DE LA TRANQUILIDAD DEL ANIMO
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ánimo; ni se enfreta el ímpetu de los leones y de las
fieras en sus guaridas, ni tampoco el de los hombres
cuyas acciones más grandes son las que hacen en el
apartamiento. Sin embargo, ha ocultarse de manera
que dondequiera que esconda su ocio, quiera servir
a todos y a cada uno con su ingenio, con su voz y
con su consejo. Pues no solamente aprovecha a la
Republica quien apadrina a los candidatos y defien-
de a los reos y da su opinión en las cosas de la paz y
de la guerra, sino también el que exhorta a la ju-
ventud, el que en tanta escasez de buenos precepto-
res inculca la virtud en los ánimos, el que detiene o
retrae a los que corrían a precipitarse en las riquezas
o en la lujuria, y si no lo consigue del todo, por lo
menos los retarda; quien hace esto, aun en privado,
está haciendo una función pública. ¿Es que acaso
aprovecha más el pretor que entre los extranjeros y
los ciudadanos, si es urbano, entre los asistentes,
pronuncia las sentencias del asesor, que quien ense-
ña qué es la justicia, qué la piedad, qué la paciencia,
qué la fortaleza, qué el desprecio de la muerte, qué
el conocimiento de los Dioses, qué bien tan seguro
y tan gratuito es la buena conciencia? Luego si
transfieres a los estudios el tiempo que has hurtado
a los cargos públicos, ni has desertado, ni has falta-