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terrenales, etc., todos esos trazos constitutivos de la naciente modernidad,
implicarán un trastrocamiento radical del ambiente socio-cultural de las
regiones involucradas (Casullo: 1993)
85
.
Sin embargo, el siglo XVII comenzará a mostrar, en el propio centro de
la modernidad, la emergencia de problemáticas que van a anticipar las crisis
propias de la nueva época, las cuales, como vimos, son resultantes del propio
desarrollo de las contradicciones inherentes al sistema-mundo capitalista y
moderno. Será ese, un siglo de intensas revoluciones en Inglaterra, las cuales
terminarán siendo más tarde el trasfondo motivador del llamado “Siglo de las
Luces”
86
.
Por otra parte, paralelamente, se va constituyendo la perspectiva euro-
céntrica de la modernidad, la cual, de acuerdo E. Dussel (2000), se basa en la
“confusión” (generalmente intencionada) de universalidad abstracta con
mundialidad concreta realizada por los dictámenes del capital, productora y
responsable por el pleno capitalismo que vivimos
87
. En este sentido, cuando
hablamos de la existencia efectiva de una modernidad capitalista, se buscan
evidenciar justamente las contradicciones refractadas por la legalidad peculiar
85
De acuerdo con Casullo, la modernidad nos trae un itinerario sustentado en los principios de
autonomía moral del hombre, que cuestiona toda autoridad externa cercenadora de sus
potencialidades. A partir de ese nuevo estado de conciencia sobre la historia nacen las visiones
del progreso espiritual de la humanidad y se da la recuperación del hombre para una historia
que, desde ahora, se define en la tierra – gracias al descubrimiento y confianza en la calidad
emancipatória de la razón. Son promovidas las ideas sobre el progreso, sobre la posibilidad de
emancipación, sobre el sujeto que genera significados; lo histórico deja de ser un paréntesis
irracional, leído desde una “oscura racionalidad divina”.
86
Para este mismo autor, la Revolución Inglesa había traído la experiencia de democratización
del orden social a través de la secularización de la política. Por su parte, el racionalismo
filosófico francés, con su sueño “enciclopedista” reformador y su esclarecimiento, por medio de
la articulación de las ciencias, las artes, la técnica y el trabajo, nos convence de que es el
presente – y ya no el pasado clásico – la edad de oro del espíritu.
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En sus estudios críticos sobre la génesis histórica de la modernidad y sus relaciones con
América Latina, el filósofo Enrique Dussel (2000) afirma que la teoría social hegemónica sobre
la constitución histórica de la modernidad casi siempre acepta como cuadrante el esquema
(mistificador) de interpretación basado en la secuencia lineal: Renacimiento italiano - Reforma e
Ilustración alemana – Revolución burguesa Inglesa y Francesa; esto es: Italia en el siglo XV;
Alemania en el XVI-XVIII); Inglaterra en el XVII; Francia en el siglo XVIII. Tales interpretaciones
históricas, porque se basan en indicaciones puramente “europeas” para explicar la génesis de
nuestra época societaria, forman parte de la visión “euro-céntrica” de la historia. La misma,
puesto que afirmada sobre fenómenos exclusivamente internos de Europa, considera que su
desarrollo posterior no precisa más que el análisis del “centro” para ser explicado. Del resto,
esto es, la enorme mayoría socio-geográfica del mundo, que forma las periferias del sistema,
no debe esperarse más que una repetición tardía de la trayectoria de los más “desarrollados”.