actualidad no habia una sola que llevase formal trabajo, ni pudiese
rendir á su dueño lo necesario para su conservacion y giro, siendo lo
único que sostenia el vecindario: cuya total decadencia puso á sus
mineros en tan lamentable constitucion, que los que se contaban por
principales, y en otros tiempos poseian agigantados caudales, como eran
los Rodriguez, Herrera, Galleguillos y otros, se hallaban en un estado
de inopia, descubiertos en muchos miles, así al Rey, como con otros
particulares, sin poderlos pagar, ni seguir el trabajo de sus labores,
por falta de medios. Los europeos, que eran los únicos habilitadores, ya
no querian suplirles cantidad alguna, y desesperados por no hallar
remedio para socorrerse, y chancelar sus deudas, maquinaron esta
rebelion, que se hará dudosa á los tiempos venideros, por el conjunto de
muertes, robos, sacrilegios, profanaciones y demas crueldades que se
egecutaron.
Obligados los milicianos, de las muchas súplicas y persuasiones que se
emplearon por varios sugetos, entraron en el cuartel, despues de la
oracion del citado dia 10 de Febrero, no para permanecer en él como
otras noches, sino solo para engañar á sus capitanes con aquella
aparente obediencia, y con la mira de que se les diese el prest que se
les tenia asignado. Mientras se les pagaba, se oyeron por las calles y
plazas, muchas voces y alaridos de muchachos y demas chusma, quienes
despidiendo piedras con las hondas, pusieron al pueblo en bastante
consternacion. A este tiempo tocaron entredicho con la campana de la
matriz, segun se habia prevenido, para que todos se juntasen al puesto
señalado. Practicáronlo así, pero sin poder averiguar quien hubiese
tocado, ni con que órden, lo que obligó al corregidor mandase apostar
una compañia en cada esquina de la plaza, por si hubiese algun inopinado
asalto. Cuando se estaban tomando estas y otras disposiciones para
precaverse, se oyó el sonido de diferentes cornetas, que de uno á otro
ó estremo se correspondian, para confirmar la entrada de los indios; por
lo que se dispuso que algunos saliesen para hacer un reconocimiento,
quienes volvieron con la noticia, de que no habia nadie en aquellas
inmediaciones, y averiguado el caso, se halló que los que tocaban las
cornetas, eran dos negros de D. Jacinto Rodriguez, D. Nicolas de
Herrera, é Isidoro Quevedo, para que reunidos con esta novedad los
europeos, les fuese mas fácil conseguir su desesperado intento.
Asegurados estos, que nada habia que recelar de parte de los indios, se
tranquilizaron algo, y entraron á cenar juntos en casa de Endeiza. Pero
al primer plato que se puso en la mesa, entró D. José Cayetano de Casas,
derramando mucha sangre, de una peligrosa estocada, que le habian dado
los criollos, por haber resistido que entrasen por la esquina de la
matriz, que estaba guardando con su compañia, y al tiempo que referia su
desgracia y aseguraba era cierta la conjuracion de los criollos contra
ellos, oyeron que despedian desde la plaza millares de piedras hácia la
casa y balcones, y determinados á defenderse hasta el último estremo,
tomaron las armas de fuego que tenian, para dispararlas contra los
amotinados, y resistir su insulto: pero detúvolos el mismo dueño, D.
José de Endeiza, sugeto de vida ejemplar, quien conociendo era
inevitable la muerte de todos, les hizo el siguiente razonamiento, lleno
del celo cristiano que le animaba. "Ea, amigos y compañeros, no hay
remedio, todos morimos, pues se ha verificado ser la sedicion contra
nosotros: no tenemos mas delito que el ser europeos, y haber juntado