis de 1929, especialmente en
aquellos países donde el movimiento obrero había alcanzado mayor peso
político y mostrado una combatividad peligrosa. La respuesta imperialista
consistió en la combinación en general con “socios nativos” de represión,
negociación y concesiones.
Durante el segundo periodo, de 1934 a 1959, el gobierno de Estados
Unidos buscó consolidar su hegemonía en América Latina mediante una
“penetración pafica” que consistió básicamente en dos niveles: el de la
integración económica del “sub-continentea su dinámica -coadyuvando para
fortalecerla- y el de la coordinación militar de las fuerzas dentro de un “sistema
panamericano”. Este cambio coincide con los orígenes y desarrollo del
“capitalismo monopolista” y la reformulación de las funciones del Estado
139
. En
los países donde la pequeña y mediana burguesía logró unir sus fuerzas con
las masas, se dio un desarrollo de un “capitalismo nacional”. Allí, las
organizaciones de masas se propusieron proyectos dentro de los límites del
capitalismo
140
.
Por otro lado, es el momento en que las divisiones, las crisis ideológicas,
personales, la persecución y satanización delsenos dentro del progresismo y
la izquierda comienzan a hacerse un “hábito”. Esta cuestión será muy bien
observada por el imperialismo, quién hará de ello su arma fundamental para
neutralizar los movimientos. Este proceso fue facilitado, en gran parte, por la
pobreza teórica general que complicaba aún más la cuestión de definir los
139
La necesidad de enfrentar los efectos de la crisis de 1929 exigía una mayor intervención del
Estado en las inversiones, la producción, los gastos sociales, etc. Dicha política permituna
leve recuperación económica y acrecentó las bases sociales democráticas de las clases
gobernantes latinoamericanas, fundamentalmente en países donde la fuerza del movimiento
obrero y de las clases medias logró imponer los cambios necesarios para no seguir sufriendo la
dureza de la crisis y no ser militarmente sometidos.
140
Estos se caracterizaron por atender a reivindicaciones de los diversos sectores populares y
políticos anti-oligárquicos en el campo y anti-imperialistas en la ciudad. Las nacionalizaciones
de recursos naturales fue una marca del período.
“marcos de alianzas”; los trabajadores y las clases medias, en este periodo, se
van inclinando cada vez más hacia una practica política reducida a obtener
concesiones “inmediatas”, que les permite mantenerse en la cúpula del poder;
se cae en un “tacticismo”. En ese marco, la acumulación de fuerza política se
torna superficial, momentánea; las autocríticas y la búsqueda de errores son
entonces muy pobres.
La formación de “bloques nacionalistas”, con apoyo basado en una
alianza de la burguesía industrial con movimientos populares, en algunos casos
llegó a enfrentar la divisn del trabajo impuesta por los monopolios a los
países coloniales. La formulación de las políticas de “sustitución de
importaciones” fue una expresión de las tensiones provocadas por la entrada
en escena de estas fuerzas autonomistas nacionales”. Se proponían alcanzar
la industrialización, se teñían de antiimperialistas y comenzaban a molestar y
preocupar seriamente al imperialismo norteamericano.
La nueva política imperialista del otro Roosevelt (Franklin), fue llamada
de “buena vecindad” y durante la Segunda Guerra fue complementada con otra
llamada de “defensa hemisférica” ante el fascismo, la cual se consolida con la
declaración de “guerra fría” al “campo socialista” y el inicio de la lucha contra el
“comunismo internacional”. Algunos estudios hablan de esta política como de
“penetración pacífica”, porque la intervención militar abierta va siendo sustituida
por la encubierta: guerra contra el nazi-fascismo (Cf. Casanova; Op. Cit.).
El poder creciente de aquellos procesos nacionalistas más o menos
“anti-imperialistas” que llegaron a entorpecer la actuación de algunos
monopolios en la región –, el clima genera de lucha anti-fascista y el ascenso
de las “demandas internas” en el propio Estado Unidos, forzaron al
imperialismo a “tolerar” estos procesos, no pudiendo salir inmediatamente al
salvataje de los intereses económicos de los monopolios afectados. Una vez
finalizada la Segunda Guerra, donde ya puede apreciarse claramente el avance
del poder estadounidense en América Latina lo mismo ocurrió al final de la
primera guerra que llega a convertirse en el mayor comprador y vendedor del
continente
141
, se inicia una “nueva” ofensiva destinada a atacar
141
El imperialismo inglés logró mantener cierta preponderancia -fundamentalmente económica-
solamente en el “Cono Sur”.
simultáneamente los procesos “autonomistas” (anti-imperialistas) tolerados
en los años anteriores y a perseguir a las organizaciones y fuerzas
comunistas que habían conseguido la “legalidad” en los años anteriores, en el
marco de la Alianza contra el Eje nazi-fascista. Desde la declaración de
“Guerra Fría” contra el ex-aliado comunista”
142
en 1947 y la creación de la
OEA al año siguiente que legalizaba” la dependencia latinoamericana con
una retórica de “no-intervención” y “democracia”-, el imperialismo tendió a
privilegiar la “intervención asociada”, aunque en algunos casos debió mantener
las intervenciones más “clásicas”, justificadas por la defensa de un mundo
libre”.
En la década de 1950, el imperialismo asume una nueva ofensiva
143
, en
la cual se inscribe la mutación de la “empresa monopólicay sus repercusiones
en todos los ámbitos del Estado. La constitución de la “empresa transnacional”
se difunde alterando las anteriores formas de organizar las relaciones de las
empresas con los aparatos estatales de los países dependientes; ahora, estos,
serán subordinados a los intereses de las “transnacionales”: la versión más
ampliada del capital monopólico
144
. Conducidas por gerentes-políticos y
tecnócratas –los cuales, muchas veces, se creerán más importantes que los
propios dueños-, exportarán sus plantas a los países periféricos donde
encontrarán mano de obra a muy bajos costos.
La ideología desarrollista” es propia de este “proyecto” de “libre
empresa”, que ilusiona con sus promesas de fuertes inversiones y “asistencia
técnica” para desarrollar a América Latina (especialmente en ciencia y
tecnología). Préstamos, inversiones privadas, donaciones, ayuda técnica,
142
El aliado contra los nazis, unos pocos años después era considerado por Churchill el
principal enemigo. Se pone en vigencia la doctrina Truman de “ayuda mutua” para un “mundo
libre”: también conocida como “Guerra Fría”. Desde 1947 EUA determinó que toda ayuda
económica y militar sólo se justificaba por la “amenaza del comunismo internacional”.
143
Ahora, los “movimientos populares” vuelven a contar con el apoyo de los comunistas
“neutralizados” en los marcos de los “frentes populares”contra el nazi-fascismo- quienes los
caracterizan como posibilitadores de “revoluciones burguesas, al estilo de las europeas.
144
La “sustitución de importaciones” cae en manos del capital norteamericano; las grandes
empresas de ese país se adueñan de las latinoamericanas, asocian subordinadamente a los
antiguos propietarios o bien los emplean. Paralelamente, el imperialismo inicia una nueva
expansión industrial en el continente a través de las auto-motrices, los electrónicos y el plástico
(Cf. Ídem).
convenios militares, OEA, amenaza continental, anti-comunismo, son el elenco
de una política de “modernización” de aquella de “conquista pacífica”. Por otro
lado, es en este periodo donde se registra la penetración cultural de los EUA en
el resto del continente más agresiva de todos los tiempos. Esto se reflejará
fuertemente en los marcos teóricos y en las escalas de valores de nuestras
sociedades –tanto de los grupos gobernantes locales como de las masas-,
permitiendo que a finales de la década de 1950 sea claro el auge de la
hegemonía norteamericana en el continente y en el mundo.
Este periodo revela también una crisis del nacionalismo y del
reformismo
145
. A fines de los ’50 existía un clima ideológico muy diferente al de
los años ’20, cuando los gobiernos nacionalistas aparecían como una
esperanza bastante extendida entre las capas medias, los intelectuales, los
campesinos y la mayoría de los trabajadores. Estos proyectos ya no podían
asegurar la resolución de los problemas fundamentales de nuestros países,
como ser: “independencia” y “justicia social. Gran parte de la base social
originaria de esos proyectos daban muestras de gran deterioro, al mismo
tiempo que las “burguesías nacionales” cada día se integraban más a al capital
monopolista y al imperialismo. Por otro lado, conforme creció la clase
trabajadora, fueron produciéndose nuevas diferenciaciones en su interior y
entre estos y los trabajadores del campo; lo mismo ocurrió entre empresas
pequeñas y grandes. Los procesos de urbanización propios de la “edad
industrialista” comienzan a dar como fruto la formación de “cinturones de
miseria”, habitados fundamentalmente por un sub-proletariado “disponible” para
ser súper explotado.
Con el fin de la “guerra fría” en 1959 y el acuerdo de “coexistencia
pacífica”
146
, cuando pocos ya dudaban de la decadencia del “nacionalismo anti-
145
Las grande familias oligárquicas y los viejos “caudillos” habían cedido ante la burguesía; los
trabajadores asalariados predominaban ya ante los serviles; la clase obrera industrial esta más
lida; todo esto indicaba un debilitamiento de las condiciones propicias para las propuestas
reformistas, al mismo tiempo que lasmejoraba” para el socialismo.
146
Sería muy interesante aquí un examen al respecto de la definición de los marcos de
alianzas políticos de los partidos de izquierda, especialmente los vinculados a la “Tercera
Internacional” - tanto en este período de pos-guerra fría como en anterior de alianza contra el
nazi-fascismo- para observar la influencia de la geopolítica mundial en los procesos de los
países latinoamericanos. Podremos encontrar allí una rica fuente de contradicciones históricas
ejemplares para pensar la contemporaneidad.
imperialista” en América Latina; con la agitación comunista neutralizada y con
la gran mayoría de los opositores al imperialismo pensando en luchas a muy
largo plazo, ocurrirán, según G. Casanova (1978), dos hechos fundamentales:
uno que desafía la estabilidad del imperialismo y otro que altera la historia de
América Latina; el primero, en 1957 y 1958, consiste en el estallido de la crisis
mundial capitalista que arrojó 10 millones de desempleados y que finalmente
fue controlada; el segundo, en 1959 y 1961, la “Revolución cubana” y su
declaración de “socialista”, la cual fue incontenible.
Desde el punto de vista de las resistencias populares, en este período
pueden distinguirse tres momentos fundamentales: a) la década de 1935 a
1945: caracterizada por un reagrupamiento de las fuerzas democráticas”
contra el nazi-fascismo: los llamados frentes populares”; b) de 1945 a 1947,
donde, en medio de un clima social general antifascista, y una vez acabada la II
Guerra, se “distribuye el mundo y el comunismo crece sustantivamente,
especialmente en Europa; y c) de 1947, cuando Estados Unidos declara la
“Guerra Fría” a la URSS ante la inminencia de su crecimiento, hasta 1959 que
comienza la “coexistencia pacífica”
147
.
El tercer periodo que consideramos, habría sido abierto por el proceso
de la Revolución cubana en 1959 que el imperialismo se vio obligado a
“aceptar”, luego de haber intentado “todo” para derrumbarla sin obtener más
logros que fortalecerla.
148
Surge en América Latina un entusiasmo creciente por
identificar todo movimiento de liberación con el proceso cubano; si bien el
reformismo y el nacionalismo continuaron en la escena política, lo hicieron con
una vida efímera, con éxitos muy parciales y dolorosas derrotas finales. Por
147
Desde la Conferencia de Río en 1947 y la creación de la OEA un año después, Estados
Unidos desata una ofensiva en el continente contra el “peligro de una intervención “extra-
continental”y el “peligro” de una “conspiración comunista internacional”; desde allí, atacó a todo
el campo anti-imperialista, acusando de “comunistas” a sus deres. Por su parte, los “partidos
comunistas tendieron a apoyar a estos movimientos anti-imperialistas a pesar de la poca
simpatía de sus líderes.
148
Según G. Casanova, la Revolución cubana es resultado de la historia latinoamericana
anterior y la propia historia de Cuba. Se tuvo muy presente lo sucedido en Guatemala y en
Bolivia a principios de la década de 1950. La cuestión de las mediatizaciones políticas
“integradoras” de los procesos de resistencias, no se habían dado en Cuba como en otros
países del continente. Todos los intentos nacionalistas progresistas y reformistas habían
fracasado rotundamente y terminado en la corrupción de sus líderes. Por otro lado, Cuba
contaba con uno de los PC mejor dotados teórica y políticamente desde los años ’20. (Cf.
Casanova; Op. Cit.)
otro lado, todas las luchas de liberación y todas las luchas de clases tuvieron
en mente ese aquél “heroico” proceso hisrico; desde 1959 la historia de
masas de América Latina fue tan intensa y rica como sólo lo había sido en las
luchas por la independencia contra España.
De modo que desde 1959 hasta mediados de la cada de ‘70 se
desarrollarán una enorme variedad de experiencias y movimientos políticos de
masas, organizaciones de liberación, etc., en escala continental. La crisis de
las propuestas dentro de los límites del capitalismo en su versión nacionalista
desarrollista y reformista dejaba “fuera de juego” a las clases medias
progresistas como idóneas para conducir el proceso, como mediadores entre
los intereses bi-polares, lo que acababa empujando para la radicalización del
proceso hacia el socialismo
149
. La nivelación hacia abajo, esto es, el
empobrecimiento del conjunto de los trabajadores y las capa medias,
“homogeneizabalas condiciones de vida de la clase. Desde 1961, la historia
de la liberación en América Latina se planteó más claramente anti-capitalista.
En torno de Cuba surgió un gran movimiento revolucionario con nuevas
características de organización y nuevas expresiones ideológicas. Un punto
digno de destacar es la intensa polémica que abren los “nuevos”
revolucionarios con respecto a las relaciones mantenidas con los “antiguos
partidos comunistas. Nunca se había discutido tanto sobre la estrategia y la
táctica de la revolución latinoamericana. Varias reuniones fueron realizadas
para articular las fuerzas revolucionarias en el continente, destacándose
especialmente la “tri-continental” de 1966 en Cuba. Allí, la liberación de los
pueblos se planteó como una lucha anti-imperialista y anti-capitalista; la
liberación nacional se concibe vinculada a la revolución social; la lucha del
proletariado como coincidente con la liberación de los pueblos” de Asia, África
y América Latina. Las crisis y las divisiones comenzarían sólo unos años
149
Es indispensable remarcar aqel surgimiento –por todas partes- de focos o movimientos
guerrilleros, a partir de la experiencia de la revolución cubana. R. Arismendi, secretario general
del PC uruguayo, fue uno de los pocos que intentó -dentro de las estructuras orgánicas-
comprender estas expresiones como “un fenómeno de ese tiempo”, e imaginaba la revolución
latinoamericana como un fenómeno histórico en que, a la hora final, habrían existido guerrillas,
luchas políticas e insurrecciones. La voluntad de hacer la revolución” había variado en los
años 60 y los partidos comunistas se vieron enfrentados a estas nuevas energías despertadas
por la experiencia cubana, inspiradas en sus deres, que en general superaban los textos
clásicos.
después, con la consolidación de la ofensiva contra-insurgente del
imperialismo”; a partir de entonces, los movimientos guerrilleros del “tercer
mundo” dejaran de recibir el apoyo de los partidos comunistas.
Paradójicamente, como afirma nuestro autor, la historia de las masas en
todo este periodo histórico es de encuentro y desencuentro entre estas y las
organizaciones revolucionarias; etapa de acción creadora y de repetición; de
actos heroicos y duros fracasos; de fuertes disensos teóricos, de internas”
políticas, estrategias, etc., pero también de acumulación de fuerzas y
experiencias políticas. Infelizmente, los revolucionarios de los `60 entraron en
la escena de la revolución anti-capitalista con un conocimiento del marxismo-
leninismo” que había comenzado en los años `20 y se detuvo, desv o
empobreció desde la década de 1930
150
.
Así, en un escenario latinoamericano donde crece la contestación al
imperialismo, este reordena en todos los campos su actividad, ahora más
“contra-revolucionaria” que nunca. Se produce un replanteamiento de la política
continental del imperialismo norteamericano en lo que se refiere al campo
ideológico, al político, al cultural, al militar y al económico. Fue el presidente J.
Kenedy quién, a principios de los os 60, planteó la nueva estrategia imperial
para América Latina, que encontraba en el “enemigo interno(creado) la causa
de todo mal, definido en documentos militares, policiales y técnicos en general
como el propio “pueblo”
151
. Desde entonces, la amenaza ya no será más
exclusivamente externa, sino que pasará a buscarse internamente en cada
país del continente.
La “administración Kenedy” organizará la contra ofensiva en dos frentes:
por un lado, militarmente: a través de la “Acción Cívica”; por otro lado,
buscando dar respuestas en el terreno “social con la Alianza para el
150
Resulta muy interesante la caracterización de Pablo González Casanova al respecto del
surgimiento de las acciones heroicas en relación con las “dudas” sobre la procedencia de
clases de los revolucionarios que venían de la pequeña burguesía; por otro lado, el mismo
autor nos dice que de la pobreza teórica general sobre la coyuntura histórica y sobre el
carácter de la “nueva” fase de lucha de liberación- surgió el apremio de actuar: el voluntarismo.
151
Sin dejar de reconocer a la URSS como el enemigo principal, el imperialismo reorganiza las
Fuerzas Armadas para el enfrentamiento del “enemigo interno”, o sea, los campesinos, los
trabajadores y las clases medias de América Latina que se revelaban contra el sistema
imperante. Se aplica la Doctrina del general Maxwel Taylor de enfrentamiento al “enemigo
interno” en una guerra de contra-insurgencia.
Progreso”. Durante toda la cada de 1960 proliferan las intervenciones, las
invasiones y las dictaduras militares sustituyen a varios gobiernos civiles
tendencia que se mantendrá en los ’70; en este sentido, más que reformista”,
la doctrina Kenedy se mostró fuertemente intervencionista. El presidente
Johnson complementará la “Doctrina Kenedycon otra que otorgaba a Estados
Unidos el derecho a intervenir en cualquier país de América Latina en caso de
que su gobierno “pierda el control de la situación
152
; no podía permitirse otra
Cuba!
Ya en 1969, con Nixon como presidente, el imperialismo se ve obligado
a reconocer el fracaso rotundo de la propuesta de “Alianza para el Progreso”
que se proponía competir socialmente” con el socialismo especialmente de
Cuba- y sus logros en esta materia; paralelamente y cada vez más claramente,
a partir de los ’70, el imperialismo norteamericano se prepara para basarse
“fundamentalmente” en la represión.
153
Desde 1973 se puso en funcionamiento
la “guerra fríainter-continental; es el auge de la política de desmantelamiento
de las instituciones democráticas y se institucionalizan los gobiernos con base
en el “terrorismo de Estado”. La CIA y sus “misiones encubiertas” en América
Latina, llegaron a movilizar más de 11.000 miembros para implementar
políticas desestabilizadoras”, las que rápidamente se convirtieron en un
elemento fundamental de la llamada “contra-revolución preventiva”.
Podría concordarse con nuestro autor en que la liberación de Vietnam
pone en jaque el poderío del imperialismo, quién responderá implacablemente,
lo unos meses después, con el Golpe de estado en Chile que derroca el
gobierno de la Unidad Popular” y asesina al presidente socialista Salvador
Allende en septiembre de 1973. De modo que una nueva sujeción de América
Latina, todavía más profunda, pagará los costos financieros y político-militares
152
González Casanova (1978) nos recuerda las declaraciones del antiguo secretario del
Departamento de Estado norteamericano para América Latina: Thomas Mann, quién sostenía
en 1962 que EUA no haría una diferencia automática entre democracias representativas y
‘gobiernos surgidos de los golpes militares’; una clara ‘oferta’ para los Pinochet, los Videla de
turno, y una enorme contradicción con la iniciativa de la “Alianza para el Progreso”.
153
Probablemente, las experiencias de la Unidad Popular” en Chile y del “Frente Amplio” en
Uruguay a inicios de la década de 1970 deban ser pensadas como intentos revolucionarios de
retomar el camino de las “luchas políticas legales”. Junto con la caída de la U.P. se dio la del
F.A. y, a fines de 1973, el fascismo reinaba en aquellos dos países que habían alcanzado un
grado elevado de “democratización” dentro de un “sistema parlamentario” de partidos.
de aquella derrota. La creciente fuerza represiva del imperialismo parecía
corresponder con la pérdida de su hegemonía en el mundo, al mismo tiempo
que las clases dominantes de América Latina carecerán de recursos para
combinar represión y concesión.
En 1973-74, una “nueva” y fuerte crisis económica mundial, más intensa
que la de 1929, sacude al imperialismo. La política del “terror” de Estado, que
en los países latinoamericanos continuahasta entrada la década de ’80, será
articulada con un retorno de los discursos sobre la crisis que irán
compartiendo el campo con los de la “guerra al enemigo interno” – casi siempre
presentado como “instrumentalizado” por el “comunismo internacional”.
Toda la década de 70 se constituirá como un momento profundamente
tenso y contradictorio de definición de la lucha de clases – la cual venía
acumulando fuerzas sustantivas ya a partir de finales de la década de 1950.
Tanto para la crisis económica como para el conflicto político de una lucha de
clases” profundizada, el imperialismo ensayauna nueva respuesta en todos
los niveles, que terminará imponiéndose en todo el mundo hasta nuestros días:
es el proyecto neoliberal “cajoneado” desde finales de la II Guerra por no
encontrar condiciones satisfactorias para su aplicación. Las políticas
neoliberales tendrán una primera “prueba piloto” en el “laboratorio chileno”,
donde en el ‘73 se había tenido que cortar hasta las raíces el proceso popular
por medio de una de las dictaduras más feroces que enfrentó la historia
latinoamericana. Si el ensayo neoliberal en Chile prosperaba” sería una luz
verde” para avanzar en el resto de los países donde se habían experimentado
procesos similares, especialmente el ascenso del conflicto político de clases.
En este sentido, Chile fue un modelo en varios aspectos.
El neoliberalismo, que i gradualmente uniformando las realidades
sociales de América Latina, explayándose durante los ’80 y llegando a reinar”
en los ’90, será portador también de las retóricas de la transición a la
democracia; de necesidad de cambios, de modernización productiva furiosa”,
de pragmatismo y superficialidad. La crisis y sus discursividades aportarán para
el “acabado” final del proceso de fragmentación social del campo popular
iniciado con el “terror” de Estado de las dictaduras. Algunos países comenzar
más tarde a experimentar un regreso al camino “legal”, con la “normalización” o
reapertura de la “institucionalidad”, una vez que había sido erradicado el peligro
de subversión del orden.
En el plano económico-social se registra un avance enorme de la
empresa transnacional en el control continental de recursos, en el sometimiento
de las economías y Estados nacionales a sus préstamos las “deudas
externas” dan varios “saltos mortales”
154
–, los salarios y las condiciones de
vida de los trabajadores en general continúan en “caída libre”; el Estado es
desmontado en lo que toca a la “seguridad social” y refuncionalizado para
actuar en una realidad cada vez más global, tanto en lo financiero –donde el
capital financiero es quién marca el ritmo-, como en lo militarmanteniendo las
Fuerzas Armadas como “colaboradoras” de las “misiones de paz” de Estados
Unidos: el “espíritu” de la ONU.
El avance de las “recetas neoliberales en el continente tiende a re-
homogeneizar las realidades diversas de cada país, en el sentido de que es la
gran mayoa de la población la que ve deteriorada sus condiciones de vida
sin desconsiderar las diferentes condiciones nacionales en las que se aplican
los principios neoliberales y la particularidad de los resultados a los que se
arriba por dicha aplicación. El desmonte general de derechos sociales, el
desfinanciamiento delárea social”, la emergencia de un desempleo estructural
tanto por la re-estructuración productiva con base en una conversión
tecnológica en la producción, como por la especulación financiera que inhibe
inversiones “productivas” –, la unilateralización exacerbada de las “libertades”
del individuo, el relativismo y el generalizado descomprometimiento ético-
político traducido como los ya mencionados “posibilismou “oportunismo”
marcarán las últimas tres décadas en América Latina.
El profundo “reflujo” de los movimientos revolucionarios y de liberación
hará explícito el triunfo imperialista en la lucha de clases y evidenciará las
154
La cuestión de la “deuda externa” que en algún momento Fidel llamó de “eterna” hasta
ahora no fue satisfactoriamente tratada y merece una reflexión particular y profunda. La misma
se viene configurando como uno de los instrumentos fundamentales (y “legales) de perpetuar
la dominación imperialista, en su versión más “fetichizada: el reino del capital financiero.
Existen varios estudios a los que puede recurrirse para aproximarse del problema y su
dramática actualidad; para un análisis general de la “deuda” están las conferencias de Fidel
Castro en los ’80 y, para el caso especialmente argentino, está el “juicio a la deuda externa
iniciado por Alejandro Olmos, que brinda un rico material acerca del funcionamiento de esa
“trágica enfermedad” de nuestras econoas.
dimensiones de la derrota histórica” impuesta a los proyectos emancipatorios
radicales en los ‘70. Esta tendencia cobra un impulso mucho mayor a finales de
los ’80 con la “crisis terminal” del “socialismo real” y la caída del Muro de Berlín.
A partir de allí, el “pensamiento único” dictará las reglas del juego y se
anunciará la muerte de las ideologías y de las alternativas al capitalismo. El
capital dinero se torna más central y poderoso que nunca.
Tenemos algunos indicios para pensar que desde inicios del nuevo siglo,
cuando la ideología neoliberal ya no logra legitimar sus “estragos sociales”, un
nuevo periodo histórico se abre en América Latina. Sus antecedentes más
esenciales serían la nueva crisis económica del imperialismo - y sus crecientes
dificultades para “controlarlay el ascenso de la lucha política y de las masas
en varios países del continente, fundamentalmente las “oxigenantes
experiencias de acumulación de fuerzas en Venezuela, México, Brasil,
Argentina, Uruguay, Bolivia, Haití, El Salvador y Chile contando, obviamente,
con la resistencia de Cuba.
De modo que, solo a finales de los ’90, cuando la acumulación de
fuerzas políticas se renovó ahora a partir de la resistenciaal neoliberalismo
– y se mostró básicamente suficiente, puede decirse que los conflictos sociales
cobraron un vigor y una potencia suficiente como para hacer “revivir” o
“despertar nuevamente y en forma tibia las “ilusiones” de transformación
social. El inicio del siglo XXI representará una especie de manifestación
contundente del “retorno de lo reprimido”, aunque (deseamos que sea) para
escribir otra historia”. A partir de esto, entendemos que podría estarse
abriendo una nueva fase de la lucha de clases en Argentina, particularmente en
armonía con cierto clima anti-imperialista de la coyuntura sudamericana,
minado de contradicciones, pero con el saludable reaparecimiento de sujetos
políticos colectivos que hacen “vibrar” la escena nacional en un momento
histórico de “tenso equilibrio” del imperialismo.
CAPITULO IV
EL SERVICIO SOCIAL EN TIEMPOS DE BARBARIE
Algunas contribuciones desde la periferia latinoamericana
Partimos de la hipótesis de que el Servicio Social es, en la
contemporaneidad, una actividad profesional cada vez más demandada para
trabajar con el complejo de dispositivos e instrumentos destinados a
“administrar” el actual proceso de barbarización de la vida social. Las actuales
expresiones críticas de la “cuestión social”, consecuencias del desarrollo del
sistema socio-metabólico del capital y su lógica inherente, revelan que el grado
de desarrollo de las contradicciones capitalistas hoy produce, necesariamente,
refracciones particularmente regresivas en términos civilizatorios. Por esto, hoy
más nunca, estos son tiempos de barbarie.
Partiremos de situar la actividad profesional en los marcos de la totalidad
social contemporánea, como una especialización del trabajo colectivo inserta
en la división social y técnica del trabajo de la sociedad capitalista madura,
buscando captar posibles metamorfosis en su significado social. Partimos de la
siguiente pregunta: ¿cómo este tipo peculiar de trabajo (asalariado / alienado)
participa como uno entre varios dispositivos – del proceso de reproducción de
las relaciones sociales contemporáneas, donde se afirman las tendencias a la
barbarización de la vida social?
155
Tal como venimos analizándolo, uno de los interrogantes principales que
vertebran nuestro trabajo se refiere a si el capitalismo contemporáneo,
conserva todavía energías suficientes capaces de integrar, de agregar, de
incorporar de alguna forma, a los crecientes contingentes poblacionales que la
actual modalidad de realización del proceso de reproducción de las relaciones
sociales expulsa, como resultado de su plena realización como orden
societario, a partir de la agudización de sus contradicciones inherentes. En
otros rminos, el orden social del capital, ¿conserva, efectivamente, energías
155
Desde la perspectiva marxiana, se entiende por reproducción de las relaciones sociales “la
reproducción de la totalidad del proceso social; la reproducción de determinado modo de vida,
que envuelve el cotidiano de la vida en sociedad: el modo de vivir y de trabajar, de forma
socialmente determinada, de los individuos en sociedad. Envuelve la reproducción del modo de
producción” (Cf. Iamamoto & Carvalho; 1986: 71; traducción nuestra).
civilizatórias capaces de ofrecer una salida “progresiva” para las
contradicciones sociales que emanan de su actual crisis estructural?
Es este un interrogante fundamental, puesto que lo esen duda sobre
el funcionamiento actual del capitalismo dice al respecto de sus posibilidades
reales para desatar y mantener movimientos sustanciales de agregación social,
una vez que el mismo viene evidenciando férreas tendencias a expulsar, a
“excluir”, crecientemente masas y masas de la humanidad, a través de diversas
modalidades. Este problema muestra su real dimensión en este estudio al
relacionarse con el “significado socialque caracterizó la génesis y el desarrollo
del Servicio Social profesional. Nos parece que allí reside una de las
determinaciones fundamentales a través de la cual operan las metamorfosis
contemporáneas de la sociedad del capital sobre el Servicio Social,
específicamente en lo que se refiere a la “mudanzacualitativa del papel social
que es llamado a cumplir y de la modalidad que éste asume.
Como sabemos, el significado social de esta profesión se desprende de
la dinámica de las relaciones (conflictivas siempre) entre las clases, de éstas
con el Estado (la política) en sociedades nacionales en contextos coyunturales
específicos, y por la mediación del tratamiento de la llamada “cuestión social”.
El Estado, así, representa una mediación fundamental en la reproducción de
las relaciones sociales y, con éstas, de la reposición de las contradicciones
más íntimas del sistema, en niveles cada vez mas superiores. Ante ellas, que
son la base real de la llamada “cuestión social”, deberá estar preparado para
responder adecuadamente, en función de cumplir eficientemente su misión de
garantizar las condiciones de reproducción sistémica en la actual escala de
existencia.
El Estado, en los marcos del capitalismo en su fase monopolista inicial,
responde a través de una estrategia que busca la “institucionalización” del
conflicto social de clase, de su regulación y administracn; su “internalización”
(Cf. Netto; 1992). Lo hace, fundamentalmente, a través de la ejecución de
políticas y servicios sociales que cumplirán, para los trabajadores, el
contradictorio objetivo de promover efectivamente su reproducción, en tanto
fuerza de trabajo, integrándolos cada vez más orgánicamente al sistema de
explotación administrada. El Estado en aquella fase expansiva especialmente
aquellos del capitalismo central –, se ocupa de legitimar la dominación,
institucionalizando la subordinacn del trabajo por diversos medios.
Contradictoriamente, dicha “internalización” de la “cuestión social”, su
tratamiento regulador para mantenerla dentro de parámetros aceptables,
representa mejoras en las condiciones inmediatas de la vida de los
trabajadores (de algunos segmentos), que es donde se encuentran las bases
de legitimación que la lógica del capital ha logrado al interior mismo de sus
victimas explotadas, a lo largo del siglo XX.
Lo interesante a observar aquí es que, en la actualidad, la intervención
del Estado en la reproducción regulada del proceso de humanización-
deshumanización capitalista del trabajador – cuidando de la reproducción de la
fuerza de trabajo para abastecer diariamente al capital –, viene afirmando
crecientemente la tendencia que demanda al Servicio Social en la
administración de la “fuerza de trabajo estructuralmente superflua”, la cual ya
no está integrada y cada vez tiene menos espacio para estarlo.
El refuerzo de estas tendencias que no son nuevas para la profesión
de Servicio Social, pero que se reponen hoy con otra fuerza se constituye
como un trazo peculiar que caracteriza a las intervenciones de esta profesión
ante las llamadas “refracciones” de la “cuestión social” en nuestrosas.
De este modo, lo que hoy se registra es una bifurcación estructural en la
intervención profesional, a partir de la variación del contenido de la demanda
estatal. Esto se presenta como un doble movimiento en la modalidad estatal de
intervención ante la cuestión social” que, por un lado, se dirige para regular a
los que todavía están “adentro” (los que son tratados, aún como “necesarios”)
y, por el otro, se apunta a administrar con los menores costos económicos
posibles los que, probablemente, jamás volverán a “entrar el problema de
la “exclusión social”.
Se piensa aqal Servicio Social como una actividad profesionalizada,
asalariada, que participa de la división social y técnica del trabajo en la
sociedad capitalista tardía, a través de la ejecución y, en menor mediada,
formulación de políticas sociales, las que se organizan como “servicios
sociales y programas, que tienen como función prioritaria al lado de un
conjunto de otras disciplinas e instrumentos la reproducción de la fuerza de
trabajo (Cf. Mota; 1995), presupuesto indispensable del proceso de producción
32
2
y expropiación del valor bajo las relaciones sociales capitalistas. Lo que cabe
preguntarse es por las alteraciones que esta política ha sufrido, como
consecuencia del establecimiento de una fuerza de trabajo estructuralmente
excedente, propia de esta nueva fase del capitalismo.
Pero, la trayectoria que hoy marca el quehacer profesional parece
transitar una curvatura que la lleva del trato sobre la reproducción de la fuerza
de trabajo a la administración de la barbarie”; trayectoria que es expresión de
las reformulaciones que afectaron al Estado y a las políticas sociales bajo el
neoliberalismo. Así, puede verificarse una tendencia cada vez más afirmada a
la movilización de los recursos humanos profesionales para lo que podríamos
llamar de administración de la barbarie”, que es expresión de la metamorfosis
sufrida por las modalidades anteriores de intervención sobre las mayorías
sociales trabajadoras.
Cabe analizar, entonces, dicha metamorfosis en la intervención sobre la
“cuestión social” del capitalismo, cuyo contenido puede ser aprehendido
siguiendo la crítica de la economía política. Con relación al estudio del primer
caso, podemos decir que existe “acumulación” teórica; ahora, con respecto al
segundo, el estado de las artes allí esdebajo de lo suficiente, y es a lo que
estamos apuntando con la idea de administración de la barbarie
contemporánea.
4.1. Fundamentos de la nesis profesional: el significado social de esta
actividad asalariada
Al interrogarnos por el origen del Servicio Social, buscando comprender
efectivamente a qué se debe su existencia, es preciso partir del análisis del
contexto socio-histórico en que se sia. Desde una perspectiva crítica, las
bases socio-históricas que posibilitan la emergencia del Servicio Social
profesional se asientan en los procesos sociales promovidos por el desarrollo
global del capitalismo industrial y la consecuente expansión urbana, con la
intensificación de los conflictos sociales y luchas de clases, con la expansión y
consolidación de la burguesía y del proletariado industrial, y del tejido de
relaciones que establecen con el aparato del Estado (Cf. Iamamoto & Carvalho:
1986; Netto: 1992). En ese contexto, de afirmación hegemónica de la fusión
entre capital industrial y financiero (fusionados) en el sistema-mundo
capitalista, las agudas dimensiones desestabilizadoras asumidas por la
“cuestión social” posibilitan la emergencia de esta especialización del trabajo
colectivo, con la finalidad de “ejecutar” políticas.
En ese marco histórico, que presenta un determinado grado de división
social del trabajo, se procesa la nesis de esta profesión. En tanto actividad
profesional asalariada, será contratada fundamentalmente en los ámbitos
públicos, aunque no exclusivamente para participar del proceso de
producción-reproducción de las relaciones sociales capitalistas. Esto es, su
emergencia responde a la exigencia de elaborar respuestas adecuadas a las
necesidades indispensables para el funcionamiento adecuado del sistema. En
esta dirección:
“El desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones
engendradas en ese proceso, determinan nuevas necesidades y
conflictos que pasan a exigir profesionales especialmente
calificados para su atención. La ‘cuestión social se torna la base
de justificación de ese tipo de profesional calificado [...] ésta no es
otra cosa que la expresión condensada del proceso de formación
y desarrollo de la clase obrera y su ingreso en el escenario
político, exigiendo su reconocimiento político. Es la expresión de
la contradicción entre proletariado y burguesía potenciado, que
pasa a exigir otro tipo de intervención, s allá de la caridad y la
represión” (Iamamoto; 1997: 91-2).
No obstante, dicha génesis no pode deducirse mecánicamente de la
existencia de la “cuestión social”, como si esta última fuese “natural”, inscripta
en el destino divino de la historia. Esta emergencia debe ser particularizada,
comprendida en su contexto histórico: el tránsito del capitalismo competitivo al
monopolista (Cf. Netto: 1992). Allí, un cambio cualitativo en el funcionamiento
sistémico se produce, el cual expresa un grado mayor de su maduración y crea
las condiciones que hacen posible una “ampliación progresivade espacios de
sociabilidad, una “complejización” de los sistemas de mediaciones que regulan
el socio-metabolismo. En este cuadro, la “cuestión social” se torna la base
(“materia prima”) de esta intervención profesional, por la mediación de sus
“refracciones”.
Según Iamamoto, se parte del supuesto que el Servicio Social se afirma
profesionalmente como una especialización del trabajo colectivo, inscripto en la
división socio-técnica del trabajo, al constituirse en expresión de necesidades
históricas derivadas de la práctica de las clases sociales en el acto de producir
sus medios de vida y de trabajo, de forma socialmente determinada. En este
sentido, el significado social de esta profesión depende de la dinámica
establecida por las relaciones de “clases” y las luchas sociales en sociedades
nacionales, en contextos y coyunturas específicas. De modo tal que, son las
relaciones entre las fuerzas sociales las que están en la base del significado
social de la profesión. La naturaleza de estas relaciones, determina el conjunto
de los aparatos estatales forjados para enfrentar la “cuestión social”. Es en la
implementación de políticas sociales, y, en menor medida, en su formulación y
planificación, que participa el Servicio Social (Cf. Iamamoto; 2003: 221).
El Estado capitalista, que desde siempre tendió a enfrentarse y a
“excluir” a las clases dominadas, a partir de este contexto no puede
desconsiderar sus necesidades e intereses, puesto que lo que empieza a estar
en cuestión, cada vez más fuertemente, es el problema de construir su propia
“legitimación”. De no hacerlo, de no cuidar los problemas de la construcción de
hegemonía, no podrían sostenerse con grados relativos de estabilidad los
presupuestos del régimen social, viéndose obligado a apelar más intensamente
al ejercicio de la coerción “externa”. De lo que se trata ahora es de asegurar la
“reproducción de lo dado desde adentro”, con el despliegue de un conjunto de
dispositivos que funcionan más orgánicamente. Para el despliegue “global” de
las relaciones sociales “contractuales”, que caracterizan la modernidad
capitalista, se debe construir el “escenario social” propicio.
El resultado contradictorio de esta procesualidad se refleja en el hecho
de que, por la presión de las clases subalternas, el orden social (a través de la
redefinición de su instancia de intervención por excelencia: el Estado) se ve
obligado a incorporar (aunque subordinadamente) a su materialidad, algunas
reivindicaciones de las clases trabajadoras claro, siempre que no afecten los
intereses de la clase capitalista como un todo. Dicha dinámica contradictoria
puede ser aprehendida desde una dialéctica que recupere el proceso de
concesión-conquista que está en la base de la misma.
Esto es, el ordenamiento socio-histórico del sistema del capital produce
una serie de metamorfosis donde el Estado se vuelve permeable a
determinadas demandas de las clases subalternas. Absorberá estas
demandas, buscando refuncionalizarlas, esto es, tornarlas funcionales a su
reproducción ampliada, ubicándolas como pilares de un nuevo “pacto” de
dominación. Por esto, desde una perspectiva crítica, son las particulares
relaciones sociales (de clase) las que explican la necesidad y la funcionalidad
del Estado en las diferentes fases del desarrollo capitalista, y no a la inversa,
tal como postula el pensamiento burgués.
Aquí, el Estado es comprendido como resultado de correlaciones de
fuerza; como expresión de los procesos de producción y reproducción de las
contradicciones sociales inherentes al capitalismo.
Es en este proceso socio-histórico particular, donde emergen las
condiciones que posibilitan la demanda de una intervención social más
sistemática y organizada, más planificada y coherente, para el enfrentamiento
de la “cuestión social”, especialmente por parte del Estado, que emerge y
encuentra su significado el Servicio Social. A éste, le será encomendada la
tarea de trabajar en función de “absorber”, de integrar, de “institucionalizar” los
conflictos sociales que amenazan la paz social (léase la acumulación del
capital). Se deben neutralizar las posibilidades de que los mismos se organicen
autónomamente y amenacen el orden.
Así, en función de regular, de administrar, el conflicto social cada vez
más extendido, de mantenerlo dentro de límites tolerables, asistimos a la
formulación estratégica de las llamadas políticas sociales, las cuales nacen con
la “misión” de corregir los desajustes, los defectos que puedan aparecer, a
través del establecimiento de una gama de prestaciones de servicios. Para esta
“noble misión” serán demandados agentes especializados, profesionales que
materialicen, de modo peculiar, tales finalidades.
Sin embargo, lo importante a destacar es que el orden monopolista, al
internalizar la cuestión social”, desarrolla una tendencia a eclipsar
ideológicamente las raíces de la misma. Para poder abordarla en sus
manifestaciones y exteriorizaciones, la fragmentará en una variedad infinita de
“problemáticas sociales que reclamarán abordajes de distintas actividades
especializadas encargadas de “ofrecer respuestas”. Así, como resultado, la
“cuestión social” tiende a ser despolitizada y retirada de la óptica de la lucha de
clases. Este proceso se refuerza con la “individualización moralizadora” y la
“psicologización” de los problemas sociales cuya modalidad de
enfrentamiento de las refracciones de la “cuestión social” se da vía estrategias
de ajuste de la personalidad (Netto; 1992).
En síntesis, nuestra premisa en este análisis es que el Servicio Social,
en tanto profesión inscripta en la división socio-técnica del trabajo (como
tendencia predominante) emerge con el mandato de actuar en la dinámica
conflictiva del orden capitalista, específicamente en la formación de
condiciones adecuadas al proceso complejo de reproducción del mismo. Así,
inmerso en la dinámica contradictoria de esta sociedad, participa de la
reproducción de la vida social desde un lugar y con una funcionalidad
determinada; funcionalidad ésta que siempre expresará la naturaleza
contradictoria originaria de esta actividad.
De modo tal que, encontrará su funcionalidad en el tratamiento del
conjunto de crecientes dificultades que el capitalismo genera y debe enfrentar
para reproducirse ampliadamente. Es una profesión creada para intervenir en
la construcción de un equilibrio siempre tenso entre intereses antagónicos, en
última instancia, los del capital y los del trabajo. Así como a otras profesiones,
se le demandará intervenir sobre aquel conjunto de condiciones referentes a la
construcción de bases político-económicas necesarias para dotar al orden
social de legitimidad (Cf. Iamamoto; 1997).
Es sabido que, desde el inicio, el ejercicio profesional se desenvuelve
fundamentalmente relacionado con las condiciones de vida las poblaciones que
viven de la venta de su fuerza de trabajo: la clase trabajadora, interviniendo en
la búsqueda de mejoras. En este sentido, se configura como una profesión
integrada al proceso de creación de condiciones que optimicen, que reordenen
el proceso de producción-reproducción de la fuerza de trabajo como tal y, por
esta mediacn, de las condiciones necesarias a la extracción de plusvaa
(medula de la acumulación del capital). Desde este punto de vista, podría
decirse que es una profesión que interviene junto a otras, sobre el conjunto de
condiciones (materiales, ideológicas, políticas, organizativas, etc.) que son
indispensables a la reproducción de las relaciones sociales capitalistas.
Puesto que actúa especialmente sobre las condiciones de vida de las
clases trabajadoras, también puede ser considerado un dispositivo, una
herramienta, útil para trabajar en la formulacn e implementación de
“anticipaciones estratégicas” a los conflictos sociales que puedan representar
peligros para la reproducción del orden social
156
. Se le demandará,
específicamente, intervenir en el proceso de reproducción de la clase
trabajadora por la vía de la ejecución de servicios y políticas sociales. De este
modo, dos dimensiones de la intervención profesional (económica y política)
esn indisolublemente ligadas en la realización de su trabajo, son
complementarias y se refuerzan mutuamente. En las palabras de Iamamoto:
“El Servicio Social surge como uno de los mecanismos utilizados
por la clase dominante para el ejercicio de su poder en la
sociedad, instrumento este que debe modificarse constantemente
según las diferentes características asumidas por la lucha de
clases [...] aparece como una alternativa a las acciones caritativas
tradicionales, dispersas, en la búsqueda de atribuirle una ‘nueva
racionalidady mayor eficacia en el enfrentamiento de la ‘cuestión
social’” (Iamamoto; 1997: 92).
Por su parte, Netto (1992) dirá que pensar la génesis del Servicio Social
desde una perspectiva critico-dialéctica significa comprender su particularidad,
la cual es portadora de elementos de continuidad y de ruptura con respecto a
las formas anteriores, “tradicionales”, de intervención en la cuestión social”.
Para este autor, las continuidades son evidenciadas al analizar el tipo de
intervención que este profesional realiza la modalidad técnico-operativa de
intervención profesional –, el cual, en lo inmediato, no sufr variaciones
sustantivas si se compara con las formas de caridad y filantropía preexistentes
a su profesionalización. No obstante, importantes rupturas se registran con
respecto a la nueva funcionalidad socio-política.
A partir de allí, dirá este autor, por más que persista en la imaginación de
los profesionales la representación de una actividad “autónoma”, que realiza
valores propios, que actúa apenas determinada por su moral personal y de
acuerdo exclusivamente con su voluntad, en verdad, ocurre que son
“instrumentalizados en una estrategia abarcativa de reproducción societaria,
que los determina y encuadra en un conjunto de actividades e intervenciones
profesionales, cuya dinámica general, organización, recursos y objetivos,
apenas parcialmente puede ser controlado por ellos. De modo tal que, la
156
Es Netto (1992) quien desarrolla la idea de que las políticas sociales, también, pueden ser
explicadas como anticipaciones estratégicas del capital; es importante rescatar el cuidado de
este autor al no perder de vista la comprensión dialéctica de este proceso, donde la centralidad
se coloca en la dinámica del conflicto social entre las clases.
profesionalización del Servicio Social significa, elementalmente, que su
funcionalidad social ahora es impuesta por “instancias superiores”, muchas
veces con criterios y principios distintos a aquellos que regían las llamadas
“proto-formas.
En este complejo entrecruzamiento de determinaciones, desde la
perspectiva mencionada, se explica el Servicio Social, formando parte de una
respuesta sistémica bien más amplia, movilizada por la clase de los capitalistas
(con fuerte eje en el Estado) para contener el ascenso de las luchas sociales”
protagonizadas por los trabajadores. Así, funcionando como “anticipaciones
estratégicas”, son creadas un conjunto de políticas, instrumentos y dispositivos
destinados a la regulación de los conflictos crecientes que emanan de las
desigualdades sociales existentes; son creadas las políticas sociales.
El carácter contradictorio de las mismas, se refleja en el hecho de que,
por un lado, expresan la materializacn de conquistas de las clases
subalternas en el seno del Estado (los derechos sociales, la ciudadanía), pero,
al mismo tiempo, se tornan una robusta fuente de legitimación del socio-
metabolismo capitalista, creando la apariencia de neutralidad del Estado y de la
posibilidad, a través del mismo, de administrar” aceptablemente las relaciones
antagonistas entre las clases sociales. El Estado consolida y refuerza su
imagen de agente regulador que, a través de modernizadas formas de
intervención racional sobre la sociedad o sobre sus aspectos más
problemáticos, las refracciones de la “cuestión social, se propone la tarea de
equilibrar el desarrollo asimétrico del sistema.
En este cuadro, las políticas sociales emergen como base de
sustentación funcional-ocupacional del Servicio Social; de éstas depende su
ocupación y su fuente de “ingresos salariales”. La edad monopolista del
capitalismo repone sobre nuevas bases sus contradicciones inherentes y las
potencia. Así, el proceso contradictorio por medio del cual el Estado, al buscar
legitimidad política a través del juego democrático, se torna permeable a las
demandas de las clases subalternas (las cuales, algunas veces, logran imponer
sus “intereses” y reivindicaciones más o menos inmediatas), se constituye
como una cuestión estratégica a ser comprendida (Cf. ídem).
La contradictoriedad de este proceso se manifiesta en el hecho de que,
aunque representando en términos generales un movimiento de integración
efectivo” de estos segmentos sociales a un orden que los explota y los oprime,
al mismo tiempo y por el mismo movimiento, las clases subalternas logran
materializar en el seno del Estado burgués ciertos intereses propios, en tanto
clase, de acuerdo con la fuerza y la proyección política presentada, de su grado
de elaboración político-estratégica para enfrentar las luchas de clases, etc
157
.
En este sentido, puede afirmarse que la funcionalidad atribuida a la
intervención profesional – lo que determina su trazo contradictorio incontestable
–, resulta (aunque desigualmente) tanto de las demandas del capital como de
las necesidades de los trabajadores. Esto es, participa y refuerza tanto los
mecanismos de la explotación del trabajo como, al mismo tiempo y por la
misma actividad, da respuestas a determinadas necesidades vitales de los
trabajadores. Por esto, la intervención profesional se encuentra siempre
tensionada y polarizada por los intereses en última instancia antagónicos,
incluso en los breves periodos registrados de acumulación tranquila” del
capital y del trabajo, puesto que participa en la reproducción de las relaciones
sociales que los encarnan.
El Servicio Social: un tipo particular de trabajo
Desde la perspectiva crítica, la comprensión del significado social, de la
funcionalidad, de la instrumentalidad, en fin, de la “naturaleza” de nuestras
intervenciones, re-creadas por las mutaciones de su demanda social” en los
distintos momentos históricos, pasa por entender las diversas modalidades
creadas para atender a las refracciones desestabilizadoras que emanan con la
“cuestión social” capitalista. Como vimos, esta especialización del trabajo
colectivo fue creada por la demanda de dar respuestas a las manifestaciones
histórico-concretas derivadas del despliegue antagonista del sistema, a partir
de la implementación de políticas sociales dirigidas a la clase trabajadora,
bajo ciertos parámetros socio-estatales de intervención.
157
En este sentido, los “servicios y políticas sociales” conquistados por los trabajadores
funcionan contradictoriamente como conquistas históricas del movimiento de los trabajadores y
como legitimadores del orden monopolista. Esto es posible, puesto que los trabajadores
comienzan a reconocerse (mas o menos relativamente) en el Estado que los ejecuta, a partir
de lo cual se construye la apariencia de ser el representante de los intereses del “conjunto” de
la sociedad. O sea, es solapado el carácter clasista de la misma a partir de la intervención de
un “mediador” idealmente neutral que garantiza los pactos entre los diversos “grupos” sociales.
En este sentido, esta actividad profesionalizada determina la existencia
de un trabajador asalariado, cuya insercn en el mercado pasa por la relación
de compra-venta de su fuerza de trabajo (“especializada”) a “organismos
empleadoresestatales o privados, y por su dependencia del “salario”, tiende a
materializarse como alineacn para el trabajador (social). En tanto meros
propietarios de una fuerza de trabajo calificada, no dispone del conjunto de
medios necesarios para realizar su reproducción, debiéndose aferrar a esta
mercancía especial que pasa a determinar la forma que asume su actividad. El
proceso de trabajo del asistente social, por las características socio-históricas
que definen su forma, no esfundamentalmente definido por el portador de la
“capacidad de trabajo, sino que se encuentra alienado de éste.
Se trata de un trabajador especializado que se encuentra bajo las
mismas determinaciones que el resto de los trabajadores asalariados,
necesitando vender diariamente su fuerza de trabajo a cambio de un salario,
sujeto a los vaivenes del mercado de trabajo. Esta condición de trabajador
asalariado, como forma social asumida por su actividad, imposibilita pensarla
como una práctica que cuenta con una autonomía “todopoderosa” e irrestricta,
sin limitaciones para establecer finalidades que orienten la actividad.
Está condición de dependencia opera obligando al profesional a entregar
su producción al empleador, quién tiene el derecho de utilizarla según sus
intereses, durante una jornada establecida. Por esto, estas determinaciones
pesan sobre su actividad y restringen significativamente la autonomía del
ejercicio – aunque no absolutamente
158
. Es el espacio de esta autonomía
relativa, que es históricamente determinado y se modifica según las
condiciones sociales en cada momento.
Al respecto, dirá Iamamoto:
158
Por las propias característica de su trabajo, el Asistente Social preserva una relativa
autonomía en la definición de las prioridades y de las formas de ejecutar su trabajo, puesto que
el control ejercido sobre su actividad es diferente al que está sometido un trabajador en el
ámbito de la producción de mercancías. Esa autonomía relativa germina en la propia
naturaleza de ese tipo de especialización del trabajo, puesto que trabaja con sujetos de
determinados segmentos del complejo de relaciones sociales, y no con objetos materiales. Su
trabajo, mayoritariamente, no se organiza en función de la producción de mercancías, ni de la
transformación de la materia natural; su trabajo se sitúa predominantemente en el campo
político ideológico, el que responde a una “legalidad” que es social e históricamente
determinada (Iamamoto; 2003: 119-120).
“La posibilidad de reorientar el sentido de sus acciones para
rumbos sociales distintos de aquellos esperados por los
empleadores [...] deriva del propio carácter contradictorio de las
relaciones sociales que estructuran la sociedad burguesa. En
estas se encuentran presentes intereses sociales distintos y
antagónicos que se refractan en el campo institucional, definiendo
fuerzas sociopolíticas en lucha para construir hegemonías, definir
consensos de clases y establecer nuevas formas de control social
vinculadas a ellas” (ídem: 120; subrayado de la autora).
Así, necesariamente, existe la dimensión política de trabajo del asistente
social, la que, por otra parte, abre la posibilidad de enfrentar las tendencias a la
alineación (propia de esta actividad asalariada”), a su instrumentalización por
parte de un orden que se impone como natural. Y esta dialéctica ocurre, por
más que las alienaciones que derivan del trabajo asalariado no sean
eliminadas. En este cuadro de determinaciones, se trata de disputar la
dimensión creadora del trabajo, apuntando a interferir en la dirección social de
nuestra actividad, como una lucha a ser librada diariamente. Para tanto, es
fundamental captar, en la particular configuración socio-institucional donde el
Servicio Social se inserta y desarrolla su actividad profesional, las condiciones
de posibilidad efectivas para establecer finalidades socio-profesionales
históricamente viables y coherentes.
Entendemos que el intento por comprender la actividad profesional como
un trabajo apunta a superar las perspectivas endogenistas” y a reconocer las
determinaciones que pesan sobre la intervención del Asistente Social, lo que se
relaciona con el problema de los límites que el actual contexto impone a la
intervención y que son parte constitutiva de su quehacer.
Desde estas coordenadas, las “correlaciones de fuerzas y las
hegemonías en las instituciones empleadoras; las partidas presupuestarias
asignadas; la naturaleza de las políticas sociales, de los programas y proyectos
a ejecutar; la configuración particular de la “cuestión social” y sus refracciones,
entre otros elementos del universo de esta especialización del trabajo colectivo,
se constituyen en determinaciones fundamentales que definen el proceso de
trabajode este profesional. El mismo, debe ser pensado más allá de mismo
e inscripto en el proceso más general del cual es parte determinada y
determinante; nunca aislado ni absolutamente “auto-creado”.
Desde esta perspectiva, el Servicio Social se concibe como un tipo
peculiar de trabajo. Esta “reconceptualización propiciará una inflexión en la
reflexión teórica de esta profesión, abriendo camino hacia la comprensión del
papel asignado-asimilado por los “trabajadores sociales”, a lo largo de su
experiencia histórica. La ubicación en la totalidad social de la particularidad
profesional, desde la dialéctica materialista, imprimiría a segmentos
importantes de esta categoría especialmente en América Latina una
profundidad inédita en términos del análisis crítico de la profesión sobre sí,
creándose ricas “auto-reflexiones” de la profesión
159
.
No obstante, caracterizar la actividad profesional en general como
trabajo tiene sus problemas, los que merecen por lo menos una rápida mención
aquí. A la hora de pensar esta intervención profesional inscripta en “procesos
de trabajo” determinados históricamente, debe admitirse que, mayorita-
riamente, este profesional no produce mercancías propiamente dichas por
más que, cada día más, su actividad es absorbida por la esfera “privada” de la
valorización capitalista, que hoy satura todos los ámbitos de la vida social. Este
tipo de trabajo permanece, fundamentalmente, en la órbita institucional estatal
burguesa.
El análisis que hace Marx del trabajo y su proceso (especialmente en el
catulo V de El capital), parte de reconocer la existencia de dos puntos de
vista diferenciados, no disociados entre sí. Por una parte, existe el proceso de
trabajo en cuanto producción de valores de uso”, de objetos útiles; por otro
lado, existe bajo la forma de “proceso de valorización de capital, o sea, de
producción de plusvalía.
El trabajo asume diferentes formas históricas en la sociedad, de acuerdo
con el tipo de relaciones sociales establecidas. En la sociedad capitalista,
particularmente, el trabajo (en tanto capacidad humana, actividad productiva
159
Tal perspectiva, sin ignorar su heterogeneidad, hoy presenta contribuciones que enriquecen
las ya clásicas investigaciones y los análisis de las décadas de 70 y 80. Los estudios
recientemente elaborados sobre “reestructuración productiva”, la cuestión del trabajo en este
capitalismo maduro, los apuntes sobre las metamorfosis societarias y las formas actuales de
sociabilidad; la reconversión de los aparataos estatales del capitalismo en crisis estructural,
explicitado en el conjunto de contra-reformas neoliberales que buscan adecuarlo al
recalentado funcionamiento del sistema mundo del capital, entre muchos otros importantes
trabajos disponibles, se inscriben en el cuadro general de captar las determinaciones
fundamentales de éste quehacer profesional en particular.
que posibilita producir los bienes necesarios para la satisfacción ampliada de
las necesidades) se torna una mercancía más, asumiendo la forma de “valor de
cambio”. Dirá Iamamoto:
“Considerar los procesos de trabajo donde está inserto el
Asistente Social exige necesariamente pensarlo desde esta doble
determinación: la del valor de uso y la del valor, o sea, como
proceso de producción de productos o servicios de cualidades
determinadas y como proceso que tiene implicaciones en el
ámbito de la producción o distribución del valor y de la plusvalía
[...] siendo la mayor parte del trabajo del Asistente Social realizada
en el aparato estatal, no existe siempre una conexión entre trabajo
y producción de valor. Si esta conexión puede ser identificada en
los procesos de trabajo en las empresas capitalistas, no ocurre lo
mismo en la esfera de la prestación de servicios blicos, donde
la conexión que se pueda establecer pasa por la distribución de
una parte de la plusvalía social metamorfoseada en fondo público”
(ídem: 125; subrayados de la autora)
160
.
En este marco, se sitúa el debate sobre el carácter productivo” o
“improductivo” de la actividad profesional, y encuentra insumos teóricos
fundamentales en el llamado Capítulo VI Inédito, de El Capital de Marx. Allí, se
define al “trabajo productivo” como aquella actividad que participa directamente
en la producción de valor y de plusvalía. Puesto que el trabajo del Asistente
Social mayoritariamente aunque de ninguna manera exclusivamente se
sitúa en el ámbito de la distribución (y no de la producción) de valor y plusvalía,
no puede ser tratado como “productivo”; es, fundamentalmente, un trabajador
improductivo desde el punto de vista del capital.
Sin embargo, esto quiere decir que el mismo no sea útil y necesario para
la reproducción de las relaciones sociales; pero no sería productivo. Según la
crítica marxiana de la economía política, aunque necesario en términos de la
totalidad del proceso de la vida social, el mismo es improductivo y forma parte
del conjunto de instrumentos dedicados a garantizar las condiciones necesarias
160
Dirá Iamamoto: “tanto en los procesos de trabajo organizado por el aparato del Estado, en el
espacio de la prestación de servicios sociales, como en las ONGs, los productos o servicios
producidos no están sometidos a la razón del capital [...] o sea, de la productividad y de la
rentabilidad del capital inicialmente invertido. Se encuentran sometido a la racionalidad del
Estado que es socio-política, orientada para la colectividad [... hecho que no implica
desconocer que el estado representa la condensación de fuerzas presentes en la sociedad,
disponiendo de un nítido carácter de clase” (ídem: 126).
a la “re-producción”, en el ámbito de la distribución del valor socialmente
producido.
Por su parte, la intervención profesional que se inserta en Empresas
privadas, por ejemplo, que son movidas por la finalidad principal de la ganancia
y se centran en la gica de la producción capitalista, puede considerarse,
efectivamente, como formando parte de un trabajo productivo, puesto que
participa junto a otros trabajadores del “trabajador colectivo” del proceso de
producción/realización de plusvalía. Esta actividad del Asistente Social, aunque
el mismo no intervenga directamente en el proceso de transformación material
de la mercancía, es productora de capital.
Por esto, Iamamoto dirá que el Asistente Social se inserta en procesos
de trabajo”, de naturaleza variada, cuya homogeneización lleva a reducir el
análisis de su significación socio-productiva. Pensar la actividad profesional
inserta en procesos de trabajo, tiene que ver con precisar la naturaleza de la
misma en relación con su funcionalidad sistémica concreta. Para la autora, no
se trata de un proceso de trabajo del Asistente Social, sino, más bien, de su
inserción en “procesos de trabajo” (ídem: 130).
La “cuestión social en la dinámica capitalista
La premisa es que la llamada “cuestión social se constituye como el
conjunto de expresiones resultantes del despliegue dinámico de la
contradicción molecular del sistema del capital: capital / trabajo. Distintas fases
históricas de reproducción de la última, producen diferentes modalidades de
expresión de la primera. De modo que, un tratamiento riguroso de la “cuestión
social no puede estar disociado del análisis de las configuraciones históricas
particulares asumidas por la subsunción del trabajo al capital, ni de la “arena”
de disputa entre proyectos societarios basados en intereses más o menos
particulares.
Según la perspectiva de Netto (2003), la utilización de la expresión
“cuestión social” determinación fundante de la profesión , data de las
primeras décadas del siglo XIX. Con este concepto se buscaba denominar al
fenómeno social más notorio e incómodo que vivenciaba la pujante Europa
occidental moderna de la época, fruto de la acentuación de su desarrollo. El
mismo surgía como un efecto de aquello que luego fue llamado “primera
revolución industrial; nos referimos al fenómeno del pauperismo.
Dicho fenómeno, relativamente novedoso, era sufrido específicamente
por la clase trabajadora, y su peculiaridad radicaba en el hecho – inédito
históricamente de que las necesidades de amplias masas de seres humanos
aumentaban en razón directa al aumento de las riquezas y fuerzas productivas
sociales disponibles. Esto es, en el contexto de consolidación del capitalismo
industrial competitivo, la emergencia del “pauperismo” en amplias capas de la
población trabajadora especialmente en los países desarrollados se
producía como un proceso concomitante y contradictorio con el aumento de la
“masa” de bienes de consumo disponibles para la satisfacción de tales
necesidades.
Para este autor, la particularidad de la llamada “cuestión social” se
define por el hecho de que la misma no es resultante de la “escasez” de
recursos, propia de las sociedades con un relativamente bajo desarrollo de sus
fuerzas productivas, sino que surge en medio de la creciente abundancia de
bienes de consumo disponibles. Por esto, lejos de ser un fenómeno “natural” de
sub-consumo, es un conflicto que responde a la lógica específica de
organizacn de la vida social bajo los dictámenes del capital, vale decir, el
monopolio de los medios de producción material de la vida social en manos de
un segmento, de una clase (minoritaria) de la sociedad
161
.
Esta contradicción, propia del orden social capitalista y su régimen de
acumulacn que esen la base de la emergencia del fenómeno social del
pauperismo no tardará en expresarse en los niveles de las “luchas sociales y
políticas” entre las clases sociales, con intereses antagónicos y beneficios
asimétricos.
Según este autor, fue precisamente esta profundizacn del conflicto
socio-político con base en el desarrollo de la acumulación capitalista y la
presencia efectiva de la posibilidad de subversión del orden burgués, lo que
161
Para comprender la anatomía efectiva de la llamada “cuestión social, su carácter de
corolario necesario del desarrollo capitalista, remitimos al lector al análisis marxiano de la “Ley
general de la acumulación capitalista, el cual se encuentra en el Capitulo XXIII del libro I de El
Capital, de 1867.
hará que al pauperismo se lo empieza a llamar cuestión social
162
. Se trataría,
entonces, de una operación ideológica especialmente destinada a ocultar las
relaciones orgánicas existentes entre “acumulación capitalista” y “producción
del pauperismo”. A través del mismo, se pretende “des-economizar” el análisis
social; oscurecer la base material del conflicto societario estructural, el cual
deriva de la propia lógica de producción/reproducción de las relaciones sociales
bajo parámetros capitalistas. Las comillas, dirá el autor, pretenden señalizar
justamente ese carácter mistificador que lo caracteriza.
“El desarrollo capitalista produce necesariamente la ‘cuestión
social’ diferentes fases capitalistas producen diferentes
expresiones de la ‘cuestión social’ [...]. El análisis de conjunto que
Marx ofrece en El Capital revela brillantemente que la cuestión
social’ está básicamente determinada por el trazo propio y peculiar
de la relación capital/trabajo – la explotación. Sin embargo, la
explotación apenas remite a la determinación molecular de la
‘cuestión social’ [...]. El análisis marxiano permite situar con
radicalidad histórica la ‘cuestión social’, esto es, distinguirla de las
expresiones sociales derivadas de la escasez en las sociedades
que precedieron al orden burgués” (Netto, 2003: 63-4).
De modo tal que, con la difusión de esta expresión se busca “naturalizar”
y, así, “despolitizar” las causas estructurales del conflicto social del cual la
“cuestión social” es expresión. Una vez naturalizada la “cuestión social”, se
legitiman propuestas de “enfrentamiento” basadas en acciones moralizadoras.
La concepción que allí subyace es una que busca combatir las manifestaciones
de la “cuestión social” sin tocar los fundamentos de la sociedad burguesa.
Contestando a esto, la perspectiva crítica sostiene que la base del
conflicto social propio del sistema capitalista consolidado debe ser reconstruido
a partir del examen de la lógica general de la acumulación capitalista y del
procesamiento socio-político desatado en cada coyuntura histórica de la “lucha
de clases”. Así, “cuestión social” y “contradicción capital / trabajo” no pueden
ser consideradas idénticas; más correcto es pensar en esta última como el
núcleo fundante de la primera, como su condición de existencia. De la misma
162
Aquí, distintamente de los análisis hegemónicos sobre el tema, “cuestión social” no es
entendida como sinónimo de “pobreza”, como simple carencia de medios materiales de vida.
Por otro lado, tampoco es aprehendida apenas como conflictos o luchas sociales. s bien,
pensamos que son los conflictos y problemas creados por el progreso de las relaciones
sociales específicamente capitalistas. Esa procesualidad social progresivamente contradictoria
precisa ser atendida y administrada, reorientándola en función de las necesidades de “la
reproducción” del ser social, en el presente estadio de su desarrollo.
forma, la relación entre pobreza (o pauperismo) y “cuestión social” tampoco lo
es; existen mediaciones que operan entre estos procesos y que requieren ser
tomadas en cuenta.
En este sentido, es interesante el aporte de Pereira (2003) al plantear
que la utilización de la expresión “cuestión social” hace referencia a un proceso
bien más complejo y elaborado que la mera explicitación de las carencias
materiales. Para esta autora, el uso de la expresión supone / exige la existencia
de una elaboración política” de las necesidades producidas por la lógica
objetiva de la acumulación capitalista. Hablar de “cuestión social” supone la
existencia de condiciones para la transformación de las necesidades y
carencias en “cuestiones”, lo que no es lineal, sino que supone una elaboración
política de las necesidades sociales, y se crea un ámbito donde proyectos
societarios son producidos por los sujetos productores en función de
satisfacerlas y superarse. Sin esto, según la autora, no podría existir una
“cuestión social”; más bien, lo que existiría seria una “cuestión social en estado
“latente” o en potencia.
Desde esta perspectiva, solidaria con la anterior, la llamada “cuestión
social no es un resultado directo de la acumulación del capital. Es, ante todo,
el “conflicto socio-político” determinado por la elaboración – más o menos
radical – de las contradicciones del sistema
163
. El proceso de producción/
reproducción de la “cuestión social” asume trazos y expresiones particulares en
la contemporaneidad, por lo que se impone la pregunta: ¿cuáles son las
“particularidades históricas” del funcionamiento sistémico que redimensionan la
producción / reproducción de la “cuestión socialhoy?
También, por su parte, Iamamoto dirige la crítica a las perspectivas de la
teoría social que tratan a la “cuestión social” como disfunción, como
“enfermedad social” que amenaza” el orden y la cohesión. Muchas veces se
habla de “nueva cuestión social”, que resulta de la inadecuación e indisposición
de los antiguos métodos de “gestión de lo social” a partir de la crisis del “Estado
Providencia”. La problemática y los programas hegemónicos tienden a ser
163
Para la autora, la falta de fuerzas sociales y políticas con presión efectiva para incorporar en
la agenda “pública” los grandes problemas sociales y exigir su solución, determinan que hoy no
tengamos – se refiere a su país – enfrente propiamente una “cuestión social” explícita, sino una
incómoda y complicada cuestión social” latente, cuya explicitación se convierte en el principal
desafío de las fuerzas progresistas (Cf. Pereira In Borgianni; Guerra; Montaño; 2003).
reducidos al problema de cómo organizar una gestión más eficiente del
conflicto y del desequilibrio social (inevitable) en los marcos de la sociedad
constituida (y “eternizada”).
Desde esta perspectiva, la llamada “cuestión social es parte constitutiva
de las relaciones sociales capitalistas y debe ser entendida como expresión de
las desigualdades sociales, como contra-cara del desarrollo de las fuerzas
productivas del trabajo en la sociedad capitalista. Su comprensión implica
analizar el proceso de producción y acumulación de capital, y sus efectos sobre
el conjunto de los sectores y segmentos de la clase que vive de la venta de su
fuerza de trabajo lo que está en la base de la creacn de políticas sociales
públicas para enfrentarlas (Cf. Iamamoto; 2003: 58).
Si se entiende que el proceso de producción material de la vida social
capitalista es una forma históricamente determinada del proceso de producción
en general – que es también producción de relaciones sociales –, caracterizada
especialmente por basarse en una peculiar relacn antagónica entre los
intereses del capital y del trabajo (por la explotación del trabajo por parte del
capital a través de sus personificaciones respectivas, en función de la
producción de mercancías y de la apropiación de lucros), la llamada “cuestión
social no puede ser efectivamente explicada sino en los marcos y como
resultado de tal dinámica.
La sociedad capitalista, dirá Iamamoto, dispone de dos características
esenciales que la particularizan. Una, se refiere al hecho de que la mercancía
es el carácter predominante y determinante de la forma que asumen los
productos del trabajo social (la propia capacidad de trabajo aparece como una
mercancía); la otra, dice al respecto de que la producción de plusvalía es la
finalidad determinante de la producción. Para la producción ampliada de la
misma, se impone la necesidad de reducir al mínimo el precio de costo de este
factor productivo, lo que torna a este mecanismo una poderosa palanca para
intensificar la fuerza productiva del trabajo que se presenta como fuerza
productiva del capital, es capitalizada por el mismo.
Existen, así, vínculos orgánicos que articulan el desarrollo del proceso
de la producción capitalista y de su acumulación ampliada, y la emergencia del
conjunto de expresiones sociales críticas que constituyen la llamada “cuestión
social. La tendencia inmanente del capital a producir una “súper-población
excedente (según las necesidades de su valorización), como resultado del
propio progreso de su lógica, es, para nosotros, la sustancia que permea el
conjunto de refracciones que expresan la “cuestión social” hoy.
En este sentido, no se trata tanto de un problema de “mala distribución”
del producto social, o de una distribución injusta. El núcleo de la cuestión es
en la forma peculiar de organizar la producción material bajo los parámetros del
capital o, si se quiere, del tipo de distribución (desigual) de los medios de
producción material de la vida social; un acceso clasistamente diferenciado a
éstos. Dirá la autora:
“La cuestión social dice al respecto del conjunto de expresiones
de las desigualdades sociales engendradas en la sociedad
capitalista madura, impensables sin la intermediación del Estado.
Tiene su génesis en el carácter colectivo de la producción,
contrapuesto a la apropiación privada de la propia actividad
humana el trabajo –, de las condiciones necesarias a su
realización, así como de sus frutos. Es indisociable de la
emergencia del ‘trabajador libre que depende de la venta de su
fuerza de trabajo como medio de satisfacción de sus necesidades
vitales” (Iamamoto; 2003: 65; traducción nuestra).
Capitalismo monopolista y ampliación del Estado
Partiendo de la premisa de que el capital, por mismo, es incapaz de
lograr ninguna forma relativamente estable de auto-reproducción, es necesario,
para avanzar en el análisis de la contemporaneidad sistémica y sus
determinaciones sobre el Servicio Social, tratar más detenidamente la
mediación fundamental constituida por el Estado.
De acuerdo con Netto (1992), el trazo que caracteriza principalmente al
capitalismo en su fase monopolista es que la forma de organizar la vida social
se encuentra deliberadamente destinada a garantizar un nivel adecuado de las
ganancias capitalistas, especialmente a través del control de los mercados (Cf.
Netto: 1992; Sweezy: 1977). La organización monopólica se configura como
una contra-tendencia para contrarrestar el aumento de la composición orgánica
del capital, esto es, para preservar y aumentar la tasa de ganancia. Sin
embargo, la activación de estas contra-tendencias no implica que puedan
resolverse duraderamente (mucho menos eliminarse) las contradicciones
inherentes del sistema, puesto que, la solución monopolista arrastra consigo
los conflictos inherentes al orden del capital. El capitalismo, en su “edad
monopolista”, repone sobre nuevas bases las contradicciones de la
acumulación y valorización del capital.
Por esto, dirá este autor, se precisan crear mecanismos de intervención
extra-económicos que posibiliten el adecuado funcionamiento del sistema. De
tal exigencia general, entre otras, deriva una refuncionalización y un
redimensionamiento del espacio de intervención social y extra-económico por
excelencia de este socio-metabolismo: el Estado. De este modo, dentro del
conjunto de transformaciones societarias procesadas en la coyuntura histórica
signada por el pasaje del capitalismo de su fase competitiva a la monopolista,
puede visualizarse una suerte de ampliación del Estado, puesto que son
alteradas sus funciones económico-sociales y redimensionadas las bases de
representación política.
En el capitalismo, el Estado juega un papel extremadamente importante,
particularmente en lo que toca a la producción y reproducción de las
condiciones necesarias para el funcionamiento del orden social. Históricamente
ha realizado esta función de diversas formas y a través de diferentes
modalidades de intervención en la sociedad. Lo que especialmente nos
interesa analizar del desempeño del Estado es el problema del enfrentamiento
de las manifestaciones más “desestabilizadoras” del orden, la llamada
“cuestión social” – entendiendo a ésta, como expresión de las luchas de clases
– del capitalismo moderno, en contextos y coyunturas determinadas.
Específicamente en la sociedad capitalista, el Estado inicialmente es una
institución cuya finalidad se restringe a garantizar “externamente” el
funcionamiento adecuado del orden social. A través de la intervención del
mismo, se buscarán gerenciar los conflictos producidos por la dinámica propia
del orden capitalista, como dijimos, basada en el antagonismo entre intereses
individuales y colectivos. Para esto, el Estado asume la apariencia de ser una
instancia supra-histórica y neutral, habilitado a garantizar un efectivo arbitrio del
conflicto social entre las clases y sus diferentes segmentos. El Estado se
presenta como una instancia dedicada a preservar las garantías del orden
social y velar por su adecuado funcionamiento. A partir de dicha apariencia de
exterioridad, procura construir su legitimidad, presentándose como juez
imparcial, como autentico representante de los “intereses universales”; se
presenta como universal verdadero.
Este Estado, a lo largo del desarrollo histórico, será cada vez más un
espacio privilegiado a partir del cual se buscará abordar los conflictos políticos
que emergen recurrentemente en el seno de la sociedad, y que son expresión
de las luchas entre las clases sociales. En la medida en que el capitalismo se
va consolidando, que se expande y profundiza, con él lo hacen sus
contradicciones; en la medida en que la lucha de clases asciende a la
superficie de la vida social, siendo el avance político-organizativo de la clase
subalterna una determinación fundamental, se hace necesario la creación de
instrumentos cada vez más sofisticados, adecuados para el enfrentamiento de
las amenazas de politización de la “cuestión social”.
Llegado un momento dado del desarrollo capitalista industrial moderno,
donde la acumulación de los conflictos sociales y el recalentamiento de las
contradicciones tornan altamente inestable al sistema, la clase dominante,
obligada a “responder estratégicamente” a la amenaza de la “cuestión social”,
se vuelca a la creación de una modalidad de intervención más efectiva que las
“viejasformas de ayuda y de contención de los pobres las a-sistemáticas y
espontáneas filantropía y beneficencia –, así como de la pura represión.
Dichas “formas de ayuda”, comienzan a mostrarse seriamente limitadas
para garantizar la estabilidad duradera del despliegue capitalista, en un
contexto mundial que se polariza crecientemente, con la emergencia de
movimientos sociales contestatarios provenientes de las clases subalternas, a
los cuales van sucediéndose, con más o menos radicalidad, determinadas
conquistas, desde mediados del siglo XIX. Los mismos, luego de contundentes
derrotas, cobrarán un nuevo y enorme vigor a inicios del siglo XX, resultando
derrotados una vez más.
En este marco contradictorio, donde se combinan momentos de
acumulacn tranquila con otros de alta conflictividad, ante la presencia efectiva
de fuerzas que amenazan las propias estructuras capitalistas, la clase
dominante formula una sofisticada e integral respuesta estratégica, la cual se
constituye en un complejo de instrumentos y dispositivos destinados a
“regular”, a “administrar” los conflictos sociales inherentes a la lógica de
reproducción del sistema. Así, con la creación de tales dispositivos en función
de promover el desarrollo económico e intervenir en las desigualdades sociales
(para evitar que éstas se traduzcan en luchas políticas desestabilizadoras que
vengan a comprometer su reproducción), se produce históricamente lo que
llamamos ampliación del Estado (fordismo-keynesiano).
No obstante, para que tal modalidad particular de regulación por parte
del Estado sea posible, son indispensables ciertas premisas históricas. El
proceso de concentración y centralización monopolista efectivado en las
primeras cadas del siglo XX y el proceso de “ampliación” y re-
funcionalización del Estado burgués especialmente de los países centrales,
aunque no exclusivamente –, se constituyen como un momento histórico
complejo y contradictorio, que no puede ser comprendido si se recae en
posiciones unilaterales. El tránsito del capitalismo de su fase competitiva a la
monopolista – imperialista, en términos leninistas –, objetivado a través de
procesos integrales de refuncionalización ecomica-política y cultural, significó
un cambio radical en la organización de la vida social.
La férrea tendencia a la diferenciación social producida por el propio
desarrollo del capitalismo en su fase industrial se procesa generando severos
conflictos socio-políticos lo que demanda la revisión y reformulación del tipo
de organización societaria –, que tratará de sobrellevar y “administrar de
diversas maneras, especialmente una vez que quedan claras las dificultades de
resolver adecuadamente, de forma duradera, tales contradicciones inherentes
al sistema. En este cuadro,
“El Estado pasa a intervenir directamente en las relaciones entre
el empresariado y la clase trabajadora, estableciendo no sólo una
regulación jurídica del mercado de trabajo, a través de la
legislación social y laboral específicas, sino gerenciando la
organización y prestación de los servicios sociales’, como un
nuevo tipo de enfrentamiento de la cuestión social” (Iamamoto &
Carvalho; 1986: 77; traducción nuestra).
Con esto, busca resaltarse la particular procesualidad que permite la
metamorfosis del orden social en su conjunto, entendida como resultante de la
propia potencia expansiva, de las energías para el crecimiento, ampliamente
demostradas por el sistema en dicha inflexión histórica.
Por otra parte, dicho proceso, más que significar el refuerzo unilateral del
orden capitalista por más que allí se encuentre la tendencia que predominó
en la experiencia histórico-concreta representó, ante todo, la respuesta del
conjunto de las clases dominantes frente al ascenso de los conflictos sociales y
las luchas de clases.
De tal modo que, es poco dialéctico reducir ese proceso apenas a una
victoria del capital sobre los trabajadores – y si lo es, no puede negarse que es
apenas una victoria parcial –, como si el resultado histórico pudiese ser
prefijado por alguna “teleología todopoderosa”; como si hubiera estado inscripto
a priori en la historia. Eso nos dejaría muy cerca de ciertas posiciones
“aparentemente radicales” que afirman que el proletariado por naturaleza” es
revolucionario, o bien, reformista. Desde nuestra perspectiva, puesto que la
historia social es abierta a resultados posibles, aunque objetivamente siempre
existen probabilidades, los tiempos históricos no están pre-destinados.
De acuerdo con Netto, esta intervención más sistemática del Estado
ante las violentas manifestaciones de la “cuestión social”, aunque en función de
la preservación de los intereses del gran capital monopolista, no se realiza
como un proceso lineal, puramente mecánico, donde la clase trabajadora
representa el papel de objeto pasivo en la integración societaria al capitalismo,
éste visto como un “horizonte insuperable”. Lejos de esto, su procesamiento
contradictorio, también, marca conquistas (mas o menos parciales y
significativas) para las clases trabajadoras. Para el autor: “la madurez política
del proletariado y de sus organizaciones de clase, tiene uno de sus indicadores
en la comprensión del potencial contradictorio de las políticas sociales” (Netto;
1992: 30; traducción nuestra).
La cuestión se tensa cuando se reconoce el hecho de que, con la
reorganización capitalista que acompaña el tránsito de la fase competitiva
inicial a la imperialista, amplios sectores de las clases trabajadoras
especialmente en el centro” logran materializar importantes conquistas en el
Estado, a través de la institucionalización de derechos sociales, como resultado
de sus luchas reivindicativas, al mismo tiempo, sin desconsiderar que el precio
de tal inclusión negociada”, es aceptar el mundo burgués y la explotación
capitalista del trabajo
164
.
164
Por otra parte, cabe la pregunta por la posibilidad actual de una modalidad tal de resolución
de las contradicciones sistémicas. Si bien se mostró muy eficiente en aquél momento agudo de
crisis, donde se llegó a poner realmente en riesgo la continuidad del orden, no alcanzó a tocar
Desde el punto de vista de la totalidad social, es con el periodo histórico
caracterizado por la asociación del capital financiero y el industrial que marca
el pasaje del capitalismo competitivo al monopolista (o al imperialismo) –,
ocurrido entre las tres últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX,
que se produce una enorme concentración de capitales capaces de promover
una segunda revolución industrial, y de crear las condiciones históricas que
posibilitan un nuevo modo de intervención estatal en la sociedad, de una
naturaleza cualitativamente distinta a las anteriores
165
.
En este marco, son elaboradas las teorías reformadoras del capitalismo,
donde se le atribuye un protagonismo inédito al Estado en el enfrentamiento de
la “cuestión social”, reforzándose su orgánica funcionalidad al sistema. Como
resultado, se registra que tanto la intervención como la propia materialidad del
Estado se tornan más complejas y sofisticadas, con la fase monopolista del
capitalismo.
Esta profunda metamorfosis experimentada por el Estado moderno
donde, al mismo tiempo que mantiene algunas de sus funciones básicas,
desarrolla otras nuevas – y la nueva modalidad asumida por sus intervenciones
(en tanto agente administrador y regulador de la sociedad por excelencia),
contradictoriamente, crea la posibilidad para que las clases subalternas, por
medio de diversos procesos político-organizativos, logren materializar algunas
reivindicaciones y conquistar derechos. Esta forma de intervención sobre la
“cuestión social” (más allá de la represión), a partir de la consolidación mundial
del capitalismo industrial y su pasaje a la fase monopolista, se trazaba como
las bases esenciales generadoras del desequilibrio, las cuales no fueron eliminadas. Sólo
fueron alargados los rgenes de maniobra donde las contradicciones inherentes a la lógica
del capital podían funcionar algún tiempo más. Por esto, aquella “salida” no podía ser más que
transitoria, desmoronándose luego, cuando el sistema necesitó “ajustarse” nuevamente, pero
esta vez sin tanta capacidad de “absorber” los conflictos que su lógica produce.
165
Desde finales del siglo XIX, y como respuesta a la crisis económica, el capitalismo inicia su
segunda revolución industrial. Esta consiste fundamentalmente en la sustitución de la máquina
a vapor por las eléctricas o las movidas a combustión; la creación de la radio-comunicación, la
electrónica, la aerodinámica, etc. Con base en la “línea de montaje se desarrolla la producción
en masa para un consumo masivo. Se producen así, ganancias crecientes de productividad y
una gran expansión del excedente económico” (Cf. Abreu; In Borgianni; Guerra; Montano;
2003). Esta nueva organización del capitalismo, esa coyuntura histórica, permitirá efectuar
ciertos niveles de redistribución de la riqueza, aunque por un tiempo bien reducido y no sin
crisis, amortiguando las luchas de clases e intentando integrarlas orgánicamente al cuerpo
institucional estatal.
horizonte la construccn de “consensos sociales” entre las clases, procuraba
dotar de legitimidad al Estado burgués seriamente cuestionado, amenazado,
por la intensificación de los antagonismos y las luchas sociales.
Fue a partir de esta respuesta estratégica” del conjunto de las clases
dominantes que, por primera vez en su historia, la sociedad del capital
consiguió efectivamente grados significativos de estabilidad, de acumulación
tranquila, especialmente en los países “centrales al menos por algún
tiempo. Podría afirmarse que esta forma de Estado (ampliado), correspondiente
con el momento de auge expansivo del capitalismo, de aceleración y
consolidación de su ascenso histórico, centra sus preocupaciones en el logro
de la “integración” social, de la “cohesión” del todo, como contra-tendencia más
efectiva para enfrentar sus propias contradicciones - y, claro, a toda “amenaza
de instauración de otro modo de organización de la vida social alternativo al
capital.
Sin embargo, esto no puede llevarnos a pensar que la intervención del
Estado se origina en esta fase. Por el contrario, desde los propios orígenes,
esta instancia tuvo un papel fundamental en la emergencia del sistema mundo
del capital. El Estado siempre intervino en el capitalismo; y este último es
impensable sin el primero. Originariamente, la intervención del Estado se
limitaba a garantizar las condiciones llamadas “externas” de la producción
(estaba “fuera de la fábrica” y “fuera del mercado”), apenas superando muy
ocasionalmente esta frontera. Esto determinaba que, en esa fase, el tipo de
intervención sobre los conflictos emergentes del movimiento contradictorio del
orden capitalista léase, su intervención sobre las manifestaciones de la
“cuestión social” se caracterizase por trazos marcadamente a-sistemáticos y
emergenciales, dispersos y episódicos.
Distintamente, en su fase monopolista, el Estado además de preservar
las “condiciones externas” de la producción
166
, incide en la organización de la
dinámica económica desde adentro
167
, y lo hace de forma continua y
166
Se entiende por condiciones “externas” aquellas que dicen respecto a las bases que
sustentan el orden social del capital, particularmente, la existencia de propietarios y no
propietarios de medios de producción; esto es, la garantía por la reproducción de las
condiciones que posibilitan la valorización del capital.
167
En el capitalismo competitivo, la “cuestión social” era objeto de intervención estatal en la
medida en que la conflictividad de la movilización de los trabajadores amenazaba el orden
sistemática (Cf. Netto; 1992). El eje de su intervención en dicha fase, pasa por
contribuir activamente en el logro de un nivel adecuado de ganancia del
capital
168
.
Puede afirmarse, entonces, que la refuncionalización del Estado en el
contexto del capitalismo monopolista se explica por la agudización de las
dificultades que enfrenta la reproduccn ampliada del capital. Éste, una y otra
vez amenazado por los conflictos sociales que emergen como resultado de su
funcionamiento contradictorio, buscará construir fuerzas que puedan operar
como contra-tendencias para las crisis, para lo cual comenzará a exigir una
estructuración más sutil, menos espontánea, más profunda, planificada y
abarcadora de su instancia complementar más avanzada: el Estado.
Así, en el capitalismo de los monopolios, tanto por el refuerzo de las
exigencias de la acumulación como por la consolidación política de los
trabajadores y su proyecto de clase, la reproducción socio-metabólica del
sistema se realizará a través de nuevos mecanismos, buscando ampliar el
mínimo de estabilidad social. Esto es, con la entrada en su fase monopolista,
para garantizar un funcionamiento adecuado a la tasa de ganancia, el
capitalismo precisa redefinir estructuralmente su organización buscando,
además, recomponer su legitimidad. Con esta trayectoria, se dice, el
capitalismo internaliza la “cuestión social y pasa a tratarla de forma
sistemática, organizada, planificada. Esto es, la enfrentará de forma estratégica
a través de diversos dispositivos de intervención, creados con la función de
responder eficazmente a las múltiples manifestaciones que emanan de aquella
dispositivos sociales y políticas diseñadas y ejecutadas por agentes
específicos, entre los cuales, el Servicio Social.
social, o, al límite, se veía amenazada la afluencia de fuerza de trabajo al mercado. De una u
otra forma, la intervención estatal se presenta allí como una intervención desde el “exterior” de
la producción, no está internalizada por el funcionamiento capitalista; no están creadas todavía
las condiciones que hacen indispensable una intervención estatal en lo social, más orgánica al
funcionamiento del sistema.
168
La reposición de las contradicciones propias de la acumulación y valorización del capital en
la “edad monopolista” del capitalismo, hace que éstas se presenten s agudizadas y
violentas. Por esto, el orden capitalista debe reconfigurarse permanentemente para dar
respuestas a los conflictos que su desarrollo genera. Se crean así, diversos mecanismos
económicos, ideológicos y políticos que, activados al interior del todo social, funcionan como
contra-tendencias a las tendencias críticas del capital. Estas respuestas, por la agudización de
las contradicciones y los complejos de problemas, se tornan cada vez más sofisticadas.
En síntesis, podemos decir junto a Netto (1992) que, con la entrada en
su fase monopolista, el capitalismo tiende a ordenar la vida social de forma que
ningún intersticio de la misma (tanto la vida pública, como la privada) escape
de su influencia. La tendencia manipuladora que le es propia desborda el
terreno estricto del espacio de la producción (la brica, la empresa) y pasa a
intervenir en la circulación, en el consumo, en fin, en todos los ámbitos de la
vida social, produciendo una “inducción comportamental” que se esparce por la
totalidad societaria buscando penetrar la existencia de los individuos,
moldeando su sociabilidad, adecuándola a las exigencias reproductivas del
socio-metabolismo del capital. De esta forma, para el autor, es la propia
cotidianeidad la que pasa a ser administrada
169
.
Las políticas sociales del “capitalismo organizado”
Entendemos, junto a Behring (1998), que la “Ley del valor” es
constitutivamente histórica; tiene la capacidad de expresar las relaciones
sociales de producción (capitalistas) en un determinado periodo histórico. Hoy,
la misma se materializa en la combinación de la producción/extracción de
plusvalía absoluta y relativa, que son obtenidas a través del aumento
“extensivo” e “intensivo” (combinados) de la “utilización productiva”
(explotación) del trabajo humano vivo. Dicha combinación, al tener como
finalidad “suprema” el aumento de la “productividad” del capital, su efectividad,
paradójicamente provoca una intensificación sin precedentes de los “procesos
de trabajo”. En otras palabras, a partir de dicho aumento de las capacidades
socio-productivas creadas por la humanidad, bajo la actual organización de la
producción material de la vida social, el proceso de reproducción del ser social
parece orientarse hacia la barbarie (Cf. ídem: 164).
De acuerdo con esta autora, la gran crisis capitalista de 1929-1932, que
es el ápice de un largo periodo “depresivo”, hace que la burguesía pierda
confianza en los “automatismos” infalibles del mercado. El conjunto de
169
De acuerdo con este autor, lo privado no desaparece sino que se metamorfosea, producto
del ingreso de la organización monopólica en ese ámbito. Así, la mercantilización universal de
las relaciones sociales cobra nuevo impulso por medio de los servicios que se crean e invaden
lo privado.
camadas de la clase capitalista comienza a percibir lo complicado de tener que
enfrentar otra crisis similar la de 1929, con esa intensidad y extensión, en un
escenario mundial donde, pese a sus inmensas limitaciones, la Unión Soviética
y el “comunismo” parecían consolidarse. Así, la “contestación burguesa” al
liberalismo la “revolución keynesiana” se inspiró en los resultados
demostrados por el New Deal norteamericano, como respuesta a la traumática
crisis capitalista de 1929.
Esa respuesta del capital a su crisis consistió en la articulación de un
complejo de medidas anti-crisis” capaces de prevenirlas, buscando revertir el
ciclo económico cuando este muestre sales de agotamiento o de mal
funcionamiento. Se buscaba regular los ciclos de reproducción del capital,
evitando las crisis. Se pensaba que era posible estabilizar al sistema capitalista
y administrar reguladamente su despliegue (el “crecimiento” en el capitalismo,
un verdadero “fetiche”), a través del control y organizacn del ciclo económico.
Esto, y la proclama de laintervención del Estado”, rompe la ortodoxia liberal y,
preparando el terreno de un cambio ideológico, de valores, se legitima la idea
de contener (vía intervención estatal) la depresión de la “demanda”, esto es, del
consumo. Recordemos, dirá la autora, que la misma es expresión de la
“especulación empresarial”, desde el momento que los capitales evalúan que
obtendrán, por tal operación, un retorno” inferior al esperado. Así, la
especulación económica se encuentra en la raíz de estas desestabilizaciones.
Con tales medidas, se buscaba amortiguar los efectos de las crisis
cíclicas de “súper-producción”, “súper-acumulación” y “sub-consumo”,
intrínsecas al movimiento de producción-reproducción del capital. Se creía que
con la implantación de las mismas se podría reducir las intensidades y los
daños de las crisis. Será justamente en este contexto donde emergen las
políticas sociales, acompañadas de una serie de medidas que se encuadran en
el marco de la política keynesiana de elevar la “demanda global” a partir de la
acción del Estado, a partir de la “planificación económica”; la intervención en la
relación capital-trabajo a través de la política salarial y el control de precios; la
política fiscal; la oferta de créditos y de tasas de interés (Cf. ídem: 166).
Ahora, ¿cl es el papel de la política social en el conjunto de
estrategias y técnicas anti-cíclicas canalizadas a través del poder público
que buscan contener la caída de la tasa de ganancia del capital, a partir del
control” sobre el ciclo del capital?
Sabemos que, a partir de 1929, formando parte del conjunto de contra-
tendencias del capital a su lógica crítica inmanente, surgen y crecen los
seguros sociales como expresiones de un nuevo patrón de “protección
social. Inicialmente, como repuesta a presiones de los trabajadores, las
mismas emergen para enfrentar el desempleo, la invalidez, las enfermedades,
la vejez, buscando superar la caridad y la beneficencia privadas. Son creadas
“Cajas” para cubrir las pérdidas; se crean fondos para paliar todo tipo de
pérdida de salario. En este marco, va instalándose una concepción de
Seguridad Social, al mismo tiempo que un sentimiento de clase impregnará
los análisis y los programas de las organizaciones de trabajadores las cuales
trababan de evitar por todos los medios la producción de un sub-proletariado
que pese sobre el salario (Cf. ídem: 167).
El Estado (“gestor anti-crisis”) implementará sistemas nacionales de
Seguridad Social cuya enorme mayoría estarán sustentados menos a través de
contribuciones “progresivassobre las ganancias, y más por contribuciones de
los propios trabajadores, por la vía del descuento obligatorio. Por otra parte, el
volumen de dinero que estos fondos representan, muchas veces, es utilizado
(“desviado”) por el Estado para financiar diferentes modalidades y dispositivos
“anti-crisis” es, de hecho, una especie de “préstamo” de los trabajadores al
Estado que, en última instancia, acaba también produciendo la baja de la
demanda total”.
Para la Escuela Regulacionista, la política social es un componente
básico de la “relación salarial” que busca regular la reproducción de la fuerza
de trabajo. El “seguro de desempleo”, por ejemplo, así como el conjunto de los
Programas de transferencia de ingresos, las diferentes modalidades de
“subsidios, son formas de la política social que buscan evitar la caída brusca
del consumo.
En la inmediata pos-II Guerra, con la multiplicación de los presupuestos
nacionales para la industria militar para no perecer en la llamada “guerra fría”
–, las políticas sociales verán una ampliación y generalización significativa,
tornándose “el modelo de desarrollo” social que marca el periodo de “los
años de oro” del capitalismo. Ahora, es importante resaltar que esa redefinición
de las funciones y de las modalidades de intervención del Estado no limita su
alcance a lo social (a través de los “seguros” y las políticas sociales), sino que
lo desborda ampliamente por ejemplo, al financiar ciertas inversiones de la
actividad económica privada, a través de los subsidios para la compra de
equipamientos, entre otros.
A pesar de su éxito relativo, como dijimos, la “estrategia keynesiana”
encontró límites estructurales. En el análisis de esta autora, la búsqueda de
súper-lucros que impulsa el proceso de innovación tecnológico y su
generalización –, sumado a la ampliación de la resistencia política de los
trabajadores y a la intensificación de la monopolización” del proceso de
concentración del capital, son determinaciones fundamentales que asisten al
nacimiento de la “nueva depresión” que se declara a finales de 1960. El mar de
“deudas” y el galope de la inflación se tornaron agravantes de las
contradicciones propias del capitalismo y precipitaron su crisis estructural
(ídem: 169).
4.2. Para pensar las determinaciones contemporáneas de la profesión
¿En qué medida las profundas metamorfosis que afectan al Servicio
Social en la contemporaneidad expresan la profundización de las
contradicciones inherentes al socio-metabolismo del capital? ¿Qué tipo de
sociabilidad es creada por el capitalismo en la fase actual de la crisis
estructural? Al buscar respuestas a estas preguntas, la escena social actual se
revela asustadora. Una vez que el capitalismo triunfó, en tanto proyecto
societario, y se mundializó efectivamente, la producción destructiva parece
afirmarse en detrimento de las energías civilizatóriasy la barbarie se instala
como momento permanente de la vida social.
En respuesta a su crisis estructural, el llamado neoliberalismo emerge y
se afirma históricamente a partir del triunfo mundial del proyecto societario del
capital, tomando cuenta de casi todo el planeta. A partir de la derrota impuesta
a los movimientos sociales críticos del status quo, los proyectos emancipatórios
viven tristemente su desagregación, muchos de los cuales van a redefinir sus
contenidos a la luz de la realidad producida por los “nuevos” tiempos.
El “pacto social” parece imposible para la actual voracidad de las
sociedades de mercados; las diversas “flexibilizaciones” aplicadas a partir del
ideario neoliberal, han redundado en un severo deterioro de la vida social de la
enorme mayoría de la población del mundo, que se traduce en muertes “antes
de tiempo”. El significativo retroceso político de los proyectos emancipatórios
dificulta la consolidación de experiencias “más allá del capital”, las cuales, por
su parte, son referencias necesarias para pensar formas de sociabilidad
alternativas históricamente viables.
El proyecto profesional crítico del Servicio Social precisa investigar la
evolución de estas tendencias, que ponen en juego su naturaleza”, su
significado social-histórico, su funcionalidad socio-técnica y política. De allí la
necesidad de realizar un análisis crítico sobre los principales dilemas y desafíos
profesionales para el futuro próximo, de indagar los nexos entre dichas
transformaciones profesionales y la presente crisis estructural del capitalismo.
En síntesis, se trata de situar históricamente al Servicio Social en el contexto
capitalista contemponeo para, desde allí, comprender los principales dilemas
que lo desafían.
4.2.1. La particularidad de la “cuestión social” contemporánea
Podemos afirmar junto a Iamamoto, que, el problema esen:
“[...] congelar las categorías analíticas en la búsqueda in gloriosa
de su ‘aplicación’ a la realidad, en lugar de concebirlas como
resultado necesario de un movimiento de la razón crítica para la
aprehensión del proceso histórico en su multi-dimensionalidad, re-
elaborándolo en la esfera del pensamiento mediante el recurso de
la abstracción, traduciéndolo como concreto pensado, imprimién-
dole inteligibilidad” (Iamamoto; 2003: 71).
Son varios los autores en el ámbito del Servicio Social, que vienen
alertando sobre la necesidad de actualizar el análisis y la comprensión de la
“cuestión social”, en tanto basamento objetivo de la demanda profesional. De
acuerdo con la autora citada, hoy presenciamos una renovación de la vieja
“cuestión social”, la cual está inscripta en la propia naturaleza de las relaciones
sociales capitalistas. Bajo otras formas, la nueva “cuestión social expresa la
variación de las condiciones socio-históricas que están en la base de su
proceso de producción-reproducción.
En esta línea, el actual contexto de “globalización” económico-financiera,
de la producción y de los mercados, de las formas de la política y de la cultura,
bajo el predominio del capital financiero internacional, imponen profundas
alteraciones en las bases históricas que mediatizan la producción-reproducción
de la llamada “cuestión social”, particularmente en los países periféricos (ídem:
67-68). Entonces, ¿cuáles son estas nuevas mediaciones históricas que
reconfiguran la “cuestión social en la contemporaneidad, en esta nueva fase
de la acumulación capitalista?
Diferentemente de la enorme mayoría de los análisis sociológicos de la
“cuestión social”, aquí la misma es entendida como un resultado (y expresión
objetiva) de la maduración de las contradicciones inherentes al sistema-mundo
del capital, como un conjunto de manifestaciones histórico-concretas de las
mismas. Partimos de la premisa de que el trazo distintivo fundamental que
presenta la llamada “cuestión social” en nuestros días, está estrechamente
vinculado al corriente proceso de barbarización de la vida social. La “cuestión
social contemporánea se particulariza al expresar las contradicciones
renovadas del sistema del capital, las cuales emanan de su fase en crisis
estructural. La premisa es que dicha producción de barbarie se constituye
como la sustancia que particulariza la “cuestión social” de nuestros días
170
.
Debido a su potencial desestabilizador y “explosivo”, la misma viene
siendo objeto de serias preocupaciones en el conjunto de las clases
dominantes, de las diferentes latitudes del mundo. El problema de buscar una
administración “adecuada”, satisfactoria, para estos efectos “no-deseados” del
funcionamiento sistémico, cobra destaque en las agendas gubernamentales.
Así, descifrar la “cuestión social” contemporánea se torna imprescindible,
preguntarse por cómo enfrentar de modo eficaz sus trazos barbarizantes, cómo
y qué “gestionar” en medio de lo que aparece como un proceso (desigual y
combinado) de desmoronamiento de un conjunto de valores societarios que
operaban como pilares fundamentales, como cimientos del orden burgués. O
170
Recordemos que la barbarie de nuestra época comporta la trágica paradoja, la triste
cualidad, de ser resultado del propio progreso, del estado de mayor maduración, de más plena
realización del modo de producción capitalista, y no una falla”, una anomalía, del mismo.
sea, ¿cómo “administrar” una crisis infinita que, como un espiral descendente,
sumerge la humanidad en la barbarie? Esta realidad no es lo el duro
presente que desafía a los países periféricos, también resulta uno de los
dilemas principales de los países capitalistas desarrollados.
En esta perspectiva, Iamamoto (2003: 69 y ss.) señala cuatro vectores
principales que mediatizan las transformaciones societarias en curso y
reconfiguran la llamada “cuestión social”, determinando hondas redefiniciones
para la profesión de Servicio Social. Primeramente, se destaca el proceso
macro-societario sufrido por el sistema-mundo del capital en su fase de crisis
estructural, caracterizado por la acentuación de la financierización global de la
economía capitalista – una característica distintiva del funcionamiento sistémico
en los últimos 30 años, que responde y resulta de la peculiar respuesta
elaborada por el sistema para su crisis.
Dicha financierización del capitalismo, favorecerá las inversiones
especulativas en detrimento de las productivas, lo que implicará
resquebrajamientos en las condiciones y en la amplitud del empleo, y el
consecuente recalentamiento de la llamada “cuestión social” lo que se verá
agravado, además, con las restricciones derivadas sobre las políticas sociales
públicas.
En segundo lugar, aunque no menos importante, se destaca el proceso
de re-estructuración de la producción capitalista, que básicamente consiste en
la transicn del llamado patrón fondista-keynesiano para lo que Harvey (1993)
ha llamado “acumulación flexible”. Este proceso de flexibilización de la
producción que afecta al conjunto de las relaciones sociales y que forma
parte del elenco de respuestas estructurales del capital a su propia crisis
implica severas transformaciones en los procesos de trabajo, en el mercado de
trabajo, en las reglamentaciones y derechos sociales, en el consumo de los
diferentes segmentos sociales, etc.
Las formas y la profundidad de la lucha sindical se ven seriamente
resentidas en ese contexto de recesión ecomica y alza del desempleo. El
aumento de la competencia en un mercado “globalizado” exige una carrera
incesante por la reducción de costos de producción (lo que no siempre va
acompañado de un aumento de la calidad), en función de abaratar las
mercancías y viabilizar su realización, repercutiendo sobre la clase que vive de
la venta de su única propiedad: su capacidad de trabajo.
Reduccn de salarios; precarización de las condiciones de ejercicio del
mismo; alto índice de desempleo “estructural” debilitan las luchas sindicales.
Así, bajo el manto del neoliberalismo, en su “auge”, nos hemos cansado de ver
mo eran desmontadas conquistas y derechos conquistados a través de
luchas históricas del movimiento de los trabajadores –, en función de
“oxigenar”, de recomponer, el nivel de las tasas de ganancias del capital,
ofreciéndole condiciones más propicias para re-vigorar su proceso de
acumulacn ampliado. De este modo, la re-estructuración productiva del
sistema del capital como dijimos, en respuesta a su propia crisis se torna
una mediación histórica que redefine la llamada cuestión social”,
particularizando sus formas de expresión en la contemporaneidad.
En tercer lugar, cabe señalizar las radicales metamorfosis que sufre el
Estado moderno del capitalismo con la aplicación de la programática neoliberal.
La intervención estatal se vuelca abiertamente al servicio de los intereses
privados, favoreciendo casi exclusivamente al conjunto de las clases
dominantes. Se proclama la reducción de la intervención del Estado ante la
“cuestión social” en funcn de no interferir en el libre funcionamiento auto-
regulador del mercado”, así como el recorte de los “gastos socialesestatales –
léase, políticas sociales públicas como salida para alejar los fantasmas de la
crisis fiscal y la inflación. El resultado, dirá Iamamoto (ídem: 70), es un rreo
proceso de privatización de “lo público”.
Finalmente, es importante resaltar cómo todas estas transformaciones
societarias afectan las propias formas de la sociabilidad. El mercado y su
racionalidad pragmática, productivista, competitiva, que exalta la rentabilidad
y la eficiencia (en términos capitalistas) , erigido como el regulador más apto
de la vida social, es responsable por la creación de una sociabilidad basada en
una mentalidad utilitarista-individualista.
Las tendencias hacia la “naturalización” del proceso social son
acentuadas y complementadas con los llamados moralizantes para el ejercicio
de una solidaridad tan abstracta y a-histórica, como inocua en el
enfrentamiento del recrudecimiento de las necesidades sociales. En un clima
de “malestar acostumbrado”, reforzado por la in-certeza y la desesperanza, las
relaciones sociales predominantes en la contemporaneidad subordinadas a
las leyes cada vez más ciegas del mercado constituyen un tipo de
sociabilidad cimentada sobre la triste realidad del individuo aislado.
En la actualidad del capitalismo, el crecimiento industrial ya no genera
empleo; la reestructuración productiva en curso, se constituye como una
contra-tendencia que inhibe las eneras de la “inclusión social” real. Resulta
suficientemente claro el hecho de que el desarrollo industrial hoy, se efectúa
sin una ampliación sustantiva y significativa del empleo formal, esto es, de las
relaciones contractuales de trabajo propias del capitalismo históricamente
ascendente. Entendemos que este es el núcleo problemático que está en la
base del proceso actual de degradación de la vida social que afecta a mas de
las ¾ partes de la humanidad. Desde nuestra perspectiva, allí reside
precisamente la dinámica contradictoria propulsora de las tendencias
crecientemente bárbaras emanadas por el sistema; es ese proceso irracional,
ciegamente deshumanizador, el que en la actualidad se coloca como dula
de la barbarización societaria “naturalizadamente” en curso.
La victoria del pensamiento reaccionario en nuestros días puede verse
claramente cuando nos convencemos de que las relaciones formales de trabajo
se tornan un peso muerto para el dinamismo económico, por lo que es preciso
desmontarlas, flexibilizarlas. No logra verse que en la base de este
pensamiento, esla idea de que aún la industrialización implica ampliación de
empleo y puede serlo en escala masiva. Por otra parte, está subyacente la idea
de que la urbanización y las relaciones formales-contractuales de trabajo son
posibles y necesarias. Es esto, justamente, lo que el capitalismo ya no logra
garantizar. La precipitación de su última gran crisis, en la primera mitad de la
década de 1970, ha implicado un constante “hundimiento en la crisis
estructural.
Las refracciones contemporáneas de la “cuestión social “materia
prima” u objeto de la intervención profesional – son el reflejo de las implicancias
de allí surgidas. Esto equivale a decir que dichas refracciones, a través de
diferentes formas, no expresan otra cosa que el desmoronamiento gradual de
las condiciones de reproducción “regulada”, expansivas e integradoras, que el
socio-metabolismo del capital logró construir en su fase inmediata anterior. Por
esto, pretender reinstaurar los modelos industrialistas anteriores a 1970 se
tornaría “reaccionario”.
Estado neoliberal en la periferia latinoamericana
Por su parte, el Estado, si analizado histórico-concretamente, no asume
la misma fisonomía en todos los pses de las diversas zonas del mundo; los
Estados de los países desarrollados, por ejemplo, asumen formas muy
diferentes a los de las periferias. Se trata, justamente, de captar las
particularidades históricas que el Estado asume, las que, al mismo tiempo,
expresan formas históricamente determinadas de organizar la subordinación
del trabajo al capital.
Si observamos la configuración estatal que complementó a la
implantacn del neoliberalismo en los países del capitalismo central, veremos
que dista mucho de la de las regiones “subdesarrolladas”. Mientras que en el
centro capitalista el pasaje del Welfare State para el Estado neoliberal que
implica el desmonte de consensos, de la construcción de compromisos sociales
–, coincide con una política monetarista y de subsidios a las nuevas industrias
en desarrollo y con una Seguridad Social de mayor selectividad (en cuanto a
sus políticas educativas, asistenciales), en las periferias, los procesos de
“ajuste estructural implementados “sin anestesia” han provocado impactos
societarios catastróficos.
La respuesta a la actual industrialización destructora de fuerza de trabajo
humana que crea una masa de “parias” estructurales y que no hacen más
que agudizar la mencionada “cuestión social” se limita al enfrentamiento de
las manifestaciones sociales más críticas de la crisis estructural, por medio de
la generalización de programas asistenciales, dentro del conjunto de
dispositivos desplegados para contener a los “excluidos estructurales”
indispensables para “administrar la barbarie” en curso. La afirmación de la
actual tendencia a restringir la Seguridad Social a la Asistencia que viene
siendo fuertemente denunciada en Brasil por la categoría profesional –,
tornando esta última la respuesta principal ante las refracciones de la “cuestión
social contemporánea, es funcionalmente adecuada y compatible con las
políticas neoliberales; un complemento necesario para neutralizar las
manifestaciones más “explosivas” que aquella produce.
Si parece imposible restituir el modelo productivo industrial de pleno
empleo, también parece inviable reconstruir el llamado “Estado de Bienestar
Social”, propio del capitalismo central de la segunda pos-guerra. El capitalismo
contemporáneo parece ya no soportar aquel tipo de tributación social en que se
basara aquella “regulación macro-societaria”, ni admite planificación duradera
que represente un freno a la libre acumulación monopolista del capital. Desde
esta perspectiva, el “Estado de Bienestar Social”, en tanto modelo de
regulación de la economía por la política, habría sido históricamente superado.
El relativamente corto tiempo en que vigoró esta tendencia sistémica al
bienestar” (o la minimización de las manifestaciones más crueles de la
explotación capitalista de la fuerza humana de trabajo), que corresponde y
expresa una fase tremendamente expansiva del capitalismo en escala mundial,
esencialmente, se constituye como un complejo sistema de mediaciones que
busca efectuar una reglamentación política sobre algunos dominios del capital.
Es justamente a esto que el capital hoy se torna impermeable.
Por su parte, el Estado neoliberal”, mínimo para lo social”, ha
demostrado que no consigue contener y regular los conflictos socio-políticos
que emanan del avance de la acumulación global del capital, en su fase de
mayor maduración de sus contradicciones inmanentes. El llamado desmonte
del Estado, especialmente en América Latina, lejos de llevar hacia una
prosperidad creciente para las mayorías sociales, diferentemente de producir
escenarios sociales de mayor tranquilidad, tal como se esperaba, en verdad
significó un auténtico proceso regresivo para la vida social, un verdadero
proceso de barbarización de estas sociedades. De las promesas de progreso,
de civilización, no quedan más que lejanos ecos.
Al contrario de lo pregonado por los apologistas neoliberales, por sus
quitos y sus adeptos, el balance histórico de su efectivización sobre buena
parte de la población del planeta (desigual y combinadamente), se revela
verdaderamente trágico. La tan celebrada caída del Muro de Berlín, que
removía el gran obstáculo para la paz y el desarrollo infinito del capitalismo, en
vez de apaciguar las crisis y de producir niveles crecientes de emancipación y
felicidad social, sumerge al conjunto de la humanidad en angustiantes
preguntas acerca de las peligrosas tendencias que están marcando el futuro de
la humanidad, las que se presentan con contradicciones y limites diciles de
controlar dadas las actuales exigencias reproductivas del socio-metabolismo
del capital. El mismo, mientras más crece, mientras más devora los espacios
que quedan “por fuera”, más salvaje y violento se torna. En síntesis, con la
crisis estructural del capital en función de dar respuesta a la misma es
alterada radicalmente la modalidad de intervención socio-estatal ante las
expresiones de la “cuestión social”.
Por esto, es imprescindible partir del reconocimiento de cómo el conjunto
de políticas que constituyen la programática neoliberal ha transformado a
Nuestra América en los últimos treinta años. En este sentido, el conjunto de
trasformaciones societarias operadas en la enorme mayoría de los pses
latinoamericanos desde la década de 1970, estructuradas en el marco de la
respuesta del capital a su aguda crisis de esos años y reunidas bajo el nombre
de “modelo neoliberal impulsado por los organismos internacionales de
crédito, como “un nuevo plan que nos permitiría superar (de una vez por todas)
el sub-desarrollo –, redundaron en una verdadera catástrofe societaria para las
mayorías sociales del continente, sumergiéndolas en procesos de
“barbarización” de la vida social que se arrastran hasta nuestros as.
Son dramáticamente evidentes las secuelas provocadas por la
aplicación férrea del recetario neoliberal en Nuestra América desde la gran
crisis de la década de 1970. Como respuesta, emerge el neoliberalismo, cuya
significación socio-histórica para nuestros pueblos se revela como un
monumental proceso socialmente regresivo. El neoliberalismo, ontológicamente
analizado, representa la “violencia necesaria” del sistema antagonista del
capital, a la cual debe recurrir para enfrentar los límites crecientes que
encuentra para reproducirse, para mantener sus lucros en niveles adecuados.
Más de 30 años de políticas neoliberales en el continente, preanuncia el papel
reservado para países periféricos como los nuestros, ante las nuevas y más
potentes crisis capitalistas que vendrán.
Concomitantemente, dicha “catástrofe socialprovocada por las políticas
neoliberales, especialmente en la década de 1990, contradictoriamente,
proporciola emergencia de diversas fuerzas sociales, grupos y sectores de
clase, que se disponen a resistir las envestidas del imperialismo, en sus
diversas tácticas y expresiones nacionales. Lo que viene vivenciando América
Latina en los últimos tres lustros, es un claro proceso de emergencia y
explicitación de las luchas sociales; un auténtico movimiento de re-ascenso de
los conflictos y las luchas a lo largo y ancho de todo el continente. A su vez,
esto ocurre luego de la fase de terror de Estado que, desde las décadas de 60,
70 y parte de 1980, fuera aplicada por las elites dominantes locales, en
estrecha asociación con el imperialismo norteamericano, para contener la
radicalización y la progresividad alcanzada por las luchas de liberación.
Este ascenso del ciclo de luchas sociales pos-terrorismo de Estado y
pos-neoliberalismo – se difunde continentalmente, provocando procesos de
unificación e identificaciones. La unidad de la resistencia al imperialismo, en su
moldura neoliberal, se presenta cada vez más claramente como el nexo más
claro que define la unidad de Nuestra América, con capacidad (real y potencial)
para amortiguar y, tal vez, revertir el genocidio económico que azota a la región
desde su génesis y, particularmente, en las últimas trescadas.
Debe quedar claro, entonces, que el neoliberalismo no es apenas un
modelo injusto de acumulación económica y distribución de la riqueza, el cual,
con la sola existencia de “voluntad política” gubernamental, cilmente y en
cualquier momento, podría ser reemplazado por otro. El neoliberalismo es, ante
todo, el resultado histórico de los grandes enfrentamientos sociales y políticos
que conmocionaron el mundo en las décadas de 1960 y 1970, que portaban
una carga de explosividad asustadora para la manutención del orden social. Y
es la fase “posible”, “necesaria” del capitalismo contemporáneo, en crisis
estructural; es la forma adecuada a las actuales condiciones del sistema del
capital, en su actual estado de reproducción metabólica. No es, como nos han
querido hacer creer, una nueva etapa más avanzada que expresa la evolución
natural de la sociedad, el progreso. El neoliberalismo es la sociedad “posible”
del capitalismo en “crisis estructural”; se configura como la respuesta a la crisis
de valorización, teniendo para esto que vencer las posiciones más críticas de
las fuerzas que pretendían superar la explotación del hombre por el hombre,
como su médula.
Por otra parte, pensar al neoliberalismo como una fase histórica de
regresión social que en América Latina se expresa de modo particularmente
crudo, como en el resto de la periferia del sistema –, que homogeneiza la
región mediante la producción del pauperismo, no debe ser entendido como un
proceso mecánico, que se repite idénticamente en cada uno de los pses
latinoamericanos. Evidentemente, existen particularidades locales, nacionales,
regionales; existen diversas experiencias de aplicación de las recetas del
“Consenso de Washington”, que determinan tiempos y profundidades de las
“contra-reformas” operadas, y despiertan diferentes reacciones socio-políticas
contestatarias.
Entretanto, digamos que nos interesa detenernos en las tendencias
unificadoras producidas por esta fase social regresiva del capitalismo. Esto,
porque esta fase neoliberal revela un proceso que profundiza los problemas de
la periferia, puesto que es allí donde el sistema intenta obtener “oxígeno” para
respirar en sus crisis de desvalorización. Es en las periferias del sistema donde
primeramente se descarga el peso destructivo y cada vez más violento de las
crisis del capital; sobre éstas han sido realizados históricamente los ajustes
estructurales” necesarios para la renovación del vigor de la acumulación y la
recomposición de la tasa de lucros. El problema que nos acucia es que las
exigencias de valorización del capital monopolista están exigiendo una
barbarización efectiva de la vida social en América Latina.
En este sentido, la comprobada contundencia del fracaso neoliberal”
como “promesa civilizatória” coloca en pauta la necesidad de brindar
alternativas. Hoy podemos encontrar en América Latina procesos sociales y
fuerzas de resistencia a los procesos de la expansión insaciablemente
imperialista del capitalismo maduro, laboratorios de experiencias pos-
neoliberales que se presentan cuestionando firmemente aquellas bases de
organizacn socio-económica y política. En “nuestra América” se vienen
procesando agitadas jornadas de lucha social, las cuales se expresaron
intermitentemente en el periodo pos-dictaduras militares y fueron ganando
intensidad al ritmo de una nueva fase de agudización de las contradicciones
sistémicas y de alcance de la activacn de sus “limites estructurales”
171
.
171
Podemos encontrar ejemplos muy claros de esto en la “revolucn bolivariana” de Venezuela, así
como en la victoria política de los pueblos andinos en Bolivia; y Cuba que forma parte de este
bloque. Hoy, también podrían contarse Ecuador y Nicaragua la última, a pesar de sus
contradicciones.
También se desarrollan experiencias más moderadas, más graduales y
menos radicales, que no representan una “adecuación tranquila” al orden
social, pero que tampoco pretender romper con el mismo
172
. Existen, además,
Estados-nacionales muy influenciadas por los intereses imperialistas de EUA,
que se estructuran, a través de sus elites en el poder, como socios menores
173
.
Finalmente, del imperialismo, en su fase actual, podríamos esperar, para
el futuro inmediato, la materialización de una diactica que no es nueva en la
región; la misma se caracteriza por el endurecimiento del control, por parte de
los grupos dominantes del capitalismo, sobre la periferia, aunque no sin
contestaciones más o menos contundentes por parte de los de abajo” del
mapa.
Las “ruinas” de la Política Social
Dentro del conjunto de instrumentos de control social redefinidos para
garantizar la reproducción de las actuales relaciones sociales, se destacan las
políticas sociales. Éstas, son entendidas como productos resultantes de las
contradicciones de este orden social, cuyas formas histórico-específicas
asumidas se encuentran determinadas por las correlaciones de fuerzas
políticas entre las clases sociales, en coyunturas y territorios particulares. Así,
el análisis de las metamorfosis experimentadas por las mismas y por el
conjunto de prácticas que se congregaron a su alrededor en la fase anterior del
sistema, donde vivenciaron su auge – se torna ineludible.
Criterios de selectividad en la atención a derechos conquistados fruto
de intensas luchas sociales – son instituidos como procesos concomitantes con
la transferencia para la esfera privada de la responsabilidad” por la
172
Podemos contar aq los casos de Brasil, Argentina, Chile, Uruguay. Pensamos que
Paraguay puede oscilar entre este grupo de países y el anterior.
173
Nos referimos a Estados como Colombia, Perú, Guatemala, Honduras, Costa Rica,
Panamá, Puerto Rico y El Salvador. Aquí, actualmente, puede apreciarse la preocupación
norteamericana por la pérdida del “control” territorial de su periferia, especialmente puede verse
en su política de seguridad hemisférica – la llamada doctrina Bush y sus movimientos
diplomáticos y comerciales más astutos. Es interesante recordar que desde el 1 de julio de
2008, la IV Flota de Marina de Estados Unidos reanudó sus operaciones en América Latina,
especialmente en la zona del Caribe (Cf. Le Monde Diplomatic Brasil: O imperio Contra-ataca”;
Junio 2008).
satisfacción de las necesidades sociales. Una parcela significativa de la
prestación de servicios sociales es transferida del Estado para una abstracta
“sociedad civil”, que representa el “reino de la libertad de mercado”. Esto,
afecta seriamente el espacio socio-ocupacional de varias categorías
profesionales, entre estas, el Servicio Social.
El patrón neoliberal de respuesta a las demandas sociales, que contiene
y supera a las políticas sociales, se diferenciará cualitativamente del fundado
en los “derechos sociales”, propio de los llamados Estados de Bienestar Social.
Las políticas sociales universalistas de otrora, fundamentalmente de
responsabilidad pública-estatal, son redefinidas a partir de criterios como
focalización (emergencial) y descentralización (recorte de gastos vía
evacuación de competencias hacia otras instancias de la sociedad). Ambos
apuntan a la reducción de los “gastos” blicos (e incluso, son funcionales a la
manutención del precio de la fuerza de trabajo por debajo de su valor); ambos
son acompañados y refuerzan la idea de que las demandas (necesidades)
sociales son responsabilidad exclusiva de los portadores, quedando en el
espacio de la auto-ayuda y la ayuda mutua, la resolución de las mismas (Cf.
Soares: 2000; Montaño: 2006).
Esta metamorfosis de la respuesta socio-estatal a la llamada “cuestión
social, se efectúa a través de dos modalidades fundamentales: por un lado,
varias actividades y competencias situadas en la órbita de la “esfera blica-
estatal” son trasferidas a una variedad enorme de organizaciones de la
“sociedad civil” (las ONGs); por otro lado, la atención de determinadas
necesidades especialmente aquellas con más potencial de rentabilidad,
salud, educación, previsión social es directamente mercantilizada
174
.
Así, con la privatización de las políticas sociales ocurre, una progresiva
mercantilización de la atención a ciertas necesidades sociales potencialmente
lucrativas, así como la evacuación de varios programas y servicios sociales
antes de responsabilidad pública-estatal –, hacia esa nebulosa “sociedad civil”:
el artificio del “tercer sector”. Los servicios sociales son mercantilizados; son
subsumidos a la lógica de la valorización del capital. Dejan de expresar
174
Lo que implica que el trabajo profesional – por más que permanezca inalterada su forma útil, en
tanto trabajo concreto vea reformulado su significado social. El resultado socio-histórico de esta
actividad profesional cambia, según se inscriba bajo la lógica del interés privado o del blico.
“derechos conquistados” y son arrojados al mercado, al circuito de compra-
venta de productos y servicios. La mercantilización de estas actividades hace
que los “derechos sociales” muten a “derechos del consumidor”, al mismo
tiempo que el dinero pasa a intermediar la prestación de los otrora servicios
sociales públicos. La respuesta a la “cuestión social” paulatinamente deja de
basarse en el reconocimiento de los “derechos” históricamente conquistados, y
pasa a ser una actividad filantrópica o voluntaria. Dichos procesos afectan en
sus cimientos el significado social “clásico” de la profesión de Servicio Social,
aunque no alteran radicalmente su esencia.
Así, lo que está en el fondo de esta metamorfosis (de la respuesta socio-
estatal de la clase dominante ante la “cuestión social” del capitalismo
contemporáneo, donde se destaca particularmente la reformulación de las
“políticas sociales”) es la búsqueda desesperada del capital por exonerarse de
las pesadas cargas “sociales” que agotaron sus energías propulsoras en la
fase anterior y lo hundieron en su última gran crisis de valorización de la
década de 1970. Esto es, el deslindamiento de la responsabilidad pública-
estatal por los efectos no deseados del desarrollo natural de la sociedad en
esta fase de su evolución (la llamada cuestión social”), como proceso
concomitante con la individualización de las necesidades sociales.
Retiradas de la órbita del Estado, trasferidas al mercado o al “tercer
sector” (“publicización”), las políticas sociales son privatizadas”. La
descentralización administrativa (transferencia de responsabilidades a “lo
local”), un eje de la reforma gerencial del Estado neoliberal, cierra el cerco
neoliberal sobre las políticas sociales públicas y universalizantes. Esta nueva
funcionalidad atribuida a las políticas sociales por el neoliberalismo, se
caracteriza por la primacía de programas asistenciales de carácter
emergencial, focalmente dirigidos a los más pobres. En este aspecto, según
Montaño (2006), el nuevo trato de la “cuestión social” evidencia una respuesta
dual: por un lado, ofrece servicios sociales de calidad a quienes pueden
consumirlos en el mercado (dinamizando la economía); por otro, desde un
Estado “mínimo” para lo social” o de entidades filantrópicas del “tercer sector”,
se ofrecerán precarios servicios momentáneos, para la población carente. Para
este autor, el neoliberalismo crea una triple modalidad de intervención sobre la
“cuestión social”: estatal, filantrópica y mercantil, en un proceso que combina
motivaciones ideológicas, económicas e políticas (Cf. ídem: 250 y ss.).
De acuerdo con Montaño, el llamado “tercer sector” es un fenómeno
resultante de la re-estructuración del capital, pautada por los principios
neoliberales que buscan individualizar y moralizar el problema. La emergencia
y expansión creciente del mismo expresa la necesidad del capitalismo en su
fase contemporánea de des-responsabilizar al Estado por la respuesta a la
“cuestión social”, exonerando directamente al capital de las llamadas “cargas
sociales e, indirectamente, abaratando la fuerza de trabajo a partir de la
flexibilización del “mercado de trabajo”. En el neoliberalismo, como resultado de
las correlaciones de fuerzas políticas entre capital y trabajo esto es, de las
luchas de clases –, lo público se “arrodilla” ante lo privado (Cf. ídem: 257).
De modo que, dos ejes fundamentales pueden explicar la metamorfosis
que afecta a las políticas sociales: por un lado, el proceso de mercantilización
al que son sometidas desde la aplicación de las “recetas neoliberales”; y, por
otro, el proceso de asistencialización que han sufrido. El primer elemento
remite a cuestiones tales como: ¿cómo hacer retroceder al capital en este
sentido? ¿Es posible seguir pensando en términos de derechos sociales
universales? ¿Es viable históricamente hacerlo? Por su parte, el segundo
aspecto refiere, no sólo al problema de cómo enfrentar la fragmentación, la
focalización y el clientelismo político que suponen, sino también, las profundas
transformaciones que se observan en la base histórica de sustentación de las
políticas sociales nos referimos a sistemas de protección social determinados
y articulados al mercado de trabajo, hoy tendencialmente en crisis.
Del “Estado social” al ascenso del Estado penal de nuestros días
Analizar la doctrina penal del Estado, el porqué de su aplicación en
nuestra región, de sus métodos, sus consecuencias, exige, primeramente,
situarla en el contexto socio-histórico que le da sentido, en tanto política de
Estado. Dicho contexto, que tiene como rasgo fundamental la escalada del
empobrecimiento de amplias regiones del mundo, está caracterizado por la
precarización y el deterioro creciente de las condiciones de vida de millones de
individuos en el planeta que la padecen. El aspecto fenoménico de este
proceso, las formas histórico-específicas asumidas por las tendencias
barbarizantes del sistema, se encuentran suficientemente registradas y
documentada por las investigaciones – especialmente, en las últimas dos
décadas – que evidencian las dimensiones catastróficas provocadas por la
implantacn de las políticas neoliberales en distintas regiones del mundo, y de
modo particular en América Latina.
Según la Organización de Estados Americanos (ONU), en la década de
1980 la pobreza afectaba aproximadamente al 38% de los latinoamericanos;
casi cuatro de cada diez habitantes de esta región estaban bajo la llamada
“línea de pobreza” a inicios de los '80. Ya para 1990, el Proyecto Regional de
este organismo para “superación de la pobreza” estimó que 270.000.000
latinoamericanos (62%) se encontraban por debajo de aquella línea. Es decir,
para este sub-continente, la década de 1980 significó una regresión civilizatoria
monumental, cuyo trazo predominante es el avance arrollador de la pobreza.
En la década de 1990, esta tendencia se mantuvo en alza y, además,
experimentó un proceso de degradación de su calidad – o sea, ha crecido entre
los pobres, el sector de los pobres extremos –; éstos, a mediados de 1990, son
más de la mitad de todos los pobres. La pobreza no es “mal moral”; quien es
pobre se muere antes.
Desde nuestra perspectiva, entendemos este aumento (en cantidad y
calidad) de la “pobreza”, de la exclusión social”, particularmente en las
regiones y países periféricos, como parte del proceso macro-societario
caracterizado por el derrumbe del modelo “fordista-keynesiano” de
organizacn de la vida social – modelo surgido en la segunda pos-guerra en el
“mundo capitalista”, en los marcos de una estrategia global del capital para
responder al avance de “los socialismos” en el mundo, especialmente el chino y
el soviético. En este sentido, el agotamiento de dicho patrón (a como su
derrumbe y posterior reemplazo por modalidades más flexibles y versátiles de
organizar las relaciones sociales) y la respectiva reorientación de las políticas
del Estado tanto en “lo social”, como en lo económico, lo político-cultural, lo
militar –, implican un reordenamiento general de la vida social.
La evaporación de las condiciones capaces de garantizar el “pacto
social entre las clases – que estructurara esta fase socio-reproductiva del
capital, consiguiendo controlarlo llevó consigo a los programas “regulacio-
nistas”, distribucionistas”, que por décadas, habrían conseguido conciliar
“desarrollo económico” y “paz social”, a través del establecimiento de políticas
sociales con ciertos nivel de distribución del ingreso, un ascendente consumo
de masas, en fin, mejoras relativas de las condiciones de vida para el conjunto
de la clase trabajadora. Allí, el Estado se comprometía relativamente con el
“bien común” siempre dentro de los límites tolerables por la valorización del
capital y procuraba, con su intervención, garantizar la satisfacción de las
necesidades básicas de sus “ciudadanos”, constituyéndose, por ese camino, en
una palanca importante del “progreso” social.
Sin embardo, como vimos, hacia comienzos de la cada del 1970,
diversos factores de orden económico, político y militar, van a conjugarse para
producir la ruptura del equilibrio (de poder) internacional, consolidado en la
inmediata segunda pos-guerra mundial, alrededor de la hegemonía de EEUU.
La “integración” de los trabajadores en los países nucleares del sistema
capitalista; su absorción política por el Estado burgués trocada por la
estabilidad que brinda la certeza de una “prosperidad infinita – se tornó
temiblemente onerosa para el capital; una modalidad socio-reproductiva muy
costosa y cada vez menos rentable. A esto se suman los distintos procesos de
“Liberación Nacional” en varios países de la región, que se constituirán como
conflictos con potencial suficiente como para poner en jaque dicha hegemonía.
El avance de los proyectos de liberación, de autonomía económica y política,
se tornan serias amenazas para el orden social, dificultando aún más la
recuperación de la tasa de ganancia capitalista que demostraba señales de
extenuación, al mismo tiempo en que se configura un escenario que permite el
avance político de la clase que vive de la venta de su única propiedad (su
capacidad de trabajo) en el mercado: los trabajadores.
Dicho avance político de los sectores del trabajo se tradujo en el logro de
“derechos sociales” y políticos: conquistas que provocan una distribución más
equitativa del producto social y mejoran sustancialmente las condiciones de
vida de las mayorías sociales. Ante esta situación, los intereses capitalistas
reaccionan en forma contundente y drástica, intentando revertir, por todos los
medios, su retroceso socio-político. Distintos golpes” de Estado serán
comandados por las Fuerzas Armadas de varios países latinoamericanos,
todos ellos aliados y/ o subordinadas a los intereses del imperialismo
norteamericano, y bajo su coordinación. La Doctrina de Seguridad Nacional
brinda los principios ideológicos que serán utilizados para justificar la más
terrible política de exterminio político, que nuestros países hayan sufrido en su
historia.
El “terrorismo de Estado” se instrumentará en buena parte de los países
de Nuestra América, sin reparar en los costos humanos que las atrocidades
cometidas significan para esas sociedades. La ola de Golpes Militares forma
parte de la estrategia implementada para restablecer la correlación de fuerzas
políticas en la región, amenazadas por las luchas revolucionarias sostenidas
por los pueblos que buscan su liberación. El saldo tristemente cristalino ha sido
el de un verdadero genocidio perfectamente planeado –, bajo la excusa de
eliminar la “subversión comunista” (el enemigo anterior al actual: el
fundamentalismo terrorista). Bajo “sospecha”, miles y miles de personas son
perseguidas, detenidas-retenidas, torturadas, desaparecidas, ejecutadas u
obligadas a exiliarse. En todos los casos, la herencia dejada por las dictaduras
militares de las décadas de 1960, 1970 y 1980 en América Latina, es de miles
de desaparecidos, de exiliados poticos y/o económicos, y, lo más grave, una
sociabilidad fracturada sin remedio que, por los efectos del terror vivido, se ha
fragmentado hasta producir un individualismo peligrosamente exacerbado.
Desde esta perspectiva, el terrorismo de Estado y su trágico saldo, son
entendidos como momentos indispensables para el restablecimiento de la
actual correlación de fuerzas entre las clases sociales, en función de la
recomposición de la tasa de lucro del capital. Esto es, una respuesta del capital
a su crisis estructural que se asienta en el desmonte de conquistas históricas
de los trabajadores, en la captura de sus organizaciones y en el “quiebre”
ideológico de sus referencias ético-políticas.
Como dijimos, en muchos países del continente, el terrorismo de Estado
fue la vía utilizada para implantar el “terrorismo económico” propio del
neoliberalismo. Este, tendrá al desempleo como mejor aliado – final denea de
un recorrido que comienza con la flexibilización y precarización creciente de la
fuerza de trabajo “estabilizada” hasta llegar al desempleo estructural. Las
actuales condiciones “flexiblesdel trabajo presentadas por los apologistas”
como “más libres” – no serían posibles sin la existencia de un segmento
importante de la población directamente desempleada y sin acceso a la
satisfacción de sus necesidades sicas. Como consecuencia de esto, la
contradicción capital/trabajo parece desplazarse hacia el interior de la propia
clase que vive de la venta de su fuerza viva de trabajo. Saturado de fuertes
influjos ideológicos, el proceso se materializa como una “guerra de pobres
contra pobres” que permite los actuales niveles de sometimiento del trabajo al
capital – la contradicción efectivamente principal.
De modo tal que, el neoliberalismo se consolida sobre las ruinas del
desmantelado Estado keynesiano”; las políticas sociales crecientemente
“universalistas” que materializaban derechos “ciudadanos y llevarían al
“Bienestar Social” son sustituidas por acciones emergenciales, insuficientes,
focalizadas, con las que se propone enfrentar elflagelo” de la “exclusión
social. La hipertrofia de la Asistencia Social que de allí resulta es
complementada con un refuerzo del conjunto de dispositivos y mecanismos de
control social, que expresan la intensificación de los trazos predominantemente
represivos que ha adquirido el funcionamiento del sistema-mundo del capital.
Al mismo tiempo, se opera un traspaso ideológico de las nociones de
“derecho” a las de “servicios sociales – proceso que responde por la tendencia
creciente a la mercantilización de los otrora “derechos conquistados”. El sujeto
de derecho, en el neoliberalismo, tiende a tornarse un consumidor de servicios
en el mercado, por los cuales debe pagar. El cumplimiento de los derechos y la
satisfacción de necesidades se convierten en un problema de cada individuo,
por lo que cada uno debe resolverlas con los medios que tenga a su alcance.
La intervención del Estado neoliberal en “lo socialapunta, en este contexto, a
atenuar los efectos más extremos, “explosivos y desestabilizadores, del
proceso de acumulación “infinita” del capital.
“Tolerancia 0”: la doctrina jurídico-penal del Estado neoliberal
175
De acuerdo con Waquant (2000), son claras las motivaciones que
provocan la redefinición del papel del Estado en la presente fase del
capitalismo maduro:
175
Esta es una modalidad de respuesta jurídico-penal que consiste en controlar, detener, palpar en
la calle, y en espacios públicos y visibles, a cualquier persona que pueda parecer sospechada” de
un crimen o un delito.
“[…] a la manera de un buen padre de familia, que durante mucho
tiempo actuó de manera tolerante, el Estado debeadelgazar y
elevar la seguridad, endureciéndose […] existen lazos orgánicos
entre el debilitamiento y retroceso del área social del Estado y el
despliegue de su brazo penal. Quienes militaban a los cuatro
vientos a favor del Estado mínimo, en cuanto a su intervención en
la regulación del proceso económico y la preservación de la fuerza
de trabajo, hoy exigen con igual fervor más Estado para la
seguridad social amenazada. Más Estado penal para contener las
consecuencias sociales de la desregulación del trabajo asalariado
y el deterioro de la protección social […]” (Waquant; 2000: 22).
Desde la perspectiva del sociólogo francés, a la hora de pensar las
reorientaciones contemporáneas que viene sufriendo la política del Estado, lo
sustantivo es el traslado que se registra de lo social a lo penal”. El programa
neoliberal de desregulación y extinción del espacio público, es complementado
por el ascenso de un Estado penal. La criminalización de la pobreza es el
complemento indispensable de la imposición del trabajo asalariado precario,
altamente inestable y mal pago.
Así, en el contexto de la crisis estructural del capital, la recuperación de
su tasa de ganancia no se produce sin un crecimiento vertiginoso de las
desigualdades sociales y del pauperismo cuestiones que alimentan la
desesperación, la segregacn y la violencia social, que son algunos de los
soportes del Estado de “inseguridad social” actual. A pesar de ello, William
Bratton, ex jefe de la policía de Nueva York, y arquitecto de las recetas ultra-
represivas de la llamada Tolerancia 0”, afirmó que es “forzado” relacionar
directamente el problema del desempleo estancado actual con el vertiginoso
aumento de los delitos y los grados de violencia con que los mismos son
cometidos. Para el director de la Empresa de Seguridad Privada First Seguriti,
“la causa del delito es el mal comportamiento de los individuos y no las
condiciones sociales”
176
.
Lo cierto es que Bratton no hace más que inspirarse en la “nueva doxa
penalimplantada por muchos gobiernos neoliberales en el mundo, que postula
una fractura radical y definitiva entre las “circunstancias sociales” y el “acto
delictivo”. “Tenemos que corregir esta tendencia insidiosa que consiste en
atribuir el delito a la sociedad s que al individuo. Los delincuentes son los
176
Cf. Nota del Diario La Nación, Argentina, del 17/01/2000.
responsables del delito, no la sociedad”, dirá Bratton (apud Waquant: ídem).
Estos principios, basados en una visn ultra-individualizante y liberal de la
justicia social y penal, son los soportes ideológicos de las actuales políticas
hiper-represivas de Tolerancia 0.
Este “modelo de disciplinamiento social” presentado como paradigmático
fue implementado en Nueva York, incluso antes de los ataques terroristas del
11 de septiembre de 2001. Aunque muchos letrados sostienen que el precio
que se paga por la disminución del delito es demasiado elevado (téngase en
cuenta la elevación significativa del presupuesto y del número de policías; un
aumento notable de las denuncias por abusos y violencia policial; el
crecimiento de la cantidad de personas detenidas; la desconfianza y el temor
creciente de la población de los barrios pobres; el notable deterioro de las
relaciones entre la comunidad y la policía), la Tolerancia 0 es presentada como
el “remedio” adecuado para enfrentar las actuales “patologías sociales”. “Es
posible disminuir rápidamente la delincuencia”, pregona Bratton; en Nueva York
“sabemos dónde está el enemigo, son esos individuos sin techo que acosan a
los automovilistas detenidos en los semáforos para ofrecerse a lavar su
parabrisas a cambio de una moneda; los pequeños revendedores de drogas;
las prostitutas, los mendigos, los vagabundos y los autores de graffiti” (Cf.
ídem: 29). A estos grupos constituidos también por porciones de sub-
proletariado que representan una amenaza a la “gobernabilidad” del orden
social, apuntan estas políticas.
Según las investigaciones de Wacquant, se comprueba que no tener
trabajo, no sólo aumenta en todas partes la probabilidad de sufrir una
“detencn preventiva” por averiguación de antecedentes y de mayor duración,
sino que, además, para un mismo tipo de infracción, un condenado sin empleo
es puesto entre rejas con más frecuencia – en vez de otras reparaciones u otro
tipo de penas. Con el neoliberalismo, el encierro de los “elementos”
sospechadamente desestabilizadores, su aislamiento, adquiere estatus de
política de seguridad y protección social.
Para este autor, de los varios estudios realizados sobre la utilización de
la técnica de “Tolerancia 0”, todos han mostrado que, en un altísimo porcentaje,
la enorme mayoría de tales operativos “preventivos” carecen de una
justificación consistente y clara. Así: [...] aunque no sea su vocación, o no
tenga la competencia ni los medios para ello, de aquí en más, la policía debe
encargarse de la tarea que el Trabajo Social va dejando de hacer” (ídem ).
4.2.2. El Servicio Social y la administración de la barbarie contemporánea
A partir de la entrada del sistema capitalista en su fase de crisis
estructural, una nueva modalidad de organizar la reproducción de la vida social
es disada. La misma, expresa la alteración sustancial de algunos parámetros
fundamentales del orden social, emergiendo fenómenos sociales “nuevos”, que
demandan respuestas.
El patrón fordista-keynesiano, como paradigma estructurante del “mundo
capitalista”, parece desmoronarse por su propio peso, sumergiendo el sistema
como un todo en la crisis, la cual clama por respuestas históricas”. El modelo
de regulación social del conflicto que brota del antagonismo inherente al orden
social del capital y a las consecuencias objetivas de su desarrollo histórico – el
cual había logrado una “paz social” (basada en la idea de bienestar general) a
partir de la negociación entre las clases –, parece tornarse un peso muerto
para el capital contemporáneamente reconfigurado, el cual naufraga hace más
de tres décadas en la desaceleración progresiva “de su tasa de lucros”.
La recaía del capital en esta crisis estructural demanda la redefinición de
elementos medulares del sistema, dentro de los que se destaca
prioritariamente el ajuste” (de cuentas) con el trabajo, fuente última de su
existencia como capital”. En este sentido, de la respuesta histórica elaborada
por el conjunto de las clases capitalistas para enfrentar la crisis de rentabilidad
de su capital – y para cuya implementación deberá re-funcionalizar su instancia
de intervención social más importante: el Estado – resulta un conjunto complejo
de transformaciones societarias profundas, que emergen como expresiones de
la re-estructuración del proceso de producción, distribución, intercambio y
consumo, peculiar del socio-metabolismo del capital, en términos de Mészáros.
El llamado “mundo del trabajo” y su “crisis” actual, en tanto expresión del
proceso de “ajuste de cuentas del capital con el trabajo, se presenta como una
determinación fundamental de la producción de la sociabilidad contemporánea
– aunque de ningún modo la única.
La programática neoliberal es la forma con que se presenta la respuesta
social del orden del capital para enfrentar su última gran crisis “orgánica”. Dicha
respuesta, aunque comandada por determinados segmentos de una clase
dominante que no es homogénea, favoreció al conjunto de la misma. El
neoliberalismo, como sustituto de la lúgubre modalidad keynesiana de
respuesta a las crisis cíclicas, es hasta hoy la respuesta predominante del
capital a su “crisis estructural”. Ello implica la redefinición y el establecimiento
de un conjunto de nuevos dispositivos, valores e instrumentos, tendientes a
“flexibilizarel proceso de producción capitalista y la explotación de la fuerza
de trabajo –, removiendo las pesadas reglamentaciones y burocracias del
otrora llamado “capitalismo organizado”.
En este marco, el instrumento de intervención en la regulación del
conflicto de clases por excelencia del capitalismo el Estado precisó ser
reconvertido, en función de cumplir con las nuevas funcionalidades exigidas por
el proceso de reproduccn de las relaciones sociales, en la actual fase del
desarrollo del sistema. Para enfrentar su crisis, precisó realizar un conjunto
importante de transformaciones societarias, dentro de las cuales cobra
notoriedad la creación de un tipo de intervención socio-estatal adecuada al
momento histórico. La misma, hoy, tiene por finalidad principal, mucho más que
resolver, “administrar” el proceso creciente de “polarización social”, de
profundización de las desigualdades sociales, de destrucción de fuerza de
trabajo (que es destrucción de humanidad y, por tanto, barbarización de la vida
social). Esta realidad, como fue sugerido, resulta del desarrollo del propio
“capitalismo real”; es fruto del pleno despliegue de su dinámica (contradictoria y
antagonista).
A su vez, impactada por las transformaciones societarias producidas a
raíz de la re-estructuración del capital, la llamada cuestión social expresión
que busca despolitizar el antagonismo estructural del orden social del capital:
los conflictos y luchas entre las clases –, renueva sensiblemente sus formas de
expresión anteriores. Esta “cuestión social” renovada, más que negar
esencialmente a la anterior cuando el capitalismo logró realizar progresivas
concesiones en los marcos del paradigma fordista-keynesiano –, la repone
sobre otras bases, sobre nuevas determinaciones históricas. Éstas se
constituyen a partir de (y reflejan) un funcionamiento sistémico que está en
estado senil, en crisis estructural. Estas nuevas bases sociales son expresión
del hecho de que algunos “límites absolutos” del sistema se han activado.
En este sentido, la búsqueda de la particularidad de la “cuestión social
contemporánea, es una tarea fundamental. La misma se constituye a partir del
conjunto de impactos provocados por la recomposición del capital en curso,
asentada en el eje del ajuste del trabajo. Éste, en tanto forma “natural de
realizar la reproducción del ser de la enorme mayoría del planeta, se torna “un
bien escaso”, privilegio de pocos. La recomposición de la tasa de ganancia del
capital, a esta altura del desarrollo capitalista, implica como tendencia, y no
como ley “natural” la generación y consolidación de una población
estructuralmente excedente. La misma, a diferencia de la fase “gloriosa” del
capitalismo de la segunda pos-guerra, deja de ser “necesaria” para la
reproducción del orden social como totalidad. La “exclusión” se instala como un
fenómeno cada vez menos temporario y más permanente. La respuesta
histórica elaborada por el capital para hacer frente a su crisis estructural,
basada en el ajuste del trabajo, genera una masa creciente de individuos “no
necesarios” – aunque muchas veces funcionales.
Estas masas de “parias” en aumento, diseminadas globalmente por el
sistema no solo en las periferias –, se tornarán el principal desafío (a
controlar) para el nuevo rostro neoliberal del capitalismo. Así, la producción de
esta población estructuralmente excedente – un verdadero proceso explícito de
barbarización de la vida social, de individualidades sociales frustradas,
mutiladas y su consolidación (socio-histórica, cultural, espacial) se torna una
determinación fundamental que renueva la llamada cuestión social, y
actualiza sus manifestaciones, sus refracciones. Tales conflictos, resultantes
particulares de la producción destructiva característica del capitalismo maduro,
demandarán formas adecuadas, renovadas y eficaces de enfrentamiento lo
que, a su vez, implicará una redefinicn singular de las modalidades e
instrumentos pre-existentes de organizar y viabilizar el proceso de la
reproducción material de la vida social.
La “nueva” modalidad de intervención socio-estatal correspondiente a
la fase de crisis estructural del capital sobre las secuelas renovadas de la
“cuestión social” buscará administrar, contener, gestionar las secuelas sociales
producidas por el actual estado reproductivo del sistema del capital. El proceso
de re-producción ampliada del capital, hoy, no puede efectivizarse sin generar
un saldo destructivo creciente. La diariamente creciente destrucción de fuerza
de trabajo humana la “producción de barbarie” como residuo del
funcionamiento “normal”, saludable, del sistema , se torna un trazo
permanente de la escena social contemporánea, un fenómeno que la
contemporaneidad del funcionamiento sistémico no puede dejar de producir.
Para la administración de esta “nueva” dinámica contradictoria será
tensionada y demandada la actualización del Servicio Social, cuyas formas y
condiciones específicas de trabajo, requerirán ser adecuadas a tal fin. En ese
contexto, dicha tendencia que atraviesa las varias dimensiones que
componen el ámbito profesional se torna una determinación fundamental,
ineludible, para toda reflexión profunda sobre los dilemas y desafíos actuales
del proyecto profesional crítico. Entendemos que por lo menos tres grandes
ejes atraviesan a la profesión provocándole hondas metamorfosis en sus
perfiles”, en sus directrices fundamentales y adquieren capacidades
explicativas importantes a la hora de analizar la naturaleza de las
transformaciones profesionales contemporáneas.
Por un lado, la alteración de su demanda socio-histórica, a partir del
refuerzo de los trazos represivos en las formas de “control social”; además de
esto, la restricción de su autonomía relativa en la organización de su proceso
de trabajo, producto de la re-estructuración productiva del capital y sus formas
de sociabilidad correlativas; por ultimo, los desafíos de un proyecto profesional
que se pretende crítico en tiempo de barbarie. Estos ejes funcionan como
determinaciones, como atravesamientos macro-societarios, para la profesión.
¿Variación de la demanda socio-histórica de la profesión?
Partimos, junto a Iamamoto, de la premisa de que:
“Es importante destacar este movimiento de la práctica profesional
como producto de la historia y de los agentes que a ésta se
dedican y que disponen de una autonomía relativa en la
construcción de respuestas repetitivas o innovadoras frente a las
demandas que le son históricamente presentadas [...]. El
reconocimiento de la historicidad de la profesión implica
considerar el trabajo profesional como una práctica en proceso, en
constante transformación; hecho éste que deriva fundamental-
mente de las modificaciones sucedidas en las formas de
expresión y en la profundización de las contradicciones sociales
en momentos y contextos históricos determinados (Iamamoto;
1997: XXIX; subrayado nuestro).
¿Cómo la intervención profesional se ha visto cada vez más
“aprisionada”, s limitada y restringida, por las exigencias de continuidad de
la acumulación de capital? Desde esta óptica, puede explicarse porqué son re-
significados muchos de sus principios, así como radicalmente alteradas sus
condiciones de ejercicio profesional, en un marco donde son trágicamente
disueltos los proyectos societarios alternativos y los horizontes político-
ideológico donde pueden proyectarse otros tipos de finalidades.
Partimos de la premisa de que, en el ámbito del Servicio Social, lo que
se afirma históricamente como predominante en la respuesta del capital a su
crisis estructural respuesta que llega hasta nuestros días es una demanda
por un tipo de intervención social más sofisticadamente dirigida a ejercicios de
gestión de la crisis”. En otros términos, las últimas décadas han revelado
nítidamente un movimiento, una metamorfosis, en la demanda socio-histórica
de este profesional, la cual cada vez más es siendo determinada por
exigencias de “contención socio-política” y de “control social”. Este fenómeno,
se constituye como un trazo que particulariza dicha metamorfosis de la
“demanda profesional”, fundamentalmente en el espacio “público”, estatal.
Esto significa que, cada vez más, el Servicio Social está siendo
demandado para un quehacer “controlador”; de él se exigirá aptitud para operar
algunos de los diversos y sofisticados instrumentos diseñados para efectivizar
adecuadamente el necesario proceso de control social, propio del orden
capitalista. En función de crear y mantener las condiciones necesarias a la
reproducción (hoy más compleja) de la sociedad del capital, se afirma esta
tendencia histórica (aunque no como “ley” inexorable), que implicará hondas
resignificaciones del espacio socio-profesional del Servicio Social.
Nos referimos a este proceso, que en su unidad afecta severamente al
conjunto de la categoría, con la idea de la emergencia de una variación
sustantiva en la demanda socio-histórica de esta profesión, que busca tornar
esta actividad un dispositivo funcionalmente eficaz, capaz de intervenir
adecuadamente en la administración contemporánea del proceso de
reproducción de las relaciones sociales. Tal es, de acuerdo con nuestra
premisa, el trazo renovado que expresa la actual demanda socio-histórica por
este profesional. Esto no induce a decir, definitivamente, que dicho trazo se
impone sin respuestas, sin reacciones y contestaciones (más o menos
radicales) por parte de los diferentes segmentos profesionales. Una vez más,
es preciso recordar los riesgos de caer en análisis deterministas que reduzcan
la dinámica contradictoria de lo real a un movimiento menico (“necesario”).
En este cuadro, pueden ser entendidas las severas metamorfosis
sufridas por el Servicio Social, que van en el sentido de adecuarlo a la “nueva
demanda” sistémica, la cual, según nuestra hipótesis, le reserva el papel de
gestor técnicamente capacitado, claro de un conflicto social cada más
indescifrable y persistente. La profesión de Servicio Social, junto a otras que
acan crecientemente en la contención y regulación de los conflictos socio-
políticos, deberá moldar un profesional apto para cumplirla, capaz de
satisfacerla, dentro de límites más estrechos que en la fase anterior “fordista-
keynesiana.
El llamado significado social del Servicio Social, desde el inicio, estuvo
pautado por las necesidades de efectuar una “regulación adecuada desde el
punto de vista del capital de los conflictos sociales, en función de la
reproducción de las relaciones sociales establecidas (“naturalmente”). A partir
de nuestra caracterización de la crisis actual, nos preguntamos: ¿en qué
medida esta “actividad especializada” (básicamente asalariada en los espacios
estatales), está siendo demandada, cada vez más, para la “gestión de la
barbarie contemporánea, una vez que la misma es insuperable bajo los
actuales parámetros socio-reproductivos del capital?
¿Es real la presencia de esta “nueva” demanda socio-histórica
atravesando el espacio profesional? ¿Puede verse cómo la misma tiende a re-
convertir su instrumentalidad, a resignificar su sentido, a re-funcionalizar su
intervención en el sistema, posicionándolo como un eslabón más de la cadena
de actividades necesarias a la reproducción social bajo los actuales
parámetros? Las condiciones impuestas para efectuar la misma, en la actual
fase de “crisis estructural”, requiere cada vez más enérgicamente un conjunto
de dispositivos y ejecutores de actividades capaces de administrar el proceso
de barbarización contemporánea, resultante del propio progreso” del sistema
capitalista.
Sin embargo, es importante resaltar que la relación de esta tendencia
controladora, impresa en el nivel macro-societario, con el Servicio Social no es
inmediata, ni directa; no es una relación mecánica. A través de diversas
mediaciones, se efectiva el proceso de metamorfosis societaria actualmente en
curso, cuya radicalidad atraviesa multiformemente al Servicio Social. Estas
determinaciones, en conjunto, forman el elenco de determinaciones que el
sistema desenvolvcomo respuesta a su crisis estructural lo que, a la vez,
marsu entrada en lo que Amín (2005) llama de su fase senil. Ésta, que en
otro lado hemos llamado de programática neoliberal, porta como una de sus
características esenciales, la necesidad de redefinir el papel del Estado y de
reconvertir su funcionamiento en el proceso de la reproducción social.
Una nueva arquitectura institucional para el Estado es reclamada a viva
voz; éste debe limitar (cuando no anular directamente) varias de sus
intervenciones societarias. El tipo de intervención ante los conflictos sociales,
ante la “cuestión social”, debe adecuarse finamente a las exigencias de la
reproducción socio-metabólica del sistema. Es en este cuadro amplio donde
pueden encontrase las determinaciones fundamentales que actualmente
condicionan el espacio profesional del Servicio Social. En otras palabras, sólo a
partir de la historia pueden captarse los fundamentos efectivos que operan para
definir los actuales impulsos de resignificar y refuncionalizar esta categoría.
Entendemos, que las transformaciones que viene experimentando esta
profesión en las últimas décadas situadas en el contexto neoliberal, como
respuesta del capital a su crisis estructural –, expresan una férrea tendencia a
“adecuarlo” y, bajo diferentes mecanismos, a re-funcionalizarlo de modo que
es a la altura de las actuales demandas de la reproducción sistémica. Esto no
quiere decir, en absoluto, que el conjunto de la intervención profesional se vea
hoy restricta a la “administración” del proceso creciente de barbarización de la
vida social. Lo que queremos resaltar, más bien, es que ésta se presenta,
predominantemente, como la demanda asignada por las “instancias
empleadoras”, en buena parte del continente y del mundo
177
.
177
No se niegan los análisis críticos “clásicos sobre el significado social de esta profesión
(Iamamoto & Carvalho; 1982), sobre su funcionalidad social (Netto; 1992), o sobre su
Por otra parte, no se trata de que el Servicio Social cesa totalmente de
participar en actividades y funciones que tienen por objeto la “reproducción de
la fuerza de trabajo” (todavía) necesaria para el capital. Más bien, se trata de
mostrar el peso de la actual demanda para intervenir sobre los segmentos
socialmente excedentes”, “excluidos” estructuralmente. Si estos segmentos no
fueren debidamente dispersados (políticamente desorganizados), podrían
mostrar un elevado potencial desestabilizador que puede tornarse “explosivo” e
“ingobernable haya visto de las rebeliones latinoamericanas protagonizadas
por diversos segmentos de las clases subalternas que, en los últimos lustros,
buscan contestar las condiciones de vida y de trabajo miserables en las que se
encuentran.
El conjunto de redefiniciones fundamentales en la modalidad de
intervención procesada sobre la “cuestión social”, repercute fuertemente en el
ámbito profesional, en los siguientes aspectos: el cambio cualitativo en la
modalidad de reproducción sistémica a partir de la crisis estructural del capital;
el fenómeno de refuerzo incontestable de los aspectos represivos del sistema
nos referimos a su necesidad estructural de organizar una contra-insurgencia
permanente, una penalización de la pobreza-rceles de la miseria, una
doctrina de la “guerra social”.
Sobre el cambio cualitativo complementario registrado en la modalidad
de intervención ante la llamada “cuestión social”, hemos analizado la tendencia
a la asistencialización y a la privatización de las políticas sociales (sea por la
vía de la mercantilización y financierización de aquellos servicios rentables
capaces de ofrecer “oxigeno” a la crisis estructural del capital, sea por la
emergencia de un “tercer sector” funcional al desmonte de lo público); su
transformación en mecanismos residuales de “control social” emergencial;
como expresiones concretas de los dispositivos movilizados para enfrentar el
actual proceso de barbarización de la vida social por fuera del Estado”, desde
la propia “sociedad civil”.
Estas redefiniciones expresan la necesidad de materializar las funciones
de desorganización política de la clase trabajadora organización de la
instrumentalidad (Guerra: 2007). Por el contrario, se pretende complementarlos y re-
actualizarlos, situándolos en el presente contexto socio-histórico, el cual expresa una fase
cualitativamente distinta del funcionamiento sistémico.
dispersión política de las clases subalternas y el refuerzo de la alienación social
– y de neutralizar los efectos potencialmente “explosivos” que derivan del
proceso de desagregación social en curso.
Sin embargo, contradictoriamente, la experiencia histórica muestra que
este sistema precisa “vitalmente” de legitimación, siendo que su funcionamiento
“normal” supone la existencia de grados mínimos de “confianza” para posibilitar
los “contratos”; precisa mostrar grados mínimos de racionalidad. La propia
modernidad sobre la que está montado, lo imposibilita de funcionar de forma
durable, bajo políticas anacrónicas o inadecuadas (como las tiranías, por
ejemplo, típicas de modos de producción históricamente superados); precisa
crear formas ideo-políticas pertinentes.
Es fundamental, por esto, no desconsiderar que el diseño de estrategias
de enfrentamiento a las manifestaciones más críticas de la “cuestión social
es siempre tensionado por proyectos societarios en disputa, emergiendo
como su resultante histórico. Así, frente al cuadro societario antes descrito,
podría decirse que una desafiante contradicción se yergue, localizada en el
problema de la finalidad profesional de defender derechos sociales
conquistados, políticas universalistas y acceso a la ciudadanía que se
confronta con las actuales tendencias sistémicas a la privatización y
mercantilización de la resolución de necesidades sociales. Inmediatamente,
esto se torna un verdadero dilema para las condiciones del ejercicio de la
actividad profesional del Servicio Social (Cf. Iamamoto; 2003: 75 y ss.).
Como vimos, las condiciones en que se inscribe el ejercicio profesional
son indisociables de las formaciones particulares asumidas por el Estado. La
re-funcionalización de la instancia por excelencia dedicada a la reproducción de
las relaciones sociales dadas, estuvo acompañada por la redefinición de las
estrategias y acciones dirigidas a contener la “cuestión social”, entre las cuales
cobran destaque las políticas sociales. La afirmación de la tendencia a la
privatización de la resolución de necesidades implica una variación esencial en
la modalidad socio-reproductiva del sistema como un todo.
Puede afirmarse, que en la contemporaneidad, el ámbito profesional se
ve severamente tensionado por la metamorfosis de su demanda socio-histórica
en dos direcciones fundamentales: por un lado, hacia lo que venimos llamando
como de “gestión y administración de la barbarie” (la “administración del
proceso de barbarización de la vida social en curso, el cual es resultado de la
actual modalidad socio-reproductiva del sistema del capital), interviniendo,
especialmente desde el ámbito privado de las empresas capitalistas, en función
de crear condiciones adecuadas para el proceso de producción y valorización
del capital – que cada vez más se caracteriza por una producción destructiva.
A su vez, este cuadro se ve reforzado y complementado por el corriente
proceso de asistencialización de las políticas sociales, y de redefinición de tales
políticas otrora “de responsabilidad públicas”, en el sentido de su privatización.
Estas profundas alteraciones en la respuesta a la “cuestión social”, donde los
principios que sustentaban la anterior modalidad son reemplazados, implican
“temblores” en las bases que sustentan el trabajo profesional (las políticas
sociales), imponiendo profundas redefiniciones a esta actividad
178
.
Nos volvemos a preguntar: ¿existe, efectivamente, una variación
sustancial en la llamada “demanda social” de esta profesión? La misma, ¿se
expresa como un conjunto de tendencias restrictivas, históricamente
regresivas, que emergen como resultado natural” del funcionamiento del
sistema capitalista en su actual estado de “desarrollo”? Y más, ¿en qué medida
estos momentos de “regresión” social, de barbarización de las formas de
sociabilidad, representan límites insuperables del actual estadio del proceso de
“reproducción” de las relaciones sociales en los moldes capitalistas? Esta
cuestión es de gran relevancia, puesto que nos interroga respecto al posible
agotamiento civilizatorio de este socio-metabolismo.
Y si esto se afirma históricamente como tendencia predominante de lo
real, ¿qué implicaciones tiene para las diferentes dimensiones que componen
el ámbito profesional?
Si la llamada “cuestión social” contemporánea, tanto en general, como
en América Latina en particular, se caracteriza por refractar la presencia
permanente y creciente de todo tipo de hechos de violencia que emergen como
síntomas agudos de la crisis estructural de la sociedad, resulta probable que a
los fines de su contención y administración “adecuada” sean demandados
178
Las políticas sociales, aquí, no son concebidas como “externas a la actividad profesional,
sino como elemento constitutivo de la misma; como mediaciones históricas efectivas del
quehacer profesional. Para una profundización en estos aspectos, remito al lector a Soares;
2001; Montaño, 2006; 322 y ss.).
diversos dispositivos (profesionales o no) funcionales al proceso de “control
social que la reproducción sistémica requiere; entre estos, se sitúa de modo
particular el Servicio Social.
Si la respuesta es positiva, ¿en qué medida es “aceptada”, resistida,
disputada, reformulada estratégicamente” (entre otros posicionamientos
posibles), la actual demanda socio-histórica que, como venimos argumentando,
cada vez más férreamente se orienta y reduce a la “administración de lo dado”?
Inclusive porque sabemos que la historia no es lineal; o sea, una cosa es
“administrar” la expansión y el crecimiento y otra, por cierto muy diferente, es
“administrar” la decadencia de un ordenamiento civilizatorio históricamente
agotado por su propia maduración con los peligros que acarrearía aceptar
como insuperable, muchas veces sin conciencia del hecho, el horizonte (cada
vez más estrecho) del socio-metabolismo del capital.
¿En qué medida puede lograrse hoy en América Latina y en el mundo, la
marcha conjunta de crecimiento capitalista y “re-distribución” de la riqueza
socialmente producida? ¿El capital, por si mismo, puede organizarse para
realizar estas tareas en función de su “auto-control”, o dicho impulso debe
provenir de “afuera” del mismo? ¿Quién o qué hoy podría considerarse por
fuera del socio-metabolismo del capital? ¿De q fuerzas socio-políticas
estaríamos hablando? ¿Se podrá “marchar con ellos” (como lo hicieron algunos
segmentos en la “reconceptualización”) y hasta donde? ¿Cuáles son los
“intersticios” que podrían considerarse válidos para formular una respuesta
alternativa para este capitalismo maduro en descomposición?
¿Desde dónde re-fundar lo político? ¿Cuáles son las fuentes que
abastecen al proyecto profesional crítico? ¿Qué tipo de aproximación con el
pensamiento crítico “latinoamericano” registra?
¿Hasta qué punto un discurso muy genérico sobre una supuesta
retomada del crecimiento y una posterior llegada del “alivio” al malestar
creciente está sustentando la creencia de que el sistema aún soporta ser
controlado y “racionalizado”, “re-reformado” y “humanizado”? Y, ¿cuál sería la
instancia (el sujeto, digamos) que garantizaría esa unificación estratégica del
capital: el G8; la ONU; la OMC? ¿A partir de que fuerzas se revertiría este
“capitalismo salvaje” neoliberal y se re-construiría ese “capitalismo
sustentable, pregonado por cierto “neo-keynesianismo” en estas “pampas”
179
?
Re-estructuración del capital y ámbito profesional
Desde otro ángulo, ¿cuáles son las implicancias de la llamada “re-
estructuración productiva” del capitalismo para la profesión de Servicio Social?
Y ¿cles las medicaciones, los nexos, necesarios para aprehenderlas?
De acuerdo con Mota & Amaral (2006), las nuevas modalidades de
subordinación del trabajo al capital, también, traen importantes implicancias
para la profesión de Servicio Social. El análisis crítico del actual contexto de
crisis y de sus crecientemente violentas manifestaciones sociales las
refracciones de la “cuestión social–, debe ser entendido como resultante del
proceso de “recomposición”, de “restauración” económica del capital, en curso
desde la década de 1970. Como vimos, formando parte del conjunto de
transformaciones societarias producidas por la “respuesta del capital a su
crisis” están las redefiniciones de su “ambiente” de intervención política. El
mismo, es alterado en función de garantizar las condiciones necesarias para el
proceso de la reproducción. Para las autoras, el desafío es comprender la
profundidad, el carácter integral de la crisis sistémica actual, para allí identificar
las mediaciones que la conectan con el Servicio Social y su intervención.
Si partimos, junto con las autoras, de la premisa de que dicha
recomposición del capital, al determinar un conjunto de cambios en la
organizacn de la producción – especialmente en las modalidades de “gestión”
y “consumo” de la fuerza de trabajo –, produce importantes impactos en las
diversas “prácticas sociales” que participan del proceso de “reproducción”
(material y espiritual) de los trabajadores ámbito privilegiado de actuación del
Servicio Social, espacio socio-ocupacional por excelencia de esta profesión –,
las nuevas modalidades de producción-reproducción social de la fuerza de
trabajo son objetos indispensables de investigación para este profesional.
Desde esta perspectiva, por la mediación del “mercado de trabajo”, la re-
estructuración capitalista en curso impone un conjunto de alteraciones en los
179
Ver nota del diario Pagina 12, abril de 2008.
“perfiles profesionales”, una re-funcionalizacn de “procedimientos operaciona-
les”, que provocan una redefinición de sus “competencias técnicas”. En otras
palabras, se opera una verdadera variación de la “demanda profesional
180
.
Puesto que las profesiones son históricamente determinadas por las
necesidades sociales de cada tiempo siendo esto lo que posibilita su
“institucionalizacn–, para conquistar su “legitimación social” deben revelarse
útiles para la sociedad, esto es, deben demostrarse capaces de responder a
determinadas necesidades sociales lo que, a su vez, se constituirá como
“fuente” de su demanda. Como un indicador entre varios otros, la actual
configuración del mercado de trabajo profesional permite identificar las
necesidades que subyacen a las actuales demandas profesionales (ídem: 26).
Según las autoras, este recorrido es fundamental porque permite
comprender las “reales necesidades” existentes entre el proceso de re-
estructuración productiva y las “nuevas requisiciones emergentes en el
“mercado profesional”. El desafío es, entonces, identificar el conjunto de
necesidades (políticas, sociales, materiales, culturales), tanto del capital como
del trabajo, que están en la fundacn de la actual re-funcionalización del
ejercicio profesional.
Por otra parte, las actuales condiciones de reproducción del capital – con
eje en la re-estructuración productiva del trabajo
181
–, afirman, imponen la
180
Este proceso, muchas veces traducido como una suerte de aggiornamento, de
sintonizar al Servicio Social con los “nuevos tiempos”, se efectúa tanto a través de
alteraciones en las “condicionesdel trabajo profesional que delimitan el campo de lo
posible en la intervención –, como por la emergencia de “nuevos problemas sociales”
que movilizan a la búsqueda y formulación de “respuestas profesionales” innovadoras,
tendiendo a ampliar las “competencias” del Servicio Social. Esto es, el proceso no
necesariamente se realiza como un “ajuste” menico, como una “re-funcionalización”
pura; contiene también el espacio de formulación, de la creación de respuestas
profesionales, a partir de la elaboración de proposiciones teóricas, políticas, éticas y
técnicas, cualificadas para enfrentar los actuales desafíos (ídem: 25). No obstante, para
ello, es preciso desarrollar la investigación y comprender la realidad contemporánea,
superando el derrotismo, donde “nada puede hacerse”.
181
En el actual contexto de crisis, según Mota & Amaral (2006), la re-estructuración
productiva y la reorganización de los mercados son iniciativas inherentes al
restablecimiento de un “nuevo equilibrio”; proceso este que exige la redefinición del
papel de las fuerzas productivas para la recomposición del ciclo de reproducción del
capital, que afecta al conjunto de las relaciones sociales. La “respuesta del capital a su
crisis” consiste en una re-estructuración de los capitales (fusiones; entrelazamiento
industrial-financiero; nuevas relaciones de fuerza en el mercado mundial; formación de
oligopolios) y la transformación de los “procesos de trabajo” (reordenamiento de la
producción de plusvalía; emergencia de nuevas formas de reproducción del “trabajador
colectivo”).
modificación de las reglas de sociabilidad pre-existentes, propias del “ascenso
histórico” del capitalismo. A la crisis del llamado “patrón fordista” le seguirá la
irrupción de las premisas de “flexibilidad” que, para concretizarse
adecuadamente, requerirán una “reforma intelectual y moral”, otra “cultura del
trabajo”, o sea, una racionalidad ético-política diferente, compatible con la
sociabilidad requerida por el capital en la contemporaneidad. Las nuevas
prácticas flexiblesque, a partir de la formación de “grupos semi-autónomos”,
buscan reducir al mínimo la intervención del trabajo vivo en el proceso de
producción, requiere una nueva cosmovisión de mundo, o sea, otra manera “de
vivir, de pensar y de sentir la vida”
182
.
En este cuadro socio-histórico, la clase de los trabajadores, además de
sufrir los impactos del desempleo, la precarización de los salarios y de los
sistemas de protección social, registra profundas fracturas en sus formas
históricas de organización especialmente con la proliferación de iniciativas
cada vez más pragmáticas e individualizadas de enfrentar esta especie de
“crisis social perpetua”. El proceso es posible con la “neutralización”, de
“licuación” (cuando no de eliminación) de las luchas de las clases subalternas,
que prepara el terreno para la “adhesión pasiva” al orden social a diferencia
de la adhesión “activa”, fruto de la “incorporación” real de la nueva racionalidad,
que redunda en efectiva “integración” al orden –, lo que, sen las autoras en
una clave gramsciana, no es otra cosa que la “destrucción activa” de una
personalidad histórica, a través de la gestación de una “nueva clase
trabajadora”, con una “nueva cultura” (Cf. ídem: 28).
Como producto de las nuevas necesidades del proceso de la
acumulacn de capital, crece la heterogeneidad y la fragmentación del
“trabajador colectivo”, la cual puede distinguirse al menos en dos grande
182
Afirmar que el proceso en su conjunto, expresa una nueva situación de la
subordinación del trabajo al capital, significa sustentar la perspectiva de que las
transformaciones experimentadas en el “mundo del trabajo”, más que un resultado
inevitable del desarrollo y del progreso técnico, responden a un reordenamiento
económico y político exigido por la actual fase socio-reproductiva del capital. Sirva esta
asertiva, también, para alertar sobre los riesgos de caer en cualquier “determinismo
tecnológico” a la hora de analizar las metamorfosis sociales contemporáneas. En
síntesis, podemos decir que en el conjunto de contra-tendencias desplegadas por el
capital para responder a su última gran crisis se inscribe, particularmente, la brutal
intensificación de los métodos de trabajo”, como palanca dinamizadora del desarrollo
de las fuerzas productivas (Cf. ídem: 31).
segmentos: los trabajadores que son “empleados estables”, generalmente por
el gran capital, y los trabajadores “excluidos” de dicha “estabilidad”, los
“desestabilizados” que no tienen “empleo formal”. Estos últimos, sujetos a un
nuevo modo funcional de “inclusión” económica, no forman parte ya de la
estructura “interna”, permanente, fija, de las empresas, y experimentan una
sociabilidad cuya característica predominante es la “inseguridad”, la
“inestabilidad” y la “desprotección
183
.
Como vimos, la radical racionalización del proceso productivo que
intensificó “salvajemente” la potencia del trabajo vivo, representó un aumento
monumental de la masa de “valor” y de “plusvalía”, y posibilitó una
recuperación (aunque parcial
184
) de la tasa de ganancia del capital. Sin
embargo, el proceso en su conjunto se materializó como fragmentación y
debilitamiento de sus “actores centrales”: los trabajadores. Para éstos, las
transformaciones societarias advenidas con la “respuesta” del capital a su
última gran “crisis estructural”, significó una “regresión civilizatoria” sustantiva,
que los obligó a retroceder a posiciones cada vez más “defensivas”, que
hipertrofian las dimensiones “económico-corporativas” de sus reivindicaciones
e interdictan las condiciones para sustentar un movimiento más “autónomo”,
como “clase para sí”
185
.
Por otra parte, vimos que este conjunto de transformaciones societarias
advenidas de la respuesta del capital a su crisis estructural implicó el re-
183
Uno de los mecanismos más eficientes utilizados para viabilizar este proceso de re-
estructuración productiva del capital, que ha provocado hondas transformaciones del
“mundo del trabajo”, ha sido el de la “terciarización” de capacidades productivas” del
gran capital hacia empresas de menor porte: con esto, el capital logra “externalizar”
costos de producción y riesgos en escalas considerables. Por otro lado, este proceso es
responsable por el enorme impulso y estímulo al “trabajador autónomo”, de la auto-
gestión”, presentado con el discurso de mayor “libertad” de este tipo de trabajo
“flexibilizado”, a “domicilio”, sin vínculos formales, libre de burocracias y de “protección
social” (ídem: 32).
184
Remito al interesante trabajo del economista paquistaní Anwar Shaik, Valor, acumulación y
crisis (2006).
185
Desde la perspectiva de Mota & Amaral (2006), el despliegue histórico de este proceso, más
que conducir al (más o menos ansiado) “fin del trabajo”, ha producido una enorme ampliación
del “universode constitución y reproducción del trabajo colectivo, especialmente a través de
una re-actualización de las “formas de explotación”. Esto ha significado, que las dimensiones
de la subsunción real y formal del trabajo al capital se ampliaron; o sea, ahora un universo
mayor de individuos es explotado por el capital aunque muchos de ellos se consideren “más
libres”, “más autónomos”, y adhieran activamente al “nuevo orden mundial” (ídem: 37).
direccionamiento de la intervención social del Estado, particularmente de sus
mecanismos de regulación del ámbito de la producción y de la gestiónestatal
y privada de la fuerza de trabajo. Esta redefinición se materializa en un
conjunto de medidas de “ajusteeconómico y contra-reformasinstitucionales,
donde se destacan los procesos de “privatización” de empresas y servicios
sociales públicos, el desmonte de “derechos laborales” y la creciente
naturalización de la “super-explotación” del trabajo
186
.
Según las autoras, estas operaciones deben leerse como resultados de
la squeda del capital por “re-mercantilizar” la fuerza de trabajo, desmontando
el escudo de reglamentaciones legales (léase “derechos sociales”) que
pesaban sobre los contratos de trabajo. La industria de “producción flexible”
precisa la desregulación”, la flexibilización de los controles ejercidos por el
Estado sobre las condiciones de uso de la fuerza de trabajo. Es justamente por
esto que se explica la supresión de varios mecanismos de protección social,
otrora “admitidos” por el funcionamiento sistémico. La escena social
contemporánea muestra como el discurso de la “humanización del trabajo”, del
“derecho al trabajo”, viene cediendo terreno a los “compromisosdel trabajador
con la empresa y sus clientes, con la calidad del producto, de la productividad y
competitividad de las empresas en las que trabajan.
En este sentido, concordamos con las autoras en que la actual fase de
reproducción del capital le imposibilita respetar el “derecho” a una “ciudadanía
plena”. En la contemporaneidad, el sistema del capital no consigue sustentar
efectivamente la propia ciudadanía burguesa, ni siquiera en el plano formal. De
modo que, la reestructuración productiva no se restringe a un nuevo modo de
organizar la producción, sino que desborda el ámbito de la empresa capitalista
e involucra las nuevas formas de sociabilidad, a partir de la redefinición de un
conjunto de relaciones, de lógicas e instancias institucionales, que no están
directamente vinculadas al “mundo de la producción (ídem: 39).
Diferentemente de la fase anterior, donde se registraron momentos
intensos de “progreso social” a partir de la internalizaciónde las demandas
186
Para esto, es fundamental que las políticas de protección social sean transferidas de la
responsabilidad estatal hacia el “tercer sector” – quedando su implementación en manos de las
ONGs –, y que la negociación individual sustituya a las “convenciones colectivas” en el
funcionamiento del mercado de trabajo.
sociales por el sistema, a través del Estado –, lo que el paradigma neoliberal
exige sin concesiones es la inmediata externalizacióndel trato a la “cuestión
social, dejándola (nuevamente) librada a las iniciativas de la “sociedad civil”,
donde el Estado no debe llegar (o hacerlo de forma residual e punitiva) y donde
el mercado reina. La satisfacción de las necesidades sociales, ahora, será
responsabilidad del individuo que las padece, quién podrá acudir al mercado
para satisfacerlas (en caso de contar con poder de compra), o seobjeto de
los cada vez más elementales programas de asistencia social públicos, propios
del neoliberalismo.
En síntesis, puede decirse que con la entrada del sistema en su fase de
crisis estructural, la modalidad de intervención socio-estatal sobre las
manifestaciones (cada vez más “explosivas”) de la “cuestión social” es
reformulada. La funcionalidad social de varios instrumentos destinados a
materializar la reproducción del “orden” social es redefinida. La modalidad de
intervención socio-estatal sobre las manifestaciones de la “cuestión social”
propia del capitalismo (especialmente en los centros) de la segunda pos-
guerra, fundada en el reconocimiento de “derechos sociales” de ciudadanía,
muta a partir de una “des-responsabilización del Estado al respecto
187
.
En este sentido, pueden distinguirse distintos tipos de “demanda
profesional”, sea provenientes de empresas y “servicios privados”, sea de
espacios “públicos” vale recordar que el tercer sector” es considerado por
sus ideólogos como “esfera pública no estatal”. Esto es, el proceso de
redefinición de la demanda profesional se particulariza en diferentes procesos
de trabajo en que el profesional se inscribe
188
.
187
En este sentido, fueron radicalmente alterados los fundamentos de la gestión de la “cuestión
social”. Los mismos, hoy se orientan por el principio de que debe contenerse el desborde de la
barbarie en curso, la cual debe ser administrada adecuadamente. Esto implicó diseñar una nueva
modalidad, una nueva estrategia, de enfrentamiento a la cuestn social”. Mientras que gestión
implica un proceso de decisiones políticas, la administración es el gerenciamiento de las decisiones
ya adoptadas.
188
En relación con la crisis del trabajo”, el Servicio Social viene siendo cada vez más
requerido para desarrollar tareas de “capacitación”, de “recalificación” de la fuerza de
trabajo, para la re-inserción de los desempleados en el mercado; esta ha sido una
demanda manifiesta en los últimos anos. Muchos profesionales han ingresado a trabajar
en las complejas redes de las “alternativas al desempleo”, en la “creación de empleo”,
promoviendo la “auto-producción”, el emprendedorismo”. También, desde el espacio
público y privado, proliferan un conjunto de intervenciones profesionales volcadas a la
“re-mercantilización” del “trabajo doméstico” que afecta directamente la composición y
la dinámica familiar (Cf. ídem: 40).
Investigando los impactos de la reestructuración productiva sobre el
ámbito profesional, particularmente en los procesos de trabajo en grandes
empresas, Cesar (2006) revela como el reordenamiento de las relaciones de
producción capitalista ha redefinido las orientaciones y las requisiciones para el
Servicio Social
189
. Para la autora, los ejes principales de dicho re-
direccionamiento son las nuevas modalidades de gestión de la “fuerza de
trabajo”, basadas en la construcción de un nuevo “comportamiento productivo”
del trabajador, a partir de principios de “confiabilidad” y comprometimiento
personal con la empresa
190
.
Dentro de las principales nuevas estrategias” que las empresas vienen
desarrollando se destacan los programas participativos que promueven
“incentivos” y apuntan al envolvimiento de los trabajadores con el aumento de
la “productividad”. En este sentido, también, son aplicados dispositivos de
“ampliación de beneficios sociales”
191
, administrados por la empresa, siendo
que todas estas estrategias contemplan la actuación profesional.
Para enfrentar la competencia mundial con éxito, la empresa capitalista
precisó “readaptar” su funcionamiento, lo que implicó la necesidad de crear una
“nueva cultura del trabajo que, paralelamente al “descarte” de los “no-
necesarios” o de los “gastos improductivos”, exige cada vez más la “integración
189
Nos referimos a la investigación realizada en dos grande empresas del Estado de o de
Janeiro, Brasil, que según la autora “reflejan la tendencia más general de los procesos de
reestructuración industrial en ese país, el cual presenta como trazos marcantes principales las
fusiones e incorporaciones, la descentralización de la producción de los grandes oligopolios
capitalistas, por la formación de una enorme, diversa y muchas veces precaria ‘red de
proveedores’; por la ‘apertura económica’, además de la adopción de lasnuevas tecnologías y
de las políticas de ajuste y reducción de personal” (Cesar; 2006: 117; traducción nuestra).
190
La “flexibilización” del trabajo se da con base en la “racionalización de la producción” y en la
“intensificación del ritmo” de trabajo, esto es, en la cantidad de operaciones en un mismo
tiempo. Estos principios, en la lógica de las políticas de “gestión”, son objetos de las estrategias
empresariales para desarrollar su “competitividad” y triunfar en el “mercado” globalizado. Así,
emerge una nueva forma de “consumo de la fuerza de trabajo”, mediada por el uso de las
“nuevas tecnologías” y por la diseminación de un nuevo éthos del trabajo. La misma se
relaciona con la introducción de la “polivalencia” y la “multifuncionalidad”, en buena medida
posibilitada por la creciente sustitución de la “electromecánica” por la “microelectrónica”, por la
creciente “informatización” del “proceso de producción” y la institucionalización de las
transformaciones en la división social y técnica del trabajo (ídem: 118 y ss.).
191
Esto forma parte, según la autora, de la “nueva modalidad de reproducción material de la
fuerza de trabajo, que se vincula estrechamente con la “naturaleza cualitativa” del “contrato de
trabajo” y con el desempeño individual-grupal de los trabajadores, alcanzando la esfera de los
“derechos sociales” (Cf. ídem: 120).
orgánica” del trabajador a la empresa, a través de dichos “incentivos a la
“cooperación” para cumplir las “metas de productividad. Como vimos, esta
tendencia al “aumento de la productividad” implica reducción de “puestos de
trabajo”, lo que se traduce en “precarización” de las condiciones de trabajo, su
“intensificación”, así como aumento del desempleo.
En el contexto de consolidación de la estrategia de segmentación del
colectivo operario, mediado por un mayor control sobre del desempeño y la
reducción de “puestos de trabajo”
192
, se procesa una variación significativa en
las políticas de formación de recursos humanos” de grandes y medianas
empresas capitalistas escenario particular de actuacn del llamado Servicio
Social de Empresas. Del mismo modo que los beneficios extra-salariales”, los
“incentivos a la productividad” son importantes instrumentos para provocar la
adhesión del trabajador a las metas de productividad de las empresas. Muchas
veces dicha “motivación” involucra al trabajador en la planificación de la
producción la idea de que para tener éxito en el mercado y sobrevivir a sus
exigencias es preciso que “todos” pongan lo mejor de sí, o sea, que dueños y
empleados “se unan” y enfrenten la competencia global
193
.
Así, para la autora, la “horizontalizaciónde las relaciones de producción
impuesta por la actual reestructuración productiva del capital ha significado que
los trabajadores han asumido por su cuenta la “administración cotidiana” de su
proceso de trabajo; una tendencia al “auto-control” de la producción que en
nada amenaza la “normal” evolución reproductiva del orden social. La contra-
192
También contribuye a la consolidación de esta fragmentación, a la división entre
“trabajadores estables” y “trabajadores precariosel sistema de “beneficios” e “incentivos”. La
concesión de “beneficiosestá directamente ligada, no sólo a la realización de una “actividad
específica”, sino al tipo y a la calidad de la inserción del trabajador en sectores más o menos
estratégicos de la producción. Para los trabajadores “contratados temporariamente”, para los
“sub-contratados”, además de percibir salarios más bajos, encuentran más restricto el acceso a
“beneficios”. El acceso a tales beneficios, tampoco constituye “derechos contractuales” para los
“trabajadores estables”; al contrario, su existencia depende s del aumento de la
“productividad” (ídem: 121).
193
El discurso “gerencial” habla de que los trabajadores forman parte del proceso de
toma de decisiones de la empresa, a tras de la implementación de los “programas
participativos” y de sugerenciaspara mejorar la calidad de los productos y servicios.
Éstos, buscan incansablemente producir un “consentimiento pasivo de los
trabajadores, de modo de ajustarlo a las necesidadesde la empresa. No obstante, es
claro que esta “participación” se restringe al ámbito de la producción, de la ejecución de
operaciones, haciendo que el proceso productivo se torne cada vez más eficiente,
aunque sin alcanzar efectivamente los espacios de dirección, de formulación, de los
proyectos.
cara de esta “autonomía” parece ser una “subordinación consentida” del
trabajador a la empresa.
Estas metamorfosis de la empresa capitalista, que implican nuevas
determinaciones en la organización y en la dinámica del trabajo, imponen
importantes variaciones en la intervencn de los trabajadores de las áreas de
“recursos humanos, entre ellos, los del Servicio Social. Éstos, son cada vez
más demandados para trabajar en la “integración”, en la “adhesión del
trabajador a los “objetivosde la empresa. La demanda es trabajar en función
de la exigencia del capital de “consustanciarse” con el trabajador para viabilizar
su reproducción ampliada lo que requerirá la adopción de “nuevos” modelos
de gestión de “recursos humanos”. Para nuestra autora:
“El Asistente Social, por el reconocimiento de su trabajo
integrador, es llamado a actuar en el área de Recursos Humanos
para satisfacer ‘necesidades humanas’, contribuyendo para la
formación de la sociabilidad del trabajador, de modo de colaborar
con la formación de un comportamiento productivo compatible con
las actuales exigencias de las empresas. Estas exigencias
sugieren que el Servicio Social es considerado por las empresas
como instrumento promotor de la adhesión del trabajador a las
nuevas necesidades de éstas. Para esto, sus demandas
tradicionales son refuncionalizadas bajo el manto’ de la
innovación y la modernidad” (Cesar; 2006: 126; traducción
nuestra).
En el “discurso gerencial” el Servicio Social es demandado para
intervenir sobre los obstáculos a la productividad, especialmente sobre las
condiciones de naturaleza psico-socialno relacionadas directamente” con el
proceso de trabajo; así, es fundamentalmente sobre la vida privada” del
trabajador que esta actividad profesional se efectúa. No obstante, al lado de
esta función tradicional” del Servicio Social en empresas, es posible identificar
“nuevos papelesy “requisicionespara este profesional como es el caso de
los “asesoramientos” a “instancias superioresde dirección, en el tratamiento
de cuestiones que escapan al “ámbito fabril”.
La investigación realizada por la autora constata que las empresas
continúan demandando un trabajo de “cuño asistencial” y “educativo” junto al
empleado y a su familia. Se busca responder a los problemas sociales de los
trabajadores, asociados tanto con carencias materiales como con
“comportamientosy conductas inadecuadas” para el proceso de producción,
que afectan su productividad en el trabajo. Es notorio, en este sentido, cómo
tales cuestiones antes estaban asociadas a un “discurso humanitario” de la
empresa, y hoy se reponen asentadas en el principio de la “conveniencia” del
equilibrio y la cooperación” entre las partes; un nuevo ethos del trabajo que
propone la imposible consubstanciación entre capital-trabajo
194
.
Por otro lado, se observa la permanencia del accionar profesional en la
prestación de “servicios sociales” una demanda “tradicional” que tiene que
ver con “concesión de beneficios”, establecimiento de “criterios de elegibilidad”
y estudio socio-económico –, siendo que “nuevas” exigencias van a interferir en
tales actividades, tales como la disponibilidad de la empresa, la optimización y
racionalización de los recursos y la inclusión de las evaluaciones de
desempeño, como criterio para el consumo de determinados servicios.
Para la autora, los “problemas de los trabajadores” han pasado a ser
objeto de consideración en las evaluaciones de desempeño hecho que revela
una nueva utilización del trabajo del Servicio Social. Si bien la “actividad
pedagógica”, educativa, del profesional permanece, se altera sustancialmente
el modo de socializar y utilizar las informaciones producidas, las que son
articuladas por una nueva racionalidad cnica e ideo-política que permea las
políticas de administración de recursos humanos. Así, la actuación profesional
se ve que cada vez más mediada por funciones gerenciales. A raíz de esto, el
Servicio Social ha ido asumiendo crecientemente papeles de “asesoramiento
de gerentes”, “cargos de confianza” (ídem:127).
Con este proceso una doble alteración se produce; por un lado, dicho
“asesoramiento” implica un distanciamiento objetivo del profesional respecto al
trabajador; por otro, también su saber profesional es apropiado y utilizado por
la “gerencia” en función de sus metas y objetivos. De este modo, el conjunto de
transformaciones que la reestructuración del proceso de trabajo engendra y
que alteran el “trabajo profesional” en las empresas, en rminos generales,
consiste en:
194
Las nuevas exigencias del capital para el proceso de trabajo” imponen que el trabajador
sea capaz de analizar, tomar decisiones, controlar situaciones inesperadas y, al mismo tiempo,
debe tener buena capacidad de comunicación y de trabajo colectivo, porque la “naturaleza
colectiva” del trabajo y la “autonomía” creativa se tornan elementos intrínsecos al propio modo
de organizar el trabajo. De esto deriva el hecho de que el capitalista se vea obligado a
promover, a “motivar”, el desarrollo de la subjetividad del trabajador, a producir un tipo de
sociabilidad del trabajo, basada en una “cooperación” de nuevo tipo. Para tal efecto, como
vimos, será necesario producir una “nueva cultura del trabajo” (ídem: 138).
Un redimensionamiento del uso de la información
profesional el cual pasa tanto por el control de su utilización por parte
de la gerencia, como por la participación en la definición de “metas”
para el control del trabajo, integrados al planeamiento general de la
empresa;
La introducción de una nueva racionalidad técnica,
subordinada a principios de “eficacia” y “eficiencia” - esto implica una
mayor “racionalización” del trabajo del Servicio Social y una redefinición
de objetivos, adecndose a los intereses de la empresa;
El desarrollo de “programas participativos” con la
incorporación de la “filosofía” de la “calidad total”, el trabajo profesional
es impelido a aceptar las prerrogativas de la innovación permanente, en
“beneficio de todos” (el capital con el aumento de los lucros; el trabajo
con el aumento de su calificación profesional);
Una ampliación del sistema de beneficios e incentivos
estos sistemas son realineados reviendo la compatibilidad entre el
desempeño en la función y su remuneración “indirecta” (el “estudio
social es apuntado como el instrumento más requerido para administrar
los beneficios, puesto que implica definir criterios para determinar si el
trabajador merece o no el “beneficio”);
Las asesorías a las gerencias referidas especialmente a
orientaciones sobre el tratamiento de problemas del trabajador que
interfieren en el trabajo (ídem: 129 y ss.).
Además de estas nuevas “requisiciones” profesionales, puede notarse
una creciente demanda para actuar sobre problemáticas advenidas del propio
trabajo – ahora intensificado, sujetado a las exigencias impuestas por la “nueva
racionalidad gerencial” que domina el “mundo de los negocios –,
fundamentalmente asociadas a la “inestabilidad” del empleo (y en los
“ingresos), tales como el stress, diversos tipos de “fobias, síndrome de
pánico, etc. Así, con la emergencia de estas “nuevas patologías” del trabajo, se
re-actualiza la intervención profesional en las áreas de “seguridad en el
trabajo”, relacionada con la prevencn de “accidentes de trabajo” y con las
necesidades de recreación de los individuos sociales. Proliferan las
experiencias profesionales en “programas comunitarios”, otros relacionados
con “adicciones”, así como de relaciones familiares (ídem: 132).
Por otra parte, las empresas vienen desarrollando diversas actividades
relacionadas con la evaluación” de la perfomance individual de los
profesionales. El “discurso gerencial”, que exige una calificación técnico-
operativa permanente y una valorización de determinadas conductas, no exime
al Servicio Social de tener que funcionar bajo tales parámetros. Las “gerencias”
de estas empresas demuestran, según la autora, que están realmente
preocupadas con la definición de los perfiles profesionales, esto es, cuentan
con propuestas acerca de cómo el Servicio Social debe operar en ese ámbito
para lograr un desempeño en el trabajo que corresponda con las expectativas
de productividad y calidad de la firma
195
.
Por otro lado, un conjunto de elementos evidencia una variación
sustantiva en las “condiciones de trabajo” profesional, tales como: la
intensificación del trabajo aumento de la cantidad de “atenciones y de la
amplitud y variedad de las demandas profesionales –; la racionalización del
trabajo se trabaja sobre aquello que es considerado “esencial” de acuerdo
con las “metas de productividad” y “calidad” fijadas (el profesional se aproxima
del “suelo de la fábrica” para averiguar cuales son los problemas y elaborar
respuestas adecuadas según las expectativas de la “gerencia”) –; reducción de
los puestos de trabajo profesionales puede significar el despido” sin
reemplazo o la absorción de sus tareas específicas por otros profesionales
“polivalentes” –; inestabilidad e inseguridad producidas especialmente por la
reducción de los puestos de trabajo, la expansión de las precarias modalidades
de “subcontratación”, el deterioro de los salarios y el “corte” de “beneficios
sociales” (ídem: 136).
Por todo lo expuesto, puede inferirse que las actuales requisiciones
profesionales en estos ámbitos apuntan a desarrollar un trabajo sobre la
articulación adecuada de la “disciplina productiva” del trabajador y el “sistema
de recompensas” (materiales y simbólicas) y motivaciones”, dispuestos por la
empresa. Por allí pasa la “nueva” demanda profesional, especialmente en el
área de recursos humanos”, de las grandes empresas del capitalismo
contemporáneo.
195
De acuerdo con la autora, el “perfil comportamental” exigido o sea, el “patrón de
conducta” adecuado podría resumirse en los siguientes requisitos básicos al Servicio
Social: a) debe estar apto para “responder preguntas”, “aclarar dudas” y “resolver
problemas, para lo que debe conocer bien la totalidad del funcionamiento de la empresa;
b) debe tener “competencia”, que significa poseer “agilidad”, organización y exactitud
en la ejecución de actividades; c) debe trabajar generando un “clima positivo”, un
ambiente agradable, receptivo, limpio y confortable, para que el “cliente” se sienta
tranquilo; d) debe tener una predisposición al “trabajo colectivo”, a la “cooperación”,
asumiendo las “responsabilidades grupales por los objetivos de la empresa; e) debe
demostrar un “esfuerzo extra”, esto es, una espíritu creativo al servicio de la firma, más
allá de las metas que esta establezca (Cf. ídem: 133).
En este contexto se explica la redefinición de la dimensión técnico-
instrumental de este profesional que, siguiendo de cerca los criterios de
“racionalización” del trabajo del “capitalismo maduro”, determinarán una
importante alteración de criterios y de organización de su actuación. La nueva
racionalidad gerencial, especialmente desarrollada en el ámbito de la gran
empresa capitalista, supera los límites estrictos de la producción para
internarse en el conjunto de dispositivos e instituciones político-sociales y
culturales. En ese marco, para responder ante la “nueva demanda socio-
histórica”, el Servicio Social re-actualizará su arsenal cnico y operativo
196
. El
“sistema de evaluación de desempeño”, que puntúa según los
comportamientos y conductas, se ha tornado una de las principales demandas
empresariales para contratar al Servicio Social.
4.3. Dilemas y desafíos contemporáneos del Servicio Social crítico en
nuestra América
4.3.1. El proyecto profesional critico
Podemos afirmar junto con Iamamoto, que:
“Si la profesión es socialmente determinada por las circunstancias
sociales objetivas, las cuales confieren una dirección social
predominante a la práctica profesional – condicionando o aún
superando la voluntad y conciencia de sus agentes individuales –,
también es producto de la actividad de los sujetos que la
construyen colectivamente, en condiciones sociales determinadas
(Iamamoto; 2003: 222; subrayado de la autora).
Como sabemos, el debate sobre los proyectos profesionales es reciente;
no lleva mas de dos décadas en la profesn. Conforme el análisis de Netto
(1996), en Brasil, donde se encuentra en un nivel de formulación avanzado (si
es comparado con el resto del continente), la construcción del proyecto
profesional crítico (o proyecto ético-político) se inicia en las décadas de 1970 y
196
Los profesionales de Servicio Social también participan de los “programas de capacitación
y “desarrollo” motorizados por la empresa, cuyo objetivo central consiste en capacitar al
“recurso humano” dentro de los parámetros de las modernas teorías de “gestión empresarial”,
adecuándolo al “perfil polivalente”, flexible y multi-funcional requerido para el “trabajo en
equipopautado por las “metas” de “calidad total” de las firmas (Cf. Ídem: 145).
1980, sobre la base del enfrentamiento y de la crítica al conservadurismo en la
profesión; se enraíza partir de allí, sobre la base de la crítica de las demandas
liberales y conservadoras del Servicio Social.
En este contexto, debe situarse la polémica actual sobre los dilemas y
desafíos que enfrenta el pensamiento crítico y el proyecto emancipatorio en
América Latina; polémica esta que, como vimos, tiene una interlocución fluida
en el ámbito del Servicio Social, a partir especialmente de la irrupción del
Movimiento Latinoamericano de Reconceptualización del Servicio Social a
mediados de la década de 1960. Por primera vez en el ámbito profesional, las
concepciones conservadoras tradicionales que marcaron su génesis eran foco
de una crítica que buscaba ir a la raíz, evidenciando la complicidad histórica de
esta profesión con el orden social dado.
Como dijimos, es desde entonces que se manifiesta una voluntad
colectiva explícita de constitución de un Proyecto Ético-Político profesional a
escala latinoamericana aunque no necesariamente restricto a ésta.
Formulado desde una perspectiva que no puede desconsiderar las
particularidades históricas de cada formación social – así como tampoco las del
proceso de constitución de la profesión enfrenta el gran desafío de
comprender con profundidad la actual dinámica sistémica, “materia primaque
acaba definiendo las demandas sociales a que da respuesta.
Por esto, dicho proyecto profesional se constituye a partir de las
determinaciones generales que presenta la actual fase del desarrollo capitalista
en la región como un todo y para cada país o grupo de países en particular.
Es dentro de esta dinámica societaria, y como resultado de las “correlaciones
de fuerzas” políticas, que se desenvuelven los procesos y actividades que
sustentan (con más o menos capacidad) la formación de “proyectos
profesionales”, los que pueden corresponder o no con el proyecto
históricamente dominante.
En este sentido, el estudio de la historia profesional muestra claramente
la presencia (que llega a nuestros as) de diferentes proyectos profesionales,
que van desde una sintonía perfecta con el orden social dado, hasta una
radical negación del mismo. De modo que, es muy importante el
reconocimiento de que el ámbito profesional se encuentra fuertemente
tensionado por estos atravesamientos societarios en general, y de los de esta
categoría en particular.
El legado de la “reconceptualización”
Caracterizado como un “fenómeno típicamente latinoamericano”,
conducido por los sectores que dominan la oposición al tradicionalismo
profesional, el movimiento latinoamericano de reconceptualización del Servicio
Social significó un momento fundante para la explicitación y consolidación del
proceso de “revisión crítica” del propio Servicio Social en el continente; esto es,
significó una crítica radical de la profesión, de sus fundamentos socio-
históricos, de su funcionalidad social, de sus modalidades técnico-operativas,
de la orientación socio-política de sus intervenciones, etc..
Son ampliamente reconocidas hoy al interior del ámbito profesional las
funciones de adaptación, de orientación del individuo para vivir en sociedad, de
disminución de los conflictos, de movilización de recursos y de asistencia, de
orientación para inducir determinados cambios sociales y comportamentales,
de ejecucn de ciertas técnicas de ayuda”, caracterizando la emergencia de
del Servicio Social. Actualmente, es bastante común depararse con abordajes
de la génesis histórica de esta actividad profesional anclados en esta
perspectiva. No obstante, es preciso recordar que hasta entrada la década de
1960 el Servicio Social era mayoritariamente asumido con un carácter empirista
y a-sistemático, que prácticamente no colocaba en cuestión su razón de ser.
En este sentido, podría decirse que solo en los marcos del llamado
proceso de reconceptualización latinoamericano del Servicio Social,
especialmente a inicios de la cada de 1970, en Sudamérica –, se plantea la
perspectiva de entender la emergencia de esta profesión en relación con el
proceso (necesario a la reproducción) de negacióndel antagonismo de clase,
de enfrentamiento de sus efectos más nocivos, propio del modo de producción
capitalista. Con el movimiento de reconceptualización, se busca evidenciar el
“compromiso” precoz de este profesional con el camuflaje” y/o disminución de
los conflictos sociales producidos por el “progreso” capitalista; de allí deriva su
contradicción misma. No obstante, dirá un “clásico” reconceptualizador: “La
negación de la contradicción ha llevado al Servicio Social a no ver su propia
contradicción: pretender servir a un hombre abstracto en una sociedad que
destruye al hombre concreto” (Faleiros; 1972: 26).
El llamado proceso de reconceptualización en América Latina funciona
como una mediación que articula diversos segmentos profesionales en varios
países de Nuestra América, especialmente cuando cuestiones como el
“imperialismo”, la “dependencia” y la liberación, comienzan a ocupar
paulatinamente el centro de la escena; dichas cuestiones van a infiltrarse
inconteniblemente en el ámbito profesional latinoamericano y le provocarán
severas transformaciones; es a partir de entonces que, en el ámbito del
Servicio Social, América Latina se coloca como problema, como mediación
lógica e histórica para comprender la condición de periferia y aspirar a
transformarla efectivamente.
De modo que, encontramos en el movimiento latinoamericano de
reconceptualización un antecedente importante de la búsqueda y construcción
de la unidad para sí de Nuestra América, entendiéndola como fundamental en
el camino hacia su emancipación; como una determinación imprescindible de
todo proyecto societario libertario y, por ende, del proyecto profesional crítico.
Sin dudas, el contexto de intensas luchas sociales en el continente – que
rompían la ilusión de un capitalismo eterno”, que creció al amparo de esos
años dorados del capitalismo de pos-guerra no es un mero telón de fondo
que acompaña a dicho movimiento; s bien, lo atraviesa y determina
profundamente. El conjunto de las llamadas “ciencias sociales” atravesó por un
proceso auto-crítico similar, donde los parámetros explicativos, las funciones y
papeles sociales, y la necesidad de ofrecer respuestas nuevas a los renovados
problemas sociales impulsaban a la crítica de lo históricamente instituido (Cf.
Iamamoto: 2003: 224).
En ese contexto, las teorías exógenasserán puestas en jaque, por su
complicidad con la opresión en el continente. La búsqueda del pensamiento
social latinoamericano, por otra parte, expresa el intento de reconciliación con
la propia historia. Las causas de la dependencia del continente, los caminos
para superar la condición de periferia del capitalismo central de Nuestra
América, emergen como las grandes cuestiones a analizar. Los impulsos
renovadores llegan a la Iglesia y a los centros universitarios de formación,
donde es calurosamente acogido por el movimiento estudiantil mundialmente
agitado.
Sensibles al contexto socio-hisrico latinoamericano, diferentes
segmentos del Servicio Social impulsan la más amplia revisión jamás operada
en la relativamente corta historia de esta profesión. Esta, desde su inicio,
asume un claro perfil de denuncia, de crítica societaria y auto-crítica
profesional, al mismo tiempo que se propone construir un “Servicio Social
nuevo” en América Latina, fuertemente anclado en la comprensión de la
historia de este continente, capaz de contribuir efectivamente en la creación de
nuevas formas de sociabilidad a partir del propio protagonismo de los sujetos
colectivos (Cf. ídem: 226).
A pesar de que su unidad se fundase en el enfrentamiento al
tradicionalismo profesional, este movimiento no fue unitario ni homogéneo.
Según la autora, en funcn de las génesis sociales diferenciadas entre los
diferentes países y de la vinculación ideo-política de sus principales
protagonistas con diferentes matrices teóricas y proyectos societarios, el
movimiento de reconceptualización se cristaliza, dialécticamente, como una
unidad de diversos, como una unidad problemática
197
. Tal problematicidad se
manifiesta tanto en las formas ejercer la crítica y formular las propuestas, como
en el contenido atribuido a “lo nuevo”. Las tensiones internas al movimiento
que lo marcaron desde sus inicios quedan reflejadas en el siguiente párrafo:
“A pesar de haber sido gestado en medio de la potica
desarrollista y de haber sido tributario de sus parámetros teórico-
197
Sobre la particularidad del proceso de reconceptualización del Servicio Social en Brasil, di
la autora: “El debate que acontecía en la misma época en Brasil no fue ajeno a esas
preocupaciones; sin embargo, sus expresiones son aisladas, hecho que no compromete su
importancia. Por estar en un sentido contrario a la ‘ideología oficial’ estas ideas tuvieron una
difusión comprometida, además de que se plasmaron como una expresión política y profesional
minoritaria en el colectivo de los Asistentes Sociales [...]. El eje central del debate brasileño
hasta la primera mitad de los años 70, se diferencia radicalmente de las temáticas centrales de
la reconceptualización en la mayor parte de los países latinoamericanos. En Brasil, el
enfrentamiento con la herencia de la reconceptualización se dará de forma tardía en medio de
la crisis de la dictadura [...]” (Iamamoto; 2003: 235-6). En este sentido, podemos afirmar que,
en Brasil particularmente, el encuentro entre la herencia crítica del movimiento latino-americano
de reconceptualización se produce, sustancialmente a partir de la década de 1980, fuertemente
motivado por el clima de luchas sociales por la reapertura de las instancias democráticas de
esa sociedad, obturadas a partir del golpe de 1964. Es esta característica peculiar (de ocurrir
en medio de un régimen represivo, dictatorial) lo que explica la predominancia de las
perspectivas más moderadas y sistémicas en la participación brasilera del movimiento de
reconceptualización. Este hecho determinante, definirá la singularidad de la reconceptualiza-
ción en Brasil.
analíticos, el movimiento de reconceptualización a partir de la
década de 70 se encuentra fuertemente marcado por la presencia
de análisis y propuestas profesionales con nítida inspiración
marxista, creando una brecha con sus propias producciones
iniciales” (Iamamoto: ídem: 229).
En este marco, ¿cuáles son las fuentes que abastecen el proyecto
profesional crítico del Servicio Social? ¿Cuál es el pensamiento crítico que
emerge con la reconceptualización?
Primeramente, debe reconocerse que uno de los filtros fundamentales
que intervienen en esta primera aproximación del Servicio Social con el
pensamiento social crítico es el de las organizaciones y partidos políticos
históricamente actuantes en la escena socio-política de la época. Este hecho,
sen la autora, frecuentemente implicó una relacn de “identidad” entre la
“praxis política” y el “trabajo profesional”, enfatizando la dimensión política de la
intervención, instando a los profesionales a asumir un compromiso histórico
con las clases oprimidas de Nuestra América. Sin embargo, toda esta voluntad
política no se tradujo mecánicamente como conciencia teórica profunda del
conjunto de determinaciones que subyacen a la intervención profesional. Para
esto es necesario una interlocución con el conocimiento acumulado y un arduo
trabajo de elaboración intelectual, condiciones que no estaban presentes en la
emergencia histórica de la reconceptualización (Cf. ídem: 230).
La primera aproximación del Servicio Social latinoamericano al marxismo
se caracterizó por la carencia del estudio y comprensión de esta teoría social
critica desde sus fuentes genuinas. Esto quiere decir que la misma se operó,
predominantemente, a partir de manuales de divulgación del pensamiento
marxiano, especialmente los autorizados por el “marxismo oficial” de la ya
stalinizada Tercera internacional. Por otra parte, la apropiación superficial y
utilitarista, en función de exigencias práctico inmediatas, de las obras de Lenin,
Trotski, Mao y Guevara, entre otros, marcaron todo el proceso y constituyeron
lo que fue llamado como el marxismo sin Marx”, abriendo el espacio para que
ocurra una “invasión positivista” del marxismo de la reconceptualizacn (ídem:
231).
En este cuadro, las contradicciones entre propósitos políticos sostenidos
y los recursos teóricos para comprender la red de mediaciones que los
determinan no demoraron en emerger; la distancia entre las pretensiones
radicales de transformación y los resultados histórico-concretos obtenidos se
torna angustiante. Así, un discurso marxista pasa gradualmente a convivir con
una teoría ecléctica, resultando en la incapacidad de efectivar las intenciones
declaradas. Para la autora, el movimiento de reconceptualización se vio
prisionero de la coexistencia de una “ética de izquierda” y una “epistemología
de derecha”.
El llamado fatalismo” en la profesión, a como el y mesianismo
198
,
serían el resultado de una práctica profesional vaciada de historicidad. Ese
cuadro histórico, en su conjunto, favorecerá ampliamente la cooptación de
intelectuales pretendidamente críticos, los cuales, aunque con un sincero
“malestar” ante la situación, pasan a convivir en ella y, cada vez más aislados,
a aceptarla como una maldición trágica que no los dejará en paz.
En síntesis, entendemos que el movimiento de reconceptualización
latinoamericano, con sus límites y potencialidades, se constituye como un
antecedente inmediato del proyecto profesional critico en la actualidad. El
balance crítico del primero es indispensable y debe estar contenido en la
formulación y construcción del segundo. En ese marco, el problema del
carácter de la “unidad latinoamericana abordada en el capítulo anterior se
vuelve seminal. Estrechamente vinculado a esto se encuentra el problema de la
formulación de un pensamiento efectivamente histórico-critico en América
Latina, que inspire, oriente y alimente el proyecto profesional. En este sentido,
entendemos que recomponer teórica y políticamente la unidad de nuestra
América se ha tornado el principal desafío en este ámbito.
Sin embargo, es fundamental remarcar que los proyectos societarios se
distinguen de los proyectos profesionales. Como todo proyecto, ambos se
presentan como una anticipación ideal de una finalidad que se quiere alcanzar;
implican valores que los fundamentan, así como también elecciones de los
198
El primero, partiendo de una naturalización de la vida social, esto es, de una historicidad al
margen de las voluntades humanas, denunciará la “perversión innata” que caracteriza a esta
profesión, ligada a las redes de un poder omnipotente que no deja margen alguno de
autonomía al profesional; este, está fatalmente condenado a materializar la voluntad histórica
de la clase dominante. Por su parte, el mesianismo, súper-estimando la voluntad (más o
menos aislada) de los sujetos de la profesión, no reparan en los condicionamientos, en las
determinaciones efectivas, que operan en el movimiento de la intervención profesional; esta
perspectiva tiende idealizar las condiciones y las posibilidades materiales que ofrece lo real-
histórico (Cf. Iamamoto; 2003: 233).
medios para lograrlos, entre otras cuestiones esenciales. Los proyectos
societarios se diferencian sustancialmente de los proyectos profesionales,
fundamentalmente por el nivel de amplitud y de totalización que implican.
199
Por otra parte, aunque los proyectos profesionales son también
colectivos, no tienen esa amplitud. Según Netto (2003), los mismos se
desarrollan en una escala menor y también prefiguran una imagen ideal, un
proyecto, pero de la profesión. Los proyectos profesionales también exigen
valores y legitimación social; delimitan sus objetivos y funciones; formulan los
requisitos para su ejercicio; dictan normas para el comportamiento de los
profesionales; establecen las bases de su relación con los usuarios de los
servicios sociales que presta, con otras instituciones y con las instituciones
públicas (especialmente el Estado) y privadas.
Al igual que los proyectos societarios, los proyectos profesionales son
estructuras dinámicas que responden a las alteraciones del sistema de
necesidades sociales sobre las cuales opera la actividad profesional; esto es, a
las transformaciones ecomico-culturales, al desarrollo teórico-práctico de la
propia profesión y a los cambios en la composición social del colectivo
profesional. O sea que, su dimensión política es atravesada tanto por la
relación con los proyectos societarios (esencialmente de clase) como por las
pugnas internas al propio campo profesional, por hacer prevalecer un proyecto
con determinadas orientaciones y no otro.
Así como en la sociedad entran en disputa proyectos societarios
contrapuestos, al interior del ámbito profesional existen disputas en torno de la
orientación que debe asumir el proyecto profesional del Servicio Social en cada
momento histórico. El espacio profesional está muy lejos de ser homogéneo al
respecto de las concepciones y compromisos con los proyectos societarios, lo
que se traduce como sustentación o rechazo de tal o cual proyecto en el
interior del ámbito profesional.
En este sentido, uno de los límites o tensiones fundamentales que hoy
deben reconocerse en los proyectos profesionales que van a contra-mano del
199
De acuerdo con Netto, Entendemos al proyecto societario como aquél que comportante una
propuesta integral para el conjunto de los ámbitos por los que se expresa la vida social; estos,
pueden pensarse en escala nacional, regional, continental o universal. Son propuestas para el
conjunto de la sociedad; comportan una “imagen ética ideal de la sociedad a ser construida,
los valores determinados que la fundamentan, y privilegian medios para concretizarla.
proyecto societario hegemónico, según Netto
200
, se centra en el problema del
mercado de trabajo profesional y las atribuciones/papeles profesionales
requeridos. Es éste, sin dudas, el mecanismo de ajuste y disciplinamiento hoy
más efectivo para garantizar el proceso de reproducción de lo dado”, esto es,
para mantener la adecuación funcional de las prácticas profesionales a las
exigencias sistémicas renovadas, a partir de la nueva fase de crisis estructural
del capital
201
. La condición ineludible del trabajo asalariado, dependiente de las
oscilaciones del mercado de trabajo, es el gran nudo, el eslan más delgado,
el punto más difícil de responder, cuando nos proponemos reflexionar sobre los
desafíos contemporáneos del proyecto crítico en el ámbito del Servicio Social,
particularmente en Nuestra América.
Evidentemente, esta contradicción existencial se coloca como un mite
que no puede ser resuelto desde el interior mismo de este colectivo profesional,
por más que se consiga la elaboración más intrincada y estratégica que pueda
existir; por más inteligentes que puedan ser los cuadros que “conspiran”. Esta
cuestión, vital para la propuesta de un proyecto profesional crítico, se
constituye como uno de los puntos fundamentales que articulan
recíprocamente proyecto profesional y proyecto societario. Sobre éste debe
profundizarse el análisis, puesto que es una contradicción estructural del
proyecto ético-político del Servicio Social, un verdadero dilema existencial.
En conclusn, entendemos que la contradicción entre el avance del
proyecto profesional crítico y la vigencia del proyecto societario neoliberal sirve
de muestra de los enormes desafíos que enfrenta una formulación eficaz del
primero a escala continental, la cual no puede ser pensada aisladamente de la
suerte y de las condiciones de las fuerzas socio-políticas que disputan
proyectos societarios en los diferentes países de nuestra América, así como en
la totalidad del sistema-mundo.
200
Netto (2003) sustenta la idea de que, en la relación proyectos profesionales/proyectos
societarios, es común que el hegemónico en la sociedad tienda a predominar dentro de la
profesión, aunque muy bien pueden ocurrir descompases y enfrentamientos entre ambos.
201
Con mayor autonoa política-económica, el profesional tiene mejores condiciones para
intervenir a partir de sus propios valores éticos, y no de los impuestos unilateralmente por el
empleador – como es cada vez más corriente.
Por esto, la profundización de la resistencia contra el neoliberalismo
expresa la conciencia cada vez más clara de la necesidad de unir a los que lo
padecen y enfrentan. Al mismo tiempo, también posibilita y demanda la
constitución del proyecto profesional crítico en escala continental. Un proyecto
societario que se proponga la emancipación humana es portador de valores
radicalmente diferentes a los imperantes actualmente, y precisa ser
materializado por medios alternativos a la “miserable racionalidad instrumental”
que, en estos tiempos, ha sido fetichizada hasta el absurdo.
De modo que, la construccn de un proyecto profesional crítico en
América Latina hoy, debe abocarse a dos ordenes de problemas esenciales, a
saber: la recuperación radical, en el plano del pensamiento, del proceso socio-
histórico de formación de “nuestra América” en la dinámica capitalista y la
comprensión del significado estratégico de su unidad latinoamericana en el
enfrentamiento del “nuevo imperialismo” y del conjunto de contra-tendencias
civilizatórias regresivas, barbarizantes, que su manutención actualmente exige
–; y la lectura urgente de las luchas sociales actualmente desarrolladas en el
continente, que expresan los embates entre los diferentes proyectos societarios
presentes en la escena social contemporánea lo que implica, proyectar el
colectivo profesional crítico en el entramado de relaciones de fuerza que
conforman la sociedad como una totalidad histórica.
Actualidad de los proyectos societarios
De acuerdo con Gruner (2007), abocarse hoy al tema de la política es
estrictamente inseparable de un debate sobre la actualidad del pensamiento.
Se trata de replantear las desventuras del pensamiento crítico desde un
esritu interrogativo, sin que esto impida ciertas asertivas. Es más que notorio
mo, en las últimas décadas, el conjunto mayoritario de vertientes que
conforman el llamado pensamiento critico ha ido abandonando paulatinamente
la discusión de lo ético-potico que no es lo mismo que abandonar la política
–, espacio en el cual debía y podía ser creada una sociedad alternativa a la del
capital.
Los “socialismos reales” – o, más precisamente, su estrepitosa implosión
evidenciaron las enormes dificultades y complejidades que una empresa de
tal envergadura exige, lo que coadyuvó un proceso de “pérdida de voluntad” de
los intelectuales de la sociedad para enfrentar la importantísima cuestión de re-
fundar lo político en tanto territorio histórico donde son creadas las
condiciones de re-fundación del “lazo social”. La certeza de esa necesidad no
implica necesariamente que dicho lazo ya no exista, sino más bien, que existe
bajo una modalidad bárbara; la que impone la sociabilidad del capital. El
capitalismo no ha destruido el lazo social, más bien ha producido lazos
terriblemente perversos, muy difíciles de “reanudar” desde una lógica diferente
(Cf. Gruner; 2007: 9).
Siguiendo a este autor, podemos afirmar que, actualmente, a diferencia
de algunos años atrás donde la forma asumida por la “frustración” del
pensamiento crítico, luego de la derrota histórica de su proyecto societario,
llevaba la marca de la fragmentación de cariz más o menos pos-moderno”,
como los estudios culturales, la teoría pos-colonial, entre otras expresiones –,
el llamado “pensamiento ctico” se sumerge en una crisis de su propio
“régimen de producción”, lo que le impide estar a la altura de las exigencias
históricas. Y se sabe que el pensamiento, n el más pretendidamente crítico,
entra en pánico ante el borde de lo absolutamente real, que ya no parece
reconocer ninn tipo de mediación (ídem: 10).
La lógica del capital es, por excelencia, “despolitizadora”. La modernidad
capitalista, especialmente a partir de la “decadencia ideológica de la
burguesía”, opera una reducción de lo político a la política, o sea, a la técnica;
así, el triunfo de la economía política, en tanto proyecto societario de clase,
implicará cierto silenciamiento de lo político”. Con la consolidación de la
economía política del capital y sus formas propias de sociabilidad, el
pensamiento dominante da por hecha a la sociedad y trabajará desde una
naturalización de la misma, con lo que se descuidan los nexos más profundos
productores de lo real. Lo político es cada vez más reducido a la política,
mientras que ésta lo es progresivamente, a poco más que un momento
administrativo fundamental de la sociedad (ídem: 11).
Según este autor, el capital no está hoy preocupado con
racionalizaciones o justificaciones; conciente de la “activación de sus límites
absolutos”, aquellas le interesan cada vez menos. Parecería que el capital es
capaz de asimilar cualquier monto de pensamiento crítico que se le propine;
como si controlara efectivamente los propios medios de producción” de éste.
Lo que se ha conocido como “pensamiento único”, no significa que se piense
una misma cosa, sino que se pueda pensar cualquier cosa, siempre que no
obstaculice el despliegue insaciable del capital. En este sentido, el ejercicio de
la crítica tiene que ver con poner en crisis las formas dominantes del
pensamiento, en la estera de otro modo de producir ideas.
La triste confirmación de la hipótesis de que el capital ya no conserva
energías civilizatorias capaces de producir un nuevo ideario (históricamente
viable) que pueda detener y revertir sus actuales tendencias destructivas,
productoras de barbarie una vez que, desde nuestra perspectiva, el socio-
metabolismo hoy se ha tornado “incontrolable” – implica que dicha tarea debe
ser hecha por las fuerzas de oposición al orden social vigente, ancladas en un
pensamiento crítico, de resistencia. Ahora, para lograr hacerlo de otro modo”,
para pensar de “otra manera”, es preciso re-localizarse en los marcos del
socio-metabolismo; es necesario repensar los terrenos adecuados y posibles,
las arenas, donde dar la disputa de ideas y donde no darla (Cf. ídem: 12).
Es difícil, hoy, decir qué segmentos importantes de la población se
plantean seriamente la revolución; como sabemos, esta ha dejado de ser una
inspiración efectiva de la enorme mayoría de los individuos socales. La clase
obrera internacional (lo que queda de ella) hace mucho ha dejado de
referenciarse en ello, lo que acabó colocando en crisis a la teoría que lo
proponía como el sujeto histórico por excelencia de la emancipación humana.
La emergencia de “nuevos movimientos sociales”, a pesar de su diversidad y
multiplicidad, ninguno de ellos por sí mismos, ni una muy hipotética articulación
de todos, cuestiona de manera decisivamente revolucionaria al socio-
metabolismo del capital (Cf. ídem: 13).
Entonces, para este autor, repensar y re-fundar lo político implica un
doble esfuerzo, de desnaturalizar las verdades” de las personificaciones del
capital (la idea de no hay alternativa), y fundamentalmente, imaginar el
funcionamiento de las posibles alternativas, “de esa re-anudación del lazo
social sobre otro metabolismo”. Esa anticipación ideal, ese proyecto societario
alternativo y emancipador, sólo puede gestarse en dialogo con las fuerzas
sociales capaces de ponerlo en práctica.
De acuerdo con esta perspectiva, ante la derrota, el fracaso o la retirada
del ideal revolucionario clásico tanto el de la burguesa “democracia
universal”, como el del llamado “socialismo real” –, representada en el plano del
pensamiento por las teorías del “fin de las grandes narrativas” y del
advenimiento de los pequeños y fragmentados relatos, los espacios vacíos
dejados están siendo crecientemente ocupados por una multiplicidad de
variantes del discurso ético-religioso
202
. Por eso, el autor entiende que los
actuales fundamentalismos (que “justifican” masacres tras masacres de civiles)
son fenómenos contemporáneos, típicamente pos-modernos”, que represen-
tan una respuesta ciertamente muy equivocada a la crisis estructural del
capital:
“Los neo-fundamentalismos son una huida hacia delante en una
situación de vao de la lucha de clases al nivel mundial, en el
contexto de una auto-colonización del mundo que requiere la
subordinación total de las ‘otras culturas’ al socio-metabolismo
dominante [...] por ‘vacío de las luchas de clases’ no queremos
decir en absoluto, como pretendía el discurso dominante, que la
‘contradicción principal Capital trabajo haya sido en modo
alguno superada entre otras cosas, porque sin ella el
capitalismo sencillamente no podría existir –; lo que queremos
decir es que por complejas razones históricas ya no se expresa en
las ‘formas clásicas’, y que hoy los sectores organizados del
trabajo no apuntan a ninguna revolución’” (Gruner; 2007: 17).
Este “giro” ético-religioso que se abre paso ante la crisis de los proyectos
societarios alternativos al capital la afirmación de la religión capitalista de la
ganancia, ese monoteísmo totalizador”, en palabras del autor –, en sus
vertientes más “progresistas”, se coloca como contrapartida del anterior intento
fracasado de totalización, de universalización capitalista (la llamada
“globalización), y consiste en una igualmente idealista convocatoria a una
“toleranciainfinita de las diferencias que, la mayoría de las veces, pierde de
202
Para Gruner (2007), la religión que ha calado más hondo en el funcionamiento objetivo de
todas y cada una de las prácticas humanas en toda la historia es la “religión del capital”. Lo ha
hecho gracias a su capacidad no sólo de crear objetos sino, fundamentalmente, de producir
sujetos para aquello objetos. ¿O acaso no es fundamentalismo defender la actual organización
de la vida (y muerte) del capital con el argumento de que “no hay otra salida”?, se pregunta
este autor. Esta religión hoy, ya no apela siquiera a la persuasión ni a la construcción
ideológica de consensos; la misma, que parece haber perdido todas sus “energías utópicas y
lo interesarse por las “conductas reproductivas”, ya no trata de persuadir y su lema es obligar
a repetir hasta normalizar. Así, estaríamos ante un tipo de religión que ni siquiera reclama
“obediencia”, puesto que no contempla opciones: vivir en el socio-metabolismo del capital es ya
obedecer. Para completar, esta es una religión mundial.
vista la materialidad objetiva de las desigualdades sociales. Este vigor de la
ética-religiosa asume la forma de un “nuevo progresismo”, cada vez s
volcado a lo inmaterial, que se conforma como un neo-humanismo abstracto
fuertemente aferrado a una “ilusión democrática” impotente a la hora de
formular respuestas históricas alternativas (ídem: 17).
En cuanto al pensamiento occidental, desde el fin de la Guerra, el eje
de las esperanzas de la revolución se desplaza fuera de las fronteras europeas
hacia la periferia del sistema: hacia el llamado Tercer Mundo. La cada vez más
insalvable “derrota de la revolución” que procede impacta sobre el
pensamiento crítico europeo, tensionándolo hacia la des-materialización de sus
categorías, lo que significará la pérdida de efectividad histórica del mismo.
Paralelamente al aumento de los problemas emergentes en el proceso de
“superación” del capital (no apenas del capitalismo), el “pensamiento crítico
occidental” se refugiará en el terreno de la filosofía, de la cultura, alejándose
cada vez más de la critica de la economía política.
Evidentemente, ello implicaría cierto exceso subjetivista, cierto
voluntarismo, como punto de fuga de las enormes limitaciones impuestas por la
materialidad dura y cruda del socio-metabolismo del capital y su despliegue
incansable. En síntesis, según el autor, el repliegue de las esperanzas en la
revolución mundial influyó decisivamente para que el llamado “pensamiento
crítico” proceda a la sustitución de lo real por el concepto (ídem: 23). Este es el
proceso que está en la base del “giro ético-religioso” que tiende a
desmaterializar el pensamiento crítico y a ocupar el vacío de lo político.
En este sentido, la crisis estructural del capital tiene vínculos orgánicos
con la emergencia de un discurso ético-religioso que elige ignorar los limites
que lo político le pone a sus pretensiones de nuevo ‘universalismo’” (ídem: 30).
Los límites de este pensamiento están en su impotencia para reconocer los
“particulares concretos”, que son la propia materia de lo político.
Pero, ¿tendremos condiciones suficientes de enfrentar este desafío?
Primeramente, hay que decir que el pensamiento que informe al proyecto
societario de emancipación (en el sentido material e inmanente de Utopía),
debe partir de un claro posicionamiento sobre el punto de vista, lo que implica
una toma de posición. Por todo ello, dirá nuestro autor, urge “subordinarse a un
nuevo modo de producción del pensamiento, un modo ‘periférico’, ‘lateral’,
presidido por una voluntad de retorno de Lo Político, que hoy solamente puede
empezar a operarse en y al margen del agotado socio-metabolismo del Capital”
(ídem: 31).
Y, fundamentalmente, ¿tendremos tiempo suficiente para hacerlo?
Según nos dicen los “especialistas”, en términos estrictamente ecológicos, si el
capital continúa con su auto-destructiva marcha triunfal es probable que el
planeta no resista mucho más de medio siglo un siglo, como mucho. En
términos militares centrales, actualmente en el ámbito de la política –, a
juzgar por el arsenal nuclear disponible por distintas “potencias”, el tiempo
podría ser bien menor. La tranquilidad llega cuando se advierte que un “suicidio
de la humanidad” es poco probable puesto que, como lo demuestra la
experiencia histórica, hasta ahora, en momentos críticos, ha prevalecido la
razón civilizatoria. Hasta ahora ha sido así.
Tal vez, lo que podría ser marcado como una diferencia cualitativa entre
la presente fase sistémica y las anteriores, es el hecho de que las
personificaciones del capital toman conciencia del agotamiento de las “energías
civilizatorias” del socio-metabolismo, y junto con ello, de la instalación
estructural de dosis crecientes de barbarización de la vida social, las cuales
deberán ser administradas de alguna forma. El capital, al entrar en su crisis
estructural, abandona cualquier “ilusn de auto-reforma” que pueda resolver o
frenar sus crisis recurrentes.
Desde la perspectiva del autor, al tiempo que las “ilusiones” del capital
se asentaban en la formulación de un Estado de Bienestar Social donde el
pacto de clases redundaba en progreso social infinito –, que adquiriría
dimensiones crecientes de desarrollo que desbordaría los límites de los países
centrales y “gotearía” hacia el Tercer Mundo, las del anti-capitalismo lo hizo
en la perspectiva de que, a muy corto plazo, se produciría una revolución
mundial que, definitivamente, disolvería la alineación social de una vez por
todas, poniendo fin a la “pre-historia de la humanidad”, abriendo la puerta de su
verdadera historia (Cf. ídem: 32).
Por otra parte, se encuentra la llamada “crisis del sujeto” de la teoría
social crítica que emerge como el resultado de las correlaciones de fuerza
sociales entre las clases –, y puede ser leída en el ámbito profesional como la
contradicción formada por la “dimensión política” de toda actividad y la
“autonomía relativa” en su realización, en un contexto histórico caracterizado
fundamentalmente por la derrota de los proyectos emancipatórios a escala
mundial; derrota esta, todavía muy reciente.
En el ámbito de lo que podría hoy llamarse de “crítica latinoamericana”, o
pensamiento histórico-critico latinoamericano, es poco conocida la figura de
Montaigne, uno de los primeros filósofos” que ya en 1580 advirtió la
mistificación que rod la colonización de América, que delató al racismo
propiamente moderno que emergía con el llamado hoy, no sin una buena
dosis de cinismo encuentro de culturas”. Un siglo antes que Descartes,
Montaigne estaba filosofando sobre la gestación del sujeto “moderno”, desde
una perspectiva bien diferente a la del “padre de la razón moderna”.
Según este autor, tuvo expresiones realmente “fuertes, al afirmar, por
ejemplo, que el “verdadero ‘canibalismo’ (el que se les impuso a los salvajes’)
es una potencialidad permanente en el corazón mismo de la llamada
‘civilización’, que es la que realmente se está tragando a las culturas ‘salvajes’”.
Esto equivale a decir que lo que la civilización occidental llama ‘el Otro’, el
‘ajeno’, no es tal cosa, sino la parte maldita de la propia cultura occidental, la
que ella no quiere reconocer como producto de su propio ‘salvajismo[...] una
bien material tensión inmanente a su propia lógica, a su propio logos(Gruner;
2007: 34). Por esto, podría decirse que la “cuestión del sujeto” está colocada
desde el inicio en América Latina; se trata de conocerla y recuperarla como
subsidio para la formulación ético-política contemporánea.
Para este autor, el debate de las ultimas décadas sobre “el sujeto” se ha
visto una y otra vez obturado por la primacía de una lógica binaria, dicotómica,
que polarizaba sin restricciones las posiciones presentes en disputa; la
perspectiva “moderna” y la “pos-moderna”. Tal polarización está centrada de un
lado, sobre el “sujeto pleno” cartesiano, sujeto universal abstracto”, des-
historizado y, por eso, “eterno” lo que no le quita el mérito de reconocer el
sujeto –, y de otro, un sujeto tan “posmodernamente” atomizado y difuso que ni
siquiera es un sujeto vacío puesto que esto supondría la posibilidad de ser
llenado de contenido en algún momento –, sino mas bien un “no-sujeto” (ídem:
36).
Entonces, ¿cómo se supera este dilema? A partir de la recuperación, de
la recomposición – teórica, social y política – del sujeto que no es “ni pleno”, “ni
disuelto”. Hay que partir de escuchar a ese “tercer (otro) sujeto” (ídem: 37).
Este puede ser encontrado en los “intersticios de la historia”, generalmente
silenciados por la historia oficial de los vencedores. De acuerdo con el autor,
existe otro relato de la modernidad, una perspectiva crítica de la propia
modernidad (o auto-crítica) que niega negación que no rechaza
absolutamente todo lo moderno, más bien denuncia su parcialidad, su falsa
universalidad – esa versión “oficial” de la historia. Esto es, bajo la historia de los
vencedores hay otra historia; es ésta la que debe ser rescatada para pensar el
proyecto societario de emancipación, así como el sujeto capaz de realizarlo
históricamente – antes de que sea demasiado tarde, claro.
Volver a pensar la cuestión del “sujeto” en Nuestra América es
imperioso. La polémica debe transitar por la recuperación crítica de esa “otra
versión silenciada” de la historia, la de los derrotados, la cual debe buscarse
desde los orígenes mismos del llamado “pensamiento occidental”. Esa
“modernidad otra”, surge con la constatación de “una realidad dividida contra sí
misma”; “la modernidad es una fractura”, dirá Gruner (2007: 38). A, el sujeto
dividido, vale decir, ni entero ni diseminado, nos fuerza a instalarnos en el
centro del conflicto, de la fractura, de la falla(ídem: 39). En medio de la actual
crisis socio-cultural y política, el sujeto producido por las formas de sociabilidad
capitalistas no puede ser más que fracturado; por ello, ese reconocimiento se
constituye como punto de partida para teorizar la contemporaneidad y para
actuar.
Es claro que las reflexiones del autor no significan que el llamado
pensamiento crítico latinoamericano deba abandonar o rechazar de plano toda
la gran tradición del pensamiento crítico producida en la modernidad europea;
sino que, justamente por nuestra propia historia estamos en una situación
privilegiada para emprender ese diálogo conflictivo y ríspido con nuestra propia
y desgarrada historia socio-cultural. Dicho “desgarramiento” debe ser tomado
como punto de partida para pensar a contracorriente de la historia. Así, podrá
surgir ese sujeto crítico, que se sujeto recuperado y recreado en los
intersticios del socio-metabolismo del capital, en su actual fase de desarrollo.
Con todo, advierte el autor, no debe pasarse por alto que esto, en los tiempos
actuales, no pasa de ser una estrategia defensiva ante el avance avasallador
de las tendencias barbarizantes que se explayan por el conjunto de la vida
social. Se estodavía muy lejos de poder materializar iniciativas autónomas”
del capital, efectivamente, alternativas a su gica.
El dilema de superar la actual demanda socio-histórica
Partiendo de la hipótesis de que existen nexos efectivos y operantes entre
la actual modalidad socio-reproductiva y la redefinición de “significado social”
de nuestra profesión, hemos establecidos tres ejes explicativos, tres
atravesamientos fundamentales, para analizar y comprender las metamorfosis
contemporáneas experimentadas por el Servicio Social en los marcos de las
actuales transformaciones societarias del sistema-mundo del capital.
Entendemos que estos tres atravesamientos son determinaciones macro-
societarias contemporáneas fundamentales que “pesan” sobre esta profesión.
Por un lado, la alteración de lo que llamamos su demanda socio-histórica,
especialmente a partir del refuerzo de los trazos represivos de las formas e
instrumentos de operacionalizacn del “control social”. Por otro lado, aunque
estrechamente vinculado con lo anterior, encontramos una sustantiva
restricción en los “márgenes de maniobra” del profesional, o sea, en la
autonomía política relativa de la actividad profesional. Un estrechamiento de
los márgenes profesionales para efectuar la organización de su proceso de
trabajo. Esto, como producto de la re-estructuración productiva del capital y sus
formas de sociabilidad correlativas. Hicimos esto, en la búsqueda de identificar
los principales dilemas y desaos que se le presentan al proyecto profesional
crítico del Servicio Social en nuestra América, en estos “tiempos de barbarie”.
Desde esta perspectiva, entendemos que en tanto los proyectos
societarios alternativos” continúen frágiles y políticamente inconsistentes, la
demanda estatal hacía la profesión será cada vez más requerida para
actividades de control social, para lo cual son intensificados los dispositivos
de “ajuste” en los varios niveles de la sociabilidad. En este sentido, el Servicio
Social es tensionado a convertirse en un profesional cada vez más demandado
para actual y accionar los diversos dispositivos de los planes y programas
destinados a “administrar la barbarie” contemporánea.
Esta nueva “demanda sistémica para el profesional, relativamente
“legitimada” (naturalizada) en la sociedad, es siempre determinada por las
relaciones de fuerzas históricamente presentes en una coyuntura específica -
relaciones éstas que expresan el estado en que se encuentra la lucha de
clases hoy realmente mundializada. Como fue dicho, la naturaleza” de esta
demanda - que impacta sobre el conjunto de dispositivos profesionales - se
explicita históricamente como una tendencia a “adecuar”, a ajustar”, a
aggiornar a estos profesionales por medio de la reorganización de su
actividad salarial según parámetros “productivistas”.
203
Las expresiones particulares de la crisis estructural del sistema han
implicado hondas metamorfosis en las formas que refractan la “cuestión social”.
Con la entrada del sistema en su crisis estructural, crónica, el conjunto de los
dispositivos destinados a viabilizar el proceso de - entre ellos, el Servicio Social
requiere ser reorganizado, readaptado a la nueva realidad sistémica. En este
cuadro, son redefinidas las estrategias de enfrentamiento a los conflictos
sociales, propios del al capitalismo, destacándose el refuerzo de los trazos
represivos del sistema del capital. Así, la funcionalidad del Estado y su
modalidad de enfrentamiento de las llamadas refracciones de la “cuestión
social son reconvertidas y, con ello, el contenido de las políticas sociales.
De modo que, en este complejo cuadro de mediaciones donde la crisis
deja de ser un momento pasajero y sus expresiones se tornan cada vez más
estructuralmente violentas, y donde las modalidades anteriores de regulación
del conflicto inherente al capitalismo - vía integración salariada - dejan de ser
viables históricamente; donde el Estado inhibe sus funciones de “garante del
bienestar común”, reconvirtiendo su accionar en función de las exigencias de la
reproducción ampliada del capital, y donde, paralelamente, se refuerzan los
aspectos represivos y alienantes del “control social”, el Servicio social sufre los
203
Podemos afirmar que dichas tendencias a reformular el “perfil profesional”, están
íntimamente asociadas a una variación sustantiva de la demanda socio-histórica de esta
profesión que determina la “base de sustentación socio-ocupacional”. Las tendencias a la
“adecuación” de los saberes y competencias profesionales especialmente en los últimos
veinte años en casi en toda América Latina -, al aggiornamiento de la actividad profesional,
responden por dicha alteración de la “demanda social”, la cual, a su vez, expresa las nuevas
exigencias colocadas por el proceso de reproducción social capitalista en su fase actual de
crisis estructural.
intentos de redefinir su “significado social” hacia lo que hemos denominado
administración de la barbarie.
Así, si nuestra hipótesis se sustenta, la crisis estructural del sistema
determina ondas transformaciones en el significado y funcionalidad social de
esta profesión - a partir de la redefinición de su demanda socio-histórica; en
sus modalidades de intervención a partir de las mutaciones ocurridas en las
“mediaciones que la sustentan: las “políticas sociales” del capitalismo
organizado”; finalmente, aunque no menos grabe, impone severas mutaciones
en las condiciones de asalariamiento de este profesional.
El capital, en respuesta a su crisis, ensaya un conjunto de
reestructuraciones que afectará integralmente el ámbitos de la vida social.
Dicha re-estructuración, en el ámbito de la producción, se traduce en un
conjunto de nuevas imposiciones al trabajo, en función de ajustarlo a las
actuales exigencias de la valorización del capital, que debilitarán severamente
sus posiciones. El Servicio Social que, en tanto especialización del trabajo
social, como vimos, no es ajeno a ese contexto, verá trastocado algunos de sus
principios fundamentes y bases materiales.
La “necesaria” re-estructuración productiva del capitalismo lo afectará tanto
precarizándo sus condiciones de asalariamiento, “flexibilizándolas”, como en el
plano de la organización de su actividad propiamente dicha, presionándolo para
que se adecue a la nueva “respuesta sistémica” a la cuestión social”, que
comporta una nueva modalidad de intervención socio-estatal ante sus
refracciones. Esto porque, como vimos, en tanto trabajo asalariado, inscripto en
la división socio-técnica del trabajo, la actividad del Servicio Social es un
trabajo alienado; lo es, fundamentalmente, porque no es el profesional quien
define y organiza su actividad; quien lo hace es el gobierno del Estado.
También, podríamos decir que su “producto” (si se lo puede llamar así) es para
otro.
Por otro lado, quedó esbozado que la crisis estructural del capital y sus
determinaciones sobre la re-configuración del Servicio Social puede también
apreciarse analizando el proceso sistémico de ajuste sobre la clase que vive de
la venta de su fuerza de trabajo, cuyas consecuencias pueden verse reflejadas
en las profundas metamorfosis experimentada por la “cuestión social”, así
como en el tipo sistémico de respuesta a la misma. En este sentido, se
registran restricciones importantes de los “márgenes relativos” de actuación
autonómica del profesional. En otras palabras, el conjunto de re-
estructuraciones capitalistas en curso inciden directa y negativamente en
dimensión política de esta actividad profesional.
204
Por tratarse de un trabajo básicamente asalariado, esa rdida de
“autonomía política” se verá reforzada al retro-alimentarse con una restricción
en su “autonomía económica” léase, estabilidad salarial. Este doble proceso
impacta sobre la “base de sustentación socio-ocupacional” produciendo una
verdadera crisis en el ámbito profesional. Dicha procesualidad se desarrolla en
los marcos de una redefinición importante de la modalidad de intervención
sobre la “cuestn social”, una vez que las políticas sociales características de
la fase de ascenso histórico del capitalismo prácticamente fueron
desmontadas. Así, la cooptación consentida levanta vuelo.
Por su parte, la crisis del proyecto societario alternativo abre espacio para la
consolidación de una “subordinación sutil a lo dado”; una adecuación
minimalista a los nuevos tiempos del reino de “lo posible”. Allí, el alivio de lo
extremo se generaliza como mediación eficaz para mantener el satus quo y
que nada cambie. Si el orden de cosas es naturalizado por las conciencias de
los individuos sociales, todo seguirá su absurdo “cauce naturaly la categoría,
mayoritariamente, se verá administrando la barbarie Es justamente a esto,
desde nuestra perspectiva, el principal dilema del proyecto profesional crítico
en la América Latina contemporánea; la búsqueda de superarlo, una vez
comprendidas sus dimensiones, se torna un desafío gigantesco.
Esto es, entendemos que el principal dilema que emerge con las radicales
transformaciones del Servicio Social en la contemporaneidad del capitalismo
periférico, podría resumirse en el enfrentamiento a las crecientes tendencias
que actualmente están presionándolo para que se cristalice como una actividad
profesional adecuada al trabajo de administración del orden social
establecido”, el cual, como intentamos mostrar, se caracteriza por el
incremento gradual y sostenido de sus trazos barbarizantes. Esto significa que
204
El Servicio Social ve seriamente afectado en su “autonomía (política) relativa, la cual es
históricamente determinada, esto es, dinámica, abierta a posibles ampliaciones. Con el re-
ascenso de las luchas sociales”, por ejemplo, con el “re-encendimiento” de la “cuestión social”,
dichos márgenes son redefinidos.
esta profesión está siendo cada vez más demandada – tanto por diversas
instancias institucionales del Estado, del sector privado, como también del
“público no-estatal para participar en la ejecución de un conjunto de
instrumentos, políticas y programas destinados a “administrar la barbarie”
contemporánea. Estos, como puede apreciarse, cada vez menos apuntan a
constituirse como resoluciones efectivas para las actuales expresiones de la
“cuestión social”.
El desafío de recomponer (teórico, ética y políticamente) la unidad
latinoamericana
Como vimos, es cierto que un conjunto de problemas se presenta a la
hora de tratar América Latina o nuestra América como “unidad de análisis”.
Estos, responden por una dialéctica entre “identidades y diferenciaciones
presente en la realidad continental, y muchas veces se torna “lugar común” la
recaída en la unilateralidad (“excepcionalismo o “exotismo”/ generalismo” u
“homogeinismo”). Desde nuestra perspectiva, se propone pensar América
Latina, o el “latinoamericanismo”, no como una identidad homogénea, sin
distinciones - de trazos culturales, experiencias socio-económicas y políticas
idénticas, etc. -, sino como una unidad viva que posee particularidades.
Vimos que esta unidad está básicamente determinada por los
innegables vínculos socio-históricos comunes que comparte; los mismos tienen
raíces en su particular experiencia histórica, la cual data ya de más de 500
años. En este sentido, puede afirmarse que el carácter unitario de nuestra
América se revela en su “condición de periferia” del sistema-mundo capitalista,
la posición que trágicamente ocupa desde un primer momento. No obstante,
esto no significa (mucho menos exige) la negación de las singularidades de las
diferentes formaciones sociales que integran nuestra América.
Se trata, desde nuestro punto de vista, de captar a nuestra América como
una “unidad en proceso”; como un “proceso de unidad, que no niegue las
singularidades sino que se constituya a partir de éstas, estructurado a partir de
determinadas relaciones sociales radicalmente diferenciadas de las actuales -
caracterizadas por la opresión de la “colonialidad del saber / poder”, en la
expresión de Quijano, y de la explotación de clase, en términos marxianos. Se
trata, de aprehender la particularidad latinoamericana, lo que implica pensar
América Latina como un proceso de construcción de una unidad de diversos,
que por compartir historias, necesidades y posiciones subalternas en el
usufructo del desarrollo de las fuerzas productivas sociales, porta una
potencialidad para contribuir a la afirmación de un proyecto y una experiencia
societaria alternativa a la actual.
En este marco, resalta la pregunta por las actuales condiciones de
posibilidad para la constitución de esta unidad en proceso: el proyecto
latinoamericano de unidad para la emancipación humana.
En este sentido, dijimos que el conjunto de trasformaciones societarias
operadas en la enorme mayoría de los países latinoamericanos desde la
década de 1970, estructuradas como respuesta del capital a su propia crisis,
impulsadas especialmente por los “Organismos Globales” de crédito, etc.,
como el programa que permitiría superar los problemas contemporáneos,
significó una verdadera castrofe societaria para las mayorías sociales del
continente, sumergiéndolas aún más profundamente en la barbarización de la
vida social, hasta nuestros días.
Son dramáticamente evidentes las secuelas de la aplicacnrrea del
recetario neoliberal en nuestra América, particularmente desde la gran crisis de
la década de 1970 hasta hoy. En respuesta a la misma emerge el
neoliberalismo, cuya significación socio-histórica para nuestros pueblos se
revela como un monumental proceso socialmente regresivo. En este sentido,
podría afirmarse que el neoliberalismo, ontológicamente analizado, representa
la “violencia necesaria” del sistema antagonista del capital, a la cual debe
recurrir para enfrentar los mites crecientes que encuentra para mantener sus
lucros en niveles adecuados. Por otro lado, los más de 30 años de políticas
neoliberales en el continente, preanuncia el papel reservado para pses
periféricos ante las nuevas y más potentes crisis capitalistas.
Concomitantemente, dicha “catástrofe social” provocada por las políticas
neoliberales, especialmente en la década de 1990 y contradictoriamente,
proporciola emergencia de diversas fuerzas sociales, grupos y sectores de
clase, que se disponen a resistir las envestidas del imperialismo, en sus
diversas tácticas y expresiones nacionales. Lo que viene vivenciando América
Latina en los últimos tres lustros es un claro proceso de emergencia y
explicitación de las luchas sociales; un auténtico movimiento de re-ascenso de
los conflictos y las luchas a lo largo y ancho de todo el continente.
Lo curioso es que esto ocurre luego de la implantación de los terrorismos
de Estado que, desde las décadas de 60, 70 y parte de 1980, barbarizaron la
vida de buena parte de las sociedades latinoamericanas. Estas “dictaduras del
gran capital”, sin excepción, fueron implementados por las elites dominantes
locales en estrecha asociación con el imperialismo norteamericano, para
contener la radicalización y potencialidad alcanzada por las luchas de
liberación en nuestra América.
Es real que este ascenso de luchas sociales - pos-terrorismo de Estado y
¿pos-neoliberalismo? en la contemporaneidad se viene difundiendo
continentalmente y generando, aunque tímidamente, procesos de unificación e
identificaciones. La unidad de la resistencia al imperialismo, en su moldura
neoliberal, se presenta cada vez más claramente como el nexo, el “cordón
umbilical”, que delinea la unidad de nuestra América. Está por verse las
capacidades reales y potenciales que la misma lograpara amortiguar y/o, en
el mejor de los casos, revertir el genocidio económico que azota a la región
desde su génesis.
Queda claro, entonces, que el neoliberalismo no es apenas un “modelo
injusto de acumulación y distribución de la riqueza, el cual, con la sola
existencia de “voluntad política” (gubernamental), fácilmente y en cualquier
momento podría ser reemplazado por otro. Es, ante todo, el resultado histórico
de los grandes enfrentamientos sociales y políticos que conmocionaron el
mundo en las décadas de 1960 y 1970, portadoras de una radicalidad
amenazadora para el orden social del capital. Es la fase “posible” y “necesaria
del capitalismo contemporáneo en crisis estructural; la forma más adecuada a
las actuales condiciones reproductivas del sistema en su fase actual. En
síntesis, el neoliberalismo representa la sociabilidad posible” del capitalismo
en crisis estructural; configurado como la respuesta a la crisis de valorización,
deberá, para esto, vencer a las posiciones y las fuerzas que pretendan superar
el actual estado de cosas - la explotación del hombre por el hombre, por
ejemplo -, o que opongan resistencias a su “despliegue infinito”.
Si pensamos al neoliberalismo como una fase histórica de regresión social
que se expresa de modo particularmente crudo en América Latina, puede
decirse que dicho proceso produjo ciertos grados de “homogeneización” de
esta región aunque las bases se encuentren en la producción del
pauperismo. No obstante, esto no puede ser entendido mecánicamente, como
un proceso que se repite idénticamente en todos los países latinoamericanos.
Efectivamente, existen particularidades locales, nacionales, regionales, etc.;
diversas experiencias de aplicación de las recetas del “Consenso de
Washington”, distintas fuerzas y segmentos sociales, las cuales experimentan
diferentes reacciones socio-políticas e imponen tiempos y profundidades
relativas a las “contra-reformas” recomendadas por el imperio.
Por otra parte, dichas tendencias unificadoras con bases regresivas
producidas por la fase actual del capitalismo revelan una tendencia a que los
problemas típicos de la periferia se profundicen, puesto que es allí donde el
sistema buscará primeramente “oxigenar” sus crisis de desvalorización. Es en
las periferias donde inicialmente se descarga el peso cada vez más destructivo
y violento de las crisis capitalistas; sobre éstas, fundamentalmente, han sido
realizados históricamente los ajustes estructurales necesarios para la
renovación del vigor de la acumulación y la recomposición de la tasa de lucros.
En síntesis, el nudo principal del problema esen que las exigencias de
valorización del capital monopolista en su estado de mayor madurez exigen,
como condición de su reproducción, la barbarización real y efectiva de la vida
social, particularmente en las periferias del sistema mundo y, dentro de éstas,
en América Latina.
En este sentido, la creciente imposibilidad de garantizar sus “promesas
civilizatórias” básicas, impone como necesidad ofrecer respuestas alternativas.
Hoy podemos encontrar en América Latina procesos sociales y fuerzas de
resistencia a los procesos de la expansión insaciablemente imperialista del
capitalismo maduro; laboratorios de experiencias pos-neoliberales que se
presentan cuestionando firmemente aquellas bases de organización socio-
económica y política. Actualmente, en nuestra América se están procesando
agitados ciclos de lucha social y política.
205
Tanto experiencias radicales, como
205
Podemos encontrar ejemplos muy claros de esto en la “revolución bolivariana” en curso en
Venezuela, así como en la victoria política de los indígenas en Bolivia Cuba esta en este
bloque. También podan contarse Ecuador y, tal vez, Nicaragua.
más moderadas, graduales y ambiguas.
206
Existen, por otra parte, Estados-
nacionales muy influenciadas por los intereses imperialistas de EUA, que se
estructuran, a través de sus elites en el poder, como “socios” menores.
207
Finalmente, podríamos esperar del imperialismo para el futuro inmediato la
materialización de una dialéctica que no es nueva en la región; la misma se
caracteriza por el endurecimiento del control sobre la periferia, gestionado por
los segmentos locales dominantes asociados a los intereses del gran capital
internacional capitalismo, aunque no sin contestaciones (más o menos
contundentes, organizadas y radicales) por parte de “los de abajo” del mapa.
En esta contemporaneidad, tan rica en contradicciones como desafiante para la
acción crítica, nos propusimos reflexionar sobre los principales dilemas y
desafíos del Servicio Social crítico en nuestra América.
206
Podemos contar aquí los casos de Brasil, Argentina, Chile, Uruguay.
207
Nos referimos a Estados como Colombia, Perú, Costa Rica, Guatemala, El Salvador,
Honduras, Panamá, Puerto Rico. Aquí, actualmente, es donde puede palparse la preocupación
norteamericana por la perdida delcontrol” territorial de su periferia, especialmente puede
leerse estudiando su política de seguridad hemisférica y sus movimientos diplomáticos y
comerciales.
ALGUNAS CONCLUSIONES
Partiendo de la premisa de que el socio-metabolismo del capital hoy ha
alcanzado sus límites estructurales, puede afirmarse que lo verdaderamente
angustiante de la situación es que esto ocurre en medio de una notoria
fragilidad del campo de las alternativas capaces de contraponerse con grados
relativos de suceso al sistema. Este es, sin dudas, el síntoma más evidente de
la crisis de los proyectos emancipatórios; o sea, los proyectos societarios no
capitalistas, lejos de escapar a la crisis contemporánea, están totalmente
imbuidos ésta; están completamente determinados por estos tiempos de
barbarie.
Como dijimos, la realidad de la periferia latinoamericana revela que la
“globalización civilizatoria” prometida por el capitalismo maduro otro intento
truncado de universal concreto – no logra materializar sus promesas más
elementales; no puede, por ejemplo, explicar su imposibilidad de “globalizar” la
mercancía fuerza de trabajo como lo revelan los miles de muros fronterizos
actualmente alzados para evitar “la libre circulación del capital”.
208
En este sentido, la imposibilidad sistémica de asumir un conjunto
creciente de explosivas contradicciones, se refracta indeleblemente sobre las
formas de sociabilidad, otorgando una nueva particularidad a la “cuestión
social contemporánea.
209
Lo curioso de esta crisis es que un conjunto de
elementos y procesualidades que en fases anteriores funcionaron como
palancas impulsoras del sistema, hoy se han tornado límites infranqueables; lo
que ayer permitiera el éxtasis, hoy motiva la agonía.
210
208
Como vimos, el capital precisa mantener territorios diferenciados para la “ultra-extracción”
de plusvalía y la obtención de “súper-lucros” (Mandel: 1980), el cual siempre apeló al desarrollo
“desigual y combinado” para optimizar su funcionamiento.
209
Tanto la “cuestión ambiental”, como la profundización de la “miseria endémica”, expresan
los límites estructurales del sistema del capital. Esta última, además de producir toda clase de
enfermedades, actúa como multiplicador de las formas de violencia social, de marginalidad y de
degradación moral, y se constituye en un trazo marcante de la “cuestión social”. Otros
fenómenos sociales preocupantes como la delincuencia, la drogadicción, la inmigración “ilegal”,
la “explosión demográfica “en las grandes urbes (la hiper-trofia urbana), son fuentes de s
miseria y violencia social. Un perverso espiral que conduce a la barbarización de la vida social,
que parece asumir trazos más notorios de decadencia.
210
Sin embargo, sería un reduccionismo atribuirle a la lógica inmanente del capital la
responsabilidad exclusiva por el despliegue histórico, s al de que el resultado refleje la
plena realización de sus tendencias. Sabemos que el proceso se realiza con resistencias, con
La época trazada por el “ascenso histórico” del capitalismo parece
cerrada. Asistimos al ocaso del tiempo en que se imaginaba un desarrollo
ilimitado de las “fuerzas productivas”, infinito; hoy, sin dudas, los impulsos del
capital por reproducirse implican niveles crecientes de destructividad.
211
Las
agresivas pulsiones de expansión, generadas por su afán de crecimiento y su
sed insaciable de poder, imposibilitan la “regulación tranquilamente” de sus
tendencias más depredadoras, ni ejercer una “administración” general y
adecuada del socio-metabólico. Así, en el contexto de un “orden” social que se
torna incontrolable, vemos caer, una tras otra, hasta las tentativas más nobles
de humanizarlo.
Como dijimos, uno de los síntomas s agudos de la crisis capitalista
contemporánea, que explicita la predominancia de sus tendencias destructivas
y se torna una de las manifestaciones más preocupantes de la “cuestión social”
en la actualidad, está constituido por el fenómeno ampliamente conocido como
la exclusión social. Esta, causa directa de la degradación material y moral de
tres cuartas partes de la población del planeta, alimenta a las diversas y cada
vez más generalizadas formas de “violencia social” emergentes. Así, la
formación de mega-ciudades y su transformación en gigantescas villas miserias
– una hipertrofia urbana tardía resultante de la “decantación” de los millones de
“inútiles para el mundo” –, ha sido el palco de la emergencia de toda una gama
de “nuevos” racismos y “problemáticas” difíciles de comprender y de enfrentar.
La “guerra infinita” lanzada por la mayor potencia imperialista de la
historia contra los “enemigos externos e internos” que no “colaboren”,
fundamentada en la doctrina de la “guerra preventiva permanente”
implementada por el actual gobierno de los Estados Unidos G. W. Bush -
contradicciones, con conflictos, y que las luchas (largamente asimétricas, siempre) han servido
para estirar y redefinir permanentemente los límites del sistema – o, como mínimo, para
demorar sus efectos más destructivos.
211
Como fue mencionado, es importante no “naturalizar grado extremo de peligrosidad que
han adquirido estas tendencias destructivas del sistema capitalista contemporáneo, las cuales
cuentan con capacidad para poner en riesgo la propia existencia de la especie. Por otro lado,
vimos que este tipo de “desarrollo de las fuerzas productivas” es producto de la plena
realización de las tendencias inherentes a este socio-metabolismo. Esto es, no es por causa de
“errores”, de “mala administración”, o de “injusta distribución” que su funcionamiento es
anómalo; más bien, obstáculos estructurales, frutos histórico-concretos de la realización plena
de su lógica inherente.
(siempre alimentada por cualquier pretexto fundamentalista), se constituye
como una verdadera “fuga hacia delante” de sus contradicciones y debe ser
comprendida como una “necesidad” del actual proceso socio-metabólico; como
una exigencia impuesta por la crisis estructural.
Esta vigencia de la doctrina de guerra preventiva” una “guerra infinita”
contra un enemigo igualmente infinito, difuso, realizada tanto en términos
militares como económico-sociales, culturales, etc., o sea, a lo largo y a lo
ancho del campo de la sociabilidad contemporánea expresa la imposibilidad
del capitalismo de ceder espacios, esto es, la restricción de sus márgenes de
maniobra. La naturaleza de su crisis, como vimos, no le admite no tener “todo
el control”.
Paulatinamente, junto al avance de sus contradicciones hacia sus límites
estructurales, la construcción de ese otro “externo” comienza a requerirse al
“interior” de los centros mismos del sistema.
212
Esto se realiza a través de un
proceso que tiende a restringir realmente las libertades individuales. Un
proceso de recorte de las libertades sociales, de la “vida pública”, a partir de un
control y una vigilancia cada vez más absorbente y permanente. Esto, a pesar
de que en muchos lugares existan formas “democráticas (generalmente
vaciadas de contenido, o sea, formales, con poca legitimidad social.
213
En este contexto, plantear una “re-distribución” más equitativa de las
riquezas producidas; una ampliación de la “cobertura” de protección y de
seguridad social, o la afirmación de “derechos sociales”, así como la demanda
por un control nacional-estatal efectivo de las empresas transnacionales, sino
quiere reducirse a una expresión de deseo debe dimensionar la profundidad del
problema. Nunca antes en la historia de la sociedad humana se había formado
una polarización social tal amplia y profunda, paralelamente al potencial
productivo más contundente ya creado por la humanidad. El resultado palpable
212
La “guerra contra el terrorismolanzada inmediatamente después del 11 de septiembre de
2001, y que recientemente se cobró más vidas en el ataque “ilegal” del Estado colombiano (hay
pruebas de que “fuerzas” de otros Estados habrían participado del bombardeo) sobre deres
fundamentales de la supuesta guerrilla “terrorista” de las FARC-EP en territorio de Ecuador, es
un momento necesario para justificar la estructura de comandodel capital, ante la disolución
de su Otro por excelencia: el comunismo – especialmente el soviético.
213
No hay dudas de que la consigna que marcó fuertemente pasajes importantes de la rebeln
argentina de este inicio de siglo: “¡Que se vayan todos!” es un símbolo de esto.
de la realización de esta paradoja es un verdadero genocidio, donde el 20 % de
la población mundial concentra y consume el 80 % de la riqueza social
producida, hundiendo en la barbarie al resto de la humanidad.
Pretender detener la “caída de la tasa de ganancia” mediante la re-
construcción de un hipotético Estado de Bienestar Social que, además, se
reveló efímero al enfrentarse con los límites estructurales del capital parece
poco viable. Por esto, desde inicios de la década de 1970, el capital debió
recular en términos civilizatorios, debió hacer “retroceder” las posiciones de las
clases trabajadoras para desmontar buena parte de sus “conquistas que le
habrían permitido mejoras en sus condiciones materiales de vida. La promesa
de un “bienestar infinito” y para todos hoy cada vez encuentra menos
significado.
214
Por otra parte, como vimos, las respuestas del capital a su crisis
estructural no pueden eludir el ajuste sobre sus fuentes de rendimiento: el
“trabajo vivo”, y dicho ajuste, en este estado del “desarrollo de las fuerzas
productivas” (del capital), no puede significar otra cosa que desprotección de
(cada vez más) amplios segmentos de la clase trabajadora, lo que ha dado
lugar a la explosión de formas de protesta y resistencia diversas y
fragmentadas, tanto en el centro como en las periferias. El hecho de que dichas
manifestaciones no logren constituirse como alternativas efectivas es otro
problema, sin dudas más complicado.
De modo que, la gravedad de la crisis capitalista contemporánea exigió una
redefinición del modo de realizar la “reproducción” sistémica y, particularmente,
una reformulación de la “modalidad de intervención social que corresponda
funcionalmente con la fase de desarrollo del socio–metabolismo. Este proceso,
no obstante, no se efectiva sin luchas sociales y políticas, sin disputas entre
“proyectos societarios” formulados por las clases sociales y sus segmentos,
214
Las personificaciones del capital, los capitalistas, concientes de los síntomas de
agotamiento, perciben claramente que su propia supervivencia está en juego. Al aparente
agotamiento de recursos no renovables, se suma el monumental desarrollo tecnológico creado,
que transforma las formas de extracción de sobre-trabajo existentes, lo que finalmente lleva a
una caída de la tasa de ganancia la cual sólo será atenuada por la instalación de una súper-
explotación del trabajo en las periferias, que produce una “regresión civilizatoria” que se
materializa a través de un perverso desarrollo desigual y combinado del ser social.
tanto en los ricos países del capitalismo “céntrico”, como en los eternamente
“en vías de desarrollo”.
En un contexto como este, para lograr el buen funcionamiento” del sistema
y contrarrestar con suceso las tendencias a la crisis, la modalidad general de
reproducción del sistema, el patrón reproductivo, se torna anacrónico debiendo
ser revisado; ante estas “crisis estructurales”, el sistema procurará respuestas
funcionales que pueden resultar en re-estructuraciones más o menos integrales
de la organización de la vida social.
215
Esto es justamente lo que está
ocurriendo desde finales de la década de 1960, cuando emergen los primeros
síntomas de una nueva y severa crisis sistémica en el capitalismo.
Como fue observado, la re-estructuración que el capitalismo ha emprendido
en estas décadas, que es responsable por el tragedia social en curso, expresa
el agotamiento de sus energías “agregadoras, de los “impulsos progresistasy
civilizatorios que caracterizaron los pasajes de su “ascenso histórico” como
socio-metabolismo particular. En este cuadro buscamos situar el análisis de las
actuales expresiones de la “cuestión social”, su particularidad histórica, junto a
la imposibilidad de formulación de “respuestas progresivas” para la crisis.
Ante estas señales de “agotamiento”, el capitalismo busca respuestas
adecuadas, formula contra-tendencias a sus contradicciones. En medio de este
cambio cualitativo en el funcionamiento sistémico, cuando las “reservas
civilizatorias” del orden social del capital parecen exhaustas, debe buscarse la
sustancia de la actual configuración histórica de la “cuestión social”, cuya
particularidad se define en relación con la afirmación histórica de la tendencia a
la barbarización de la vida social. Desde esta perspectiva, la respuesta del
capital a su crisis estructural, lejos de haber resuelto las contradicciones las ha
potenciado.
En cuanto al Servicio Social como tipo particular de trabajo profesional,
podría decirse que, en trazos generales, ha corrido la misma suerte que el
conjunto de las actividades realizadas por la clase trabajadora” (la clase que
vive de la venta su única propiedad: su capacidad de trabajo). Precarización de
215
En este sentido, la “crisis estructural” tienen una naturaleza diferente que las “crisis de
coyuntura”, puesto que de las mismas generalmente resultan transformaciones profundas en el
conjunto de la vida social.
las condiciones del trabajo y desempleo de larga duración han sido trazos
definidores de la realidad socio-profesional en las últimas décadas.
Si la efectiva erosión actual de la “base de sustentacn socio-
profesional del Servicio Social” se mantiene, la tendencia será a que las
condiciones de posibilidad para construir respuestas profesionales críticas,
colectivas y “autónomas” se vean mas o menos gradualmente - restringidas.
En este sentido, las metamorfosis contemporáneas del capitalismo afectan los
márgenes (siempre relativos) de “autonomía para la realización de su
profesional.
Íntimamente relacionado con esto se encuentra el refuerzo considerable
los últimos años de la cooptación ideológica y política, tanto por medio de los
mecanismos de “alienación ideo-cultural”, como por la avalancha de “estímulos
materiales y promesas de éxito en un mundo que parece desmoronarse sin
pausa. Los espacios socio-laborales se constituyen en el eje de esta “nueva
cooptación” a tipo de inserción en el mercado de trabajo profesional. Dicha
expansión, a su vez, funciona como soporte de la “legitimación social” del
profesional, en la medida que alimenta la demanda del Servicio Social,
reforzando la utilidad social de esta actividad.
En un contexto de desagregación creciente como el actual, donde la
“cuestión social” adquiere formas y expresiones difíciles de descifrar y enfrentar
progresivamente, cierta reapertura relativa de espacios profesionales operó
fuertemente en el sentido de alejar el debate de las cuestiones de fondo,
imponiendo una especie de “minimalismo” socio-humano, con eje en “lo
posible”. Este proceso minimalista, logrando presentar “tímidos progresos” en
lo inmediato, aparece como un periodo que expresa una “mejoría social
relativa”, especialmente en aquellas sociedades que se precipitaron
macizamente en la crisis.
El paradigma de “lo posible”, así como la resignación fatalista, no logra
eludir aquello que podría caracterizarse como el “dilema existencialde buena
parte los profesionales del Servicio Social, a saber: el de aceptar el presente
como un momento de muy lenta recuperación social de la larga noche”
neoliberal, por lo cual hay que estar preparado para convivir con las actuales
“formas posibles de sociabilidad”, aprendiendo a respirar un clima de calma
feroz permanente. A esto Menegat (2006) llama cooptación consentida, la cual,
no está de más recordarlo, nos desafía diariamente a todos.
Como dijimos, los procesos civilizatorios que emergieron de la realización
histórica de sus pulsiones inherentes hoy más bien se presentan como
“regresiones a la barbarie” para la enorme mayoría de la población del mundo.
Con cada vez menos margen de tolerancia, producto de las restricciones
sociales crecientes que reflejan los límites insuperables de la civilización
contemporánea, estos apologistas eluden cualquier análisis más o menos
profundo de las contradicciones sociales lo que derrumba cualquier
argumentacn racional sobre de lo real y permite que se instale la barbarie.
Ante esto, los “ideólogos” del gran capital, especialmente su segmento más
conservador, desde una especie de sabia resignación de clase, buscan
imponer la idea de que los actuales tiempos son lo posible a realizar
históricamente; trabajan afanosamente para reducir, para contener e inhibir, el
horizonte de la emancipación humana. Las precarias condiciones en que se
encuentran las que podrían considerarse experiencias societarias “alternativas”
al capital anti o pos-, capitalistas, etc. -, formas de sociabilidad más ricas,
refuerza la tendencia que induce a la “aceptación realista del status quo, a
fugarnos de la profundidad de lo real a partir del ejercicio de una “sabia
resignación”.
Por esto, la responsabilidad histórica de ofrecer respuestas socio-políticas
superadoras en estos tiempos de barbarie, cada vez más recae, sobre las
fuerzas que luchan por una auténtica emancipación humana. Enfrentar las
actuales interpelaciones societarias, ciertamente, es un desafío gigantesco.
Con pocas certezas sobre el éxito del producto, solo nos calma la tranquilidad
de saber que el proceso es infinitamente más rico que el resultado, siempre.
Por esto, creemos que esta tentativa se justifica y encuentra pertinencia.
En síntesis, podríamos decir que el dilema fundamental que hoy enfrenta
el proyecto profesional critico tiene que ver con el tipo de respuesta que el
mismo pueda elaborar ante la actual tendencia de su demanda socio-histórica
hacia la contención y administración de la barbarie contemporánea ésta,
entendida como el trazo peculiar presentado por la llamada “cuestión social” en
nuestros días. Las creencias sobre las posibilidades efectivas de “mejorar” el
capitalismo, de humanizarlo, de re-imprimirle un carácter “progresista”,
“distribucionista”, hoy se confrontan con la dura materialidad de las actuales
tendencias y hechos históricos.
En este contexto, el pensamiento crítico” es, en el ámbito del proyecto
profesional crítico del Servicio Social, heurísticamente hablando, una pieza
fundamental. En buena medida, de él dependerá la orientación de sentido
asumida por el perfil de esta categoría profesional en el futuro. Este último,
como dijimos, es resultante de las disputas y relaciones de fuerza que lo
atraviesan y determinan socio-históricamente.
Otro desafío importante es comprender la profundidad de la actual
situación de esta categoría profesional, en los marcos de la crisis de la clase
trabajadora en la periferia latinoamericana. Allí deben buscarse las raíces de
las actuales determinaciones históricas que pesan sobre esta actividad
asalariada. El análisis del avance de las tendencias que definen el perfil de
estos trabajadores delo social” hoy (el tipo de profesional que se demanda en
el mercado de trabajo, los contenidos del proceso de formación profesional, así
como los fundamentos y principios que actualmente soportan sus formas de
organizacn política.
216
Por todo esto, podemos decir que esta nueva fase sistémica presenta
como trazo distintivo una nueva modalidad de realizar el proceso de
reproducción social cualitativamente diferente de la anterior, marcada por un
proceso de “agregación social” de las diferentes camadas sociales - incluso en
buena parte de las “periferias –, orientada a “institucionalizar”, a integrar, a
“armonizar” las reivindicaciones de los movimientos o organizaciones socio-
políticas en lucha con las exigencias de la valorización y acumulación del
capital. Las capacidades otrora demostradas para incorporarcontingentes a
su ambiente, de desplegar tendencias absorbentes, integradoras, parecen
impotentes hoy.
De modo que, las condiciones objetivas con que cuenta actualmente el
socio-metabolismo del capital para enfrentar sus crisis esas que lo azotan
cada vez más intensidad y frecuencia y formular respuestas históricas
216
Tal vez pueda pensarse en que la lucha colectiva por avanzar en la “reglamentación” de la
actividad profesional en los países latinoamericanos que aún no la viven, a partir de la
construcción de proyectos profesionales lidos y cualificados a partir de una democracia
progresiva, participativa -, es una disputa indispensable para hacer avanzar el Servicio Social
critico en nuestra América.
“progresistas”, socialmente “agregadoras”, se revelan insuficientes para el
tamo del problema - en este sentido se habla de agotamiento de las
“energías civilizatórias” del capitalismo, como lo demuestra sus dificultades
para reproducirse socialmente con grados sustanciales de legitimidad. Las
crecientes dificultades que enfrentar para legitimar las consecuencias sociales
más violentas y retrógradas de sus “necesarias” políticas de conquista, prueban
que las posibilidades efectivas de cumplir sus promesas de desarrollo y
bienestar general han quedado reducidas a discursos mistificadores,
fetichizantes, cada vez más apartados del “ser precisamente así” de lo real.
En estas coordenadas históricas, los monopolios” de la información
los medios masivos de comunicación capturados por el capital no cesan de
mostrar (no sin una buena dosis de deformación) como los impulsos de la
expansión de las ganancias se tornan más agresivos y expansivos, colmando
de violencia los diversos ámbitos y territorios de la vida social. Puesto que las
tendencias históricas principales del actual contexto evidencian la
consolidación estructural de procesos de barbarización de la vida social de
amplios sectores de la población mundial, el problema de la formulación de las
alternativas históricas al presente orden de cosas se impone.
217
Intentamos aquí dejar evidenciado la profundidad y complejidad de los
límites y los desafíos que actualmente encuentra el llamado proyecto
profesional crítico del Servicio Social para constituirse y consolidarse en la
configuración socio-política particular de América Latina. Entre los limites y
obstáculos, fundamentales a superar para avanzar en esta marcha “contra la
corriente”, quisimos destacar el que se forma por el problema del mercado de
trabajo profesional”, especialmente a partir aumento del grado y de la
intensidad de la dependencia del trabajador al capital para su reproducción
como individuo social; esto, evidentemente, se relaciona con el problema de la
restricción de los márgenes de autonomía relativa para dar instrumentalidad al
trabajo profesional. Hoy, continúa siendo imprescindible analizar las
217
Dentro de éstas, algo que se destaca en América Latina en estos días podría caracterizarse
como una especie de re-actualización de la respuesta “desarrollista” (o neo-desarrollismo) para
enfrentar la crisis actual. Algo que especialmente interpela a dicha alternativa” se refiere a la
cuestión de las posibilidades efectivas de formulación de una “respuesta progresiva” duradera,
una nueva salida integradora, para el actual proceso de “morbidezsocial que signa nuestra
contemporaneidad.
condiciones bajo las que se realiza la venta de nuestra capacidad de trabajo, o
sea, cómo se conforma el proceso de trabajo profesional.
En este sentido, puesto que la práctica profesional se encuentra
atravesada y tensionada por los intereses en última instancia antagónicos de
las clases sociales; puesto que el ejercicio profesional se ve atravesado por las
demandas contradictorias de éstas clases, aquellos segmentos de
“trabajadores socialesque asumen como propios los intereses de la clase que
vive de la venta de su fuerza de trabajo de las victimas de la lógica cada vez
mas deshumanizante y barbarizante del capital -, un verdadero dilema
existencia se yergue ante los mismos: el hecho de que depender de un su
espacio socio-ocupacional determinado por las estrategias de “regulación
social que la clase hegemónica despliega para renovar la reproducción del
orden societario y, al mismo tiempo, no admitir la intencionalidad original que
es en la naturaleza de los dispositivos de administración social con los que
opera su intervención.
218
En este cuadro general, buscamos captar particularmente los impactos
recibidos por esta categoría profesional, desde una perspectiva que no
desconsidere el potencial que la misma porta para formular respuestas frente a
los escenarios históricos. En este sentido, en términos generales, entendemos
que a pesar de los enormes avances producidos por los segmentos críticos de
esta categoría - especialmente en las ultimas cuatro décadas, desde el
movimiento latinoamericano de Reconceptualización” – las tendencias que
buscan reducir al Servicio Social a un mero administrador de la “cuestión
social del capitalismo (hoy en crisis estructural) se han renovado, han
recobrado vigor, y vienen ganado importantes espacios dentro del “territorio
profesional”.
Sin embargo, como fue afirmado, esto no puede derivar en una negación
absoluta (“excesivamente pesimista”) de las experiencias profesionales que
durante todo este tiempo, con mayor o menor grado de éxito, desde los
intersticios del socio-metabolismo del capital, vienen realizando el intento de
vincular su actividad profesional con la produccn de relaciones y procesos
218
Este es el gran dilema presente a superar por el proyecto profesional critico, en el terreno
teórico-metodológico, en el político-organizativo, como en el de la intervención técnico-
operativa.
sociales alternativos al status quo, anclados en proyectos societarios que
buscan trascender los límites estructurales del actual modo de organización de
la vida social y la consecuente destrucción de vidas humanas que la
manutención del mismo supone y conlleva.
Hemos partido de la premisa de que el análisis y la búsqueda de
comprensión de las “leyes” que constituyen la sociabilidad contemporánea
sería el camino adecuado y fértil para proyectar intervenciones - colectivas e
individuales, de largo, medio y corto plazo y alcances - orientadas a alimentar
procesos societarios más allá del capital. Con una escena histórica cerrándose
en las estrechas fronteras de la “inmediatez”, a contra-corriente, hay que
continuar remando, pensando formulas para continuar librando las batallas
necesarias.
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