El sacerdote permaneció de pie, como una estatua, en medio del cuarto. Un extraño conflicto se había
apoderado de su alma. Miraba con ojos llenos de lágrimas, ora hacia el cuerpo helado de la mujer, ora, a
través de la cortina entreabierta, hacia el esposo, entregado a la seducción del sueño. Una hora más larga
que la eternidad había transcurrido, y el sacerdote continuaba de pie, entre las dos almas separadas. Una,
soñaba como los campos sueñan con la primavera después de la tragedia del invierno, la otra, descansaba
eternamente. Entonces, se acercó al lecho de la muerta y se arrodilló, como en adoración frente a un altar.
Tomó su mano fría, la llevó hasta sus labios temblorosos y miró largamente el rostro cubierto por la palidez
de la muerte. Y, con voz tranquila como la noche, profunda como el mar y trémula como las esperanzas de
los hombres, dijo:
-Raquel, Raquel, hermana de mi alma, ¡óyeme! ¡Ahora, por fin, puedo hablar! La Muerte abrió mis
labios y puedo revelarte mi secreto. El dolor desató mi lengua y puedo, ahora, contarte mi sufrimiento.
¡Oye el grito de mi alma, oh, puro espíritu, que aleteas entre la tierra y el infinito! Oye al oven que, cuando
volvías de los campos, se escondía entre Is árboles por miedo a la belleza de tu rostro. Oye al sacerdote
dedicado a Dios, él te llama ahora, sin recelo, pues ya partiste hacia la Ciudad del Señor.
Y, habiendo abierto, así, su corazón, el sacerdote se inclinó y le dió tres largos besos sobre la frente, los
ojos y el cuello, desbordante de amor y dolor, expresando su secreto amor y toda la angustia de muchos
años. Después, buscó un oscuro rincón y se desplomó en el suelo, en tremenda agonía, como las hojas que
en otoño se desprenden de los árboles; como si el frío rostro de la muerta hubiera despertado, dentro suyo,
el arrepentimiento. Enseguida se compuso. Se arrodilló y murmuró suavemente, con el rostro escondido
entre las manos:
-¡Dios, perdona mi pecado, perdona mi flaqueza, oh, Señor! Yo no podía ocultar, por más tiempo,
aquello que ya sabías. Por siete años guardé, escondidos en mi corazón los más íntimos secretos, hasta que
el velo de la Muerte los reveló. Ayúdame, oh, Dios, a apagar ese recuerdo y perdona mi debilidad.
Sin mirar el cadáver, él continuó llorando y lamentándose, hasta que llegó la aurora y lanzó su rosado
velo sobre esas escenas terrestres, revelando el conflicto entre la Religión y el Amor, entre la Vida y la
Muerte.
EL POETA
Soy ajeno a este mundo, y hay en mi exilio una severa soledad y una dolorosa tristeza.
Estoy solo, pero en mi soledad contemplo un país desconocido y encantador, y esta visión llena mis
sueños de espectros de una tierra grande y lejana que mis ojos nunca han visto.
Soy un extraño entre mi gente y no tengo amigos. Cuando veo una persona me digo a mí mismo, "¿Quién
es él, y de qué manera lo conozco, y por qué está aquí,. y qué ley me -ha unido a él?"
Soy un extraño a mí mismo, y cuando oigo hablar en mi propia lengua, mis oídos se asombran de mi voz;
veo a mi ser interior sonriendo, llorando, desafiando y temiendo; y mi existencia se 'pregunta sobre mi
sustancia mientras mi alma interroga a mi corazón; pero yo permanezco ajeno, sumergido en un silencio
tremendo.
Mis pensamientos son extraños a mi cuerpo, y al colocarme delante del espejo, veo algo en mi rostro que
mi alma no ve, y encuentro en mis ojos lo que mi ser interior no encuentra.
Cuando camino con los ojos vacíos por las calles de la clamorosa ciudad, los niños me siguen, gritando:
"Aquí hay un ciego. Démosle un bastón para que encuentre su camino." Cuando huyo de ellos, me
encuentro con un grupo de doncellas que aferran los bordes de mis ropas diciendo: "Es sordo como una
tapia; llenemos sus oídos con la música del amor.Y cuando me escapo de ellas, una multitud de viejos me
señala con dedos temblorosos diciendo: "Es un demente que enloqueció en el mundo de los genios y los
espíritus."
Soy un extraño en este mundo; recorrí el Universo de punta a punta, pero no pude encontrar un lugar
donde aposentar mi cabeza; ni conocí a ningún humano con el que pudiera confrontarme, ni a un
individuo que pudiera escuchar mis pensamientos.
Cuando abro mis insomnes ojos al amanecer, me encuentro aprisionado en una oscura cueva de cuyo
techo cuelgan insectos y por cuyo suelo se arrastran las víboras.
Cuando salgo a encontrar la luz, la sombra de mi cuerpo me sigue, pero la sombra de mi espíritu me
precede y me guía hacia un lugar desconocido buscando cosas más allá de mi entendimiento, y
asiendo objetos que no tienen sentido para mí. Cuando la marea se nivela, regreso y me acuesto sobre
mi lecho, hecho de suaves plumas, y rodeado de espinas, y contemplo y siento los molestos y alegres
deseos, y percibo con mis sentidos dolorosas y gozosas esperanzas.