sobre la esfera del espíritu humano.» Corresponde á
nosotros, le dice, el sumergirnos en el tumulto de la
actividad, en las olas eternas de la vida que el
nacimiento y la muerte elevan y precipitan, rechazan y
vuelven á traer. Nosotros estamos criados para trabajar
en la obra que Dios nos manda y cuya trama cumple el
tiempo. Pero tú, que no puedes concebir sino á tí mismo,
tú que tiemblas cuando quieres profundizar tu destino, y
que mi soplo hace estremecer, déjame, no me llames mas.»
Cuando el genio desaparece una desesperacion profunda se
apodera de Faust, y quiere envenenarse.
«¡Es pues hácia tí, licor ponzoñoso, que mis miradas se
fijan! Tú que das la muerte, te saludo como á una pálida
luz en un bosque sombrío. En ti honro la ciencia y el
espíritu del hombre; tú eres la mas dulce esencia de los
jugos que proporcionan el sueño. Tú contienes las
fuerzas que destruyen la vida, ven á mi socorro, ya veo
que se calma la agitacion de mi espíritu. Quiero
arrojarme al mar: las aguas cristalinas brillan á mis
pies como un espejo. Un nuevo dia me llama hácia la otra
orilla; un carro de fuego pasa sobre mi cabeza, quiero
subir en él, sabré recorrer las esferas etéreas y gustar
las delicias de los cielos.
«Pero ¿cómo merecerlas en mi abatimiento? Sí, yo lo
puedo, si me atrevo á hacerlo, si derribo con valor las
puertas de la muerte, delante de las cuales todos pasan
temblando. Ya es tiempo de manifestar la dignidad del
hombre. Ya no es necesario que tiemble á la orilla del
abismo en donde su imaginacion se condena á sí misma á
sus propios tormentos, y en donde las llamas del
infierno parece que impiden el acercarse. Quiero verter
el mortal veneno en esta copa de cristal puro. ¡Ay! en
otros tiempos tenia un uso diferente: se pasaba de mano
en mano en los festines alegres de nuestros padres, y el
convidado recibiéndola, celebraba en verso su hermosura.
¡Copa dorada! tú me recuerdas las noches bulliciosas de
mi juventud, no te ofreceré mas á mi vecino, no alabaré
mas al artista que supo hermosearte. Te ha llenado un
lícor sombrío, yo le he preparado, le he escogido; ¡ah!
¡que sea para mi el ofertorio solemne que consagro á la
mañana de mi nueva vida!
«En el momento en que Faust va á tomar el veneno, oye
las campanas que anuncian el dia de Pascua á la ciudad,
y los coros que en la iglesia inmediata celebran esta
santa fiesta.
«Cantos celestes, poderosos y dulces, ¿porqué me buscais
entre el polvo? Haceos oir á los humanos á quienes
podeis consolar. Escucho el mensage que me traeis, pero
me falta la fe para creerlo. El milagro es el hijo
querido de la fe. Sin embargo, acostumbrado á oir estos
cantos desde la infancia, me llaman á la vida. En otros
tiempos un rayo de amor divino bajaba sobre mi durante
la solemnidad tranquila del domingo. El sonido bronco de
la campana llenaba mi alma del presentimiento del
porvenir y mis oraciones eran un goce ardiente. La misma