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voto en un amante nuevo: quisiera que lo que amamos estuviera ausente…
Y ya el dolor de fuerzas me priva y no tiempos a la vida
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mía largos restan, y en lo primero me extingo de mi tiempo,
y no para mí la muerte grave es, que he de dejar con la muerte los dolores.
Éste, el que es querido, quisiera más duradero fuese.
Ahora dos, concordes, en un aliento moriremos solo.”
Dijo, y al rostro mismo regresó, mal sano,
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y con lágrimas turbó las aguas, y oscura, movido
el lago, le devolvió su figura, la cual como viese marcharse:
“¿A dónde rehúyes? Quédate y no a mí, cruel, tu amante,
me abandona”, clamó. “Pueda yo, lo que tocar no es,
contemplar, y a mi desgraciado furor dar alimento.”
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Y mientras se duele, la ropa se sacó arriba desde la orilla
y con marmóreas palmas se sacudió su desnudo pecho.
Su pecho sacó, sacudido, de rosa un rubor,
no de otro modo que las frutas suelen, que, cándidas en parte,
en parte rojean, o como suele la uva en los varios racimos
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llevar purpúreo, todavía no madura, un color.
Lo cual una vez contempló, transparente de nuevo, en la onda,
no lo soportó más allá, sino como consumirse, flavas,
con un fuego leve las ceras, y las matutinas escarchas,
el sol al templarlas, suelen, así, atenuado por el amor,
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se diluye y poco a poco cárpese por su tapado fuego,
y ni ya su color es el de, mezclado al rubor, candor,
ni su vigor y sus fuerzas, y lo que ahora poco visto complacía,
ni tampoco su cuerpo queda, un día el que amara Eco.
La cual, aun así, cuando lo vio, aunque airada y memoriosa,
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hondo se dolió, y cuantas veces el muchacho desgraciado: “Ahay”,
había dicho, ella con resonantes voces iteraba, “ahay.”
Y cuando con las manos se había sacudido él los brazos suyos,
ella también devolvía ese sonido, de golpe de duelo, mismo.
La última voz fue ésta del que se contemplaba en la acostumbrada onda:
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“Ay, en vano querido muchacho”, y tantas otras palabras
remitió el lugar, y díchose adiós, “adiós” dice también Eco.
Él su cabeza cansada en la verde hierba abajó,
sus luces la muerte cerró, que admiraban de su dueño la figura.
Entonces también, a sí, después que fue en la infierna sede recibido,
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en la estigia agua se contemplaba. En duelo se golpearon sus hermanas
las Náyades, y a su hermano depositaron sus cortados cabellos,
en duelo se golpearon las Dríades: sus golpes asuena Eco.