cuando, en fin, se fijaron en los términos del tratado de París cuya
aprobación en lo referente á la anexión de Filipinas, fué saludada con
gritos de júbilo y satisfacción por el partido imperialista dirigido
por Mr. Mac-Kinley, entonces abrieron los ojos, á la referida luz de
la verdad, percibiendo con claridad la política baja, egoista y poco
humanitaria, que Mr. Mac-Kinley había seguido con nosotros los
filipinos, sacrificando despiadadamente á sus inmoderadas ambiciones,
el honor del almirante Dewey, exponiendo á este digno caballero é
ilustre vencedor de la escuadra española, al ridículo universal, pues
no otra deducción se puede hacer del hecho de que, á mediados del mes
de Mayo de 1898, el _Mac-Cullock_, vapor de guerra de los Estados
Unidos, me trajera, con mis compañeros revolucionarios, de Hong-kong
por órden del mencionado almirante, y esté hoy dedicado á bombardear
los puertos y poblados de la misma revolución, cuyo lema es la
libertad y la Independencia.
Los hechos relatados son recientes, y deben retenerse aún frescos sus
recuerdos, en la memoria de todos.
Los que en Mayo de 1898 admiraron el valor de los marinos del
almirante Dewey, y los sentimientos humanitarios de este ilustre jefe,
prestando apoyo visible á un pueblo oprimido para que fuera libre é
independiente, no podrán seguramente cohonestar la presente inhumana
guerra, con aquellos elevados y honrados sentimientos.
Pasaré por alto las crueldades con que desde el rompimiento de
hostilidades trató el General Otis á los filipinos, fusilando
sigilosamente á muchos que no quisieran firmar el escrito, pidiendo la
autonomía; nada diré de los abusos de fuerza, que los soldados
americanos cometieron contra inocentes é indefensos vecinos de Manila,
fusilando á niños y mujeres por estar asomados á los balcones;
allanando domicilios á media noche; descerrajando arcas y aparadores,
y llevándose dinero, alhajas y cuantos objetos de valor encontraban,
rompiendo sillas, mesas y espejos que no se podían llevar, porque al
fin y al cabo, son consecuencias de la guerra, aunque impropias de un
ejército culto; pero lo que no pasaré por alto, es la inhumana
conducta observada por dicho General con el ejército filipino, cuando
para arreglar un tratado de paz con la Comisión civil presidida por
Mr. Schurman, envié por tres veces mis mensajeros, pidiéndole
suspensión de hostilidades.
El General Otis negó á mis enviados tan justa como prudente petición,
contestando, que _no suspendía hostilidades mientras el ejèrcito
filipino no depusiera las armas._
Pues qué, ¿no merecía este ejército ninguna consideración de parte del
General Otis y de las fuerzas americanas? ¿Se habían olvidado ya de
los importantes servicios que el ejército filipino prestó al
americano, en la pasada guerra contra los españoles?
¿Se había olvidado ya el General Otis del favor que el ejército
filipino le dispensara, cediéndole á él y á sus fuerzas, los arrabales
y blockhaus que con tantos sacrificios se tomaron?