la traducción, que tan desagradablemente les
punzan en los principios de su enseñanza.
Aunque esta primera prueba me asegura en parte
de la utilidad de mi empresa, que es la
verdadera recomendación de un escrito, no se
contenta con ella mi amor propio. Siguiendo
este su ambiciosa condición, desea que
respectivamente logren mis fábulas igual
acogida que en los niños, en los mayores, y aún
si es posible, entre los doctos; pero a la
verdad, esto no es tan fácil. Las espinas, que
dejan de encontrar en ellas los niños, las
hallarán los que no lo son, en los repetidos
defectos de la obra. Quizá no parecerán estos
tan de marca, dando aquí una breve noticia del
método que he observado en la ejecución de mi
asunto, y de las razones que he tenido para
seguirle.
Después de haber repasado los preceptos de la
fábula, formé mi pequeña librería de
fabulistas; examiné, comparé y elegí para mis
modelos, entre todos ellos, después de Esopo, a
Fedro y Lafontaine; no tardé en hallar mi
desengaño. El primero, más para admirado que
para seguido, tuve que abandonarlo a los
primeros pasos. Si la unión de la elegancia y
laconismo sólo está concedida a este poeta en
este género, ¿cómo podrá aspirar a ella quien
escribe en lengua castellana, y palpa los
grados que a esta le faltan para igualar a la
latina en concisión y energía? Este
conocimiento, en que me aseguró más y más la
práctica, me obligó a separarme de Fedro.
Empecé a aprovecharme del segundo (como se deja
ver en las fábulas de
La Cigarra y la Hormiga,
El Cuervo y el Zorro,
y
alguna otra); pero
reconocí que no podía, sin ridiculizarme,
trasladar a mis versos aquellas delicadas
nuevas gracias y sales que tan fácil y
naturalmente derrama este ingenioso fabulista
en su narración.
No obstante, en el estudio que hice de este
autor hallé, no solamente que la mayor parte de
sus argumentos son tomados de Locmano
2
, Esopo y
otros de los antiguos, sino que no tuvo reparo
en entregarse a seguir su propio carácter tan
francamente, que me atrevo a asegurar que
apenas tuvo presente otro precepto en la
narración, que la regla general que él mismo
asienta en el prólogo de sus fábulas en boca de
Quintiliano:
por mucho
gracejo que se dé a la
narración, nunca será demasiado
3
.
2
Poeta gnómico árabe, legendario, mencionado en el Corán,
autor de cuarenta y una fábulas extraídas de Esopo, y
publicadas con una traducción latina por el orientalista
holandés Thomas von Erpen en 1614.
3
Citado por La Fontaine, ed. cit., pág. 7. Se trata de
De
institutione oratoria
libro N, 2, 116.
Con las dificultades que toqué al seguir en la
formación de mi obrita a estos dos fabulistas,
y con el ejemplo que hallé en el último, me
resolví a escribir, tomando en cerro los
argumentos de Esopo, entresacando tal cual de
algún moderno, y entregándome con libertad a mi
genio, no sólo en el estilo y gusto de la