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lombriz y al topo, y cada uno tiene su lugar. ¿Quién eres tú para traer el dolor al
mundo de Dios? Hasta los rebaños del campo lo alaban.
Pero el Niño-Estrella no hacía caso de sus palabras, fruncía el entrecejo, se
encogía de hombros y volvía junto a sus compañeros, a quienes mandaba. Sus
compañeros le seguían porque era hermoso, de pies ligeros, y sabía bailar y tocar el
caramillo y hacer música. Y seguían al Niño-Estrella a cualquier sitio adonde les
condujese, y hacían todo lo que el Niño-Estrella les ordenaba que hiciesen. Y
cuando él, con un junco aguzado, sacaba los empañados ojos de un topo, ellos se
reían, y cuando arrojaba piedras a los leprosos, también se reían. En todo los
dirigía, y ellos llegaron a ser tan duros de corazón como él.
Y he aquí que un día pasó por el pueblo una pobre mendiga. Sus ropas
estaban destrozadas y harapientas, y sus pies sangraban a causa del áspero
camino que había recorrido. La mujer se hallaba en una situación muy mala. Sin-
tiéndose rendida, se sentó a descansar bajo un castaño.
Pero en cuanto el Niño-Estrella la vio, dijo a sus compañeros
—¡Mirad! Aquella sucia mendiga se ha sentado bajo aquel hermoso y lozano
árbol. Venid, vamos a echarla, pues es fea y contrahecha.
Y, acercándose, le tiraba piedras, y se burlaba de ella, y ella lo miraba con
terror, fijamente. Cuando el leñador, que se encontraba allí cerca cortando leña, vio
lo que hacía el Niño-Estrella, corrió hacia él y le reprendió, diciéndole:
—Indudablemente eres duro de corazón y no conoces la misericordia. Pues,
¿qué daño te ha hecho esa pobre mujer para que la trates de tal manera?
El Niño-Estrella se puso rojo de cólera y, dando una patada en la tierra, dijo:
—¿Quién eres tú para preguntarme lo que hago? No soy hijo tuyo para tener
que obedecerte.
—Dices la verdad —contestó el leñador—; sin embargo, yo fui compasivo
contigo cuando te encontré en el bosque.
Cuando la mujer oyó estas palabras, lanzó un fuerte grito y cayó desmayada.
El leñador la transportó a su casa y su mujer la cuidó. Al volver en sí de su
desmayo, pusieron ante ella de comer y de beber, y la invitaron a que cobrase
fuerzas.
Pero ella no quiso comer ni beber, y tan sólo dijo al leñador:
—¿No dijiste que habías encontrado al niño en el bosque? ¿Y no fue esto
hace hoy diez años ?
El leñador contestó
—-Sí, en el bosque lo encontré, y hoy hace diez años de ello.
—¿Y qué señales encontraste en él? —preguntó ella—-. ¿No llevaba al
cuello un collar de ámbar? ¿No estaba envuelto en una capa de tisú de oro, bordada
de estrellas?
—Cierto, así es —repuso el leñador—. Fue como has dicho.
Y sacando la capa y el collar de ámbar del arca donde estaban, se los
mostró. Cuando ella los vio, lloró de alegría y dijo:
—-Este es el hijito mío que perdí en el bosque. Te suplico que lo mandes
venir enseguida, pues en su busca he recorrido el mundo entero.
El leñador y su mujer salieron, pues, a llamar al Niño-Estrella y le dijeron:
—Entra en casa y allí encontrarás a tu madre que te está esperando.
El entró corriendo, lleno de asombro y de alegría. Pero cuando vio quién era
la que lo esperaba, se echó a reír desdeñosamente y dijo: